MECENAS

William Rotsler

La ciencia ficción, como su propio nombre indica, es un cruce muy peculiar ente ciencia y arte, y quizá por esta razón a los escritores de ciencia ficción les gusta considerar los modos en que se comparan estas dos formas de expresión humana. He aquí, por ejemplo, una novela corta sobre una futura forma de arte, una historia de arte ampliada y transformada por la ciencia. Pero el punto de encuentro entre el arte y la ciencia se encuentra en el ser humano individual, y ahí es donde se produce la transformación…

Ella se te queda mirando desde su cubo casi negro, serena, tranquila, respirando con normalidad, limitándose a mirarte. Está desnuda hasta las caderas, rodeada por un cinturón enjoyado, y está sentada regiamente sobre un montón de lujosos almohadones. Su pelo largo y blanco cae en cascada sobre sus hombros del color del albaricoque y parece hecho para brillar ligeramente ante alguna luz oculta.

A medida que te acercas al sensatrón de tamaño natural, las vibraciones llegan hasta ti. No se puede exagerar la asombrosa realidad de la imagen tridimensional, pues el retrato de una de las más grandes cortesanas de la historia, hecho por Michael Cuento, es una gran obra de arte.

Mientras contemplas el cubo, la imagen de Diana Snowdragon deja de parecer tan tranquila y, de algún modo muy sutil, se convierte en algo ávido, dominante, atractivo. Está en cueros, no desnuda. Se escuchan… casi, los sonidos sueltos de campanas de músicos melora. El poder de su personalidad única es abrumador, tal y como es en persona, pero en la interpretación del artista, se exponen también otras muchas facetas.

El cubo-retrato del sensatrón de Diana es universalmente reconocido como una obra maestra. El sujeto quedó encantado.

El artista quedó disgustado y me dije que el ego del sujeto le impidió ver la realidad que él había construido.

Pero fue este cubo el que proporcionó a Michael Benton Cilento la fama que deseaba, necesitaba y odiaba. Éste fue el primer gran sensatrón en un momento en que los cubos empezaban a ser utilizados por los artistas, en lugar de por los científicos. Se estaba poniendo «de moda» el trabajar con sensatrones y en todas partes se hablaba de comprar cepillos electrónicos, redes ciliares y espacios blancos.

Los sensatrones son la última unión del arte y de la ciencia. Al menos por el momento. Las ciencias están suministrando constantemente herramientas a los artistas, ya se trate de pintura fija, que mantendrá su brillo durante mil años, o de un cepillo electrónico para producir meticulosos cambios en un modelo geométrico de ondas de radar. Los grupos estremecimiento ya están explorando los nuevos instrumentos de ondas cerebrales que sólo crean música en el interior del propio cerebro.

Pero los sensatrones son la furia del momento. Del mismo modo que los modelos de ropas relucientes de la generación estremecimiento fueron adoptados y explotados por los medios de comunicación, el mundo de la publicidad espera con impaciencia la construcción de inmensos sensatrones que reproduzcan réplicas exactas de los productos, con anuncios que digan «¡cómprame!» y que penetren en el cerebro de uno. Lleno de ilusión, he hecho que uno de mis laboratorios de investigación empezara a trabajar en un instrumento de creación de espacios blancos para eliminar el supuesto ruido electrónico.

Los cubos pueden adquirir una vida tan extraña, que se mantienen los rumores según los cuales ellos toman una parte del alma de uno mismo. Quizá tengan razón. El exterior no sólo lo captan las cámaras, proporcionando la base a partir de la cual trabaja el artista del sensatrón, sino que los magnetofones alfa y beta, las máquinas EEG, los sutiles repetidores de los latidos del corazón, todo registra lo que está sucediendo en el interior. Muchos artistas utilizan una combinación de numerosos registros, tomados a lo largo de un período de sesiones. Algunos emplean momentos individuales específicos, o estados de ánimo, cada uno de ellos registrado proyectado por los conos sónicos diferenciados y por los proyectores alfa-beta. A estas proyecciones, el artista añade su propia interpretación, creando un concierto casi musical de ondas que actúan sobre cualquier cerebro humano que se encuentre dentro del ámbito de recepción. Sigue siendo prerrogativa del artista el seleccionar, eliminar, disminuir o hacer lo que él desee. Algunos artistas de sensatrones incluyen los desequilibrios emocionales, así como los aspectos fuertes, mientras que otros lo unifican y allanan todo. Algunos artistas están experimentando con grabaciones postizas, mujer por hombre, animal por sujeto, puras abstracciones en sustitución de la realidad. Cada uno de los que lo intentan, aporta un nuevo punto de vista.

Todo lo que Mike Cilento quiso hacer fue proyectar la verdad, tal y como él la veía. Quizá llegó a poner al descubierto una capa del alma. Yo he estado cerca del modelo viviente de un retrato sensatrón y el cubo me ha parecido mucho más interesante que la persona, pero sólo cuando el artista era más grande que el sujeto.

El retrato de Mike de la sociedad más infame —y más rica— le convirtió en famoso de la noche a la mañana. Hasta los cubos repro que se pueden comprar hoy son impresionantes, pero el original, con sus sutiles circuitos originales y sus emisiones debidamente enfocadas, es verdaderamente sorprendente.

Un coleccionista de Roma me llamó la atención sobre Cilento y cuando vi el cubo de la Snowdragon, me las arreglé para que me lo presentaran. Nos encontramos en la villa de Santini, en Ostia y, al igual que la mayoría de los artistas jóvenes, él ya había oído hablar de mí.

Nos encontramos junto a una piscina y sus primeras palabras fueron:

—Patrocinó usted a Wiesenthal durante años, ¿no?

Yo asentí con un gesto, sintiéndome tímido, pues por cada artista a quien uno ayuda, hay diez que lo piden.

—Su ópera Moctezuma es una verdadera tontería.

—Fue bien recibida —repliqué, sonriendo.

—No comprendía a ese azteca, del mismo modo que no comprendió a Cortés —me observó, con una mirada de desafio.

—Estoy de acuerdo, pero cuando escuché eso por primera vez, ya era demasiado tarde.

Se relajó e introdujo el pie en el agua, guiñando el ojo hacia dos hijas casi desnudas de un barón de los minerales lunares que pasaban por allí. Parecía haber dejado bien clara su idea y no tener nada más que decir.

Cilento me intrigó. Durante el transcurso de una serie de años en los que me dediqué a «descubrir» artistas, me había encontrado con toda clase de tipos, desde los tímidos que se ocultaban, hasta los fornidos que exigían mi patrocinio. Y también me había encontrado con esa clase que parecía ser indiferente a mí, como era el caso de Cilento. Pero otros muchos habían actuado de ese modo y yo había aprendido a despreciarlo todo excepto el trabajo terminado y el potencial de trabajo.

—Su cubo de la Snowdragon es extraordinario —dije.

Él asintió y miró en otra dirección.

—Sí —admitió, y tras una breve pausa, añadió—: Gracias.

Hablamos del cubo durante un rato y me dijo lo que pensaba de su tema.

—Pero le hizo famoso —observé.

Me miró de soslayo y, al cabo de un momento, preguntó:

—¿Acaso en el arte se trata sólo de eso?

Me eché a reír.

—La fama es muy útil. Abre puertas. Hace posibles las cosas. Hace que sea más fácil llegar a ser incluso más famoso.

—Le pone a uno enfermo —dijo Cilento, con una sonrisa.

—También le puede matar a uno —añadí.

—Es una herramienta, Mr. Thorne, como los circuitos moleculares o la integración dinámica, o como un simple destornillador. Pero le puede dar a uno libertad. Yo quiero esa libertad; todo artista la necesita.

—¿Es ésa la razón por la que escogió a Diana?

Él sonrió burlonamente y asintió con un gesto.

—Además, esa mujer era un gran desafío —dijo.

—Me lo imagino —dije, sonriendo, pensando en Diana á los diecisiete años, hermosa y ávida, abriéndose camino con sus garras, subiendo con su ayuda los muros monolíticos de la sociedad.

Bebimos una copa, después compartimos una escena psicodélica en las ruinas de un templo de Vesta, y nos convertimos en Mike y en Brian el uno para el otro. Nos sentamos en viejas piedras y nos reclinamos contra los restos de una columna, mirando las luces de la villa de Santini, allá abajo.

—Un artista ama la libertad más que a la pintura, la electricidad, los diagramas cúbicos o la piedra —observó Mike—. O que la propia comida. Siempre puede uno conseguir los materiales, pero la libertad para utilizarlos es algo precioso. Siempre hay un tiempo determinado.

—¿Qué me dices del dinero? Eso también es libertad —pregunté.

—A veces. Puedes tener dinero y no tener libertad. Pero, normalmente, la fama trae dinero consigo.

Asentí con un gesto, pensando que, en mi caso, había sido a la inversa.

Contemplamos la luz de la media Luna sobre el Mar Tirreno, recreándonos en nuestros propios pensamientos. Yo pensé en Madelon.

—Hay alguien a quien me gustaría que hicieras —le dije—. Una mujer. Una mujer muy especial.

—Ahora no —se negó—. Quizá más tarde. Tengo algunos encargos que quiero hacer.

—Tenme en cuenta cuando dispongas de tiempo. Ella es una mujer muy poco corriente.

Él me miró y lanzó un guijarro colina abajo.

—Estoy seguro de que lo es —dijo.

—Te gusta hacer mujeres, ¿verdad? —pregunté.

—¿Has llegado a esa conclusión después de haber visto un solo cubo? —preguntó, sonriendo a la luz de la Luna.

—No. He comprado los tres más pequeños que hiciste antes.

Me miró intensamente.

—¿Cómo sabías que existían? No se lo había dicho a nadie.

—Algo tan bueno como el cubo de la Snowdragon no podía proceder de la nada. Tenía que existir algo hecho con anterioridad. Fui rastreando a los propietarios y los compré.

—La anciana es mi abuela —me dijo—. Siento un poco el haberla vendido, pero necesitaba dinero.

Tomé nota mental para devolvérselo.

—Sí, me gusta hacer mujeres —admitió con suavidad, reclinándose contra la columna—. A los artistas siempre les ha gustado hacer mujeres. Para… captar esa sombra elusiva de una mirada momentánea… en la pintura, en piedra, en arcilla, en madera, en película… o en construcciones moleculares.

—Rubens las vio rollizas y alegres —comenté—. Lautrec, en cambio, las vio depravadas y reales.

—Para Da Vinci eran misteriosas —replicó él—. Matisse las vio haraganas y voluptuosas. Miguel Ángel apenas si las vio. Picasso las vio en las infinitas variedades de la locura.

—Gauguin… sensualidad —comenté—. Henry Moore las vio como cosas abstractas, como punto inicial de la forma. Las mujeres de Van Gogh reflejaban su propio cerebro de loco genial.

