ARTÍCULO DE COLECCIONISTA
ROBERT F. YOUNG
Este cuento corto tiene, en sí, dimensiones galácticas. Al principio, al leerlo, recordábamos una vieja película de Walt Disney en la que un par de ardillas le hacen la vida imposible al Pato Donald. Pero, luego, al llegar a los últimos párrafos, recibimos todo el impacto del relato en la más pura tradición narrativa estadounidense, que aconseja: “al lector se le debe tirar a la cabeza todo lo que hay en la casa. Y luego, cuando ya crea que no queda nada, tirarle el lavadero”.
El condensar la historia de diez mil razas en un texto lo bastante conciso para que cupiese en un solo volumen, había sido una tarea de proporciones sin precedentes. Había habido momentos en que el Historiador Galáctico había dudado de que hasta sus bien conocidas habilidades estuviesen a la altura de la tarea que el Consejo Galáctico de Educación le había asignado con tal ligereza, momentos en que había levantado sus brazos, los cinco, al cielo, en un gesto de desesperación. Pero, al fin, ante él se encontraba el manuscrito completo puesto sobre su escritorio, esperando nada más que la última lectura de corrección, antes de que fuera a ser publicado.
El Historiador Galáctico se secó repetidamente las frentes mientras pasaba las páginas. Era una noche cálida, aún para Mixxx VII. De vez en cuando, una brisa cansina luchaba por bajar de las colinas y se arrastraba sobre los valles hasta los edificios de la Universidad Galáctica. Entraba en el estudio del Historiador Galáctico a través de la puerta abierta, y salía por las ventanas, hojeando el manuscrito cada vez que pasaba, pero no haciendo nada en absoluto por variar la temperatura.
El manuscrito era algo más que una historia condensada de los logros galácticos. Era el documento definitivo. Los doscientos setenta mil textos que resumía habían sido destruidos sistemáticamente, uno tras otro, después de que el Historiador Galáctico los había despojado de su información objetiva. Si un evento histórico no estaba incluido en el manuscrito, no era un verdadero evento. Cesaba de tener realidad.
El Historiador Galáctico era el único responsable de esto, y no se tomaba a la ligera su responsabilidad. Pero tenía muy sobrecargados sus cerebros y, últimamente, no había estado durmiendo bien. Había trabajado demasiado, estaba excesivamente cansado y muy excitado. No había visto a sus esposas en los dos últimos meses mixxxerianos, y estaba preocupado por ellas... por las cincuenta.
Nunca debiera haberles dejado realizar aquel crucero por el Borde Galáctico; pero se habían mostrado tan entusiastas y tan ansiosas, que simplemente no había tenido corazones para negarse. Ahora, contra toda lógica, estaba empezando a preguntarse si no andarían buscando a otro coordinador.
Las preocupaciones por sus esposas, añadidas a todas aquellas preocupaciones cronológicas, eran demasiado. No se le pueden echar las culpas al Historiador Galáctico por desear acabar de una vez con el manuscrito, por querer enviárselo sin más a los editores, a pesar de los posibles hiatos, y tomar la siguiente falla espacio-temporal para el Borde.
Pero era un historiador, en realidad el historiador, y persistía heroicamente en su tarea, volviendo a leer aburridos párrafos y comprobando fechas insulsas, repasando batallas, conquistas, invasiones e interregnos. A pesar de su estado de ánimo y a pesar del calor, probablemente el manuscrito hubiera llegado cronológicamente completo a los editores. Tan completo, de hecho, que los maestros de toda la galaxia hubieran logrado el libro de texto que siempre habían deseado: una concisa crónica de todo lo que había sucedido desde la explosión del átomo primigenio, un libro de historia al que no podía contradecir ningún otro libro de historia, por la simple razón de que no existía ninguno más.
Tal como sucedieron las cosas, obtuvieron su libro de texto, pero este no contenía todo lo que había sucedido. No todo.
Dos factores fueron responsables de esta omisión. El primero fue un fallo del Historiador Galáctico. Con tal sobrecarga en sus cerebros, se había olvidado de numerar las páginas del manuscrito.
El segundo factor fue la brisa.
La brisa era el archienemigo, y no caben dudas acerca de sus motivos. Nada que no fuera una pura malevolencia podría haberla llevado a recordar súbitamente su función, tras no haberla estado cumpliendo durante toda la tarde.
