V El ABC DEL GRIAL CON LA MAGIA NEGRA

La visión de Hitler, inducida por las drogas Por muy sabio que sea un hombre, estoy seguro de que estará contento de saber cuáles son los pensamientos que hilan el tejido de esta narración, y cuáles son los impulsos morales que imparte.

El que busca acrecentar su sabiduría a través de este cuento no debe sorprenderse ante los elementos opuestos que en él aparecen. Aquí debe aprender a huir, allá a perseguir, debe aprender cómo evitar, cuándo culpar y cuándo alabar. Sólo en el que es experto en todas estas posibilidades se confirmará la sabiduría.

Si no se queda sentado demasiado tiempo, si no se equivoca en sus pasos, sino que comprende, entonces sólo él alcanzará su meta. El que entra en toda clase de falsedad en su disposición se condenará al fuego de los infiernos; destruye toda su buena fama como el granizo destruye la fruta. Su fidelidad tiene una cola tan corta como la de la vaca, que, cuando la pica el tábano, tiene muchas dificultades en apartar la tercera picadura dada la escasa longitud de su cola.

Wolfram von Eschenbach, Parsifal.

Muchos de los inquilinos de la pensión de mala muerte de Viena en la que vivía Adolf Hitler han descrito su aspecto piojoso y desmelenado en aquel tiempo. Todos le describen como un hombre perezoso, huraño y tan reacio a todo tipo de trabajo que prefería empeñar sus libros y las pocas pertenencias personales que poseía a salir a trabajar y ganarse unos pocos hellers.

Algunos de sus antiguos compañeros de pensión le describen como un hombre de mal genio confinado en su cuchitril, envuelto tan sólo en una manta después de que sus ropas le hubieran sido arrebatadas para llevarlas a fumigar.

Huelga decir que ninguno de los vagabundos y desgraciados que compartían su miserable entorno tenía la menor idea del calibre del hombre que veinte años más tarde se convertiría en el líder del pueblo alemán, ni tenían tampoco la más ligera idea de la verdadera naturaleza de sus estudios, sus ambiciones de grandeza, o sus incursiones a través de las drogas en las alturas de la consciencia trascendental. Aun así, la mayoría de las biografías reconocidas de Hitler se han apoyado sin excepción en los informes y las opiniones de esos vagabundos y desgraciados para ilustrar los años de formación de una personalidad que más tarde hizo de todo menos conquistar el mundo.

¿Cómo puede alguien esperar que la chusma de una pensión de mala muerte de la ciudad entienda el alcance de una personalidad tan grandiosa como la de Adolf Hitler? «Un hombre desmedido». Constantino de Neurath33, uno de los antiguos compinches de Hitler, lo llamó así tras ser puesto en libertad después de cumplir una condena por criminal de guerra en la prisión de Spandau. Y Von Neurath, que en una ocasión fue el líder de las Juventudes Hitlerianas y Gauleiter de Viena, quería decir que Adolf Hitler había transformado la dimensión de la medida en una imaginación ilimitada que constituía la fuente misma de su genio malvado.

Walter Stein, que comprendería los procesos mentales de Adolf Hitler a todos los niveles, y que se convertiría algún día en el consejero confidencial de sir Winston Churchill en lo concerniente al Führer nazi y a sus más estrechos colaboradores, encontró bastantes dificultades en seguir la pista del artista empobrecido. Durante un par de semanas paseó por los lugares de interés turístico más importantes de la ciudad, lugares que los oriundos de Viena raras veces visitaban: la iglesia de San Esteban, el palacio de verano de los Habsburgo, la Ópera, la escuela española de equitación, la Ringstrasse y, por supuesto, el café Demel en el Kohlmarkt, donde lo había visto por primera vez.

Como último recurso volvió a la librería en el casco antiguo de la ciudad en la que había comprado el ejemplar de Hitler de Parsifal. Era un disparo al azar, pero mereció la pena. El propietario, Ernst Pretzsche, mostró un interés inmediato al oírle mencionar el nombre de Hitler, y le invitó a pasar a la pequeña oficina situada en la trastienda.

Pretzsche era un hombre de aspecto malévolo, calvo, encorvado y con cara de sapo. A Walter Stein le desagradó desde el primer momento. Al parecer, Hitler visitaba la tienda con regularidad, pero Pretzsche no le veía desde hacía tres semanas.

«Sabe que siempre puede venir a comer algo y a charlar —dijo Pretzsche—. Es demasiado orgulloso para aceptar regalos o dinero. Le permití empeñar sus libros y sus pertenencias para reunir el dinero suficiente con que cubrir sus necesidades básicas. Sus libros no valen nada, pero me proporcionan un pretexto para darle unos cuantos hellers.» Extendió el brazo para tomar una pequeña pila de libros colocados en un rincón de su oficina y dijo: «Mire éstos. Emborrona así todos sus libros. Apenas hay una página que no esté llena de anotaciones. Por lo general no los vendo. Mi ayudante cometió un error al venderle ese libro».

Stein reconoció las obras de Fichte, Schelling, Hegel, Schopenhauer y Nietzsche. También había un ejemplar de la obra Cimientos del siglo XIX, de Houston Stewart Chamberlain.

Asimismo vio varios libros de religiones orientales y yoga. El Nibelungenlied, el Fausto de Goethe, y La educación de la raza humana, de Lessing.

Unas cuantas pinturas de Hitler se veían colgadas de las paredes y pegadas a las portadas de sus libros, y algunas acuarelas del tamaño de una postal estaban exhibidas sobre la repisa de la chimenea. Eran una prueba más que concluyente de la ayuda económica que el mecenas le había estado prestando a Hitler.

También se veían otros objetos significativos que no escaparon a la perspicaz mirada de Stein. Cosas como reproducciones de alquimistas en plena tarea y cartas y símbolos astrológicos colgaban junto a posters pornográficos, el tipo de ilustraciones viles que se encontraban en aquel tiempo junto con la literatura antisemita.

Una fotografía colocada sobre el escritorio del despacho mostraba a Pretzsche junto a un hombre al que Stein identificó como el infame Guido von List, el fundador y máximo representante de la Logia Oculta, cuyas actividades habían trastornado profundamente a la ciudad de Viena cuando fueron desveladas por la prensa. Hasta el momento de ser desenmascarado, Guido von List había gozado de una enorme aceptación como escritor político, y sus obras habían sido elogiadas en todas partes por sus temas de misticismo pangermánico. Cuando salió a la luz que era el líder de una fraternidad de sangre que había sustituido la cruz por la esvástica en rituales que incluían actos de perversión sexual y la práctica de la magia negra medieval, List había huido de Viena por miedo a ser linchado por un pueblo enardecido que albergaba profundos sentimientos católico romanos.

Walter Stein no se sorprendió en lo más mínimo al averiguar asociaciones de este tipo con el comentario satánico del Grial. Pretzsche era una criatura detestable. Era difícil comprender cómo podía considerarse un ejemplar notable de la virilidad alemana. Sentado en su guarida, Stein se sintió como una mosca atrapada en una tela de araña. Los acuosos ojos azules que le miraban desde aquel rostro cetrino y desprovisto de sangre parecían despedir el mal, sobre todo ahora que creía que su visitante era un seguidor más de la causa de la raza aria.

Eludiendo todas las preguntas acerca de su trasfondo personal y sus inclinaciones políticas, Stein sólo reveló que era un estudiante de la Universidad de Viena y que su asombro fue enorme al descubrir un comentario tan penetrante del trasfondo histórico del Grial en el ejemplar de Hitler del poema medieval de Wolfram von Eschenbach.

«En algunos medios se me considera una gran autoridad en temas de ocultismo —le dijo Pretzsche—. Adolf Hitler no es la única persona a la que presto ayuda y doy consejo en esta materia. Puede venir a consultarme cuando quiera.» La última cosa que deseaba era mantener el contacto con esta criatura con aspecto de sapo que obviamente andaba mezclado con grupos que practicaban la magia negra. Ya había averiguado todo lo que necesitaba saber, ya que Pretzsche le había dado la dirección de Adolf Hitler. Ahora podría encontrarlo sin ayuda de nadie. Con el pretexto de que tenía prisa, se apresuró a salir de la tienda.

Parecía que no había más alternativa que visitar a Adolf Hitler en su alojamiento de la Meldemannstrasse, que era la calle en la que, según las informaciones de Pretzsche, vivía Hitler. Herr Kanya, el administrador de la pensión, le dijo que Adolf Hitler se había marchado a Spittal-an-der-Drau, donde una de sus tías había muerto recientemente y le había dejado una pequeña herencia. No sabía si seguiría viviendo en la pensión una vez que regresara a la ciudad.

