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Sin embargo, donde estaba a punto de estallar la verdadera batalla era en la mansión The Starfighter. La tía Joanie había despertado de su sueño inducido por somníferos decidida a ver a Wally, y había ido en coche al hospital, donde le habían comunicado que estaba en Cuidados Intensivos y no podía recibir visitas. El doctor Cohen y el jefe de cardiología le dieron la noticia.

—Está inconsciente, y su estado es extremadamente grave. Estamos pensando trasladarlo a la Clínica Cardiológica de South Atlanta —dijo el cardiólogo.

—Pero si allí es donde hacen los trasplantes de corazón —chilló Joanie—. No puede estar tan grave.

—Es que aquí, en Wilma, no tenemos las instalaciones adecuadas. Estará mucho mejor atendido en la Clínica Cardiológica.

—Bueno, pues iré con él. No voy a permitir que le hagan un trasplante de corazón sin estar yo a su lado.

—Nadie ha hablado de un trasplante de corazón, señora Immelmann. Lo que pasa es que allí recibirá el mejor tratamiento posible.

—No me importa —gritó ella incoherentemente—. Estaré con él hasta el final. No pueden impedírmelo.

—Nadie va a impedírselo. Tiene usted derecho a ir a donde quiera —dijo el cardiólogo, y puso fin a la discusión entrando de nuevo en Cuidados Intensivos.

Mientras volvía a la mansión The Starfighter, enfurecida, la tía Joan decidió lo que iba a hacer: ordenar a Eva y a sus hijas que se marcharan inmediatamente de la casa.

—Me voy a Atlanta con Wally —gritó—. Y tú te vas a Inglaterra, y no quiero veros nunca más, ni a ti ni a tus hijas. Ya podéis hacer las maletas y largaros.

Por una vez, Eva estaba de acuerdo con ella. La visita había sido un desastre, y además ella estaba terriblemente preocupada por Henry. Nunca debió dejarlo solo. Debió imaginar que sin ella se metería en algún lío. Dijo a las cuatrillizas que hicieran las maletas y se prepararan para marcharse. Pero las niñas ya habían oído gritar a la tía Joan y se le habían adelantado. El único problema era cómo llegar al aeropuerto. Eva se lo planteó a la tía Joan en cuanto ésta bajó hecha una fiera.

—¡Pide un taxi, imbécil! —le gritó.

—Es que no tengo dinero para pagarlo —repuso Eva patética.

—Ay, Dios mío. No importa. Cualquier cosa con tal de que salgáis de aquí. —Fue al teléfono y pidió un taxi, y finalmente las Wilt se pusieron en camino. Las cuatrillizas no decían nada. Sabían que no convenía hablar cuando Eva estaba en aquel estado.

En el camión de vigilancia, Murphy y Palowski no sabían qué hacer. No se había detectado ni rastro de droga alguna en las aguas residuales extraídas de la mansión The Starfighter. El infarto de Wally Immelmann no había hecho más que empeorar la situación, y lo que habían visto y oído en la casa no indicaba ninguna actividad relacionada con las drogas. Todo apuntaba más bien a un inminente homicidio doméstico.

—Será mejor que llames a Atlanta y les digas que la luchadora de sumo con cuatrillizas va para allá. Que decidan ellos lo que hay que hacer —propuso Murphy.

—Afirmativo —dijo Palowski. Ya no se acordaba de cómo se decía «sí».