II

A LO LARGO DE LA TARDE el timbre de la puerta sonó dos veces.

Primero fue la madre del amigo de Damien, que le trajo a casa después de pasar el día en el centro de juegos. Oí que mamá le decía que diera las gracias. Me lo imaginé limpiándose los pies en el felpudo mientras murmuraba algo. Le oí correr escaleras arriba y tirar la bolsa de deportes encima de la cama para bajar corriendo otra vez.

Me preguntaba qué pensaría él de Rachel. Probablemente le dispararía con su zapper antes de que ella tuviera tiempo siquiera de decir hola. Damien va siempre con su zapper a todas partes; con él sorprende a todo el mundo, amigo o enemigo.

La segunda vez que sonó el timbre, oí la voz de Jake a través del telefonillo.

—¡Yo le abriré! —bajé las escaleras a toda velocidad, abrí la puerta de un tirón y le hice entrar.

—¡No te lo vas a creer! —le dije ya a media escalera camino de mi cuarto.

—¡Una inadaptada! —se reía cuando se lo conté—. ¡Formidable! ¿Entonces tu madre ya no se dedica a recoger gatos?

Le tiré una lata vacía de coca-cola.

—No es formidable. Es desagradable… y peligroso. Espera hasta que la veas.

Jake se repantigó en mi cama. Su pelo negro se le había puesto de punta al quitarse el casco de béisbol, que había tirado sobre mi tocador. Ojalá tuviera mejor gusto para vestirse. Llevaba una chaqueta de un rosa chillón con unos pantalones de deporte grises que se había manchado con barro de la bici. Trato de ignorar su completa ausencia de estilo. Después de todo, tiene un celebro brillante, buen gusto en música rock y un fantástico sentido del humor, aunque se ría de mí cuando debería tomarme en serio.

—Bueno, háblame de ella —dijo sentándose.

—No sé nada de ella, y mamá tampoco. Lo único que sé es que apesta.

Suspiré y me tumbé con las manos detrás de la cabeza, mirando los símbolos de color carmesí y azul que había pintado en el techo. Mamá había estallado al verlos, a pesar de que siempre había dicho que podía hacer lo que quisiera en mi cuarto. Pero ese día me comentó que nunca había visto nada como aquello. Nadie lo había hecho y por eso yo los había pintado. No sé de dónde salieron, sólo que me vinieron a la cabeza sin saber como.

Jake se echó a reír otra vez y después se puso serio.

Tu madre se está arriesgando mucho.

¡Dímelo a mí! Pero ella dice que los inadaptados rutas veces salen de los límites de la Ciudad.

El parecía pensativo.

Podría ser una vagabunda. En las noticias de la 'mana pasada vi a la policía rodeando a un grupo de

vagabundos. Habían hecho un campamento en alguna parte y la policía lo estaba echando abajo. Cargaban a la gente en furgonetas… hombres y perros… todo.

¡Una vagabunda! ¿Por qué no había pensado yo en eso? Probablemente porque los vagabundos van en grupos, y Rachel estaba completamente sola.

—¡Seguro que es eso! Se habrá separado del resto de la banda.

Me senté. De repente quería cambiar de tema. No quería pensar dónde iba la gente cuando echaban abajo sus casas. Mientras no nos invadieran, en realidad, no me importaba. Se me da muy bien eso de esconder la cabeza bajo el ala.

—Por cierto, ¿a qué has venido? —pregunté.

—Me aburría.

—Pensaba que habías venido a cenar —sonreí.

La madre de Jake es enfermera y hace guardias de veinte horas en el hospital de urgencias de la Ciudad, así que él está solo casi todo el tiempo.

—Sí, claro —dijo.

Yo hice una mueca.

—Espero que no te arrepientas.

—¿Por qué? ¿Por Rachel? Para ser sincero, siento bastante curiosidad —Jake es todavía más curioso que yo.

—Yo también —admití—. Pero eso no significa que la quiera en mi casa.

—De todas maneras —sonrió—, yo no me preocuparía. Probablemte es uno de los proyectos de tu madre. La alimentará y luego dejará que siga su camino.

—¿Como alimenta a los gatos, quieres decir? —yo estaba jugueteando con una esquina del edredón—. ¡Pero los gatos se quedaron para siempre!

—Podría no ser tan mala como crees.

—Tú espera —dije, aunque no sabía muy bien por qué. Es una tontería odiar a alguien a quien ni siquiera conoces. Sin embargo, no podía evitarlo.

Aunque me sentía mejor, eso sí; )ake siempre me produce ese efecto, no hay nadie como él para ver las cosas tal como son. Las ve racionalmente, mientras que yo me salgo de mis casillas. Quizá tuviera razón y Rachel fuera sólo uno de los proyectos de mamá. Quizá se refrescaría y comería, para marcharse después a otro lugar.