La herencia produjo un cambio radical en la apariencia externa de Adolf Hitler, y Walter Stein apenas lo reconoció al verlo pintando delante del Hofburg diez días más tarde. El flequillo castaño y lacio y el bigotillo seguían allí, pero se había afeitado la barba y el barbero le había hecho un corte de pelo, corto en la nuca y en ambos lados de la cabeza.

Llevaba un traje oscuro y una camisa blanca y muy limpia, y ahora sus pies estaban bien protegidos por un par de relucientes botas nuevas. Resultaba difícil creer que se trataba del mismo sujeto medio muerto de hambre y vestido con harapos que había visto por el escaparate del Demel hacía más o menos un mes.

Antes de pasar a describir la conversación entre Walter Stein y Hitler y su posterior asociación, cabe señalar aquí y ahora que no existe prueba escrita alguna que dé fe de dicha conversación. Lo que significa que no disponemos de ningún texto escrito del diálogo exacto que mantuvieron ambos hombres, sino tan sólo de una secuencia de acontecimientos que tuvieron lugar durante sus encuentros esporádicos, el contenido general de sus conversaciones y la naturaleza de su relación. Cuando el doctor Stein me habló con todo detalle de estas conversaciones, yo mismo no tenía la más ligera idea de que un día emprendería la tarea de escribir este libro. En este punto había estado muy ocupado intentando convencer al doctor Stein de que la escribiera él, lo cual seguramente habría hecho sino hubiera sido por su temprana muerte. Por ello no tomé notas literales ni grabé cintas de las palabras del doctor Stein, sino que me limité a apuntar comentarios generales en mi propio diario.

Al parecer, a Adolf Hitler no le gustó la intromisión de Walter Stein cuando se detuvo detrás de él e hizo algún cumplido banal sobre la enorme acuarela que estaba pintando y que representaba el Ring. Cuando Stein sacó el ejemplar de Parsifal, Hitler se enfureció y maldijo enojado a Pretzsche por vender uno de los libros que había empeñado en su tienda. Tal vez su conversación habría terminado de un modo brusco si Stein no se hubiera puesto a hablarle abiertamente de sus investigaciones sobre la Lanza del Destino y de lo mucho que valoraba la interpretación de Hitler del trasfondo histórico del Grial en el siglo IX. Hitler pareció calmarse un poco. Pero fue la afirmación de Stein, hábilmente introducida en la conversación, sobre el hecho de que el centurión Longino era medio teutón lo que atrajo la atención de Hitler. En un abrir y cerrar de ojos ya se habían enzarzado en una animada discusión sobre el talismán del poder que habría de convertirse en el centro de la vida de Hitler y la fuente misma de sus ambiciones dirigidas a la conquista del mundo.

Adolf Hitler se entusiasmó y empezó a considerar al estudiante de ojos azules y aspecto ario como un miembro más de la conspiración por la causa pangermánica cuando le oyó explicar que una de las primeras crónicas germánicas de Colonia indicaba que Longino era de ascendencia germánica. Esta crónica menciona una carta que Gayo Casio envió desde Jerusalén a su pueblo natal de Zobingen, cerca de Elwangen, carta en la que el oficial romano describía el papel crucial que había desempeñado en la crucifixión del Mesías judío. También describía que el hombre más importante del pueblo le había contestado con una carta en la que le ponía al corriente de los acontecimientos locales más importantes que habían tenido lugar en su ausencia.

Al cabo de una hora de conversación, en el curso de la cual Adolf Hitler hizo gala de vastos conocimientos acerca de la leyenda asociada a la Lanza del Destino, y el modo en que dicha leyenda se había ido cumpliendo a lo largo de los siglos, ambos hombres atravesaron juntos el Ring para entrar en la Weltliche Schatzkammer y contemplar la antigua arma.

Mientras se dirigían al Hofburg, Walter Stein comentó el asombro que sintió al descubrir que la Lanza se había convertido en el centro de los acontecimientos de la Edad Media, durante la era más importante y decisiva para el destino futuro del mundo. Sobre todo, dijo a Adolf Hitler, le habían fascinado los increíbles prodigios que siempre parecían tener lugar inmediatamente antes de la muerte del hombre que la poseía, es decir, cuando la Lanza estaba a punto de cambiar de manos. Habló de los ominosos prodigios que tuvieron lugar justo antes de la muerte de Carlomagno, que habían sido anotados con cierto detalle por Einhard, un cronista contemporáneo de la Corte de los francos.

Narró cómo después de la última de las cuarenta y siete campañas victoriosas de Carlomagno, cuando volvía de Sajonia, un cometa cruzó el cielo y el caballo del emperador se encabritó de pronto y lo tiró al suelo. El gran emperador cayó con tal violencia que se le desprendió el cinturón y la Lanza salió despedida para quedar a seis metros de distancia. Al mismo tiempo se sintieron temblores de tierra en el palacio real de Aquisgrán, y la palabra «Princeps» se había desvanecido de la inscripción color rojo y ocre que estaba colocada en lo alto de la viga central de la catedral y que antes había rezado: «Karolus Princeps».

Carlomagno no se había percatado de estos fenómenos, que sus cortesanos habían tomado por una premonición de su inminente muerte. Según Einhard: «Se negó a admitir que cualquiera de estos fenómenos pudiera tener alguna conexión con sus asuntos personales».

Sin embargo, el emperador, que contaba entonces setenta años, mandó escribir su última voluntad y redactar su testamento en caso de que aquella premonición fuera cierta. ¡Y lo fue!

Al parecer, Adolf Hitler había leído las crónicas sobre la vida de Carlomagno, pero no le interesaban mucho los carolingios. Según dijo, prefería las ilustres vidas de los grandes emperadores alemanes, tales como Otón el Grande o Federico Barbarroja. Le contó a Walter Stein la historia de los cuervos de Barbarroja, que le acompañaron en todo momento y nunca le abandonaron ni aun en el fragor de sus numerosas batallas, durante las cuales sobrevolaban la Lanza que sostenía el emperador. También le contó que los cortesanos no se habían sorprendido cuando su emperador se cayó del caballo y murió mientras cruzaba un río en Sicilia, porque los cuervos habían abandonado a su emperador tres días antes para perderse de vista en el horizonte azul del mar.

Por supuesto, Walter Stein no tenía el menor presentimiento en aquella mañana soleada de septiembre de 1912 de que las mayores «coincidencias» en el cambio de posesión de la Lanza del Destino todavía habrían de producirse, o de que treinta y tres años más tarde él mismo sería el responsable indirecto de que la Lanza fuera retirada de una bóveda secreta situada debajo de la fortaleza de Núremberg en el mismo instante en que Adolf Hitler estaba a punto de quitarse la vida en el bunker de la OHL, en el Berlín derrotado.

Adolf Hitler le guió a través de la larga escalera lateral al interior de la Casa del Tesoro y se dirigió directamente a lo largo del pasillo hacia el lugar en el que se encontraba la «Heilige Lance».

Walter Stein había visto la Lanza muchas veces antes de aquel día. Siempre le había parecido terrorífico considerar las asociaciones de esta antigua Lanza de hierro a algunos de los nombres más importantes de la historia de Europa. Sin embargo, aquella mañana la Lanza evocó en su corazón por primera vez una profunda compasión por la vida de sacrificio que llevó Jesucristo, cuya sangre había sido derramada por su punta afilada. Durante varios minutos permaneció allí en profunda meditación, y olvidó por completo que se hallaba en compañía de Adolf Hitler y de la leyenda de la Lanza o de la serie de personajes históricos que la habían cumplido.

La experiencia sensorial inmediata de la Lanza que en una ocasión se había clavado en el costado de Jesucristo entre la cuarta y la quinta costilla consistió en sentirse dolorosamente cerca del acontecimiento que había tenido lugar 1.900 años antes en una colina de las afueras de Jerusalén, cuando el Hijo de Dios fue crucificado para la salvación de la humanidad.

Durante unos instantes se sintió abrumado por las poderosas emociones que llenaban su pecho y que fluían como un río de calidez curativa por su cerebro, evocando respuestas de respeto, humildad y amor. El mensaje más importante parecía estar inspirado por la visión de esta Lanza, en cuya cavidad central estaba incrustado uno de los clavos que habían sujetado el cuerpo de Cristo en la cruz. Era un mensaje de compasión que quedaba maravillosamente expresado por los caballeros del Grial: «Durch Mitleid wissen». Una llamada del Ser Inmortal que resonaba en la oscuridad de la confusión y la duda del alma humana: conocer a través de la compasión.

