MISS UNIVERSO
JACK VANCE
Jack Vance es uno de los autores de segunda fila más conocidos en el campo de la SF norteamericana, por lo prolífico de su obra. Gran aficionado a escribir space-operas, nos relata aquí, en un tono muy propio de una época en la que los autores trataban de acumular detalles a cual más exóticos en sus relatos interestelares, el primer concurso galáctico de belleza... que nos parece tan estúpido como cualquiera de esas “exhibiciones de ganado” en que las muchachas de hoy en día se exhiben en bañador (y fuera de él, según el país), mostrando sus curvas y su poca inteligencia.
I
Hardeman Clydell se volvió hacia su avispado y joven ayudante Tony LeGrand.
—Tu idea tiene un cierto loco encanto —dijo—. Pero, ¿añade algo a lo que ya tenemos?
—Esa es una buena pregunta —dijo LeGrand. Miró a lo que ya tenían: la Exposición del Tricentenario de California, un disco de cemento de dos kilómetros de ancho, recubierto de dobles torres blancas, terrazas de color rojo, jardines esmeralda, piscinas zafiro y cortado en segmentos por cuatro grandes paseos: Norte, Este, Sur, Oeste... 3’1416 kilómetros cuadrados de grandiosidad y lujo en medio del desierto de Mojave.
Un pilón de mil quinientos metros, que se alzaba desde el Cónclave del Universo, sustentaba una tremenda sombrilla de magnesio que protegía del brillo del sol del desierto. Hacia la mitad del pilón, una plataforma soportaba las oficinas administrativas y el observatorio en el que Hardeman Clydell, el director general de la Exposición, y Tony LeGrand, se encontraban.
—Creo —dijo LeGrand, frunciendo el entrecejo al cigarro que Clydell le había entregado —que cualquier cosa puede ser mejorada, incluyendo la Exposición del Tricentenario de California.
Hardeman Clydell sonrió inocentemente.
—Suponiendo que existan todas esas bellas mujeres ...
—Estoy seguro de que existen.
—...¿cómo te propones atraerlas aquí y hacer que crucen todos esos años-luz de espacio?
LeGrand, apuesto, despreocupado, elegante, se consideraba como un experto en psicología femenina.
—En primer lugar, todas las mujeres hermosas son vanidosas.
—Como las que no lo son.
LeGrand asintió.
—Exactamente. Así que, si ofrecemos un pasaje gratuito en una nave de línea de lujo y un gran premio para la vencedora, no tendremos ningún problema para reunir candidatas.
Clydell chupó su cigarro. Había disfrutado de una buena comida. La construcción, amueblado y decoración de la Exposición iba cumpliendo con los plazos establecidos; estaba con el ánimo adecuado para una propuesta de aquel tipo.
—Es una buena idea —dijo—. Pero... —se alzó de hombros— hay consideraciones que van más allá de la mera existencia de mujeres hermosas.
—Oh, estoy de acuerdo en un ciento por ciento.
—A muchos extraterrestres no les gusta viajar. Y ¿qué es lo que vamos a usar como premio? Ese es un buen problema.
LeGrand asintió pensativamente.
—Tiene que ser algo espectacular —habitualmente, podía manejar bien a Clydell, llevándolo por donde quería de forma que las objeciones en contra acababan por convertirse en argumentos a favor.
—El que sea espectacular no es suficiente —dijo Clydell—. También tiene que servir de algo. Ofrecemos un yate y gana una chica de Deserta Delicia. Nunca ha visto más agua que la que pueda haber en un charco. ¿Qué es lo que hace con el yate?
—Es algo que tenemos que estudiar.
Clydell prosiguió:
—Toma a una muchacha de Conexxa. Dale joyas, y se reirá de ti: tira diamantes tan gordos como tu puño para ahuyentar a los perros de su planeta.
—Quizá un Rolls Royce Aeronaut...
—Ya estamos de nuevo. Los veidranus cabalgan mariposas. Imagínate a una chica de Veidranu conduciendo un Aeronaut a través de todas esas flores y. enredaderas.
LeGrand dio una chupada a su cigarro.
—Es un reto, Hardeman... ¿Qué clase de premio sugerirías?
—Algo indefinido —dijo Clydell—. Se les puede dar lo que quieran. Que la vencedora escoja su premio.
—Supón que escoja la ciudad de Los Ángeles —dijo LeGrand con una alegre carcajada.
—Cualquier cosa razonable. Se puede poner un límite equivalente a cien mil créditos.
—¡Pues vaya, Hardeman, creo que has tenido una buena idea! —dejó su cigarro—. Naturalmente, hay problemas...
Aquella era la jugada clave. El dicho favorito de Hardeman Clydell era: «cada problema tiene su solución». El usar la palabra «problema» era utilizar una de las palancas más seguras con que mover a Clydell.
—Hum. Nada que no pueda ser resuelto —dijo Clydell—. Cada problema tiene su solución.
Tony comenzó a exponer la segunda parte de su plan; este era tan asombroso e inusitado, que no se había atrevido a tratarlo completo de una sola vez.
—Naturalmente, estaremos bastante limitados —dijo—. Solo hay media docena de mundos que tengan vida humanoide. Algunos de ellos son C y D... realmente no humanos. Y no querríamos encontrarnos con nada de segunda categoría —se golpeó la palma con el puño—. ¡Ya lo tengo! ¡Escucha, Hardeman! ¡Tengo una idea sensacional!
—Te escucho —dijo Clydell, sin comprometerse a nada.
—¡Dejemos el concurso totalmente abierto! ¡Que venga quien quiera! ¡Que cada planeta envíe a su hembra más hermosa!.
Clydell lo miró sin comprender.
—¿Qué quieres decir con eso de «cada planeta»? ¿Cada planeta del Sistema Solar?
—¡No! —gritó LeGrand, entusiasta—. Cada planeta que tenga una civilización. ¡Qué toda la galaxia pueda entrar en el concurso!
Clydell sonrió ante la estúpida idea de su ayudante.
—De acuerdo, nos viene una millamede y una johnsoniana, una pentacyntha o dos, y quizá una jangrill de la Estrella Azul, si podemos hallarla. Tan horribles, que ni siquiera sus propios esposos se atreven a mirarlas a la cara. Y las enfrentamos con digamos Althea Daybro, o Mercedes O’Donnell.
Clydell escupió sobre la barandilla, e hizo un sonido en lo más profundo de su garganta.
—Admito que sería un espectáculo de lo más macabro. Pero ¿cómo solucionamos lo de «concurso de belleza»? —LeGrand se quedó pensativo.