Estábamos entretenidos cuando la puerta se abrió de golpe y allí estaba Damien, con las piernas separadas dispuesto a exterminar todo signo de vida.

Arrugó la nariz pecosa y respingona, y soltó:

—Mamá dice que la cena está lista y que si Jake se queda.

—Sí, se queda. Y ahora lárgate.

—Lárgate tú —Damien me disparó con su zapper y se fue corriendo escaleras abajo sin dejar de disparar a todo lo que veía. Jake salió detrás, disparándole también. A Jake le chifla todo lo relacionado con la ciencia ficción, pero yo creo que se le ha pasado un poco la edad para esos juegos.

Mi padre tenía que estar también muerto de hambre, porque apareció cuando llegábamos al final de las escaleras, olfateando el aire.

—Huelo una de las comidas especiales de mamá —dijo tratando de bromear: mi madre es la peor coci- ñera del universo. Cuando cerró la puerta, pude ver que las cuatro pantallas se apagaban. Llevaba meses atascado en un proyecto y apenas salía de su cuarto.

—Hola —saludó a )ake.

—¿Ya has conocido a tu visitante? —preguntó Jake.

Papá frunció el ceño y movió la cabeza:

—No. ¿Qué visitante?

A pesar de mis patadas en la espinilla y mis cuchicheos para hacerle callar, Jake se lo contó todo. Yo sabía que las explicaciones habrían sonado mejor viniendo de mi madre, pero… Papá sacudió la cabeza incrédulo y se rascó la barba.

—Tu madre se ha vuelto loca —dijo, y abrió la puerta de la cocina.

Todos estaban esperando: mamá, Damien, Rachel, y los gatos arremolinados a los pies de Rachel como babuchas peludas. En la televisión estaban dando un programa de juegos, pero nadie lo miraba.

Archie estaba poniendo los cubiertos sobre la mesa. Cuando entramos, Rachel nos miró con aprensión. Primero a mí, después a Jake y a papá. Luego, bajó la mirada con rapidez, como si nuestros ojos quemasen sus pupilas. Se había puesto una sudadera de mamá y unos vaqueros viejos. ¡Mis vaqueros viejos!, los que yo había tirado en el cubo de reciclado. Sus dedos jugueteaban con una cuchara. Manos blancas, dedos elegantes, uñas rosa ahora que la suciedad había desaparecido. Se había recogido el abundante pelo hacia atrás; algunos mechones grises se escapaban y caían sobre los altos pómulos. Uno resbaló hasta su pequeña nariz puntiaguda y ella lo apartó con aire ausente.

Respiré hondo. A pesar de ser una persona tan vieja, era bastante guapa. Sentí que un sobresalto me recorría la piel, como si unos dedos helados pasaran por encima de mí. Ella me miró sabiendo cómo me sentía. Todavía tenía esa aura, más clara ahora que yo podía ver bien su cara. Oro pálido y brillante que parecía revolotear alrededor de ella.

Papá la estaba mirando boquiabierto. Después cogió el mando a distancia y apagó el televisor. Un signo seguro de que habría problemas.

Yo bajé los ojos y me senté en mi sitio habitual. Saqué una silla para Jake y esperé a que papá explotara.

—Hola a todos —dijo Jake con voz forzada.

—Jake —dijo mamá como si no supiéramos su nombre—, me alegro de verte —le hablaba a él, pero miraba a papá, que seguía examinando a Rachel. Sus cejas oscuras y pobladas se habían unido en una gruesa línea negra.

—Yo también —dijo Jake débilmente.

—George… —mamá todavía miraba a papá. Damien pasaba de uno a otro como si estuviera contemplando un partido de tenis en la cadena de deportes—, Jake… —continuó mamá—, ésta es Rachel.

Me gusta Jake, había escrito en una ocasión mi madre a una de sus amigas de la red. Puede parecer estrafalario, pero está bien educado. Es reconfortante encontrar algo así en esta época y a esa edad. La mayor parte de los jóvenes tienen tantos problemas de comportamiento…

Yo sabía que se refería a mí.

Mirando de reojo vi que Rachel tocaba los dedos de Jake, extendidos sobre la mesa, y sonreía suavemente, pero no habló.

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—¿George? —mamá miraba con inquietud a papá. Pero él no se preocupaba por sutilezas.

—Nunca había conocido a un inadaptado —dijo él de pronto.

—¡George! —protestó mi madre como si inadaptado fuera una palabrota. Y, para la mayor parte de la gente, lo era—, Rachel es mi huésped…

Pero Rachel le miró a los ojos:

—¿Inadaptado?

Ahora parecía una persona normal. Tampoco era tan vieja. Ochenta quizá, o un poco más. Su piel era brillante, arrugada, pálida, como la de un habitante de la Ciudad que apenas tiene ocasión de tomar el sol.

