Capítulo 23

23

Nuevas alianzas

La sanadora Nikea entró en la sala de reconocimiento después de que se marchara la última paciente que había atendido, una mujer que luchaba en vano por dejar la craña. Sonea había empleado magia para sanarla, pero las ansias de consumirla no habían remitido un ápice.

—Tengo algo que enseñarle —anunció Nikea.

—¿Ah, sí? —Sonea alzó la vista de las notas que estaba tomando—. ¿De qué se trata?

—De algo —respondió Nikea. Sonrió y abrió mucho los ojos en un gesto significativo.

De algún modo, el corazón de Sonea se las arregló para dar un vuelco e inmediatamente después caer hasta su estómago. Si Cery simplemente le hubiera enviado un mensaje, Nikea se lo habría entregado, sin más. Su expresión elocuente daba a entender que había llegado algo más que una nota, y Sonea intuía que ese «algo» era el propio Cery.

Él sabía que a ella no le gustaba que fuera a verla allí. Por otra parte, debía de tener un buen motivo para hacerlo.

Sonea se levantó, salió de la habitación y siguió a Nikea por el pasillo. Llegaron a la zona del hospital que no estaba abierta al público. Había un par de sanadoras en el pasillo, hablando en susurros con las cabezas muy juntas. Aunque tenían la mirada puesta en la puerta de un almacén, la posaron en Sonea cuando apareció. Se pusieron derechas de inmediato e inclinaron la cabeza con cortesía.

—Maga Negra Sonea —murmuraron antes de alejarse apresuradamente.

Nikea condujo a Sonea hasta la puerta que tanto interés había despertado en ellas y la abrió. Dentro, una figura conocida estaba sentada en una escalera pequeña, entre estantes repletos de vendas y demás material de hospital. Se levantó. Con un suspiro, Sonea entró y cerró la puerta tras de sí.

—Cery —dijo—. ¿Se trata de una noticia buena o mala?

Él torció la boca en una sonrisa socarrona.

—Yo muy bien, gracias por preguntar. ¿Y tú?

Ella cruzó los brazos.

—Bien.

—Pareces un poco malhumorada.

—Es plena noche, pero por alguna razón tenemos tantos pacientes como durante el día, por más que lo intento no consigo curar la adicción, una maga renegada anda suelta por la ciudad y en vez de denunciarla al Gremio, estoy poniendo en peligro la poca libertad de la que disfruto al colaborar con un ladrón que insiste en visitarme en un lugar público, y mi hijo sigue desaparecido en Sachaka. ¿Debería estar de buen humor?

Cery hizo una mueca.

—Supongo que no. En fin… ¿alguna novedad sobre Lorkin?

—No. —Suspiró de nuevo—. Sé que no habrías venido si no tuvieras un buen motivo, Cery, pero no esperes que me muestre tranquila y relajada al respecto. ¿Cuál es la noticia?

Él se sentó de nuevo.

—¿Qué te parece que otro ladrón nos ayude a encontrar a la renegada?

Sonea se quedó mirándolo, sorprendida.

—¿Es alguien que yo conozco?

—Lo dudo. Es uno de los nuevos. El sucesor de Farén. Se llama Skellin.

—Debe de tener mucho que ofrecer para que te lo plantees siquiera.

Cery asintió.

—Así es. Es uno de los ladrones más poderosos de la ciudad. Muestra un interés especial por el Cazaladrones. Me pidió hace un tiempo que lo mantuviera informado si me enteraba de algo. Sabe que es posible que la renegada no sea el Cazaladrones, pero cree que vale la pena localizarla para averiguarlo.

—¿Qué gana él con eso?

Cery sonrió.

—Le gustaría conocerte. Al parecer, Farén le contó algunas historias, así que está ansioso por codearse con la leyenda.

Sonea soltó un resoplido.

—Siempre y cuando no tenga las mismas ideas que Farén respecto a lo útil que yo podría ser para sus fines.

—Seguro que las tiene, pero no esperará que tú las compartas.

—¿Tiene más posibilidades que tú de encontrar a la renegada?

Cery se puso serio.

—Ella le hizo un favor a un vendedor de carroña que se había establecido en mi territorio hasta que le paré los pies. Como Skellin controla buena parte del tráfico, confío en que pueda localizar a…

—¿El ladrón con el que vamos a colaborar es el proveedor principal de craña? —lo interrumpió Sonea.