—Es un problema que tiene que ser resuelto. Un problema...
Clydell agitó la cabeza.
—No estoy convencido de este último aspecto. Le falta dignidad.
—Tienes razón —dijo Tony LeGrand—. No podemos dejar que esto se convierta en una farsa. Porque no es simplemente un concurso normal de belleza... es mucho más importante. Es un experimento en relaciones interplanetarias. Ahora bien, si conseguimos algunos hombres muy distinguidos como jueces, tú mismo, por ejemplo... el Secretario General, Mathias Bradisnek, Herve Christom, y también jueces de algunos de los otros mundos: el Primero de la Osa Mayor; el Prefecto de Veidranu... ¿cómo se llama?, y el Gran Mariscal Baten Kaitos...
Clydell chupó su cigarro.
—Organizándolo de esta manera, el juicio resultaría imparcial. Pero, ¿cómo infiernos voy a comparar alguna hermosa chica de la Tierra con una mujer de Sadal Suud y Sobrot? ¿O con una de esas mujeres dragón de las Pléyades? Ese es el verdadero intríngulis de la cuestión.
—Es un asunto grave... Un gran problema.
—Bueno —dijo Clydell—. Cada problema tiene su solución. Esto es axiomático.
Tony dijo, pensativo:
—¿Y si juzgásemos a cada candidata según sus propios estándares... según los ideales de su propia gente? De esa manera el concurso sería perfectamente equitativo.
Clydell chupó vigorosamente su cigarro.
—Posible, posible.
—Hacemos un poco de investigación, conseguimos el ideal de cada raza. Un conjunto de especificaciones. La que más se acerque a las especificaciones ideales será la ganadora. ¡Miss Universo!
Hardeman Clydell se aclaró la garganta.
—Todo esto está muy bien, Tony... pero te estás olvidando de un aspecto muy importante: la financiación.
—Es una mala cosa —dijo Tony.
—¿Qué es una mala cosa?
—Que tú y yo estemos en la posición en que estamos. Nos hallamos atrapados por la ética de la situación.
Clydell lo miró con un ceño de asombro, abrió la boca para hablar, pero Tony se apresuró a proseguir:
—No hay forma honorable en la que podamos llevar a cabo este tremendo espectáculo nosotros mismos.
Clydell pareció interesado:
—¿Crees que se iba a ganar dinero?
Tony LeGrand sonrió astutamente.
—¿Cuánta gente ha visto simplemente una arenasauria de Marte? Y no hablemos de una pentacyntha o una cabeza-de-casco de Sagitario. ¡Y tendremos a las reinas de la belleza de todo el Universo reunidas aquí!
—Cierto —dijo Clydell—. Muy cierto.
—Sería el mayor espectáculo de toda la Exposición.
Clydell lanzó su cigarro por encima de la barandilla.
—Merece la pena pensarlo.
Y esto, como Tony LeGrand sabía, era una forma de aprobar la idea, con ciertas reservas.
II
Hardeman Clydell, por razones que él debía conocer, nunca se había casado. En aquel estadio de su vida, tenía un buen porte, un rostro suave y sonrosado, y un excelente cabello canoso con largas patillas. Un hombre tremendamente rico, estaba actuando de Director General con un salario de un dólar por año. Era un ardiente deportista; poseía su propio bote espacial; disfrutaba cocinando, y sirviendo comidas hechas con viandas importadas de lejanos mundos. Sus cigarros eran hechos especialmente de un tabaco negro que crecía en las islas Andaman, que era ahumado en fogatas por los nativos, curado con ponche de arak, y envejecido entre hojas de roble.
Se había encontrado con Tony LeGrand en la playa de Tannu Tuva, y le había ofrecido un cigarro. Cuando Tony exclamó que era el mejor que jamás había fumado, Clydell supo que era un hombre de cuyo juicio podía fiarse absolutamente. Contrató a Tony como asistente privado y brazo derecho.
Tony se había convertido en indispensable. Clydell averiguó que sus ideas más ingeniosas se le ocurrían durante charlas con Tony... por ejemplo, el Concurso de Belleza Galáctico. ¿Quién había sido el que había tenido la idea... él o Tony? ¡Clydell había organizado un esquema, a partir de esa idea, del que se hablaría durante muchos años!
Una vez completado el diseño general, Clydell permitió que Tony se ocupase de las masas de pequeños detalles. Cuando Tony se encontraba con algo con lo que no podía enfrentarse, acudía a Clydell para pedirle consejo. Pero, en general, parecía estar llevando a cabo una excelente tarea.
Tras considerar la extensa lista de mundos que se sabía estaban habitados por razas inteligentes o casi inteligentes, Tony, con el consejo de Clydell, los eliminó a todos excepto a treinta y tres. Los criterios aplicados fueron los siguientes:
1. — ¿Está socialmente organizada la raza?
(Las razas que vivían sin una estructura social, en un estado de intensa competencia o de anarquía, podían no llegar a comprender la idea del concurso, y se podían mostrar poco cooperativas, e incluso quizá crear problemas, si no lograban vencer.)
2. — ¿Podemos comunicarnos adecuadamente? ¿Existen intérpretes disponibles?
(Las tribus de Merak usaban la clarividencia entre sus individuos para leerse los flagelos internos. Los gongs de Fomalhaut se transmitían información a través de complejos olores, que eran impregnados en pelusa de cabellos que escupían en dirección al que querían comunicar. Los carboides de Cefeo 9621, que nadaban por el aire, se comunicaban con un sistema que resultaba imposible hasta explicar. Ninguna de estas razas fue siquiera considerada.)
3. — ¿Es fácilmente duplicable el hábitat de la raza en la Tierra?
(Los espectralmente bellos pavos de oro vivían a una temperatura de 2.000 grados Kelvin. Las complejas moléculas de los sabik de Beta estallaban a presiones inferiores a las 30.000 atmósferas terrestres. La viabilidad de los grises chastainianos dependía de su corriente sanguínea formada por helio en estado fluido, estado que solo podía ser mantenido en las proximidades de los cero grados Kelvin.)
4. — ¿Existe algún elemento de la raza que razonablemente puede ser clasificado como hembra?
(Los estilos de reproducción entre las formas vitales del universo admitían tremendas variaciones. Los anélidos gigantes de Mauvaise se dividían en doscientos segmentos, cada uno de los cuales podía llegar a ser un organismo adulto. Entre los habitantes de Gamma de Grus, había no dos, sino cinco sexos, que participaban todos ellos en el acto reproductivo. Los churo, humanoides de Gondwana, eran mono sexuales.)
