Capítulo 27
27
Se tiende la trampa
Mientras salía de la habitación detrás de Skellin, Sonea y Regin, Cery tomó nota mentalmente de pedir perdón a Sonea cuando estuvieran a solas, por la larga noche que había tenido que soportar. Tal vez solo había percibido lo incómoda que se había sentido con las preguntas de Skellin sobre la Invasión ichani porque la conocía desde hacía muchos años.
«Aunque yo habría pensado que alguien lo bastante listo para convertirse en un ladrón tan poderoso como él en tan poco tiempo intuiría que ella no tendría muchas ganas de hablar de la batalla que había desembocado en la muerte del hombre al que amaba».
Cery se había sentido inmensamente agradecido hacia Regin por haber tomado las riendas de la conversación en ese punto para evitar que Sonea tuviera que narrar lo sucedido o negarse. No se le escapó la ironía de la situación. Jamás se habría imaginado que algún día le agradecería a Regin su consideración.
Al final del largo pasillo, subieron unas escaleras hacia la planta superior del viejo edificio. Skellin los guió hacia una puerta cerrada. Se detuvo con la mano en el pomo y miró a Sonea y a Regin.
—¿Listos?
Los dos magos asintieron.
Skellin abrió la puerta, la cruzó y se echó a un lado rápidamente, como para no verse atrapado entre los magos y su presa. Cery siguió a Sonea y a Regin al interior de una habitación repleta de cajas, iluminada por lámparas colocadas a lo largo de las paredes. Cuatro personas se volvieron para ver quién había entrado. Eran tres hombres y una mujer que llevaba una capa con una capucha que le ensombrecía el rostro, de modo que solo se vislumbraba la tez morena de su barbilla y su mandíbula. Dos de los hombres no mostraron la menor preocupación o sorpresa ante la interrupción. El tercero miró a Skellin, luego a los magos y bajó la vista hacia sus túnicas. Parecía asombrado y asustado.
Sin embargo, la reacción de la mujer fue la más espectacular. Reculó y alzó los brazos como para repeler un golpe. El aire vibró ligeramente. Sonea y Regin se intercambiaron una mirada de complicidad. «Eso ha sido algún tipo de ataque mágico», supuso Cery. Los magos devolvieron su atención a la mujer, que soltó un chillido de sorpresa y apretó los brazos contra sus costados.
«¿O se trata de un movimiento involuntario? —se preguntó Cery—. Es como si estuviera envuelta en algo invisible».
Los magos se detuvieron por unos instantes, como aguardando algo, pero nada ocurrió. Sonea miró a Regin de nuevo y luego se acercó a la mujer.
—¿Cómo te llamas? —preguntó.
—F-Forlie —respondió la mujer con voz temblorosa.
—¿Sabías, Forlie, que todos los magos de las Tierras Aliadas deben ser miembros del Gremio de los Magos?
La mujer tragó saliva de forma audible y asintió.
—¿Por qué no eres miembro? —preguntó Sonea, no en un tono acusador sino simplemente con curiosidad.
La mujer parpadeó y volvió la cabeza hacia Skellin.
—No… no quería serlo.
Sonea sonrió, y aunque era una sonrisa tranquilizadora, destilaba cierta tristeza.
—Ahora tenemos que llevarte al Gremio. No te harán daño, pero has infringido la ley. Ellos deben decidir qué hacer contigo. Si colaboras, te irá mejor a la larga. ¿Nos acompañarás voluntariamente?
Forlie movió la cabeza afirmativamente. Sonea le tendió la mano. Ella o Regin dejaron de ejercer la fuerza que mantenía sus brazos pegados a su cuerpo, y la mujer relajó los hombros. Tímidamente, extendió la mano para estrechar la de Sonea. Las dos caminaron hacia Regin. Todos los presentes exhalaron un suspiro de alivio. Cery advirtió que Skellin parecía complacido. Sonea y Regin tenían una expresión sombría, pero también aliviada. En cuanto a Forlie…
Cery frunció el ceño, se acercó a la mujer y le quitó la capucha. Se sintió conmocionado al ver su rostro.
—No es ella. No es la renegada.
Hubo un silencio, y luego Skellin tosió.
—Claro que lo es. Ha utilizado la magia, ¿no? —Miró a Sonea y a Regin.
—Así es —convino Regin.
—Entonces debe de haber dos renegadas —dijo Cery—. Tal vez estaba oscuro cuando la vi, pero Forlie no se parece en absoluto a la mujer a la que espié mientras hacía magia.
—Tiene la piel oscura, como la persona que describiste, y la misma edad. Solo la viste desde arriba. ¿Cómo puedes estar tan seguro?
—La forma de la cara es muy distinta. —Además, el color de la tez de Forlie era más claro. Por su físico, Cery supuso que tenía sangre lonmariana. Pero la mujer que había visto en la casa de empeños tenía una constitución totalmente distinta—. Es demasiado alta. —«Y demasiado dócil para ser la asesina de mi familia».
—Eso no me lo habías dicho antes —señaló Skellin.
Cery le echó una mirada.
—Supongo que no me parecía necesario entrar en detalles, si solo había una mujer que usaba la magia en la ciudad.
—Habría sido útil saberlo. —Skellin arrugó el entrecejo por un momento, luego suspiró y se encogió de hombros—. Bueno, supongo que sigue siendo útil. Todavía puedes identificar a la otra.
