LOS ACUERDOS DE CASPE

No obstante, la cuestión del Compromiso de Caspe es ineludible en cualquier manual de Historia Medieval o de Historia en general, así como en las síntesis sobre los siglos XIV y XV, resucitándose lo que de polémico puede tener el asunto a tenor de las diversas tomas de conciencia sobre ideas nacionalistas o particularismos regionales. Pero, finalmente, hay que acudir, primero al conocimiento de los hechos, luego a su análisis según las diversas perspectivas (políticas, sociales, económicas o religiosas) y después a la interpretación que el historiador reconstruya en cada caso.

Porque, en definitiva, los hechos son incontestables y son conocidos desde el mismo tiempo del acontecimiento: la muerte en 1410 del rey Martín el Humano sin sucesión directa, al haber fallecido prematuramente su heredero Martín el Joven de Sicilia. Así, se produjo la apertura de un bienio de interregno en el que los representantes de Aragón, Cataluña y Valencia convocaron sucesivos parlamentos para reconducir la situación y frenar los intentos de alteración del orden y la intromisión de influencias ajenas a la causa que se dirimía. Durante esos dos años tuvieron lugar conversaciones, audiencias y concordias, como la de Alcañiz que fue decisiva para la solución del Compromiso, y surgieron recelos entre los tres estados principales de la Corona, además de la intromisión de Benedicto XIII en defensa de su causa cismática.

Entre tanto, se sucedieron maniobras de los diversos candidatos y aspirantes al trono, maquinaciones de algunos nobles, como Antón de Luna en Aragón, el asesinato del arzobispo de Zaragoza al regresar de un consejo aragonés en Calatayud al comienzo del proceso, la reclamación de los aragoneses de su preeminencia a la hora de tomar decisiones definitivas y amenazas de asumir unilateralmente iniciativas si los representantes catalanes y valencianos seguían dilatando las posturas favorables a la resolución más adecuada del conflicto, etc.

Finalmente, la descarga de la responsabilidad se centró en nueve elegidos, de honrada y formada opinión y de reconocido criterio. Se designaron tres por cada uno de los estados peninsulares: Domingo Ram, Berenguer de Bardaxí y Francés de Aranda, por Aragón; Pedro de Sagarriga, Guillermo de Vallseca y Bernardo de Gualbes por Cataluña; y los hermanos Bonifacio y Vicente Ferrer, más Pere Bertrán, que sustituyó a Giner Rabasa, por Valencia. Los nueve sellaron el compromiso de, tras las negociaciones oportunas, seleccionar a la persona que, a su juicio, contase con los mayores derechos al trono y garantizase una salida pacífica al vacío sucesorio.

La elección de Fernando de Trastámara, que reinaría apenas cuatro años (1412-1416) como rey de Aragón y sumando el resto de titulaciones de sus antepasados inmediatos de la Corona, se puede interpretar como la del candidato que mejor preparó la estrategia, el que contó con los apoyos decisivos en su momento, quien satisfizo los intereses de la mayoría y el que abrió un nuevo horizonte adecuado al siglo renacentista y humanista que se estaba alumbrando a comienzos del siglo XV. Y si bien su ascendencia sucesoria y legítima con Pedro IV (1336-1387) le venía por vía femenina, era en justicia el pariente más próximo de la dinastía aragonesa, como nieto del Ceremonioso a través de su hija Leonor, casada con Juan I de Castilla (muerta en 1382), y sobrino de Juan I de Aragón (1387-1395) y de Martín el Humano (1395-1410), ambos hermanos entre sí.