Capítulo 19
19
Escondidos
Tal como Gol le había advertido, la zona de la ciudad en que vivía la renegada era sorprendentemente respetable, y no un lugar por donde uno pudiera merodear y pasar inadvertido. Tenía alquilado el sótano del taller y la casa de un zapatero. Todos los edificios de aquel lugar tenían un local a pie de calle y una vivienda para su encargado en la planta superior.
Cery había enviado a algunos de sus hombres a inspeccionar los establecimientos cercanos para que encontraran alguno desde el que pudiera espiar a la mujer. Uno de ellos le comunicó que había oído comentar a un tendero que su vecino estaba de visita en la casa de la familia de su esposa en Elyne. Tras forzar algunas cerraduras, Cery estaba en la sala de invitados del tendero ausente, en el primer piso, arrellanado en un sillón confortable junto a la ventana que daba a la calle, contemplando el atardecer y a los faroleros que encendían las luces a lo largo de la calle.
También había enviado a algunas personas a vigilar la puerta trasera de la casa del zapatero. No solo se podía acceder al sótano desde la tienda que tenía encima, sino también a través de una trampilla situada en la parte de atrás. Sus hombres le confirmaron que ella no había salido.
Sin embargo, Gol estaba tardando más de lo que debía. «¿He malinterpretado el mensaje de Sonea? Dijo que se encargaría del “asunto” y que debía enviarle la información al hospital. Pues es lo que he hecho».
Una puerta se abrió en la planta baja, y Cery se puso tenso. Se oyeron los sonoros pasos de dos o tres personas que subían la escalera. ¿Eran sus hombres, o el tendero y su familia, que habían vuelto? Se escondió rápidamente detrás de la puerta abierta, desde donde esperaba poder escabullirse de la habitación sin ser visto, en caso necesario. Por si lo descubrían, deslizó la mano hacia el interior de su abrigo, donde guardaba su cuchillo de aspecto más aterrador.
—¿Cery? —lo llamó una voz conocida.
Gol. Con un suspiro de alivio, Cery salió de detrás de la puerta y vio a su guardaespaldas y a dos personas envueltas en capas largas que se acercaban al rellano de la escalera. Reconoció a Sonea, y miró al otro hombre con los ojos entornados. Había algo en él que le resultaba familiar. Cuando los tres llegaron a donde les daba la luz, a Cery le vino un nombre a la memoria.
—Regin —dijo—. ¿O ahora te llamas «lord Regin»?
—Así es —respondió el hombre.
—Siempre se ha llamado así, Cery —le recordó Sonea—, pero tratar de «lord» o «lady» a los aprendices es un poco prematuro. Lord Regin y lord Rothen me han ofrecido su ayuda para capturar a la renegada, una ayuda que podría ser fundamental si en algún momento me resulta imposible escaparme del hospital.
—Si la suerte nos acompaña, no tendrás que volver a escaparte —le dijo Cery—. Entonces, ¿lord Rothen va a venir?
Ella sacudió la cabeza.
—No le parecía necesario, si venía yo.
Cery observó a Regin mientras seguía a Sonea al interior de la habitación. «Si la memoria no me falla, a Sonea no le caía muy bien este hombre cuando era una aprendiz. Le hacía la vida imposible». No obstante, cuando Cery había conocido a Regin durante la Invasión ichani, el joven se había prestado a servir de cebo para atraer a un mago sachakano hacia la trampa que le habían tendido Sonea y Akkarin. Había sido un acto valiente. Si el plan se hubiera torcido —cosa que había estado a punto de ocurrir, por lo que recordaba Cery—, Regin habría perdido toda su magia y también la vida.
De no ser porque sabía que era cierto, Cery jamás habría creído que el hombre que estaba examinando hubiera sido el aprendiz cruel y alborotador del que se quejaba Sonea. Una expresión de seriedad permanente parecía haberse asentado en el rostro de lord Regin. Aunque su constitución gruesa y sana era la de alguien que había llevado una vida privilegiada, las arrugas entre sus cejas y en torno a su boca denotaban inquietud y resignación. «Pero hay un brillo de inteligencia en sus ojos —advirtió—. Apuesto a que no es menos peligroso ahora que en su época de aprendiz. Aun así, Sonea se fía de él lo suficiente para embarcarlo en este asunto. —Se volvió hacia ella y percibió cierto recelo en el modo en que miraba al mago que la acompañaba—. O tal vez no tenga alternativa. Será mejor que le pregunte qué opina de él en cuanto esté a solas con ella».
—Bien, ¿dónde está nuestra renegada? —preguntó Sonea.
Cery se acercó a la ventana.
—En el sótano de la zapatería de enfrente.
Ella echó un vistazo al exterior.
—¿Cuántas entradas?
—Dos. Ambas vigiladas.
—Entonces debemos dividirnos en dos grupos, con un mago en cada uno.
Cery asintió.
—Yo entraré contigo por la puerta principal. Gol puede llevar a Regin a la parte de atrás. Nos encontraremos en el sótano, donde haréis lo que tengáis que hacer. —Dirigió la vista a los otros, que movieron la cabeza afirmativamente—. ¿Alguna pregunta? —Se intercambiaron miradas e hicieron un gesto de negación—. Entonces, vamos.
