VIII

EL SOL YA ESTABA SALIENDO cuando se encaminaron al río a la mañana siguiente.

El pavimento relucía. El cielo lanzaba destellos de fuego en los charcos que la lluvia había dejado la noche anterior. Ya hacía calor. La neblina se levantaba sobre el río en formas fantasmales. Desde el estuario, una bandada de gaviotas salió de detrás de los montones de basura en su camino hacia el mar. Sus gritos misteriosos seguían sonando mientras Razz arrastró la carretilla por encima del muro y esperó a que los otros le alcanzaran.

—¡Vamos, tíos! —llamó. Quería llegar al Complejo antes de que hubiese demasiada gente por allí. Era sábado, el día del gran mercado, cuando la gente acudía de todos los rincones con el fin de abastecerse para la semana entera. También él tenía que encontrar un lugar donde vivir, no podía pasarse la vida arrastrando sus trastos por ahí.

Kari le alcanzó, pero enseguida se detuvo un momento para mirar el arco iris que decoraba una de las vallas desmoronadas que rodeaban un solar abandonado.

—¿Vienes o no? —preguntó Razz impaciente.

Kari se volvió.

—Oh, sí, perdona.

Jake estaba mirando una frase en una lengua extranjera que alguien había pintado en la puerta de uno de los edificios a lo largo del río.

—Eh, mirad esto, ¿alguien sabe qué quiere decir? —cuando los otros movieron la cabeza negativamente, él sacó una libreta del bolsillo y lo copió—. Lo buscaré cuando vuelva —dijo, acercándose sin prisa.

—A este paso no vas a volver —gruñó Razz—, Y si no te mueves, no vas a llegar a ningún sitio.

Se apresuraron a ponerse a su lado; sortearon los escombros caídos y se dirigieron a la carretera por encima de la primera barricada.

—¿Adónde vamos exactamente? —preguntó Jake.

—Te lo diré cuando estemos allí —dijo Razz.

—No tienes por qué ser tan brusco —intervino Kari—. Después de todo vamos a pagarte.

—Sí —murmuró él—, lo siento.

Cuando llegaron, él les había contado ya la historia de su vida. No era su intención, pero Kari se la había sacado. Tenía la habilidad para hacerle a uno decir cosas que no pensaba decir. En realidad, no había mucho que contar. Resultaba raro hablar con gente que sólo conocía la Ciudad a través de las pantallas de su ordenador o de los televisores.

—Yo siempre quise venir —confesó Kari.

—¿Dónde…, aquí? —Razz no podía creer que estuviese diciendo la verdad.

Ella se echó a reír.

—Bueno, no… no exactamente aquí.

Se pararon al llegar a la entrada del callejón que conducía a la plaza.

—Esperad. Voy a ver si hay peligro.

Miró por los alrededores con el ceño fruncido. Hacía rato que tenía la horrible sensación de que los seguían. No se lo había dicho a los demás. Kari había venido charlando alegremente, haciéndole contestar a todas sus preguntas. Ni siquiera parecía haber notado que él no dejaba de mirar hacia atrás. Probablemente pensaba que estaba pendiente de Jake, que se apartaba de vez en cuando de ellos para observar algo que le llamaba la atención. Examinaba pedazos de motores tirados por allí, recogía trocitos de maquinaria, hojas de papel, viejas revistas que estaban amontonadas en el suelo. En un momento dado se había subido a los restos del paso elevado y había señalado la entrada del abandonado túnel del río.

—¿Adónde lleva esto? —había gritado.

—A ningún sitio —contestó Razz también a gritos—. Y si tú no te bajas de ahí, tampoco irás a ningún sitio.

Había tenido suerte el día anterior al no cruzarse con nadie. De hecho, había sido un día de suerte, aparte del asalto a su vivienda.