—Cézanne las contempló como vacas plácidas —dijo Mike, sonriendo—. Fellini las vio como criaturas multifacéticas que eran en parte ángeles y en parte bestias. En las fotografías de André de Dienes, las mujeres son fantasías realistas, eróticas y extrañas.

—Tennessee Williams las vio como caníbales locos, fascinantemente repulsivos —dije—. Las mujeres de Sternberg eran irreales, duras, dramáticas. Las de Clayton eran demonios depredadores.

—Jason las ve como ángeles, ligeramente confundidos —dijo Mike, encantado con el pequeño juego—. Coogan las vio como monstruos maternales.

—¿Y tú? —pregunté.

Se detuvo y la sonrisa desapareció. Contestó al cabo de un largo rato.

—Como ilusiones, supongo.

Hizo rodar entre sus dedos un fragmento de piedra de la época de César, y habló con suavidad, casi como si estuviera haciéndolo consigo mismo.

—Ellas… no son del todo reales, de algún modo. Las críticas dicen que he creado una obra maestra de realismo erótico, un verdadero hito en las artes figurativas. Pero… ellas son… trozos. Son increíblemente reales sólo durante un instante… fantásticamente indefinidas en el momento siguiente. Las mujeres nunca son las mismas de un momento a otro. Quizá sea ésa la razón por la que me fascinan.

Después de aquel encuentro, no vi a Mike durante algún tiempo, aunque nos mantuvimos en contacto. Hizo un retrato de la princesa Helga de Holanda, bastante modestamente vestida, con el cubo lleno con sus famosas esculturas doradas y con las vibraciones del amor y de la paz.

Para los monjes de Welles, en Marte, Mike hizo un gran cubo de Buda, que se convirtió rápidamente en una atracción turística. Los cubos repro hicieron ganar al monasterio una pequeña fortuna.

Cualquier cosa que Mike eligiera hacer era comprada rápidamente y los encargos fluían de individuos, de empresas y fundaciones, e incluso de movimientos. Lo que hizo fue un simple desnudo de su amante del momento. Era lo bastante erótico en cuanto a la pose, pero poderosamente pornográfico en las vibraciones y después de que Mike la dejara, recibió un contrato de la Universidad-Metro. El joven shah del Irán compró el cubo para instalarlo en sus Jardines de Babilonia, que se construían desde hacía tiempo.

Por su utilización de los proyectores de ondas alfa, beta y gamma, así como por los progresos realizados en sónicos diferenciados, Mike fue sujeto de toda una edición de la revista Electrónica Moderna.

Mike había cumplido sus deberes para con su arte, pues mientras estudiaba en el Instituto Tecnológico de California, trabajó en el proyecto Escudo Celeste, un sistema de defensa electrónica contra las partículas de baja energía, para ser utilizado en las estaciones espaciales. Después de graduarse, empezó a trabajar en el complejo de ondas cerebrales de Long Island, pertenecientes a los Laboratorios Bell. Dejó este trabajo cuando obtuvo una beca Guggenheim para practicar su arte.

A partir de su cubo «Mujer-placer», la General Electric utilizó algunas de las modificaciones de Mike para sus nuevos proyectores e imágenes de multicapas y para sus generadores de ondas beta. La empresa Nakamura Ltd. produjo una nueva cámara con distribución de modelo circular, que contenía muchas de las sugerencias de Mike y destinada a los artistas que utilizaban modelos de objetos tridimensionales, para registrar el ciclo básico de imágenes, tales como respiración, el correr del agua o la repetición de acontecimientos. Para los artistas que trabajaban en abstracciones originales, Mike construyó su propio cepillo electrónico ultra-fino, así como un generador de imagen conectado con una computadora de gráficos, que producía un número casi infinito de variables.

Mike Cilento estaba probándose a sí mismo como innovador e ingeniero, así como un artista, lo que resultaba una combinación poco corriente.

Volví a encontrarme con Mike en la inauguración de sus series «Sistema Solar», en el Gran Museo de Atenas. Los diez cubos colgaban del techo, cada uno de ellos con su interpretación no literal del Sol y de los planetas, desde la poderosa bola del Sol hasta la brillante esfera de Plutón.

Mike parecía enjaulado, como un tigre en una trampa, pero se sintió muy feliz de verme. Se dejó raptar cuando me lo llevé a mi apartamento, en la parte vieja de la ciudad.

Suspiró cuando entramos, echó la chaqueta sobre un sillón estilo vida, y salió al balcón. Yo tomé dos copas y una botella de vino de Creta y me uní a él.

Volvió a suspirar, se hundió en la silla y sorbió el vino.

—¿Te está exigiendo demasiado la fama? —le pregunté.

—¿Por qué siempre quieren a los artistas en las inauguraciones? —preguntó, lanzándome un gruñido—. El arte habla por sí solo.

—Relaciones públicas. Tocar el borde de la creatividad. Quizá piensan que de ese modo algo les tocará a ellos.

Él volvió a gruñir y permanecimos guardando un agradable silencio, mirando hacia el Partenón, más alto e iluminado en la noche. Finalmente, dijo:

—Ser un artista es lo que he querido ser siempre, como los chicos que crecen para ser astronautas o jugadores de fútbol. Es un honor ser capaz de hacerlo, sea lo que sea. He pintado y hecho escultura. He hecho mosaicos ligeros y modelos de puntos brillantes. Hasta llegué a intentar la música durante algún tiempo. En realidad, nada de eso parecía ser lo que quería. Pero creo que lo que más se acerca son las construcciones moleculares.

—¿Debido a su gran realismo?

—Eso es una parte. Abstracción, realismo, expresionismo… eso sólo son etiquetas. Lo que importa es lo que es, los pensamientos y las emociones que se transmiten. Las unidades sensatrón son herramientas bastante buenas. Puede uno trabajar casi directamente sobre las emociones. Cuando la General Electric tenga preparadas las nuevas unidades, creo que será posible conseguir matices aún más sutiles con las ondas alfa. Y, desde luego, con más unidades se pueden hacer cosas más complejas.

—Eres tan buen ingeniero como artista —le dije.

Sonrió y bebió un poco de vino.

—Todo medio, toda técnica tiene para aquéllos que encuentran en esa zona una especie de festín particular. Considera a los actores. Antes sólo estaba la obra, desde el principio hasta el final, sin retomar y con vida. Después llegaron la película y la grabadora y los acontecimientos empezaron a salirse de secuencia. Ninguna línea emocional que seguir desde el principio al fin. Se necesita una clase particular de actor que pueda disciplinarse a sí mismo para esas escenas retrospectivas y futuras. En los tiempos de la mímica, probablemente se perdieron actores estupendos porque su arte estaba en la voz.

—¿Y hoy? —pregunté.

—En la actualidad, el artista que no pueda dominar la electrónica se enfrenta a un período difícil en muchas de las artes. Leonardo da Vinci podría pasar, pero probablemente Miguel Ángel no. Hay muchos artistas buenos nacidos fuera de su tiempo, en ambas direcciones.

Le hice entonces una pregunta que solía hacer a los artistas que trabajaban con medios no tradicionales.

—¿Por qué es el sensatrón un medio tan bueno para ti?

—Es inmensamente versátil. Una línea sólo puede hacer un cierto número de cosas y apuntar otras. Una pintura al óleo es estática. Trata de ser real, pero es un momento congelado. No obstante, hay veces en que los momentos congelados son mejores que el movimiento. Una película, una cinta, una representación, toda ellas contienen una variedad de significados y emociones, y hasta de cambios de lugar y perspectiva. Como tales, son buenas herramientas. Cuanto más se pueda comunicar, tanto mejor. Con el poder del sensatrón se pueden transmitir al espectador tales emociones, tales sentimientos, que éste se convierte en un participante y no en un simple espectador. Implicación. Compromiso. Yo nunca haría un sensatrón para comunicar algunas cosas simplemente porque hay tanto trabajo y la comunicación es lo de menos. Pero las unidades sensatrón pueden hacer casi todo lo que hace cualquier otra forma de arte. Ésa es la razón por la que me gusta. No porque sea el arte de moda en estos momentos.

—¿No has tenido ningún problema para conseguir tu primera licencia? —pregunté.

—No, la gente del Guggenheim lo arregló —contestó, moviendo la cabeza—. La idea de tener que poseer una licencia para hacer una obra de arte parece estúpida —levantó su mano antes de que yo pudiera replicar—. Sí, ya sé. Si no vigilaban quiénes tenían control de los proyectores alfa a omega, nos apresuraríamos a votar a un dictador sin saber siquiera lo que estábamos haciendo. O eso es lo que piensan.

—Es una fuerza poderosa, casi irresistible. Tu propio cerebro te está diciendo compra, compra, compra, usa, usa, usa y eso es algo muy difícil de contrarrestar. Piensa por ejemplo en las drogas con receta.

Él hizo un gesto de asentimiento con la cabeza y observó:

—¿Pero es que no lo entiendes? Lo siento, Miguel Ángel, pero este fragmento del mármol de Carrara necesita una licencia de prioridad IX y tú sólo tienes una licencia IV. Y Miguel Ángel diría: «Pero si yo sólo quiero hacer esta estatua de David. Un joven alto, grande, con una honda y una especie de mirada taciturna. No será porque está desnudo, ¿verdad?» Deberá ir a la Comisión de Control Artístico de la bella ciudad de Florencia, signar Buonarrotti, y rellenar allí papeles por triplicado, poniendo primero su apellido y después su nombre de pila. Y recuerda que es importante la buena presentación. Habla con el papa Julio. Quizás él lo pueda arreglar.

Nos echamos a reír suavemente en la noche.

—Pero ahora —dije—, el arte y la tecnología coexisten más que nunca.

—¡Oh, ya comprendo! —dijo Mike, suspirando—. Pero eso no tiene por qué gustarme.

Pensé en el pornotrón que alguien me había dado y que ahora colgaba del techo de mi apartamento de Moscú. Una noche pasada con una saludable clarinetista rubia fue suficiente para convencerme de que no necesitaba ninguna clase de estímulos artificiales para aumentar mis placeres sexuales. Era como si a uno le obligaran a tomar su postre favorito.

Volvimos a caer en el silencio. La ciudad antigua murmuraba. Pensé en Madelon.

—Aún quiero que hagas ese retrato de alguien muy cercano a mí —le recordé.

—Pronto. Primero quiero hacer un cubo de una chica que conozco. Pero tengo que encontrar un nuevo lugar donde trabajar. Ahora que han descubierto dónde estoy, me molestan continuamente.

Le mencioné mi villa en Sikinos, en el Egeo, y Mike pareció interesado, de modo que se la ofrecí.

—Hay allí un antiguo granero que puedes utilizar como estudio. Dispone de una planta controlada de fusión de plasma, de modo que tendrás toda la energía que necesites. Hay una casa, la pareja que cuida de ella y un pequeño pueblo cercano. Me sentiría honrado si la utilizaras.

Aceptó la oferta cortésmente y yo hablé durante un rato de Sikinos y de su historia.

