Capítulo 22

22

Un reencuentro

Después de pasar una noche en la casa del anciano ashaki, Achati y Dannyl habían viajado hacia el noroeste durante medio día y habían hecho una parada en la finca del ashaki Tanucha, primo de Achati. Aunque no era mucho más joven que su anfitrión anterior, Tanucha era claramente un hombre más rico y sociable. Su mujer, muchos años menor que él, pero ya en la madurez, solo había aparecido a la hora de la cena, pues el resto del tiempo se dedicaba a cuidar de sus siete hijos, cinco de ellos varones.

—¡Siete! Sé que hablo desde el punto de vista de un hombre de ciudad, pero me parece un poco irresponsable —le comentó Achati a Dannyl en voz baja cuando se retiraron a las habitaciones de invitados después de la cena—. Solo uno de ellos puede ser el heredero. Tanucha tendrá que encontrarles una ocupación a los demás. A las hijas las casarán con el mejor partido posible, claro está. Pero los hijos… —suspiró— vivirán sin tierras y dependerán de su hermano, al igual que sus hijos respectivos, y eso si encuentran mujeres que quieran casarse con ellos. —Sacudió la cabeza—. Así es como surgen los ichanis.

—¿Se rebelan contra sus hermanos?

—Contra el país entero. Lo mejor es no enseñar magia a los más jóvenes, pero pocos padres que quieran a sus hijos les niegan este conocimiento, pues eso significaría condenarlos a una posición social muy baja.

—En Kyralia los hijos menores son los que tienen más probabilidades de llegar a ser magos —le dijo Dannyl—. Se supone que los magos no deben implicarse en política, y se considera más conveniente que el hijo destinado a convertirse en cabeza de familia sea quien tenga influencia política.

Achati asintió, meditabundo.

—Creo que me gusta más el sistema kyraliano. Otorga poder tanto a los primogénitos como a los hijos menores.

Se pasaron el día siguiente cabalgando por la finca de Tanucha, y la tarde dentro de la casa, comiendo y conversando. Más tarde, Achati y Dannyl se quedaron charlando hasta altas horas de la noche. Al día siguiente durmieron hasta tarde y luego exploraron la biblioteca de Tanucha, decepcionantemente pequeña y mal cuidada. Aunque agradecía el descanso, Dannyl no podía relajarse. Cuando se retiraron a los aposentos de los invitados por segunda vez, le preguntó a Achati cuándo se pondrían en marcha de nuevo.

—Eso depende de los Traidores, ¿no? —contestó Achati, recostándose en los cojines de la sala central.

—No vamos a esperar a que nos entreguen a Lorkin y a Tyvara, ¿verdad? —dijo Dannyl, sentándose en uno de los taburetes. No acababa de habituarse a la costumbre sachakana de tumbarse en el suelo.

—¿Por qué no? Si no paramos de movernos, quizá no sepan dónde encontrarnos. O podríamos acabar desplazándonos en la dirección errónea, alejándonos de quienes quieren entregárnoslos.

Dannyl frunció el entrecejo.

—No estoy seguro de por qué, pero me cuesta imaginarme a los Traidores presentándose frente a la puerta de la finca de Tanucha con Lorkin y Tyvara encadenados. No se dejarían ver de ese modo.

—Entonces, ¿cómo cree que lo harían?

Dannyl reflexionó.

—Yo en su lugar… nos conduciría hasta Lorkin y Tyvara. Dejaría pistas o instrucciones, como han hecho ya, para que al final nuestro camino se cruce con el de ellos dos.

—¿Nos han dejado pistas o instrucciones últimamente?

—No —reconoció Dannyl—, pero tampoco nos han indicado que nos quedemos donde estamos.

Achati se rió.

—Le estoy cobrando un gran afecto, embajador Dannyl. Tiene una forma de pensar única. —Se volvió hacia uno de sus esclavos, un joven apuesto que atendía a casi todas sus necesidades, mientras que al parecer la función del otro esclavo era realizar tareas pesadas y conducir el carruaje—. Tráenos más agua, Varn.

El esclavo cogió una jarra y se alejó a toda prisa.

—Por supuesto, su afirmación de que quieren que encontremos a Lorkin podría ser una trampa —señaló Dannyl.