Razz se metió por el callejón sin hacer ruido, dio un par de puntapiés a los restos del refugio que había destrozado el día anterior y siguió pegado a la pared. Se paró al final, en la esquina, y echó un vistazo para ver si había moros en la costa.

No.

Se volvió para decir a los otros que le siguieran. Kari arrastraba su cochecito.

—Gracias —cogió la barra de sus manos. Al rozar sus dedos sintió algo como un chispazo eléctrico que le recorría el brazo. Ella le sonrió.

—Es una buena carretilla —comentó.

Él sonrió a su vez y tragó saliva, sin saber muy bien qué decir.

Jake estaba observando todo aquello. El sol caía sobre las ventanas rotas y convertía en refulgentes diamantes los fragmentos de cristal. El brillo le impedía abrir los ojos del todo.

Repentinamente, se volvió en redondo y miró a Razz. Tenía el ceño fruncido en un gesto suspicaz.

—Esto no puede ser.

Razz apartó sus ojos de Kari.

—Sí, es esto. Es aquí.

—¿Dónde están, entonces? —Kari empezaba a sentirse insegura también. Se puso a andar de un lado a otro, mirando arriba, entornando los ojos para evitar la luz brillante. Luego dio una vuelta alrededor de él.

—Aquí no vive nadie, Razz. ¿A qué escás jugando? —echó a correr y trató de mirar por una de las ventanas rotas, saltando para alcanzar a ver algo.

—¡Está desierto! —gritó. Corrió al otro lado y volvió a hacer lo mismo. Razz quería gritarle, decirle que parase, que todo iba a ir bien si se quedaba quieta y esperaba.

Ella volvió a cruzar corriendo y saltó sobre el muro de la fuente para intentar ver algo más. Levantó el brazo…

Entonces, de repente, un leve sonido y una figura apareció en el umbral. Jon.

Razz parpadeó. No sólo era Jon, sino otros también. Una fila de gente que salía y caminaba bajo la deslumbrante luz del sol. Venían deprisa, corrían hacia ellos hablando en su propia lengua. Sintió una oleada de pánico al verlos acercarse. Deseaba girarse…, correr… No pudo hacer nada más que quedarse allí de pie.

Jon llegó el primero. Ni siquiera se fijó en Razz o en Jake al pasar junto a ellos. Kari todavía estaba subida en el muro de la fuente. Fue hacia allí y se quedó delante de ella, mirándola con una expresión embelesada.

Kari tragó saliva y le miró también, con el brazo todavía medio levantado, como si se hubiese convertido en piedra. Jon seguía mirándola.

—¿Kari? —preguntó por fin.

Entonces, todos se amontonaron a su alrededor y Kari desapareció del campo de visión de Razz y Jake.

—Tiene que haber sido Rachel —susurró Kari cuando la gente de Starhost los acompañaban dentro.

Razz todavía estaba asustado. Odiaba las multitudes. Nunca se sabe quién puede clavarte un cuchillo en la espalda.

—¿A qué te refieres? —cuchicheó Jake.

Estaban subiendo las escaleras. La gente seguía hablando entre ellos. En la plaza, cuando Jon se había vuelto para decir «Es ella, con toda seguridad es ella», se habían acercado para tocar el rostro de Kari, su pelo, sus manos, antes de que la chica tuviese tiempo de hablar. Razz había tenido miedo de que le hicieran daño. No sabía qué hacer, sólo los apartó a codazos para darle un espacio de libertad a Kari. Pero aun entonces siguieron tocando su pelo, su cara, como si no fueran a parar nunca.

—Tiene que haberse comunicado con ellos para decirles que podríamos venir —contestó Kari—, Te dije que había dejado la pulsera a propósito. Quería que nosotros la encontráramos.

Razz lo oyó y se puso más nervioso todavía.

—¿Qué pulsera? —preguntó.

Kari levantó el brazo y señaló la que llevaba entre las otras.

—Ésta. Es de Rachel. Lleva grabada la dirección de la red.

