LA SOLUCIÓN DINÁSTICA

Así pues, en el Compromiso de Caspe se sentaron las bases de la doble política de uniones personales y dinásticas dentro de una misma familia (los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, eran primos y necesitaron un permiso papal para su casamiento), así como la búsqueda de la unidad religiosa, que concluiría entre los siglos XV y XVI con la expulsión de los judíos y la conversión de los mudéjares.

Y al margen de lo que se ha presentado habitualmente como «ocasión que vieron los siglos» de resolución pacífica de lo que en otros Estados y épocas se había resuelto por las armas, así como también de lo ejemplificante que se ha mostrado como paroxismo del ideario pactista y conciliador en la Corona de Aragón, puede concluirse, en principio, que, sin desdeñar ambas valoraciones, los hilos de los intereses políticos se movieron al compás de los intrigantes del momento, de las fuerzas convergentes y de los objetivos personales y de grupos oligárquicos y prepotentes. Así, el papa en la obediencia en Aviñón se interesó por garantizarse con Fernando la fidelidad de las coronas hispánicas a su causa, de ahí el apoyo directo o a través de interpuestos (como Vicente Ferrer, uno de los compromisarios por Valencia junto con su hermano) que le prestó; la burguesía catalana apostó, con parte de la nobleza, por quien impedía el paso al conde Jaime de Urgel, de corte aristocratizante y feudal, que ya no se aconsejaba para solventar las dificultades todavía demoledoras de las crisis del principado; y, por poner un ejemplo aragonés, los dirigentes económicos vieron en el castellano una posibilidad de introducir en los circuitos europeos a través de Castilla su principal producto de exportación, una vez que flaqueaba la demanda de los mercados italianos, es decir la lana, para dirigirla hacia Flandes e Inglaterra.

Por tanto, fue una conjunción de intereses dinásticos y familiares, políticos y sociales, económicos y mercantiles, así como también eclesiales y de reparto de influencias sobre el tablero europeo, lo que condujo al resultado de Caspe. Resolución que fue el fruto de precedentes negociaciones a lo largo de dos años (1410-1412) y que se reflejó en la votación (tres aragoneses, dos valencianos y un catalán) de los nueve compromisarios, a favor de don Fernando. Semejante conjunción de intereses se produjo pese al desequilibrio estructural de los tres Estados peninsulares de la Corona de Aragón en un momento de diacronía en las crisis y recuperaciones de dichos Estados entre los siglos XIV y XV.

Tras el Compromiso, don Jaime, el conde de Urgel no aceptó el resultado y se levantó en armas con la ayuda de seguidores también aragoneses encabezados por don Antón de Luna, cayendo en crimen de lesa majestad. El nuevo rey tuvo que esperar a coronarse solemnemente con la reina Leonor en Zaragoza en febrero de 1414 hasta haber acabado con la revuelta y encarcelado al pertinaz pretendiente. Desde entonces se creó toda una hagiografía laica sobre el malhadado don Jaime, especialmente en cierta historiografía catalana, o la visión más castellanista que castellana del triunfo del Trastámara desde la misma crónica de Juan II de Castilla, que abre un largo paréntesis para contar con detalle el interregno aragonés y el triunfo del de Antequera, o la reafirmación aragonesa sobre el derecho sucesorio y la legalidad y legitimidad del resultado.

No obstante, tras el Compromiso, hubo un nuevo rey y la Corona de Aragón continuó su andadura histórica unida bajo un mismo soberano.