—Si lo fuera, ¿adónde deberíamos ir, entonces?

Dannyl sacudió la cabeza y suspiró.

—No lo sé. Si los Traidores quisieran que la chica y Lorkin nos eludieran, ¿adónde los llevarían?

—A su refugio de las montañas.

—¿Y hacia dónde han estado avanzando ellos dos?

—Hacia las montañas.

—Es de suponer que van por delante de nosotros. —Dannyl alzó la vista hacia Achati—. Yo dirigiría mis pasos hacia allí.

Achati asintió y enarcó una ceja en señal de advertencia.

—No sabemos dónde está su refugio —le recordó a Dannyl—, solo que está en las montañas.

—No lo había olvidado. ¿Han utilizado rastreadores alguna vez?

—En un par de ocasiones. Cuando teníamos que seguir a una Traidora confirmada.

—¿Y por qué fracasaron?

—Porque el rastro siempre desaparece. —Achati se encogió de hombros—. Los Traidores no son tontos. Saben cómo borrar sus huellas, lo que no les resulta difícil, dado que su territorio se compone sobre todo de roca desnuda y ellos saben levitar.

Dannyl arrugó el entrecejo y sacudió la cabeza.

—Si los Traidores quisieran que nos detuviéramos y nos quedáramos en un lugar, o que cambiáramos de dirección, ya nos lo habrían indicado.

—Todo este viaje y las pistas que hemos seguido podrían ser una treta —observó Achati—, ideada para mantenernos ocupados y alejarnos de nuestro objetivo.

—Entonces no importa si seguimos adelante. Ya han conseguido que hagamos el ridículo. Pero si existe la posibilidad de que no sea así, y de que vayamos bien encaminados, estoy dispuesto a correr el riesgo de hacer aún más el ridículo prosiguiendo nuestro camino hacia las montañas. Vale la pena, por la posibilidad de encontrar a Lorkin.

Achati contempló a Dannyl, pensativo, y asintió. El esclavo regresó y le entregó la jarra.

—Entonces partiremos. ¿Mañana por la mañana le parece lo bastante pronto? —Volvió a llenar su vaso, pero aguardó a que Dannyl respondiera.

El historiador lo miró y percibió cierta renuencia en su expresión. «No debería presionarlo demasiado», pensó. Movió la cabeza afirmativamente.

—Por supuesto. Pero mejor a primera hora.

Achati suspiró, asintió y vació su vaso.

—Enviaré a un esclavo para que le comunique a Tanucha que nos marchamos y le pida algunas provisiones para el viaje. Cerca de las montañas las fincas son más escasas y no suelen ser tan prósperas. También necesitaremos apoyo mágico. Me pondré en contacto con el rey y le pediré que nos envíe a gente de la zona para que nos ayude. —Se puso de pie con un gruñido—. No me espere. Váyase a la cama. Esto podría llevar un rato.

«¿Apoyo mágico? ¿Ponerse en contacto con el rey? —Dannyl sintió una punzada de aprensión—. Considera a los Traidores peligrosos de verdad».

—¿Ashaki Achati? —dijo.

El hombre miró atrás, hacia él.

—¿Sí?

Dannyl sonrió.

—Gracias.

La expresión ceñuda de Achati desapareció, y un brillo de buen humor confirió calidez a su mirada.

—Creo que los modales kyralianos acabarán por gustarme. —Se volvió y cruzó la puerta hacia su habitación.

* * *

Lorkin abrió los ojos. Unas nubes de color naranja surcaban el cielo. Arrugó el entrecejo. Había estado soñando, pero no recordaba ningún detalle del sueño. Algo lo había despertado. Tenía la sensación desagradable y desconcertante de que lo habían importunado, de que lo habían arrancado del sueño antes de tiempo.

Notó que algo se movía contra él, y el corazón empezó a latirle a toda velocidad.

Levantó la cabeza y vio que Tyvara se había dormido. Sentada contra una de las paredes de las ruinas antiguas, se había deslizado hacia un lado, contra una piedra que sobresalía, y había doblado la pierna derecha de forma instintiva para evitar caer de costado. Había acabado por apoyar la rodilla sobre el brazo de Lorkin.