—¡Oh! —Razz se preguntó por qué no se la había enseñado antes.

—Tú crees que ella tiene acceso a un ordenador; entonces, ¿adónde la han llevado? —preguntó Jake, todavía intrigado.

Kari se encogió de hombros.

—Quién sabe —después su cara se iluminó—. Apuesto a que usó el mío.

—¿Qué quieres decir?

Razz miraba de uno a otro.

Kari les explicó que Rachel había vuelto a subir las escaleras justo en el momento en que iban a salir huyendo de Zeon.

—Seguramente lo hizo entonces —dijo—. Si no, ¿cómo iban a saber quién era yo?

Habían llegado a la parte de arriba y se dirigían a la puerta. Kari se paró conteniendo la respiración. Jake también, mientras miraba aquellos peculiares símbolos del techo que le hicieron fruncir el ceño. Se volvió a Kari.

—Son los mismos que tú pintaste en el techo de tu habitación.

Ella respiraba con dificultad y los miraba con expresión perpleja.

—Ya lo sé. Es misterioso.

Jon estaba detrás de ellos.

—Estabais hablando de Rachel —dijo—. ¿Cuándo va a venir?

Kari y Jake se volvieron a mirarle.

—Rachel no está —le contó Kari—. Es por lo que estamos aquí.

—¿Que no viene? ¿Por qué no? —Jon parecía contrariado.

Los habían llevado a una de las habitaciones, con cómodos asientos tapizados y una suave música de violines. A Razz le gustaba aquello cada vez más. Le hacía relajarse, le daba una sensación de bienestar a la que no estaba acostumbrado.

En cuanto entraron, Kari empezó a hacer preguntas, pero Jon levantó la mano para callarla.

—Primero tienes que hablarme de Rachel —insistió—. Es vital para nosotros.

Un hombre joven con vaqueros y una camiseta blanca les había traído una bandeja con bebidas y sándwiches. Se parecía bastante a Jon, Razz pensó que tenía que ser su hermano. Devoró los sándwiches como si no hubiera comido en una semana. Los otros estaban ocupados contándole a Jon todo lo que había sucedido y apenas tocaron los suyos, así que Razz se los comió también.

Cuando terminaron su historia, Jon les hizo montones de preguntas. ¿Estaba bien Rachel? ¿Qué les había contado? ¿Había dejado algo?

Kari le enseñó la esclava y Jon tendió la mano hacia ella.

—¿Me la das, Kari?

Pero Kari ocultó el brazo tras la espalda.

—No —respondió—. Rachel la dejó para mí. De todos modos, quiero que nos expliques algunas cosas primero.

Razz sonreía para sus adentros. Kari estaba aprendiendo deprisa.

Jon dio unos pasos por la habitación, mordiéndose los labios.

—Lo siento, Kari —dijo—. Eso tendrá que esperar —después se fue, diciéndoles que regresaría en cuanto pudiera.

Cuando se hubo marchado, empezaron a hablar todos a la vez.

—Lo raro es que estoy segura de que le he visto antes en alguna parte —dijo Kari—, Y a algunos de los demás. Esa chica del pelo negro… y ese otro hombre rubio del chándal azul… —sacudió la cabeza—. Me gustaría recordar dónde.

—¡Piensa, Kari! —la apremió Jake.

—Ya estoy pensando —dijo ella irritada—, estoy pensándolo todo el tiempo. Pero no me acuerdo.

—De todas maneras —comentó Razz para impedir que discutieran—, son sus amigos, ¿verdad? Yo he hecho lo que prometí, ¿no?

—Sí —Kari se volvió hacia él y su cara se suavizó—. Gracias, Razz. No habríamos hecho nada sin ti. En cuanto volvamos a casa te mandaré el dinero, de verdad.

Razz notó que enrojecía. Después, sin darse cuenta, dijo algo que nunca pensó que podría decir.

—Está bien. No importa.