—Las civilizaciones más antiguas son las que más me interesan —dijo Mike—. Babilonia, Asiría, Sumeria, Egipto, el valle del Éufrates. Creta me parece como una recién llegada. Entonces, todo era nuevo. Todo estaba por inventar, por ver, por creer. Los dioses no estaban divididos en cristiandad y todo lo demás. Creo que había un dios para cada cual, grande pequeño. No se trataba de Dios y de los anti-dioses. Entonces, la vida era simple.

—También era más desesperada —observé—. Reyes despóticos. Enfermedades. Ignorancia. Superstición. Estaba todo inventar, sí, porque hasta entonces no se habían inventado aún muchas cosas.

—Estás confundiendo la tecnología con el progreso. En aquella época tenían aire limpio, tierras nuevas, frescura. El mundo aún no estaba usado.

—Eres un pionero, Mike —le dije—. Estás trabajando en un medio totalmente nuevo.

Se echó a reír y bebió un trago de vino.

—En realidad, no es así. Todo arte comenzó como ciencia y toda ciencia empezó como arte. Los ingenieros utilizaron los sensatrones antes que los artistas. Antes de eso hubo una docena de líneas de pensamiento e invención que se cruzaron en un momento para convertirse en sensatrones. Lo que sucede es que los sensatrones resultan ser un medio mejor para decir ciertas cosas. Para decir otras, puede ser mejor dibujo a lápiz, o un poema o una película. O quizá sea mejor no decir nada.

—El artista no ve cosas —le dije, sonriendo—. Se ve a sí mismo.

Mike sonrió y se quedó mirando un largo rato la estructura de columnas de la colina.

—Sí, sin duda lo hace así —dijo suavemente.

—¿Por eso haces tan bien a las mujeres? —pregunté—. ¿Ves ellas lo que quieres ver, esas facetas de «ti» que te interesan a ti mismo?

Volvió su peluda cabeza morena y me miró.

—Pensé que eras una especie de gran hombre de negocios, Brian. Ahora, me estás pareciendo un artista.

—Lo soy. Soy ambas cosas. Un hombre de negocios con talento para el dinero y un artista sin ningún talento.

—Hay muchos artistas sin talento. Lo suplen con la persistencia.

—A menudo desearía que no fuera así —refunfuñé—. Todo’el mundo cree ser un artista. Si yo no tengo ningún talento, debería darme cuenta de que no lo tengo. Sin embargo, creo ser muy bueno cuando se trata de apreciar. Ésa es la razón por la que quiero que hagas un cubo de mi amiga.

—Persistencia, ¿lo ves? —dijo, riendo—. Voy a hacer un desnudo muy erótico mientras esté en Sikinos. Después, quizá, querré hacer algo más tranquilo. Quizás entonces haga a tu amiga, si ella me interesa.

—Puede que ella no sea tan tranquila. Es… un original.

Lo dejamos así y le dije que se pusiera en contacto con mi oficina, en Atenas, cuando estuviera listo para marcharse a la isla, asegurándole que ellos se encargarían de solucionarlo todo.

Más tarde, casi por accidente y a través de un amigo, me enteré de que Mike estaba «obligado» temporalmente a trabajar en algo llamado el Proyecto Guardián. Le puse una llamada de video y me encontré con una pared de cinta roja y de seguridad que me impedía hablar con él en la Estación Tres, el satélite espacial de investigación médica. Afortunadamente, conocía a un general del aire que compartía mi pasión por la escultura esquimal y por las viejas películas del Oeste de Louis L’Amour. Él lo arregló y vi a Mike, que había salido un momento fuera de servicio.

—¿Qué te están obligando a hacer, un retrato del comandante?

Sonrió débilmente y se dejó caer pesadamente de la litera donde estaba, apartando el tocadiscos con el pie para ponerse mejor en el centro de la imagen.

—Nada tan fácil como eso. Guardián es Escudo Celeste de nuevo, pero con prioridad uno. Han hecho girar a todo el mundo aquí arriba para observación y han traído sangre fresca. Al parecer, pensaron que yo podría ayudar.

Tenía aspecto cansado y distraído.

—¿Puedo hacer algo? ¿Quieres que vea si puedo sacarte de ahí? Conozco a unas cuantas personas.

Sacudió la cabeza negativamente.

—No. De todos modos, gracias. Me dieron a elegir entre una obligación de prioridad continua o un contrato. Sólo quiero pasarlo y volver a vivir mi vida.

Se quedó mirando fijamente los papeles que tenía en la mano, con ojos que no veían.

—¿Son las partículas de baja energía las que están planteándoles problemas?

Asintió con un gesto.

—El problema es la exposición durante un largo período de tiempo. Se produce una repentina transmutación metabólica que es desastrosa. A menos que podamos vencer ese problema, tendrá que limitarse el tiempo que el hombre puede estar en el espacio —mostró en la mano un módulo del tamaño de un dedo gordo—. Creo que esto lo puede conseguir, pero no estoy seguro. Se trata del prototipo de un sistema molecular a escala completa que he diseñado.

—¿Puedes conseguir una patente? —pregunté automáticamente.

Sacudió la cabeza negativamente y se rascó la cara con el módulo, diciendo:

—Cualquier cosa que diseñe es de ellos. Así lo dice el contrato. Como ves, el problema no está en el sistema molecular escala completa, sino en los malditos sistemas sensores y de control. Primero hay que encontrar las partículas, después hay que atraer su atención. ¡Dios! Si pudiera relegarlas al subespacio y desembarazarme de ellas, podría… —su voz se Desvaneció y se quedó mirando fijamente el modulo.

Al cabo de un rato pareció recuperarse y sonrió hacia mí.

—Lo siento. Escucha, déjame que te llame más tarde. Se me acaba de ocurrir una idea.

—¿Inspiración artística? —pregunté, burlón.

—¿Eh? Sí, supongo que sí. Me perdonas, ¿eh?

—Claro.

Él cerró el control y yo me encontré mirando la estática. ¡No volví a verle durante cinco meses y entonces recibí una llamada de la base Sahara, que me encontró en mi hotel de Pekín. Me dijo que no podía hablarme del Proyecto Guardián, pero que estaba libre para aceptar mi oferta de Sikinos, si es que aún la mantenía. Le envié directamente a la isla y transcurrieron otros dos meses antes de tener alguna otra noticia de él. Recibí un dibujo a lápiz suyo de la vista que se podía contemplar desde la terraza de la villa, con una joven desnuda tomando baños de Sol. Después, a finales de agosto, recibí una llamada suya en mi despacho de Anomalías Generales.

—He terminado el cubo de Sofía. Estoy en Atenas. ¿Dónde estás tú? Tu oficina se ha mostrado muy misteriosa y me ha comunicado directamente contigo.

—Ése es su trabajo. Una parte del mío consiste en no permitir que ciertas personas sepan dónde estoy y qué hago. Pero estoy en Nueva York. El martes me marcho a Bombay, pero podría pasar por ahí. Estoy ansioso por ver el nuevo cubo. ¿Quién es Sofía?

—Una chica. Ahora se ha marchado.

—Y eso, ¿es bueno o malo?

—Ni lo uno ni lo otro. Estoy con Nikki, de modo que puedes pasar por aquí. Me gustaría conocer tu opinión sobre lo nuevo.

Me sentí repentinamente orgulloso.

—El martes en casa de Nikki. Dale recuerdos a ella y a Barry —colgué y marqué para comunicar con Madelon.

Hermosa Madelon. Rica Madelon. Famosa Madelon. Madelon, la superlativa. Madelon, la elusiva. Madelon, la ilusión.

La vi a los diecinueve años, delgada, pero voluptuosa, situada en el centro de un semicírculo de hombres que la admiraban en una aburrida fiesta de San Francisco. La deseé instantáneamente, con esa «impresión de reconocimiento» de que hablan algunos.

Ella me miró por entre los hombros de un ejecutivo de comunicaciones y de un magnate de combustibles fósiles. Su mirada era firme y la expresión de su rostro serena. Me sentí ligeramente tonto de quedarme mirándola así, y se pusieron en acción muchos de los reflejos automáticos que desarrollaban los hombres ricos para ahorrarse dinero y ataques al corazón. Empecé a dar media vuelta y ella sonrió.

Me detuve, mientras seguía mirándola, y ella pidió excusas al hombre que le hablaba y avanzó un poco.

—¿Se marcha usted ahora? —preguntó.

Asentí con un gesto, ligeramente confundido. Con un gran encanto, ella pidió perdón al semicírculo de hombres que la vio acercarse a mí, con expresiones de mala gana.

—Estoy dispuesta —me dijo de aquella forma tan serena y tan suya.

Sonreí, con todos mis circuitos protectores activados y alerta, pero mi ego se sintió tocado.

Nos metimos en el ascensor de cristal que nos dejó fuera del complejo de la Torre Fairmont y contemplamos la neblina que se abalanzaba sobre las colinas, cerca de Picos Gemelos, para descender después sobre la ciudad.

—¿Adonde vamos? —preguntó ella.

—¿Adonde le gustaría ir?

Me había encontrado con mil mujeres que se unieron a mí con todo el aparente gusto, encanto y casualidad naturales posibles entre una pobre chica y un hombre rico. Algunas habían sido atrevidas, otras sutiles, otras tan sutiles como podían serlo. Algunas habían ofrecido con toda franqueza acuerdos de negocios. Yo había aceptado algunos en mis tiempos. Pero ésta…, ésta o era diferente a todas, o más sutil que la mayoría.

—Espera que le diga: «A donde quieras», ¿no es eso? —me dijo, con una sonrisa.

—Sí. De una forma u otra, sí.

Dejamos el ascensor y nos introdujimos directamente en el garaje vigilado. A veces, entrar en el coche de uno en una calle pública es algo peligroso para un hombre rico.

—Bien, ¿adonde vamos?

Ella me sonrió mientras Bowie nos abría la puerta. La puerta se cerró suavemente tras nosotros, como la puerta de seguridad que casi era.

—He estado considerando dos posibilidades. Mi hotel y trabajar en algunos documentos… o Tierra, Fuego, Aire y Agua.

—Hagamos las dos cosas. No he estado nunca en ninguno de los dos sitios.

Tomé el intercomunicador.

—Bowie, llévanos a Tierra, Fuego, Aire y Agua.

—Sí, señor. Informaré a control.

Ella se echó a reír y dijo:

—¿Le está vigilando alguien?

—Sí, mi control local. Han de saber dónde estoy en cada momento, aunque no quiera ser encontrado. Es el castigo por tener negocios en diversas zonas de tiempo. Y, a propósito, ¿empleamos nombres?

—Claro, ¿por qué no? —dijo, sonriendo—. Usted es Brian Thorne y yo soy Madelon Morgana. Usted es rico y yo pobre.

Me la quedé mirando, desde el pelo casualmente suelto hasta las frágiles sandalias.

