XIV
RAZZ NOS ACOMPAÑÓ hasta la terminal del suburbano. Yo le invité a que viniese a casa con nosotros, pero él no quiso.
—Tu padre se pondría hecho una fiera —dijo riendo. Yo ya le había contado cómo había reaccionado cuando mi madre llevó a Rachel a casa.
—No importa —pensaba que no podría soportar no verlo nunca más.
Me puso las manos encima de los hombros:
—Somos dos mundos diferentes tú y yo, Kari. Tan diferentes como Jon y toda esa gente de Starhost.
—Pero ellos eran igual que nosotros —dije.
Él me miró fijamente a los ojos, como si pudiera escudriñar dentro de mi mente. Yo veía un círculo púrpura de tristeza alrededor de su cabeza.
—No —dijo—, no eran igual que nosotros, y yo no soy igual que tú.
Le miré. Tenía razón. Exteriormente éramos lo mismo, pero ésa era la única coincidencia. Conocer a Rachel y a Razz me había enseñado sobre todo una cosa: que no se puede saber cómo es la gente sólo con mirarla.
—¿Dónde te mandamos el dinero? —le pregunté.
—¿Qué dinero? —dijo frunciendo el ceño.
—El dinero que te debemos por ayudarnos.
—Olvídalo —murmuró sacudiendo la cabeza.
—Pero…
Vi que no servía de nada discutir, así que lo dejé. Sólo le eché los brazos al cuello y le abracé. Enterré la cara entre su cuello y su hombro, sentí su aliento en mi pelo. Su corazón… mi corazón… su gemido cuando inclinó la cabeza y cerró los ojos al mundo que se alzaba entre los dos. Después me apartó, pero sin quitar las manos de mis hombros. Su nuez subía y bajaba como si tragase saliva. Le brillaban mucho los ojos.
—Te están esperando —dijo.
Cuando miré, Jake y Rachel nos estaban observando. Jake disimulaba, pero vi que miraba de reojo.
—Por favor, ven…
Razz me soltó y volvió a negar con la cabeza. Sonrió.
—No tengo documentación. Así que, en realidad, no existo para tu mundo.
—Existes en mi mundo —susurré—, existirás siempre.
Entonces él se inclinó hacia adelante y me besó.
—No me olvides, Kari.
—No te olvidaré —tenía los ojos nublados cuando él me dio la espalda y se fue.
Rachel le cogió del brazo al pasar. Dejaron a un lado a Jake y se pusieron a hablar. Vi que Razz sonreía y después echaba la cabeza atrás y reía. Luego, levantó la mano para decir adiós, se mezcló entre la gente y desapareció.
Rachel volvió a nuestro lado.
—Es hora de que yo me vaya también.
Yo la miré horrorizada.
—No, tú vas a volver con nosotros.
—No, Kari —movió la cabeza gravemente.
—Jake, díselo tú —y agarré a mi amigo del brazo—, dile que tiene que quedarse.
—No podemos obligarla si ella no quiere —dijo simplemente Jake.
—No es eso —intentó hacerme entender Rachel—. No quiero ponerte en peligro otra vez. Zeon volverá a buscarte, Kari…, no cometas un error.
—No importa —le aseguré—, no te traicionaré.
—Lo sé —sonrió Rachel—, pero quiero que tú y tu familia estéis a salvo.
—Pero ¿adónde vas a ir?
—No te preocupes por mí. Estaré bien, de verdad.
No entendía nada. Era como si todo empezase de nuevo. Un círculo. Con Rachel, Jake y yo dando vueltas sin encontrar nunca respuestas.
—Kari —dijo Jake suavemente—. Me parece que tenemos que irnos a casa. Dentro de poco se nos acaba el tiempo, ya no podremos justificarnos.
—Pero no podemos dejar a Rachel aquí. Me había hecho a la idea de que la convencería para venir a casa conmigo.
Al otro lado de la barrera vi un tren que entraba, al momento comenzaron a bajar los pasajeros. Jake miró la pantalla en la que apareció el lugar al que se dirigiría el tren de regreso.
—Por favor, Kari. Tenemos que pasar el control de seguridad.
Rachel me abrazó y me dio un ligero empujón.
—Vete.
—Pero…
No servía de nada discutir, así que la dejamos allí. Se quedó de pie, derecha, con una mano sobre la barandilla de metal. Con la luz detrás, volvía a parecerme la reina guerrera que había visto en la ladera la noche que la habíamos llevado hasta el túnel.
