CUANDO FUIMOS A VER EL FIN DEL MUNDO

Robert Silverberg

En su segunda contribución a las mejores historias de ciencia ficción de 1972, Robert Silverberg narra un cuento mordaz sobre el fin del mundo visto desde una fiesta. Dentro de su humor negro, es una historia muy divertida… pero, quizá haya que ser un fan del emperador Nerón para conseguir reírse a carcajada limpia.

Nick y Jane estaban contentos de haber ido a ver el fin del mundo porque eso les proporcionaba un tema especial de qué hablar en la fiesta de Mike y de Ruby. A uno siempre le gusta llegar a una fiesta armado con algo de qué conversar. Mike y Ruby dan unas fiestas maravillosas. Su casa es extraordinaria, una de las más elegantes del vecindario. Se trata realmente de una estación para todas las estaciones y estados de ánimo. Es su muy especial rincón del mundo. Con más espacio en su interior y en el exterior…, con más libertad abierta. La sala de estar, con su techo de rayos expuestos es un punto focal natural para el entretenimiento. Terminada a la moda, con una sala para conversar y una chimenea. También hay una habitación familiar con techo de rayos y paneles de madera…, además de un despacho. Y una magnífica suite con un guardarropa de cuatro metros y un baño privado. Su diseño exterior es sólidamente impresionante. Patio protegido. Un maravilloso terreno de quince áreas, lleno de árboles. Sus fiestas son momentos culminantes en cualquier mes. Nick y Jane esperaron hasta que creyeron que ya había llegado gente suficiente. Entonces, Jane dio un ligero codazo a Nick y éste dijo alegremente:

—¿Sabéis lo que hicimos la semana pasada? Fuimos nada menos que a ver el fin del mundo.

—¿El fin del mundo? —preguntó Henry.

—¿Fuisteis a verlo? —preguntó Cynthia, la esposa de Henry.

—¿Cómo os las arreglasteis? —quiso saber Paula.

—Está disponible desde marzo —la informó Stan—. Creo que lo dirige un departamento de la American Express.

Nick se encontró con que Stan ya lo sabía. Rápidamente, antes de que Stan pudiera decir cualquier otra cosa, dijo:

—Sí, acaba de empezar. Nuestro agente de viajes nos lo encontró. Lo que hacen es situarle a uno en esa máquina, que tiene el aspecto de un pequeño submarino, ya sabéis, con manómetros y niveles situados detrás de una pared de plástico para impedir que nadie toque nada, y le envían a uno al futuro. Se puede pagar con cualquiera de las tarjetas de crédito habituales.

—Tiene que ser muy caro —comentó Marcia.

—Están bajando los costes rápidamente —informó Jane—. El año pasado sólo se lo podían permitir los millonarios. ¿De veras no habéis oído hablar antes de esto?

—¿Qué visteis? —preguntó Henry.

—Durante un rato, sólo un paisaje grisáceo por la portilla —dijo Nick—. Y una especie de efecto parpadeante.

Todo el mundo le estaba mirando y él disfrutaba con la atención de que era objeto. La expresión de Jane era amorosa.

—Después, se fue aclarando el ambiente y, a través de un altavoz, una voz dijo que ahora habíamos llegado al verdadero final del tiempo, cuando la vida se había hecho ya imposible sobre la Tierra. Claro que nosotros estábamos herméticamente encerrados en aquella cosa que parecía un submarino. Sólo mirábamos hacia el exterior. Había una playa, que estaba vacía. El agua tenía un extraño color gris, con un brillo rosado. Y entonces, salió el Sol. Era rojo, como lo es a veces cuando sale el Sol, sólo que permaneció rojo mientras fue elevándose hacia el cenit y parecía desigual y desgarrado en los bordes. Como unos pocos de nosotros, ¡ja, ja! Desigual y desgarrado en los bordes. Sobre la playa soplaba un viento frío.

—Si estabais encerrados herméticamente en el submarino, ¿cómo sabíais que soplaba un viento frío? —preguntó Cynthia.

