Capítulo 45

DESPUÉS de su milagrosa liberación, Saulo reinició sus viajes por Asia Menor y Europa; no sólo fundaba nuevas iglesias, sino que aumentaba y fortalecía las establecidas. Escribía constantemente epístolas interminables, especialmente a sus queridos amigos de Corinto, al tejedor Aquila y a su esposa Priscilia, en cuya casa se había alojado. Aquellas epístolas eran atesoradas y guardadas, pero muchas se perdieron para siempre, aunque se conservó su espíritu. Sufrió que lo apedrearan, golpearan y azotaran en sus viajes, pues, para los piadosos judíos, todavía era "el gran renegado", y muchos cristianos recordaban sus anteriores persecuciones a la Iglesia. Los sacerdotes de las religiones locales se resentían de sus conversiones, que les privaban de algunos ingresos, y los romanos encontraban sospechoso a aquel hombre que se expresaba tan cultamente y que, en cambio, vivía como un esclavo.

Sin embargo, numerosos romanos se convertían y no faltaban entre ellos soldados y oficiales, sobre todo de Filipos, maravillados por la milagrosa liberación de Saulo, cuyo relato propalaban. y como algunos de los conversos eran ricos, la Iglesia podía extender sus actividades caritativas y aportar mayores socorros a los enfermos y moribundos, y a los niños abandonados.

Un día dijo a Timoteo, quien ya no era tan joven: -Mi tiempo se acorta. He tenido una visión. Debo volver de nuevo a Jerusalén. En la visión, contemplé una nube sobre la amada ciudad... Después, ya nunca volveré a verla.

-Estás cansado —dijo Timoteo-. Es tu cuerpo cansado el que habla, y no tu alma.

Pero Saulo tenía sus premoniciones.

-Anhelo ver de nuevo a mi hermana, y a sus nietos, a los que no conozco —dijo evasivo-. Saber de mi sobrino Amos y de sus triunfos en sus viajes y administraciones, y quizás lo encuentre en Jerusalén -sonrió a Timoteo-: Sólo soy un hombre, y necesito consuelo humano, aunque nadie parece darse cuenta de eso.

Recibió cartas de Lucas, al que contestó, y ambos se regocijaron con sus mutuas victorias y conversos. "Un día -escribía Lucas- no habrá pueblo ni nación que ignore Su Nombre, y habrá llegado el triunfo que Él predijo. Sigue adelante, querido amigo, aunque te quejes de la debilidad de la carne, del cansancio inagotable. Sólo se trata de nuestro cuerpo, al que es preciso dominar, pues Él nos dará el sostén necesario para nuestras almas, y no nos dejará morir sin haber cumplido nuestra misión."

Había ocasiones en que Saulo se sentía vencido por una angustia cuyo origen reconocía, pero contra la que no podía luchar: ¿Habría sido un sueño toda su vida? A veces gemía como Job: "Mis ojos están nublados por el dolor, y mis miembros se desvanecen como una sombra". En esta oscura confusión vagaba durante días e incluso semanas.

Entonces, una noche, recibió la llamada para volver a Jerusalén y se despertó diciéndose:

-Ha llegado el principio del fin, y pronto hallaré descanso.