Tenía la piel maravillosamente cálida, lo que contrastaba marcadamente con el frío suelo sobre el que estaba acostado y el aire cada vez más fresco de la noche que se avecinaba. Aunque en Sachaka hacía calor durante el día, los atardeceres podían ser sorprendentemente fríos.

«¿Qué hago? Si me muevo, se despertará. Pero se supone que debería estar montando guardia, y además ya casi es hora de que nos pongamos en marcha». Por otro lado, ella necesitaba dormir. Sus turnos de vigilancia habían sido más largos que los de Lorkin, pese a que este le había insistido en que podía compartir esta responsabilidad. No se había atrevido a decirle que podía utilizar la sanación mágica para eliminar el agotamiento. Habría sido una falta de tacto, considerando la promesa que su padre había hecho a los Traidores y no había cumplido.

El aire frío también era una señal de que ella había dejado caer el escudo mágico que los protegía, así que él generó uno propio y calentó el aire del interior. Sin moverse, para no molestarla, la contempló mientras dormía. Sus ojeras y la pequeña arruga de su entrecejo le preocupaban. Pero tener la oportunidad de observarla con detenimiento sin incomodarla o avergonzarla… Podía apreciar la curvatura femenina de su mandíbula, la inclinación exótica de sus ojos, la sinuosidad de sus labios…

Estos se movieron, y Lorkin apartó la mirada rápidamente.

Notó que ella creaba a toda prisa otro escudo después de despertarse y darse cuenta de que había dejado caer el primero, por lo que Lorkin redujo el suyo de manera que solo lo rodeara a él. Mientras oía a Tyvara respirar hondo y bostezar, meditó sobre las ruinas en las que estaban escondidos. Aunque ella había estado allí antes, no sabía nada de su historia. Desde lo alto de una colina rocosa, dominaban la zona en que el camino que habían estado siguiendo se cruzaba con otro. Cuando había salido el sol, justo después de que ellos llegaran, él había alcanzado a ver detalles de las montañas, que hasta ese momento no eran más que una franja de color azul grisáceo, brumosa e irregular sobre el horizonte. Al pie de estas se extendían tierras de cultivo en su mayor parte llanas, interrumpidas aquí y allá por plantaciones de árboles y bosques de caza, y entrecruzadas por muros bajos.

—¿A qué distancia estamos? —había preguntado.

—Nos faltan tres o cuatro noches de camino para llegar a las estribaciones, y unas cuantas más para escalar las montañas.

Ahora escudriñó los alrededores de la colina en busca de señales de vida.

—¿Te importa si doy una vuelta? —preguntó mientras Tyvara se ponía de pie y se desperezaba.

Alzó la vista hacia el cielo, teñido ahora de un escarlata intenso, aunque la noche no era aún lo bastante cerrada para reanudar la marcha.

—Adelante. Pero mantente alejado del camino.

—Así lo haré.

Se habían resguardado en un espacio cuadrado delimitado por paredes. Lorkin se levantó y se dirigió hacia una de las aberturas, con la intención de estudiar con más detenimiento el exterior del edificio.

Una mujer entró por la abertura.

Él se paró en seco, con un ligero patinazo. La mujer vestía como una esclava, aunque su actitud no encajaba en absoluto con su atuendo. Le sonreía, pero no de un modo amigable. Dio un paso hacia él, entornando los ojos. Él fortaleció su escudo instintivamente.

Su instinto resultó certero. La mujer arrugó la nariz en un gesto de concentración, y el escudo de Lorkin vibró violentamente al recibir un impacto mágico. El aire entre ambos resplandecía. Él reculó.

La mujer mantenía una mirada fría y resuelta. A él no le cupo la menor duda de que pretendía matarlo. El miedo le aceleró el corazón. Sentía el impulso cada vez más fuerte de arrancar a correr. «Sería lo más sensato —pensó—. Sin duda ella es una Traidora, lo que significa que es una maga negra, o sea que es mucho más poderosa que yo».

Pero antes de que terminara de pensar esto, Tyvara se interpuso entre él y la mujer, que clavó la vista en ella. Una sensación embriagadora de alivio lo invadió, y notó que el escudo de ella envolvía el suyo propio. Aunque los impactos habían cesado, él mantuvo el escudo reforzado dentro del de Tyvara, por si este fallaba.