Por primera vez en su vida comprendió el significado de la compasión, el gozo y la liberación espiritual. Se sentía renovado, como un ser humano completo, y sabía por intuición que la vida en sí misma era un regalo de gracia de las fuerzas divinas. En su corazón nació una profunda ansia por comprender las metas de la evolución humana y por descubrir el significado de su propio destino. Fue una experiencia impresionante.

Walter Stein se dio cuenta de que no era el único que se había conmovido ante la visión de la Lanza. Adolf Hitler estaba junto a él como si estuviera sumido en un profundo trance, un hombre sobre el que había caído un hechizo mágico. Su rostro brillaba y sus ojos relucían de un modo muy extraño. Se balanceaba sobre sus pies como si lo hubiera atrapado una euforia inexplicable. Todo el espacio que le rodeaba parecía iluminado por una sutil irradiación, una especie de luz ectoplásmica. Toda su fisonomía parecía haberse transformado como si en su cuerpo habitara ahora un espíritu poderoso que creaba en su interior y a su alrededor una suerte de transformación malvada de su propia naturaleza y de su poder.

El joven estudiante recordó la leyenda de los dos espíritus opuestos del Mal y del Bien asociados a esta Lanza del Destino del Mundo. ¿Acaso era él un testigo de la incorporación del espíritu del Anticristo en el alma de este hombre?, se preguntó. ¿Se había convertido este vagabundo de la pensionsucha en el recipiente de ese espíritu que la Biblia llamaba «Lucifer», el espíritu al que los poemas del Grial describían como el guía de los elementos del mal que se habían apoderado de las almas de los seres humanos?

Era difícil dar crédito a lo que veían sus ojos, pero los acontecimientos probarían que Walter Stein tenía razón. Porque fue la visión de este mismo espíritu en el interior del alma de Adolf Hitler lo que inspiró a Houston Stewart Chamberlain, el yerno de Wagner y profeta del mundo pangermánico, a proclamarle como el «Mesías» alemán.

No sólo los fanáticos seguidores de la Weltanschauung o las personas afectadas por el carisma y el dinamismo de Adolf Hitler darían fe de este destacable fenómeno de posesión «luciférica». Tomemos, por ejemplo, el testimonio de una persona razonable y extrovertida como Denis de Rougemont:

Algunas personas creen, por haber experimentado en su presencia un sentimiento de horror y una impresión de poder sobrenatural, que él es la sede de «Tronos, Dominios y Poderes», lo que según san Pablo significaba aquellos espíritus jerárquicos que pueden descender y meterse en el interior de cualquier mortal, invadirle... ¿De dónde proceden los poderes sobrehumanos que demuestra en estas ocasiones? Es evidente que una fuerza de esta índole no pertenece al individuo y que ni siquiera podría manifestarse a menos que dicho individuo carezca de importancia excepto como vehículo de una fuerza para la que nuestra psicología no tiene explicación... Lo que estoy diciendo sería la manifestación más barata de las tonterías románticas si no fuera porque lo que ha sido establecido por este hombre, mejor dicho, a través de él, es una realidad que constituye uno de los milagros del siglo.

Naturalmente, Walter Stein no podía prever aquel día en la Casa del Tesoro de Viena, en septiembre de 1912, que Adolf Hitler canalizaría aquellos poderes demoníacos o volcaría su propio destino al Antiespíritu de la Lanza. «La primera vez que estuvimos juntos ante la Lanza de Longino —me contó el doctor Stein treinta y cinco años más tarde—, me pareció que Hitler estaba sumido en un trance tan profundo que sufría una desprovisión total de sentidos y un eclipse total de la consciencia.» En otras palabras, el alma de Hitler no era lo suficientemente madura en aquel momento para conservar consciencia de sí mismo y de lo que le rodeaba en el instante en que aquella identidad extraña se apoderó de él. Durante los seis meses siguientes, en el curso de los encuentros y las conversaciones esporádicas con Hitler, Walter Stein sería testigo de un desarrollo hacia la madurez del alma de este extraño personaje, a través del cual se convirtió en un instrumento cada vez más consciente y receptivo del espíritu diabólico que le había invadido. «Voy como un sonámbulo allí donde me lo dicta la providencia», dijo Hitler en una entrevista para la prensa. Qué tragedia que estos robustos pero escépticos observadores del nacimiento del Tercer Reich no fueran capaces de comprender la aplastante verdad de aquellas palabras.

Cuando el doctor Stein narraba la dramática escena que tuvo lugar en el Hofburg, le pregunté qué rumbo habría tomado si se hubiera dado cuenta entonces del pavoroso reino de terror y destrucción que desencadenarían las fuerzas demoníacas que operaban a través de Adolf Hitler. ¿Existía, de hecho, alguna justificación para el aniquilamiento de estos vehículos del mal antes de que el mal tuviera tiempo de salir a la superficie?

Como respuesta Stein citó el ejemplo de Friedrich Staps, que planeó matar a Napoleón mientras pasaba revista a su guardia en Schonbrunn. Staps, un estudiante, se adelantó para pedir un favor a Napoleón. Fue registrado y se descubrió que llevaba consigo un cuchillo largo y afilado. Cuando le interrogaron respondió sin miedo que, en efecto, había tenido la intención de matar a Napoleón.

Napoleón interrogó a Staps personalmente, y su ayuda de cámara actuó de intérprete:

—¿Por qué querías matarme? —preguntó.

—Porque habéis traído el infortunio a mi país.

—¿Te he causado dolor de algún modo?

—En la misma medida que a casi todo el mundo en Alemania.

—¿Quién te incitó a cometer este crimen?

—Nadie. Lo decidí por mí mismo porque estaba convencido de que si os mataba prestaría el mayor servicio posible a mi país y al resto de Europa.

—Estás loco, o si no, enfermo.

—Ni lo uno ni lo otro.

El doctor Corvisart fue consultado y constató que, en efecto, el joven gozaba de una salud de hierro. Napoleón se ofreció a perdonarle.

—No quiero ser perdonado —replicó el joven—. Lamento no haber tenido éxito.

—Pero, dime, si te perdonara, ¿me estarías agradecido?

—Seguiría teniendo los mismos deseos de mataros.

Staps murió gritando: «¡Larga vida a la libertad!»34 Staps, hijo de un pastor, era miembro de la élite de los Germanenorden, el círculo que conspiró para sacar la Lanza del Destino de Núremberg antes de que el emperador pudiera ponerle las manos encima para utilizar el talismán a fin de cumplir sus ambiciones referentes a la conquista del mundo.

El doctor Stein expresó su opinión de que estaba completamente justificado intentar asesinar a los tiranos, siempre y cuando no se pretendiera evadir las consecuencias de este acto. Se habría necesitado un gran coraje para matar a Hitler durante sus años de formación en Viena, ¡porque al acto en sí se añadiría el estigma de la locura! ¿Quién habría creído que un vagabundo que vivía en una pensión de mala muerte se convertiría un día en el mayor tirano de la historia mundial? ¡Qué fácil es ser sabio después del acontecimiento!

La relación que se estableció entre Walter Stein y Adolf Hitler no podría ser descrita nunca como una amistad. Por su parte, Walter Stein descubrió que se podía sentir compasión y pena por una persona por la que uno no sentía aprecio y con la que no tenía ni la más mínima afinidad.

«Admito sin esfuerzo —dijo Stein más adelante— que me sentía fascinado por sus estudios acerca del Grial. Al mismo tiempo, creía yo, y con poco acierto, según se demostró más tarde, que podría transformar su pensamiento y estimular algún sentimiento social auténtico. No cabe duda que poseía algunos dones notables, pero no de la clase que permitiera integrarlo en la sociedad, ni siquiera conseguirle lo necesario para vivir.» Al parecer, Adolf Hitler consideraba a Stein como un joven estudiante con mucho espíritu y una mente privilegiada, que con poco esfuerzo podría ser conquistada para que se uniera a la causa racista pangermánica. Es indudable que se añadía un sentimiento de orgullo por estar instruyendo a un brillante estudiante universitario en materias que ningún profesor ortodoxo podría haberle enseñado.

Siempre hubo una especie de enemistad latente entre ellos, y Hitler nunca manifestó un sentimiento cálido genuino hacia Stein. Por ejemplo, Hitler nunca se dirigió a Stein por su nombre de pila, como lo había hecho con su amigo Kubizek, llamándole Gustl, y jamás le tuteó. En lugar de ello, siempre saludaba a Stein con un toque de sarcasmo agresivo y lo llamaba «Herr Professor» o «Herr Doctor».