—¡Guau! —Damien se inclinó hacia delante y cogió un trozo de pan. Su manga se balanceó sobre la cena. Chupó la salsa y se lamió los labios—. ¿Eso es lo que eres? En Historia Social hemos estado estudiando a los inadaptados.

Pero Rachel todavía parecía sorprendida.

—Una persona que no está conforme con su entorno social —explicó Jake—. Un inconformista, que no vive de acuerdo con las normas…

Damien explotaba de risa y escupía por todas partes pedazos de pan untado en salsa.

Papá no dijo nada más. Sólo respiraba profundamente y apretaba los labios en una línea blanca que anunciaba una gran pelea entre él y mamá. Los signos eran claros.

Rachel parecía impresionada por lo que había dicho Jake. De repente, sentí lástima por ella.

—Bueno —dijo mi madre en voz alta—, callad todos y a comer.

—Pero ¿Lo es? —insistió Damien.

Todos la miramos.

—No —tomó aliento y añadió—No es eso lo que soy. Al menos… yo no lo creo.

Papá resopló y lanzó a mamá una mirada de vampiro. ¿Había perdido la memoria? Eso ponía las cosas aún peor.

De pronto no pude soportarlo. No podía soportar estar sentada a la mesa con aquella mujer vieja, y mamá y papá apuñalándose uno a otro con la mirada por culpa de ella. Odio las peleas. Me levanté.

—¿Adónde vas? —mamá parecía asustada.

—No tengo hambre.

—Sí, sí la tienes —al parecer sabía mejor que yo cómo estaba mi estómago—. Siéntate y come.

Me senté con la cara roja. Jake me miró con simpatía. Rachel había bajado los ojos y estaba engullendo su cena como si no pasara nada.

Terminó mucho antes que ningún otro.

—Estaba todo muy rico, gracias.

Damien casi suelta la carcajada. Nadie había dicho nunca que la comida de mamá era rica.

Rachel se estaba limpiando con la servilleta cuando Archie se acercó a llevarse su plato. Entonces yo juraría que la vi guiñar un ojo a Damien. Todavía estaba tratando de descubrir si lo había visto o no, cuando se levantó.

—¿Podéis excusarme? —preguntó—. Estoy verdaderamente cansada.

Damien siguió riéndose hasta que Jake le dio una patada por debajo de la mesa. Entonces frunció el ceño, sacó el labio inferior y se frotó el tobillo.

—¡Espera y verás! —cuchicheó.

—Pues claro. Que duermas bien —mamá todavía estaba sonriendo como una idiota—. Mañana yo trabajo fuera, pero Kari y George estarán aquí —algunas veces tiene que ir a la oficina central para reunirse cara a cara con los dirigentes de la empresa para la que trabaja.

—Yo también estaré aquí —dijo Damien.

—No, tú vas a venir conmigo.

Damien volvió a enfurruñarse.

—No me gusta esa guardería. Es sólo para niños.

—Bueno, eso es lo que eres tú —comenté. Me incliné sobre jake y revolví el pelo de Damien.

Él se apartó ceñudo.

—¡Quita, Kari, tonta!

—Nosotros vamos a ir a Bluelake —añadí rápidamente sin hacer caso de Damien. No faltaba más que quedarme en casa con ella—. ¿Verdad, Jake?

—Eh… sí —dijo él.

—Yo no puedo llevaros —nos informó mamá—. Casi he agotado mi ración mensual de gasolina.

—Está bien, iremos en el suburbano, ¿verdad, Jake?

—Sí —dijo mi amigo otra vez.

—Tened cuidado —advirtió papá.

—Lo tendremos —dijo Jake.

Mi estómago daba vuelcos de excitación. Hacía meses que no había ido a ninguna parte. Los comercios, las luces, los juegos… Era fantástico. Me gustaba vivir en el chalé, pero era estupendo salir de vez en cuando.

—Gracias por la comida —Rachel había estado escuchando la conversación. Ahora volvió a poner la silla junto a la mesa y salió. Los gatos se fueron también, siguiéndola en silencio como una pequeña banda de peregrinos, mientras movían las colas en el aire como banderas.

Nada más salir ella, estalló el tumulto. Damien fue a encender la televisión, Archie volvió a entrar en acción y empezó a quitar la mesa aunque papá no había terminado.

—Le he dicho —dijo mamá por encima del ruido— que puede quedarse tanto tiempo como quiera —y miró de reojo a papá, cuya cara parecía una de esas nubes de tormenta que asoman sobre las colinas antes de estallar.

—Pero ¿qué pasa si se queda para siempre? —gruñí

yo.

—Pues se quedará —dijo mamá encogiéndose de hombros.

—Puede ser nuestra abuela —chilló Damien.

Yo le miré horrorizada cuando papá, ante nuestra sorpresa, se echó a reír.