Bajaron la escalera en fila. Cery les mostró y explicó las señales que Gol y él utilizarían como advertencia o para ordenar la retirada, y todos salieron de la casa. Era noche cerrada. Las farolas proyectaban círculos de luz en el suelo. Gol guió a Regin hacia la entrada trasera. Cery y Sonea les dieron tiempo para colocarse en posición y después cruzaron la calle hacia el taller del zapatero.
Subieron las escaleras de la puerta principal. Cery sacó un aceitero y engrasó rápidamente los goznes. Acto seguido, extrajo unas ganzúas de su abrigo. Sonea permaneció callada, con el rostro en la sombra, mientras él forzaba la cerradura. «Supongo que ella podría hacer esto con magia; tal vez tardaría menos que yo. ¿Por qué no se lo propongo, entonces? ¿Estoy intentando lucirme?»
La cerradura emitió un chasquido suave. Cery hizo girar el pomo despacio, preparándose para cuando se soltara el pestillo. Tiró de la puerta y respiró aliviado cuando esta se abrió con solo un leve crujido. Sonea entró y aguardó a que él cerrara la puerta tras ellos.
El taller estaba a oscuras, y cuando sus ojos se acostumbraron, Cery distinguió varias hileras de zapatos dispuestos sobre baldas, así como una mesa de trabajo. Frente a la puerta había una escalera estrecha que descendía, y otra que subía. Según sus espías, el zapatero dormía en la planta superior. «Y está a punto de experimentar un despertar brusco».
Sonea se dirigió hacia las escaleras y miró los peldaños que conducían abajo. Sacudió la cabeza e hizo señas a Cery. Cuando este se acercó, lo agarró del brazo y lo atrajo hacia sí. Al mirarla, sorprendido, el ladrón se percató de que en la penumbra era casi idéntica a la joven a quien él había ayudado a ocultarse del Gremio hacía muchos años. Tenía la misma expresión resuelta y preocupada.
De pronto, notó que se elevaba en el aire, y los recuerdos del pasado se esfumaron de su mente. Bajó la vista. Aunque sentía algo bajo los pies, no veía nada. Fuera lo que fuese, estaba transportándolos a Sonea y a él escaleras abajo.
«Supongo que es para que no nos delate el chirrido de algún escalón».
Cuando se aproximaron al suelo del sótano, vislumbraron ante ellos una habitación con pocos muebles. Un resplandor deslumbrante inundó el espacio cuando una bola luminosa apareció encima de la cabeza de Sonea. Cery recorrió la habitación con la mirada y, cuando encontró la cama, lo invadió una gran desilusión. Estaba vacía.
Se abrió una puerta; ambos giraron rápidamente sobre sus talones y suspiraron al ver que Regin y Gol entraban en la habitación. Los dos fruncieron el ceño cuando vieron que no había el menor rastro de la renegada.
—Buscadla —dijo Sonea—, pero con cuidado.
Cada uno eligió una pared, y comenzaron a examinar los muebles, mirar debajo de la cama, abrir armarios.
—Nadie está usando esta habitación —observó Regin—. La ropa de este armario está cubierta de polvo.
Cery asintió y empujó con suavidad una jofaina repleta de tazas, cuencos y cubiertos sucios.
—Y hace tanto tiempo que nadie lava estos cacharros que han criado moho.
—¡Ajá! —exclamó Gol en voz baja. Todos se volvieron para verlo gesticular en dirección a la pared. Una sección de ladrillos formaba un ángulo con respecto a los demás y giró hacia un lado cuando él apretó un extremo. Detrás había un hueco oscuro. Cery se acercó y olfateó el aire del interior.
—El Camino de los Ladrones —dijo—. O un pasadizo que conduce hasta él.
Sonea rió entre dientes.
—Así que no había solo dos entradas, después de todo. Me sorprende que no hayáis buscado accesos subterráneos.
Cery se encogió de hombros.
—Es una calle nueva. Cuando el rey derruye las viejas, se asegura de obstruir el camino también.
—No fue lo bastante concienzudo esta vez —comentó ella. Se aproximó y deslizó la mano por los ladrillos de la pared—. O tal vez sí. Esto es nuevo; apenas tiene polvo o telarañas. ¿Averiguamos adónde conduce?
—Si quieres explorar, adelante —le dijo Cery—, pero este no es mi territorio. No puedo entrar en él sin permiso. Si me cuelo ahí —se encogió de hombros—, el Cazaladrones tendrá un ladrón menos que eliminar.
—¿Este pasadizo es un indicio de que nuestra renegada colabora con el ladrón local? —inquirió Regin.
Sonea miró a Cery.
—Si ella es el Cazaladrones, lo dudo. Pero, si no lo es, sin duda posee habilidades que le resultarían muy útiles a un ladrón.
«En otras palabras, ella cree que esto demuestra que la renegada no es el Cazaladrones», pensó Cery.
