Capítulo 14

14

La trampa

—Bien, ¿a quién voy a conocer esta noche? —preguntó Dannyl al ashaki Achati mientras el carruaje se alejaba de la Casa del Gremio.

El mago sachakano sonrió.

—Su estratagema de no insistir en ver al rey ha funcionado. Le ha invitado a usted al palacio.

Dannyl pestañeó, sorprendido, y luego repasó en su mente todo lo que lord Maron le había explicado sobre el rey sachakano y el protocolo. Según el embajador anterior, el monarca denegaba audiencias con la misma frecuencia con que las concedía, y no valía la pena que Dannyl intentara conseguir una a menos que tuviera un asunto que tratar.

—No sabía que tenía que insistir. ¿Debo pedir disculpas por no haberlo hecho?

Achati rió entre dientes.

—Solo si siente que es necesario. En mi calidad de enlace entre la Casa del Gremio y el rey, me corresponde a mí aconsejarle cuándo debe solicitarle audiencia. Le habría dicho que aguardara a que él le invitara. Puesto que no estaba cometiendo usted ningún error, no había motivo para tocar el tema.

—O sea que no ha sido un error no insistir en verlo.

—No, aunque una absoluta falta de interés podría haber resultado ofensiva a la larga.

Dannyl asintió.

—Cuando era el segundo embajador del Gremio en Elyne, tuve que comparecer ante el rey una vez, en un encuentro concertado por el primer embajador. Después, solo debía pedirle audiencia cuando surgieran cuestiones importantes, y el primer embajador se ocupaba de casi todas.

—Qué interesante. ¿Así que tienen ustedes dos embajadores en Elyne?

—Sí. Hay demasiado trabajo para una sola persona. Por algún motivo acabamos dedicando tanto tiempo a asuntos relacionados con el Gremio y la magia como a otros que no tenían nada que ver.

—Su trabajo aquí está aún menos relacionado con la magia y los magos —señaló Achati—. No evalúa a aspirantes a ingresar en el Gremio ni mantiene el contacto con magos graduados. Se ocupa sobre todo de cuestiones comerciales.

Dannyl hizo un gesto afirmativo.

—Es totalmente distinto, pero por el momento ha resultado muy agradable. Supongo que cuando haya conocido a todas las personas importantes, dejarán de invitarme a cenas y tertulias.

Achati arqueó las cejas.

—Oh, posiblemente estará usted aún más solicitado cuando yo ya no tenga la obligación de acompañarlo. Recibir la visita de otro sachakano puede ser un ejercicio agotador y políticamente arriesgado. Usted, en cambio, es exótico y no se ofende con facilidad, lo que le convierte en un invitado fácil de complacer. —Hizo un gesto en dirección a la ventanilla del carruaje—. Mire hacia fuera cuando doblemos la esquina.

El vehículo redujo la velocidad, y el muro junto al que avanzaban quedó atrás. Apareció ante sus ojos una ancha avenida, con largos arriates de flores que crecían a la sombra de árboles gigantescos. Al final de estos jardines se alzaba un gran edificio. Sus murallas blancas se curvaban hacia fuera a partir de un arco central como cortinas cuidadosamente drapeadas. Unas cúpulas achatadas que relucían al sol se elevaban sobre ellas. A Dannyl se le levantó el ánimo al contemplar aquello.

—¿Ese es el palacio? Es precioso —comentó, inclinándose hacia delante para no perder de vista el edificio cuando el carruaje enfiló la avenida, pero poco después no veía más que las paredes blancas de las mansiones situadas a un lado. Al volverse hacia el ashaki Achati, vio que sonreía en señal de aprobación.

—Tiene más de mil años de antigüedad —dijo el sachakano con orgullo—. Ha habido que reconstruir algunas partes a lo largo de los años, por supuesto. Las murallas son dobles para que los defensores puedan esconderse dentro y atacar a los invasores a través de troneras y trampillas. —Se encogió de hombros—. Aunque en realidad nunca se han utilizado con ese propósito. Cuando el ejército kyraliano llegó aquí, ya había derrotado al nuestro, y el último emperador se rindió sin oponer resistencia.