Cuidado con las puertas, cuidado con las puertas, se oyó por un altavoz. Éstas silbaron al cerrarse y el tren se deslizó en el túnel. Detrás de nosotros todo fue oscuridad, y Rachel desapareció.
No hablé en todo el camino de vuelta. Jake iba charlando, pero apenas oí una palabra de lo que decía. Me sentía tan desinflada como un globo sin saber realmente por qué. Habíamos hecho lo que nos habíamos propuesto hacer. Habíamos encontrado a los amigos de Rachel…, habíamos encontrado a la propia Rachel y la habíamos rescatado de Blenham. Y habíamos encontrado gente de otro mundo. Tenía que ser lo más fantástico, apasionante y extraordinario que nunca le había sucedido a nadie. Pero todavía faltaba algo.
Todavía faltaba una pieza en aquel rompecabezas y yo sabía que no me sentiría verdaderamente feliz hasta haberla encontrado.
—¿Cómo está Vinny? —fue lo primero que mi madre me preguntó cuando llegué.
Jake se había ido a su casa. Decía que, probablemente, su madre no se habría dado cuenta siquiera de que él había estado fuera, pero quería ir a cambiarse de ropa.
No me sorprendía. Su chándal había soportado demasiado. La sudadera tenía un agujero en el sitio donde le habían colocado el detector, y aceite de motor por todas partes. En cuanto a los pantalones, era como si hubiese dormido con ellos durante una semana.
—Ah… está muy bien —contesté a la pregunta de mamá.
Me echó una de sus miradas sorprendidas.
—¿Te has comprado un chándal nuevo?
—Eh… sí. ¿Te gusta?
—Está un poco sucio. Y roto -—dijo mamá—. Dáselo a Archie para que lo arregle y lo eche a lavar.
—Sí, claro.
Mamá suspiró.
—¿Qué habéis hecho?
—No mucho —me encogí de hombros—. Fuimos al centro de juegos, y ese tipo de cosas.
—¿Estaba el padre de Vinny?
—No.
—Entonces, estaría contenta de tener compañía.
—Sí.
Mamá suspiró otra vez. Le molestaba que yo contestara con monosílabos, pero ¿qué otra cosa podía hacer?
Yo estaba apoyada en el marco de la puerta de su despacho. Tenía en la punta de la lengua preguntarle por aquella vez que había desaparecido de pequeña, pero antes de que yo pudiera decir nada abrió el cajón de su mesa y sacó la muñeca. Se volvió para mirarme de frente.
—Encontré esto en tu cuarto —me explicó. Tocó la cara con la punta de los dedos y vi alrededor de su cabeza un halo azul de emoción—. ¿De dónde la sacaste?
Me miró con esos ojos perspicaces que me hacen tan difícil mentir. Así que le dije la verdad.
—¿Qué estabas haciendo allí? Es un sitio peligroso.
—Pensamos que Rachel podía haber dejado algo allí, por eso fuimos.
Se quedó mirándome durante un rato.
—¿Y lo había dejado?
—No —mentí otra vez.
—Pobre Rachel, ¿qué le habrá sucedido?
—Sí —dije—, yo también me lo pregunto —mi corazón dio un vuelco. Rachel… sola y sin amigos en la Ciudad… ¿qué le pasaría?
—La verdad es que habría querido ayudarla, ¿sabes? —dijo mi madre.
—Sí, ya lo sé —le puse la mano en el hombro.
—Esto… —mamá levantó la muñeca—, era tuyo, lo perdiste siendo muy pequeña, ¿te acuerdas?
—No estoy segura —respondí.
Ella pareció satisfecha con la respuesta. Quizá había olvidado ya lo asustada que había estado cuando yo me escapé. Quizá dentro de unos cuantos años yo olvidaré lo asustada que estuve en Blenham. Quizá olvidaré a Jon…, a los demás…
Aunque lo dudo.
Fui al cuarto de papá, dije «hola» y le di un beso. Probablemente no habría notado que yo había estado fuera.
Se giró en su silla, sorprendido.
—Kari, ¿qué pasa?
—Nada. Sólo estoy contenta de estar en casa.
—¿En casa?
—Olvídalo, papá —sonreí.
El se encogió de hombros y volvió a sus pantallas.