Regin echó una ojeada al túnel con expresión decidida. Hizo ademán de entrar, pero entonces retrocedió un paso y enderezó la espalda.
—Me temo que se ha ido hace mucho rato. ¿Qué propones que hagamos ahora, Cery? —preguntó.
El ladrón posó la vista en el mago, extrañado. No era frecuente que un mago le pidiera su opinión.
—Estoy de acuerdo en que es poco probable que la encontréis en los túneles. —Extendió los brazos y colocó los ladrillos en su sitio—. Si ella no se percata de que hemos allanado su habitación, tal vez continúe usándola para acceder a los túneles. Deberíamos asegurarnos de dejarlo todo tal y como lo hemos encontrado. Pondré a alguien a vigilar este lugar y os avisaré si ella vuelve.
—¿Y si ella se da cuenta? —quiso saber Regin.
—Entonces solo nos queda confiar en que otro golpe de suerte nos lleve de nuevo hasta ella.
Regin asintió y miró a Sonea, que se encogió de hombros.
—No podemos hacer mucho más por el momento. Si hay alguien capaz de encontrarla de nuevo, ese es Cery.
Cery sintió una oleada de satisfacción, seguida de una fastidiosa desazón ante la posibilidad de que estuviera equivocada. Quizá había localizado a la renegada por casualidad. Tal vez no le resultaría tan sencillo encontrarla de nuevo. Los cuatro recorrieron la habitación apresuradamente, cerciorándose de que todo estuviera en orden, y se marcharon por donde habían venido. Después de que Sonea cerrara la puerta principal con magia, se escabulleron por la salida trasera. Una vez en la calle, se miraron entre sí pero guardaron silencio. Los dos magos alzaron la mano para despedirse antes de echar a andar. Cery y Gol regresaron a la casa vacía del tendero.
—Vaya, menudo chasco —dijo Gol.
—Ya —convino Cery.
—¿Crees que la renegada volverá?
—No. Seguro que tiene montado algún sistema que le avisa si alguien le ha hecho una visita.
—Entonces, ¿qué hacemos?
—Vigilar y esperar que esté equivocado —paseó la vista por la habitación—, y averiguar cuándo tiene previsto regresar el dueño de este sitio. No queremos que su familia y él se lleven un susto de muerte al encontrarse a un ladrón en su casa.
* * *
El jefe de esclavos se mostró sorprendido de ver a Dannyl y al ashaki Achati antes de postrarse en el suelo, a sus pies. El motivo de su sorpresa no era la visita de un sachakano poderoso y un mago kyraliano. En la finca contaban con su llegada, o la de alguna otra persona.
—Han llegado antes de lo que esperábamos —dijo el hombre corpulento cuando Achati le explicó que buscaban a una esclava fugitiva y a un kyraliano disfrazado de esclavo.
—¿Has visto a las dos personas que te he descrito? —preguntó Achati.
—Sí. Hace dos noches. Una de las esclavas creyó que eran los sujetos sobre los que nos habían prevenido, pero cuando hemos ido a interrogarlos, habían huido.
—¿Los habéis buscado?
—No. —El hombre agachó la cabeza—. Nos advirtieron que eran magos, y que solo otros magos podían capturarlos.
—¿Quién os hizo esta advertencia?
—El amo, en un mensaje.
—¿Cuándo recibisteis el mensaje?
—Un día antes de que llegaran esos dos.
Achati se volvió hacia Dannyl, arqueando las cejas con incredulidad. «Si el ashaki Tikako no envió el mensaje, ¿quién lo envió? —A Dannyl el corazón le dio un vuelco—. Los Traidores. Deben de estar muy bien organizados para hacer llegar mensajes como este a las fincas de campo en tan poco tiempo».
—¿Cuándo enviasteis el mensaje para avisar a vuestro amo de su presencia?
—Hace dos noches, justo después de que desaparecieran.
Achati miró a Dannyl.
—Si se dirige hacia aquí, tardará un día más en llegar, aunque vaya a caballo y no en un carruaje. Me temo que tendremos que esperar. Carezco de autoridad para leerles la mente a los esclavos de otro.
—¿Y tiene autoridad para interrogarlos? —preguntó Dannyl.
El mago arrugó el entrecejo.
—Ninguna tradición o ley me lo prohíben. Tampoco a usted.
—Entonces interroguémoslos.
Achati sonrió.
—¿Hacerlo a su manera? ¿Por qué no? —Soltó una risita—. Si no le importa, me gustaría observarle para aprender de usted. No sé qué preguntas hay que hacer para sonsacar a un esclavo más información de la que está dispuesto a revelar.
—En realidad no se trata de emplear artimañas —le aseguró Dannyl.
—¿A cuál quiere interrogar primero?
—A este hombre, y a todos los que hayan visto a Lorkin y Tyvara. Y, sobre todo, a la esclava que, cuando los vio, pensó que podían ser las personas sobre las que los habían prevenido. —Dannyl sacó su libreta y se volvió hacia el jefe de esclavos—. Y necesito una habitación (con una sencilla me basta) para interrogarlos a solas sin que nadie más nos oiga.