—No…, creo que puede usted estar sin dinero, pero en modo alguno es pobre.

—Gracias —dijo ella.

San Francisco pasó ante nosotros y Bowie obturó las ventanillas cuando nos aproximamos a una pequeña algarada callejera, girando después hacia la orilla del agua. Cuando todo estuvo seguro, volvió a permitirnos contemplar el paisaje de la ciudad, mientras rodamos colina abajo y arriba.

Cuando llegamos a Tierra, Fuego, Aire y Agua, Bowie me llamó, excusándose, cuando ya estaba a punto de cruzar la puerta. Le pedí a Madelon que me esperara y regresé al vehículo para escuchar el informe en el interfono. Cuando volví a reunirme con Madelon, en el interior del local, ella me sonrió, preguntándome:

—¿Qué tal fue mi informe?

Cuando puse expresión de inocencia, ella se echó a reír.

—Me sentiría muy sorprendida si Bowie no tuviera ya un dossier completo sobre mí, entregado por su control o lo que sea. Dígame, ¿soy una persona peligrosa, una anarquista, una dinamitera o algo por el estilo?

Sonreí, pues me gustaba la gente perceptiva.

—Dice que es usted la hija ilegítima de madame Chiang Kai-Shek y de Johnny Potseed, con condenas por lampería, trabajos penosos y miseria.

—¿Qué es lampería?

—No tengo la menor idea. Mi equipo omnisciente me dice que tiene usted diecinueve años, que es una joven aldeana de Montana y una semi-huérfana que trabajó durante once meses en Great Falls, en una oficina de las empresas Blackfoot National.

Abrió mucho los ojos y la boca.

—¡Por fin lo han encontrado! ¡Mis desesperados secretos al descubierto!

Me tomó por el brazo y me introdujo en el ascensor que nos bajaría a la caverna. Me miró con unos ojos grandes e inocentes, mientras estábamos en el abarrotado ascensor.

—¡Eh, Mr. Thorne! Cuando estuve de acuerdo con usted y con Mrs. Thorne para cuidar de sus hijos, no me imaginé que me sacaría a dar una vuelta.

Giré la cabeza con lentitud y la miré con una expresión granítica, ignorando las miradas curiosas y burlonas.

—La próxima vez que la encuentre haciendo lamperías con mi afghana, la voy a dejar en casa.

Sus ojos se pusieron húmedos y tristes.

—No, por favor. Prometo ser buena. Puede volverme a dar de latigazos cuando regresemos a casa.

—No —dije, elevando las cejas—, creo que será suficiente con llevar el collar —se abrió la puerta—. Vamos, querida. Perdóneme, por favor.

—Sí, mi amo —dijo ella, humildemente.

La parte de Tierra del club era el suelo tosco situado bajo una de las muchas colinas de San Francisco, pulverizado con un plástico estructural, de modo que tenía el mismo aspecto que una caverna, y parecía bastante fuerte. Bajamos por el pasillo, que seguía unas curvas, hacia la marea de ruido que producía un famoso equipo de estremecimiento y penetramos en la enorme caverna hemisférica. Sobre nosotros, un enrejado de hormigón armado sostenía una piscina transparente llena de nadadores desnudos y semidesnudos. Algunos eran clientes y otros profesionales dedicados a divertirlos.

En una de las esquinas había una cascada de agua y las antorchas ardían en los contenedores colgados de la pared, mientras que una luz rojiza parpadeante se proyectaba sobre todo el escenario. El grupo de estremecimiento seguía actuando desde una cueva abierta en las paredes, a mitad de camino de la piscina, situada más arriba.

Cuando la tomé por el brazo para guiarla hacia la multitud estremecida de la pista de baile, le dije:

—Sabe muy bien que no existe una Mrs. Thorne. Ella me sonrió con una serena confianza.

—En efecto.

La noche se arremolinaba a nuestro alrededor. Soplaban vientos, perfumados y cálidos, después fríos y bruscos. La gente se hundía en el agua, sobre nosotros, con galaxias de burbujas a su alrededor. Un grupo de estremecimiento daba paso a otro, animales curtidos con pieles de pseudo-león y pelos desmelenados, las mujeres con los pechos desnudos y lascivas. Madelon fue cien mujeres diferentes en cien mitos, pero al parecer sin esfuerzo alguno. Todo era ella misma, desde una malhumorada sirena, hasta una alegre adolescente. Debo confesar que sentí un inevitable encaprichamiento y que no me preocupé por averiguar si me estaba tendiendo una trampa o no.

La decoración elemental era estimulante y me sentí más joven de lo que me había sentido en años. La gente se unió a nosotros, rió y bebió y tropezó y se marchó y otros llegaron. Madelon era como un imán que atraía la alegría y el encanto y yo me sentí muy orgulloso.

Subimos a la superficie al amanecer y yo apreté un botón de un intercomunicador a distancia, para avisar a Bowie. Fuimos a contemplar la salida del Sol sobre la bahía y después nos dirigimos a mi hotel. En el ascensor, dije:

— Tendré que arreglar esto con Bowie. No suelo salir de este modo.

—¿De veras?

La expresión de su rostro era traviesa. Después, se suavizó y nos besamos delante de mi puerta. En cuanto entramos, ella empezó a desnudarse, con gran naturalidad y, riéndose, me introdujo en la ducha, mientras yo apenas empezaba a aprenderme la belleza de su pequeña y hermosa figura. Enjabonamos y enjuagamos nuestros cuerpos el uno al otro y me sentí más joven y más vivo de lo que me había sentido en no sé cuánto tiempo.

Hicimos el amor mientras sonaba la música. En el exterior, la ciudad se despertaba y comenzaba con sus asuntos. ¿Qué se puede decir sobre dos personas que hacen el amor por primera vez? A veces, resulta un verdadero desastre, pues ninguno de los dos conoce al otro, y ese desastre influye sobre los acontecimientos posteriores. Pero otras veces es algo realmente excitante y nuevo y maravilloso, y satisfactorio, impulsándole a uno a desear hacerlo una y otra vez.

Aquello cambió mi vida.

La llevé a Tritón, la ciudad de cúpulas situada bajo el Mediterráneo, cerca de Malta, donde contemplamos maravillados las branquias orgánicas de investigación y observamos los muelles de barrido de placton. Nos pusimos branquias membranosas artificiales y nos zambullimos entre las rocas y pescamos a grandes profundidades. Su pelo se extendía detrás de ella como el de una sirena, y descendimos muy al fondo y nos elevamos con un enjambre de rápidos peces fosforescentes. «Descubrimos» los restos llenos de costras de una galera de guerra fenicia, e hicimos el amor a treinta y seis metros de profundidad.

Visitamos Naxos, donde Dionisos encontró a Ariadna, dormida junto a la orilla, abandonada por Teseo, y donde encontré a Madelon, desnuda y resplandeciente, jugando en una piscina de marea. En Kos, el lugar de nacimiento de Hipócrates, Hilary organizó una gran recepción en su villa y asistimos a una «premier» de Thea Simón en cinta, comimos fruta en la terraza y observamos cómo las naves salían al espacio desde la base Sahara.

Volamos a San Salvador y rodamos por las altas hierbas de mi rancho de ganado, e hicimos el amor en una corriente de agua. Contemplamos la Gran Barrera Carolina en la reserva ecológica y paseamos por la playa de Bora Bora a la puesta del Sol, hablando de nuestra infancia. Vimos a los bailarines del templo de Angkor Wat, y sentí lo viejo y lo joven que era. Acudimos a una fiesta en el establecimiento de Li Wing, en Nanking, donde Madelon pareció sentirse infantilmente satisfecha por el hecho de que rechazara la oferta de tres alegres bellezas por pasar una noche más con ella.

El mundo era un lugar de juego, un juguete maravilloso. Podíamos deplorar los duros pero necesarios métodos que estaban utilizando para reducir la población en la India, incluso cuando volamos muy por encima, en dirección a París, para asistir a la féte de André, adonde acudían las mujeres más hermosas de Europa con sus cuerpos esculturales cubiertos de joyas y poco más.

La llevé a las excavaciones arqueológicas de Ur, en el caluroso y polvoriento valle del Éufrates, pero permanecimos en una villa móvil, dotada de aire acondicionado. Navegamos por el Océano Indico con Karpolis, precisamente en la época en que las sublevaciones de Bombay estaban costando la vida a cientos de miles de personas. El resto del mundo parecía muy alejado y, en realidad, no me importaba mucho, pues estaba disfrutando de un verdadero festín amoroso. Mi ayudante Benedict se encargaba de solucionar las cuestiones de rutina y yo hice a un lado todo lo demás durante un tiempo. Fuimos a Estación Uno y «bailamos» en gravedad cero en el llamado «Salón de Baile Estelar», en la gran sala de la estructura central. Tomamos el vehículo a la Luna, para que Madelon hiciera su primera visita. Vi la base Tycho con ojos frescos y una sensación de aventura y maravilla que ella misma generaba. Subimos a la Cúpula Copérnico y después dimos una vuelta por el nuevo Joven Observatorio, situado en la cara oculta. Contemplamos juntos las estrellas, viéndolas con absoluta claridad, muy cercanas y sin parpadeos. Quise recorrer todo el camino y lo mismo quiso ella. Envueltos en nuestros gruesos trajes espaciales, dimos un paseo por la superficie, ligeramente molestos al ser discretamente observados por un guía turístico Lunar, que estaba allí para asegurarse de que los novatos no cometieran tonterías.

Nos encantó cada uno de los minutos que pasamos allí. Por la noche, nos echábamos en nuestra cama, modelo cuchara, y hablábamos de las estrellas y de la vida de otros mundos y hacíamos planes de amantes para el futuro.

Estaba enamorado. Me sentía ciego, inexperto, sensible, feliz, loco y alocadamente tonto. Gasté un verdadero tesoro emocional y calculé que había sido bien empleado. En efecto, estaba enamorado.

Pero el amor no puede ser rígido, ni puede comprarse, ni siquiera con amor. El amor sólo puede ser un regalo, entregado libremente, tomado libremente. Utilicé mi dinero como una herramienta, tal y como Cilento podía utilizar un modelo de pantalla de radar, para conseguir con él tiempo y placer, no para «comprar» a Madelon.

Todos aquellos viajes costaron una fortuna, pero ésa era una de las razones por las que tenía dinero. Podía haber dejado de trabajar para obtenerlo desde mucho antes, excepto por el hecho de que habría consumido seriamente mi capital en comisiones y proyectos y viajes de placer y mujeres. Ya estaba empezando a pensar en ir a Marte con Madelon, pero eso significaba un viaje de siete meses en una sola dirección y habría representado un gran zarpazo de tiempo a mi programa.