Jane se la quedó mirando, con los ojos brillantes. Nick contestó:

—Podíamos ver cómo el viento levantaba la arena, arremolinándola. Y parecía hacer frío. El océano estaba gris. Como en el invierno.

—Cuéntales lo del cangrejo —pidió Jane.

—¡Ah, sí! Lo del cangrejo. La última forma vital de la Tierra. En realidad, no se trataba de un cangrejo, sino que era algo de aproximadamente sesenta centímetros de anchura y unos treinta de altura, con una brillante y gruesa armadura gris y quizás una docena de patas y una especie de cuernos doblados que se elevaban, y se movía lentamente de derecha a izquierda, frente a nosotros. Tardó todo el día en cruzar la playa. Y hacia la caída de la noche, murió. Sus cuernos descendieron, flácidos, y dejó de moverse. Llegó la marea y se lo llevó consigo. El Sol se puso. No había Luna alguna. Las estrellas no parecían estar en los lugares correctos. El altavoz nos informó que acabábamos de ver la muerte del último ser viviente de la Tierra.

—¡Qué bonito! —exclamó Paula.

—¿Estuvisteis fuera mucho tiempo? —preguntó Ruby.

—Tres horas —contestó Jane—. Se pueden pasar semanas o días en el fin del mundo si quieres pagar extra, pero siempre le hacen regresar a uno, a un punto tres horas después de haber salido. Para Solucionar los gastos de cuidados.

Mike ofreció una copa a Nick.

—Eso sí que es algo —comentó—. Haber ido al fin del mundo. ¡Eh, Ruby! Quizá hablemos con el agente de viajes sobre el asunto.

Nick tomó un buen trago y le pasó la copa a Jane. Se sentía contento consigo mismo por la forma en que había contado la historia. Todos habían quedado muy impresionados. Aquel hinchado Sol rojo, aquel cangrejo que huía… El viaje les había costado más que pasar un mes en el Japón, pero había sido una buena inversión. Él y Jane eran los primeros en el vecindario que habían ido. Eso era importante. Paula le estaba mirando fijamente, con respeto. Nick sabía que ahora le miraría a una luz completamente distinta. Era posible que ella se encontrara con él en un motel, el jueves, a la hora de la comida. El mes pasado le había rechazado, pero ahora poseía un atractivo extra para ella. Nick le guiñó el ojo. Cynthia se había cogido las manos con Stan. Henry y Mike estaban acurrucados a los pies de Jane. El hijo de 12 años de Mike y Ruby entró en la habitación y permaneció al borde de la sala de conversar. Dijo:

—Acaban de dar un boletín en las noticias. Unas amibas mutadas han escapado de una instalación de investigación del gobierno y han llegado al lago Michigan. Están llevando allí un virus capaz de diSolver el tejido y se supone que todo el mundo perteneciente a siete Estados debe hervir el agua hasta nuevo aviso.

Mike miró al chico con el ceño fruncido y dijo:

—Ya ha pasado la hora de irte a la cama, Timmy.

El chico se marchó. Sonó entonces el timbre de la puerta. Ruby lo contestó y regresó con Eddie y Fran.

—Nick y Jane fueron a ver el fin del mundo —informó Paula—. Acaban de contarnos lo que vieron.

—¿De veras? —dijo Eddie—. Nosotros también lo hicimos, el miércoles por la noche.

Nick se sintió alicaído. Jane se mordió un labio y preguntó rápidamente a Cynthia por qué Fran siempre llevaba aquellos vestidos tan ostentosos. Ruby preguntó:

—¿Lo has visto todo? ¿Incluyendo el cangrejo y todo?

—¿El cangrejo? —preguntó Eddie—. ¿Qué cangrejo? No vimos ningún cangrejo.

—Tuvo que haber muerto antes de que vosotros lo vierais —dijo Paula—. Cuando Nick y Jane fueron estaba allí.

—Acaba de llegar un nuevo cargamento de rayos de Cuernavaca. Toma, prueba uno —dijo Mike.

—¿Cuánto tiempo hace que fuiste? —preguntó Eddie a Nick.