—Pues claro que importa —le rebatió Kari.

Pero Razz se empeñó en negarlo:

—No. No importa, de verdad.

Ella estaba a punto de decir algo más cuando Jon volvió a entrar en la habitación.

—Se nos ha ocurrido adónde pueden haberla llevado.

—¿Adónde?

—A un lugar llamado Blenham.

—¿Blenham? —Kari parecía pensativa—. Me suena. ¿No es un palacio o algo así?

—¿Un palacio? —dijo Razz—. ¡Caray! No será una princesa, ¿verdad?

Jon ignoró su pregunta.

—Hemos contactado con otros lugares de la Ciudad. Nos han dicho que era posible que Rachel estuviese allí.

—Mi madre me habló una vez de Blenham —les informó Jake, pensativo—. Sobre la posibilidad de conseguir un empleo allí.

Todos le miraron.

—¿Una enfermera en un palacio? —preguntó Kari—. Suena un poco raro.

Jake seguía con el ceño fruncido.

—Pero si es un hogar para ancianos, podrían necesitar enfermeras. Puede tratarse de un palacio que han transformado en hogar para ancianos. Mi madre comenta a veces que no hay bastantes plazas para todos.

—Sabía que era eso lo que iban a hacer con ella —dijo Kari muy nerviosa—, y a ella no le gustará, estoy segura.

—Pero ¿por qué tanta policía? —empezó Jake.

—No, no es un hogar para ancianos —Jon negó con la cabeza—. Creen que es un laboratorio del Gobierno o algo parecido.

—Pero ¡qué dices! —Kari estaba horrorizada—. ¿Qué clase de laboratorio?

—No estoy seguro —Jon se encogió de hombros.

Kari movía la cabeza con asombro.

—Palacios, policía… y ahora laboratorios del Gobierno. Me gustaría que alguien me dijera de qué va todo esto.

—¿Podéis buscar datos en la red? —preguntó Jake antes de que Jon contestara a Kari.

—Es información restringida —dijo Jon—. Haría falta descubrir la palabra clave.

Kari miró a Jake y después a Jon.

—Jake es genial en eso —explicó.

—Bueno, no sé si genial —dijo Jake con una sonrisa tímida—. Pero podría intentarlo.

—¿Cuánto tiempo te llevaría? —quiso saber Jon.

El chico se encogió de hombros.

—Minutos… horas… días.

—¿Por qué es información restringida? —preguntó Kari.

Jon se mordió el labio.

—No sé —contestó por fin, aunque Razz no le creyó. Siempre se daba cuenta cuando la gente mentía. Jon ocultaba algo y él deseaba saber lo que era.

Obviamente Kari también lo había notado.

—Sabes algo más, ¿no es cierto? —le dijo a Jon—. Me gustaría que nos lo contaras.

—Mira, Kari. Os lo contaremos todo, pero primero tenemos que concentrarnos en encontrar a Rachel. Está en auténtico peligro —empezó a moverse por la habitación. Miró un momento por la ventana y después se volvió a Jake—. ¿Quieres probar a localizar ese lugar?

—Pues claro —aseguró Jake.

—Está bien —Jon le guió fuera y volvió un par de minutos después.

—Razz, ¿tú estarías dispuesto a ayudarnos también?

—Sí. ¿Qué queréis que haga?

—Pregunta por ahí, quizá alguien sepa qué clase de lugar es en realidad Blenham y si es posible entrar en él.

—Claro, sin problemas —dijo Razz. Su cerebro era un torbellino. Enseguida pensó en Swampy. Sabía más que ninguna otra persona de las que conocía. Le había contado que había trabajado en otro tiempo para el Gobierno, antes de que le hubieran encerrado en prisión. Si él no sabía algo, entonces nadie lo sabría.

—Bien —dijo Jon—. Puedes hacerlo ahora mismo. Puedes disponer de otro ordenador.

