LA CORONA DE ARAGÓN SIN REY

EL CAMBIO DE DINASTÍA

La decisión adoptada por los compromisarios en Caspe al elegir a Fernando de Antequera como rey de Aragón fue una solución política a un problema político; debe considerarse justa, en cuanto su candidatura reunía derechos similares a los de las otras cuatro, oportuna porque fue aceptada por las diversas estructuras de los países de la Corona y, además, como hizo notar el arzobispo de Tarragona en el momento de la proclamación, era la opción más útil para los intereses generales.

La llegada de la nueva dinastía supuso un alivio para todos, algo que seguramente no hubiera ocurrido de haberse elegido al conde de Urgel. Se había superado el riesgo de ruptura de la Corona y garantizada la continuidad de una monarquía única. El procedimiento seguido para la elección suponía un cierto quebranto para el poder y la imagen real, mientras los grupos políticos salían fortalecidos, pues al demostrar su capacidad para elegir al rey, podían reclamar mayor participación en el gobierno.

Fernando I tenía 33 años, 5 hijos varones y gran experiencia como gobernante; por herencia y por matrimonio formaba parte de la alta nobleza castellana, era un hábil diplomático y un buen estratega militar. Cualidades que puso en práctica antes y después de Caspe, con objeto de templar los ánimos en sus reinos a la espera de la oportunidad para recomponer su poder.

Así hay que entender sus primeros gestos, como aguardar fuera del territorio aragonés el fallo de los compromisarios, despedir a todos sus acompañantes castellanos antes de entrar en Aragón y hacerlo junto a su esposa y sus hijos, convocar Cortes en Zaragoza y atender las peticiones de los brazos. En los meses siguientes, cerró con los demás candidatos y sus seguidores los resentimientos producidos por su elección, respetándoles los honores y propiedades, les compensó por los gastos hechos en la defensa de sus derechos y perdonó a los partidarios de los otros pretendientes, salvo a los involucrados en el asesinato del arzobispo de Zaragoza.

Sólo entonces, en 1414, organizó su coronación real en La Seo de Zaragoza, rodeado de un cortejo formado por los principales prelados, ricos hombres, barones y ciudadanos de Aragón, Cataluña y Valencia, así como numerosos caballeros castellanos, navarros y sicilianos llegados para participar en el acto. Elevó a su hijo primogénito, Alfonso, a la dignidad de Príncipe de Gerona y lo hizo proclamar, según establecían los Fueros del reino, su heredero y lugarteniente. El pueblo volvía de nuevo a contemplar el esplendor de un monarca y una dinastía.