Dannyl asintió. Eso lo había aprendido en sus clases de historia elemental cuando estudiaba en la universidad, y su investigación lo había confirmado.

—El tercer rey mandó que las cúpulas se recubrieran de oro —prosiguió Achati y sacudió la cabeza—. Fue un capricho frívolo en una época de hambruna, pero son tan hermosas que nadie las ha desmontado, y de vez en cuando un rey se ocupa de que las limpien y las reparen.

El carruaje empezó a frenar y a girar, y Dannyl observó el palacio con avidez cuando apareció de nuevo. Una vez que Achati y él se apearon, se detuvieron por un momento para contemplar maravillados el edificio antes de encaminarse hacia el arco central.

Los guardias que flanqueaban la entrada permanecían inmóviles, con la mirada fija en la distancia. Dannyl recordó que, aunque no eran esclavos, los reclutaban entre los estratos más bajos de las familias sachakanas. «Supongo que no sería muy eficaz que unos esclavos custodiaran el palacio. Unos guardias que se arrojan al suelo cada vez que se acerca alguien importante difícilmente reaccionarán con la rapidez suficiente para defender algo o alguien».

Franquearon dos puertas abiertas y avanzaron por un pasillo ancho sin entradas laterales. Al final había una sala espaciosa repleta de columnas. El suelo y las paredes eran de piedra pulida. Sus pasos resonaban mientras la cruzaban. Hacia el fondo de la sala había un asiento grande de piedra en el que se encontraba un anciano vestido con los ropajes más elaboradamente ornamentados que Dannyl había visto hasta entonces en Sachaka.

«No parece sentirse muy a gusto —advirtió—. Y da la impresión de que está deseoso por levantarse de ese trono en cuanto se le presente una oportunidad».

Había varios hombres de pie dispersos por la sala, solos, en parejas o en grupos de tres. Observaron en silencio a Dannyl y al ashaki Achati mientras se acercaban. A unos veinte pasos del rey, Achati se detuvo y miró a Dannyl.

Era una señal. Achati hizo una profunda reverencia. Dannyl hincó una rodilla en tierra.

Lord Maron le había explicado que, para los sachakanos, lo menos que cabía esperar de un individuo que compareciera ante el rey —sobre todo si era extranjero— era el gesto que se consideraba más respetuoso. Por tanto, la tradicional reverencia kyraliana y elynea era lo más apropiado, pese a que los sachakanos no se arrodillaban ante su propio rey.

—En pie, embajador Dannyl —dijo una voz cascada—. Les doy la bienvenida, a usted y a mi buen amigo, el ashaki Achati.

Fue un alivio para Dannyl que el contacto con el suelo hubiera resultado breve. La piedra estaba fría. Alzó la vista hacia el rey y le sorprendió descubrir que el hombre había dejado el trono y caminaba hacia ellos.

—Es un honor conoceros, rey Amarika —dijo.

—Y un placer para mí conocer por fin al embajador del Gremio. —Los ojos del anciano eran negros e inescrutables, pero las arrugas que los rodeaban se hicieron más profundas en una sonrisa auténtica—. ¿Le gustaría ver otras partes del palacio?

—Sí, majestad —respondió Dannyl.

—Si me acompaña, yo se las mostraré.

El ashaki Achati agitó la mano para indicar a Dannyl que caminara junto al rey y los siguió mientras el soberano salía de la sala por una puerta lateral. Un pasillo amplio discurría a lo largo de la sala antes de curvarse en otra dirección. El rey repitió lo que Achati le había dicho a Dannyl acerca de la antigüedad del palacio mientras los guiaba a través de corredores sinuosos y habitaciones de formas extrañas. Dannyl no tardó en desorientarse por completo. «Me pregunto si ese es el objetivo de que haya tantas paredes curvas, y si el pasillo de entrada y la sala de recepción son los únicos espacios cuadrangulares de todo el edificio».

—Me han dicho que le interesa la historia —comentó el rey, mirando a Dannyl con una ceja enarcada.

—Así es. Estoy escribiendo una historia de la magia, majestad.

—¡Un libro! Me gustaría escribir un libro algún día. ¿Cuánto le falta para terminarlo?