Walter Stein siempre tenía que arreglar sus encuentros a conveniencia de Hitler, y en muchas ocasiones, Hitler ni siquiera se molestaba en aparecer, y dejaba a Stein esperando durante horas o buscándole en sus escondrijos habituales, la mayoría de los cuales eran cafés de la ciudad o en el polígono industrial de Viena Neustadt, donde Hitler encontraba con gran facilidad un lugar en el que airear sus teorías políticas.

Y para colmo, Adolf Hitler era igual de imprevisible por lo que se refería a sus estados de ánimo. Algunos días se mostraba muy dispuesto a hablar abiertamente acerca de sus experiencias sobre ocultismo, mientras que otros días limitaba sus conversaciones a las tediosas discusiones políticas o las interminables diatribas sobre el odio racista.

«Tardé varios meses en hacerme un cuadro completo de su vida y en descubrir el trasfondo de sus estudios sobre el Grial y los misterios de la Lanza de Longino. Tenía mucho cuidado en no presionarle nunca —insistía Stein—. Me limitaba a esperar pacientemente a que me contara sus experiencias poco a poco.» La esencia de estas conversaciones que tuvieron lugar a finales de verano, durante el otoño y el invierno de 1912 y la primavera de 1913, ha sido la fuente de las descripciones de la vida y las aspiraciones de Adolf Hitler contenidas en los primeros capítulos de este libro.

Dado que el estudiante universitario se movía en círculos muy cultivados, Adolf Hitler era un compañero cuya grosería causaba vergüenza cuando estaban sentados en cafés discutiendo su interés compartido por el Grial o la Lanza. A menudo Walter Stein tenía que aguantar demostraciones del egoísmo corrosivo de Hitler que rayaban en la megalomanía, manifestaciones de fuerza de voluntad brutal que resultaban de lo más desagradable. Estas explosiones se producían siempre cuando Hitler se enzarzaba en enfurecidas discusiones políticas con desconocidos, en las que casi llegaba a las manos. Con una tremenda violencia verbal, en la que gritaba y profería insultos, Hitler reducía a sus adversarios a un silencio perplejo y resentido. Y después, como si no hubiera ocurrido nada fuera de lo corriente, volvía a la mesa en la que se sentaba Stein, se ponía a sorber su café e iniciaba una tranquila conversación sobre la búsqueda del Grial o algún tema parecido.

Otras veces, sobre todo cuando Hitler estaba entusiasmado, su modo de hablar, por lo general tímido y retraído, se convertía en un torrente mágico de palabras que fluía con un efecto devastador. En esas ocasiones, era como si Hitler estuviera escuchando a alguna inteligencia externa que se hubiera apoderado por un instante de su alma. Después se reclinaba en su silla, exhausto, una figura solitaria caída de las alturas del éxtasis orgiástico y desprovisto de pronto de esa cualidad carismática que momentos antes le había proporcionado una autoridad tan grande sobre sí mismo y sobre su público.

La extraña transformación a la que estaba asistiendo Stein desde sus orígenes sería descrita más tarde por otras personas que fueron testigos de esta posesión satánica de un modo más concreto, a medida que Hitler avanzaba paso a paso hacia la cumbre del poder. Así, George Strasser, un nazi que desertó, recordaba veinte años más tarde:

Escucha a Hitler y de pronto tendrás la visión de alguien que guiará a la humanidad hacia la gloria. Una luz aparece en una ventana oscura. Un caballero con un cómico bigotillo se convierte en un arcángel. Entonces el arcángel levanta el vuelo y allí queda Hitler, bañado en sudor y con los ojos vidriosos.

Cuando Hitler realizaba sus investigaciones sobre el Grial, el cual concibió como el sendero que conducía desde la apatía sin pensamientos a través de la duda hacia el despertar espiritual, la palabra que con mayor frecuencia salía de sus labios era «iniciación». En incontables ocasiones mencionó los grados ascendentes que se suceden en el camino hacia la consecución de los niveles superiores de consciencia, explicando el significado de los símbolos heráldicos y las insignias de armas de los caballeros, que interpretaba como representantes de los diversos escalafones por los que habían pasado en la búsqueda del Grial.

El cuervo negro era el símbolo del primer grado, explicaba, porque el cuervo simbolizaba el Mensajero del Grial y el dedo del destino que guiaba a los hombres hasta él. El segundo grado se representaba con el pavo real, y su brillante plumaje era el símbolo de la capacidad para conseguir los poderes de la imaginación o de la representación de imágenes.

El cisne era la señal del tercer cisne, ya que los novicios que querían llegar a él tenían que entonar el canto del cisne. Es decir, tenía que morir por sus propios deseos egoístas y su debilidad para servir a los objetivos más elevados de su raza.

El cuarto grado quedaba representado por el pelícano, el pájaro que se hiere a sí mismo en el pecho para sentir su juventud. Un iniciado así, concluía Hitler, vivía para la perpetuación de su propio pueblo y se entregaba a la nutrición de su juventud.

El león significaba que un hombre había alcanzado el quinto grado y había unificado su consciencia con el espíritu de su raza. Él era el recipiente de este espíritu. Un hombre así se había convertido en el líder mesiánico de su pueblo.

Y según la interpretación no cristiana de Hitler, el grado más alto lo confería el emblema del águila, porque el iniciado ya había alcanzado los poderes más elevados a los que un hombre puede aspirar. Ya podía asumir el destino histórico del mundo.

«¿Qué tiene que ver este sendero de iniciación con el carpintero de Nazaret, un rabino que se había nombrado a sí mismo y cuyas enseñanzas de amor y compasión habían desembocado en la rendición de la voluntad de vivir? —se preguntaba Hitler—. ¡Nada! Tampoco las disciplinas del Grial para el nuevo despertar de los poderes latentes en la sangre tenían absolutamente nada que ver con el Cristianismo.» ¿Había algún pasaje o algún incidente en la historia del Grial que no pudiera sostenerse por sí misma sin la intromisión de las falsas doctrinas cristianas?

«No —respondía Hitler—. Las verdaderas virtudes del Grial eran comunes a los mejores pueblos arios. El Cristianismo sólo agregó las semillas de la decadencia, tales como el perdón, la abnegación, la debilidad, la falsa humildad, y la negación de las leyes de la evolución sobre la supervivencia del más fuerte, el más valiente y el que tiene más talento.» Walter Stein siempre podía contar con una ración de este tipo de discurso cada vez que se encontraban, pero aprovechaba las oportunidades cuando Hitler estaba más accesible para plantear todas las preguntas que pudieran llenar las lagunas del conocimiento cada vez más profundo que había adquirido sobre el trasfondo de las investigaciones de Hitler acerca de los misterios del Grial y la leyenda de la Lanza.

Stein sentía gran curiosidad por saber dónde encajaban Ernst Pretzsche y su asociación con la infame logia de la sangre de Guido von List, ya que cada día que pasaba era más consciente de que Adolf Hitler tenía un mentor espiritual experimentado que acechaba entre bastidores.

Aun así, temía preguntárselo a Hitler, porque se había dado cuenta de que Hitler se encerraba en sí mismo como una ostra cuando tenía la sensación de que le estaban interrogando. La solución se presentó una tarde de noviembre en la que Hitler trajo una carta al lugar de su encuentro, la cual, según dijo, había obtenido a través de Ernst Pretzsche hacía algún tiempo.

Walter Stein identificó aquella carta como una de las ilustraciones de la obra de Basilio Valentín, un alquimista del siglo XVI, que había descrito en una serie de cuadros los temas centrales del Parsifal de Wolfram von Eschenbach.

Esta reproducción en particular que Hitler había traído consigo representaba a los caballeros Parsifal, Gawain y Feirifis, los tres héroes de la historia, que estaban ante la ermita de Treverezent, el anciano y sabio guardián de los secretos del Grial. Hitler confió a Stein que Ernst Pretzsche había descubierto que en esta encantadora ilustración parecida a la de un cuento de hadas, estaba escondido todo el camino que conducía a la consciencia trascendental. Walter Stein ya había descifrado el significado que encerraba, y más tarde utilizó la ilustración en su libro, El Siglo Noveno.