Cery se fijó en Sonea y vio que sacudía la cabeza con desánimo. Recordó lo preocupada que estaba de que la sorprendieran deambulando por la ciudad sin autorización. Cuando llevara a la renegada al Gremio, ellos sabrían que se había saltado sus restricciones.
—¿Te acarreará problemas esto? —preguntó él.
—Nos aseguraremos de que no —contestó Regin con firmeza—, pero tal vez te acarree problemas a ti. Cuando se corra la voz de que hemos atrapado a esta m… —miró a la mujer—, a Forlie —se corrigió—, la otra renegada podría volverse más cautelosa. No será tan fácil de encontrar.
—Tampoco es que lo fuera antes —añadió Skellin.
Regin se giró hacia el ladrón.
—¿Volverás a ayudarnos?
—Por supuesto. —Skellin sonrió.
Cuando el mago posó la vista en él, Cery hizo una reverencia.
—Como siempre.
—Entonces estaremos a la espera de tu siguiente mensaje —dijo Sonea—. Entretanto, tenemos que regresar al Gremio lo antes posible. —Apartó los ojos rápidamente. Al seguir la dirección de su mirada, Cery vio que la luz del alba empezaba a colarse por las ventanas que los rodeaban.
—Sí, márchense —dijo Skellin. Agitó la mano con aire displicente hacia los tres hombres que estaban de pie junto a las cajas, con expresión desconcertada—. Seguid trabajando —les ordenó—. Y ahora, dejen que les acompañe fuera —dijo a los magos—. Por aquí.
Forlie guardó silencio mientras caminaba con los magos y ladrones. Retrocediendo sobre sus pasos, bajaron la escalera, recorrieron el pasillo amplio y entraron en la habitación en que habían pasado casi toda la noche. Los magos cogieron sus abrigos y salieron al callejón. Skellin les deseó lo mejor a todos y aseguró que se comunicaría con ellos en cuanto tuviera algo que decirles. Al final del callejón, Cery se detuvo.
—Buena suerte y todas esas cosas —le dijo a Sonea—. Seguiremos en contacto.
Ella sonrió.
—Gracias por tu ayuda, Cery.
Él se encogió de hombros antes de dar media vuelta y dirigirse a grandes zancadas hacia donde Gol lo esperaba, oculto en las sombras de un portal situado enfrente del viejo matadero.
—¿Quién era esa? —preguntó el hombretón, yendo al encuentro de Cery.
—La Maga Negra Sonea.
—No me refiero a ella. —Gol puso los ojos en blanco—. La mujer.
—La renegada.
—No, no es ella.
—No es nuestra renegada. Es otra.
—¿Me tomas el pelo?
Cery sacudió la cabeza.
—Ojalá fuera así. Al parecer, seguimos a la caza de nuestra renegada. Te lo explicaré más tarde. Vayamos a casa. Ha sido una noche larga.
—Ya lo creo —farfulló Gol. Se volvió hacia atrás. Al imitarlo, Cery vio que Regin y Sonea seguían de pie junto a su carromato.
—Qué raro. Sonea tenía prisa por volver —comentó Cery.
—Todo este asunto ha sido raro desde el principio —se quejó Gol.
«Tiene razón —pensó Cery—. Y lo más raro de todo es la propia Forlie, el modo en que miró a Skellin cuando Sonea le hizo una pregunta…, como si le pidiera instrucciones».
No había lugar a dudas. Algo no iba bien. Pero habían atrapado a una maga renegada. Tal vez no fuera la que él pensaba que estaba implicada en el asesinato de su familia, pero ahora al menos no podría prestar sus servicios a personajes poco escrupulosos como él mismo. La vida en los bajos fondos de la ciudad ya era lo bastante peligrosa sin magos que se ofrecieran al mejor postor.
«Aunque no vendría nada mal tener alguno al que poder recurrir de vez en cuando. Quizá me facilitaría mucho la tarea de encontrar al asesino de mi familia».
De una cosa estaba seguro, no obstante. La otra renegada no les resultaría tan fácil de capturar.
* * *
Lorkin esperaba, sentado en un viejo tronco seco. En algún lugar, más adelante, había varios magos sachakanos con sus esclavos, un dúneo y un embajador kyraliano que se aproximaban. En algún lugar, más atrás, Tyvara y Chari aguardaban. Y por todas partes, a su alrededor, los Traidores estaban tomando posiciones para tender la trampa que habían planeado.
Él estaba solo.
A pesar de la seguridad en sí misma que rezumaba la portavoz Savara, Lorkin sabía que lo que se proponían era peligroso. Ella se negaba a explicarle cómo pensaban separar a Dannyl de sus acompañantes. No había dicho nada cuando él había preguntado si planeaban matar a alguien. Lorkin supuso que no, pues los Traidores parecían ansiosos por evitar darle al rey sachakano motivos para invadir su territorio, y la muerte de algunos ashakis sin duda lo obligaría a ello para tomar represalias.
Savara le había advertido que no dispondría de mucho tiempo. En cuanto los ashakis se percataran de que habían apartado a Dannyl de ellos deliberadamente, harían todo lo posible por encontrarlo. Y si Lorkin seguía con Dannyl, lo atraparían.
Lorkin suspiró y contempló el paisaje rocoso y yermo que lo rodeaba. Hacía semanas que no estaba solo. Le habría parecido un cambio agradable, de no ser por las circunstancias. Por otro lado, dudaba que no hubiera nadie observándolo.