Cery asintió, arrugando la nariz con repugnancia.

—Sí.

Ella desvió la vista.

—Oh, eso es fantástico.

—¿Aceptarás su ayuda?

Sonea lo miró. La expresión de Cery era severa y desafiante. Pero ¿qué había dicho? «… se había establecido en mi territorio hasta que le paré los pies». Tal vez los efectos que la craña tenía en la gente le gustaban tan poco como a ella, pero no le quedaba más remedio que colaborar con personas como Skellin. «Es uno de los ladrones más poderosos de la ciudad». Si la renegada trabajaba para un vendedor de craña, tenía sentido que Cery y ella le siguieran la pista a través de los contactos del ladrón que la importaba. Entonces se le ocurrió otra posibilidad. Quizá la renegada era adicta a la droga, y el vendedor se la suministraba a cambio de que contribuyera con su magia a sus actividades delictivas.

Sonea se frotó las sienes mientras cavilaba. «Ya me he saltado muchas normas y restricciones. Lo irónico es que esto no empeorará las cosas en lo que concierne al Gremio. Solo me hará sentirme más culpable».

—De acuerdo, reclútalo. Mientras él tenga claro que codearse con la leyenda no implica nada más que reunirse conmigo una vez y mantener una charla agradable durante un rato razonable, y mientras tú consideres necesario involucrarlo en esto, no tengo objeciones al respecto.

Cery asintió.

—De verdad creo que lo necesitamos. Y me aseguraré de que entienda que no estás en venta.

* * *

Tras apearse del carruaje, Dannyl y Achati miraron en torno a sí para inspeccionar los alrededores. El camino por el que habían viajado en dirección norte desembocaba en una vía que conducía de este a oeste. Un arroyo discurría a lo largo de la nueva carretera. Estaban rodeados de colinas y de una vegetación silvestre de la que sobresalían algunas rocas.

—Esperaremos aquí —dijo Achati.

—¿Durante cuánto tiempo, más o menos? —preguntó Dannyl.

—Una hora, tal vez dos.

Achati había quedado en reunirse en el cruce con el grupo de magos de la zona que les prestarían su apoyo. Ellos llevarían consigo a un rastreador. El ashaki le había explicado a Dannyl que si llegaban a las montañas y tenían que abandonar el camino, el riesgo de que los atacaran los Traidores aumentaría considerablemente.

El sachakano se volvió hacia los esclavos para indicarles que sacaran comida para Dannyl, él y ellos mismos. Mientras los dos jóvenes obedecían, Dannyl pensó, y no por primera vez, que Achati trataba bien a sus esclavos. Casi parecía tenerles afecto.

Mientras comían las pastas pequeñas y planas que les habían dado en la última finca, Dannyl contempló de nuevo las colinas. Las formaciones rocosas llamaron su atención. Arrugó el entrecejo al percatarse de que algunas parecían más bien piedras amontonadas. En algunas partes, las rocas encajaban tan bien unas con otras que las peñas no parecían naturales.

—Eso de ahí arriba, ¿son ruinas? —le preguntó a Achati.

El hombre miró hacia donde Dannyl señalaba y asintió.

—Seguramente. Hay unas cuantas en esta zona.

—¿Qué antigüedad tienen?

Achati se encogió de hombros.

—Son muy antiguas.

—¿Le importa si les echo una ojeada?

—Por supuesto que no. —Achati sonrió—. Le haré una señal si llegan los demás.

Dannyl se terminó la pasta, cruzó el camino y echó a andar cuesta arriba. La colina era más empinada de lo que parecía desde el carruaje, y para cuando Dannyl llegó al primer montón de piedras, estaba jadeando. Lo examinó y llegó a la conclusión de que formaba parte de una muralla. Avanzó durante un rato a través de la ladera y se detuvo a recobrar el aliento cuando encontraba otras secciones del muro. Una vez recuperado, decidió investigar qué circundaba aquella fortificación, y se encaminó colina arriba.

La maleza se hacía más densa y alta conforme se acercaba a la cima. Se le enganchó la manga en una zarza y se rasgó la tela. Desde aquel momento empezó a dar largos rodeos para evitar ese tipo de plantas. Era fácil secar la ropa por medio de magia, incluso quitar algunas manchas, pero zurcir rotos era algo que escapaba a sus poderes. Quizá era posible volver a unir los hilos finos de alguna manera, pero eso requeriría tiempo y concentración.