5. — ¿Es la raza notoriamente irritable, malintencionada o truculenta? ¿Tiene algún hábito de instinto que pueda ser ofensivo o peligroso para los visitantes de la Exposición?
Cuando los cinco criterios fueron aplicados a las formas de vida que poblaban los mundos de la galaxia, quedaron todas eliminadas excepto treinta y tres, ocho de las cuales eran humanoides, de las clases A a D. (La clase A comprendía a los verdaderos hombres y a las variaciones aproximadas; cualquier cosa menos humanoides que la clase D ya no era humanoide).
Hardeman Clydell hizo una rápida comprobación de las investigaciones de Tony, señalando un fallo aquí, un error allí, añadiendo una raza o dos, y encontrando a otras inaceptables por uno u otro motivo. Tony discutía las decisiones de Clydell.
—Esos soteranianos... ¡son unos seres muy hermosos! ¡He visto fotos! ¡Tienen unas grandes alas peliculadas!
—Es demasiado difícil ocuparse de ellos —dijo Clydell—. Respiran fluorhídrico... lo mismo ocurre con esos insectos de porcelana que viven en el vacío.
Tony se alzó de hombros.
—De acuerdo. Pero eso... —señaló a una de las adiciones de Clydell —... Mel. No lo entiendo. Jamás he oído hablar de ese lugar.
Clydell asintió plácidamente.
—Una raza interesante. Leí un artículo dedicado a ellos. Están muy estratificados; los machos hacen el trabajo, y las hembras se quedan en casa y paren. Serán una adición interesante.
—¿Qué aspecto tienen?
Clydell guillotinó la punta de uno de sus cigarros. Tony aparentó que estaba ocupado, pero Clydell le alargó su cigarrera.
—Toma, Tony, fúmate uno. Te gustan; no se los daría a nadie más.
—Gracias, Hardeman. Acerca de esos mels...
—A decir verdad, no me acuerdo mucho de ellos. Viven en ciudades monstruosas. Se dice que son hospitalarios hasta lo absurdo y tremendamente amistosos. Justo lo que buscamos. Y de un tamaño aceptable.
—De acuerdo —dijo Tony—. Aceptado Mel.
La lista final incluía treinta y una razas. Fue en ese momento cuando Tony se hizo con las especificaciones ideales. Envió mensajes espaciales codificados a los representantes de la Tierra en cada planeta, describiendo su problema y requiriendo unos datos absolutamente fidedignos acerca del concepto local de la belleza femenina.
Cuando llegó y fue archivada la información, Tony preparó invitaciones, que fueron firmadas por Hardeman Clydell y enviadas a cada uno de los planetas. El valor del premio había sido aumentado a un millón de créditos, tanto para atraer a las concursantes como para crear más impacto en los órganos informativos del Universo.
Veintitrés de los treinta y un mundos aceptaron enviar representantes.
—¡Imagínatelo! —se maravilló Hardeman Clydell—. Veintitrés mundos lo bastante confiados en la belleza de sus mujeres como para enfrentarlas con la flor y nata de la galaxia.
Y Tony LeGrand comenzó a preparar la publicidad:
«¡Las más hermosas criaturas del Universo! ¡Vea a Miss Universo en la Exposición del Tricentenario de California!»
III
La Exposición del Tricentenario de California se abrió a las ocho de la mañana del Día Inaugural. Durante las primeras veinticuatro horas, más de un millón de hombres, mujeres y niños entraron en el recinto a través de las puertas situadas en los extremos de los cuatro grandes paseos, o desde las estaciones del metro. Los visitantes del segundo día fueron casi novecientos mil, y los del tercero ochocientos mil. Tras la primera semana, el número se había nivelado a medio millón diario.
El concurso de belleza galáctico había sido programado para el mes de febrero, cuando se podía esperar que el número de visitantes tuviera un descenso estacional.
Veintitrés estructuras de paredes de cristal de dieciséis metros de largo por nueve de ancho y seis de alto estaban siendo construidas bajo la supervisión conjunta de la Sociedad Astrofísica y de la Oficina de Investigaciones Biológicas. Cada estructura duplicaba cuidadosamente las condiciones de presión, temperatura, gravedad, radiación y condiciones químicas del planeta nativo de cada una de las concursantes.
En la mayor parte de los casos, los ajustes eran muy simples: la adición de un pequeño porcentaje de dióxido de azufre a la atmósfera, la eliminación del vapor de agua, la regulación de la temperatura.
El interior de cada vivario simulaba un paisaje del planeta nativo de la concursante. La estructura número veintiuno era un lago de mercurio, roto por arrecifes de carburo de silicio. El suelo de la estructura número seis estaba recubierto de algas marrones. Una cortina de espiratoforas vivas colgaba en la parte trasera; y un largo iglú de musgo seco se hallaba a la derecha.
La estructura número diecisiete estaba alfombrada por una fibra flexible marrón, parecida a una gigantesca esponja. Colgados de unos ganchos había unos gigantescos útiles de limpieza. Era el vivario en el que Miss Mel se mostraría a los curiosos ojos de los terrestres.
La estructura número veinte era una jungla de vegetación roja, amarilla y azul de Veidranu. La estructura número quince representaba el desierto marciano, con la curva de cristal de un domo al fondo. La estructura número nueve simulaba una calle de Montparnasse: árboles, un pequeño café, los típicos kioscos de anuncios parisinos. Esta última era el domicilio en la Exposición de Miss Tierra: Jacqueline Dupont, de París.
A mediados de enero comenzaron a llegar las concursantes al espaciopuerto de Los Ángeles. Hardeman Clydell, que era uno de los jueces, decidió no ver a ninguna de las bellezas extraterrestres antes del concurso, y Tony LeGrand se ocupó de la recepción oficial, en su nombre.
De regreso a la oficina de la Exposición, informaba a Clydell:
—Hay una o dos que no están mal entre las humanoides. Las otras puede que sean bellas en el sentido técnico de la palabra... pero no lo son para mí.
Clydell miró con curiosidad un moretón en el rostro de Tony.
—¿Te metiste en una pelea?
—Ha sido tu amistosa Miss Mel. Me «acarició» la mejilla.
—¡Oh! —dijo Clydell—. Es bastante grande, ¿no?
—Grande y fortachona. Miss Mel. O mejor debería decirse Miss Mal Olor. Parte elefante, parte dragón, parte gorila y parte león. Y, en cuanto a lo de afectuosa... ya me ha invitado a su casa para hacerle una visita. Puedo permanecer allí tanto tiempo como quiera.
—No juguetees con el afecto de las damas —le advirtió Clydell agitando el dedo, mientras sonreía burlón.