«Si no fuera por eso, intentaría comunicarme con mi madre».
El anillo de sangre se había convertido en un motivo de preocupación. A Lorkin no le sorprendería que los Traidores lo registraran antes de llegar a Refugio, o justo después. Aunque no lo trataban como a una amenaza, él no podía contar con que se fiaran de él por completo.
«Y, cuando lo hagan, encontrarán el anillo de mi madre. Es demasiado obvio que hay algo metido en el lomo de mi libreta. Lo investigarán. Lo encontrarán y me lo arrebatarán si le revelo a ella mi paradero. ¿Debo confiar en que lo pondrán a buen recaudo?»
No estaba preparado para correr ese riesgo. Hasta el momento solo se le habían ocurrido dos soluciones: esconderlo en algún sitio o dárselo a Dannyl. Optó por esto último.
«Un momento… Eso significa que puedo utilizarlo ahora. Da igual si alguien me ve y se da cuenta de lo que estoy haciendo. Me lo quitará y se lo llevará».
Le sorprendió la sensación de alivio que lo invadió, pero no la duda repentina que lo asaltó después. Aunque deseaba explicarle a su madre qué estaba haciendo y asegurarle que se encontraba bien, le costaría bastante convencerla.
Aun así, tenía que intentarlo. Y no disponía de mucho tiempo.
Se llevó las manos al interior de la túnica y extrajo la libreta. Tras escarbar y empujar un poco, consiguió sacar el anillo. Respiró hondo antes de ponérselo en el dedo.
¿Madre?
¡Lorkin!
El consuelo y la inquietud calaron poco a poco en él como una música tenue.
¿Te encuentras bien?, preguntó ella.
Sí. No dispongo de mucho tiempo para explicártelo.
Bien…, entonces ve al grano.
Alguien intentó matarme, pero me salvó una mujer que pertenece a un pueblo conocido como los Traidores. Tuvimos que salir de Arvice porque era probable que alguien intentara matarme de nuevo. Ahora nos dirigimos hacia la ciudad secreta de la que ella procede. Voy con ella, pero hay muchas posibilidades de que no me dejen salir de la ciudad si informo a alguien de su localización.
¿Tienes que ir?
Sí. Se suponía que ella no debía matar a la persona que intentó asesinarme. Si no hablo en su defensa, tal vez la ejecuten por asesinato.
Te salvó la vida, y ahora quieres devolverle el favor. Sonea hizo una pausa. Me parece justo, pero ¿vale la pena que renuncies a tu libertad por ello?
Creo que puedo hacer que cambien de idea, pero quizá me lleve un tiempo. Mientras tanto…, el Gremio no sabe nada sobre ellos. Quiero aprender lo máximo posible. Practican una magia totalmente desconocida para nosotros.
La magia por la que viajaste a Sachaka en un principio.
Tal vez. No lo sabré hasta que llegue allí.
Ella se quedó callada durante un rato largo.
No puedo detenerte… Más vale que sea cierto que puedes convencerlos de que te dejen marchar. De lo contrario, iré a buscarte yo misma.
Dame unos años de margen. Y deja que les haga unas cuantas advertencias antes.
¿Años?
Por supuesto. No se puede cambiar una sociedad entera de la noche a la mañana. Pero intentaré no tardar tanto.
Bueno… Será mejor que te acuerdes de ponerte el anillo de vez en cuando.
Ah, eso supondrá un problema. Me temo que me registrarán. Si encuentran el anillo de sangre, me lo quitarán. Es muy importante para ellos mantener en secreto la ubicación de su ciudad, y teniendo en cuenta cómo es el resto de Sachaka, no los culpo. Se lo entregaré a Dannyl.
¿Aún no has hablado con Dannyl?
No, pero pronto lo haré. Si no evito que continúe siguiéndome, los Traidores tendrán que matarlo. Supongo que no puedes pedirle a Osen que intente disuadirlo, ¿verdad?
Ahora mismo, no. Estoy en la ciudad.
Un movimiento llamó la atención de Lorkin.
Tengo que dejarte.
Buena suerte, Lorkin. Ten cuidado. Te quiero.
Y yo a ti.
Se quitó el anillo y se levantó. Lo que había visto era una Traidora que avanzaba con sigilo por el borde de un barranco. Parecía estar observando atentamente algo que ocurría abajo. A Lorkin el corazón le dio un vuelco.
«Más vale que Dannyl lleve un escudo muy fuerte».
* * *
Más adelante, Unh, mirando en torno a sí, caminó en varias direcciones y regresó al punto de partida. Sacudió la cabeza, se volvió y le hizo señas a Dannyl de que se acercara. Por algún motivo, ahora el dúneo prefería hablar con Dannyl cuando tenía que informar sobre algo.
—Las huellas se acaban aquí —dijo el hombre, señalando el suelo. Alzó la vista hacia la pared de roca que se erguía imponente sobre ellos—. ¿Probamos por allí?
Dannyl miró hacia arriba y calculó la distancia. La cima de la pared no estaba demasiado lejos. Invocó magia y creó un disco de fuerza bajo sus pies y los de Unh. Lo sujetó por los brazos, y el hombre se aferró a él. Lo habían hecho muchas veces aquel día, bien para subir a lo alto de un precipicio, bien para ascender hacia un saliente o un valle.
De cerca, el dúneo olía a sudor y especias, una combinación no del todo placentera, pero tampoco demasiado desagradable. Dannyl se concentró y elevó el disco en el aire con ambos encima.