En mi cuarto saqué la flauta de la caja, llevé una silla junto a la ventana y me senté mirando hacia fuera. Rocé la flauta con los labios y empecé a tocar. Salía tan fácilmente… la melodía de la sinfonía que había tocado en Starhost. La toqué una y otra vez. Las notas parecían colgar en el aire durante un minuto o dos, luego se elevaban hasta el techo y subían al cielo estrellado. Estuvieran donde estuvieran, yo esperaba que Jon y los suyos pudieran oírlas.
Por fin dejé la flauta y fui hasta mi ordenador. Lo arranqué. Quería grabar la música y enviársela a Jake. La pantalla me dijo que había un mensaje en espera. La cara del lector apareció en su pequeña ventana en un rincón de la pantalla. Lo suprimí. Tenía una voz odiosa. Se suponía que sonaba como la de una persona real, pero nunca he oído a nadie hablar así.
Kari:
No queremos dejarte sin una explicación. Sabemos que te sientes confusa e intrigada y sentimos no poder despedirnos como es debido, pero no resultaba seguro para nosotros quedarnos más tiempo. Sentimos también no haber contestado a todas tus preguntas. Pensábamos que lo mejor para ti era no saberlo hasta que nos hubiéramos ido nosotros. Lo que presenciaste en Starhost
fue una especie de reunión. Una asamblea de algunas de las personas con las que hemos tenido relación durante nuestras visitas a vuestro mundo. Personas a quienes admiramos especialmente, personas con un don para la música. Por eso queríamos que tú estuvieses allí, Kari. Tú eres una persona con un don especial, una habilidad natural para hacer música, algo con lo que has nacido y nos mostraste cuando sólo tenías tres años. Tenías otros dones también. Podías ver los colores y estados de ánimo que otros no pueden ver. Eras única, Kari: todavía lo eres. Ya ves, nuestra misión ha sido estudiar y recoger datos de las distintas razas que hemos encontrado en nuestras expediciones por el tiempo y el espacio. Esperamos que, algún día, estos datos sirvan para que por todo el universo se conozca a la gente de otros mundos. Nos sorprendimos la primera vez que vinimos a vuestro mundo. Se parece extraordinariamente a lo que era el nuestro en nuestro siglo veintiuno, y vosotros sois los únicos habitantes de otro mundo que hemos encontrado con el mismo aspecto que nosotros. También encontramos que, aunque vuestra civilización no está todavía muy avanzada, compartimos muchas cosas. El amor por la música es una de ellas. Esperamos que, un día, vuestro mundo será capaz de librarse de la violencia y la pobreza, el poder y el odio, igual que nuestro mundo lo ha hecho, y que tú podrás venir a nuestro encuentro entre las estrellas. Cuando tú leas este mensaje, nuestros amigos de tu mundo estarán camino de sus casas. Quién sabe, quizá algún día os encontréis de nuevo. Hay un par de cosas que queremos hacer antes de irnos definitivamente. Una es darte las gracias. Cuando te conocimos hace tantos años, tú compartiste con nosotros tus dones, libremente y sin temor. Nuestra forma de darte las gracias es componer una sinfonía para ti. La hemos llamado «Ciudad de las Estrellas ». Cuando mires al cielo de noche, recuérdanos, Kari.Leí el mensaje una y mil veces hasta que quedó impreso en mi mente para siempre. Cuando conseguí dejar de llorar, escribí la dirección de Jake y se lo envié.
Cinco minutos después estaba en el videófono. Era la primera vez que veía a Jake próximo a las lágrimas.
—Me gustaría poder contárselo a Razz —lloriqueé.
—Tengo la sensación de que él ya lo sabe —dijo Jake.
Entonces recordé a Razz y a Rachel, con las cabezas juntas en la terminal. Jake tenía razón. Razz ya lo sabía.
—¿Vas a contárselo a alguien? —preguntó Jake.
—No —respondí—. Quiero que sea nuestro secreto. El nuestro y el de todos los demás que les han visitado.
Jake empezó a sonreír:
—De acuerdo. Así que si Zeon aparece otra vez…
—Le dices que se pierda.
—Pero la música que han compuesto para ti, ¿dónde está? —dijo Jake.
—No lo sé. Quizá me la manden en otro momento.
—Eso espero.
Más tarde salí al jardín. Seguía dándole vueltas en mi cabeza a la carta de Jon. Decía que tenían un par de cosas que hacer antes de irse. Una era enviarme el mensaje dando las gracias. Me preguntaba cuál podía ser la otra.