—No me importaría juguetear con Miss Veidranu o Miss Alschain... —le entregó a Clydell un paquete de opúsculos atados con un cordón azul.
—¿Qué se supone que debo hacer con todo esto? —preguntó Clydell.
—Leerlo. Es la información que necesitarás para la elección: datos acerca de cada una de las concursantes, una descripción de su planeta madre y, lo más importante de todo, el estándar según el que tiene que ser juzgada.
—Muy bien —dijo Clydell—. Veamos lo que tenemos aquí —tomó un cigarro de su cigarrera, y se la pasó a Tony.
—Ahora no, jefe. Acabo de comer.
—¡Es cuando saben mejor!
Tony seleccionó lentamente un cigarro.
—Bueno —dijo Clydell—, dediquémonos al trabajo.
Contempló un papel unido con un clip a la tapa del opúsculo.
—Son las pruebas de impresión —dijo Tony—. Las editaremos en masa y se las entregaremos a los asistentes.
Clydell estudió la hoja:
¡EL PRIMER CONCURSO GALÁCTICO DE BELLEZA!
¡ELECCIÓN DE MISS UNIVERSO!
¡PREMIO PARA LA VENCEDORA: LO QUE DESEE!
La elección comenzará el 1.° de febrero.
Cada concursante será juzgada según los estándares de belleza de su propio mundo.
JUECES
1. — Señor Skde Shproske, Embajador de Gamma de Grus.
2. — Señor 92-14-63-55, Agregado Comercial de Aspidiske (Iota de Argus).
3. — Señor A-O-INH, Estudiante de Persigian (Leo 4A563).
4. — Señor SSEET-TREET, Agregado Comercial de Kaus Australia (Eta de Sagitario).
5. — El Honorable Hardeman Clydell, de la Tierra.
PARTICIPANTES
1. — Miss Conexxa...
Tony LeGrand interrumpió la lectura de Hardeman Clydell.
—Te darás cuenta de que he incluido algunas notas informales tras la descripción de cada una de las concursantes. Son exclusivamente para tu propia información... no estarán incluidas en el programa público.
Clydell asintió, dio una lujuriosa chupada a su cigarro, y siguió leyendo la lista.
1. — Mis Conexxa (Beta del Triángulo). Humanoide. Tipo A. Alta, enjuta. Cabello rojo peinado en puntas barnizadas, piel cobriza, orejas y labios negros. Pelaje negro brillante sobre las espinillas. Atractiva y exótica. Peso, sesenta kilos.
2. — Miss Alschain (Beta del Águila). Humanoide. Tipo B. Pequeña, como un elfo de grandes ojos. Las cejas parecen ser de plumaje verde. Cabello pálido y poco tupido parecido al color del maíz. Insectívora. Peso, treinta y dos kilos.
3. — Miss Chromosphoro (Centauro 95-18). La parte superior parece un gran pez rojizo, rodeado por dieciocho patas articuladas, cuyas rodillas están al nivel de los ojos. Peso, setenta kilos.
4. — Miss Shaula (Lambda de Escorpión). Una bañera puesta al revés. Con manchas marrones y grises. Brillante. Tiene debajo un centenar de pequeñas patas con ventosas. Un ojo en el centro, parecido a un periscopio. Peso, ochenta kilos.
5. — Miss TIX (Tau del Dragón). Humanoide D. Tipo espantapájaros. Dos metros setenta de alto, muy delgada. Gran cabeza, sin barbilla. Ojos facetados. Color escarabajo. Ventosas en las yemas de los dedos (dieciséis dedos). Peso, cuarenta y cinco kilos.
6. — Miss Aries 44R951. Un gran matorral desraizado con un centenar de medusas colgando. Peso, dieciséis kilos.
7. — Miss Vindemiatrix (Eta de Virgen). Congrio translúcido con espinas dorsales y cuatro manos alrededor de la boca. Tiene el cerebro en una larga banda espinal que fosforesce visiblemente durante los procesos mentales. Peso, veinticuatro kilos y medio.
8. — Miss Achernar (Alfa de Eridani). Un armadillo con cabeza de avispa. Escamas verdes. Muy telepática. Cuidado con lo que pienses de esta. Peso, sesenta kilos.
9. — Miss Tierra. Jacqueline Dupont, de París. ¿Tengo que describírtela? Humanoide tipo A. Peso, cuarenta y seis kilos.
10. — Miss Theta de Piscis. Cuarenta estrellas de mar atadas a un bambú de dos metros diez de largo. Serpentea, camina erguida o da saltos. Peso, doce kilos.
11. — Miss Arneb (Alfa de Leporis). Un globo de gelatina azul. En el interior hay siete pelotas de luz amarilla flotando alrededor de tres pelotas de luz roja. Peso, ¿?
12. — Miss Jheripur (Omega de la Cruz). Humanoide C. Metro veinte de alto, noventa centímetros de grueso. Tan amarilla como la mantequilla. Sin cabello. Peso, cien kilos. Una jamona.
13. — Miss Delta del Cuervo. El nombre le va, parece un cuervo. Alta, sin pico, con piel negra, sin plumas excepto en una cresta que le corre cuello abajo. Peso, ochenta kilos.
14. — Miss Alphard (Alfa del Dragón). Como un cangrejo metálico, sin pinzas ni antenas. Camina muy pegada al suelo. Dicen que corre muy rápido; y también bastante susceptible. No bromees con esta. Peso, bueno, quizá doscientos kilos, quizá más.
15. — Miss Marte. Lorraine Jorgensen, de la Colonia Polar. Rubia, con grandes ojos azules. Muy bonita. Peso, cuarenta y nueve kilos y medio.
16. — Miss Claverops. Humanoides C. Anfibia. Lustrosa como una foca. Color marrón verdoso. Manos y pies palmeados. Peso, setenta y dos kilos.
17. — Miss Mei. Un monstruo. Cinco metros y medio de largo, con el color de las ostras crudas. Seis grandes brazos. Produce un constante sonido semejante a una fuerte carcajada. La cabeza parece la de un gorila, el tórax como el de la reina de las termitas, Peso: no me atrevo ni a imaginármelo. Ve con cuidado con esta: le gusta darle palmaditas a uno. Estoy amoratado de sus cariñitos. Hiede como un matadero. Parece querer algo, pero no sé el qué.
18. — Miss Sadal Sudd (Beta de Acuario). Una mandrágora. Tiene el cuerpo como una zanahoria blancoverdosa. De la cabeza le salen hojas rojas. Sadal Suud significa «el planeta más afortunado». ¿Será la que gane? Peso, sesenta kilos.
