Capítulo 21

21

Una ayuda

El agua del arroyo no tenía un aspecto muy saludable, ni siquiera a la luz mortecina del alba. No era más que un hilillo que serpenteaba lentamente por un lecho poco profundo, bordeado por un limo verde, y olía a moho y vegetación podrida. Tyvara, impasible, se puso en cuclillas, recogió agua en la mano ahuecada y se la llevó a los labios.

Lorkin observó cómo la examinaba por un momento antes de bebérsela de un trago.

—Te sentará mal —le dijo.

Tyvara alzó la vista hacia él.

—No te preocupes. La he despojado primero.

—¿Despojado?

—He extraído todas las formas de vida que contenía. Sigue teniendo tierra y sedimentos, pero esto solo resulta desagradable, no peligroso. Este sistema es mucho más rápido y eficiente que el tuyo, pues me permite absorber energía en vez de gastarla. ¿Vas a beber o no? No hay garantía de que volvamos a encontrar agua.

Lorkin contempló las manos de ella, que seguían sucias a causa del agua.

—Creía que la sangre era la única sustancia a través de la que se podía absorber magia.

Ella sonrió y recogió más agua en la palma.

—¿Sabes que los humanos y la mayoría de los animales poseemos una capa de protección mágica que se ajusta de manera natural a la piel?

—Sí.

—Para traspasarla hay que romperla, y la forma más fácil es cortar la piel. Esto provoca una hemorragia, claro está, y por eso la gente cree que la sangre es esencial. Pero no lo es. —La voz se le enronqueció mientras hablaba. Hasta ese momento llevaban mucho rato sin encontrar agua. Ella hizo una pausa para mirar el líquido que sostenía en la mano y bebió antes de posar de nuevo los ojos en él—. En el agua hay seres vivos diminutos; es posible percibirlos aunque no los veas, y son los que causan enfermedades. Pero al parecer no tienen una capa protectora, así que resulta sencillo absorber su energía. Son una fuente demasiado pobre para depender de ellos, eso sí. —Bajó la vista—. Por lo visto, la protección de las plantas es más débil que la de los animales. Se puede absorber su energía sin cortarlas, aunque es un proceso lento y se obtiene tan poca magia que nadie se molesta en hacerlo. —Sumergió la mano para beber otro trago.

Lorkin se sentó, con un suspiro. Invocó su magia y sacó del arroyo el equivalente a una taza de agua, contenida en un globo de fuerza invisible. El líquido era turbio y en absoluto apetecible. Proyectó más magia para calentar el agua hasta hervirla.

En la clase de sanación en que le habían enseñado a purificar el agua, le habían dicho que lo mejor era hervir el agua durante varios minutos, pero Tyvara terminó de beber al poco rato y se quedó mirándolo, expectante, visiblemente ansiosa por proseguir el camino. Lorkin dejó de calentar el agua y esperó a que se enfriara lo suficiente para que le resultara soportable al tacto y al gusto. Por fortuna, la tierra se había asentado en el fondo, por lo que él pudo tomar el agua más limpia de la superficie. Unos tragos después, su sed estaba saciada, y ambos se pusieron de pie. Los rayos de sol se colaban entre las copas de los árboles que los rodeaban. Él no había cobrado conciencia de que el amanecer estuviera tan próximo.

—Y ahora, ¿adónde vamos? —preguntó.

—Al bosque. He pensado que te haría ilusión dormir por encima del suelo.

Él hizo una mueca. Aunque llevaban varias noches durmiendo en una cavidad bajo la tierra, él no se sentía más a gusto sabiendo que lo único que impedía que quedara enterrado vivo era una barrera mágica.

—Pues has pensado bien.

—Entonces, en marcha.