La noche era calurosa y el aire pesado amenazaba tormenta. El resplandor de la Ciudad iluminaba el horizonte y en la distancia oí un rumor de truenos. En las colinas se estaban arremolinando nubes negras, que el sol poniente bordeaba con una línea rojo sangre.
Me senté en el jardín sin mirar a ningún sitio. Archie trasteaba en la cocina. En su cuarto, Damien cazaba cualquier cosa con su zapper.
Entonces las luces se encendieron de repente y vi una figura en la verja. Supe quién era de inmediato.
Corrí hasta la puerta y marqué el código. Al abrirse, la cogí de las manos y la hice entrar.
Ya no parecía una inadaptada o una vagabunda. Llevaba una especie de traje gris, hecho de un material similar a la seda que yo nunca había visto antes. Llevaba el pelo sujeto en lo alto de la cabeza y unos pequeños pendientes de oro en las orejas.
—¡Has vuelto!
Me cogió de la mano y me llevó otra vez hacia las sillas.
—Sólo por un rato, Kari. He decidido contarte algo. Y te he traído esto.
Me dio una caja pequeña. Cuando la abrí, vi un microdisco brillante. En el rótulo estaba escrito el título:
La Ciudad de las Estrellas: una sinfonía para Kari.
—Puedes oírlo cuando me haya ido —dijo.
Y entonces escuché lo que tenía que contarme. Cuando terminó, la miré fijamente. Mis ojos debían reflejar incredulidad, porque sonrió y me preguntó:
—¿No me crees?
—Yo… Yo pensaba… —y ya no sabía lo que pensaba—. ¿Por qué ibas vestida como una vieja harapienta?
Ella sonrió otra vez.
—Un error —dijo—. Creía que así pasaría desapercibida…, pero ocurrió justamente al revés.
Yo sonreí. Me acordaba de la primera vez que la había visto. Con aquel viejo abrigo raído y aquella bufanda como si fuese una inadaptada. Nunca más volvería a sacar conclusiones a simple vista.
—Fui tan desagradable contigo —dije avergonzada.
—No, no lo fuiste.
La miré. Tenía un millón de preguntas que hacer, pero sabía que no quedaba tiempo. Aunque había una cosa…
—¿Cómo es? —dije—. ¿Cómo es tu mundo?
—Si tuviera una semana —dijo suspirando—, no sería suficiente para contártelo —jugueteó con el anillo que llevaba en el dedo—. Desde el espacio parece un brillante y turbulento orbe de hermosos verdes, azules y blancos, con continentes, montañas, cordilleras y océanos… —me miró y sonrió—. Quién sabe, algún día tal vez puedas verlo por ti misma.
—¿Cómo lo llamáis?
Ella miró hacia arriba otra vez.
—Tierra —dijo. Después señaló una estrella brillante, que parpadeaba entre las otras—: Mira, allí está.
—Tierra —repetí la extraña palabra suavemente, mirando hacia arriba—. Tierra.
—¿Cómo llamáis a nuestro Mundo? —pregunté.
—Lo llamamos Altair.
—¡Oh! —fue lo único que se me ocurrió decir.
Se levantó.
—Déjame ir contigo.
—Está bien —dijo Rachel después de dudar un momento.
Salimos por la verja y cruzamos la carretera. Saltamos la cuneta, trepamos por la ladera y caminamos por el sendero hacia el túnel. La noche todavía era pesada. La tormenta se estaba acercando. Hubo un súbito estallido y un relámpago iluminó el horizonte. Un viento caliente me alborotó el pelo.
—Será mejor que te des prisa —dije.
—Todo está bien —miró hacia el cielo—. De hecho, es perfecto.
Incluso en la penumbra pude ver el agujero que Rachel había abierto en la pared cuando estaba huyendo de Zeon. Me habría gustado poder contarle a Damien que había conocido a alguien del mundo exterior que tenía un auténtico zapper, pero lo probable es que no me creyera si se lo contaba.
Rachel se paró y abrió los brazos. Yo la abracé rápidamente y luego la dejé marcharse. Miró arriba cuando otro estallido de luz cruzó el cielo.
—Ya están casi aquí —dijo.
Observé cómo entraba en el túnel… una figura oscura contra la luz cegadora. Después, de repente, se había ido.
Me volví y no dejé de correr hasta llegar a casa.