En la ilustración se aprecia que el sendero que conduce al Grial (véase ilustración) es una espiral ascendente alrededor de una montaña en miniatura sobre la cueva de la ermita. Una liebre, el símbolo de la alquimia y de los pensamientos inacabados de los no iniciados, corre hacia el sendero. Un poco más allá, en la ladera de la montaña, una gallina muy gorda incuba sus huevos en un nido para simbolizar el calor y la fuerza de voluntad que se requieren para el desarrollo de una imaginación descriptiva, de modo que los pensamientos se conviertan en entes tan llenos de sustancia como los objetos externos y adquieran una nueva claridad de formas y de permanencia. Más arriba, en el sendero estrecho y retorcido, un león bloquea el camino. El león simboliza toda la esfera de los sentimientos, es decir, las simpatías y las antipatías, los placeres y las aversiones, que el que busca el Grial tiene que aprender a dominar y a mantener bajo control. Para conquistar al león tiene que conseguir que sus sentimientos sean tan despersonalizados y objetivos como sus pensamientos, de modo que la fuerza de los sentimientos en sí misma se convierta en una forma inspirada de conocimiento que le informe de las realidades antes que de sus gustos y aversiones, que son sentimientos egoístas.

Y ahora ha llegado el momento en el que el caballero debe enfrentarse al dragón y destruirlo. El dragón simboliza los poderes de los instintos desatados, los impulsos y los deseos, el apetito insaciable de la serpiente que lucha encarnizadamente contra la fuerza de voluntad más inquebrantable cuando ésta intenta dominarlo.

El siguiente símbolo es el más extraño y misterioso de todos y ha confundido a las mentes más perspicaces en la búsqueda del Grial: un cubo de basura con un sol y una luna desechados. Este extraño simbolismo representa la condición espiritual de un hombre que por mucho que haya aprendido sigue atrapado en el «cubo de basura» tridimensional de la consciencia, el mundo de la medida, el número y el peso. Es decir, el alma que todavía no es capaz del pensamiento «libre de sentidos» que conduce a la consciencia trascendental.

Sobre el cubo de basura, que encierra a un sol y a una luna de aspecto infeliz, hay una extraña cocina de hechicero con chimeneas humeantes. Esta extraordinaria cocina situada cerca de la cima misma de la montaña representa los sutiles cambios de la alquimia que deben tener lugar cuando el espíritu, el alma y el cuerpo son conducidos a una armonía interior y conjunta dentro de la cual las facultades de la expansión mental pueden desarrollarse, la trinidad del conocimiento imaginativo, la inspiración y la intuición con las que el caballero que aspira a la obtención del Grial puede atravesar el puente entre dos mundos: el terrenal y el sobrenatural. En esta etapa de la búsqueda del Grial el caballero debe llegar al conocimiento de sí mismo más penetrante. Debe descubrir por sí mismo el verdadero significado de la imparcialidad, la tolerancia y la ecuanimidad. Una imparcialidad en las que todos los prejuicios, especialmente los prejuicios raciales, deben ser eliminados del alma; una tolerancia inspirada en el verdadero respeto por la igualdad de todos los hombres; una ecuanimidad nacida de la confianza total en Dios. Ahora que ya es dueño de sus pensamientos, sus sentimientos y su Fuerza de Voluntad, el aspirante debe ser capaz de discernir de inmediato entre lo que es moralmente real y lo que no lo es, entre lo eterno y lo efímero. Sobre todo, debe valorar la capacidad concedida por Dios para llegar a la libertad espiritual, toda su vida debe convertirse en dedicación total a servir a la humanidad en el seno de la cual todas las motivaciones personales se han elevado a las alturas de los Ideales Universales.

Aquí, en el mismo umbral del Santo Grial, las palabras de san Pablo suenan de nuevo: «No yo, sino Cristo en mí». El caballero toma ahora el sendero de la humildad que conduce al aniquilamiento del egoísmo en el fuego consagrado del amor de Cristo.

Grabado extraído de las obras de Basilio Valentín, alquimista y maestro en ciencias ocultas. La pintura muestra a Parsifal, Gawain y Feirifis, tres héroes de la búsqueda del Santo Grial, frente a la ermita de Treverezení. Los símbolos diseminados por el camino que asciende hasta la cima del monte representan las disciplinas y las tareas que debe afrontar un caballero en su búsqueda de la iniciación Grial.

Incluso cuando Parsifal ha aprendido con esfuerzo y sufrimiento el significado más profundo de las palabras «Durch Mitleid wissen», (conocimiento a través de la compasión) debe esperar el momento determinado por Dios en el que le será concedida la iluminación definitiva. El momento en el que con un espíritu renacido, se convertirá en un participante activo de los mundos supraconscientes.

Por encima de la montaña, el sol y la luna se ven liberados de su esclavitud tridimensional, ¡la liberación definitiva de la contaminación materialista del cubo de basura! El sol y la luna creciente, orientados de forma correcta en el cielo, son el símbolo del Grial, que es a su vez el Símbolo Sagrado de la consciencia trascendental.

El Grial también se representa con una paloma que vuela desde el sol hacia el «disco invisible» que se encuentra entre los brazos de la luna creciente. En otras pinturas de alquimia realizadas por el mismo Basilio Valentín, el sol se plasma como un corazón humano y la luna como la glándula pineal, «la preciosa joya» mencionada en el Parsifal de Wolfram von Eschenbach.

Como ya hemos dicho con anterioridad, la glándula pineal es la que, una vez abierta y activada, se convierte en el órgano de visión que los orientales denominan el Tercer Ojo. Y con este órgano, el más elevado de todos los órganos espirituales, se desvelan los secretos del Tiempo y del «Archivo Akásico». Con el «ojo pineal» se pueden ver también los acontecimientos de vidas anteriores en la tierra en forma de recuerdos trascendentales.

La interpretación de Adolf Hitler del simbolismo del Grial no era, en modo alguno, tan articulada como la explicación que acabamos de dar, ni tenía tampoco connotación cristiana alguna, pero al parecer sorteaba los escollos más importantes de la búsqueda del Grial a su manera más bien burda. Y Adolf Hitler parecía saber mucho sobre el ojo pineal, el Archivo Akásico y la reencarnación, e incluso aseguraba recordar una encarnación suya del siglo IX.

Para Stein estaba claro que si Hitler decía la verdad, lo que era seguro es que no había alcanzado estas aptitudes por la vía de un sendero acorde con la moral que conducía al Grial, sino por otros medios secretos y probablemente de lo más inmorales.

Le costó mucho esfuerzo y gran cantidad de encuentros conocer gradualmente la increíble historia de cómo Hitler había alcanzado la consciencia trascendental a través de las drogas.

Día a día, durante la primera mitad del año 1911, Adolf Hitler había concentrado todas sus energías y su perspicacia innata en la solución de los enigmas planteados por los extraños e intrigantes versos del poema del Grial sobre los caballeros y sus damas en los albores de la Edad Media.

No tardó mucho en averiguar que la colorida historia de la búsqueda del Grial estaba estructurada de tal modo, que detrás del encantador fluir de las palabras del trovador siempre se escondían niveles más profundos de verdad. Pronto llegó el momento en que descubrió que había llegado tan lejos en sus investigaciones como lo permitía el intelecto. Para atravesar el umbral de la consciencia trascendental, que podría revelarle los secretos más profundos del Grial, se encontraba ante dos alternativas: el camino de la renunciación wagneriano ante la cruz de un Cristo Ario, o una zambullida directa en la práctica de la magia negra tomando un atajo que condujera por la vía rápida al conocimiento más elevado.

El primer camino le parecía una «capitulación monstruosa ante la náusea espiritual —en palabras de Friedrich Nietzsche—, un bajar la cabeza ante las más enormes corrupciones posibles». El segundo sendero, como si su destino personal estuviera guiado por la mano de Satanás, se le abrió sin esfuerzo cuando conoció a Ernst Pretzsche, el librero que había realizado un estudio exhaustivo, así como extensas prácticas del arte de la magia negra.

Stein podía imaginar sin dificultad lo impresionado que debió de sentirse Pretzsche cuando vio por primera vez a Adolf Hitler mientras revolvía las estanterías de libros y se enzarzaba en acaloradas discusiones con sus clientes. No cabe duda que Pretzsche no se había asustado ante el aspecto harapiento y la cara de muerto de hambre de Hitler. Como debieron gustarle los místicos ojos azules de Hitler, tan apagados y al tiempo tan encendidos en una mezcla de arrogancia y confianza en sí mismo, de apasionada creencia en el futuro de Alemania, el veneno que este hombre vehemente podía extender con un único y violento gesto en contra de los judíos.