Después de desviarse de la carretera, ella se internó entre los árboles y Lorkin la siguió. Al principio tropezaba con los obstáculos, esquivaba las ramas que Tyvara apartaba de su camino y luego retornaban rápidamente hacia él, sus zapatos se atascaban con piedras y el suelo irregular amenazaba con hacerle perder el equilibrio. Necesitaba toda su concentración para no darse de bruces. Tyvara iba distanciándose gradualmente de él, hasta que se percató de que se había rezagado y se detuvo para que la alcanzara.

—¿Habías estado antes en un bosque? —preguntó.

—Sí. Hay uno en los terrenos del Gremio, pero tiene senderos.

—¿Habías salido alguna vez de Imardin?

—No.

—¿Por qué?

«Porque mi madre tiene prohibido salir de la ciudad». Sin embargo, no podía decírselo sin explicarle la razón, y se suponía que no debía revelar que solo dos kyralianos conocían la magia negra ni la mala fama que esta tenía.

—No tenía motivos para salir.

Ella sacudió la cabeza con incredulidad antes de volverse y reanudar la marcha a través del bosque. Ahora parecía elegir con más cuidado dónde pisaba, lo que facilitaba mucho el avance de ambos. Entonces él cayó en la cuenta de que en realidad iban por un sendero. Aunque era muy angosto, no había duda de que alguien o algo había pasado por allí lo bastante a menudo para formar un sendero en la maleza.

—¿Ya habías estado aquí? —inquirió.

—No.

—O sea que no sabes adónde conduce este sendero.

—Es un camino de animales.

—Ah. —Cuando bajó la mirada, el corazón le dio un vuelco—. Entonces, ¿por qué hay huellas de zapatos?

Tyvara se detuvo y dirigió la vista hacia donde él señalaba.

—El bosque pertenece al ashaki que posee estas tierras. Debe de haber esclavos que recogen leña o que cazan los animales que viven aquí. —Miró en torno a sí con el ceño fruncido—. Supongo que no conviene arriesgarnos a ir más lejos. Deberíamos separarnos, pero mantenernos lo bastante cerca para que puedas verme y oírme. Busca algún rincón frondoso, o un hoyo que podamos tapar. Si encuentras algo, dame un silbido.

Lorkin echó a andar hacia la derecha del sendero. Tras vagar durante un rato, llegó a un lugar en el que un árbol enorme había caído hacía mucho tiempo. Lo único que quedaba de él era un tocón descomunal. Las raíces se extendían como brazos protectores, y unos arbustos bajos y espesos habían crecido en torno a la tierra levantada. Suponiendo que habría un hueco donde antes estaban las raíces, Lorkin se abrió paso entre las matas. En efecto, quedaba un agujero con una profundidad igual a la mitad de su estatura.

«Un rincón frondoso y un hoyo —pensó con satisfacción—. Es perfecto».

Se volvió para buscar a Tyvara y la avistó, caminando a unos veinte pasos largos de distancia. Silbó, y cuando ella alzó la mirada, Lorkin le hizo señas de que se acercara. Se encaminó hacia él y se abrió paso entre los arbustos. Se detuvo al borde del hoyo y lo examinó con interés. Olfateó el aire.

—Huele a humedad. Tú primero.

Lorkin invocó un poco de magia, creó una barrera en forma de disco y se envolvió en ella. Bajó al agujero. El suelo bajo la barrera era blando y se allanó cuando él llegó al fondo. En cuanto desactivó la barrera, notó que empezaba a hundirse. El suelo no solo era blando, sino que estaba empapado. Un agua lodosa brotó y le entró en los zapatos. Uno de sus pies pisaba tierra firme, pero el otro continuaba hundiéndose, por lo que él extendió bruscamente los brazos a los lados e intentó dar un paso hacia un lado para recuperar el equilibrio.

Sin embargo, el barro lo sujetaba con fuerza. Se tambaleó hacia atrás y cayó ruidosamente en un fango pegajoso y hediondo.

Las carcajadas de Tyvara resonaron en el bosque.

