LA GRANDEZA EXTERIOR DE LA DINASTÍA: CASTILLA Y NÁPOLES
La Corona de Aragón como fuerza geopolítica había adquirido poder y prestigio en el Mediterráneo desde el siglo XIII y la monarquía aragonesa estaba bien asentada en el equilibrio peninsular. La coyuntura económica a la llegada de la nueva dinastía y sus conexiones castellanas podían significar que la acción política en ambos frentes favoreciera la economía productiva, mercantil y financiera que interesaba a la sociedad. Aragón y Valencia podían salir especialmente beneficiados, porque Cataluña padecía serios problemas sociales en el campo y en las ciudades e iniciaba un declive económico que tardará mucho en remontar.
Es posible que Fernando I, consciente de los obstáculos del gobierno interior de la Corona, diseñara un proyecto dinástico para intervenir en la política exterior. Su programa pasaba por colocar a sus hijos en lugares precisos: Alfonso, el primogénito, como su sucesor en Aragón, Juan en Nápoles, como posible marido de la reina Juana; Enrique, Sancho y Pedro como maestres de Santiago, Alcántara y Calatrava, controlando la nobleza en Castilla; María, casada con Juan II sería reina de Castilla y Leonor, reina de Portugal por su matrimonio con don Duarte.
De hecho, Fernando liquidó sus vínculos con Benedicto XIII y, tras entrevistarse con el emperador Segismundo, retiró su apoyo al papa Luna y optó por el fin del Cisma a través de la vía del Concilio, lo que le permitía introducirse en el centro de la política europea y reclamar un puesto privilegiado al frente de los asuntos mediterráneos.
No todo salió como estaba pensado. Fernando murió muy pronto. Juan no casó con Juana de Nápoles, sino con Blanca de Navarra, heredera de Carlos III, lo que le convirtió en 1425 en rey de Navarra. El mayor, Alfonso, siendo ya rey de Aragón, procedió a controlar Sicilia y Cerdeña y, aburrido de los problemas con las Cortes de sus reinos, embarcó en 1432 rumbo a Italia para intervenir en los asuntos de Nápoles; tras sufrir una gran derrota (Ponza, 1435) entró en alianza con Milán, frente a la liga formada por el Papa, Venecia y Florencia, logrando la conquista del reino napolitano (1442), donde instaló su corte para no regresar a Aragón en el resto de su vida.
Los desacuerdos entre los hermanos menores, enfrentados a Álvaro de Luna, hicieron fracasar la intervención de la dinastía en los asuntos castellanos, siendo el propio Juan, que era rey de Navarra y actuaba de lugarteniente de su hermano en la Corona de Aragón, quien mantuvo vivo un partido aragonés en Castilla, lo que permitió, un tiempo después, lograr el matrimonio de su hijo, Fernando, con la princesa Isabel.
La política exterior de los Trastámara, excesivamente guerreada, no era la que más podía interesar a sus súbditos de Aragón, Cataluña y Valencia, pero el impulso de las actividades financieras y mercantiles que produjo significó una revigorización de las economías y, sobre todo, el prestigio alcanzado por el rey y la Casa de Aragón quedó establecido durante mucho tiempo. Cuando el papa Pío II quiso organizar la defensa de Constantinopla ante la inminente conquista turca, fue al rey de Aragón, que lo era también de Sicilia y Nápoles, al que pidió que encabezase la nueva cruzada.