Después de su primer encuentro, Adolf Hitler siempre podía contar con una cálida bienvenida y un plato de comida en la destartalada oficina de la trastienda, en la que pronto averiguó que Pretzsche había llevado a cabo un profundo estudio del ocultismo medieval, la alquimia y la astrología. La diminuta figura de espalda encorvada, enorme abdomen y brazos desproporcionadamente largos, que le conferían el aspecto de un sapo surrealista, había sido educado entre la patriótica comunidad germanoparlante de la ciudad de México. Su padre, Wilhelm Pretzsche, era propietario de una botica y dedicaba sus horas libres a estudiar las costumbres y los rituales mágicos de los antiguos aztecas, una afición que su hijo imitó en cuanto tuvo edad suficiente. Cuando volvió a su país de origen en 1892, Ernst Pretzsche se entusiasmó por el movimiento wagneriano de pangermanismo y al cabo de poco tiempo se incorporó de forma activa a la puesta en circulación de literatura antisemita por toda Viena. A través de su librería, especializada en ocultismo y otros temas afines, se hizo bastante famoso en extensos círculos de adeptos, quienes respetaban en gran medida sus conocimientos en el terreno de la magia de los rituales. De este modo Pretzsche conoció a Guido Von List, el personaje similar a Aleister Crowley cuya Logia de sangre y cuyos rituales de magia negra conmovieron al mundo germanoparlante en el año 1909. Y según Hitler, Pretzsche estaba presente cuando von List intentó materializar «el íncubo» en una ceremonia destinada a crear al «niño de la luna».

Pretzsche, al igual que la mayoría de los alemanes asociados con el ocultismo, había realizado una investigación sobre el Parsifal de Wolfram von Eschenbach, y estaba en disposición de canalizar la atención de Adolf Hitler hacia algunos de los pasajes más importantes de la obra:

Todo el que me había preguntado sobre el Grial y me impuso el deber de no decírselo estaba muy equivocado. Kyot (el Maestro en ocultismo de Wolfram von Eschenbach) me ordenó no revelar esto, porque la aventura (iniciación) le había ordenado no pensar en ello hasta que ella misma, la aventura, me invitara a hablar, y entonces uno debe hablar de ello, por supuesto.

Kyot, el conocido Maestro, que se encontraba en Toledo, descartó (puso por escrito) la primera fuente de esta aventura. Primero tenía que aprender el abc, pero sin las artes de la magia negra.

Después Pretzsche dirigió la atención de Hitler hacia otra parte del texto en la que se dice que Kyot ha aprendido su abc de Flegetanis, lo cual significa el «lector del escrito sembrado de estrellas».

La extraña referencia al aprendizaje del abc, explicó Pretzsche a su discípulo, estaba relacionada con el desarrollo de una habilidad a través de la cual los iniciados eran capaces de esclarecer las relaciones de existencia espiritual y con ayuda de la que adquirían el arte de «leer» la «crónica cósmica» del destino humano, en la cual el pasado, el presente y el futuro se unían en un lazo indivisible del Tiempo. Y Adolf Hitler era capaz de entender esta explicación sin problemas, ya que había visto una sola imagen de ella, que le había sido revelada cuando estaba ante la Lanza del Destino en el Hofburg y se prometió a sí mismo convertirse en el líder del pueblo alemán.

¿Y qué significaban las fascinantes palabras «sin las artes de la magia negra»? Esta pregunta colocó a Pretzsche en su elemento. Le explicó a Hitler que el Archivo Akásico podía ser leído de un modo mucho más rápido y sencillo, aunque igualmente efectivo, con la ayuda de la magia negra. En aquella pequeña oficina de la trastienda de la librería situada en el casco antiguo de la ciudad, Pretszche desveló a Hitler los secretos encerrados tras el simbolismo astrológico y alquímico de la búsqueda del Grial, el cual ya hemos expuesto con cierto detalle.

También en aquel lugar el siniestro jorobado proporcionó a su monstruoso discípulo la droga que procuraba la clarividente visión de los aztecas, el mágico peyote, que era venerado como si de una deidad se tratara. Una droga con un efecto similar al de aquella que había ayudado a las comunidades esenias a contemplar el descenso de Logos, el Mesías que se acercaba; la droga que medio siglo más tarde inspiraría a Aldous Huxley a escribir el libro que hizo época, Las puertas de la percepción: Cielo e Infierno, y que llevó al incrédulo Timothy Leary a realizar su primer viaje de dilatación de la mente, que marcaría el inicio de la era psicodélica.

Según los antiguos, estas drogas hablaban «con la voz de Dios», pero de acuerdo con los más elevados ideales del Santo Grial, constituían el aprendizaje del abc con el arte de la magia negra, una ratería inducida por las drogas de la crónica cósmica que destruyó el verdadero significado del destino de la humanidad en el mundo cristiano35.

Pretzsche convenció a Hitler de que practicara todas las disciplinas preliminares de la búsqueda del Grial, tales como la concentración profunda, el poder de meditación necesario para manejar los pensamientos como si fueran objetos, el control estricto de los sentimientos, y el intento de dominar los deseos primarios. Según Pretzsche, todos estos aspectos eran vitales, porque sin un trasfondo así de control de la mente y disciplina interior, las drogas por sí solas no orientarían su visión ni le harían objetivamente receptivo a las realidades que encerraba la dilatación de la mente. La droga (que, según se sabe hoy en día, contiene mescalina, el principio activo del peyote) compensaría entonces esta condición de química corporal, que de otro modo sólo sería misteriosamente creada por la consecución verdadera de las elevadas virtudes del Grial, y le conduciría de un modo directo a una fructuosa experiencia de consciencia trascendental.

Adolf Hitler llevaba a cabo su investigación sobre el Santo Grial desde la pensionsucha en la que vivía, rodeado de borrachos, drogadictos, ladrones y desgraciados. Aseguraba que prefería permanecer en el anonimato y no ser molestado en este antro de mendigos y delincuentes «en el lado opuesto de la zanja entre los pequeños burgueses»36, que trabajar para vivir «entre las hordas de trabajadores extranjeros que se cebaban a costa de la antigua cultura alemana»37.

Para apoyar su actitud amargada y aislada ante la vida, Adolf Hitler citaba sin descanso las palabras de su amado Nietzsche en Así habló Zaratustra: «Y algunos que volvieron la espalda a la vida, sólo dieron la espalda a la chusma; no querían compartir el manantial ni la fruta ni la llama con la chusma».

La búsqueda del Santo Grial requiere tres pasos en el autodominio y el refuerzo moral para avanzar por el sendero que conduce a los más elevados y sagrados misterios cristianos. Sin embargo, en lugar de avanzar con desinterés, respeto por la vida, sinceridad y receptividad hacia las necesidades de los demás, Adolf Hitler podía ahora alcanzar su meta a través de la moral degradada y la encarnizada lucha por la supervivencia en su miserable alojamiento, el cual más tarde describiría como «una escuela muy dura que me enseñó las lecciones más importantes de mi vida».

Oportunismo sin escrúpulos, astucia, maldad, brutalidad y la percepción siempre aguda de las debilidades de los demás para explotarlas en interés propio... ¡tal puede ser la actitud ante la vida de una persona que aspira a encontrar el Santo Grial y decide sustituir la moralidad cristiana por las drogas!

«No es en base a los principios de la humanidad que un hombre vive y es capaz de sobrevivir frente al mundo animal, sino sólo a través de la lucha más encarnizada... Si no luchas para sobrevivir, entonces la vida jamás podrá ser vencida.»38

Hitler estaba de un humor excelente y abierto debido a su reciente visita a la ópera, en la que había visto la obra de Wagner, El Meistersinger. Planeaba abandonar Viena y trasladarse a Múnich a la semana siguiente. Para variar, fue Hitler mismo quien sugirió que hicieran una última excursión por el Danubio hasta Wachau.

El caudal del río era abundante después del deshielo, y el paisaje que se extendía ante ellos era verde y fresco. La suave luz del sol se reflejaba por entre los pinos en las praderas que bordeaban la orilla del río. Adolf Hitler estaba de pie junto a la barandilla mientras el pequeño vapor navegaba Danubio arriba.

Cuando se encontraban a medio camino de Wachau, Hitler reveló a Stein el verdadero motivo de su excursión. Quería despedirse de un viejo amigo llamado Hans Lodz, un herborista por cuyas venas corrían los últimos vestigios de la clarividencia atávica de las tribus germánicas. Había conocido a Lodz en una ocasión en la que dormía en el campo. El anciano lo había llevado a su cabaña y no sólo había compartido con él su escasa comida, sino que también le prestó un gran servicio al prepararle una pócima a través de la cual había experimentado por primera vez el macrocosmos y había percibido los misterios de la reencarnación. La pócima a la que se refería era el preparado a base de raíces de peyote que le había proporcionado Ernst Pretzsche.