Lorkin levantó la vista hacia ella y sonrió avergonzado. «Tiene una risa estupenda —pensó—. Da la impresión de que no ríe muy a menudo, pero cuando lo hace se recrea en ello». Aguardó a que terminara y dio unas palmaditas en el barro, a su lado.

—Ven, baja. Está húmedo, pero mucho más mullido que el suelo de las cavidades donde hemos dormido —le aseguró.

Tras reír por lo bajo un rato más, ella sacudió la cabeza y abrió la boca para hablar, pero algo llamó su atención. Alzó la vista y murmuró una maldición.

—¡Eh, tú! —llamó una voz—. Ven aquí.

Sin mirar a Lorkin, Tyvara susurró unas palabras entre dientes.

—El ashaki. Me ha visto. Mantente oculto. Quédate ahí.

Acto seguido, se alejó y desapareció entre los arbustos. Lorkin se incorporó hasta ponerse en cuclillas. Aguzó el oído y percibió el tintineo de los arneses de un caballo que estaba a su espalda, detrás del árbol caído.

Se acercó a la maraña de raíces, se enderezó y echó un vistazo a través de ellas. Un sachakano, de pie junto a un caballo, miraba fijamente algo que estaba a sus pies. En vez de la vestimenta adornada típica de los ashakis, llevaba una ropa de buena calidad pero más práctica para montar.

Entonces Lorkin vio el cuchillo que el hombre llevaba al cinto. Se le secó la boca.

—Levántate —ordenó el ashaki.

Tyvara se puso de pie delante de él. Lorkin resistió el impulso de arrancar a correr hacia ella. «Es una maga. Una maga negra. Puede cuidar de sí misma, y seguramente le será más fácil si no tiene que protegerme a mí al mismo tiempo».

—¿Qué haces aquí? —inquirió el hombre en tono imperioso.

Ella respondió algo, en voz baja y sumisa.

—¿Dónde están tu cantimplora y tus provisiones?

—Las he dejado en el suelo, y ahora no las encuentro.

El hombre la contempló, pensativo.

—Acércate —le dijo al fin.

Ella dio un paso hacia él, encorvada. A Lorkin se le heló la sangre al ver que el hombre le colocaba las manos a los lados de la cabeza. «Debería impedir esto. Averiguará quiénes somos. Pero ¿por qué deja ella que le lea la mente? ¿Por qué no le ha plantado cara, en cuanto se ha percatado de lo que pretendía?»

Al cabo de un momento, el hombre la soltó.

—Parece ser que eres tan estúpida como dices. Sígueme. Te guiaré de vuelta al camino.

Cuando el hombre le dio la espalda para montar sobre su caballo, Tyvara se volvió brevemente hacia Lorkin y sonrió. Su expresión triunfal disipó por completo su preocupación. Él la observó mientras se alejaba por el bosque, siguiendo dócilmente al hombre. Cuando los perdió de vista, Lorkin se dio la vuelta y se sentó en una de las raíces más gruesas del árbol.

«“Mantente oculto. Quédate ahí”, me ha dicho. Supongo que eso significa que regresará en cuanto el mago la lleve al camino y se marche». Se fijó en la posición del sol que se filtraba entre los árboles y decidió que, cuando calculara que hubiera pasado una hora, si ella no había vuelto, saldría en su busca.

Fue una hora muy larga. El tiempo transcurría muy despacio. Los rayos de luz se desplazaban por la maleza con una lentitud exasperante. Cuando el barro se secó, se lo quitó de la piel y la ropa rascando y sacudiéndose. Intentaba no imaginar qué le ocurriría a ella si el mago descubría quién era. Luchaba contra el temor de que el mago averiguara que él estaba allí, regresara a buscarlo y…

—Me alegra ver que sabes obedecer órdenes —dijo una voz detrás de él.

Giró rápidamente y la vio de pie, en lo alto del tocón, sonriéndole. Con el corazón latiéndole a toda prisa, observó cómo ella daba un paso hacia el vacío y descendía lentamente hasta quedarse flotando en el aire delante de él.

