Dos mundos
Aquí[a] no hay ninguna diferencia entre el destino económico y el hombre mismo. Nadie es otra cosa que su patrimonio, que su sueldo, que su posición, que sus oportunidades. La máscara económica y lo que hay bajo ella se superponen en la conciencia de los hombres, incluidos los interesados, hasta en los pliegues más sutiles. Cada cual vale lo que gana, cada cual gana lo que vale. Experimenta lo que es en las alternativas de su vida económica. No se conoce como otra cosa. Si la crítica materialista de la sociedad había sostenido, frente al idealismo, que no es la conciencia la que determina al ser, sino el ser a la conciencia, y que la verdad sobre la sociedad no se encuentra en las representaciones idealizadas que ésta se hace sobre sí misma, sino en su economía, la autoconciencia actual se ha liberado entre tanto de dicho idealismo. Los individuos valoran su propio sí mismo de acuerdo con su valor de mercado y aprenden lo que son a través de lo que les acontece en la economía capitalista. Su destino, incluso el más triste, no es exterior a ellos, y ellos lo reconocen. El chino que se despedía
«decía con voz velada: amigo mío, la fortuna me ha sido adversa en este mundo.
¿Me preguntas a dónde voy? Me voy a los montes, busco paz para mi corazón solitario»[b].
«Yo he fracasado» —dice el americano—. Y eso es todo.