Los dos hombres caminaron a lo largo de la orilla desde Wachau hasta la destartalada cabaña de madera que pertenecía a un anciano campesino que se ganaba la vida como leñador y herborista. Hans Lodz resultó ser un hombre menudo, activo y muy ocupado, de ondeante cabello blanco, barba del mismo color y una cara tan surcada como un roble.

Recordaba a un enano malicioso, incluso malévolo, salido de las páginas de los cuentos de Grimm o de una ilustración de un libro de antiguo folklore alemán. Era evidente que se alegró mucho al ver a Hitler de nuevo, y se apresuró a prepararles un caldo de verduras y a procurar que se sintieran cómodos.

Allí, en la quietud y soledad de los bosques, aislado de los ruidos y las distracciones de la gran ciudad, Hitler había realizado su primera incursión en el terreno de la dilatación de la mente. A pesar de que Adolf Hitler aseguraba que el peyote podía proporcionarle el atajo más corto a la consciencia trascendental, admitió que no le había gustado la idea de comprometer su propia voluntad a un proceso que tal vez no podría controlar. Tenía más que una ligera idea acerca de que el cerebro, el sistema nervioso y los sentidos eran los auténticos instrumentos que confinaban al hombre de un modo tan efectivo en la consciencia tridimensional e impedía toda percatación... del área supraconsciente de la mente total, al que no escapaba ningún secreto del universo.

Aun así, Stein estaba convencido de que Hitler nunca se había dado cuenta de que era un esquizofrénico, o que la punta de este cactus mexicano del desierto surtía un efecto devastador sobre este tipo de individuos, un efecto que a veces anulaba por completo su sentido de la identidad, ya que les enredaba en su propia mente y los conducía a dimensiones más elevadas del tiempo y la consciencia. Y tampoco adivinaba Hitler que su dieta escasa y su estado psicótico de estrés interior permanente había creado el tipo de química corporal que proporciona poca o ninguna protección contra el destructor impacto de este poderoso alucinógeno.

Hoy en día sabemos que la experiencia del peyote está condicionada en cualquier caso por el temperamento, la capacidad mental y los hábitos generales del individuo. En respuesta a este condicionamiento, la dilatación de la mente resultante sólo puede tomar dos grandes rumbos.

Por un lado, la mente puede fluir hacia afuera, hacia una consciencia despabilada del espíritu detrás del mundo material mismo, y llenar la laguna entre el hombre y la naturaleza, de modo que todos los fenómenos transitorios y terrenales aparezcan como los ornamentos externos que llevan la deidad. Por otro lado, la mente puede ser lanzada a un conjunto de imágenes llenas de colorido y movimiento, en niveles superiores de consciencia que están separadas por completo de toda experiencia sensorial y terrenal.

En el primer tipo de reacción, en la que la naturaleza se experimenta en la consciencia trascendental, el sujeto puede incluso retener la capacidad de pensar con claridad y puede comunicarse con los demás durante todo el período de percepción visual intensificada. Sin embargo, en el segundo tipo de experiencia, la reacción puede ser tan violenta y extrema que toda la percepción del mundo de los sentidos puede ser eliminada por un período de varias horas.

Tal vez hubiera sido mucho mejor para el mundo que la reacción particular de Adolf Hitler al peyote le hubiera proporcionado una apreciación tan estética de la naturaleza, que, incluso en esta avanzada fase semejante circunstancia le podría haber conducido a una carrera llena de éxito como artista.

A pesar de que el alma humana está, en un sentido muy real, encarcelada en un mundo aparentemente material de longitud, anchura y grosor, una percepción tan aislada, confinada y encerrada también sirve de protección, ya que sin ella no sólo no seríamos capaces de alcanzar la madurez de la consciencia individual, sino que seríamos totalmente incapaces de llevar a cabo las actividades diarias que nos ayudan a sobrevivir físicamente en la tierra. El peyote rompe las cadenas de esta prisión, porque pone fuera de juego lo que Aldous Huxley llama con tanta perspicacia la «válvula reductora», que nos da esa «pequeña cantidad de consciencia» y nos protege del formidable impacto de la consciencia trascendental antes de que estemos preparados para recibirlo.

El ajuste de esta «válvula reductora» por parte de poderes superiores, de modo que filtre a la mente consciente una cantidad específica de percepción trascendental, recibe por parte de los teólogos cristianos el nombre de «gracia», el otorgamiento de un conocimiento interior que actúa de bálsamo, de guía y de curación para el alma que aspira a superarse.

Adolf Hitler, que aspiraba a la posesión satánica, iba a experimentar lo contrario a la «gracia», porque la percepción inducida por las drogas que estaba ahora sintonizada en su consciencia sirvió para guiarle hacia sus metas siniestras e inhumanas de poder personal, de tiranía y de conquista del mundo. Una especie de garantía de maldición personal como recompensa por su solitario himno de odio, desprecio y abominación de la humanidad.

Aldous Huxley ha descrito con inusual perspicacia el tipo de experiencia de imágenes que una persona media puede esperar bajo los efectos de una fuerte dosis de mescalina.

La típica experiencia con mescalina empieza con la percepción de formas geométricas de muchos colores en movimiento. En pocos instantes la geometría pura se convierte en algo concreto, y el individuo no percibe muestras, sino objetos con muestras, tales como alfombras o mosaicos. Estos dan paso a enormes y complicados edificios, en medio de paisajes que cambian continuamente, y que pasan de la riqueza a la riqueza aun mayor de colores, de la grandeza a una grandeza aun mayor.

Pueden hacer su aparición figuras heroicas del tipo que Blake denominaba «El Serafín», solas o en multitudes. Animales fabulosos se mueven por el escenario.

Todo es nuevo e impresionante. En raras ocasiones el individuo ve alguna cosa que le recuerde a su propio pasado. No está recordando escenas, personas u objetos, no los está analizando; está contemplando una creación totalmente nueva39.

Nadie describiría a Adolf Hitler como una persona corriente, y su reacción a la droga no podría recibir jamás el calificativo de típica. Elevado ya al umbral de la percepción espiritual sin ayuda de las drogas y dotado de grandes facultades como médium, sus visiones provocadas por el peyote parecen haber estado totalmente condicionadas por sus metas específicas y por su extraordinaria fuerza de voluntad para adquirir una forma mucho más definitiva.

Es imposible describir con detalle el contenido definitivo de estos viajes al interior de la percepción psicodélica, ya que Hitler no se prestó a hablar de ello con Walter Stein. En realidad, el hecho de que alcanzara la consciencia trascendental y formulara su Weltanschauung en este período con ayuda de las drogas, se convirtió en el secreto mejor guardado de su vida. Sin embargo, describió sus experiencias con detalle suficiente para que Walter Stein pudiera hacerse una idea de las categorías de percepción que la droga evocaba en él.

El momento más lleno de terror de su primer viaje debió de ser aquel que hoy en día recibe el nombre de punto crítico en el uso de alucinógenos por parte de individuos psicóticos, punto en el que el alma se siente enrollada y arrancada del espacio tridimensional del mismo modo brutal que un pez que muerde el anzuelo. Aun así, mientras se sumergía, daba vueltas y avanzaba por estos parpadeantes, sonoros, palpitantes y sobrenaturales paisajes de colores, que son característicos de la experiencia con mescalina. Hitler, al parecer, conservó alguna parte de su identidad, ya que describió que era consciente en aquel momento de que estaba encerrado en medio de las imágenes proyectadas de los ritmos y los procesos fisiológicos de su propia química corporal, imágenes vivas que reflejan en una perspectiva colosal funciones bioquímicas tales como los latidos del corazón y la circulación de la sangre, la respiración y el metabolismo.

Pero no fue esta esfera de desvelamiento de las relaciones entre el macrocosmos y el microcosmos lo que fascinó a Hitler en esta fase. El verdadero objetivo de estas peligrosas incursiones en las desconocidas profundidades del «espacio interior», era descubrir el significado de su propio destino personal dentro del proceso histórico.