—Basta, Rasha —dijo Tyvara.

—Pararé cuando pares tú —replicó la mujer.

—¿Juras que no nos atacarás, a Lorkin o a mí?

—Juro que no os atacaré. Pero él —posó los ojos de nuevo en Lorkin— debe morir.

Lorkin se estremeció, pero también advirtió que la mujer había dejado de lanzar azotes contra Tyvara.

—La reina ha ordenado que respetemos su vida.

—No tiene derecho a decirnos que no podemos vengarnos —dijo entre dientes Rasha.

—Ishira fue la primera en morir.

Los ojos de la mujer relampaguearon de rabia.

—¿Qué más da si fue la primera o la última?

—Era mi compañera. ¿Crees que no la echaba de menos, que no lloré su muerte?

—¡No sabes lo que es perder a un hijo! —gritó la mujer.

—No —contestó Tyvara, en un tono tenso—, pero creo que la reina nos ha enseñado que la mejor manera de sobrellevar la pérdida no es intentar asesinar al hijo de otra persona por los errores o crímenes de sus padres.

Rasha miró fijamente a Tyvara, con el rostro crispado en una máscara de odio.

—No todas tenemos la capacidad de perdonar algo así. Ni tampoco perdonamos que hayas matado a una de las nuestras. —Le centellearon los ojos—. Malgastas tu energía al protegerlo. Entrégamelo.

—Cuando lo hayas matado, ¿qué piensas hacer conmigo? —Lorkin advirtió que Tyvara hablaba con una serenidad notable, aunque permanecía en guardia, como si esperase que se produjera otro ataque en cualquier momento. «Intenta conseguir que la mujer no deje de hablar. Bueno, eso espero. También podría estar a punto de ofrecerle mi vida a cambio de la suya».

—Vas a volver a Refugio conmigo. Todos los Traidores tienen que saber que la reina prefiere que muera una de las nuestras a que perezca el hijo del hombre que mató a su hija.

—En realidad, lo que la reina prefiere es que obedezcamos sus órdenes. Entonces nadie moriría —dijo una voz aguda—. Es una orden bastante razonable y beneficiosa para todos.

Rasha se hizo a un lado y giró en un solo movimiento. Otra mujer disfrazada de esclava estaba de pie en la abertura, reclinada contra la pared en una actitud deliberadamente despreocupada.

—Chari —dijo Tyvara, con alivio y afecto en la voz.

La recién llegada dedicó a todos una sonrisa alegre antes de entrar en el edificio, moviéndose como una joven kyraliana que estuviera haciendo una entrada triunfal en un baile o una fiesta.

—Traigo órdenes nuevas y relucientes de la reina —anunció—. Lord Lorkin no debe sufrir daño alguno. Tyvara debe ser llevada a Refugio para juzgarla por el asesinato de Riva. —Se volvió hacia Rasha—. Puesto que soy tu superior, esta pequeña misión me corresponde a mí. Más vale que te vayas, antes de que tu amo repare en tu ausencia y envíe a un grupo de esclavos a buscarte y azotarte.

Rasha fijó la vista en Chari por un momento y, con un siseo, salió por la abertura de la pared dando grandes zancadas. Se oyeron con claridad crujidos y chasquidos mientras la mujer se abría paso a través de las zarzas que recubrían la colina.

Chari se volvió hacia Tyvara.

—Te has metido en un buen lío.

Tyvara sonrió.

—Gracias por pasarte. ¿Cómo sabías que estábamos aquí?

La joven se encogió de hombros.

—No lo sabía. Estaba atenta por si aparecíais, claro, pero no creía que vendríais aquí. Es el escondite más obvio de toda la zona. ¿Cómo se os ha pasado por la cabeza?

Tyvara hizo un gesto de incertidumbre.

—No lo sé. —Se frotó la cara, y de pronto su cansancio se hizo patente—. Nos había ido tan bien… que pensé que la gente había supuesto que no nos dirigiríamos a Refugio.

Chari sacudió la cabeza.