19. — Miss Persigian (Auriga 225-G). Lagarto color azul brillante. Un tono muy bonito. Dicen que si se toca pica como una ortiga. Peso, cuarenta kilos.
20. — Miss Veidranu (Psi de Hércules). Humanoide tipo B. Una cosita frágil, parece cubierta con polvillo de ala de mariposa. Tiene una película rosa, verde y azul en lugar de cabello, que le desciende hasta la espalda. Un bello tipo. Hermosa. Peso, cuarenta kilos.
21. — Miss Gomeisa (Beta del Can Menor). Un pontón de tres metros con una vela de hierro. Vive en un océano de mercurio. Cargada de electricidad. ¡Cuidado, no la toques! Peso... pesado.
22. — Miss Proción (Alfa del Can Menor). Doce metros de guindalezas de Manila.
23. — Miss Grglash (Eta de Casiopea). Humanoide D. Forma femenina que conduce a error. Su base metabólica es la sílice. Su cráneo es un horno, y por una serie de agujeritos en la parte superior surgen llamas que parecen un hermoso cabello naranja. Muy caliente. ¡No la toques! Peso, setenta y dos kilos.
Hardeman Clydell dejó el papel.
—Buen trabajo. Un compendio muy adecuado de cada participante —tomó uno de los opúsculos al azar—. Miss Aries 44R951 —Volvió a mirar a la lista—. «Un gran matorral desraizado con un centenar de medusas colgando». Veamos... «Vive en la superficie de los lagos poco profundos cubiertos de algas. Los machos construyen iglúes de musgo en la orilla». Hum... «Realizan complicadas danzas en los lagos sagrados...» Hum... hum... Aquí está lo que estoy buscando: las especificaciones.
—Las encontrarás muy definidas —le dijo Tony—, hasta la milésima de centímetro.
—Parecen bastante técnicas —dijo Clydell—. Diámetro medido de agrix a la therulta... —alzó la vista hacia Tony—. ¿Qué infiernos es un agrix? ¿Y una therulta? ¿Tengo que saberlo?
—Todo eso se explica en el apéndice. Hay un diagrama de la fisiología del ser. Si no me equivoco, el agrix y la therulta son las cocas terminales de uno de los vérulos. Naturalmente, un vérulo es una fibra.
—Ya veo, ya veo —murmuró Clydell—. Bien, bien. «Diámetro medido del agrix a la therulta: 42,571 centímetros. Del clavon al gadel...» Supongo que también se explicará qué son esos términos.
—Oh, sí. Muy explícitamente.
Clydell chupó el cigarro.
—«38,092 centímetros. Los orgotes gangliónicos...»
—Son las cosas como medusas.
—«...deben ser 43». ¿Qué son todos esos números? —señaló.
Tony dio la vuelta al escritorio y miró al opúsculo.
—¡Ah, eso! Son los índices de dureza, viscosidad, temperatura y color de los orgotes. Que, por cierto, no tienen que emitir ningún olor perceptible.
—¿Y se espera que huela esos orgotes... los cuarenta y tres?
—Supongo que sí... si quieres realizar un trabajo justo.
El rostro de Hardeman Clydell se puso hosco y adusto.
—No me importa examinar caderas y medir senos... pero este controlar agrices y oler orgotes... simplemente, no tengo tiempo para eso.
Pensativamente, contempló a Tony LeGrand, que rápidamente se inclinó hacia adelante y tomó otro opúsculo.
—Mira, esta es Miss Veidranu. La he visto. Es tan hermosa como la Venus de Milo. ¡Por Dios, y algunas de las cosas que tienes que medirle!
Pero Hardeman Clydell no estaba dispuesto a dejarse distraer.
—Tony, me fío de tu juicio tanto como del mío propio.
—¡No me digas esas cosas!
—Sí —dijo Clydell firmemente—. Dejaremos que mi nombre siga en la lista de los jueces... pero tú serás el que decidirá.
—Pero, Hardeman... ¡no creo que esté capacitado!
—Claro que lo estás —dijo Clydell testarudo—. Conoces bien a esos seres. Los has estudiado.
—Sí, pero...
—Tomas tus propias medidas, y llegas a un juicio correcto. Yo lo comprobaré, y en el momento correcto representaré mi papel.
Tony hizo una mueca.
—Lo que temo es esa Miss Mel. Si dejase de ponerme las manos encima... Francamente, jefe... —miró a su cigarro y, suavemente, dejó caer la ceniza en un bol de cerámica, alzando luego la vista; Clydell lo estaba contemplando con una mirada algo interrogativa—. Está bien —murmuró luego—. Supongo que es la clase de cosa por la que me pagas.
Hardeman Clydell asintió.
—Exactamente.
IV
Tony visitó el hotel Mira Vista de Los Ángeles, en donde la señorita Zzpii Koyae, del decimocuarto planeta del sistema de Alschain, ocupaba una suite. La señorita Koyae era encantadora según los estándares de cualquier mundo. De apenas metro y medio de alto, era tan ligera como una nube de humo, encantadora y saltarina como un gatito entre la hierba. Su piel era de un color verde pastel, y la mata de cabello sobre su delicado rostro era tan pálida como la luz de la luna. Llevaba unas zapatillas escarlata, una bata de gasa azul y, en una oreja, un pendiente parecido a un crisantemo verde.
Parecía un hada de uno de los antiguos cuentos: no del todo humana. Saludó a Tony con un estallido de ansiosa charla, y luego, cuando se enteró de que Tony iba a ser juez del concurso, se tornó aún más vivaracha. Sabía algunas palabras de inglés y, tomando ambas manos de Tony entre las suyas, expresó su placer por la visita.
—¡Y, después del concurso... tienes que venir a visitarme! En Plais, de la estrella que llamáis Alschain. ¡Ah, es un planeta encantador! Serás mi huésped, y vivirás conmigo en mi casita junto al río Chthis. Naturalmente, ganaré, y me compraré un millón de metros de rica seda negra, y sabrás lo que significa la gratitud para uno de mi raza.
Tony se echó a reír.
—¡Eres una dulzura, mi pequeña traviesa! —le echó el brazo sobre los hombros, que pulsaban como el pecho de un pajarillo. Le besó la punta de la nariz, y hubiera seguido, pero ella le apartó.
—No, no, mi Tony. Después del concurso.
La señorita Jacqueline Dupont había tomado un apartamento en el Albergue del Desierto, en las laderas del monte Whitney. Sonó el botón de llamada, y una criada contestó. Reconoció el rostro en el visor de la recepción, y habló con la señorita Dupont por el interfono:
—Es el joven de la Exposición, aquel que quería todas aquellas informaciones.