Dannyl se encogió de hombros.

—No lo sé. Hay algunas lagunas en la historia de Kyralia que quisiera rellenar antes de imprimir el libro.

—¿De qué lagunas se trata?

—Según la historia que se enseña en la universidad del Gremio, Imardin quedó arrasada tras la guerra Sachakana, pero no he encontrado pruebas de ello. De hecho, he hallado indicios de lo contrario en la biblioteca del ashaki Itoki.

—¡Por supuesto que no quedó arrasada! —exclamó el rey, sonriendo—. ¡Perdimos la batalla final!

Dannyl extendió las manos a los lados.

—Aun así, pudo haber sido destruida durante la batalla.

—No hay menciones al respecto en nuestros documentos. Sin embargo…, pocos sachakanos sobrevivieron a la última batalla, y muy pocos volvieron a casa, por lo que casi toda la información procede de los kyralianos que nos conquistaron. Supongo que es posible que pintaran la situación mejor de lo que era en realidad. —El rey se encogió de hombros—. En fin, ¿de dónde cree que sale esta idea de que la ciudad fue arrasada?

—De los mapas y los edificios —respondió Dannyl—. No existen edificios de hace más de cuatrocientos años, y los pocos mapas que conservamos de antes de la guerra Sachakana muestran un trazado urbano completamente distinto.

—Entonces debería investigar los acontecimientos de hace cuatrocientos años —concluyó el rey—. ¿Se libró alguna batalla en la ciudad por aquel entonces, o sobrevino un desastre, como una inundación o un incendio?

Dannyl asintió.

—Hubo uno, pero pocos magos creen que fuera lo bastante devastador para arrasar la ciudad. Muchos documentos de la época fueron destruidos. —Hizo una pausa, esperando que el rey no le preguntara por qué. El suceso al que se refería era la historia de Tagin, el Aprendiz Loco, que era también la historia de por qué el Gremio había prohibido la magia negra. No podía evitar sentir cierto malestar ante la idea de recordarle al rey sachakano que la mayoría de los magos del Gremio no aprendían magia negra.

—Si dicho acontecimiento fue lo bastante catastrófico para reducir la ciudad a escombros, es normal que destruyera también los documentos que hubiera en la ciudad.

Dannyl asintió.

—Pero el Gremio no quedó destruido. He encontrado muchas referencias a la biblioteca que contenía. Según todos los testimonios, tenía un fondo considerable.

—Tal vez habían trasladado esos libros a otro sitio.

Dannyl frunció el entrecejo.

«Supongo que es posible que Tagin ordenara que llevaran el contenido de la librería del Gremio al palacio. No era más que un aprendiz, así que debía de estar ansioso por remediar su falta de conocimientos. Yo había dado por sentado que los libros habían sido destruidos a propósito, pero si fueron destruidos cuando Tagin murió, seguramente ya se había llevado a cabo gran parte del trabajo».

—Me sorprende que la historia de Kyralia sea tan confusa. Pero nosotros también tenemos lagunas en la nuestra. Vengan.

El rey hizo pasar a Dannyl y a Achati a una habitación pequeña, de planta redonda. Las paredes y el suelo eran de piedra pulida, al igual que el techo. Solo había una entrada. En el centro se alzaba una columna que llegaba a la altura de la cintura.

—En otro tiempo, aquí descansaba un objeto importante —dijo el rey, deslizando la palma de la mano sobre el remate plano de la columna—. No sabemos qué era, pero sabemos dos cosas: era un objeto de poder, político o mágico, y el Gremio lo robó.

Dannyl dirigió la vista al monarca y luego a la columna. «¿Sería la piedra de almacenaje a la que aludía el texto que encontró Lorkin?» El rey escrutó el rostro de Dannyl con expresión seria.

—He encontrado una referencia a un artefacto sustraído de este palacio —le dijo Dannyl—, pero no había oído hablar de él antes de venir a Sachaka. Según la misma referencia, el objeto había sido robado a los magos del Gremio que estaban aquí.

El rey se encogió de hombros.