—Menos mal que estaba vigilando a Rasha. Es la jefa de espías de la finca contigua a la mía, y ha sudado la gota gorda por echaros el guante. Cuando me enteré de que había reunido una cuadrilla para venir a por vosotros, me escabullí y la seguí.

—¿Una cuadrilla? —Tyvara arrugó el ceño—. ¿Dónde están los demás?

—Por suerte para vosotros, les ha pedido que esperaran mientras ella se adelantaba para cargarse a tu nuevo amigo, aquí presente. —Chari miró a Lorkin y sonrió—. Yo los he alcanzado primero y les he dicho que se fueran a casa.

«“Soy tu superior” —recordó Lorkin que ella le había dicho a Rasha—. Salta a la vista que es una Traidora bastante poderosa. Y si tienen jerarquías, su sociedad no es tan igualitaria como afirma Tyvara».

—Pues… gracias. —Tyvara hizo una pausa—. En fin, ¿qué vas a hacer tú con nosotros?

En vez de responder, Chari bajó la vista, frunció los labios y se acercó a ellos. Se detuvo a unos pasos de distancia antes de dirigir a Tyvara una mirada escrutadora.

—¿Es cierto?

—Sí.

Chari asintió y suspiró.

—Riva era una alborotadora. Si alguien podía darte motivos para hacer lo que hiciste, era ella.

Tyvara sacudió la cabeza.

—Ojalá hubiera tenido alternativa…

—Bueno, que no intentes negarlo te honra. ¿Qué planes tienes?

—Volver a casa y resolver esto.

La mirada de Chari se posó en Lorkin y lo recorrió de arriba abajo.

—¿Y qué hay de él?

Lorkin decidió pasar por alto que Chari estaba hablando de él como si no se encontrara presente. Inclinó la cabeza con educación.

—Es un honor conocerte, Chari de los Traidores.

La mujer desplegó una gran sonrisa y se acercó hasta situarse frente a él.

—Me cae bien. Es un honor conocerte, Lorkin del Gremio.

—Se ha ofrecido a regresar conmigo para testificar en mi defensa en el juicio —dijo Tyvara en voz baja.

Chari arqueó las cejas.

—¿De verdad quieres acompañarla? —le preguntó a Lorkin.

—Sí.

Ella adoptó una expresión de aprobación y a la vez calculadora.

—Eres un hombre valiente. ¿Nos darás lo que tu padre no nos dio?

—Ya hablaremos de eso cuando lleguemos —repuso Tyvara antes de que él pudiera responder.

La joven soltó una risita.

—Estoy segura de que lo harás. Claro que eso no es lo que se supone que debe pasar —le dijo a Lorkin—. Se supone que hay que devolverte a Arvice. Desde luego, no se nos ha ordenado que te llevemos a nuestra población secreta. Tendría que obtener permiso para ello.

—¿Cuánto tardarías en conseguirlo? —preguntó él.

Chari reflexionó.

—Seis o siete días. Podemos aligerar el proceso si nos reunimos con la portavoz Savara en las cabañas de los curtidores. —Echó una mirada a Tyvara—. Savara fue la mentora de Tyvara, también mía, y es una de nuestras líderes. Si sigues empeñado en ir a Refugio, tendrás que convencerla de que te lleve.

—¿Cuál sería la mejor manera de convencerla?

Chari se encogió de hombros.

—Con tu encanto y entusiasmo habituales —le dijo Tyvara—. Pero no hagas promesas. Despertarían sospechas entre mi gente, en caso de que se las creyeran. Basta con que menciones que estás dispuesto a considerar la posibilidad de desagraviarnos por la traición de tu padre, sin especificar cómo.

Él asintió.

—Eso puedo hacerlo.

Tyvara sonrió.

—Estoy deseando ver cómo lo intentas.

—Y yo —convino Chari. Bajó la vista hacia los zapatos de Lorkin—. ¿Cómo tienes los pies?

—Bastante molidos.

—¿Os apetece un viaje en carreta? Mañana tenemos que llevar una carga de pienso para ganado a las fincas exteriores. Estoy segura de que habrá sitio para dos esclavos más.

Lorkin se volvió hacia Tyvara.

—¿Podemos fiarnos de ella?

La joven asintió.

—Chari es una vieja amiga. Nos adiestramos juntas.