El hombre miró a Dannyl y luego a Achati, con aire vacilante.
—Organízalo todo —ordenó Achati. Mientras el hombre se alejaba a toda prisa, el mago sachakano le dedicó una sonrisa torcida a Dannyl—. Le recomiendo de verdad que aprenda a expresar sus peticiones como órdenes, embajador Dannyl.
—Usted es quien ejerce la máxima autoridad aquí —repuso Dannyl—, y yo soy extranjero. Sería una descortesía dar por sentado que puedo asumir el control.
Achati lo contempló, pensativo, y se encogió de hombros.
—Supongo que tiene razón.
El jefe de esclavos regresó y los guió al interior del edificio, hasta un cuarto pequeño que olía a cereales. El suelo estaba cubierto de una capa de polvo atravesada por surcos amplios trazados con una escoba. Había partículas flotando en los rayos de sol que entraban por una ventana alta. Alguien había colocado dos sillas bajo la ventana.
—Bueno, no hay duda de que es sencillo —comentó Achati con sorna.
—¿Dónde propone usted que los interroguemos? —preguntó Dannyl.
Achati suspiró.
—Creo que interrogarlos en la sala maestra sería una falta de consideración, y si lo hiciéramos en las habitaciones de invitados, quedaría claro que no estamos al mando aquí. No, supongo que este es un lugar apropiado. —Se acercó a una de las sillas y se sentó.
Dannyl ocupó la otra y ordenó al jefe de esclavos que entrara. Él le contó que habían llegado dos esclavos con una carreta vacía, que el hombre aparentemente era nuevo pero demasiado poco musculoso para ser un esclavo de reparto y que la mujer estaba allí para enseñarle el camino. Mientras cargaban el carro, una de las esclavas de la cocina le había dicho que tal vez aquellos dos fueran las personas respecto a las que les habían advertido que estuvieran atentos. Había sugerido que pusieran droga en su comida, pues dormidos resultarían menos peligrosos.
Al oír la alusión a la droga en los alimentos, Dannyl tuvo que disimular su consternación. Por fortuna, ni Lorkin ni Tyvara habían caído en la trampa y se habían escabullido.
A continuación interrogó a la mujer que había sospechado que la pareja no era quien afirmaba ser. En cuanto entró en la habitación, Dannyl observó que tenía una mirada penetrante, aunque ella solo posó los ojos en él por un instante antes de agachar la cabeza y postrarse ante él. Cuando el historiador le pidió que se levantara, ella mantuvo la vista baja.
Su explicación coincidía con la del jefe de esclavos, también en lo relativo al contenido del mensaje que advertía de dos magos peligrosos que se hacían pasar por esclavos.
—¿Qué te hizo pensar que eran las personas sobre las que os habían avisado? —le preguntó Dannyl.
—Encajaban con la descripción: un hombre alto y pálido, y una sachakana más baja.
«¿Pálido? —Dannyl frunció el ceño—. El jefe de esclavos no ha mencionado el color de piel de Lorkin, pese a que sin duda era lo bastante inusual para llamar su atención. Un momento… ¿No dijo la mujer a quien sané en casa de Tikako que Lorkin llevaba la piel teñida?»
¿Se había aclarado el tinte, o aquella mujer estaba diciéndole lo que creía que esperaba oír?
—Alto, baja, hombre, mujer… Ninguno de estos rasgos los haría destacar entre los otros esclavos. ¿En qué notaste que eran diferentes?
La mirada de la mujer, fija en el suelo, vaciló por un momento.
—En el modo en que se movían y hablaban, como si no estuvieran acostumbrados a recibir órdenes.
De modo que no había sido la piel clara. Dannyl hizo una pausa para anotar la respuesta mientras pensaba qué pregunta hacer a continuación. Tal vez había llegado el momento de ser más directo.
—Una esclava con la que hablé hace unos días creía que la mujer era una Traidora y que pretenden matar al hombre que ella secuestró. ¿Crees que es probable que lo maten?
—No —respondió la mujer, totalmente inmóvil.
—¿Has oído hablar de los Traidores?
—Sí. Como todos los esclavos.
—¿Por qué crees que es improbable que los Traidores intenten matar al hombre?
—Porque si lo quisieran muerto lo habrían matado en vez de secuestrarlo.
—¿Qué crees que piensan hacer con él entonces?
Ella sacudió la cabeza.
—Solo soy una esclava. No lo sé.
—¿Qué creen los otros esclavos que le harán los Traidores?
Se quedó callada por un momento e irguió ligeramente la cabeza antes de inclinarla de nuevo, como conteniendo el impulso de mirarlo.
—He oído a algunos decir —murmuró despacio— que la mujer es una asesina. Que los Traidores quieren que usted los encuentre.
Un escalofrío recorrió a Dannyl. Tyvara había matado a una esclava. ¿Y si la Traidora era esta, y no Tyvara?
—¿Quién lo ha dicho? —preguntó.
—No… no lo recuerdo.
—¿Hay algunos esclavos más dados a decir cosas así que otros?
Ella reflexionó por un instante y negó con la cabeza.