La pared de piedra pasó a toda velocidad frente a ellos y luego quedó abajo cuando sobrepasaron la cumbre. Había una cornisa estrecha a lo largo del borde. Dannyl flotó hacia el centro antes de posarse sobre ella. Al otro lado, las cúspides de las montañas se recortaban contra el cielo como dientes de una sierra irregular.
—Si los magos podéis hacer esto, ¿por qué no sobrevoláis las montañas para encontrar la ciudad de Traidores? —preguntó Unh.
Dannyl lo miró sorprendido. El hombre nunca antes había puesto en duda sus habilidades.
—La levitación requiere concentración —respondió—. Cuanto más lejos del suelo estás, más concentración necesitas. No estoy seguro de por qué. Por otro lado, a medida que subes, te desconcentras cada vez con mayor facilidad, y más grande es la caída.
El hombre frunció los labios y asintió.
—Entiendo. —Le dio la espalda y comenzó a inspeccionar el suelo.
Unos momentos después, soltó un bufido de satisfacción. Se inclinó sobre el borde del precipicio para ver a los sachakanos, que estaban abajo, mirando hacia arriba con perplejidad.
—Las huellas continúan aquí —les gritó, y echó a andar por la cornisa.
Dannyl esperó y observó a los sachakanos mientras se turnaban para ascender levitando con sus esclavos por la pared de roca.
—Nos estamos adentrando cada vez más en la región —dijo uno de los ashakis, paseando la vista en torno a sí—. ¿Alguien había llegado tan lejos alguna vez?
—¿Quién sabe? —contestó otro—. Llevamos siglos intentando encontrarlos. Seguro que alguien más ha llegado hasta aquí.
—Dudo que estemos muy cerca de ellos —señaló un tercero—. Ya habrían intentado detenernos.
Achati rió entre dientes y se quitó un poco de polvo de la ropa.
—No correrán el riesgo de hacer daño a nuestro amigo kyraliano. Aunque no tendrían el menor reparo en atacarnos a nosotros, no se atreverían a matar a un mago del Gremio, pues eso podría ocasionar que nuestros vecinos decidieran ayudar a Sachaka a librarse de su problema con los Traidores.
—Entonces será mejor que nos mantengamos cerca del embajador —dijo el primer ashaki y bajó la voz—, aunque no tan cerca como para tener que soportar el hedor de nuestro rastreador.
Los demás soltaron una risita. Dannyl dirigió la mirada detrás de ellos y vio que Unh estaba a unos cien pasos de distancia, haciéndole gestos para que se acercara. Saltaba a la vista que el dúneo prefería su ayuda a la de los sachakanos. «No se lo reprocho, aunque he de reconocer que no huele demasiado bien. Seguramente yo tampoco, después de caminar durante días por las montañas sin darme un baño o cambiarme de ropa».
Cuando alcanzó a Unh, los dos siguieron adelante. Pronto tuvieron que bajar levitando por el otro lado de la cresta, y subir otras dos paredes. Unh siempre volvía a encontrar el rastro. El tiempo transcurría, y pronto el sol estaba a punto de ocultarse tras el horizonte. Llegaron frente a un desfiladero angosto. Unh vaciló antes de entrar y le indicó a Dannyl que caminara a su lado.
—Mantén el escudo mágico activado —dijo—, y fuerte.
Dannyl siguió su consejo. Notó que se le erizaba el vello de la espalda mientras avanzaba con el dúneo por el centro del desfiladero. Echó una ojeada hacia atrás y vio que los sachakanos los seguían con expresión sombría. Lanzaban miradas recelosas a las paredes del desfiladero.
Tras varios centenares de pasos, las paredes empezaron a separarse, y el fondo del desfiladero se ensanchó. Más adelante, se convertía en un pequeño valle. Unh exhaló y murmuró algo.
Un chasquido y una detonación estremecieron el aire. El sonido procedía de detrás de ellos. Dannyl y Unh giraron rápidamente y levantaron las manos cuando unas piedras golpetearon la barrera que los protegía. Retrocedieron. Una nube de polvo inundó el desfiladero.
Cuando esta se disipó, dejó al descubierto un enorme montón de rocas.
«¿Dónde están los sachakanos? ¿Han quedado sepultados?» Dannyl dio un paso al frente, pero una mano lo agarró del brazo. Se volvió hacia Unh, que no tenía la vista puesta en él, sino en el valle. Al seguir la dirección de su mirada, Dannyl vio una figura solitaria que caminaba hacia ellos. El corazón le dio un vuelco.
«¡Lorkin!»
—Saldrán de esta sanos y salvos —aseguró el joven mago—. Sus barreras eran lo bastante fuertes. No tardarán mucho en salir de ahí debajo, y luego descubrirán cómo llegar hasta ti, así que no puedo quedarme mucho rato. —Sonrió y se detuvo a unos pasos de Dannyl—. Tenemos que hablar.
—Desde luego —convino Dannyl.
Lorkin tenía un aspecto saludable, incluso ligeramente bronceado. Aunque iba vestido como un esclavo, se le veía curiosamente cómodo con aquella ropa, quizá solo porque la llevaba puesta desde hacía varios días.
—Sentémonos —propuso Lorkin.
Se acercó a una roca baja y se sentó. Dannyl tomó asiento en otra. Unh permaneció de pie. El dúneo le dirigió a Lorkin una mirada cautelosa de complicidad.