Lorkin le sonrió a Chari e inclinó la cabeza.

—Entonces, acepto. De hecho, la oferta suena demasiado bien como para rechazarla.

—Pues no la rechaces. —Chari le dedicó una sonrisa radiante—. Puedo ofreceros camas en mi finca que os resultarán más cómodas que el suelo de tierra de unas viejas ruinas. Y también —se acercó a Lorkin y lo olisqueó— un baño.

Lorkin dirigió la vista hacia Tyvara. Tenía el ceño fruncido.

—¿Qué ocurre? —preguntó él.

Ella sacudió la cabeza.

—Nada. —Suspiró y miró a Chari—. ¿Seguro que Lorkin estará a salvo en tu finca?

La joven sonrió de oreja a oreja.

—El amo es un borrachuzo entrañable. Soy yo quien toma todas las decisiones allí, incluidas las de qué esclavos comprar. No hay un solo esclavo al que no le haya dado el visto bueno, y las pocas ocasiones en que la Portavoz Solapada ha intentado colar a una de sus chicas les he encontrado otros sitios donde quedarse.

Tyvara sacudió la cabeza despacio.

—Serás una mujer temible si alguna vez decides ocupar un lugar en la Mesa.

—No lo dudes —dijo Chari, sin dejar de sonreír—. Así que más vale que os llevéis bien conmigo. Os resultará más fácil si tomáis ese baño del que os hablaba. Venga, vamos a casa antes de que el amo me eche en falta.

* * *

—No querría hablar contigo si no tuviera una buena razón —dijo Gol mientras seguía a Cery a toda prisa.

—¿Se supone que tengo que sentirme más tranquilo por eso? —replicó Cery.

—Bueno…, solo digo que es una chica sensata.

—Preferiría que no fuera sensata ni tuviera una buena razón para verme. —Cery arrugó el entrecejo—. Si es sensata y tiene una buena razón, es más probable que haya sucedido algo malo.

Gol suspiró y se quedó callado. Cery avanzaba por el callejón, zigzagueando entre cajas y cubos de comida podrida. «Al menos sé que Anyi continúa con vida», pensó. Gol había intentado localizarla un par de veces, y Cery se había alegrado de que no lo consiguiera, tratando de convencerse de que era porque se había escondido bien y no porque su cadáver no hubiese sido encontrado o identificado.

Hacia el final del callejón, se detuvo y aporreó la puerta. Tras una breve pausa, la puerta se abrió hacia dentro y un hombre con el rostro cubierto de cicatrices los hizo pasar. Una mujer que le resultaba conocida salió por una puerta lateral para recibirlos.

—Donia —dijo Cery, esbozando una media sonrisa—. ¿Cómo va el negocio?

—Como siempre —respondió ella, torciendo la comisura de la boca en una sonrisa irónica—. Me alegro de volver a verte. He arreglado las habitaciones como a ti te gusta. Ella te espera ahí arriba.

—Gracias.

Subió la escalera, con Gol a la zaga. La preocupación lo tenía con los nervios a flor de piel, y no podía evitar asomarse a las puertas y por detrás de las esquinas buscando indicios de una emboscada. Aunque no creía a Donia capaz de traicionarlo voluntariamente, no descartaba la posibilidad de que alguien se hubiera acordado de que eran amigos de la juventud y le hubiese tendido una trampa en su casa de bol, o estuviera espiándolo. Siempre pedía a Donia que vaciara las habitaciones de la planta superior contiguas a aquella en la que celebraba sus reuniones, así como la que estaba situada debajo, para que nadie pudiera escuchar a escondidas.

Cuando llegó ante la puerta de la misma habitación en que se había entrevistado con Anyi la última vez, le divirtió verla sentada en una postura idéntica a la que había adoptado durante el encuentro anterior. Con semblante inexpresivo, siguió a Gol al interior. El hombretón miró en torno a sí antes de cerrar la puerta. Cery examinó a su hija con detenimiento.

Tenía unos círculos oscuros debajo de los ojos y parecía aún más delgada, pero su mirada era penetrante e inalterable.

—Anyi —dijo—. Me alegra ver que no te has metido en líos.

La comisura de los labios de su hija tembló ligeramente.