—Peste! —dijo Jacqueline—. Qué molesto. ¿Tengo que verlo? —le dio una petulante patada a la almohada que tenía en los pies—. Muy bien. Déjele que entre dos minutos. Ni un segundo más. Sea firme. No acepte ninguna excusa.
Tony entró en la habitación.
—Hola, señorita Dupont —miró a su alrededor—. Espero que se encuentre totalmente confortable.
—Sí. Mucho —y Jacqueline hizo una mueca al Valle de la Muerte. Se alzó, quedando de rodillas, le dio la espalda a Tony, y apoyó la barbilla en sus manos.
—¡Menudo lío! —dijo Tony—. Como si no tuviera bastante trabajo, ahora me han hecho juez del concurso de belleza.
Con un único movimiento, Jacqueline Dupont giró, se alzó en pie, y quedó frente a él, con su encantador rostro radiante.
—¡Tonyyyyy! ¡Qué maravilloso! ¡Y hay que ver lo amigos que somos!
—Es encantador, ¿no? —dijo Tony.
—Hum —dijo Jacqueline—. Eres tan dulce, Tony, al venir a verme así... tan dulce... Dame un besito.
La criada entró en la habitación.
—Lo lamento, señorita Dupont. Ha llegado la modista. No puede esperar. Tiene que verla de inmediato.
—Mierda —dijo Tony—. Muy bien, creo que será mejor que me vaya.
—Gran diable du sacré feu! —dijo Jacqueline entre dientes.
—Eres tan fuerte —dijo la señorita Fradesut Consice, de Veidranu, con su voz dulce pero ronca—. En mi planeta, todos los hombres son unos efebos. ¡Después del concurso, me quedaré en la Tierra, en donde los hombres son fuertes! Y con el dinero que gane... Quizá tu podrías ayudarme a gastarlo, ¿eh, Tony?
—Claro que me gustaría —dijo Tony—. Ah, pero eres tan suave, tan frágil... —puso sus manos sobre el brazo de ella, y acarició la piel que brillaba con sutiles colores de alas de mariposa, y comenzó a atraerla hacia sí. Ella revoloteaba como una de las mariposas que estaba acostumbrada a cabalgar sobre los pantanos de Veidranu.
—¡No, no! ¡No podemos hacer el amor ahora! ¡No querrás que se me vaya el brillo de la piel! Debo ser hermosa. Después... ¡entonces verás!
—Después —gruñó Tony—. Siempre después.
—¡Tony! —susurró la muchacha de Veidranu—. Frunces el ceño, pones gesto hosco. ¿No será por mí?
Tony suspiró.
—No. No del todo. Tengo que ir a ver a ese maldito monstruo de Mel, disponer que sea llevada a la Exposición. Es tan grande, que necesitaré dos helicópteros de carga en lugar de uno...
Hizo una pausa fuera del vivario en que la señorita Magdalipe, de Mel, había fijado su residencia, y el intérprete, un pequeño breiduscano, oficioso humanoide, tan delgado como un silbido y con la voz de un grillo, lo descubrió:
—¡Ah, señor LeGrand, al fin ha llegado usted! La señorita Magdalipe está ansiosa; está esperando verle.
—Un momento —gruñó Tony. Al fin había encontrado un uso para los cigarros de Hardeman Clydell: su aroma se sobreponía al de la atmósfera de Mel.
Tenía encendido el cigarro. Tosió, escupió.
—De acuerdo —dijo hoscamente—. Estoy dispuesto.
El intérprete lo precedió al interior del vivario. Magdalipe estaba recostada con su gran tórax de espaldas a la puerta. Ante los primeros agudos sonidos del habla del intérprete, se dio la vuelta y, viendo a Tony, rugió complacida. Le palmeó, le dio unos pescozones. Las costillas de Tony crujieron. Sus pies abandonaron el suelo. La gran boca aullaba a un palmo de su oído.
Tras Tony, el intérprete tradujo:
—La señorita Magdalipe se siente muy contenta de verle. Le tiene afecto. Dice que si gana el concurso, le invitará a su palacio de Mel. Dice que siente mucho cariño por usted; que se lo pasará usted muy bien.
Y un mismísimo cuerno, pensó Tony. Chupó vigorosamente el cigarro, y le echó el humo a la cara. Si uno de los cigarros especiales de Clydell no lograba molestarla, nada lo haría.
Gorgoteó complacida, extendió la mano para darle palmadas, pero, fallando en la espalda, le dio un coscorrón en la sien. Y el cráneo de Tony resonó como una campana.
V
La noche del treinta y uno de enero, veintitrés helicópteros de carga aferraron veintitrés estructuras de cristal en diversas partes de California, las alzaron por los aires y las llevaron a través del desierto de Mojave hacia el brillante hongo metálico que se acurrucaba sobre la pálida arena. En la mañana del uno de febrero, los visitantes de la Exposición del Tricentenario encontraron el Cónclave del Universo bordeado por las veintitrés estructuras que mostraban las bellezas del Universo.
El uno de febrero, los visitantes de la Exposición excedieron el millón y medio.
El concurso comenzó a las cuatro de la tarde.
Se requería que cada juez inspeccionase separadamente a cada una de las concursantes, midiendo cada una de sus dimensiones, analizando su color, determinando su viscosidad, elasticidad, densidad, área, temperatura, índice refractivo, conductibilidad, y que luego comparase todos esos resultados con los que previamente habían sido presentados como ideal racial.
Era un trabajo lento, pero no había prisa. Cada día, las taquillas vendían un millón de billetes o más. Para el catorce de febrero todos los gastos en que se habían incurrido en la preparación del concurso de belleza habían sido amortizados; siguieron puros beneficios hasta el veintiocho de febrero.
El público en general no vio motivo alguno por el que retrasar la decisión final. El consenso daba como ganadora a Jacqueline Dupont, seguida por Lorraine Jorgensen de Marte, tras las que iban muy cerca la señorita Zzpii Koyae de Alschain, la señorita Fradesut Consici de Veidranu y la señorita Arednillia de Beta del Triángulo, la humanoide tipo A con el cabello rojo en puntas y el vello negro en las espinillas.
Uno de los órganos de noticias más sensacionales decidió tomar otro ángulo y llevó a cabo un Concurso de Fealdad, anunciando su resultado el quince de febrero:
«Hemos llevado este Concurso de Fealdad sobre una base tan equitativa como la que usan los cinco jueces para realizar su concurso de belleza.