—Bueno, es lo que dice la tradición oral del palacio. Nuestros documentos solo mencionan que algo llamado «piedra de almacenaje» fue robado por un mago del Gremio. —Tamborileó sobre la superficie de la columna con ambas manos—. Poco después de que se la llevaran, apareció el páramo. Algunos creen que el robo del talismán anuló algún tipo de protección mágica que mantenía las tierras del país fértiles y productivas.

—Esa sí que es una idea novedosa e interesante —dijo Dannyl. «Esto despertará la curiosidad de Lorkin cuando lo oiga.»—. Me cuentan que ha habido intentos de devolver el páramo a su estado anterior, pero que no han tenido éxito.

Las cejas del rey se elevaron.

—Oh, sí. Muchos lo han intentado; todos han fracasado. Incluso aunque supiéramos cómo recuperar la protección que nos fue arrebatada, supongo que sería una tarea titánica para un puñado de magos. Harían falta miles. —Sonrió con amargura—. Y en Sachaka ya no hay miles de magos a los que apelar. Aunque los hubiera, intentar unir a los magos es como intentar evitar que salga el sol o que la marea baje.

Dannyl movió la cabeza afirmativamente.

—Pero solo había un talismán, ¿verdad? A veces basta con un hombre y un poco de información para conseguir grandes cosas.

El rey le dirigió una sonrisa torcida.

—Sí. Y a veces basta con un hombre y un poco de información para causar grandes daños. —Se apartó de la columna y señaló la puerta—. Usted no parece ser esa clase de hombre, embajador Dannyl.

—Me alegra que penséis eso —contestó Dannyl.

El rey soltó una risita.

—Yo también. Venga, es hora de que le enseñe la biblioteca.

* * *

Desde su asiento elevado en la parte delantera del Salón Gremial, Sonea veía cómo la sala se llenaba de magos. Se habían formado zonas moradas, rojas y verdes, un fenómeno bastante común últimamente. Los magos de las Casas preferían sentarse con familiares y aliados a estar con sus compañeros de disciplina, lo que ocasionaba que los colores de las túnicas se mezclaran. En cambio, los magos que no pertenecían a las Casas tendían a trabar amistad con quienes estudiaban la misma disciplina que ellos, lo que tenía como efecto conjunto que el público estuviera dividido en zonas integradas por túnicas del mismo color.

Cuando los últimos rezagados ocuparon sus asientos, ella respiró hondo y exhaló despacio. «¿Cuál será hoy el sentido de su voto? ¿Se dejarán llevar por el miedo a que los “plebis” se rebelen contra el Gremio si las normas son demasiado restrictivas, o querrán abolir la regla solo para poder acudir a casas de placer y entregarse sin cortapisas a otras diversiones controladas por ladrones, o para seguir beneficiándose de sus negocios ilegales con menos riesgo de que los descubran?»

Sonó un gong, y al bajar la mirada, Sonea vio que Osen se dirigía con grandes zancadas al frente del salón. El murmullo de la multitud se apagó de inmediato, y cuando se impuso el silencio, la voz del administrador retumbó en la sala.

—Nos hemos reunido hoy para decidir si aceptamos o no la solicitud, presentada por lord Pendel y otros, de abolir la norma que reza: «Se prohíbe a magos y aprendices relacionarse con delincuentes y personajes desagradables». He llegado a la conclusión de que esta decisión debe someterse a la votación de todos los magos. Pido ahora que los partidarios de la abolición de la norma resuman sus argumentos, empezando por lord Pendel.

Este, que se encontraba de pie en un lado del salón, salió al frente. Se volvió de cara a la mayoría de los magos y comenzó a hablar.

Sonea escuchó con atención. No había sido fácil convencerlo de que ofreciera una solución de compromiso al Gremio, e incluso ahora tenía ciertas dudas de que fuera a hacerlo. De entrada, señaló los casos en que la norma no había cumplido su objetivo, o se había aplicado de manera injusta. A continuación, rebatió los razonamientos de quienes se oponían a la derogación de la norma. Por último, como conclusión, empezó a trazar un cuadro de un Gremio más unido. Sonea frunció el ceño. «Va a terminar su discurso sin haber insinuado siquiera que es posible un acuerdo aceptable para ambas partes».