—Yo también me alegro de que sigas vivo. ¿Ha habido suerte con la captura del asesino de mis hermanos?

Lo invadió una aflicción con la que ya estaba familiarizado.

—Sí y no.

—¿Eso qué significa?

Cery reprimió un suspiro. A la madre de Anyi tampoco le gustaban las respuestas evasivas.

—He estado siguiéndole la pista a alguien, pero no estaré seguro de si es la persona que busco hasta que la atrape.

Ella frunció los labios y asintió.

—¿Por qué has permitido que abran casas de braseros en Ladonorte?

Él pestañeó, sorprendido.

—No lo he permitido.

—Entonces, ¿no sabías nada de ellas? —Enarcó las cejas y centró su atención en Gol—. ¿Él tampoco lo sabe?

—No. —Cery le echó una mirada fugaz a Gol—. Pero ahora lo sabemos.

—¿Las cerrarás?

—Por supuesto.

Ella arrugó el entrecejo.

—Pero no lo harás tú mismo, ¿verdad? En persona, me refiero.

Cery se encogió de hombros.

—Seguramente no. ¿Por qué lo preguntas?

—Abrieron una junto al lugar donde me hospedaba. Por eso ya no me alojo allí. Son gente muy, muy indeseable. Los oí hablar con el propietario anterior. Las paredes son tan delgadas que no tuve que esforzarme mucho. —Entornó los párpados—. Le dijeron al tipo que iban a quedarse con su casa y su tienda. Le advirtieron que si se iba de la lengua, le harían cosas a él y a su familia. Había una mujer que hablaba con un acento raro que yo nunca había oído antes. Dijo algo, y entonces el fabricante de botas gritó. Cuando su esposa llegó a casa, después de que ellos se fueran, lo oí contarle lo que había pasado. Dijo que le habían hecho daño con magia. —Anyi fijó los ojos en Cery—. ¿Crees que eso es posible, o lo engañaron?

Cery le devolvió la mirada. «Si se trata de la renegada…, del Cazaladrones…, ¿intenta ganarse la confianza de Skellin trabajando para sus vendedores de carroña?»

—Un acento raro —repitió.

—Eso.

—¿Pudiste verla?

—No, pero desde hace años corren rumores de que hay magos renegados en la ciudad. En cierto modo tiene sentido que sean extranjeros. Los magos de países que no pertenecen a las Tierras Aliadas no tienen que ingresar en el Gremio. —Hizo una pausa y se encogió de hombros—. Claro que el acento podría ser fingido.

Cery asintió en señal de aprobación.

—Hiciste bien en marcharte. Lo mejor que podías hacer era dar por sentado que ella sabía magia y alejarte de allí. ¿Tienes algún otro lugar donde esconderte?

Ella puso mala cara.

—No. Tenía unos cuantos, pero los he echado a perder todos, de una manera u otra. —Alzó la vista hacia él—. A ti no te va mal, por lo que veo.

—No estoy seguro de si es gracias a lo que he hecho, o por pura suerte —reconoció.

—Aun así, con el dinero y los contactos que tienes, tus posibilidades deben de ser mejores que las mías.

Cery se encogió de hombros.

—Algo ayudan.

—Así que ayudan, ¿no? Entonces, ¿qué te parece si me instalo contigo? Porque si estoy escondida no gano dinero, y ya he gastado todo el que tenía…, y he quemado a todos mis contactos.

Cuando Cery abrió la boca para protestar, ella se puso en pie de un salto.

—Ni se te ocurra decirme que estaré más segura lejos de ti. Solo Gol y tú sabéis que somos familia, y no tengo intención de dar que hablar a la gente. No voy a estar contigo a todas horas por ser tu hija. —Se irguió y puso los brazos en jarras—. Estaré ahí como tu guardaespaldas.

Gol se atragantó.

—Anyi… —empezó a objetar Cery.

—Acéptalo, necesitas uno. Gol es cada vez más viejo y lento. Necesitas a alguien joven, alguien tan fiable como él.

El atragantamiento de Gol dio paso a una tos violenta.

—La juventud y la fiabilidad no son las únicas cualidades que debe tener un guardaespaldas —señaló Cery.

Ella sonrió y cruzó los brazos.