Dannyl advirtió con desánimo que, aunque divisaba restos de otros muros más adelante, asomaban por encima de una maraña de arbustos espinosos. Creó un escudo mágico para abrirse paso entre ellos. Había una sección plana en lo alto, entre los muros bajos que eran todo lo que quedaba de un edificio, pero por lo demás no había nada que ver excepto piedras desgastadas.

«No descubriré nada aquí —concluyó—. No sin organizar una excavación y levantar todo este sitio». Tendió la vista sobre los sembrados de abajo hacia las montañas que se alzaban a lo lejos. Al oeste divisó unas nubes oscuras que parecían anunciar el fin del tiempo seco y soleado del que habían disfrutado desde su partida. No podía calcular cuánto tardaría en alcanzarlos la lluvia. Dejó atrás el edificio y se dirigió de vuelta hacia el camino.

Hacia la mitad de la pendiente la vegetación raleaba, lo que le permitió ver con claridad el carruaje y la carretera, más abajo. Achati estaba sentado en el estrecho vano de la portezuela. Ante la mirada de Dannyl, el esclavo apuesto llamado Varn se arrodilló frente al mago y le tendió las manos, con la palma hacia arriba. El sol se reflejó en un objeto que Achati tenía en la mano.

«Un cuchillo».

Dannyl sintió que el corazón le daba un brinco y se detuvo. Achati levantó el cuchillo ricamente ornamentado que solía llevar en una funda, al costado, y dio un ligero toque con él a las muñecas del esclavo. Envainó el arma y sujetó las muñecas del joven con ambas manos. Dannyl miraba, con el pulso acelerado. Tras una breve pausa, Achati soltó al esclavo.

«Supongo que esto significa que Varn es el esclavo fuente de Achati —pensó Dannyl. Se percató de que ya no tenía el corazón desbocado de miedo—. Se trata más bien de emoción. Acabo de presenciar un antiguo rito de magia negra». La energía mágica había pasado del esclavo al amo. Y no había hecho falta que muriese nadie. Había sido una ceremonia notablemente serena y digna.

El joven, sin levantarse, se acercó a su amo. En vez de mantener la mirada baja como de costumbre, la alzó hacia Achati. Dannyl lo observaba, fascinado por la expresión del hombre. «O me lo estoy imaginando por la distancia, o es una cara de adoración. —Se sonrió—. Supongo que no es difícil querer a un amo que te trata bien».

Entonces el esclavo sonrió y se acercó aún más a Achati. El mago posó la mano en la mejilla del joven y le sacudió la cabeza. Se inclinó hacia delante y besó a Varn en los labios. El esclavo se apartó de nuevo, sin dejar de sonreír.

Dannyl comprendió varias cosas a la vez. En primer lugar, que probablemente lo que ambos hombres harían a continuación sería mirar en torno a sí para asegurarse de que nadie los había visto. Desvió la vista para que no lo sorprendieran espiándolos y reanudó su descenso por la ladera. En segundo lugar, comprendió que el esclavo no solo quería a su amo; lo amaba. En tercer lugar, el modo en que Achati había acariciado el rostro del joven daba a entender que para él Varn era algo más que un esclavo de placer.

«¿Es así como funcionan estas cosas aquí? —se preguntó Dannyl—. ¿Y qué pasa con los hombres de posición social similar?»

Pero no tenía tiempo de pensar en ello. Cuando se vio libre del matorral, se detuvo para mirar hacia el oeste, y divisó a cinco hombres y una carreta que se acercaban por el camino. No tardarían en llegar al cruce. Dannyl bajó la colina a toda prisa hasta la carretera y le hizo señas a Achati cuando este lo vio. El sachakano se levantó y salió a su encuentro.

—Justo a tiempo, embajador Dannyl —comentó, contemplando las figuras lejanas con los párpados entornados—. ¿Ha encontrado algo allí arriba?

—Muchas zarzas —respondió Dannyl, avergonzado—. Me temo que sus amigos están a punto de conocer a un kyraliano andrajoso.

Achati bajó la vista hacia la túnica desgarrada de Dannyl.

—Ah, sí. La vegetación sachakana puede ser tan espinosa como su gente. Le pediré a Varn que le arregle la ropa.

Dannyl asintió en señal de gratitud.

—Gracias. Bien, ¿hay algo en especial que deba decir o hacer cuando salude a nuestros nuevos acompañantes?