La búsqueda del significado del destino personal y el intento de descubrir anteriores encarnaciones en la tierra a través de la percepción inducida por las drogas, ha llevado a incontables representantes de la generación más joven a graves errores y estados ilusorios muy peligrosos. Porque en los estratos sutiles, evasivos y enormemente complejos del Archivo Akásico todo adoptará la forma de caos y confusión si el individuo no ha aprendido antes las arduas y largas disciplinas de la iniciación al ocultismo. Este aprendizaje, que incluye el dominio de todos los aspectos del pensamiento humano, los sentimientos y la fuerza de voluntad, abre los órganos de conocimiento espiritual necesarios y proporciona al aspirante la capacidad requerida para orientarse en el entramado interminable de las esferas supraconscientes, que de otro modo serían inescrutables.

Adolf Hitler también experimentó el caos y la confusión que resultan de la total falta de preparación y de la inmersión moralmente precipitada en los mares de la percepción trascendental. Sin embargo, en este sentido, no estaba tan limitado como el resto de los «viajeros» psicodélicos contemporáneos, que no tienen ni la capacidad de concentración ni la fuerza de voluntad para encontrar su camino ni dirigir su visión en la existencia supraconsciente. Adolf Hitler, cuya carrera ha sido descrita por la mayoría de las eminencias en el tema como «el notable logro de la fuerza de voluntad humana», jugaba en este terreno con ventaja.

Entre la enormemente rica variedad de imágenes coloridas y móviles que asaltó su consciencia desde todas partes, siguió su costumbre de concentrarse «en lo esencial y dejar de lado lo inesencial», y, de este modo, consiguió librarse de la terrible confusión y formar un solo motivo de consciencia que según él ampliaría sus metas.

Afirmó haber entrado en la comprensión lúcida, en lo que él llamaba «las corrientes universales de pensamiento divino», que habían inspirado al trovador a componer Parsifal y a Richard Wagner, su ópera más importante alrededor del punto central de la Lanza del Destino.

En estas esferas etéreas donde los pensamientos son más concretos que los objetos materiales de la tierra, Adolf Hitler se encontró inmerso en un tapiz que, por mor de una expresión más correcta, sólo podemos describir como un mosaico de «mitología celestial»: sin embargo, mientras se sentía transportado a este río de las corrientes universales del pensamiento, que proyectaban en imágenes la búsqueda del Santo Grial, se dio cuenta al mismo tiempo de que este lazo de simbolismo etéreo reflejaba en verdad acontecimientos históricos de la Edad Media.

En otro nivel de consciencia, que experimentó al mismo tiempo, verdaderos recuerdos de una de sus encarnaciones anteriores surgieron parcialmente. Sin embargo, estos recuerdos de una vida anterior en la tierra no formaban parte, al parecer, de un proceso continuo de la memoria. Más bien eran como flashes silenciosos, aislados y momentáneos que no seguían el curso normal del tiempo terrenal..., imágenes de lugares situados en alguna zona climática del sur, al parecer Italia o Sicilia, imágenes de situaciones en las que los personajes aparecían vestidos con ropas medievales y con las armas y los utensilios propios de los siglos IX y X.

Adolf Hitler había hablado a menudo de la tradición india de la reencarnación, tradición que él consideraba negativa y retrógrada, ya que él se negaba a considerar la vida como una «rueda de sufrimientos», de la que la humanidad debería escapar a toda costa. Consideraba que la visión atenea del renacimiento era mucho más realista. Tenía en gran estima el «Mito de Er», de Platón, que concluye la República y contempla la reencarnación cómo un reajuste de la balanza de la justicia de una vida a otra.

El breve ensayo histórico de Lessing, titulado La educación de la Raza Humana, le había impresionado profundamente. Podía citar de memoria largos pasajes de la obra:

Recorre Tu camino inescrutable, Eterna Providencia.

Pero no permitas que pierda la fe en Ti a causa de esa inescrutabilidad.

No permitas que pierda la fe en Ti, aun si Tus pasos parecen retroceder. No es cierto que la línea más corta sea siempre una línea recta.

Tienes tanto que llevar a cabo en Tu eterno camino, tanto que hacer: a veces tienes que hacerte a un lado. ¿Y qué si se probara que la vasta y lenta rueda, que acerca al hombre a su perfección, sólo se mueve con otras ruedas, más pequeñas y ágiles, cada una de las cuales contribuye a ello con su identidad individual?

¡Es así! Cada hombre, uno antes y otro después, tiene que haber recorrido el camino que lleva a la raza hacia su perfección. ¿Tiene que recorrerlo a lo largo de una sola vida? ¿Puede haber sido en una sola vida judío y cristiano a la vez? ¿Puede haberlos superado en una sola vida?

¡Por supuesto que no! Pero ¿por qué no puede un hombre haber existido más de una vez en el mundo?

¿Resulta ridícula esta hipótesis porque es la más antigua? ¿Por qué el entendimiento humano, antes de que los sofistas y sus escuelas lo disiparan y lo debilitaran, la iluminó una vez?

¿Acaso no es posible que yo mismo haya dado estos pasos hacia mi perfección, que lleva al hombre sólo castigos y recompensas temporales?

¿Por qué no debería volver tantas veces como fuera capaz de adquirir conocimientos nuevos, experiencias nuevas? ¿Es que traigo tantas cosas de vuelta de una vez que ya no vale la pena volver? ¿Hay alguna razón que lo impida? O quizá porque olvido que ya he estado aquí.

En los versos de su destartalada edición encuadernada en cuero de Parsifal, Adolf Hitler se había sentido muy impresionado al descubrir numerosas referencias veladas a la reencarnación, incluso alguna mención abierta a las anteriores encarnaciones en la tierra de los personajes más importantes de la Saga del Grial. Personajes como Cundrie, la hechicera, nombrada como la renacida Herodías, la diabólica madre de Salomé, que había exigido la cabeza de Juan Bautista en pago por los seductores encantos de su hija.

Adolf Hitler se había llevado una sorpresa de que el concepto de la reencarnación hubiera sido incorporado en un documento tan cristiano como el poema del Santo Grial. Antes había creído que las religiones musulmana y judía (es decir, también cristiana, en su calidad de «consecuencia judía»), eran de las pocas religiones que no incluían la ley del karma, o su equivalente, en sus enseñanzas.

Adolf Hitler había sentido gran impaciencia por descubrir la grandeza de sus propias vidas anteriores en la tierra. ¿Acaso no había estado ante la Lanza del Destino, en el Hofburg, y había sido presa de la sensación de que había sostenido anteriormente en sus manos este talismán de poder y de conquista en algún siglo pasado de la historia? ¿Un César todopoderoso, quizás, o uno de los grandes emperadores romanos como Barbarroja, un líder de los caballeros teutones, o incluso un admirado héroe gótico como Alarico el Valiente?

A este respecto, Adolf Hitler se había llevado una enorme sorpresa. La dilatación mental provocada por las drogas había demostrado que la biografía espiritual de sus encarnaciones anteriores no incluía ni al dirigente todopoderoso ni al tipo de magnífico teutón rubio que había anticipado con tanta impaciencia.

No había tardado mucho en descubrir que, en este Mentido, el Parsifal de Wolfram von Eschenbach no era un libro como los demás. Lo identificó como un documento de alto rango de iniciación. Había sido lo suficientemente perspicaz como para percibir que tras los versos se escondía una imagen profética de la era contemporánea; una especie de espejo mágico que predice los cataclísmicos acontecimientos de las distintas décadas del siglo XX, y que visualiza el semblante oculto de este período histórico crítico, durante el cual la humanidad es lanzada contra el umbral mismo del espíritu.

Al cabo de poco tiempo, Adolf Hitler vio el así llamado poema del Grial como un documento profético de los acontecimientos que tendrían lugar mil años más tarde. Y creía que todas las personalidades del siglo IX reaparecerían en otros cuerpos en el siglo XX.

A través de este conocimiento de fondo del significado contemporáneo de la sabiduría del Grial y la reencarnación ya predicha de las figuras del Grial en nuestro siglo, Adolf Hitler fue capaz de descifrar las imágenes producidas por las drogas de su anterior encarnación. Ahora se reconoció a sí mismo como la reencarnación del personaje histórico camuflado por el nombre del wagneriano Klingsor, Landulf de Capua y señor en el siglo IX de la Terra di Labur, el vasto territorio que se extendía desde Nápoles hasta Calabria, incluyendo Capri, y que cruzaba el mar hasta Sicilia.

En lugar de ver en sí mismo la reencarnación de algún héroe germánico resplandeciente, había descubierto que era el nuevo cuerpo del personaje más terrible de la historia del Cristianismo. El cáliz para el espíritu del Anticristo.

Hitler: la conspiración de las tinieblas
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