»Nuestros estándares son los de la reacción física. Nos hemos preguntado a nosotros mismos: "¿Cuál de esas veintitrés bellezas nos produce mayores náuseas?"
»Sobre esa base, Miss Tierra, Miss Marte, Miss Veidranu, Miss Beta del Triángulo y Miss Alschain fracasan miserablemente. Ninguna de ellas nos produce náuseas. Por lo demás, todas las otras concursantes tienen puntos a su favor.
»Hemos efectuado los siguientes enjuiciamientos:
»Rostro más repugnante y monstruoso: número 17 y 8.
»Color más molesto: 17 y 5.
»Olor más hediondo: 17.
»Concursante más increíble: 21, 23 y 5.
»Concursante con quien menos nos atreveríamos a realizar una competición de lucha libre: 17.
»Menos elegante: 17.
»Ganadora: la número 17, señorita Magdalipe de Mel.»
El público estuvo de acuerdo. Era una conclusión a la que más o menos veinte millones de espectadores ya habían llegado.
Así que, el veintiocho de febrero, produjo una tremenda sorpresa el que los jueces nombrasen unánimemente a la concursante número 17, la señorita Magdalipe de Mel, como vencedora en el concurso, y la coronasen Miss Universo, Reina de la Belleza Interestelar.
La declaración conjunta, subsecuentemente publicada por la prensa, tenía un tono defensivo:
«No hay posibilidad de duda o de interrogación. La decisión de los jueces ha sido basada en las más cuidadosas mediciones, y es final y definitiva. Según las reglas del concurso, y por acuerdo unánime de los jueces, la señorita Magdalipe de Mel, siendo la concursante que tiene las medidas más aproximadas a los estándares ideales de su mundo, queda nombrada Miss Universo, Reina de la Belleza Interestelar.
»Mañana, el primero de marzo, a las cuatro de la tarde, Miss Universo elegirá su premio, y, si se halla dentro de las posibilidades de los ejecutivos de la Exposición del Tricentenario de California, su deseo será satisfecho.»
VI
Tony LeGrand fue a ver a la señorita Jacqueline Dupont.
—Mira, encanto —le dijo—, no sabes como trabajé por ti. Hice todo lo que me fue posible...
Ella se dirigió hacia él, con el trote de un potrillo.
—¡Sucio perro sarnoso! —siseó—. ¡Vete y no vuelvas jamás! ¡Te escupo a la cara!
La señorita Zzpii Koyae de Alschain fue menos vehemente.
—En mi país no hay luchas, no hay enemigos. Todos somos amigos. Y, ¿por qué? Porque, cuando tenemos enemigos, les hacemos... ¡esto! —y le golpeó con una cinta en la mejilla. Vibraba con pequeños puntos negros, que saltaron a la piel de Tony y se escondieron por entre sus ropas. De inmediato, comenzaron a morderle.
Un doctor logró extraer la mayor parte de las virulentas criaturas de las carnes de Tony, y le recetó un ungüento calmante. Tony no hizo ningún intento de contactar ni a Miss Veidranu ni a Miss Beta del Triángulo, pues las razas de ambas practicaban, ocasionalmente, sacrificios humanos.
Era ya casi el momento de la entrega del Gran Premio, de dar lo que la ganadora desease. Tony regresó a la Exposición, y subió en el ascensor hasta la oficina de administración. Clydell lo saludó cordialmente:
—Bien, Tony, todo marchó maravillosamente. Muy buen trabajo... Mejor será que dispongas que saquen todos esos vivarios de aquí esta misma noche. Todos excepto el de Miss Universo. Miss Universo... supongo... —hizo un guiño, arrugándosele todo el rostro— supongo que no habrá habido trampa.
—No... Simplemente, se ajustaba exactamente a esas especificaciones.
—Lo único que puedo decir es que los hombres de su planeta no demuestran tener mucho gusto. Bueno, son las cuatro menos cuarto. Bajemos, averigüemos lo que quiere, consigámoselo, y mandémosla a su casa.
Descendiendo al Cónclave del Universo, subieron al estrado que había sido erigido frente a la estructura número 17.
Estaba festoneado con flores, tiras de metal y toda clase de insignias de gala. Había lugares dispuestos para cada uno de los cinco jueces, ninguno de los cuales había llegado aún al lugar.
Los periodistas y operadores de la televisión estaban muy atareados con Miss Universo. Se mostraban un tanto groseros, riendo y haciendo chistes entre ellos, insinuando relaciones poco propias entre la señorita Magdalipe y su esquelético intérprete.
—Díganos, Miss Universo, ¿qué tal se siente siendo la más bella hembra del Universo?
—Igual que siempre —rugió—. No hay diferencia.
—¿La cortejan mucho en Mel? ¿Tiene muchos amigos?
—Oh, sí. Muchos.
—Los hombres deben ser bastante robustos, ¿no?
—No. Son débiles, espantapájaros. Ellos trabajan.
—¿Le sorprendió el vencer?
—No me sorprendió.
—¿Esperaba vencer?
—Naturalmente. No había forma en que pudiera perder.
—¿Qué quiere decir con eso? —le preguntaron.
Tanto Miss Universo como el intérprete parecieron sorprendidos por la pregunta; conversaron largo rato: contrabajo y violín. Finalmente, la señorita Magdalipe hizo una declaración, y el esquelético breiduscano la tradujo:
—Llega una carta de la Tierra pidiendo las medidas de la mujer más hermosa. Me midieron a mí. No les permití que hicieran otra cosa. Soy la mujer más hermosa. De hecho, soy la única mujer. Pongo huevos para todo el planeta.
Hubo una gran excitación y diversión. Los periodistas descubrieron a Clydell y a Tony, y les pidieron unas declaraciones:
—¿Ha ganado Miss Mel el concurso de una forma correcta? ¿Hay posibilidades de que sea descalificada?
Hardeman Clydell enrojeció irritado, y miró a Tony:
—¿Qué hay de cierto en todo esto, Tony?
—Por lo que sé —dijo Tony—, Miss Universo ha cumplido con todas las condiciones para ganar el concurso. El hecho de que sea la única mujer de su planeta constituye únicamente un simple tecnicismo.
Clydell recuperó su compostura.
—Esa es, exactamente, mi posición. Ahora, si me hacen el favor, caballeros, vamos a averiguar lo que desea la dama. Lo que quiere como premio.
Los periodistas les abrieron paso. Clydell y Tony se aproximaron al vivario.
Clydell se sacó el sombrero ante Miss Universo que, al otro lado del cristal, dejó caer su enorme tórax, con un tremendo sonido, sobre el suelo.