—¿Ordenador? —Razz frunció el ceño. Después sonrió y se dio unos golpecitos en la frente—. Éste es el único ordenador que necesito. Y mi monopatín —se levantó de un salto—. Estaré de vuelta antes de que puedas decir Jack Robinson —su cerebro estaba trabajando de nuevo. Si podía descubrirlo antes de que Jake entrase en todos aquellos archivos secretos, entonces Kari pensaría que también él era genial.

—¿Jack Robinson? —Razz se dio cuenta de que Jon estaba hablando con él—. ¿Es la persona que puede saberlo?

—¿Eh…? No —dijo, y se dirigió a la puerta.

Kari corrió detrás de él y puso las manos en sus brazos.

—Ten cuidado, Razz. Siento haberte metido en todo esto.

—Vale —él miró su cara ansiosa. Ella le rodeó con los brazos y le dio un beso rápido. Razz tendió una mano y tocó su pelo. Era suave y se escurría entre sus dedos como la miel. Kari sonrió y le dejó marchar.

Jon se había acercado otra vez a mirar por la ventana. Se volvió de repente.

—Tienes que tener mucho cuidado, Razz. Hay dos hombres ahí fuera.

Razz desanduvo sus pasos para mirar por la ventana. Los reconoció inmediatamente. Eran los dos mendigos que se habían instalado junto al autobús. No podía ser una coincidencia que hubieran llegado hasta allí; nunca habrían hecho aquel camino tan largo de no tener un propósito. Además, a la luz del día, vio que ni siquiera eran vagabundos. Llevaban ropas raídas, sí, pero iban afeitados y tenían el pelo bien cortado. Y uno de ellos estaba hablando por un móvil. No era extraño que, al venir, hubiese tenido la sensación de que los seguían. Se habría dado de bofetadas.

Kari estaba a su lado y respiraba angustiada.

—Son los hombres de Zeon —dijo—, tienen que habernos seguido hasta aquí —golpeó con el puño el alféizar de la ventana—. ¿Cómo hemos podido ser tan tontos?

—¿Quién es Zeón? —preguntó Jon.

Kari se lo explicó casi sin aliento, hablando atropelladamente. Jon miró otra vez por la ventana.

—Ya antes nos han vigilado gente como ellos.

—¿Por qué? —preguntó Razz. Según su experiencia, la gente a quien se espiaba generalmente tenía algo que ocultar.

Pero Jon ignoró su pregunta y se dirigió a la chica:

—Si han conseguido que Rachel les diga algo, podrían andar detrás de ti, Kari.

Kari tragó saliva.

—¿Detrás de mí? ¿Qué se supone que he hecho yo? ¡Si no me dice alguien pronto lo que está pasando aquí, voy a explotar!

Pero Jon se limitó a volverse hacia Razz. Éste pensó que dominaba el arte de eludir preguntas mejor que cualquier político.

—Hay un camino en la parte de atrás… ¿Crees que podrás salir sin que te vean?

Razz resopló.

—Claro que puedo. Es pan comido.

Dejaron a Kari y fueron hasta el final de un pasillo que llevaba a la salida de emergencia. Jon tecleó un código y la puerta se abrió. Una escalera estrecha de metal bajaba en espiral por la pared exterior.

—¿Estarás bien? —preguntó Jon.

—Sin problemas —le aseguró Razz. Se estaba haciendo el valiente. Aquellos tipos no parecían policías. No tenían aquel aire arrogante y brutal que acompañaba a la mayor parte de los policías. Eran diferentes…, fatigados y ansiosos, y también astutos. Pero había algo más en ellos que Razz no acababa de descubrir.

Jon metió la mano en el bolsillo y sacó una pulsera exactamente igual a la que llevaba Kari.

—¿Tienes todavía aquel pedazo de papel en el que te escribí nuestra dirección?

Él negó con la cabeza.

—No…, lo siento. Lo perdí.

Jon le tendió la pulsera.

