EL GANADOR Y NUEVO...

IB MELCHIOR

Cuando fue escrita esta historia, los Estados Unidos se estremecían bajo el impacto de varios programas-concurso de la televisión, que se hallaban entre los favoritos de los auditorios. Millones de telespectadores norteamericanos seguían, cada semana, los sufrimientos de unos concursantes que trataban de permanecer en los programas el mayor tiempo posible, con vistas a ganar los fabulosos premios ofrecidos. A partir de esta situación real, el brillante Ib Melchior nos ofrece una aguda extrapolación de lo que podría ser un programa concurso de la televisión del futuro.

—¡Hola... hola... hola! ¡Les habla Bob May deseándoles a todos una maravillosa Noche del Programa!

El efervescente joven entró dando saltos en el escenario brillantemente iluminado del gigantesco Coliseo del Capitolio. La perpetua sonrisa nunca abandonaba su agradable rostro, pero una nota de estudiada sinceridad se introdujo en su voz mientras continuaba:

—Quiero darles la bienvenida, en nombre de todos nosotros, a ustedes, reunidos en el auditorio del Coliseo y a todos los que se reúnen alrededor de más de cien millones de aparatos de televisión para contemplarnos esta noche. ¡Sí, amigos, esta noche es la gran noche! El día de la semana que sé que ustedes estaban esperando impacientes. Pero, antes de que nos dediquemos a nuestra importante tarea, hay un pequeño mensaje que sé que será de interés para ustedes.

Las luces que caían sobre el joven presentador disminuyeron su intensidad, y simultáneamente se iluminó brillantemente otra parte del gran escenario. La pequeña luz piloto de la cámara que estaba enfocada hacia aquella área se encendió con un destello rojizo. Una muchacha, asombrosamente hermosa, permanecía frente a la cámara, sonriendo. Tras una fanfarria musical, se dirigió a la enorme e invisible audiencia televisiva, pronunciando su almibarado parlamento con tonos dulces y melodiosos.

—¡Hey! ¡Aquí estoy de nuevo, la mismísima Barrie Rose, para hablarles de un nuevo super producto simplemente maravilloso recién creado para ustedes por esa gente excelente de REJUVENECIMIENTO! ¡Recuerden, solo los productos de REJUVENECIMIENTO son auténticos... no acepten sustitutos! ¡Y ahora, REJUVENECIMIENTO ha producido algo totalmente nuevo! Es...

La orquesta emitió una impresionante fanfarria.

—¡...el nuevo e inigualado Spray Plastiformante! Se presenta en ocho impresionantes y verídicos colores y texturas. Fuerte y duro Spray Plastiformante para hombres, y suaves y sedosas texturas para las mujeres. ¿Está usted inconforme con su figura? ¿No llega al estándar que desearía? ¡Si quiere músculos masculinos o encantadoras curvas femeninas, adquiera el nuevo Spray Plastiformante de REJUVENECIMIENTO! ¡Es tan fácil usarlo, que un niño de cinco años podría hacerlo! Crean lo que les dice Barrie Rose del Spray Plastiformante de REJUVENECIMIENTO. ¡Es supermaravilloso! Y ahora, volvamos con Bob May y el concurso que todos ustedes están esperando.

De nuevo las luces bañaron al presentador con su brillo. Esta vez, el joven iba acompañado de otras dos personas: una, un caballero bastante obeso y parcialmente calvo, con anticuadas gafas de concha, y la otra, un joven de aspecto más robusto y con una gran mata de cabello gris acerado.

—¡Bien, bien, aquí estamos de nuevo! Y aquí, señoras y caballeros, están nuestros concursantes. No creo que tenga que presentarles a ustedes a nuestro campeón, pues lleva cuarenta y nueve semanas sin ser derrotado. Aquí está: ¡Charles Monroe!

El pequeño hombre grueso se adelantó e hizo una reverencia. El aplauso resonó atronador en la enorme sala. Entonces, Monroe se subió nerviosamente las gafas y volvió a su lugar.

—Y aquí, señoras y caballeros, tenemos al aspirante de esta semana: ¡el señor James Burton!