—Todos los esclavos chismorrean.
Después de hacerle algunas preguntas más, Dannyl supo que ella no le proporcionaría más información, y que si se callaba algo, no conseguiría que se lo revelara voluntariamente. Le dio permiso para retirarse.
«Apuesto a que sabe más de lo que dice. Y luego está la descripción de la piel pálida de Lorkin. Quería que yo supiera sin asomo de duda que Lorkin ha estado aquí, lo que tiene sentido si es cierto el rumor de que los Traidores quieren que yo encuentre a Tyvara y Lorkin».
Pero podía tratarse de una trampa. Por otro lado, la esclava a quien él había ayudado en casa de Tikako había dicho la verdad. Tyvara y Lorkin se habían desplazado hasta aquella finca de campo.
¿Y si los Traidores querían de verdad que encontrara a la pareja? «Entonces se asegurarán de que los encontremos, aunque me cuesta creer que Tyvara nos deje capturarla sin luchar. Y tendremos que estar preparados para cualquier tipo de reacción por parte de Lorkin. Es posible que ella lo haya convencido de que la acompañe, que lo haya seducido incluso, y que él se resista a que lo rescatemos».
Quería creer que Lorkin era demasiado sensato para eso, pero en el Gremio había oído el cotilleo de que el joven sentía debilidad por las mujeres bonitas e inteligentes. Que fuera hijo de la Maga Negra Sonea y del difunto Gran Lord Akkarin tampoco significaba que el joven hubiera heredado el buen juicio de sus padres. Esta cualidad era fruto de la experiencia. Solo se alcanzaba tras cometer errores, tomar decisiones y aprender de las consecuencias.
«Solo espero que no se trate de un error grave, y que al final él pueda aprender de las consecuencias, pues de lo contrario tendré que pasar el resto de mis días en Sachaka por miedo a lo que me hará Sonea si regreso al Gremio».
* * *
Lorkin habría imaginado que encontrarse con dos esclavos, hombre y mujer, caminando por un camino rural en plena noche despertaría sospechas, pero los pocos esclavos con que se habían cruzado apenas los habían mirado. Un carruaje había pasado de largo, y Tyvara había susurrado que seguramente viajaba en él un mago o un ashaki, pero solo le había advertido que se apartara del camino y mantuviera la vista baja.
—Si alguien nos pregunta algo, le diremos que nos han enviado a trabajar a la finca del ashaki Catika —le indicó—. Los dos somos esclavos domésticos. Caminamos a estas horas porque quieren que lleguemos allí mañana por la mañana y eso nos obliga a andar noche y día.
—¿El ashaki Catika tiene fama de ser tan cruel?
—Todos los magos sachakanos.
—Algún mago bondadoso habrá.
—Algunos tratan a sus esclavos mejor que otros, pero esclavizar a otra persona es en sí un acto cruel, así que yo no calificaría a ninguno de ellos de bondadoso. Si lo fueran, liberarían a sus esclavos y pagarían un sueldo a quienes decidieran quedarse a trabajar para ellos. —Se volvió hacia él—. Como hacéis los kyralianos.
—No todos los kyralianos son amables con sus criados —le dijo Lorkin.
—Al menos esos criados pueden marcharse y buscarse un patrón nuevo.
—Sí, pero no es tan fácil como parece. Hay mucha gente que quiere trabajar como sirviente, por lo que si un criado deja su empleo, puede costarle bastante conseguir otro. Las familias prefieren emplear como criados a sus propios parientes que a desconocidos. Los sirvientes pueden intentar buscar un trabajo distinto, o aprender un oficio, por supuesto, pero entonces tienen que competir con familias que ejercen dicho oficio desde hace generaciones.
—Entonces, ¿crees que la esclavitud es mejor?
—No, en absoluto. Solo digo que la alternativa no es más fácil. ¿Cómo tratan los Traidores a sus criados?
—Todos somos criados, del mismo modo que todos somos Traidores —explicó Tyvara—. No es un término como «ashaki» o «lord», sino una palabra que designa a todo un pueblo.
—¿Pero no a una raza?
—No. Somos sachakanos, aunque no solemos denominarnos así.
—¿O sea que incluso los magos realizan las tareas de los criados? ¿Limpian y cocinan?
—Sí y no. —Tyvara hizo una mueca—. Así es como se suponía que debía ser. Todos debíamos ocuparnos de las mismas labores. Un Traidor podía lavar platos en un momento determinado y al momento siguiente votar sobre asuntos importantes, como qué cultivos plantar. Pero no funcionó. Se tomaron algunas decisiones erróneas porque personas que no tenían la inteligencia o los conocimientos suficientes para entender las consecuencias eligieron mal.
»Ideamos una serie de pruebas para averiguar qué talentos tenía cada persona y desarrollarlos, a fin de que se ocupara de cada tarea quien estuviera mejor dotado para ella. Aunque eso implicaba que ya no hacíamos todos las mismas cosas, seguía siendo mejor que la esclavitud. Una vez cubiertas las necesidades de vivienda y alimento de nuestro pueblo, nadie estaba obligado a encargarse de un trabajo determinado, ni se le impedía que hiciera algo para lo que tuviera talento, fuera cual fuese la posición o la clase social de su familia.