—¿Cómo lo has hecho? —preguntó.

Ella frunció el ceño y bajó la vista hacia el disco de magia brillante y apenas visible que tenía bajo los pies.

—Del mismo modo que tú.

—No me refiero a la levitación, sino a impedir que él te leyera la mente.

—Ah, eso. —Puso los ojos en blanco—. ¿No recuerdas que te dije que tenemos un secreto para conseguir que quienes nos leen la mente vean lo que queremos que vean?

Él pensó en el primer lugar donde se habían escondido y en las otras esclavas que se encontraban allí.

—Ah, sí que lo recuerdo. Algún tipo de gema de sangre, ¿no?

Ella sonrió.

—Tal vez sí, tal vez no.

«Gema de sangre. —A Lorkin el corazón le dio un vuelco—. ¡Podría haber utilizado el anillo de mi madre mientras Tyvara no estaba, pero me he olvidado por completo!» Había estado demasiado preocupado por ella. Masculló una maldición.

—¿Qué te pasa? —preguntó ella.

Él sacudió la cabeza.

—¿Y si él me hubiera visto a mí y me hubiera leído la mente en vez de a ti?

—Yo se lo habría impedido. —Se encogió de hombros—. Aunque es mejor evitar los enfrentamientos, no siempre es posible.

—¿Habrías luchado contra él? ¿Eso no habría atraído la atención de otros?

—Quizá. —Señaló su entorno con un gesto amplio—. Pero estamos en un lugar apartado. Habría intentado acabar con él rápidamente.

—¿Lo habrías matado?

—Por supuesto. Si no, nos perseguiría.

—Y cuando descubrieran su cadáver, nos perseguirían otros. ¿No sería más conveniente en definitiva que yo supiera ocultar mis pensamientos?

Ella soltó una risita.

—Aunque yo estuviera dispuesta a dar a los Traidores otro motivo para enfadarse conmigo, y aunque no pudiéramos llegar a Refugio sin que yo te revelara el secreto, no dispongo del material ni del tiempo para ello.

A Lorkin se le aceleró el pulso.

—Es algo como una gema de sangre, ¿verdad?

Ella puso los ojos en blanco de nuevo.

—Acuéstate y duerme, Lorkin.

Él bajó la mirada hacia el barro y luego la posó en ella con incredulidad.

—Estaba bromeando cuando he dicho que era mullido.

Ella suspiró y agitó la mano hacia él.

—Apártate.

Lorkin obedeció, se sentó de nuevo en la misma raíz de antes y, al imaginar lo que ella se proponía, levantó los pies del barro, con sus zapatos empapados. Una neblina empezó a formarse enseguida por encima del fango. Durante un rato, un vapor caliente los envolvió, y cuando el aire se despejó, él vio que solo quedaba la tierra agrietada y seca. Tyvara se bajó del disco de magia que la sostenía y dio unos golpecitos con el pie en el suelo endurecido.

—Duerme un poco mientras puedas —le recomendó—. Te despertaré dentro de unas horas para que montes guardia. No creo que nuestro anfitrión vuelva pronto, pero al parecer le gusta dar paseos a caballo por su finca. Más vale que permanezcamos atentos por si aparece otra vez.

Con un suspiro, Lorkin se tumbó en el duro suelo e intentó seguir su consejo.

* * *

Una lluvia suave de otoño empezó a caer sobre el jardín de la Casa Soleada, pero el pequeño cobertizo de piedra en el que Cery y Skellin estaban sentados impedía que se mojaran. Gol se encontraba cerca, parpadeando para quitarse las gotas que le caían en los ojos mientras observaba al guardaespaldas de Skellin, de pie al otro lado del cobertizo. No había nadie más, pues los vecinos permanecían bajo techo para resguardarse del mal tiempo, y el dueño de la propiedad estaba en otro rincón del jardín, farfullando solo.

Cuando Cery finalizó su breve descripción de lo que Gol y él habían visto desde el tejado de la casa de empeños, Skellin se quedó pensativo.

