MEX

LARRY M. HARRIS

Larry Harris, un autor poco conocido, apareció en las páginas de Fantastic Universe con este relato, de ambiente claramente fantástico, en el que rompía una lanza, a su manera, por los “derechos civiles” de la minoría hispanoparlante, o chicanos, de los Estados Unidos.

Las cosas empezaron por lo que me llamaron. Soy tan buen americano como cualquiera, y quizá algo mejor que hombres como aquellos, hombres grandes que beben en los bares y que no tienen nada mejor que hacer que escupirle a uno y llamarle Mex, como si el ser mexicano fuera algo que uno debiera ocultar o de lo que debiera estar avergonzado. Tenemos nuestros propios héroes y nuestras propias tradiciones, y no tenemos que inclinarnos ante hombres como esos, o ante ningún otro. Pero, cuando me llamaron eso, lo vi todo rojo y les insulté.

—Chico Mex —había dicho uno de los hombres, un enorme matón pelirrojo, que llevaba las mangas de la camisa arremangadas y al que se le veían enormes músculos en sus peludos brazos—, chato chiquillo Mex.

Le insulté. Él se echó a reír y me dio la espalda, agitando una mano para llamar al encargado del bar. Quizá en una gran ciudad del norte las cosas serían diferentes, o probablemente no: la tolerancia de la que oímos hablar no es mejor que la lucha abierta, y lo que tiene que haber es verdadera comprensión. Pero aquí, cerca de la frontera, justo al lado estadounidense de la misma, se considera que los mexicanos somos caza permitida, y un chico de dieciséis años, como yo, vale menos que nada para ellos, para los anglosajones que van a los grandes bares.

Pensé cuidadosamente qué era lo que debía hacer y, finalmente, cuando por fin hube tomado una decisión, fui a por él y traté de golpearle. Pero otros me aferraron, y me encontré pateando y gritando, sin tocar de pies en el suelo. Cuando me quedé quieto, me volvieron a poner en el suelo, y entonces me abalancé de nuevo hacia el enorme pelirrojo, y tuvieron que agarrarme otra vez. Durante todo el tiempo el pelirrojo estaba riéndose. Quería correr, volver con mi propia familia en mi pequeña casita, y sin embargo, el echar a correr hubiera estado mal; estaba demasiado irritado para correr, así que me quedé.

—Mi hermana —le dije—, mi hermana es una bruja, y le diré que te eche un maleficio.

Tienen que comprender ustedes que estaba muy irritado.

Y, naturalmente, ellos no tenían ni idea de que mi hermana es una verdadera bruja, y que sus maleficios son reales, y que el año pasado Manuel Valdés murió a causa de uno de ellos. A veces deseara, más que nada, ser como mi hermana, para maldecir a la gente y verlos arrugarse, enfermar, ahogarse y morir.

—Adelante, mequetrefe —gritó uno de los otros hombres—. Dile a tu hermana que me eche una maldición. Apuesto a que sabe quien soy; he estado con todas las chicas Mex de este lado de la frontera.

Esto hizo que lo volviera a ver todo rojo. Mi hermana es virgen, y debe seguir siéndolo, pues es una bruja. Y, aún sin tener en cuenta esto, no es como algunas de las otras. La he oído hablar de ellas, y sé lo que piensa.

Le lancé un insulto y corrí hacia él, y le golpeé; mi puño contra su sólido costado hizo que me sintiera satisfecho, pero los otros hombres me apartaron de nuevo. Y sin embargo me resultaba imposible irme. Aquello estaba muy mal, y tenía que solucionarlo.

—Haré que mi padre venga a luchar contigo, pues es un gigante de tres metros de altura.

Los hombres se echaron a reír, pues, naturalmente, no sabían que mi padre es verdaderamente un gigante de tres metros de altura, y que mi madre es una sirena como las que se ven en los libros, en los viejos libros que tienen hechizos y extraños poderes. No sabían que yo no era ningún chico mentiroso, sino un hombre que decía la verdad.

Y se rieron; y de nuevo me irrité y les dije muchas cosas, lanzándoles insultos en castellano, que no comprendían. Eso solo les hizo reír aún más.

Finalmente, me fui; era necesario que me fuese, puesto que allí no podía hacer nada. Pero también era necesario que arreglase las cosas. Algunas noches más tarde habían muerto por lo que habían dicho y hecho.

Pues yo siempre digo la verdad, y les había dicho la verdad acerca de mi hermana, mi padre y mi madre. Pero hubo una cosa que no les dije.

Y lamento que nunca llegarán a saber que yo era el ser alado que los aterrorizó y los mató, uno tras otro...

Título original:

MEX