De pronto, todos los sonidos del desfiladero cesaron. Dannyl supuso que Lorkin había creado una barrera para evitar que alguien más oyera su conversación. «¿Solo Unh, o también otras personas?»
—Debes de tener muchas preguntas —dijo Lorkin—. Haré lo posible por responderlas.
Dannyl asintió. ¿Por dónde comenzar? Tal vez por el momento en que todo había empezado a salir mal.
—¿Quién mató a la esclava en tu habitación?
Lorkin esbozó una sonrisa irónica.
—La mujer con la que he estado viajando. Me salvó la vida.
—¿Tyvara?
—Sí. La que encontrasteis muerta en mi habitación intentó matarme. Tyvara me dijo que otras intentarían terminar el trabajo y se ofreció a llevarme a un lugar seguro.
—¿Quién quiere matarte y por qué?
Lorkin hizo una mueca.
—Es complicado. No puedo decirte quién, pero puedo decirte por qué. Es por mi padre, pero no por los ichanis que mató, sino por otra cosa que hizo. O más bien por algo que no hizo. ¿Recuerdas que alguien le ayudó a huir de Sachaka enseñándole magia negra?
Dannyl asintió.
—Pues bien, esa persona pertenecía al pueblo de los Traidores. Mi padre se comprometió a darles algo a cambio, pero nunca cumplió su promesa. En realidad, era algo que no estaba autorizado para darles, pero supongo que estaba desesperado por volver a casa y habría accedido a cualquier cosa. —Lorkin se encogió de hombros—. Necesito aclarar eso con los Traidores. Y… eso no es todo. Tengo que explicarles lo que ocurrió con Riva, la esclava que mató Tyvara, o la acusarán de asesinato y la ejecutarán. Así que necesito que dejes de seguirme.
—No sé por qué, pero sabía que dirías eso —suspiró Dannyl.
—Si no, te matarán. —Lorkin estaba más serio de lo que Dannyl lo había visto nunca—. No quieren hacerlo. Tampoco creo que quieran matar a los sachakanos… Bueno, les encantaría matarlos, supongo, pero no aquí ni ahora. Saben que cuantas más personas tengan que matar para mantener en secreto la ubicación de su refugio, más personas intentarán encontrarlos.
Dannyl asintió.
—Así que quieres que Unh y yo finjamos haber perdido el rastro.
—Sí. O que digáis lo que haga falta para suspender la búsqueda.
«Por algún motivo, dudo que me resulte muy difícil convencer a los sachakanos después de esto —pensó Dannyl, mirando las rocas que bloqueaban el desfiladero—. ¿Y Unh? Supongo que seguirá mis órdenes. Pero tal vez baste con decir la verdad. Si decidimos que no necesitamos encontrar a Lorkin, ¿seguirán buscándolo los ashakis?»
De pronto, Dannyl se acordó de las gemas. Escrutó el rostro de Lorkin.
—Esto no es solo por tu padre y por la mujer, ¿verdad?
El joven mago parpadeó por unos instantes y luego sonrió.
—No. Quiero saber más sobre los Traidores. No tienen esclavos, y la estructura de su sociedad es muy distinta del resto de Sachaka. Creo que dominan técnicas mágicas que no conocemos ni hemos visto en práctica desde hace miles de años. Creo que podrían ser un buen pueblo con el que establecer relaciones amistosas. Creo… creo que nos conviene llevarnos bien con ellos, pues podría llegar el día en que tengamos que tratar con ellos en vez de con los gobernantes actuales de Arvice.
Dannyl soltó una maldición.
—Si estalla una guerra, no tomaremos partido —advirtió—. Si ellos pierden, no podrás escapar a las consecuencias.
—No escapar. —Lorkin se encogió de hombros—. Soy consciente de los problemas que esto acarrearía al Gremio. Por el momento, lo mejor será que todo el mundo actúe como si yo hubiera abandonado el Gremio. No sé a ciencia cierta cuánto tiempo tendré que quedarme aquí. —Frunció el ceño—. Existe la posibilidad de que no me dejen marchar si revelo su paradero a otros. Le he explicado todo esto a mi madre, por cierto.
—Ah, bien. —Dannyl exhaló un suspiro de alivio—. ¿Sabes el pavor que tenía a contarle lo de tu desaparición?
—Me lo imagino —dijo Lorkin con una risita—. Lo siento. —Su expresión divertida dio paso a un gesto pesaroso. Bajó la vista y abrió los dedos de una mano. En la palma sostenía un anillo de sangre. Se lo tendió a Dannyl con una renuencia evidente—. Cógelo. No me atrevo a seguir llevándolo. Si lo encontraran tendrían motivos para desconfiar de mí, y no quiero correr el riesgo de que caiga en otras manos.
Dannyl tomó el anillo.
—¿Es de Sonea?
—Sí. —Un movimiento llamó su atención. Una columna de polvo se levantó por detrás del montón de rocas que se alzaba tras ellos. Lorkin las miró y acto seguido se puso de pie—. Tengo que irme.
Al advertir que se movían, Unh volvió la vista hacia ellos. Una vez más, a Dannyl le vino a la memoria la cueva repleta de gemas.
—Mi amigo aquí presente, de las tribus dúneas, por cierto, me contó algo interesante el otro día. Dijo que su pueblo sabe elaborar gemas como las de la Cámara del Castigo Último.