—Conque una mujer, ¿eh? ¿La visteis bien?

Cery se encogió de hombros.

—Estaba oscuro y la mirábamos desde arriba, pero creo que la reconocería. Tiene la piel y el pelo oscuros. Es más o menos así de alta… —Levantó la mano para indicárselo.

—Ahora que sabes que es maga, ¿cómo piensas atraparla?

—Oh, solo tengo que encontrarla. —Cery hizo un gesto vago—. Capturar magos renegados es cosa del Gremio. Y es mejor así, porque si ella es el Cazaladrones, ni tú ni yo tenemos ninguna posibilidad de pararle los pies.

Los ojos de Skellin centellearon con interés.

—¡Estás trabajando para el Gremio!

—Estoy ayudando al Gremio. Si trabajara para ellos cobraría algo.

—¿No te pagan por ello? —Skellin sacudió la cabeza y su expresión se tornó seria—. Supongo que habrá otras ventajas. Cuando me enteré de lo de tu familia, supuse que querías vengarte. Tu búsqueda del asesino se convirtió en la búsqueda del Cazaladrones, que ahora se ha convertido en la búsqueda de una maga renegada.

—Han sido unas semanas muy movidas —comentó Cery.

—Espero que no te importe que te lo señale, pero te has desviado un poco de tu propósito inicial.

Cery asintió.

—Todavía es posible que los tres resulten ser la misma persona. Supongo que lo averiguaremos cuando la atrapemos.

—Si conseguís sacarle la verdad.

Cery se disponía a recordarle a Skellin que los magos negros podían leer la mente de las personas aun contra su voluntad, pero cambió de idea. No tenía sentido desvelar este dato mientras no fuera imprescindible.

—¿Te interesa ayudarnos a encontrarla?

El otro ladrón frunció los labios mientras reflexionaba y luego asintió.

—Claro que me interesa. Si ella resulta ser una maga renegada, al menos tendré la oportunidad de hacer amigos en el Gremio. Si resulta ser el Cazaladrones, todos saldremos beneficiados. —Se frotó las manos—. Bien, cuéntame: ¿cuándo la viste por última vez?

—Vimos a una mujer muy parecida salir de la casa de empeños, así que envié a Gol tras ella. —Cuando Cery describió el sótano que utilizaba la mujer y el túnel subterráneo con el que comunicaba, Skellin arrugó el entrecejo.

—No sabía que hubiera pasadizos allí —dijo—. En teoría, iban a eliminarse todos durante la reconstrucción. Pero supongo que si sabes magia, no te resulta difícil excavar uno nuevo con rapidez.

—No estoy muy al día respecto a las fronteras. ¿A quién pertenece ahora ese territorio?

Skellin hizo una mueca.

—A mí, de hecho. —Sostuvo la mirada sorprendida de Cery y luego esbozó una sonrisa torcida—. ¿Tú sabes lo que ocurre en todos los rincones de tu territorio en todo momento?

Cery meneó la cabeza.

—Seguramente no. Además, el mío no abarca muchas zonas en reconstrucción. Uno de los tenderos me dijo que ella había estado en un mercado cercano, comprando hierbas.

—Echaré un vistazo —dijo Skellin— y averiguaré si alguno de mis contactos sabe si una mujer como la que describes ha estado merodeando por ahí. Da la impresión de que es una de esas personas que van solas a todas partes, lo que, naturalmente, nunca pasa inadvertido. Si me entero de algo, te avisaré. Podemos tenderle una trampa y mandar a buscar a tus amigos del Gremio.

Cery movió la cabeza afirmativamente.

—Y yo te avisaré si la localizo.

—Te tomo la palabra —dijo Skellin, sonriendo—. No quiero desaprovechar la ocasión de conocer a algunos magos del Gremio. —Arqueó las cejas—. ¿No será por casualidad uno de ellos tu famosa amiga de la infancia?