—Si tiene que haber una norma que impida que los magos y aprendices se impliquen en actividades delictivas, y yo creo que es conveniente que la haya, debería estar concebida precisamente para ese fin. Lo que evidencian los casos que he descrito es que esta norma no es adecuada para este propósito. Es ineficaz y debería ser derogada.

«Supongo que el mensaje está implícito, pero de forma muy sutil —pensó Sonea—. Veamos ahora si Regin cumple con su parte del acuerdo».

Mientras lord Pendel se inclinaba ante el público y se apartaba a un lado, el administrador Osen regresó al frente del salón.

—Llamo ahora a lord Regin a hablar en nombre de quienes se oponen a la abolición de la norma.

Regin se acercó con paso decidido. Si el intento de Pendel de proponer una solución intermedia lo había decepcionado, no se le notaba. Se volvió hacia el público e inició su alegato.

Dado lo que sabía sobre la corrupción entre los aprendices de las clases altas, Sonea no pudo evitar maravillarse ante la habilidad con que Regin eludía revelar directamente quiénes eran las víctimas y los culpables. En cambio, no tuvo el menor reparo en asegurar que dicha corrupción existía, y Sonea no oyó más que unas pocas protestas entre la multitud de magos que presenciaban el acto.

«Ojalá hubiera podido presentarle pruebas de los efectos permanentes que tiene la craña sobre los magos. Eso quizá nos habría ayudado a convencer a todos de la necesidad de modificar la norma en vez de abolirla».

Cuando Regin se acercaba al final de su discurso, Sonea sintió que el corazón le daba un vuelco. No había propuesto una solución de compromiso. Sin embargo, mientras recapitulaba, ella cayó en la cuenta de que sus palabras encerraban el reconocimiento tácito de que la norma, tal como estaba redactada, era ineficaz. Era un cambio de postura suave, ni más radical ni más tímido que el de Pendel.

«¿Lo tenía previsto, o ha cambiado de táctica al escuchar a su adversario? ¿Había planeado un enfoque distinto para cada eventualidad? —Sacudió la cabeza—. Me alegro de no ser yo quien está allí abajo, hablando».

—Procederemos a debatir la cuestión durante diez minutos —anunció Osen.

El gong sonó por segunda vez, y de inmediato la sala se llenó de voces. Sonea se volvió para observar y escuchar a los magos superiores.

Al principio, ninguno de ellos habló. Todos parecían dubitativos e indecisos. Entonces el Gran Lord Balkan suspiró.

—Ambos bandos tienen parte de razón —aseveró—. ¿Alguno de ustedes se inclina más por una postura que por la otra?

—Yo estoy a favor de conservar la norma —dijo lady Vinara—. No es un buen momento para relajar el control sobre los magos. La corrupción está más extendida que nunca en la ciudad, y mantenernos inmunes a ella es más complicado ahora que no todos compartimos los mismos puntos fuertes y débiles.

Sonea reprimió una sonrisa.

«“Puntos fuertes y débiles.” Qué manera tan diplomática de decir que tenemos orígenes distintos sin que unos parezcan mejores que otros».

—Pero salta a la vista que la norma es injusta, y corremos el peligro de que estalle una rebelión, en el peor de los casos, o de que personas muy valiosas y necesarias para nosotros abandonen el Gremio, en el mejor —arguyó lord Peakin.

—Lo único malo de la norma es el modo en que se aplica —repuso Vinara.

—Dudo que los plebis acepten la promesa de que seremos más justos —señaló lord Erayk—. Necesitan algo más contundente. Un cambio de verdad.

—Yo creo que la solución está en el cambio —dijo lord Peakin—, o en una aclaración. Después de todo, ¿qué es un «personaje desagradable»? —Arqueó las cejas y miró en torno a sí—. A mí me resultaría desagradable una persona que oliera mal, pero no me parecería un motivo para castigar a un mago.

Se oyeron algunas risitas.

—Maga Negra Sonea.

A Sonea le cayó el alma a los pies al reconocer la voz de Kallen. Dirigió la vista hacia el hombre, que se encontraba detrás del Gran Lord Balkan.

—¿Sí, Mago Negro Kallen? —respondió.