A Lorkin le brillaron los ojos con interés.
—También dijo que los Traidores robaron este conocimiento a su pueblo —prosiguió Dannyl—. Tal vez deberías tener eso presente. Es posible que tus nuevos amigos no estén libres de defectos.
El mago joven sonrió.
—¿Y quién lo está? Pero lo tendré presente. Es un dato interesante. Muy interesante. —Entornó los párpados por un momento y acto seguido miró a Dannyl y lo aferró del brazo—. Adiós, embajador. Espero que tu nuevo ayudante te resulte más útil de lo que he sido yo.
Dannyl correspondió a su gesto de despedida y se sobresaltó cuando el ruido se oyó de nuevo. Lorkin echó a andar y se detuvo a decirle algo al dúneo cuando pasaba por su lado. Dannyl se levantó, se acercó a Unh y ambos contemplaron al mago solitario mientras se alejaba con paso decidido.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó Dannyl cuando por fin perdieron de vista a Lorkin.
—Ha dicho: «Tú eres el único que corre peligro» —respondió Unh—. Quiere decir que cree que los Traidores temen que yo pueda conduciros hasta su ciudad.
—No sin la ayuda de un mago, supongo.
El dúneo lo miró y sonrió.
—No.
—Entonces será mejor que te saquemos de aquí lo antes posible. ¿Qué te parece si levitamos sobre ese montón de piedras para ver si alguno de nuestros acompañantes sachakanos ha conseguido salir a fuerza de escarbar?
—Es una buena idea —convino el dúneo.
* * *
Cuando por fin se había despedido de Skellin, Sonea tenía ganas de proferir un alarido de frustración y a la vez de prorrumpir en exclamaciones de alivio.
«A estas alturas, no solo es posible que Dannyl haya encontrado a Lorkin —pensó—, sino que se haya librado una batalla y que se hayan celebrado funerales para los muertos y un festejo por la victoria. Osen puede haber pasado de preguntarse por mi paradero a descubrir que no he estado en el hospital en toda la noche y después a ordenar a Kallen que empiece a armarse de energía para darme caza».
Y todo para nada. Bueno, para nada, no. Habían encontrado a una renegada. Lo malo es que no era la que buscaban.
Pero al menos se había alejado de Skellin, razonó, y por fin se dirigía hacia el Gremio. Entonces había ocurrido algo que había disipado sus deseos de volver a toda prisa para informarse de las novedades. Había oído la voz de Lorkin en su mente y había percibido débilmente lo que él sentía.
Había sido muy esclarecedor.
Había olvidado lo eficaz que podía ser un anillo de sangre para transmitir los pensamientos del portador. En muy poco tiempo había descubierto no solo que Lorkin seguía con vida, sino que no temía por su integridad y estaba lleno de esperanza. Aunque no estaba totalmente seguro de cómo lo tratarían las personas con las que se encontraba, en general las respetaba y creía en su benevolencia. Estaba embelesado por la mujer que lo había salvado, pero la obligación moral que sentía hacia ella no se basaba únicamente en la lujuria o el afecto.
«Ah, Lorkin. ¿Por qué siempre tiene que haber una mujer por medio?»
Lorkin estaba lo más a salvo que cabía esperar, teniendo en cuenta la situación. Ella habría preferido que estuviera en casa, y no le gustaba la posibilidad de que los Traidores no le permitieran salir de la ciudad, pero él había decidido correr ese riesgo y ella no podía hacer nada por impedirlo.
«Al menos está muy lejos de las personas que intentaron matarlo».
Cuando subió al carromato, se sentía mucho mejor. Sin embargo, antes de que hubieran recorrido mucho trecho, Forlie había empezado a gemir, llevándose las manos a la cabeza y al vientre. Un examen rápido había revelado a Sonea que la mujer era especialmente propensa a marearse en los vehículos, por lo que habían tenido que pedir al cochero que redujera la velocidad.
Sonea se preguntó si Lorkin se había encontrado ya con Dannyl, y si Osen estaba buscándola para contarle la buena noticia.
El carromato aminoró aún más la marcha. En la calle, alguien estaba gritando, y el cochero le respondió, también a gritos. Sonea y Regin se miraron con el entrecejo fruncido cuando el carro se detuvo. Forlie comenzó a lloriquear de miedo.
Todos dieron un respingo cuando alguien empezó a aporrear un costado del carromato.
—Maga Negra Sonea —la llamó alguien. Por la voz, Sonea supuso que se trataba de una joven—. Tienes que salir. Te has equivocado de mujer.
Sonea se acercó a la portezuela trasera del toldo y la apartó a un lado. En la calle no vio a nadie más que a unas pocas personas a lo lejos. Se oyó de nuevo que alguien golpeaba el costado del vehículo.
—Trabajo para Cery —dijo la mujer—. Tengo…
—Sabemos que no es la renegada que buscábamos —contestó Sonea en voz muy alta—. Nos lo ha dicho Cery.
Una joven esbelta apareció tras rodear el carromato a toda prisa y miró a Sonea con el ceño arrugado.
—Entonces… no habéis… no sabéis… —La chica se interrumpió para respirar hondo—. ¿Dejaréis marchar a la otra renegada, entonces?
Sonea fijó la vista en ella.
—No si puedo evitarlo.
—Pues… yo sé dónde está la renegada auténtica. Estaba vigilándoos a Cery y a ti desde el tejado de otro de los edificios cuando la vi acercarse para observaros también. Creo que sigue allí.