—Suena estupendo —comentó Lorkin.
Ella se encogió de hombros.
—Funciona casi siempre, pero como todos los sistemas, tiene sus inconvenientes. Algunos magos preferirían pasar el rato quejándose y manipulando a otros que desperdiciar su magia labrando la tierra o calentando hornos.
—La mayoría de los magos del Gremio opinaría lo mismo, pero trabajamos para la comunidad de otras maneras. Nos ocupamos del mantenimiento del puerto, construimos puentes y otras estructuras, defendemos el país, sanamos a los enfermos y a los in…
Ella clavó los ojos en él de una manera que hizo que se le atragantaran las palabras. Su mirada feroz dio paso a una expresión ceñuda de preocupación. Luego apartó la vista.
—¿Qué ocurre? —preguntó él.
—Se acerca alguien —dijo ella, mirando al frente, hacia el camino en sombras—. Cualquier persona con la que nos crucemos podría ser una Traidora. No deberíamos estar hablando; alguien podría escucharnos y descubrir quiénes somos.
La figura que se aproximaba resultó ser otro esclavo. Desde ese momento, Tyvara guardó silencio y lo hacía callar si él intentaba iniciar otra conversación. Cuando el cielo empezó a clarear, ella había escudriñado la zona circundante como había hecho la mañana anterior y finalmente había salido del camino para dirigirse hacia un muro apenas oculto tras unos árboles escuálidos.
El día anterior se habían escondido entre unos arbustos densos y espinosos. Sin embargo, aquellos árboles no les proporcionarían el mismo resguardo. Tyvara tenía la mirada fija en el suelo. Lorkin notó una vibración y oyó un sonido extraño de resquebrajadura seguido de algo que estaba a medio camino entre un golpe sordo y un estallido leve. Una nube de polvo se elevó tras el muro y el aire se llenó de un olor a tierra.
Un agujero se abrió delante de sus pies.
—Vamos, entra —dijo Tyvara, señalando la abertura.
—¿Ahí? —Lorkin se agachó y escrutó la oscuridad—. ¿Es que quieres enterrarme vivo?
—No, necio kyraliano —espetó ella—. Lo que quiero es que nos escondamos. Entra antes de que alguien nos vea.
Lorkin apoyó una mano a cada lado del agujero e introdujo las piernas, que quedaron colgando. No llegaba a tocar el suelo. Como la perspectiva de precipitarse en la oscuridad no lo atraía demasiado, creó una chispa de luz que iluminó un espacio hueco bajo el suelo, y el suelo curvo, no muy lejos de sus pies. Se dejó caer y se puso en cuclillas para no topar con la cabeza contra el techo mientras avanzaba hacia el fondo de la cavidad.
Esta tenía una forma esférica y estaba situada en su mayor parte debajo del muro. Había dos agujeros circulares a través de los que se divisaba el cielo cada vez más claro sobre el sembrado. Lorkin había entrado por uno de ellos y suponía que el otro era por donde había salido la tierra. Sin duda la magia de Tyvara impedía que el techo de la cavidad se hundiera y lo sepultara.
Ella se dejó caer a su lado y se sentó de inmediato frente a él. El espacio era demasiado reducido para dos personas, y sus piernas se rozaban. Él esperó que el interés súbito que esto despertó en él no resultara demasiado evidente. Ella lo miró a los ojos, suspiró y desvió la vista.
—Perdona que te haya hablado con brusquedad. No debe de ser fácil para ti fiarte de mí.
Él sonrió, avergonzado. «El problema es que quisiera fiarme de ella. Debería preguntarle el porqué de cada una de sus decisiones, sobre todo después de lo que me dijo la otra noche. De hecho, se lo preguntaría, pero cada vez que consigo que hable ocurre algo y vuelve a quedarse callada. —Ella estaba observándolo con expresión de disculpa—. Tal vez debería volver a intentarlo».
—Tranquila. Pero no es la primera vez que te enfadas conmigo esta noche. Cuando hablábamos sobre criados y Traidores al atardecer, ¿qué te ha molestado de lo que he dicho? —preguntó.
Tyvara abrió mucho los ojos y apretó los labios en un gesto de renuencia. Lorkin creyó que no iba a responderle, pero ella sacudió la cabeza.
—Antes o después tenía que explicártelo. —Hizo un mohín y bajó la vista a sus rodillas—. Hace muchos años, mi pueblo advirtió que uno de los ichanis que vagaban por el páramo tenía un esclavo extraño. Era un hombre pálido, tal vez kyraliano. —Alzó la mirada fugazmente hacia él antes de apartarla—. Tu padre.
Lorkin sintió que se le erizaba el vello. Aunque había oído antes la historia, su madre siempre se había mostrado reacia a hablar de aquella etapa de la vida de Akkarin.