Achati negó con la cabeza.

—En caso de duda, déjeme hablar a mí.

* * *

La carreta de granja era grande y avanzaba despacio. Iba cargada con fardos de pienso para el ganado, bien sujetos con muchas cuerdas. Cuatro bestias grandes tiraban de ella; eran los primeros gorines que Lorkin veía en Sachaka. El carretero era un esclavo de baja estatura y callado que ocupaba el único asiento del vehículo.

Los tres pasajeros iban en un hueco en el interior de la carga. Las aberturas entre los fardos que formaban el techo dejaban entrar un poco de aire en aquel espacio reducido, pero los de las paredes estaban muy apretados entre sí. Había tres paquetes pequeños en un extremo, que Lorkin supuso que contenían provisiones para el viaje a las montañas. Se encontraba entre Chari y Tyvara, que estaban sentadas en un banco compuesto por fardos colocados a lo largo del hueco, por lo que tenía que dar la espalda a Chari para mirar a Tyvara y viceversa.

Chari le dio un codazo suave en el brazo.

—¿A que esto es más cómodo que ir a pie?

—Mucho más. ¿Fue idea tuya?

Ella agitó la mano como para restar importancia al asunto.

—No, llevamos siglos haciendo esto. De alguna manera hay que mover esclavos de un lado a otro.

Él frunció el ceño.

—Entonces, si algún Traidor ve una carreta como esta, ¿no sospechará que alguien va escondido dentro?

Chari se encogió de hombros.

—Sí, pero, a menos que tengan una buena razón para ello, no nos abordarán, y menos aún de día. Los esclavos no inspeccionan las carretas de otras fincas. No son asunto suyo. Si un ashaki los viera haciendo eso, le parecería raro e investigaría por qué. —Arrugó el entrecejo—. Mantenerte oculto tiene la ventaja añadida de evitar enfrentamientos como el que tuvisteis con Rasha. Estoy autorizada para parar los pies a Traidores como ella (tranquilo, no todos queremos verte muerto), pero eso nos retrasaría. Si otros Traidores sospecharan que vas aquí dentro, darían por sentado, con razón, que otros Traidores lo saben. No es algo que uno pueda organizar solo.

—Y no olvidemos a las otras personas que buscan a Lorkin —añadió Tyvara—. El embajador Dannyl y el representante del rey, el ashaki Achati.

—¿Esos dos? —Chari hizo un gesto despreocupado—. Nos hemos encargado de sembrar pistas falsas para la próxima vez que vayan a husmear a una finca. —Sonrió—. Podrían adelantarnos a caballo sin sospechar siquiera que estamos aquí. —Alzó la vista hacia los fardos que tenían encima—. Aunque la verdad es que cuando hace calor, esto resulta un poco sofocante. Menos mal que os disteis un baño anoche, ¿no?

Lorkin asintió y dirigió la mirada hacia sí mismo. El tinte se le había borrado por completo de la piel. Dio unas palmaditas al manto de esclavo que llevaba.

—Gracias también por la ropa nueva.

Ella lo miró e hizo una mueca.

—Pronto podrás quitarte eso y vestirte como es debido.

—Nunca creí que diría esto, pero echo de menos mis túnicas del Gremio —se lamentó.

—¿Por qué no te gustaban antes?

—Porque todos los magos las llevan. Al final uno acaba por aburrirse. Solo cambias de uniforme cuando te gradúas y pasas de ser aprendiz a convertirte en mago, a menos que llegues a ser uno de los magos superiores, que en su mayoría van vestidos iguales salvo por un fajín de un color distinto.

—Un aprendiz es un estudiante, ¿verdad? ¿Durante cuánto tiempo son aprendices?

—Todos los que ingresan en el Gremio son aprendices al principio. Pasan unos cinco años en la universidad antes de graduarse.

—¿Y qué tipo de magia aprendéis en la universidad?

—Al principio, materias variadas —dijo Lorkin—. Magia, por supuesto, pero también estudios no relacionados con la magia, como la historia y la estrategia. Casi todos descubrimos que tenemos aptitudes para algo en concreto y al final decidimos en cuál de las tres disciplinas nos especializaremos: sanación, estudios de guerra o alquimia.

—¿Cuál escogiste tú?

—La alquimia. A los alquimistas se nos distingue porque vestimos de morado. Los sanadores van de verde, y los guerreros de rojo.

Chari frunció el ceño.