Regin soltó un juramento. Sonea se volvió hacia él.
—Vete con ella —la animó él—. Yo llevaré a Forlie al hospital y volveré.
—Pero… —«Pero ¿y si la mujer se ha ido ya? Quizá Osen no haya reparado en mi ausencia del hospital. En ese caso, podré seguir buscando a la renegada. Pero si salgo del carromato y alguien me ve…».
—Deberías ir tú —le dijo a Regin—. Si voy yo y alguien me reconoce, el Gremio me impedirá ir a la caza de la…
—Eres tú quien debe capturarla. —Regin clavó en ella una mirada intensa, con una inesperada expresión de enfado—. Es importante que la gente te vea hacerlo. Tienen que recordar que eres algo más que una sanadora, que imponerte restricciones es un desperdicio. —Señaló la portezuela del carromato—. ¡Vete, antes de que ella huya!
Sonea lo miró por un momento antes de abrir por completo la portezuela y bajar de un salto. Su abrigo se abrió, y los ojos de la joven se desorbitaron al ver la túnica negra que llevaba debajo. Sonea captó la indirecta y se abrochó el abrigo.
—¿Cómo te llamas?
—Anyi. —La chica se enderezó—. Sígueme. —Arrancó a trotar en dirección al viejo matadero.
—¿Se lo has dicho a Cery? —preguntó Sonea.
La joven negó con la cabeza.
—No lo he encontrado.
Recorrieron un laberinto de callejuelas, corriendo de una sombra a otra. Sonea advirtió que tenía el corazón desbocado por una emoción que hacía mucho que no experimentaba mezclada con un instinto más primario. «Soy como un cazador que está a punto de alcanzar a su presa —pensó. Entonces recordó lo asustada que estaba cuando la perseguían unos magos poderosos y su entusiasmo se enfrió—. Por otro lado, esta mujer no es una niña inexperta. ¿Por qué nos observaba? ¿Estaba informada sobre la trampa de Skellin? Sin duda. ¿Cómo lo averiguó? ¿Envió a Forlie en su lugar?» Cerca del viejo matadero, Anyi enfiló un callejón. Al fondo, Sonea vislumbró una vía importante y transitada.
—Estaba en el tejado de este edificio —dijo—. Por aquí hay un sitio oculto por donde se puede subir…
La chica había estado a punto de lanzarse hacia una callejuela lateral sin salida, pero se paró en seco y se apartó de la entrada.
—¡Ahí está! —susurró, señalando.
Su dedo apuntaba hacia arriba. Sonea alzó la vista, percibió un movimiento y notó que un escalofrío le bajaba por la espalda. Invocó magia y generó un escudo en torno a Anyi y ella. Una mujer descendía levitando despacio hacia el callejón lateral. Desapareció en las sombras.
—¿Puedes atraparla allí? —preguntó Anyi.
De pronto se oyeron unas pisadas que se acercaban rápidamente.
—Solo hay una forma de averiguarlo —respondió Sonea. Miró a Anyi—. Regresa por donde hemos venido. Cuando te encuentres con Regin, tráelo aquí. Puede que me haga falta ayuda.
Anyi asintió y se alejó a toda prisa. Sonea modificó su escudo para dejarla salir. Cuando se volvió, advirtió que la mujer estaba a punto de dejar el callejón.
Sonea avanzó y erigió una barrera para cerrarle el paso a la mujer.
Una expresión de sorpresa, conmoción y abatimiento asomó al rostro atezado de la mujer. Entonces entornó sus extraños ojos angulosos. Una fuerza impactó contra la barrera. No se trataba de un azote de prueba, sino de una descarga más potente de lo que Sonea esperaba. Al mismo tiempo, destelló otro azote dirigido a ella. La barrera se debilitó y cayó antes de que Sonea tuviera tiempo de reforzarla.
La mujer salió disparada del callejón sin salida en dirección a la vía principal. Sonea corrió tras ella, generando una barrera más fuerte para encerrarla en ella, pero la mujer la derribó con una descarga violenta. Momentos después, la renegada se encontraba al otro lado, entre la gente que iba y venía por la calle.
Sonea llegó a la salida del callejón. Vio que la mujer se detenía para mirarla, en medio del flujo de personas y vehículos. Al fijarse en el peculiar tono marrón rojizo de su piel, Sonea entendió por qué Cery estaba tan seguro de que Forlie no era la mujer que había visto. Cuando le vino a la mente la imagen de la cara de Skellin, un escalofrío le recorrió la espalda. La misma tez morena rojiza. La misma forma extraña de los ojos. «¡Esta mujer pertenece a la misma raza!»
Una sonrisa tensó los labios de la mujer. Una sonrisa peligrosa y triunfal.
«Cree que no me atreveré a utilizar la magia en medio de tanta gente, y tiene razón. Tampoco quiero correr el riesgo de hacerle daño a ella, aunque desde luego al Gremio le simplificaría las cosas que la mujer me obligara a matarla».
Para merecer semejante suerte, tendría que hacer algo mucho peor que ser una maga renegada que trabajaba para los vendedores de craña como chantajista. Algo como matar a la familia de Cery.
«La necesitamos viva para averiguar si es la asesina o sabe quién es el responsable. Y también para saber de dónde viene y si hay otros magos como ella. Y por qué nos espiaba mientras capturábamos a Forlie».