—El domingo por la tarde. Creo que fuimos de los primeros.

—Un gran viaje, ¿verdad? —dijo Eddie—. Sin embargo, resultó un tanto sombrío. Me refiero a cuando la última colina se hunde en el mar.

—Eso no es lo que nosotros vimos —dijo Jane—. ¿Y vosotros no visteis el cangrejo? Quizá estábamos en grupos diferentes.

—¿Cómo hicisteis vosotros el viaje, Eddie? —preguntó Mike.

Eddie rodeó a Cynthia con los brazos, desde atrás y contestó:

—Nos pusieron dentro de esa cápsula, con una portilla, ya sabéis, con un montón de instrumentos y…

—Esa parte ya la hemos oído —dijo Paula—. ¿Qué visteis?

—El fin del mundo —contestó Eddie—. Cuando el agua lo cubre todo. El Sol y la Luna estaban en el cielo al mismo tiempo…

—Nosotros, en cambio, no vimos ninguna luna —señaló Jane—. Sencillamente, no estaba allí.

—Estaba a un lado, y el Sol estaba en el otro —siguió diciendo Eddie—. La Luna estaba más cerca de lo que debiera haber estado. Y tenía un color extraño, casi como de bronce. Y el océano estaba muy encrespado. Viajamos alrededor de medio mundo y todo lo que vimos fue océano. Excepto en un lugar, donde había un trozo de tierra, una pequeña colina que sobresalía del mar, y el guía nos dijo que se trataba del monte Everest —hizo oscilar una mano hacia Fran—. ¡Eso sí que fue una aventura! Flotando en nuestro pequeño bote cerca de la cumbre del Everest. Quizá sólo sobresalían unos pocos metros. Y el agua estaba elevándose todo el tiempo. Arriba, arriba, arriba, sobre la punta y glub. Ya no quedó nada de tierra. He de admitir que fue un poco desilusionante, excepto, claro está, la idea de la cosa. El que el ingenio humano pueda diseñar una máquina capaz de enviar a la gente a billones de años hacia el futuro, en el tiempo, y volverlos a traer al presente, ¡vaya! Eso sí que es algo. Pero allí sólo había océano.

—¡Qué raro! —dijo Jane—. Nosotros también vimos un océano, pero había una playa, una especie de playa sucia, y aquella cosa parecida a un cangrejo moviéndose por ella, y la arena… era toda roja, ¿era el Sol rojo cuando lo visteis vosotros?

—Tenía una especie de color verde pálido —contestó Fran.

—¿Estáis hablando todos del fin del mundo? —preguntó Tom. Él y Harriet estaban en la puerta, quitándose los abrigos. El hijo de Mike debía haberlos dejado entrar.

Tom entregó su abrigo a Ruby y dijo: —¡Qué gran espectáculo!

—Entonces, ¿vosotros también lo visteis? —preguntó Jane, un poco irónicamente.

—Hace dos semanas —dijo Tom—. El agente de viajes llamó y nos dijo: figúrense lo que vamos a ofrecerles ahora, el fin del maldito mundo. Contando todos los extras no valía realmente mucho. Así que fuimos directamente a la oficina, el sábado. Creo que fue el sábado… ¿o fue un viernes? Bueno, en cualquier caso, fue el mismo día de la gran sublevación, cuando quemaron St. Louis…

—Eso fue el sábado —observó Cynthia—. Recuerdo que regresaba del centro comercial cuando la radio dijo que estaban utilizando armamento nuclear…

—Sí, el sábado —corroboró Tom—. Y les dijimos que estábamos dispuestos a ir, y nos enviaron de viaje.

—¿Viste una playa con cangrejos, o era un mundo lleno de agua? —preguntó Stan.

—Ni lo uno, ni lo otro. Era como una gran era glacial. Los glaciares lo cubrían todo. No había el menor rastro del océano. Ni tampoco montañas. Volamos alrededor del mundo y todo era una enorme pelota de nieve. Tenían focos en el vehículo, porque el Sol había desaparecido.