En lugar de eso, la presenté a mi mundo. Asistimos a los acontecimientos públicos, a los conciertos, exposiciones y fiestas. Ella compartió mi entusiasmo para encontrar y ayudar a jóvenes artistas en todos los campos, desde el pobre campesino mexicano con un gran talento natural para la fabricación de esculturas de arcilla, hasta el eslavo peludo y malhumorado, con la casa llena de extraordinarias cintas sintetizadoras que muy pocos habían escuchado.

Estaba, además, el mundo privado, las casas «seguras» existentes en diversas partes del globo, las playas privadas y los coches rápidos, los amigos valiosos, como Turner, el senador, y Dum, el percusionista; como Barbara y Carol y Greg y los demás. Ella tenía ropa interior de Queen Kong, en Shanghai, y vestidos recamados de joyas de Simpson. Tenía todo lo que deseaba, que fue, probablemente, mi primer error.

Algunos habían dicho que Madelon Morgana era una bruja, una Circe, una perra, una cazadora de fortuna, una corruptora. Otros dijeron que se la entendía mal, que era un ángel, una santa, una criatura muy en contra del pecado. Yo la conocía muy bien y, probablemente, era todas aquellas cosas en varios momentos y lugares. Fui el primero, último y único esposo legal de Madelon Morgana.

La quería y la conseguí. El conseguir una mujer deseada no era tan difícil. Si me subía sobre mi dinero y mi fama, podía llegar a ser muy alto. A veces, me preguntaba qué tal sería como amante sin dinero, pero era demasiado perezoso para intentarlo.

Quería a Madelon porque era la mujer más hermosa que había visto jamás y la menos aburrida. Tarde o temprano, todas las mujeres me aburrían, así como la mayoría de los hombres. Cuando no se producen sorpresas, hasta las personas más atractivas pasan de moda. A veces, Madelon podía despertar una gran variedad de emociones en mí, desde el amor al odio, pero nunca me aburrió, y el aburrimiento es el mayor de los pecados. Incluso aquellos que trabajan para no estar aburridos pueden llegar a sentirse aburridos de que se noten sus esfuerzos. Pero Madelon era maravillosa, tanto interior como exteriormente, y yo ya me había cansado de carne hermosa y mentes usuales.

No fue tanto el hecho de que «consiguiera» a Madelon como el de casarme con ella. La atraje, nuestra vida sexual era extraordinaria y mi riqueza era precisamente lo que ella necesitaba. Mi dinero era su libertad.

Me abrí a ella como no lo había hecho a nadie más. Traté mostrarle mi mundo, al menos en su vertiente artística. La parte de los negocios era la que correspondía al juego, una especie de ajedrez global, o de póquer interplanetario, insípido para la mayor parte de la gente.

La llevé al concierto de un joven músico sintetizador, cuya carrera estaba patrocinando una de las instituciones creadas por mí. La observé manejar la atención y la fama instantánea que adquieren las bellezas desconocidas unidas al dinero y al poder. Más tarde, estábamos echados sobre la cama líquida cubierta de pieles, bajo la cúpula acristalada de mi apartamento de Nueva York, observando las luces de las torres y los puntos de los helicópteros, que parecían insectos voladores.

—¿Son todos los músicos tan arrogantes como ese compositor de música electrónica que te acorraló en el vestíbulo? —me preguntó Madelon.

—No, gracias a Dios. Pero cuando se ha concebido algo que no está convencido que debe experimentar el mundo entero, se |siente una gran ansiedad por presentarlo.

—¡Pero te estaba exigiendo que lo patrocinaras! —exclamó, sacudiendo la cabeza con un gesto de enfado, extendiendo su pelo sobre mi pecho—. ¡Qué ego!

—Todo el mundo tiene uno —le dije, con las puntas de mis dedos sobre su carne—. La gente está convencida de que yo poseo un ego muy grande debido a todos los acontecimientos artísticos a los que asisto. Pero quiero que el arte se convierta en existencia, y no estimular aún más mi fama o mi ego.

—¡Oh, Brian! —exclamó, removiéndose y apretando su cuerpo voluptuoso contra el mío—. ¡A veces eres tan modesto como para salir por la puerta trasera!

No le contesté. La gente nunca comprende. Esperaba, sin embargo, que ella llegara a comprender con el transcurso del I tiempo. Yo deseaba ayudar al nacimiento de la creatividad, y no arañar mi ego en la base de la grandeza.

—¿Por qué no nos casamos? —pregunté. Sus ojos se abrieron muy ampliamente.

—¿Casarnos? —Se sentó y movió una mano hacia las torres enjoyadas—. ¿Quieres decir legalmente, frente a Dios y los hombres?

Yo asentí con un gesto y ella contestó sobriamente:

—No tienes por qué hacer eso.

—Lo sé —dije—. Soy una persona muy autoindulgente. Sólo hago aquello que quiero hacer. Algún día, quiero ir a Marte, y algún día lo haré. Pero, en estos momentos, quiero que nos casemos.

—¿Y qué querrás mañana? ¿No estar casados?

La hice descender sobre la cama y la besé.

—Me parece que no comprendes que soy un hombre muy poderoso y que siempre consigo lo que quiero.

Me miró a través de unos ojos entornados.

—¡Oh! ¿De veras? —dijo, con lentitud—. ¿Qué se supone que debo contestar a eso?

—¿Por qué me lo preguntas? Dilo.

—En tal caso, digo que sí.

Después de nuestro matrimonio, dejó de ser Madelon Morgana para convertirse, no en Madelon Thorne, sino en Madelon Morgana. Al principio, fui una ayuda conveniente y atractiva, un refugio, un apoyo, una puerta abierta, un defensor, un hombre más viejo y experimentado. A ella le gustaba lo que yo era y, más tarde, le gustó quién era yo. Nos hicimos amigos. Nos enamoramos. Pero no fui su único amante.

Nadie era propietario de Madelon, ni siquiera yo. Sus otros amantes no fueron frecuentes, pero muy reales. Nunca mantuve la cuenta, aunque control podía proporcionarme la información a partir de las computadoras de vigilancia del sector. No es que yo la hiciera vigilar, sino que debía ser vigilada por su propia protección. Todo eso forma parte del ser rico y del cómo obtener mejor unos pocos millones de mí en lugar de utilizar los antiguos y deshonrosos medios del rapto. El protegerse contra un asesino era casi imposible si el hombre era inteligente y estaba decidido, pero los equipos de vigilancia me proporcionaban cierta tranquilidad cuando ella no estaba cerca de mí. Mientras tanto, estudié mazeru con Shigeta, haciéndolo cada vez que podía. Los reflejos propios son al mejor protección.

En cuatro años, Madelon sólo tuvo dos amantes de los que pensé que estaban por debajo de ella. Uno fue un rudo minero que había pegado fuerte en las minas marcianas, cerca de Bradbury, y estaba gastando una cierta vitalidad animal, junto con su nueva riqueza. El otro fue una estrella de cinta, bastante encantador y hermoso, pero esencialmente vacío. Fueron asuntos momentáneos y cuando ella se dio cuenta de que yo me sentía tenso, rompió inmediatamente sus relaciones con ellos, algo que ninguno de los dos hombres pudo comprender.

Pero Madelon y yo éramos amigos, así como esposos. Y uno nunca es rudo con los amigos, al menos conscientemente. Con frecuencia insulto a la gente, pero nunca me comporto con ella como un bruto. El gusto de Madelon era excelente y aquellas otras relaciones fueron fructíferas en cuanto aprendizaje y alegría, de modo que las únicas que me fueron desagradables estuvieron en franca minoría.

Michael Cilento fue diferente.

Hablé con Madelon y después volamos para ver a Mike en casa de Nikki. Nuestro encuentro fue cálido.

—No te puedo agradecer bastante que me dejaras la villa —me dijo, abrazándome—. Fue maravilloso y Nikos y María fueron muy amables conmigo. Hice algunos dibujos de su hija. Pero la isla… ¡ah! Maravillosa… muy pacífica y, sin embargo… de algún modo excitante.

—¿Dónde está el nuevo cubo?

—En la Galería Atenas. Están haciendo una exposición de un solo hombre y un solo cubo.

—Bien, vayamos. Estoy ansioso por verlo —me volví hacia mi ayudante Stamos y le dije—: Madelon no tardará en venir. Por favor, llévela inmediatamente al Atenas —y volviéndome hacia Mike, añadí—: Vamos… Me siento excitado.

El cubo tenía tamaño natural, como sucedía con todas las obras de Mike. Sofía tenía una piel aceitunada y sus pechos eran pictóricos. Estaba echada sobre un diván, cubierta con espesas pieles, enroscada como una gata, pero completamente al descubierto. Había en la obra una gran riqueza, una reminiscencia opulenta de las odaliscas de Matisse. Pero el absoluto erotismo animal de la mujer lo superaba todo.

Era la Madre Tierra, Eva y Lili juntas. Era la princesa pagana, la alta sacerdotisa de Baal, la gran prostituta de Babilonia. Estaba desnuda, pero un ornamento solar brillaba opacamente entre sus pechos. Detrás de ella, a través de un antiguo arco de piedra gastada, se veía un mundo naciente, exuberante y verde, más allá de un elevado muro. Se percibía aquí una sensación de tiempo, un retroceso mucho más allá de la historia registrada, cuando los mitos eran hombres y cuando, quizá, los monstruos eran reales.

Estaba cubierta de pieles de animales, con la débil sugerencia de un chal lascivo, sin que ninguna de sus partes apareciera oculta y con una manzana medio mordisqueada en la mano. La directa sugerencia de Eva habría sido ridícula de no haber mostrado un fuerte poder primitivo. De repente, el simbolismo de la Eva bíblica y de su manzana del conocimiento adquirieron una realidad, un significado.

Aquí, en alguna parte del pasado, parecía estar diciendo Michael Cilento, se produjo un cambio. Desde la simplicidad hacia la complejidad, desde la inocencia al conocimiento y más allá, quizá hacia la sabiduría. Y siempre la íntima y secreta lujuria personal del cuerpo.

Todo esto en un solo cubo y observándolo desde una sola cara. Me desplacé hacia un lado. La mujer no cambió, excepto por el hecho de que ahora la estaba mirando de lado, pero la vista que se podía contemplar antes a través del arco habla cambiado. Era el mar, extendiéndose bajo unas pesadas nubes hacia el incambiable horizonte. Las olas rodaban, tranquilas y casi en silencio.

La vista posterior estaba por detrás del lugar hacia el que miraba la voluptuosa mujer: una habitación oscura, un pasillo que conducía a ella, débilmente iluminada con antorchas parpadeantes, perdiéndose en la oscuridad… ¿en el tiempo? ¿Hacia el tiempo? La Madre Tierra estaba esperando.

La cuarta cara era una pared de piedra sólida más allá de la mujer que esperaba y en la pared había una anilla de la que colgaba una cadena. ¿Símbolo? ¿Decoración? Pero Mike era demasiado artista para colocar algo que no tuviera un significado concreto en su obra, puesto que la decoración era simplemente diseño sin contenido.