Además, a Sonea le costaría mucho más que la perdonaran por desobedecer las normas si su desobediencia la llevaba a matar a alguien.
Invocó magia. Una gran cantidad de magia. No tenía idea de cuánto tiempo podría retener a la mujer. Aunque sabía cómo absorber energía de magos, otras personas e incluso animales y almacenarla hasta que la necesitara, hacía más de veinte años que no lo hacía. Era algo que tenía prohibido a menos que los magos superiores se lo ordenaran.
No era más poderosa que antes de aprender magia negra, ni que en su época de aprendiz.
Pero había sido una aprendiz excepcionalmente poderosa.
Sonea proyectó parte de la magia que había invocado por encima de las cabezas de las personas que circulaban entre ella y la renegada, y la envolvió en un globo de fuerza. De inmediato, la mujer comenzó a lanzar azotes en todas direcciones, pero aunque sus ataques eran potentes, Sonea contaba con que lo fueran, por lo que mantenía reforzada la barrera de contención. El resplandor y la vibración de la magia provocaron que la gente que rodeaba a la mujer se dispersara. Sonea se quitó el viejo abrigo y lo tiró a un lado. No quería que, cuando los transeúntes se recuperaran de la sorpresa lo suficiente para fijarse en ella, se preguntaran por qué lo llevaba puesto.
Una brisa hizo ondear la tela negra de su túnica cuando salió del callejón y caminó hacia la renegada. Oía exclamaciones procedentes de los lados, donde sin duda estaban formándose grupos de mirones, pero no apartaba la atención de la mujer. La renegada soltó un gruñido y redobló sus ataques contra la barrera. Sonea la fortaleció aún más, intentando no preocuparse por la velocidad con que estaba agotando sus reservas de magia.
«¿Durante cuánto tiempo podré resistir esto? ¿Cuánto tiempo resistirá ella?»
De pronto empezó a sonar un ruido a derecha e izquierda. Al principio, Sonea no supo qué era, pero cuando cayó en la cuenta, quedó tan asombrada que estuvo a punto de perder la concentración.
La multitud había estallado en gritos de entusiasmo.
Por encima del clamor le llegaron unos gritos distintos. Vio con el rabillo del ojo que alguien se acercaba. Alguien vestido de morado.
—¿Necesita ayuda? —preguntó una voz masculina.
Un alquimista. Pero ella no lo conocía.
—Sí —respondió—. Entra.
Tras dejarlo penetrar en la barrera, le tendió la mano.
—Transfiéreme tu magia.
—¿Al viejo estilo? —preguntó él, con extrañeza en la voz.
Ella se rió.
—Claro. Creo que entre los dos podemos vencer a una renegada.
Él la tomó de la mano, y Sonea notó que la magia fluía hacia su interior. La canalizó hacia la barrera de contención. El alquimista llamó a alguien, y ella advirtió que se aproximaba otra maga, una sanadora. Cuando la mujer tomó la otra mano de Sonea, ésta casi esperó que la renegada se rindiera. Pero la extranjera siguió resistiendo.
Sin embargo, sus azotes eran cada vez más débiles. Sonea sintió una compasión inesperada cuando la mujer lanzó toda su energía contra la barrera hasta que su ataque se extinguió. La renegada se encorvó, desfallecida y resignada.
Sonea soltó las manos de sus compañeros magos y los miró.
—Gracias.
El alquimista se encogió de hombros, y la sanadora murmuró algo parecido a «no faltaba más». Sonea devolvió su atención a la renegada. Salvó la distancia que las separaba con pasos largos y acompasados. El alquimista y la sanadora caminaban a su lado, sin salir de su escudo. La renegada miró a Sonea con hosquedad cuando esta se detuvo frente a ella.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Sonea.
La mujer no respondió.
—¿Conoces la ley relativa a los magos en las Tierras Aliadas? ¿La que establece que todos los magos deben ser miembros del Gremio?
—La conozco —contestó la mujer.
—Y sin embargo, hete aquí, una maga que no pertenece al Gremio. ¿Por qué?
La mujer se rió.
—No necesito vuestro Gremio. Aprendí magia mucho antes de venir a este país. ¿Por qué habría de doblegarme ante vosotros?
Sonea sonrió.
—¿Por qué será?
La mujer la fulminó con la mirada.
—Bien —prosiguió Sonea—. ¿Cuánto tiempo llevas viviendo en las Tierras Aliadas?
—Demasiado. —La mujer escupió en el suelo.
—Si no te gusta, ¿por qué te quedas?
La mujer clavó la vista en Sonea con expresión torva.
—¿Cómo se llama tu patria?
La renegada apretó los labios con terquedad.
—Muy bien. —Sonea estrechó la barrera en torno a la mujer—. Te guste o no, la ley obliga al Gremio de los Magos a encargarse de ti. Te llevaremos al Gremio ahora.
El rostro de la mujer se crispó con rabia, y una nueva descarga de energía impactó en la barrera que la rodeaba, pero fue un ataque débil. Sonea se planteó la posibilidad de esperar a que la mujer se cansara, pero decidió no hacerlo. Ciñó la barrera aún más a la mujer y la utilizó para arrastrarla hacia el centro de la calzada. Comenzó a conducirla hacia delante con empujones firmes pero suaves. La sanadora y el alquimista acomodaron su paso al de ella.
Y, de este modo, por unas calles bordeadas de curiosos, escoltaron a la segunda renegada que habían encontrado ese día hacia el Gremio.