—Puede que sí, pero si quieres conocer a Sonea, basta con que visites uno de los hospitales.

—Entonces tendría que fingir estar enfermo. —Skellin se encogió de hombros—. Y dudo que a ella le haga gracia que ocupe el lugar de alguien que necesita su ayuda.

—No, seguramente no. ¿Así que nunca te pones enfermo?

—Nunca.

—Qué suerte.

Skellin sonrió de oreja a oreja.

—Ha sido agradable charlar contigo otra vez, Ceryni de Ladonorte. Espero que volvamos a vernos pronto, y que tenga buenas noticias que darte.

Cery asintió.

—Lo estoy deseando. Cuídate.

—Lo mismo digo.

El otro ladrón se volvió hacia su guardaespaldas y echó a andar con paso decidido. Cery salió del cobertizo y, subiéndose el cuello del abrigo para protegerse de la lluvia, se acercó a Gol. El hombretón permaneció callado al principio y se mantuvo a cierta distancia de Cery mientras se encaminaban de regreso a casa. Luego, cuando dejaron atrás la Casa Soleada, le preguntó cómo había ido la reunión. Cery empezó a contarle los pormenores.

—No sabía que el terreno de Skellin fuera tan extenso —lo interrumpió Gol.

—Yo tampoco —respondió Cery—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que averiguamos dónde estaban los límites.

—Puedo averiguarlo de nuevo, si quieres.

—Estaba deseando que dijeras eso.

Gol rió entre dientes.

—Ya lo creo.

* * *

«¿Por qué no ha utilizado el anillo?»

Sonea se levantó de su silla y se dirigió hacia la ventana. Corrió la persiana de papel a un lado, tendió la vista hacia el Gremio y suspiró. Quizá Lorkin no había encontrado el anillo de sangre entre sus pertenencias. Tal vez este se había quedado en la Casa del Gremio, en Arvice, en el fondo del baúl de viaje.

Esta posibilidad la inquietaba. Ahora que tanto Dannyl como Lorkin habían abandonado la Casa del Gremio, ¿era posible que un esclavo fisgón encontrara el anillo? Si caía en malas manos… Se estremeció. Uno de los ichanis sachakanos que habían invadido Kyralia hacía veinte años había capturado a Rothen y había fabricado con su sangre una gema que después había utilizado para enviarle imágenes mentales de todas sus víctimas. Si el secuestrador de Lorkin encontrara el anillo y lo usara para transmitirle a ella imágenes de su hijo bajo tortura…

Se le heló el corazón. «No creo que pudiera soportarlo. Me plegaría a sus exigencias, fueran las que fuesen. Rothen tiene razón. Si me desplazara hasta allí, empeoraría la situación. Espero al menos que si encuentran el anillo, descubran que su creadora está demasiado lejos para resultar eficaz como instrumento de persuasión».

Se apartó de la ventana y comenzó a caminar en círculo por la habitación. Faltaban unas horas para que comenzara su turno en el hospital. Los sanadores de allí se habían vuelto más osados desde que se habían ofrecido a encubrir su ausencia si ella tenía que adentrarse en la ciudad. Habían adoptado una actitud tan protectora hacia ella que resultaba casi irritante y, cuando llegaba antes de su hora o se quedaba más tiempo del que le correspondía, la asediaban a preguntas sobre si dormía lo suficiente.

«Pero si Cery encuentra a la renegada, le resultará más fácil y rápido contactar conmigo en el hospital. Ojalá contactara conmigo. Ir a la caza de aquella mujer al menos me mantendría lo bastante ocupada para dejar de preocuparme inútilmente por Lorkin durante un rato».

Notó de inmediato que la ansiedad le revolvía el estómago, y los pensamientos sobre lo que podía ocurrirle a su hijo amenazaban con adueñarse de su mente. Se obligó a concentrarse en otra cosa. «La renegada —se dijo—. Piensa en la renegada».