—Usted se ha reunido con los representantes de ambas partes. ¿Cuál es su conclusión?

Los demás posaron la mirada en ella con expectación. Sonea hizo una pausa para meditar su respuesta.

—Soy partidaria de modificar la norma. Eliminaría la referencia a «personajes desagradables», lo que no solo suavizaría las restricciones y reduciría los prejuicios contra los aprendices y magos de origen más humilde, sino que desplazaría el énfasis hacia la palabra «delincuentes», que describe mejor a las personas con las que no queremos que se relacionen los miembros del Gremio.

Para su consternación, ninguno de los magos superiores se mostró sorprendido, ni siquiera Rothen. «Es evidente que suponían que yo adoptaría esta postura. Espero que sea porque la consideran más justa, no porque saben que me crié en las antiguas barriadas».

—Incluso con esta modificación, el punto flaco de la norma es la ambigüedad respecto a lo que es un delincuente, o a lo que constituye una actividad delictiva —observó lord Erayk.

—Tal vez al rey no le haga mucha gracia que califiques sus leyes de «ambiguas» —comentó lord Peakin, riendo entre dientes—. Sus códigos establecen con claridad lo que constituye un delito.

—Estoy de acuerdo en que hace falta definir ciertas actividades —dijo lady Vinara—. Las leyes, tal como están redactadas, no nos facilitan la tarea de evitar que los delincuentes se aprovechen de los magos que acuden a sus casas de placer, ya sea incitándolos a contraer deudas de juego, obnubilándolos con la bebida, recompensándolos con los servicios gratuitos de prostitutas o envenenándolos con craña. Si de mí dependiera, la venta de craña sería un delito.

—¿Por qué la craña? —preguntó lord Telano—. No es muy distinta de la bebida, y estoy seguro de que a ninguno de nosotros le gustaría que el vino se declarara ilegal. —Paseó la vista alrededor, sonriente, y vio que muchos asentían en señal de conformidad.

—La craña es mucho más perjudicial —afirmó Vinara.

—¿Por qué?

Ella abrió la boca y sacudió la cabeza cuando sonó el gong.

—Visite el alojamiento de los sanadores o los hospitales de la Maga Negra Sonea, y entenderá el porqué.

A Sonea el corazón le dio un brinco. ¿Había investigado Vinara los efectos de la craña desde que Sonea le había hablado de ellos? Miró a la mujer, pero esta tenía la atención puesta en Telano, que había apartado la vista con expresión ceñuda. «Me pregunto por qué le molesta tanto la posición de Vinara. Como sanador, sin duda ha visto los efectos que la craña tiene sobre sus víctimas, aunque aún no haya descubierto que pueden ser permanentes. Tengo que hacer algunas averiguaciones sobre nuestro director de estudios de sanación y hablar de nuevo con lady Vinara».

El administrador Osen anunció el final del tiempo de debate, y todos volvieron a sus asientos.

—¿Alguien desea tocar algún tema relacionado con este asunto que no se haya abordado aún? —preguntó.

Unos pocos magos levantaron la mano. Osen los hizo bajar de las gradas. El primero sugirió que los magos estuvieran sujetos a las mismas leyes que los kyralianos de a pie, y que se derogaran todas las normas del Gremio. Su propuesta suscitó protestas por toda la sala. El segundo mago declaró que la norma debía modificarse, pero de tal manera que prohibiera que los magos se involucraran en actividades delictivas o se beneficiaran de ellas. Esto levantó un murmullo reflexivo entre los asistentes. El último de los magos se limitó a decir que era el rey quien debía tomar la decisión.

—Él sabe y ha reconocido que las normas del Gremio, a diferencia de las leyes, las debe establecer el propio Gremio —aseguró Osen. Se volvió hacia la parte delantera del salón—. ¿Alguno de los magos superiores tiene algo que añadir?

Nadie había planteado todavía la sencilla propuesta de suprimir la expresión «personajes desagradables». Sonea inspiró profundamente y apoyó los pies en el suelo con firmeza, lista para levantarse.