—Si puedes tener acceso a un ordenador, está aquí. Y necesitarás una clave: Ciudad de las Estrellas. ¿Recordarás eso?

—Sí —respondió Razz.

No había olvidado la dirección tampoco, pero de todos modos cogió la pulsera. Si no volvía a saber de ellos, tendría un recuerdo de esta aventura. Al cogerla sintió una sensación rara entre los dedos. Estaba caliente, por haber estado en el bolsillo de Jon, y en ella se reflejaban los colores de la lámpara que había sobre la puerta. La miró un momento, fascinado como siempre por los reflejos llamativos de la luz. Después se la puso rápidamente.

—Gracias.

Se paró a escuchar al pie de la escalera. Se oía el distante zumbido de un avión que aterrizaba en el aeropuerto de la Ciudad y la sirena de una barcaza río arriba, que con su motor hacía frente a la fuerte corriente. Se había levantado una brisa que empujaba las hojas muertas y la basura en un torbellino alocado.

De una forma u otra tenía que hacerse con su monopatín. Lo había dejado en la carretilla, apoyado bajo el saledizo de cemento junto a la puerta rota del ascensor. Sin el monopatín tardaría horas en regresar. Debía arriesgarse a que le vieran.

Fue de puntillas hasta la esquina y miró desde allí. Divisó a los dos: uno hablaba todavía por su móvil; el otro estaba sentado en el muro de la fuente, -bebía una lata de refresco y miraba el edificio. No descubrirían Starhost sólo mirando. Era extraño que no se intuyera nada desde fuera. El edificio daba la misma impresión de desolación que todo lo demás. Razz nunca había entendido cómo se las arreglaban para esconderse. Quería preguntarlo, pero lo había olvidado al verse envuelto en la febril actividad que provocó la llegada de Kari. La única forma de que aquellos tipos llegasen a saber lo que había allí era que Jon saliese a su encuentro. Y no estaba por la labor.

Razz localizó su cochecito. Sacó el monopatín, se lo puso bajo el brazo y echó a correr por donde había venido. No dejó de correr hasta alcanzar el muro del río. Se detuvo para recuperar el aliento y escuchar si le seguían. Sólo se oía el agua golpeando la pared, el distante rumor del tráfico sobre el puente elevado y el zumbido de un helicóptero. Miró hacia el cielo, pero no pudo verlo por ninguna parte.

Fue tranquilamente hasta el camino del río; allí se subió en el monopatín y se deslizó los primeros cien metros. Delante tenía un buen tramo despejado. El sol estaba bajo. Si tenía suerte, regresaría antes de oscurecer.

—¿Qué pasa, Razzy? —preguntó Swampy cuando por fin se paró junto al puesto—. No volviste por las naranjas. ¿Qué ocurrió?

—Lo siento —de repente se dio cuenta de que estaba hambriento, a pesar de haberse comido los sándwiches de todos—. Supongo que las vendiste.

—Sí, las vendí y recogí los trastos. Vamos, te invito a una taza de té.

Razz le puso la mano en el brazo.

—Quiero explotar tus conocimientos.

—Bueno, pero tomando un té.

Diez minutos más no harían daño, así que se fue con Swampy al café. Como de costumbre, estaba lleno y el aire era denso por el humo de los cigarrillos y la grasa de la cocina.

—Oí que hiciste un buen negocio ayer —comentó Swampy entre sorbos de té caliente.

—Sí —asintió Razz, y arrastró su silla hacia delante porque dos personas intentaban pasar por detrás de él.

—Oí que registraron tu vivienda y acabaron con todo.

—Sí —no tenía objeto preguntar cómo lo sabía…, a esas alturas todo el mundo lo sabría por allí.

—¿Has encontrado otro sitio para vivir?