Clydell miró hacia el estrado.
—¿Dónde están los otros jueces?
Una muchacha botones se aproximó, y le susurró algo a Clydell. Este se aclaró la garganta, y se dirigió a los periodistas y a las cámaras de televisión.
—Los otros jueces nos han dedicado ya tanto tiempo como les era posible. Y, en nombre de la Exposición, quiero hacerles patente nuestro agradecimiento. Es mi deber el preguntarle a Miss Universo lo que desea como premio y, si se halla dentro de lo posible, suministrárselo.
Se volvió, y se aproximó al vivario.
—Miss Universo, tengo el privilegio de rogarle me indique qué desea como premio.
El intérprete tradujo el mensaje. Miss Universo gruñó y rugió, a su vez, una respuesta. El intérprete se volvió hacia Clydell. Los periodistas prepararon sus grabadoras. Las cámaras de televisión llevaron la escena a cien millones de ojos.
—Dice que solo quiere una cosa. A él —el intérprete señaló a Tony.
Las rodillas de Tony parecieron convertirse en mantequilla.
—¿Me quiere a mí?
—Dice que tiene que ir usted a vivir con ella en su palacio de Mel. Dice que le gusta usted mucho.
Tony se echó a reír, nervioso.
—No puedo abandonar la Tierra... ¡es imposible! —miró a su alrededor, al círculo de caras. Clydell parecía solemne. Los periodistas agitaban sus cabezas. Las cámaras de televisión escrutaban su rostro con impersonales ojos vítreos.
¿Por qué no podían hacer guiños?
El intérprete continuó:
—Dice que tiene que ir a pasar al menos un mes con ella.
Clydell dijo:
—Me parece razonable, Tony. Un mes pasa pronto.
—Parece muy correcto —afirmaron los periodistas.
—Un año en Mel es igual a catorce años de la Tierra —señaló el intérprete.
—¡Eso hace que cada mes dure más de un año terrestre! —gritó Tony.
—Cada año —aclaró el intérprete —se divide en cuatro meses.
—¡Mierda! —aulló Tony—. ¡Eso hace que un mes sea tres años y medio!
Un periodista preguntó:
—¿Cuál es la base de esa bella amistad? ¿Intereses comunes? ¿Atracción de las mentes? ¿Romance de los corazones?
—¡No sea asno! —escupió Tony.
—A la señorita Magdalipe le gusta la forma en que él huele —dijo el intérprete—. Huele muy bien. Le gusta darle palmaditas.
—Un minuto —dijo Tony—. Tengo que comprobar una cosa. Quiero hablar con ella a solas.
Se adelantó mientras hablaba, pasando junto a Clydell y empujándolo levemente, pero excusándose de inmediato:
—Lo lamento, viejo. No he visto lo que hacía.
Tony entró en el vivario con el intérprete; Miss Universo lo palmeó cordialmente.
—Escuche —dijo Tony—, ¿le gusta la forma en que huelo?
Miss Universo atronó su aprobación.
Se aproximó a ella.
—Huélame ahora. ¿No nota un cambio?
Miss Universo se echó hacia atrás, con su masivo tórax vibrando, como en una afirmación asombrosa.
—Bien, mire —dijo Tony—. ¿Ve a ese hombre de rostro sonrosado, con un traje marrón claro? Él huele como yo olía. En mi caso era temporal; en él, es permanente.
Clydell golpeó jovialmente el cristal.
—¿Qué sucede ahí dentro?
Tony y el intérprete salieron. Miss Universo se arrastró hasta la puerta del vivario.
El intérprete le hizo un gesto a Clydell.
—Miss Universo quiere olerle.
—Seguro —dijo Clydell volublemente—. Primero, usaré mi sistema infalible... para no tener que oler yo a Miss Mel.
Dio una chupada a su cigarro y, dejando que una fina nubecilla de humo escapase por los orificios de su nariz, se acercó a Miss Universo.
Ella retumbó y le largó una serie de manotazos a la espalda.
El intérprete tradujo:
—Miss Universo se equivocó. No quiere a Tony. Le quiere a usted.
Tony asintió pensativo.
—Ya me parecía que se había equivocado.
—¡No comprendo nada! —gritó Clydell.
—Parece que va a hacer usted un pequeño viaje a Mel —le dijo uno de los periodistas.
—Es solo un mes, viejo —le dijo Tony.
—¡Tú y tus estúpidas ideas! —exclamó Clydell salvajemente.
—Me ocuparé del trabajo de la oficina, Hardeman.
El torpe brazo de Miss Universo cogió a Clydell por la cintura. El intérprete le dijo:
—Está dispuesta a partir.
—¡Pero yo no lo estoy! —gritó Clydell—. ¡Ni siquiera he hecho las maletas!... Necesito ropas, las cosas de afeitarme...
—No hace frío en Mel. Especialmente dentro de la colmena. No necesitará ropas.
—¡Mis negocios, mis asuntos!
—Dice que quiere irse ahora mismo. Inmediatamente... ya.
Tony sonrió, recordando lo tentado que se había sentido a encender el cigarro que le había dado Clydell un momento antes. Si no hubiera tropezado con él y devuelto el repugnante tabaco al bolsillo de aquel fumador empedernido, ¿dónde estaría ahora? Posiblemente, en el lugar de Clydell, en brazos de Miss Universo.
La sonrisa de Tony se hizo más amplia. ¡Desde luego, era rápido en sus decisiones e insidiosamente sutil! ¡Hasta había recordado el extraño comportamiento de Clydell con sus cigarros! Habitualmente, Clydell llevaba cuatro o cinco en el bolsillo de su chaleco. Pero justo antes de encender uno de ellos, tenía el hábito peculiar de transferirlo a su bolsillo, fácilmente accesible, de la chaqueta. Punto desde el que le era más fácil pasárselo a la boca.
Probablemente, en su planeta nativo, Miss Universo disfrutaba tomándose un rico ramo de vegetales descompuestos en lugar de beber champán. Posiblemente, solo la vegetación en descomposición de un mundo extraño podía oler tan mal como los cigarros de Clydell. O quizá Miss Universo tuviera unos gustos más repugnantes, desde un punto de vista terrestre, y disfrutase con...
Tony se estremeció. Bueno, también cabía pensar en aquello. Detritus proteínicos: compuestos orgánicos nitrogenados que liberasen aminoácidos, en un estado de descomposición avanzada. Muerte seca.
Tony se acercó a la estructura, volviendo a sonreír de nuevo.
—¡Adiós, viejo! —gritó—. ¡Que tengas buen viaje!
Título original:
MEET MISS UNIVERSE