—¿Qué hacen los alquimistas?

—Todo lo que no hacen sanadores y guerreros —explicó Lorkin—. Con frecuencia requiere el uso de la magia, pero no siempre. El embajador Dannyl, el mago con el que vine aquí y al que se supone que tendría que estar ayudando, se dedica a la historia, que no tiene nada que ver con la magia.

—¿Se pueden cursar dos disciplinas? ¿Ser alquimista y guerrero a la vez, o alquimista y sanador, o…?

—Todo eso ya lo sabemos, Chari —la interrumpió Tyvara. Cuando Lorkin le clavó la vista, la joven lo miró como disculpándose—. Durante nuestra formación, nos hablan del Gremio y de la cultura de muchos otros países —le aclaró.

—Sí, pero en ese entonces no presté mucha atención —repuso Chari—. Resulta mucho más interesante cuando te lo cuenta un mago kyraliano de verdad.

Lorkin se volvió hacia ella y vio que lo miraba con expectación.

—¿Qué me decías? —lo animó a continuar.

Él sacudió la cabeza.

—No, no podemos elegir más que una disciplina, pero a todos nos imparten nociones básicas de las tres.

—Entonces, ¿sabes sanar?

—Sí, pero sin la habilidad ni los conocimientos de alguien que ha recibido una formación completa como sanador.

Chari abrió la boca para hacer otra pregunta, pero Tyvara intervino antes de que pudiera hablar.

—Tú también puedes hacernos preguntas a nosotras —le dijo a Lorkin—. Tal vez Chari no sea capaz de responder a todas, pero si la dejas llevar las riendas de la conversación, te interrogará hasta que lleguemos a las montañas.

Lorkin fijó la vista en Tyvara, sorprendido. Durante todo el trayecto desde Arvice ella se había mostrado reacia a responder a sus preguntas. Al sentirse observada, ella apretó los labios hasta reducirlos a una línea fina y desvió la mirada hacia Chari. Él también la miró. Chari contemplaba a Tyvara con expresión burlona.

—Muy bien, pues —dijo, volviéndose hacia Lorkin—. ¿Qué te gustaría saber?

Aunque había cientos de cosas que quería saber sobre los Traidores y su refugio secreto, y Chari parecía estar mucho más abierta a las preguntas, intuía que la reserva habitual de Tyvara pronto la impulsaría a poner fin a la conversación entre Chari y él. ¿Había alguna pregunta no comprometedora que pudiera hacer sobre los Traidores, teniendo en cuenta que mucha información sobre ellos era secreta?

«Está claro que no debo preguntarles cómo bloquean la lectura de la mente, aunque sigo sospechando que requiere un proceso similar al de la fabricación de una gema de sangre». De pronto recordó las referencias a una piedra de almacenaje que había encontrado en los documentos que Dannyl le había pedido que leyera.

¿Era arriesgado mencionar la piedra de almacenaje? En realidad, él no sabía dónde encontrarla ni cómo crear una, así que no estaría poniéndoles un arma en las manos a las Traidoras solo por hablar de ello.

—¿Recuerdas que te he dicho que el embajador Dannyl es historiador? —preguntó.

Chari asintió.

—Está escribiendo una historia de la magia. Los dos hemos investigado un poco aquí en Sachaka. Dannyl está interesado sobre todo en rellenar las lagunas de nuestra historia: cómo se originó el páramo, o cuándo y cómo se destruyó y se reconstruyó Imardin. A mí me interesan más las antiguas técnicas mágicas. —Hizo una pausa para estudiar la reacción de las dos mujeres. Chari lo observaba atentamente, mientras que Tyvara lo miraba con una ceja arqueada, lo que él interpretó como una señal de interés y de ligera sorpresa—. Cuando estaba tomando notas para Dannyl, encontré una mención a un objeto llamado piedra de almacenaje —prosiguió—, que se guardaba en Arvice después de la guerra Sachakana. Claramente se trataba de algo que poseía un poder enorme. Se perdió pocos años después de la guerra; por lo visto la robó un mago kyraliano. ¿Sabéis algo al respecto?

Chari miró a Tyvara, que se encogió de hombros y sacudió la cabeza.