—No —y en ese momento Razz recordó que su radio se había quedado en la carretilla. Dudaba si volvería a verlas. Miró a Swampy por encima de la mesa. Debía de ser el hombre más anciano que conocía. Seguro que tenía más de cien años. La barba encanecida, los ojos brillantes hundidos en la cara, la piel curtida y marcada por arrugas de todos los tiempos, aquel viejo gorro de lana incluso en verano… Toda la sabiduría del mundo en sus ojos.

—Swampy —Razz se inclinó hacia delante—, ¿has oído hablar de un sitio llamado Blenham?

—¿Blenham? Claro que sí —Swampy se reía—. Está al noroeste de aquí. Uno de los palacios reales, ahora un lugar donde dejan a los viejos. Gente del barrio oeste… Ése es el lugar donde ellos meten a «su abuelita».

Razz deseaba que Swampy bajase la voz. No quería que todos supiesen que estaba haciendo preguntas.

—¿Es eso de verdad lo que es…?, ¿un sitio para viejos?

—Sí, claro —Swampy apuró su taza y se echó hacia delante—. ¿Por qué quieres saberlo? ¿Vas a hacer una reserva para cuando seas viejo? —soltó una risita y se limpió el té de la barba con el dorso de la mano.

Razz se reía también.

—No. Sólo he oído hablar de ese lugar y era bastante raro, eso es todo. ¿Tú sabes exactamente dónde está?

—Río arriba —dijo Swampy sin precisar—, muy lejos.

—¡Oh! —la mente de Razz era un torbellino. Así que Blenham era un lugar para viejos. ¿O era eso lo que querían que pensara la gente?—. ¿Se puede ir hasta allí por el río? —preguntó.

—Pues claro. Las barcazas del rey solían navegar arriba y abajo cargadas de servidores y lacayos. Tardarías casi un día, con una de esas motoras. Si no, podría llevarte una semana entera —Swampy continuaba riendo.

Por la mente de Razz cruzó la imagen de una barcaza dorada llena de gente vestida de forma elegante.

—¿Cómo era? —preguntó.

—¿Qué, Blenham? Oh, un lugar grande y viejo. Jardines tan grandes como toda una urbanización —Swampy se levantó, todavía riendo—. Ya me dirás si eres capaz de encontrar una habitación —bebió el último sorbo de su taza de té y se dirigió a la puerta.

Razz se levantó también.

—Sí… Nos vemos, Swampy. Gracias por el té.

Razz apuró la taza y salió del café.

Fuera se había levantado un viento frío. Razz apretó el monopatín debajo del brazo y se levantó el cuello. Swampy estaba al otro lado de la calle hablando con un par de mujeres sentadas en un portal. Después se fue en dirección a las marismas donde vivía.

«Río arriba», pensaba Razz. Si pudieran hacerse con un barco… Era más seguro que ir a pie. Es decir, si podían evitar las patrullas. Pero ¿dónde iban a conseguir uno? Entonces su corazón dio un salto. EL viejo yate que había visto amarrado al pie de las escaleras del río. Si tuvieran la suerte de que el motor funcionase todavía. La emoción hacía latir su corazón todavía más deprisa. Después, suspiró. Debía de llevar muchos años parado y probablemente nunca lograrían arrancarlo.

Pero al menos había descubierto algo sobre Blenham. ¡El bueno de Swampy! Buscaría un sitio para pasar la noche y, después, volvería al Complejo para darles las buenas noticias. Razz tocó la esclava, escondida bajo el puño de su camiseta. Con lo tarde que era, no conseguiría encontrar un ordenador disponible… Y si lo conseguía, tendría que preguntar cómo funcionaba y querrían saber cuál era el mensaje. Sería mucho mejor ir a contárselo. Ver la reacción de Kari ante las buenas noticias.

La puerta del café se abrió detrás de él. En el momento en que iba a echar a andar, sintió una mano en su brazo.

—Sólo un momento, hijo. Quiero hablar contigo.

Razz se volvió y se encontró con los ojos oscuros y acuciantes de Zeon.