—Estoy segura de que pude ver el Sol colgando allá arriba —señaló Harriet—. Como una bola de cenizas en el cielo. Pero el guía nos dijo que no, que nadie podía verlo.

—¿Cómo es que cada cual visita un fin del mundo diferente? —preguntó Henry—. Se supone que sólo debería existir un fin del mundo. Quiero decir que termina y así es como termina y no puede haber ninguna otra forma más que ésa.

—¿Podría ser una imitación? —preguntó Stan. Todo el mundo se volvió para mirarle. El rostro de Nick se puso muy rojo. Fran pareció sentirse tan mal que Eddie se desprendió de Cynthia y empezó a acariciar los hombros de Fran.

Stan se encogió de hombros y dijo, a la defensiva: —No estoy sugiriendo que lo sea. Sólo lo preguntaba.

—A mí me pareció bastante real —dijo Tom—. El Sol no estaba. Todo era una enorme bola de hielo. La atmósfera, ya sabes, estaba helada. Era el fin del maldito mundo.

En aquel momento sonó el teléfono. Ruby acudió a contestar. Nick le preguntó a Paula si comerían juntos el martes y ella dijo que sí.

—Será mejor que nos encontremos en el motel —dijo él, sonriendo burlonamente.

Por su parte, Eddie volvía a arreglarse con Cynthia. Henry parecía estar bastante bebido y tenía problemas para permanecer despierto. Llegaron Phil e Isabel. Escucharon a Tom y a Fran hablando de sus viajes al fin del mundo e Isabel dijo que ella y Phíl habían hecho el viaje anteayer.

—¡Maldita sea! —exclamó Tom—. ¡Todo el mundo lo ha hecho! ¿Cómo fue tu viaje?

Ruby regresó a la habitación.

—Era mi hermana, llamando de Fresno para decir que está bien. Fresno no fue afectada por el terremoto.

—¿Terremoto? —preguntó Paula.

—En California —le informó Mike—. Esta misma tarde. ¿No lo sabías? Ha destruido la mayor parte de Los Angeles y corrió costa arriba, prácticamente hasta Monterrey. Creen que se debió a la prueba de la bomba subterránea que hicieron explotar en el desierto de Mohave.

—California ha sufrido siempre tantos desastres terribles —comentó Marcia.

—Menos mal que esas amebas se han lanzado hacia el este —dijo Nick—. Imaginaros lo complicado que sería si ahora las tuvieran también en Los Angeles.

—Las tendrán —afirmó Tom—. Una de cada dos se reproduce por esporas llevadas por el aire.

—Como los gérmenes tifoides del pasado noviembre —dijo Jane.

—Eso fue tifus —le corrigió Nick.

—De todos modos —dijo Phil—, le estaba contando a Tom y a Fran lo que vimos al fin del mundo. Era el Sol convirtiéndose en nova. Nos lo mostraron de un modo muy ingenioso. Quiero decir que no puede uno sentarse por ahí y experimentarlo, debido al calor y a la fuerte radiación y todo eso. Pero te lo muestran de una forma periférica, muy elegante, en el sentido mcluhaniano de la palabra. Primero le llevan a uno a un punto situado aproximadamente a dos horas antes de la explosión, ¿comprendéis? Está de nosotros a no sé cuántos millones de años pero, en cualquier caso, muy, muy distante, porque todos los árboles son diferentes, tienen como escamas azules y ramas viscosas, y los animales son como cosas con una pata que saltan, apoyándose en bastones…

—¡Oh! Eso no me lo creo —dijo Cynthia, con lentitud. Phil la ignoró con elegancia.