Me volví hacia Mike para hablar, pero él estaba mirando hacia la puerta.

Madelon estaba en la entrada, contemplando el cubo. Lentamente, se acercó a él, con una mirada intensa en sus ojos, una mirada secreta, investigadora. No dije nada, pero me hice a un lado. Miré a Mike y el corazón me dio un vuelco. Él la estaba contemplando fijamente, con la misma intensidad con que ella observaba el cubo sensatrón.

Cuando Madelon se acercó más, Mike avanzó hacia mí.

—¿Es tu amiga? —preguntó, y ante mi asentimiento, añadió—: Haré ese cubo que me pides.

Esperamos en silencio, mientras Madelon caminaba lentamente alrededor del cubo. Podía ver que estaba excitada. Su piel era morena y su cuerpo delgado, fresco por la exploración submarina del Egeo con Markos. Finalmente, se apartó del cubo y vino directamente hacia mí, con una oscilación de su falda. Nos besamos y nos mantuvimos abrazados durante largo rato.

Nos miramos a los ojos durante un buen rato.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Sí.

Aún me observó un momento, con una suave sonrisa en su rostro, buscando mi mirada para tratar de descubrir cualquier daño que hubiera podido causarme. Utilizando ese lenguaje íntimo y mudo de los viejos amigos y amantes, me interrogó con su mirada.

—Estoy perfectamente bien —le dije, sintiéndolo de verdad.

Yo era siempre su amigo, pero no tan frecuentemente su amante. Sin embargo, seguía teniendo más que la mayoría de los hombres, y no me refiero precisamente a mis millones. Tenía su amor y su respeto, mientras que otros únicamente solían tener su interés.

Ella se volvió hacia Mike con una sonrisa.

—Es usted Michael Cilento. ¿Hará mi retrato, o me utilizará como sujeto?

Madelon era lo bastante perceptiva como para saber que existía más de una diferencia sutil.

—Brian ya me ha hablado al respecto —dijo él.

—¿Y? —ella no se sintió sorprendida.

—Siempre necesito pasar algún tiempo con mi sujeto antes de hacer un cubo.

Excepto con el cubo de Buda, pensé yo con una sonrisa.

—Lo que necesite —dijo Madelon.

Mike miró por encima de ella, hacia mí, elevando las cejas. Yo hice un gesto de aceptación. Lo que se necesitara. Me ufanaba de comprender el proceso creativo mejor que la mayoría de los no artistas. Lo que se necesitaba, se necesitaba; lo que no se necesitaba, no tenía la menor importancia. Con Mike, la tecnología había dejado de ser todo, excepto un mínimo obstáculo entre él y su arte. Ahora sólo necesitaba intimidad y comprensión de lo que intentaba hacer. Y eso significaba tiempo.

—Utiliza el Transjet —dije—. Blake Masón ha terminado la casa de Malagasy. Utilizadla. O dar alguna vuelta por ahí durante algún tiempo.

—¿Cuántas casas tienes? —preguntó Mike, sonriendo.

—Me gusta cambiar de ambiente. Eso hace la vida mucho más interesante. Y por mucho que intento mantener el rostro fuera de las noticias, siguen persiguiéndome y no puedo ser yo mismo en muchos lugares en los que me gustaría serlo.

Mike se encogió de hombros.

—Pensé que un poco de fama sería útil, y lo ha sido, pero ahora sé lo que quieres decir. Después de las entrevistas en el Mundo Artístico y de la aparición en el espectáculo de Jimmy Brand, parece como si no pudiera ir a ningún sitio sin que alguien me reconozca.

—Lo amargo con lo dulce —comenté.

—Brian también utiliza una serie de personalidades —dijo Madelon, lo que hizo levantar nuevamente las cejas a Mike—. Las vidas secretas de Brian Thorne, completada con pasaportes y unitarjetas —y se echó a reír.

Mike se me quedó mirando y le expliqué:

—Es algo necesario cuando se es el centro de una estructura de poder. Hay veces en que uno necesita apartarse de todo, o, simplemente, no ser uno mismo durante algún tiempo. Se parece bastante a cuando un artista cambia de estilo. La casa de Malagasy pertenece a «Ben Ford», de Publitex… Aún no he estado allí, de modo que tú puedes ser Ben.

La gente ha dicho que yo mismo me lo busqué. Pero no puede uno detener la marea; llega cuando quiere y se marcha cuando quiere. Madelon era una persona diferente a todas las que yo había conocido. Era dueña de sí misma. Pocas personas lo consiguen. Y así, muchas no son más que simples reflejos de otros, espejos de fama, de poder o de personalidad. Muchas permiten que otras piensen por ellas. Algunas ni siquiera son personas, sino simples estadísticas.

Pero Madelon era diferente a las demás. Tomaba y entregaba sin consideración para con muchas cosas, exigiendo sólo la verdad. Era dura con sus amigos, pues hasta los amigos necesitan a veces un toque de no-verdad para ayudarles a salir.

Se ajustaba a mi propia definición de la amistad: los amigos deben interesar, divertir, ayudar y protegerle a uno. No pueden hacer ninguna otra cosa. Hasta qué punto cumplen con este criterio, es lo que define el grado de amistad. Sin interés, no hay comunicación; sin diversión no hay entusiasmo; sin ayuda ni protección no hay confianza, ni verdad, ni seguridad, ni intimidad. La amistad es un camino de dos vías y Madelon era mi amiga.

Michael Cilento también era diferente a la mayoría de las personas. Era un ser original y estaba en camino de convertirse en una leyenda. En el nivel inferior, hay personas que son «interesantes» o «diferentes». Los que están por debajo son a los que no se les debe permitir malgastar el tiempo de uno. El siguiente escalafón hacia arriba es la persona única. Después vienen los originales y finalmente esas raras personas que se convierten en leyendas.

Puedo ufanarme de mí mismo y decir que yo, sin duda alguna, era diferente, posiblemente incluso único en un buen día. Madelon era, sin el menor género de dudas, una persona original. Pero yo tenía la impresión de que Michael Cilento tenía ese algo de extra, el arte, el impulso, la visión, el talento que podía llegar a convertirle en una leyenda. (O destruirle.)

Así pues, se marcharon juntos. A Malagasy, en la costa africana. A Capri. A Nueva York. Después, me enteré de que estaban en Argel. Hice que mi control mantuviera un ojo extra especial puesto sobre ellos, lo que iba más allá de la habitual vigilancia protectora que había mantenido hasta entones sobre Madelon. Pero no comprobé nada por mí mismo, eso era asunto suyo.

Un informe video los mostró en la Estación Uno, bailando en gravedad cero en el gran salón esférico. Pero incluso sin necesidad del control, me enteraba de sus acciones y andanzas por ese cúmulo de personas que encontraban delicioso informarme sobre dónde estaba mi esposa y su amante. Y sobre lo que estaban haciendo. Y qué aspecto tenían. Y lo que decían, etcétera.

De algún modo, nada de todo aquello me sorprendió. Conocía a Madelon y lo que le gustaba. Conocía a las mujeres hermosas. Sabía que los cubos sensatrón de Mike eran pasaportes hacia la inmortalidad para muchas mujeres.

Mike no era el único artista que trabajaba en este medio, desde luego, Hayworth y Powers ya habían hecho sus exhibiciones y Coe ya había hecho su gran «Familia». Pero era Mike quien quería a las mujeres. Los presidentes y los reyes asediaban a Cinardo y a Lisa Araminta. Las estrellas de video creían que Hampton estaba de moda. Pero Mike era la primera elección para todas las grandes bellezas.

Estaba decidido a que Mike dispusiera de todo el tiempo e intimidad que necesitara para hacer su cubo sensatrón de Madelon y ordené perentoriamente a todas mis casas, oficinas y sucursales que Mike y Madelon quedaran aislados de los noticieros de video, de los buscadores de noticias y de todos los que hacían perder el tiempo.

Aquel afán de poseer un retrato sensatrón de Madelon correspondía al ego más puro por mi parte. Supongo que deseaba que el mundo supiera que ella era «mía», hasta el punto que ella podía pertenecer a alguien. Me di cuenta de que, en el fondo, todo mi patrocinio era puro ego.

No había que cometer errores… Disfrutaba del arte que ayudaba a hacer posible, cometiendo unos pocos errores que me mantenían alerta. Pero disfrutaba de muchas clases y niveles y grados de arte. No me dedicaba a los que ya tenían popularidad, sino que prefería estimular a nuevos artistas.

Como se puede comprender, soy un hombre de negocios. Muy rico y con mucho talento, y muy famoso, pero nadie me recordará más allá del recuerdo de mis pocos y buenos amigos. Ni siquiera merecería una nota en la historia, de no haber sido por mi asociación con el arte.

Pero el arte que he ayudado a crear me permitirá seguir viviendo. No soy único en eso. Algunas personas promocionan y mantienen universidades, o crean becas, o construyen estadios. Éstos no siempre son actos de puro egotismo, pero el ego se ve a menudo mezclado en la cuestión, estoy seguro, especialmente si los gastos se pueden deducir de los impuestos. A través de los años, encargué a Vardi que hiciera las Parcas para la terraza-jardín del complejo General de Anomalías, mi base financiera y mi principal empresa. Presioné para que Darrin hiciera las esculturas de las Montañas Rocosas para la United Motors. Convencí a Willoughby para que construyera sus doradas series de bestias en mi casa de Arizona. Caruthers hizo sus series del «Hombre», en forma de cubos, gracias a un encargo de mi empresa Manpower. Los paneles que ahora se encuentran en el Metropolitano fueron hechos por Elinor Ellington para mi propiedad de Tahití. Entregué a la Universidad de Pennsylvania el dinero necesario para impregnar aquellas pinturas rupestres de Marte y traerlas a la Tierra, donde se conservan rodeadas de grandes medidas de seguridad. Entregué subsidios a Eklundy durante cinco años antes de que compusiera su Sinfonía Marciana. Patrociné el primer concierto de música aérea en Sydney. Mi ego ha logrado excelentes resultados.

Recibí una cinta de Madelon el mismo día en que me llamó el Papa, quien deseaba que le ayudara a convencer a Mike para que hiciera las esculturas de su tumba. La nueva Iglesia Reformada, estaba relacionada de nuevo con el mecenazgo del arte, una tradición que duraba ya 2.500 años.

Pero el recibir una cinta de Madelon, en lugar de una llamada a la que pudiera responder, me dolió. Medio sospeché que había perdido a Madelon.

Mis acorazadas capas de sofisticación me dijeron con no mucha sinceridad que yo mismo me lo había buscado, e incluso que había intrigado para llegar a ese resultado. Pero mis entrañas me decían que había sido un tonto. En esta ocasión, me había engañado Solapadamente a mí mismo.