Durante toda la tarde, había estado bajando de puntillas por las colinas, atravesando las tierras bajas como si tuviera miedo de alterar la posición de una sola hoja de hierba. Y luego, en el momento crucial, sopló y silbó hasta transformarse en un pequeño huracán, cargó sobre los edificios de la Universidad Galáctica y atravesó zumbando el estudio del Historiador Galáctico como si fuera una bandada de salvajes interestelares.
Desafortunadamente, el Historiador Galáctico había comenzado a secarse las frentes en el mismo momento en que entraba la brisa. Y aunque el acto no era demasiado complicado, empleaba tiempo y monopolizaba su atención. Por consiguiente, no es sorprendente que no observara el robo. Ni tampoco es sorprendente que luego no se fijase que la página que había estado comprobando había desaparecido.
Como ya se ha dicho anteriormente, estaba sobrecargado de trabajo, muy cansado y excesivamente nervioso y, en tal estado, hasta un Historiador Galáctico puede saltarse toda una serie de mundos y fechas sin darse cuenta de la diferencia. De cualquier forma, un hiato de veinte mil años apenas si puede ser tenido en cuenta. Hablando en términos galácticos, veinte mil años es un simple instante de tiempo.
La brisa no llevó muy lejos la página. Simplemente la lanzó a través de una ventana convenientemente situada, la depositó bajo un árbol xixxxix, y luego regresó a las colinas a descansar. Pero la elección de un árbol xixxxix es altamente significativa, y viene a corroborar la naturaleza malévola del acto de la brisa. Si hubiera escogido, en cambio, un árbol muu o un árbol buxx, el Historiador Galáctico quizá hubiera hallado la página a la mañana siguiente, cuando daba su paseo matutino por el campus de la universidad.
Por el contrario, dado que fue elegido un árbol xixxxix, no puede quedarnos ya duda acerca de la motivación básica de la brisa. Simplemente, uno no deja artículos valiosos bajo los árboles xixxxix. Todo el mundo sabe que en estos árboles viven los esquixes, y todo el mundo sabe que los esquixes son coleccionistas. Coleccionan toda clase de cosas: botones y agujas, ramitas y piedrecillas... de hecho, cualquier cosa que no sea demasiado grande para poderla recoger y subir a sus madrigueras en los árboles xixxxix.
También se les ha llamado otras cosas no tan amables como coleccionistas. Por ejemplo, ladrones y animales dañinos. Pero, en realidad, se trata de verdaderos coleccionistas. El coleccionar les satisface una necesidad básica en su naturaleza de mamíferos; la posesión de artículos les da una sensación de seguridad. Les encanta rodear sus pequeños cuerpecillos peludos con toda clase de objetos, y sus pequeños hogares arbóreos están repletos de todo lo imaginable.
Y, simplemente, adoran el papel. Lo adoran porque tiene para ellos un valor práctico, así como cultural.
Específicamente, lo adoran porque es maravilloso para hacer hamacas con él.
Cuando los dos esquixes del árbol xixxxix vieron como la página planeaba hacia el suelo, apenas si pudieron dar crédito a sus ojos. Charlotearon excitados mientras se deslizaban tronco abajo. La página apenas si se había detenido, cuando ya fue alzada de nuevo, aferrada por pequeños dedos de esquix.
Los esquixes no perdieron tiempo. Había pasado ya mucho desde que el más apreciado de sus artículos de colección había caído en sus manos, y necesitaban urgentemente una nueva hamaca. Primero hicieron tiras la página, y luego comenzaron a tejer esas tiras.
—1456, Gutenberg inventa imprenta; 1492, Desc. América; 1945, Exp. atóm. en Alamogordo; 1968 llegada Luna —tejieron.
—2004, alcanzado Sirio; 2005-6, colonizado Sirio; 2042, alcanz. Betelgeuse; 2043-44, col. Betelgeuse.
Tejían y tejían y tejían.
—15000, hundimiento Imp. Terrestre; 15038, destruc. Tierra; -fin historia Tierra.
Era una excelente hamaca, la mejor que aquel par de esquixes habían tejido jamás; pero, aquella noche, no durmieron muy bien. Se agitaron, dieron vueltas y murmuraron, y soñaron los sueños más fantásticos...
Lo que no es particularmente sorprendente, considerando sobre lo que estaban durmiendo. El dormir sobre la historia de la Tierra es suficiente para darle pesadillas a cualquiera.
Hasta a los esquixes.
Título original:
COLLECTOR’S ITEM