El aplauso fue casi igual de atronador. Burton se adelantó e hizo un ademán confiado con la mano a la multitud. Rápidamente, Bob May añadió:

—¡Amigos! Todos ustedes saben como se realiza el Concurso... y lo importante que es. Recordarán que el tema del señor Monroe es la filatelia... ¡y, ciertamente, nos ha demostrado que hay poco que no sepa acerca de los sellos de correos!

Se volvió hacia Burton. Su voz temblaba por la excitación cuando resonó en el silencioso auditorio:

—Y ahora, señor Burton, ¿querría hacer el favor de decirnos cuál es su tema?

Un brillante y coloreado panel con las listas de los temas apareció repentinamente, centelleante, en la parte trasera del escenario. Burton, lentamente, se volvió y miró el panel. En el gran auditorio no se oía ni un susurro. Entonces, Burton dijo:

¡El planeta Marte!

Bob May casi se cayó del escenario demostrando su desbordante alegría:

—¡De acuerdo! Ambos saben lo que les espera. Las preguntas de sus respectivas categorías son seleccionadas por nuestra Computadora Cibernética. Ningún ser humano sabe cuales son antes de que yo se las exponga a ustedes. ¿Están dispuestos?

Monroe tragó saliva nerviosamente y ajustó sus ridículas gafas. Asintió. Burton contestó:

—¡Sí, señor May!

—¡Bien! Como ambos saben, a cada uno de ustedes se le irán haciendo preguntas de creciente dificultad... ¡hasta que uno falle! ¡El otro será el ganador! Pero para que no sean molestados... o ayudados, desde el exterior —les amenazó con un dedo—, serán envueltos por nuestro Campo de Fuerza especial. ¡Nada puede penetrar en él: ni la luz, ni el sonido, ni las emisiones telepáticas! Nosotros podemos verles, pero ustedes no a nosotros. Y tal vez esto les agrade.

Se echó a reír a carcajadas ante su propio chiste.

—Solo yo puedo hablarles a través de mi comunicador especial. Pero todos podemos oír sus respuestas. Y ahora... ¿están dispuestos?

Ambos competidores asintieron.

—¡Entonces, ahí vamos! Pero, antes...

Acabado el mensaje comercial de Barrie Rose, las cámaras enfocaron de nuevo a Bob May y los dos concursantes. Alrededor tanto del campeón como del aspirante flotaba una curiosa envoltura chisporroteante, totalmente transparente. Mientras las cámaras se acercaban, dos espigones metálicos terminados en pequeñas cabezas cilíndricas transmisoras-receptoras se alzaron del suelo frente a cada uno de los concursantes. May se ajustó su laringófono.

—¿Pueden oírme, caballeros? —preguntó.

—Sí —croó Monroe. Tenía un nudo en la garganta.

—Perfectamente —dijo Burton.

—Entonces, prepárese para su primera pregunta, señor Burton —dijo May. Se volvió hacia Barrie Rose, que estaba de pie a un lado—. La primera pregunta de la Computadora —dijo tensamente.

Barrie Rose tocó un botón. Inmediatamente una multitud de luces parpadearon en un gran panel, trazando una intrincada tela de araña sobre las hileras tras hileras de pequeñas bombillas de la consola. En menos de un segundo se oyó un audible click, y Barrie Rose extrajo una ficha impresa de la máquina. En ella estaba la primera pregunta para Burton. Bob May parpadeó al leerla.

—Señor Burton —dijo, con la voz ominosamente seria—. Aquí la tiene: uno de los más asombrosos casos de pura coincidencia que se conoce en la historia de la astronomía ocurrió cuando un autor medieval predijo en un libro no científico el que Marte tenía dos lunas. Como primera pregunta: ¿cuál era el nombre de ese libro? ¿Quién lo escribió? ¿Y cuando fue publicado?

Burton arrugó la frente. El auditorio contuvo la respiración. ¿Fracasaría el aspirante en su primer intento? Entonces, Burton se irguió:

—El libro era Los viajes de Gulliver, publicado en 1726 y escrito por un tal Jonathan Swift.

—¡Correcto! —gritó Bob May.

El auditorio aplaudió locamente.

—¡Barrie Rose, la primera pregunta para el señor Monroe!

—¡Aquí está!