Pasé la cinta. Estaba registrada desde un jardín de líquenes marcianos, en Trumpet Valley, y los cantos rodados graníticos que había tras ella estaban cubiertos por el robín, y el verde oliva y el negro brillante de los trasplantes extraños. Conseguí que Ecolco diera a Tashura la garantía que hizo posible la transferencia desde Marte. Los sutiles y subyugantes colores parecían un fondo muy adecuado para su belleza y su mensaje.

—Brian, él es fantástico. Nunca he encontrado a nadie como él.

Morí un poco al escuchar esto, y me sentí triste. Otros la habían divertido o habían satisfecho su lascivo cuerpo dorado, o fueron momentáneamente misteriosos para ella, pero esta vez… esta vez sabía que era diferente.

—Va a empezar el cubo la semana que viene, en Roma. Me siento muy excitada. Estaré en contacto contigo.

La vi apretar el botón y la cinta terminó. Hice que mi ayudante Benedict la buscara y la encontrara en la Ciudad Eterna. Tenía un aspecto radiante en la emisión.

—¿Cuánto pide por hacerlo? —pregunté.

A veces, mi cerebro de hombre de negocios tiende a mantener las cosas ordenadamente y en su sitio, antes de que se pueda producir la confusión y el mal entendimiento. Pero, en esta ocasión, fui abrupto, rígido y bastante brutal, aunque pronuncié las palabras en un tono normal y ligero. Pero todo lo que podía ofrecer eran los recursos que podrían pagar el cubo sensatrón.

—Nada —me contestó ella—. Lo va a hacer por nada. Porque quiere hacerlo, Brian.

—Eso no tiene sentido. Yo se lo encargué. Los cubos cuestan mucho dinero. Y él no es tan rico.

—Me ha dicho que te comunique que desea hacerlo sin ningún dinero de por medio. Ahora está fuera, consiguiendo nuevas redes ciliares.

Me sentí engañado. Yo mismo había provocado la serie de acontecimientos que terminarían con la creación del retrato sensatrón de Madelon, pero iba a ser engañado en cuanto a mi única contribución, en cuanto a mi única conexión. Tenía que salvar algo.

—Será…, será un cubo extraordinario. ¿Se opondría Mike a que yo construyera una estructura para contenerlo?

—Creí que lo deseabas instalar en la nueva casa de Battle Mountain.

—En efecto, pero pensé que podría construirle una cúpula pequeña y especial de piedra pulverizada. Quizás en el mismo lugar. Algo extra y hermoso para una obra maestra de Cilento.

—Parece como si estuvieras proponiendo la construcción de un sepulcro.

Su rostro era sereno, y sus ojos me miraban directamente.

—Sí —dije, con lentitud—, quizá sea así.

Quizá la gente no debe conocerle nunca a uno hasta el punto de ser capaz de leer los pensamientos, mientras uno no puede hacer lo mismo. Cambié de tema y estuvimos hablando durante unos minutos sobre varios amigos. Steve, en la sonda de Venus. Un couturier de moda que estaba mostrando una nueva línea de modelos basada en los descubrimientos marcianos. Un nuevo escultor que trabajaba con plásticos magnéticos. Los diseños de Blake Masón para los Jardines de Babilonia. Un festival en Río, al que Jules y Gina nos habían invitado a ir. El deseo del Papa de que Mike hiciera su tumba. En resumen, hablamos de todas las trivialidades y cosas de importancia normales entre amigos.

Yo hablé de todo, excepto de aquello sobre lo que más quería hablar.

Cuando nos despedimos, Madelon me dijo con una sonrisa triste y orgullosa que nunca se había sentido tan feliz. Yo hice un gesto de asentimiento y corté la comunicación y después me quedé mirando fijamente, sin ver, la línea del cielo. Durante un largo rato, odié a Michael Cilento y, probablemente, nunca como en aquel momento estuvo él más cerca de la muerte. Pero yo amaba a Madelon y ella amaba a Mike, así es que él debía vivir y ser protegido. Sabía que ella también me amaba a mí, pero eso fue y siempre ha sido una clase diferente de amor.

Me dirigí a un consejo científico que se celebraba en la Base Tycho y contemplé la Tierra verde-parda-azul-blanca «desde arriba», y sólo presté muy poca atención a los oradores. Acudí a una reunión petrolífera celebrada en Hargesisa, Somalia. Visité a una amante mía en Samarcanda, vendí una empresa, compré una serpiente electrónica para el Louvre, visité Armand y Nardonne, compré una empresa, encargué un concierto a un nuevo compositor que me gustó, en Ceilán, y doné uno de los primeros Caruthers al Prado.

Vine y fui. Pensé en Madelon. Pensé en Mike. Después, regresé a aquello que hacía mejor: ganar dinero, hacer trabajar, conseguir que se hicieran las cosas, lograr que pasara el tiempo.

Acababa de regresar de una reunión política del Consejo Ecológico del Continente Norteamericano cuando me llamó Madelon para comunicarme que el cubo estaba terminado y que sería instalado en la casa de Battle Mountain a finales de la semana.

—¿Cómo es? —pregunté.

—Míralo tú mismo —me contestó, sonriendo.

—Perro presumido —gruñí.

—Es el mejor, Brian. El mejor sensatrón del mundo.

—Te veré el sábado.

Corté la comunicación y me tomé libre el resto del día, cené pronto con dos rubias suecas e hice una pequeña purga de carne. En realidad, eso no me ayudó mucho.

El sábado, pude ver a las dos pequeñas figuras saludándome con las manos desde el puente que ponía en comunicación la casa con la extensión de roca aplanada donde se había posado el helicóptero. Estaban cogidos de las manos.

Madelon aparecía morena, elegante, brillante, vestida de blanco con un collar de tatuajes de Cartier Tempoimplant alrededor de los hombros y los pechos, que despedía deslumbradoras facetas de fuego líquido. Saludó con la mano a Bowie mientras se acercaba a mí, esforzándose por avanzar contra el viento que aún removían las palas del helicóptero.

Mike estaba allí, vestido de negro, con el aspecto de quien ha sido cazado.

¿Te está afectando, muchacho?, pensé. Hubo un malvado escalofrío en este pensamiento y me avergoncé.

Madelon me abrazó y regresamos juntos sobre el alto puente, dirigiéndonos rectamente hacia la nueva cúpula de piedra pulverizada, situada en el jardín, al borde de un despeñadero de más de ciento cincuenta metros.

El cubo era magnífico. No había existido aún una cosa así. Todavía no.

Era el cubo más grande que yo había visto. Desde entonces, se han hecho otros más grandes, pero en aquella época resultaba bastante grande. Ninguno de los existentes era mejor. Su impacto resultaba asombroso.

Madelon estaba sentada como una reina en lo que ha llegado desde entonces a ser conocido como el Trono Enjoyado, un gran bloque sólido, similar a un trono que parecía ser en parte templo, en parte joya y en parte sueño. Era inmensamente complejo, construido con modelos electrónicos de caras que producían el efecto de una joya excelentemente tallada y que, de algún modo, también parecía líquida. Aunque sólo fuera por aquel trono, Michael Cilento se habría ganado ya un lugar en la historia del arte.

Pero sobre él estaba sentada Madelon. Su largo pelo le caía hasta la cintura en una cascada simple. Miraba directamente hacia uno, sentada en posición erecta, casi orgullosa, con una expresión casi triunfante.

Me alejé de la puerta. Lo olvidé todo y a todos, incluyendo al original y a su creador. Para mí, sólo existía el cubo. Las vibraciones estaban llegando hasta mí, y el ritmo de mi pulso aumentó. Aún sabiendo que los generadores de pulso estaban actuando sobre mis ondas alfa y que los proyectores de emisión estaban haciendo esto y los sónicos estaban haciendo aquello y que mis propias ondas alfa estaban siendo sincronizadas y reproyectadas, eso no parecía afectarme. Únicamente el cubo me afectaba. Todo lo demás lo tenía olvidado. Allí sólo estábamos el cubo y yo, con Madelon en su interior, más real que la propia realidad.

Caminé para situarme ante él. El cubo estaba ligeramente elevado, de modo que ella se encontraba sentada bastante por encima del suelo, como debía estarlo una reina. Detrás de ella, más allá de los ojos de color violeta oscuro, más allá de la increíble presencia de la mujer, había un fondo oscuro y neblinoso que podía o no podía haber estado moviéndose y cambiando.

Permanecí allí durante largo rato, sólo contemplando, experimentando.

—Es increíble —susurré.

—Camina a su alrededor —dijo Madelon. Percibí el matiz de orgullo en su voz. Me moví hacia la derecha y fue como si Madelon me siguiera con sus ojos, sin moverlos, siguiendo mediante la sensación, alerta, viva, preparada para mí. La imagen electrónica de las superficies compuestas de multicapas ya era real. Los cepillos electrónicos de Mike habían transformado las imágenes básicas y directas de video de formas muy sutiles, emitiendo artísticas capas y frágiles sombreados sobre muchos niveles, revelando y resaltando de un modo muy delicado.

La figura de Madelon estaba sentada allí, orgullosamente desnuda, respirando con normalidad, con ese movimiento fantásticamente similar a la vida que les era posible conseguir a ciertos hábiles constructores moleculares. La figura no tenía nada de la pomposa vistosidad que Caruthers o Raeburu daban a las suyas, tan encantados por su habilidad de dar «vida» a su trabajo, que no veían nada más.

Pero Mike poseía control. Tenía poder en su trabajo, comprensión, y exigía que el espectador pusiera algo de su parte. Caminé alrededor del cubo, hacia la parte posterior. Madelon ya no estaba sentada en el trono. Éste aparecía vacío y más allá, extendiéndose hasta el horizonte, se veía un océano, con las estrellas sobre las olas. Brillaban nuevas constelaciones. Fulguraba un meteoro. Retrocedí hacia el lado. El trono permanecía igual, pero Madelon había vuelto a él. Estaba sentada allí, como una reina, esperando.

Caminé alrededor del cubo. Ella también estaba al otro lado, esperando, respirando, siendo. Pero en la parte posterior, desaparecía. ¿Pero hacia dónde?

Miré largo rato en los ojos de la figura del cubo. Ella me devolvió una mirada fija. Me pareció como si pudiera sentir [sus pensamientos. La expresión de su rostro cambió, pareció estar a punto de sonreír, se puso triste y volvió a adquirir gesto de reina.

Yo volví en mí. Regresé junto a Mike para felicitarle.

—Estoy asombrado. No hay palabras. Él pareció sentirse aliviado con mis palabras.

—Es tuyo —me dijo.

Asentí con un gesto. No había nada que decir. Era la mayor obra de arte que conocía. Era más que Madelon o que la suma de todas las Madelons cuya existencia conocía. Era la mujer, así como una mujer específica. Me sentí humilde en presencia de tan grande manifestación artística. Era «mía» sólo en el sentido de que yo podía guardarla. Pero no podía ocultarla. Porque pertenecía al mundo.

Les miré a los dos. Había algo más. Percibí de qué se trataba y morí un poco más. A través de mi mente pasó un ramalazo de odio contra ambos y desapareció, dejando únicamente vacío.