—Y no vimos la menor señal de seres humanos, ni una casa, ni un poste de teléfonos, nada. Así es que supongo que ya debíamos estar extinguidos desde mucho antes. En cualquier caso, nos permitieron contemplar aquello durante un rato. No podíamos salir de nuestra máquina del tiempo, claro, porque nos dijeron que la atmósfera era malsana. Poco a poco, el Sol empezó a hincharse. Estábamos nerviosos… ¿verdad, Liz?… ¿Y si se equivocaban con los cálculos? Todo este viaje es un concepto bastante nuevo, y las cosas pueden salir mal. El Sol se iba haciendo más y más grande y entonces una cosa como si fuera un brazo pareció surgir de su lado izquierdo. Era como un brazo grande y feroz que se extendió por el espacio, acercándose más y más. Lo vimos a través de cristal ahumado, como se ve un eclipse. Nos ofrecieron más o menos dos minutos de la explosión, y ya podíamos sentir cómo todo iba calentándose. Entonces, saltamos como un par de años en el tiempo, hacia adelante. El Sol había recuperado su forma habitual, grande y amarilla. Y, en la Tierra, todo eran cenizas.

—Cenizas —corroboró Isabel con énfasis—. Parecía como Detroit después de que la Unión derrotara a Ford —dijo Phil—. Sólo que mucho, muchísimo peor. Se fundieron montañas enteras. Los océanos quedaron secos. Todo quedó convertido en cenizas —se estremeció y aceptó una copa que le tendía Mike, añadiendo—: Isabel estaba llorando.

—Aquellas cosas con una pata —dijo Isabel—, supongo que tuvieron que haber sido destrozadas por completo.

Empezó a sollozar y Stan la reconfortó.

—Me pregunto por qué cada uno que va lo ve todo de un modo diferente —dijo Stan—. Todo helado. Todo cubierto por el océano. El sol explotando. O lo que vieron Nick y Jane.

—Estoy convencido de que cada uno de nosotros ha tenido una genuina experiencia del lejano futuro —dijo Nick.

Tenía la sensación de que, de algún modo, debía volver a obtener el control del grupo. Había salido todo tan bien cuando él estuvo contando su historia, antes de que llegaran los otros.

—Es como decir que el mundo sufre una variedad de calamidades naturales, que no sólo existe un fin del mundo y que lo que ellos hacen es mezclar las cosas y enviar a la gente a ver catástrofes diferentes. Pero ni por un momento dudé de estar asistiendo al verdadero fin del mundo.

—Tenemos que hacer ese viaje —le dijo Ruby a Mike—. Sólo son tres horas. ¿Qué te parece si les llamamos a primera hora del lunes y acordamos una cita para el jueves por la noche?

—El lunes es el funeral del presidente —señaló Tom—. La agencia de viajes estará cerrada.

—¿Han cogido ya al asesino? —preguntó Fran.

—No lo dijeron en las noticias de las cuatro —dijo Stan—. Supongo que logrará escapar, como el último.

—Que me ahorquen si entiendo por qué alguien quiere ser presidente —dijo Phil.

Mike puso algo de música. Nick bailó con Paula. Eddie bailó con Cynthia. Henry estaba dormido. Dave, el esposo de Paula, estaba acurrucado como un tonto y pidió a Isabel que se sentara y hablara con él. Tom bailó con Harriet, a pesar de que estaba casado con ella. Hacía sólo unos pocos meses que ella había salido del hospital, después del trasplante, y él la trataba con extremada delicadeza. Mike bailó con Fran. Phil bailó con Jane. Stan bailó con Marcia. Ruby interrumpió a Eddie y a Cynthia. Más tarde, Tom bailó con Jane y Phil lo hizo con Paula. La pequeña hija de Mike y Ruby se despertó y acudió a saludarles. Mike la envió a la cama. En la lejanía, se escuchó el ruido de una explosión. Nick volvió a bailar con Paula de nuevo, pero no quería que ella se aburriese de él antes del martes, de modo que pidió excusas y se fue a charlar con Dave. Dave era quien se encargaba de la mayoría de las inversiones de Nick. Ruby le dijo a Mike:

—Al día siguiente del funeral, ¿llamarás al agente de viajes?

Mike dijo que lo haría, pero Tom comentó que, probablemente, alguien asesinaría al nuevo presidente y que habría otro funeral. Aquellos funerales estaban destrozando el producto nacional bruto, según observó Stan, debido a que todo el mundo debía cerrar. Nick vio a Cynthia despertar a Henry y preguntarle incisivamente si la llevaría a ver el fin del mundo. Henry parecía sentirse embarazado. Su factoría había sido volada en Navidades, durante el transcurso de una manifes-tación pacífica y todo el mundo sabía que su forma financiera no era muy buena.