Bob May la leyó ansiosamente:

—Uno de los antiguos presidentes de los Estados Unidos fue un famoso coleccionista de sellos. Durante una guerra que tuvo lugar en el período de su mandato, aconsejó la ocupación de una pequeña isla por las tropas de los Estados Unidos gracias a su conocimiento de la existencia de la misma debido a su hobby. Como primera pregunta para usted... ¿quién era ese presidente? ¿Cuál era el nombre de esa isla? ¿En qué distrito postal estaba situada?

Casi antes de que May hubiera terminado de leer la pregunta, Monroe le contestó:

—Franklin Delano Roosevelt. La isla era Mangareva, en el distrito postal de Tahití.

—¡Correcto, señor Monroe! ¡Correcto! —aulló el presentador, y el auditorio aplaudió, silbó y pateó.

  

Continuó el interrogatorio. Los concursantes estaban continuamente empatados, pero comenzaron a dar señales de cansancio. Las gafas de Monroe, olvidadas, colgaban en la punta de su nariz. La mata de cabello de Burton estaba alborotada. Llevaban en el programa más de dos horas, solo interrumpidos por los comerciales de REJUVENECIMIENTO tras cada grupo de preguntas.

En toda la nación, iba aumentando la tensión del auditorio, y Bob May seguía haciendo preguntas:

—Su decimoséptima pregunta, Burton: ¿Cuál es el punto más alto de Marte? ¿Qué altura tiene? ¿Quién lo descubrió, y cuando?

—¡El monte Kepler! Tiene algo más de cinco mil cuatrocientos metros por encima del nivel de los canales. Fue descubierto por el Capitán Peter Eriksen en la Tercera Expedición a Marte en el año 2017.

—¡Correcto!

—Monroe... pregunta decimoséptima para usted. ¿Es qué sellos del siglo XX se encuentra la sobreimpresión Z.A.? ¿Qué significan esas letras?

—En los sellos de la vieja Armenia. ¡Z.A. son las iniciales de Zapadnya Armia, que significa Ejército del Oeste!

—¡Correcto!

—Burton, la número dieciocho... ¡y es difícil! De las más de nueve mil diferentes clases de plantas marcianas, ocho mil cinco son líquenes y musgos. De las variedades restantes, ¿cuál es la más rara, y cómo se reproduce esa planta?

Burton se pasó las manos por su ya desordenado cabello. Su voz había perdido hacía ya tiempo toda su arrogancia. Dudó, concentrándose un momento, y luego dijo:

—Creo que es el cactus de los lagartos. Clava sus espinas, que llevan las esporas, entre las escamas de los lagartos inferiores de los canales, envenenándolos. Entonces, usa el líquido del cuerpo del animal para iniciar el crecimiento de una nueva planta.

—¡Correcto! ¡Absolutamente correcto!

—Y para usted, señor Monroe, su decimoctava... ¡otra de las difíciles! De la llamada Serie Presidencial de sellos de correos usados en los Estados Unidos en el tercer cuarto del siglo XX, ¿cuál era el color del sello de tres centavos? ¿Y de quién era el retrato que había en él?

Monroe se humedeció los labios. Descuidadamente, se subió las gafas. La gran sala estaba silenciosa, conteniendo la respiración. ¡Monroe estaba visiblemente cansado!

—El sello de tres centavos era... esto... violeta oscuro, y... el retrato era de... de... ¡George Washington!

Bob May tragó saliva.

—¡No! —estalló— ¡No! ¡Era Thomas Jefferson! ¡Se ha equivocado!

El auditorio jadeó.

¡Equivocado!

Monroe permanecía con rostro ceniciento dentro del Campo de Fuerza. En su frente se estaban formando perlitas de sudor, y una pequeña arteria de su sien latía... latía... latía...

No pronunció un solo sonido.

—¡Lo lamento! —dijo Bob May con tono sepulcral—. ¡Lo lamento profunda y genuinamente!

Rápidamente, el comunicador situado frente a Monroe se hundió en el suelo. La envoltura chisporroteante que lo rodeaba pareció intensificarse por un instante; luego, con la velocidad de la luz, se hundió en sí misma y desapareció en una cegadora implosión... ¡y con ella Charles Monroe!

Bob May se volvió hacia el hechizado auditorio. Con estático frenesí, graznó:

—¡Les presento a James Burton... el Ganador y Nuevo Presidente de los Estados Unidos!

¡El gran auditorio enloqueció!

Título original:

THE WINNER AND NEW...