—Madelon viene conmigo —dijo Mike.

Yo la miré. Ella hizo un ligero gesto de asentimiento, mirándome muy seriamente, con una profunda expresión de preocupación en sus ojos.

—Lo siento, Brian.

Asentí con un gesto, sintiendo cómo, de pronto, se me estrechaba el cuello. Se trataba, casi, de un intercambio comercial: la mayor obra de arte por Madelon; comercio puro. Me volví para mirar de nuevo el sensatrón y, en esta ocasión, la "Madelon-imagen pareció triste, pero compasiva. Mis ojos estaban húmedos y el cubo se estremeció. Les oí marcharse y mucho después el ruido del helicóptero se había desvanecido, mientras yo permanecía allí, mirando al interior del cubo, al interior de Madelon, al interior de mí mismo.

Se fueron a Atenas, según oí decir, después a Rusia durante algún tiempo. Cuando fueron a la India para que Mike pudiera hacer sus series de los Hombres Santos, llamé a los discretos monitores que control seguía manteniendo sobre ellos. Le vi durante una entrevista en un espectáculo y parecía muy reservado; habló sobre las presiones que la fama le imponía. Madelon no apareció en el espectáculo, y él tampoco habló de ella.

Como parte de mi puesta al día tecnológica, se me pasó un artículo sobre Mike, publicado en Science News, en el que se hablaba de sus logros técnicos, antes que de los artísticos. Al parecer, el sistema molecular a escala completa había sido un éxito, una buena parte del cual se debía a él. El resto del artículo giraba alrededor de sus investigaciones básicas.

Todo aquello me parecía muy remoto, pero los viejos hábitos tardan en morir. Al ver la nueva exhibición Dolan, mi primer pensamiento fue cuánto le habría gustado a Madelon verla. Compré un vestido enjoyado y completamente esculturizado de Cartier antes de recordar cuál era la situación, y terminé por regalárselo a mi compañera del momento, durante un fin de semana pasado en la ciudad de México, con el único propósito de desembarazarme de él.

Compré empresas. Hice cosas. Encargué obras de arte. Vendí empresas. Fui a sitios. Cambié de amantes. Gané dinero. Participé en las luchas por el control de acciones. Perdí algunas. Arruiné a gente. Hice felices y ricas a otras personas. Y me sentí siempre muy solo.

Regresaba a menudo a Battle Mountain. Allí es donde está el cubo.

Su grandeza no me aburre nunca; es diferente cada vez que la contemplo, pues yo mismo soy diferente cada vez. Pero, por otro lado, Madelon nunca me aburrió, a diferencia de todas las demás mujeres, que tarde o temprano terminaban por revelar su frivolidad, o mi incapacidad para encontrar algo más profundo.

Sigo el trabajo de Michael Cilento y sé que es un artista de su tiempo y, sin embargo, al igual que sucede con muchos artistas, no es de su tiempo. Utiliza la tecnología de su tiempo, la actitud de un extraño y el mismo sujeto material básico que generaciones de artistas fascinados han utilizado.

Michael Cilento es un artista de mujeres. Muchos han dicho que él es el artista que supo captar a las mujeres tal y como eran, como querían ser, y como él las veía, todo ello en

una sola obra de arte.

Cuando contemplo mi cubo sensatrón y todos los demás cubos de Cilento que he comprado, me siento orgulloso de haber ayudado a la causa de la creación de tal arte. Pero cuando contemplo el de Madelon, que es mi cubo favorito, veces me pregunto si valió la pena el intercambio comercial.

El cubo es más que Madelon o que la suma de todas las Madelon que existieron alguna vez. Pero la realidad del arte no es la realidad de la realidad.

Tras la exposición retrospectiva de las obras de Cilento en el Modern, las habladurías sociales no me dijeron nada de ellos durante varios meses. De mala gana, terminé por pedirle a control que comprobara.

La comprobación reveló que ocupaban un estudio en Londres, pero las investigaciones hechas en el vecindario revelaron que no habían salido de allí desde hacía más de un mes y que nadie atendía las llamadas. Autoricé una discreta entrada ilegal. Al cabo de pocos minutos volvían a ponerse en comunicación conmigo, vía satélite, en Tokio.

—Debería ver esto por sí mismo, señor —me dijo el hombre.

—¿Están bien? —pregunté, doliéndome hacer aquella pregunta.

No están aquí, señor. Ropas, papeles, efectos personales, pero no hay el menor rastro de ellos.

—¿Ha comprobado en las aduanas? ¿Ha comprobado en el edificio?

—Sí, señor. Fue lo primero que hice. Nadie sabe nada… Pero…

—¿Sí?

—Hay aquí algo que debería usted ver.

El estudio era amplio, una combinación de patio con trastos viejos, tienda de maquinaria, loco laboratorio científico y galería de arte, muy parecido al estudio de cualquier otro artista de sensatrón en el que yo había estado. Más tarde, vería los detalles… las botellas de vino pintadas con caras alegres, los diminutos cubos sensatrón que le hacen a uno feliz por el simple hecho de tenerlos y verlos cambiar, los libros de arte, con nuevos bosquejos hechos sobre las antiguas reproducciones, los cajones, esquemas y diagramas.

Más tarde, deambulé por entre los escombros y los desperdicios y el arte ya de calidad de museo y vi unas cuantas pinturas primitivas sobre lienzo que, sin duda alguna, eran de Madelon. Encontré las joyas bárbaras, las risibles trifotos, las cintas, el casco persa adornado con flores marchitas, la roca pintada envuelta en papel de aluminio y puesta en la nevera, la mariposa de permaplástico, el bocadillo sin terminar.

Pero todo lo que vi cuando entré allí fueron los cubos.

Compré el edificio y ordené efectuar algunos cambios estructurales. No quería mover ninguno de los cubos ni un solo milímetro. Cogí el que todos los entendidos y revisores dieron en llamar «Los Amantes». No podía escatimárselo al mundo, aún cuando me doliera mostrarlo.

El otro cubo era más bien una herramienta, un trozo de equipo, toscamente terminado, pero completo; no se trataba realmente de una obra de arte, y no quise que lo movieran.

Una vez lo contemplaron, la gente quiso poseer «Los Amantes» de una forma curiosamente ávida. Los museos pujaron, halagaron, rogaron, se comprometieron, se reagruparon en falanges para intentarlo, se traicionaron los unos a los otros, para reagruparse de nuevo y volver a intentarlo.

En cierto sentido, es todo lo que me queda de ellos. Seguí las líneas de una investigación evidente, pero no encontré el menor rastro de ellos, ni en la Tierra, ni en la Luna, ni en Marte. Ordené a control que dejara de buscar cuando se hizo evidente que ellos no deseaban ser encontrados. O que no podían serlo.

Pero, en cierto sentido, aún están aquí. Vivos, en el cubo.

Están de pie, el uno frente al otro. Desnudos. Mirándose en los ojos del otro, cogidos de la mano. Hay una hierba nueva y rica bajo sus pies y diminutas flores creciendo. La mano de Mike sostiene algo brillante que extiende hacia Madelon. Un punto estelar de energía. Un pequeño universo brillante. Se lo está ofreciendo a ella.

Detrás de ellos está el cielo. Grandes y maravillosas nubes primaverales que se mueven majestuosamente a través del azul. Más abajo, mucho más lejos, se ven rocas antiguas y desgastadas, como las del Monument Valley de Arizona, o como las de la Corona de Marte, cerca de Burroughs. Ése fue el primer lado que vi del cubo.

Caminé alrededor, hacia la derecha, con lentitud. Ellos no cambiaron. Seguían mirándose mutuamente a los ojos, con una ligera sonrisa de conocimiento propio en los labios. Pero en el lado de atrás no había más que estrellas. Un muro de estrellas más allá de la hierba que antes estaba a sus pies. Espacio. Un espacio profundo lleno de increíbles enanos rojos, de monstruosos gigantes azules, de brillantes puntos helados, de millones y millones de soles que configuraban una nebulosa estrellada que avanzaba a través de la oscuridad.

La tercera parte mostraba otro paisaje, visto desde lo alto de una colina, con un mar violeta rojizo en la distancia, y dos Lunas.

El cuarto lado era oscuridad. Una especie de oscuridad. Algo había allí, al fondo, tras ellos. Vagas figuras se formaban, desaparecían, se volvían a formar con matices ligeramente diferentes, cambiaban…

Entonces, aparecí yo. Creo que soy yo. No sé por qué pienso que se trata de mí. No se lo he dicho nunca a nadie, pero creo que uno de los rostros débilmente distinguibles soy yo.

Las vibraciones eran sutiles, casi no se daba uno cuenta de ellas hasta que se había mirado al cubo durante un largo rato. Se trataba de vibraciones pacíficas y, sin embargo, excitantes de algún modo, como si los registros de las ondas cerebrales sobre las que estaban basadas estuvieran anticipando algo maravillosamente diferente. Se han escrito libros sobre este cubo y cada autor tiene una interpretación distinta.

Pero ninguno de ellos vio el otro cubo.

Se trata de una vista escénica y es la misma que la tercera cara de «Los Amantes». Si se camina a su alrededor, se trata de una vista de 360 grados desde un pequeño montículo. En una dirección se puede ver la orilla que se curva alrededor de una bahía de agua violeta rojiza y más allá, débilmente distinguible, hay lo que podrían ser agujas de rocas o posiblemente torres. En la otra dirección, las ondas verde-azuladas se mueven, impulsadas por una suave brisa, hacia las montañas distantes. El ciclo es largo, varias veces más largo que cualquier sensatrón actual, con un total de unas treinta horas. Pero no sucede nada. El Sol sale y se pone y hay dos Lunas, una grande y otra pequeña. El viento sopla, la hierba se ondula, las mareas suben y bajan. Se trata de un Sol cálido, del tipo G. Luz de la Luna sobre el agua. Vibraciones pacíficas. Tranquilidad.

Solo en el estudio, toqué la suave superficie de vidrita y la sentí inflexible; sin embargo, un mundo extraño parecía estar al alcance de la mano. ¿O lo estaba realmente? ¿Acaso la investigación de las partículas, realizada por Mike, había abierto alguna nueva puerta para él? Tenía miedo de hacer remover el cubo de allí porque quizá, de algún modo, estuviera fijo.

Es que, además, se escuchaban pasos en el fondo.

Dos juegos de pasos que empiezan en el cubo y se alejan hacia las distantes estrellas.

Hice que mi mejor equipo se hiciera cargo de la cuestión. Se marcharon con los diagramas y con las notas que encontraron en el espacio interdimensional. Hasta disponían de unas notas con algunas cifras garrapateadas sobre la parte superior de una mesa.

A veces, acudo al monitor y contemplo el cubo, sentado en el estudio vacío y cerrado, y me pregunto.

¿Dónde están?

¿Dónde están?