—Lo vigilaron durante mucho tiempo y al final se percataron de que el esclavo era un mago del Gremio —prosiguió Tyvara—. Esto era poco habitual, como sin duda ya sabes, pues los sachakanos no toleran que los esclavos sepan magia. Si un esclavo desarrolla poderes de forma natural, lo matan. Esclavizar a un mago extranjero, sobre todo a uno del Gremio, era algo infrecuente y peligroso. Pero él no era un ichani común y corriente. Era astuto y ambicioso.
»Sus observaciones los llevaron a suponer que tu padre no tenía conocimientos de magia superior. Pero un día, la hija de la líder de mi pueblo cayó muy enferma y pronto quedó patente que se moría. Nuestra líder había oído hablar de la sanación por medio de la magia que se practicaba en el Gremio. Hemos intentado descubrir el secreto por nosotros mismos durante muchos años, pero sin éxito, así que nuestra líder envió a una de las nuestras a encontrarse con tu padre para hacerle una propuesta. —El rostro de Tyvara se ensombreció—. Ella le enseñaría magia superior a cambio de que él le enseñara magia sanadora.
Alzó los ojos hacia él. Lorkin le sostuvo la mirada. Ni su madre ni nadie más en el Gremio le había comentado que su padre había hecho un trato para aprender magia negra.
—¿Y? —la animó a continuar.
—Él accedió.
—¡No es posible que haga… que haya hecho algo así! —barbotó Lorkin.
Tyvara frunció el entrecejo.
—¿Por qué no?
—Es… Es una decisión que solo los magos superiores pueden tomar, y seguramente solo si cuentan con la autorización del rey. Revelar unos conocimientos tan valiosos a otra raza…, a un pueblo que no pertenece a las Tierras Aliadas… es demasiado arriesgado. Y habría que pedir algo a cambio.
—Magia superior —le recordó ella.
—Cosa que ellos jamás aceptarían. Está… —Se contuvo a tiempo. Desvelar que la magia negra estaba prohibida habría equivalido a desvelar el punto más débil del Gremio—. No era una decisión que le correspondiera tomar a él.
Tyvara curvó la boca con desaprobación.
—Y no obstante aceptó la propuesta —declaró—. Accedió a ir a nuestro pueblo a enseñarnos la sanación mágica, que, según él, no podía enseñarse en un momento, a diferencia de la magia superior. Así que aprendió magia superior y la utilizó para matar a su amo. Luego desapareció y regresó a Imardin, rompiendo su promesa. La hija de nuestra líder murió.
Lorkin cayó en la cuenta de que no podía resistir la mirada de aquellos ojos acusadores. Miró al suelo, cogió un puñado de tierra y dejó que se escurriera entre sus dedos.
—Comprendo que tu pueblo le guarde rencor —dijo en un tono poco convincente.
Ella respiró hondo y desvió la vista.
—No todo mi pueblo. Una de ellas viajó a Imardin más tarde, cuando era evidente que el hermano del que fue amo de tu padre se preparaba para invadir Kyralia. Descubrió que este ichani llevaba un tiempo enviando espías a Imardin y que tu padre los eliminaba en secreto. Es posible que tu padre volviera a casa porque había averiguado los planes del hermano de su amo.
—O tal vez suponía que entenderíais que tenía que convencer al Gremio de que le permitiera enseñaros la sanación mágica antes de regresar.
Ella lo miró.
—¿De verdad crees eso?
Lorkin sacudió la cabeza.
—No. No podía hablarles de vosotras sin confesar que había… —«había aprendido magia negra»—… había estado esclavizado aquí.
—¿Rompió su promesa por orgullo? —dijo ella con indignación, aunque menos de la que él esperaba. Tal vez comprendía por qué su padre se había resistido a referir su historia.
—Dudo que fuera la única razón —dijo—. Reveló la verdad cuando llegó el momento en que fue necesario. O casi toda la verdad, según descubro ahora.
—Bueno —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Fuera cual fuese la razón, él no cumplió su promesa. Una parte de mi pueblo, la facción que mencioné la otra noche, quiere castigarte por ello. —Esbozó una sonrisa torcida cuando él la miró horrorizado—. Por eso enviaron a Riva a matarte, contraviniendo las órdenes de nuestra líder. Pero la mayoría de nosotros mantenemos el principio de que somos mejores que nuestros salvajes primos sachakanos. No castigamos a los hijos por los crímenes de sus padres.
Lorkin suspiró aliviado.
—Me alegra oír eso.
Tyvara sonrió.
—En vez de eso, les damos la oportunidad de reparar el daño.
—Pero ¿qué puedo hacer? No soy más que el ayudante del embajador. Ni siquiera sé hacer magia superior.
Ella adoptó una expresión seria.
—Podrías enseñarnos el arte de la sanación mágica. —Se quedaron mirándose en silencio. Luego ella bajó la vista—. Pero acabas de dejar claro que no estás autorizado para transmitirnos ese saber.
Él sacudió la cabeza.
—¿Hay alguna otra cosa que pueda hacer? —preguntó, como disculpándose.
Ella fijó los ojos en la pared de tierra con expresión ceñuda mientras reflexionaba.