Aunque solo habían transcurrido unos días desde el intento fallido de atrapar a la mujer, tenía la sensación de que habían pasado muchos más. Meditó sobre la entrada al pasadizo que habían encontrado. ¿El hecho de que la mujer pudiera acceder al Camino de los Ladrones significaba que tenía tratos con un ladrón? En otra época la respuesta habría sido inequívocamente afirmativa, pero las normas y restricciones antiguas ya no estaban vigentes en los bajos fondos de Imardin.

Otra posibilidad la intranquilizaba. Si la mujer podía acceder al Camino de los Ladrones, ¿sabía de la existencia de los túneles que discurrían debajo del Gremio?

Unos golpes en la puerta principal interrumpieron los pensamientos de Sonea. Se levantó y se acercó a ella a toda prisa. Tal vez era Rothen. Tal vez le traía noticias de Lorkin. Aunque se tratara de otra persona, la distraería de sus preocupaciones. Por medio de un giro y un empujoncito mágicos, descorrió el pestillo y tiró de la puerta hacia dentro.

Regin estaba al otro lado. Inclinó la cabeza cortésmente.

—Maga Negra Sonea —dijo.

—Lord Regin. —Esperaba que su desilusión no se reflejara en su rostro.

—¿Ha sabido algo? —preguntó él, bajando la voz.

—No.

Regin asintió y apartó la mirada. De pronto Sonea cayó en la cuenta de que era una muestra de consideración inesperada que la visitara para interesarse por Lorkin, y se sintió culpable por la hostilidad que sentía hacia él. Abrió la boca para agradecérselo, pero él siguió hablando sin percatarse de que ella estaba a punto de decir algo.

—He hecho algunas indagaciones de las que he extraído un par de ideas de poca importancia —declaró, antes de encogerse de hombros y mirarla—. Seguramente no valían la pena y tal vez entren en conflicto con los planes de su amigo, pero de todos modos quiero compartirlas con usted.

«¿Los planes de mi amigo? —De pronto, Sonea lo comprendió. Regin no estaba hablándole de Lorkin, sino de Cery y la caza de la renegada. Sacudió la cabeza—. Claro, ni siquiera sabe lo de Lorkin. Qué tonta soy…».

—¿No? —Regin retrocedió un paso al ver que meneaba la cabeza—. Puedo volver en otro momento si le resulta más conveniente.

—No, adelante. Quiero oír sus ideas —dijo, haciéndole señas para que pasara y apartándose para franquearle la entrada. Él le dirigió una mirada inquisitiva, esbozó una sonrisa tenue y entró en la sala principal. Sonea le señaló las sillas, invitándolo a sentarse, y cerró la puerta con magia.

—¿Un poco de sumi?

Él asintió.

—Gracias. —La observó acercarse a un aparador en el que guardaba una bandeja con los utensilios para preparar sumi—. Creía que el sumi no le gustaba.

—No me gusta, pero empiezo a acostumbrarme a tomarlo. La raka me pone un poco nerviosa últimamente. Hábleme de sus ideas.

Mientras él comenzaba su explicación, ella llevó la bandeja hacia las sillas y comenzó a preparar la bebida caliente. Hizo un esfuerzo por prestar atención. Él se había reunido con algunos de los magos que sospechaba que tenían vínculos con traficantes de los bajos fondos y con quienes había entablado amistad unos meses antes a fin de obtener información para la Vista.

Regin torció el gesto.

—Estaban bastante satisfechos con el resultado de la Vista. Que ya no esté prohibido relacionarse con delincuentes, sino solo trabajar para ellos, les da carta blanca para ayudar a sus amigos malhechores, siempre y cuando estos no les paguen de un modo evidente. —Suspiró—. Están muy contentos con nosotros, lo que al menos tiene la ventaja de que siguen hablando conmigo abiertamente. Y quejándose de que cierta persona extranjera cobra por utilizar la magia.

—Conque extranjera, ¿eh? —Sonea le alargó una taza—. Cery dice que la renegada es extranjera.