—Lo puedes cargar —dijo Cynthia, elevando su voz por encima del murmullo de las conversaciones de los demás—. Y es tan maravilloso, Henry. El hielo. O el sol explotando. Quiero ir.

—Lou y Janet también iban a venir esta noche —le dijo Ruby a Paula—, pero su hijo más joven llegó de Texas contagiado con esa nueva clase de cólera que ha aparecido, y tuvieron que renunciar.

—Tengo entendido —dijo Phil— que esos dos vieron la luna partiéndose. Se acercó demasiado a la Tierra y se partió en trozos y los trozos cayeron como meteoros. Lo destrozaron todo al caer. Un gran trozo casi destruyó su máquina del tiempo.

—Eso no me habría gustado en absoluto —dijo Marcia.

—Nuestro viaje fue estupendo —comentó Jane—. No hubo ningún aspecto violento. Sólo el gran sol rojo y la marea y aquella especie de cangrejo arrastrándose a lo largo de la playa. Los dos nos sentimos muy conmovidos.

—Es muy curioso observar lo que la ciencia puede conseguir en estos tiempos —dijo Fran.

Mike y Ruby estuvieron de acuerdo en que tratarían de conseguir un viaje al fin del mundo en cuanto hubiera pasado lo del funeral. Cynthia bebió demasiado y se puso enferma. Phil, Tom y Dave discutieron sobre el mercado de valores. Harriet habló con Nick sobre su operación. Isabel flirteó con Mike, bajándose más el escote. A medianoche alguien puso las noticias. Vieron algunas imágenes del terremoto y escucharon una advertencia sobre hervir el agua si se vivía en los Estados afectados. Se vio a la viuda del presidente visitando a la viuda del presidente anterior para conseguir algunas indicaciones sobre el funeral. Después, ofrecieron una entrevista con un ejecutivo de una empresa de viajes del tiempo.

—Los negocios son fenomenales —afirmó—. Al año que viene, los viajes por el tiempo serán la industria número uno de la nación en cuanto a crecimiento.

El entrevistador le preguntó si su empresa ofrecería pronto algo más, además de los viajes al fin del mundo.

—Más tarde, esperamos poder hacerlo —contestó el ejecutivo—. Tenemos la intención de solicitar la correspondiente aprobación del Congreso. Pero, mientras tanto, la demanda por nuestras ofertas actuales está siendo muy alta. No puede imaginárselo. Claro que se espera ver imágenes apocalípticas para mantener una popularidad tan inmensa en unos tiempos como estos.

—¿Qué quiere decir con eso de unos tiempos como éstos? —preguntó el entrevistador.

Pero cuando el hombre de la agencia de viajes del tiempo empezó a contestar, fue interrumpido por un anuncio comercial. Mike cerró el aparato. Nick descubrió que se sentía enormemente deprimido. Decidió que se debía al hecho de que muchos de sus amigos habían efectuado el viaje, mientras que él y Jane habían pensado que serían los únicos en haberlo hecho. Se encontró cerca de Marcia y trató de describir la forma en que se había movido el cangrejo, pero ella se limitó a encogerse de hombros. Ahora, ya nadie hablaba sobre viajes en el tiempo. La reunión se había deslizado más allá de ese punto. Nick y Jane se marcharon bastante temprano y se fueron directamente a dormir, sin hacer el amor. A la mañana siguiente no les llegó el periódico del domingo, debido a la huelga de la Autoridad de los Puentes, y la radio informó que las amebas mutantes estaban demostrando ser más difíciles de erradicar de lo que originalmente se había supuesto. Se estaban extendiendo por todo el Lago Superior y todos los que vivían en la región tendrían que hervir el agua destinada a la bebida. Nick y Jane discutieron adonde irían a pasar sus próximas vacaciones.

—¿Qué te parece si volvemos a ver el fin del mundo? —sugirió Jane.

Y Nick se echó a reír durante un buen rato.