—No sé nada de esa piedra en particular, pero sí algo sobre las piedras de almacenaje —le dijo Chari—. Como su nombre indica, son piedras que almacenan energía, lo que podría resultar muy útil. Pero hay muy pocas. Tan pocas, que en otro tiempo les pusieron un nombre distinto a cada una y escribieron su historia como si fueran personas. Todas aquellas de las que hemos oído hablar fueron destruidas hace mucho tiempo. La última seguramente dejó de existir hace mil años, por lo menos. Si la piedra que mencionas se conservaba todavía después de la guerra Sachakana, es la más reciente de que se tiene noticia. ¿O sea que tú no sabías nada sobre ella hasta hace poco?

Él negó con la cabeza.

Chari se quedó pensativa.

—Entonces el ladrón la escondió demasiado bien, o la piedra se rompió. ¿Dices que Imardin fue destruida y reconstruida?

—Sí.

—Se supone que romper una piedra de almacenaje es peligroso. La energía que contiene se libera de forma incontrolada. Tal vez por eso Imardin quedó arrasada.

Lorkin arrugó el entrecejo.

—Supongo que es posible, sí. —Reflexionó sobre la idea. «Siempre he dudado que el Aprendiz Loco pudiera ser lo bastante poderoso para causar semejante devastación, pero ¿y si tenía la piedra de almacenaje en su poder?»

—Podríamos consultar a los archiveros de Refugio —propuso Chari—. Sobre las piedras de almacenaje más antiguas, me refiero. Dudo que sepan nada de la historia de Imardin.

—La reina Zarala quizá sepa algo —dijo Tyvara.

Chari enarcó las cejas.

—Supongo que si lo deja entrar en la ciudad, querrá conocerlo.

—Desde luego que querrá. —Tyvara lo miró con una extraña mezcla de petulancia y socarronería—. Sin lugar a dudas.

Chari rió entre dientes y se volvió hacia Lorkin.

—¿Estás seguro de que quieres ir a Refugio?

—Por supuesto.

—Tyvara te habrá dicho que las que mandan son mujeres, ¿no? A los hombres no les está permitido ir dando órdenes a los demás. Ni siquiera a los magos como tú.

Él se encogió de hombros.

—No tengo ningunas ganas de dar órdenes a nadie.

Ella sonrió.

—Eres un hombre de lo más razonable. Siempre creí que los kyralianos eran arrogantes y deshonestos. Supongo que no todos sois iguales. Tyvara no te llevaría allí si fueras así. Y es todo un detalle de tu parte viajar tan lejos y jugarte la vida por Tyvara.

—Bueno, ella me salvó la vida, después de todo.

—Cierto. —Chari extendió la mano y le dio unas palmaditas en el brazo—. Honorable y guapo. Seguro que todo te irá bien. Mi pueblo cambiará el concepto que tienen de los kyralianos en cuanto te conozcan.

—Sí, pronto estaremos dándonos regalos e intercambiando recetas —murmuró Tyvara con sequedad.

Lorkin se volvió hacia ella. Tyvara le sostuvo la mirada por un instante antes de apartarla con expresión hosca. «Está disgustada por algo —pensó él. El corazón le dio un vuelco—. ¿Sospecha que Chari quiere traicionarnos?»

—Bueno, cuéntame más cosas del Gremio —dijo Chari, detrás de él.

Tyvara puso los ojos en blanco y suspiró. La aprensión dio paso al alivio y Lorkin sonrió, divertido. Ella simplemente estaba irritada por el parloteo de Chari. «Bueno, espero que sea solo eso. Ojalá pudiera hablar con ella». No habían pasado un momento a solas desde que Chari los había encontrado.

Sintió una punzada de frustración. «Hay muchas personas con las que quisiera hablar. Con mi madre y Dannyl, para empezar». Pensó en la gema de sangre que aún ocultaba en el lomo de su libreta, guardada entre los pliegues de su túnica. Le habría resultado casi imposible utilizarla sin que Tyvara la viera. Y ahora que Chari estaba con ellos, sus posibilidades de usarla se habían reducido aún más. Tal vez habría debido decirle a Tyvara que la tenía. «Pero es mi único vínculo con el Gremio. Más vale no correr el riesgo de perderlo a menos que sea inevitable. Y si voy a negociar algún tipo de acuerdo o alianza entre el Gremio y los Traidores, necesitaré comunicarlos entre sí de alguna manera».

Mientras tanto, lo mejor que podía hacer era intentar establecer buenas relaciones entre su país y los Traidores. Se volvió hacia Chari con una sonrisa.

—¿Más cosas del Gremio? ¿Qué quieres saber?