—¿No me crees capaz de luchar? Sé luchar. Incluso he entrenado un poco. Te lo demostraré.

Cery iba a hacer uno de sus comentarios escépticos habituales, pero se mordió la lengua. «Es mi hija. Hacía años que no conversábamos durante tanto rato. No gano nada con infravalorarla. Por otro lado…, tal vez sí que haya heredado algunas de las dotes de su padre».

—Muy bien —dijo—. Adelante, hazlo. Demuéstrame lo lento y viejo que se ha vuelto Gol.

Estuvo a punto de escapársele una carcajada al ver la cara de su guardaespaldas. Su expresión dolida y consternada dio paso a una de recelo cuando Anyi se volvió hacia él y se puso en cuclillas. Algo metálico destelló en su mano. Cery no la había visto desenfundar el puñal. Se fijó en el modo en que lo empuñaba y asintió complacido.

«Esto puede resultar interesante».

—Pero no vayas a matarlo de verdad —le advirtió.

Gol, que se había recuperado de la sorpresa, empezó a acercarse a Anyi con los pasos cuidadosos y equilibrados que Cery conocía tan bien. Extrajo un cuchillo lentamente. Quizá el hombretón no tuviera los pies rápidos, pero era sólido como un muro y sabía utilizar el impulso y el peso del adversario contra él.

Anyi se acercaba también, pero a Cery le agradó comprobar que no se precipitaba. Sin embargo, estaba describiendo un círculo en torno a Gol, y eso no era una buena idea. Un guardaespaldas debía mantenerse entre el agresor y la persona a la que en teoría estaba protegiendo. «Tendré que enseñárselo».

Cery tomó conciencia de lo que acababa de pensar y arrugó el entrecejo. «Pero ¿de verdad lo haré? ¿Debo tenerla cerca o, peor aún, ponerla en una situación en que es más probable que la ataquen? Lo mejor sería darle dinero y decirle que se vaya».

De algún modo sabía que esto no la haría muy feliz. Con independencia de si la apartaba de su lado o la dejaba permanecer junto a él, ella no querría quedarse mano sobre mano. «Además, no tiene donde esconderse. ¿Cómo voy a decirle que se vaya?»

Pero Anyi era tenaz. Si él la enviaba a buscarse la vida por la ciudad —sobre todo si le daba dinero—, encontraría sitios nuevos donde ocultarse. «O decidirá que no soporta pasar más tiempo encerrada y tirará la prudencia por la borda».

Un movimiento brusco y rápido devolvió su atención a la pelea. Advirtió que Anyi había atacado a Gol. Tampoco era una buena táctica para un guardaespaldas. Gol había esquivado su cuchillada fácilmente, la había agarrado del brazo y había aprovechado su acometida para empujarla y, con un movimiento de torsión, hacerla caer al suelo, tras él. Ella soltó un chillido de dolor mientras él le sujetaba el brazo contra la espalda, impidiendo que se incorporara.

Cery se aproximó, le arrancó el cuchillo de la mano y retrocedió.

—Deja que se levante.

Gol la soltó y reculó unos pasos. Miró a Cery a los ojos y asintió.

—Es rápida, pero tiene algunos malos hábitos. Habrá que volver a entrenarla.

Cery lo miró con expresión ceñuda. «¡Ya ha decidido que voy a quedarme con ella!»

Anyi se puso de pie y clavó los ojos entornados en Gol pero no dijo nada. Echó una mirada a Cery y luego la bajó al suelo.

—Aprenderé —aseguró.

—Tienes mucho que aprender —aseveró Cery.

—Entonces, ¿me aceptas como guardaespaldas?

Él meditó por un momento antes de responder.

—Me lo pensaré una vez que estés bien entrenada, si me pareces lo bastante buena. De cualquier modo, a partir de ahora trabajarás para mí, lo que significa que debes hacer lo que te diga. Sin rechistar. Obedecerás mis órdenes, aunque no sepas por qué.

Ella asintió.

—Me parece justo.

Cery se le acercó y le devolvió el cuchillo.

—Y Gol no es viejo. Tengo casi la misma edad que él.

Anyi arqueó las cejas.

—Si crees que eso significa que no es viejo, decididamente necesitas un guardaespaldas nuevo.