—Así es. —Regin la miró con expresión reflexiva y la cabeza ligeramente ladeada—. La ley que prohíbe a personas ajenas al Gremio aprender y practicar la magia no siempre resulta útil. Ha funcionado solo porque todas las Tierras Aliadas están de acuerdo al respecto. Pero ¿qué ocurre con los magos de otros países? Si uno de ellos pusiera un pie en territorio aliado y usara la magia por alguna razón, estaría infringiendo una ley automáticamente. No me parece justo.

—Ni práctico —convino Sonea—. El rey y los magos superiores llevan años discutiendo esta cuestión. Naturalmente, tenemos la esperanza de que Sachaka se incorpore algún día a las Tierras Aliadas y sus magos se conviertan en miembros del Gremio sujetos a nuestras leyes. Conseguir lo primero puede resultar difícil, puesto que tendrían que renunciar a la esclavitud. En comparación, lo segundo parece imposible.

—La alternativa sería modificar la ley.

—Dudo que el Gremio esté dispuesto a renunciar a su control sobre los magos, sobre todo los extranjeros.

—Hasta ahora solo les ha interesado controlar a los que viven en las Tierras Aliadas —repuso Regin—, pero podría permitirse a los magos de otros países visitar las Tierras Aliadas sin obligarlos a ingresar en el Gremio.

—Limitando el tiempo de su estancia, espero.

—Desde luego. Y sin dejar que ejerzan su magia por dinero.

Sonea sonrió.

—No podemos permitir que el Gremio se empobrezca.

Regin soltó una risita.

—Si las reacciones de mis amigos magos con contactos sospechosos son indicativas de algo, no se concederá a ningún extranjero un permiso de larga duración para vender sus servicios como mago.

—¿Saben dónde está dicha persona extranjera con conocimientos de magia?

Él negó con la cabeza.

—Podría incitarlos a buscar información, si cree que esto no interferirá con los planes de Cery.

Ella tomó un sorbo de sumi, meditando, y asintió.

—Se lo preguntaré. Mientras tanto, no nos hará daño que ellos estén atentos y le comuniquen cualquier cosa que llegue hasta sus oídos.

Regin torció el gesto y dejó su taza vacía sobre la mesa.

—Solo dañará mi sensibilidad. No son precisamente el tipo de compañías que me gusta frecuentar. Su concepto de la diversión es… —arrugó la nariz— ordinario.

Sonea mantuvo una expresión neutra. Regin siempre había sido un estirado. Por otro lado, había muchos magos de las Casas, y no solo de las clases inferiores, cuya afición a la embriaguez, las prostitutas y el juego era bien conocida y criticada. «Como algunos de los amigos de Lorkin, por lo visto —pensó, acordándose de los jóvenes que habían sido sorprendidos en una casa de ocio—. Tal vez sea mejor que Lorkin esté lejos de Imardin».

Entonces la dolorosa realidad sobre las aventuras de su hijo en Sachaka le vino de nuevo a la memoria, y ella hizo un gesto de dolor. Se levantó y trasladó los utensilios para el sumi y las tazas a la mesa auxiliar.

—Espero que Cery la encuentre pronto, y que usted no tenga que seguir soportándolos —dijo. Se volvió hacia Regin y comprobó aliviada que él había captado la indirecta y se había puesto en pie—. Gracias por pasarse.

Él le dedicó una inclinación de la cabeza.

—Gracias por escucharme. Le avisaré en cuanto tenga más información. —Se dirigió hacia la puerta y, cuando ella la abrió con magia, salió al pasillo.

Sonea cerró la puerta, se apoyó en el respaldo de una silla y suspiró. «Por lo menos he estado distraída durante unos minutos. ¿Es demasiado temprano para ir al hospital? —Echó un vistazo al reloj que Rothen le había regalado el año anterior—. Sí».

Tras suspirar de nuevo, reanudó sus idas y venidas por la habitación, preocupada por su hijo.