—Sí, yo —dijo el Gran Lord Balkan. Sonea le echó una mirada y se tranquilizó. Él se puso de pie—. Una modificación pequeña puede marcar una gran diferencia. Propongo que cambiemos la redacción de la norma y omitamos la referencia a los personajes desagradables, pues es ambigua y da pie a interpretaciones injustas.

Osen asintió.

—Gracias. —Se volvió de nuevo hacia la sala—. A menos que la mayoría esté en desacuerdo, tenemos cuatro opciones viables: derogar la norma en su totalidad, dejarla como está, modificarla para suprimir la referencia a los personajes desagradables o cambiar la frase «relacionarse con delincuentes y personajes desagradables» por «implicarse en actividades delictivas y beneficiarse de ellas». Si la mayoría se decanta por el cambio, votaremos todos de nuevo para decidir entre las dos opciones. Generen sus globos de luz y colóquenlos en posición.

Sonea concentró un poco de energía, creó un globo de luz y lo impulsó hacia arriba, donde se incorporó a la pequeña nube de globos luminosos de los magos superiores que flotaban cerca del techo del Salón Gremial. El efecto conjunto era deslumbrante.

—Quienes estén a favor de la derogación, cambien el color de su luz a azul —indicó Osen—. Quienes estén a favor de modificar la norma, hagan que su luz se torne verde. Quienes estén en contra de cualquier modificación, cámbienla a rojo.

La blancura cegadora se transformó en una mezcla brillante de colores. Sonea miró los globos de luz, con los párpados entornados. «No hay muchos rojos. Los azules son un poco más numerosos. Pero claramente hay más globos verdes que de cualquier otro color». Su corazón se llenó de esperanza.

—Ahora, quienes estén a favor de eliminar la expresión «personajes desagradables» de la norma, trasladen su luz hacia la parte delantera de la sala, y quienes estén a favor de modificarla para prohibir a los magos que se impliquen en actividades delictivas o se beneficien de ellas, trasládenla hacia atrás.

Las esferas radiantes se desplazaron en direcciones distintas. Hubo un largo momento de silencio mientras Osen contaba, con la vista hacia arriba, moviendo los labios. A continuación, dirigió la mirada hacia los magos superiores.

—¿Cuántos han contado en cada extremo?

—Setenta y cinco detrás, sesenta y nueve delante —respondió lord Telano.

A Sonea se le cortó la respiración. «Pero eso significa…».

Osen asintió.

—Mi recuento coincide con el de lord Telano. —Se volvió hacia la sala—. El voto ha sido emitido. Modificaremos la norma de manera que prohíba a los magos «implicarse en actividades delictivas o beneficiarse de ellas».

Sonea contempló los globos de luz, que parpadearon y se apagaron hasta que solo quedaba uno, el suyo. Lo extinguió y bajó los ojos hacia Regin. Su expresión reflejaba lo que ella sentía. Sorpresa. Perplejidad. «Han elegido una opción presentada en el último momento, que modifica la norma por completo, debilitándola y restringiendo a la vez su aplicación. Los magos y aprendices ya no podrán ser castigados por frecuentar las casas de placer, porque ya no estará prohibido que se relacionen con delincuentes. Pero la norma impedirá al menos que se involucren en actividades delictivas, que es lo que se pretendía evitar desde un principio».

Regin alzó la vista hacia ella y arqueó ligeramente las cejas. Ella levantó un poco los hombros y los dejó caer. Los ojos de él se volvieron hacia otro lado, y Sonea siguió la dirección de su mirada hasta Pendel. El joven sonreía y saludaba a sus partidarios con la mano.

«A él le da igual —pensó Sonea—. Ha obtenido un resultado mejor del que esperaba. Pero ahora Regin parece preocupado. Oh, cielos. No puedo creer que esté deseando reunirme de nuevo con él para saber qué piensa de esto. —Pero tampoco se había imaginado nunca que lo consultaría y conspiraría con él—. Supongo que es el precio que hay que pagar por participar en la política del Gremio. De pronto uno tiene que tratar con cortesía a sus viejos enemigos. Bueno, por suerte ya todo está decidido. No tengo que volver a hablar con Regin si no quiero. —Bajó la vista hacia él por segunda vez. Definitivamente parecía preocupado. Ella suspiró—. Supongo que una charla más no me hará daño».