—No. —Su boca se curvó en una mueca—. Esto no es bueno. Hemos impedido que la popularidad de la facción contraria aumente incidiendo en la idea de que tú podrías darnos lo que tu padre nos prometió. Cuando mi pueblo se entere de que no piensas enseñarles sanación mágica, se quedarán desilusionados. Y enfadados. —Inclinó la cabeza—. Tal vez sea mejor que no te lleve allí. Debería enviarte de vuelta a tu país.
—¿No me necesitas ahí para corroborar que Riva intentó matarme, en contra de las órdenes de tu líder?
—Me ayudaría a defenderme.
—¿Ir a Refugio para hablar en tu favor mejoraría la imagen que los tuyos tienen de mí?
Ella frunció el ceño y lo miró.
—Sí…, pero…
Lorkin meditó sobre ello con sentimientos encontrados. «Estaba deseando acompañarla a su tierra, aprender más sobre su pueblo… y averiguar qué saben acerca de piedras con propiedades mágicas. ¿Qué será de Tyvara si no voy con ella? Mató a una de las Traidoras para librarme del peligro. Aunque Riva estaba desobedeciendo órdenes, es posible que castiguen a Tyvara de todos modos, o incluso que la ejecuten. No me parece bien huir y volver a casa cuando ella puede morir por haberme salvado la vida. Además, dudo que tenga muchas posibilidades de llegar a Kyralia, solo o con la ayuda de Dannyl, mientras haya por todo Sachaka Traidores iniciados en la magia negra empeñados en matarme».
—Entonces viajaré contigo a Refugio.
Ella abrió mucho los ojos y los posó en él.
—¿Estás seguro?
Él se encogió de hombros.
—Soy el ayudante de un embajador. Aunque no soy un embajador propiamente dicho, sigo teniendo la obligación de entablar y mantener relaciones amistosas entre Kyralia y Sachaka. Si resulta que hay una región de Sachaka con la que no hemos conseguido entablar relaciones amistosas, es mi deber asegurarme de que esa región no sea ignorada o desatendida.
Ella había clavado la vista en él, boquiabierta, aunque Lorkin no estaba seguro de si era por la sorpresa, la incredulidad o porque lo que estaba diciendo le parecía una auténtica idiotez.
—Y como mi predecesor causó tan mala impresión a tu pueblo, es aún más importante que haga lo posible por mejorar su opinión sobre el Gremio y los kyralianos —prosiguió. De pronto le vino una embriagadora ráfaga de inspiración—. Y plantear la posibilidad de negociar un intercambio de conocimientos de magia, recurriendo esta vez a las partes competentes y siguiendo los procedimientos de rigor.
Tyvara cerró la boca de golpe y, por un momento, fijó en Lorkin una mirada tan penetrante que él solo pudo sostenerla con una sonrisa esperanzada y bobalicona. Acto seguido, echó la cabeza hacia atrás y se rió. Las carcajadas resonaron en la cavidad mientras ella se llevaba la mano a la boca.
—Estás loco —dijo cuando sus hombros dejaron de agitarse—. Por fortuna para ti, es una locura que me gusta. Si de verdad quieres arriesgar el pellejo acompañándome a Refugio, para defenderme o para intentar persuadir a mi gente para que te dé algo a cambio de lo que consideran que ya les debes…, creo que, por motivos egoístas, no intentaré disuadirte.
Él se encogió de hombros.
—Es lo menos que puedo hacer. Me salvaste la vida. Y tu pueblo salvó la de mi padre. ¿Aceptas mi compañía?
—Sí. —Le dedicó una sonrisa lúgubre—. Y si me ayudas, haré todo lo posible por ayudarte a sobrevivir cuando lleguemos.
—Sería todo un detalle también.
Ella hizo ademán de añadir algo, pero entonces miró hacia otro lado.
—Bueno, pero para eso tenemos que llegar. Es una larga caminata. Más vale que durmamos un poco.
Él observó cómo se acurrucaba y apoyaba la cabeza en un brazo, y entonces se tumbó también. Era imposible encontrar una postura cómoda sobre el suelo curvo. Acabó por seguir el ejemplo de Tyvara y hacerse un ovillo, con la espalda contra la suya. Notó el calor que emanaba de su cuerpo. «No, no pienses en eso, o no conseguirás pegar ojo».
—¿Podrías apagar la luz? —murmuró ella.
—¿Y si mejor bajo la intensidad? —La perspectiva de estar bajo tierra en una oscuridad total no lo seducía en absoluto.
—Tú mismo.
Lorkin redujo la intensidad de la chispa hasta que apenas los iluminaba a ambos. Entonces se puso a escuchar la respiración de Tyvara, esperando que se adaptara al ritmo lento y profundo del sueño. Sabía que él estaba demasiado consciente de la cercanía de su cuerpo para dormirse también, pero se sentía tan cansado…
Al poco rato, se había sumido en sueños extraños en los que caminaba por un sendero de tierra tan blanda que se hundía en ella como si fuera agua, mientras Tyvara, más ligera y ágil, apenas dejaba huellas en el suelo, y se alejaba más y más…