XII

LO QUE CHRIS ME CONTÓ todavía me dejó más confusa. Al principio no la creí. Pensé que era sólo uno de esos cuentos que se leen en las páginas sensacionalistas de la red de noticias. Yo había echado un vistazo a algunas cuando había estado navegando por los ficheros de Historia. Ovnis, abducciones, experiencias fuera del cuerpo. Pero yo… y Rachel… y todos esos otros. Otros que habían perdido misteriosamente porciones de sus vidas que nunca habían podido explicar.

Como aparentemente me ocurría a mí.

Era un disparate, una estupidez, un cuento de hadas…

A la mitad, yo me levanté y me dirigí a la puerta.

—No voy a escucharte —grité—. Te lo estás inventando. Voy a ver a Rachel, ella me dirá que no es verdad. Este lugar sólo sirve para hacer experimentos con la gente, y yo quiero irme a casa.

Pero a medio camino me paré. No podía… tenía que oír el resto.

Me senté y, de repente, me eché a llorar. No pude evitarlo. Lo que me contaba me había dejado helada.

Me observó por un momento y después sacó tranquilamente un pañuelo de un cajón. Esperó mientras yo sollozaba y me sonaba la nariz, después sorbí y me paré. Le lancé una mirada feroz y me senté con el pañuelo húmedo en la mano, dando tirones y dejando caer al suelo los trocitos de papel.

—Así que ya ves, Kari —dijo con absoluta calma, tomo si el mundo entero no se hubiese vuelto del revés —, hemos estado siguiendo tu evolución desde esa t poca en que desapareciste. Tenemos miles de fichas de personas como tú. Gente a quien no se ha visto nunca más, gente a quien se ha encontrado muerta. Y, por otro lado, gente que vuelve a aparecer. Los que regresan… Si conseguimos localizarlos, los traemos aquí para tratar de ayudarlos a recordar dónde han estado y qué les ha sucedido. Es difícil descubrir exactamente quién está diciendo la verdad y quién está desequilibrado mentalmente o simplemente se inventa cosas. Pero tenemos medios para descubrirlo.

—Sí —dije—, seguro que los tenéis —en mi cabeza habían empezado a sonar alarmas. La imagen de todos aquellos aparatos electrónicos, los divanes, los armarios llenos de drogas estaban presentes en mi cerebro.

Ella se inclinó hacia mí.

—Kari, nosotros sólo hablamos con ellos. Usamos la hipnosis… —se interrumpió.

Me puse de pie y eché la silla hacia atrás, más asustada ahora que nunca en mi vida.

—¡Me voy de aquí! —decidí.

Ella levantó un brazo para detenerme.

—Kari, tienes que darte cuenta de que tenemos que descubrir la verdad. Podría estar en juego el futuro de toda la raza humana.

—Estáis todos locos. Paranoicos —dije ya con la mano en la puerta.

—No, Kari. Mira, puedo enseñarte cientos de fichas más —se inclinó hacia delante y tecleó un código. En la pantalla apareció una lista. Montones y montones de nombres.

—Kari —dijo—, sabemos que están aquí… en alguna parte.

—¿Quiénes?

—La gente con la que tú estuviste al desaparecer. Los que han estado llevándose a la gente y enviándola otra vez cuando han terminado con ellos.

Volví a la silla y me dejé caer pesadamente.

—¿Quieres decir habitantes del mundo exterior?

Ella me miró:

—Sí, Kari, eso es exactamente lo que quiero decir.

La miré con una incredulidad crónica.

—Tienes que estar bromeando.

—No, Kari —dijo, sacudiendo la cabeza.

Y súbitamente me di cuenta de que me estaba diciendo la verdad. Y una vez visto eso, así, de repente, con un fuerte estallido, algunas piezas más del rompecabezas ocuparon su sitio.

Las figuras de mi sueño en el túnel… los que salían de una luz brillante y venían hacia mí. Habían sido Jon y los otros. Yo sabía que había visto antes a algunos de ellos. Cerré los ojos y me pareció verlos de nuevo, viniendo hacia mí con las manos extendidas. No es raro que me parecieran tan enormes…, yo sólo tenía tres años.

Chris seguía todavía hablando, aunque yo apenas oía lo que estaba diciendo. Mi cerebro parecía haberse paralizado y las manos me temblaban tanto que tuve que sentarme encima de ellas.

—Necesitamos que nos ayudes —decía. Se inclinó de nuevo y levantó una mano con los dedos apretados. En sus ojos había un destello intenso, casi maníaco.

—Estamos ya cerca —dijo.

Mi corazón latía tan alocadamente que apenas podía hablar. Estaban mucho más cerca de lo que creían.

—Tenemos que encontrarlos, Kari —dijo.

—Entonces, ¿están aquí? —pregunté—. ¿En nuestro Mundo?

—Sí —contestó. Respiró hondo y consiguió calmarse—. Cuando te encontraron no estabas acongojada como lo hubiera estado cualquier otro niño perdido. Estabas caliente, limpia, feliz, y te habían alimentado bien.

—Podría haber estado en casa de alguien.

—No. Interrogaron a todos tus vecinos. Ninguno te había recogido. Era invierno y no había coches esa semana en la zona; sólo los de tu familia y los vecinos. —¡Oh! —dije.

—Y tú hablabas de tus amigos de la luz, pero no sabías explicar lo que quería decir. Casi todos los que han desaparecido y regresado han dicho lo mismo. Algunos recuerdan más cosas que otros.

—Pero yo no recuerdo nada —mentí—. Ni siquiera sabía que me había escapado.

—No. Y tus padres no permitirían que te interrogáramos.

Tragué saliva y pregunté:

—¿Y qué pasa con Rachel?

Chris se mostró cautelosa.

—No estamos seguros con Rachel. Sólo se denunció que había aparecido de repente cerca de tu casa, y al comprobar nuestros ficheros nos encontramos con tu nombre.

Yo estaba tan desconcertada que pensaba que me iba a estallar la cabeza.

—Pero yo no la había visto nunca.

—No —dijo Chris—. Pero siempre cogemos a la gente que se encuentra en esas circunstancias.

—¿Vagabundos? —pregunté.

Ella asintió.

—Inadaptados, adictos, todos los que encontramos vagabundeando. Tenemos varios centros.

—¿Qué? ¿Hogares de retiro del tipo «Días Felices»? —me burlé.

—Tenemos gran variedad de nombres como tapadera —dijo fríamente.

—¿Quién la denunció? —seguí preguntando.

Chris me miró fijamente.

—Tenemos gente en todas partes.

Había una especie de amenaza velada en su voz, y de pronto sentí frío; era como si un fantasma se deslizase sobre mi piel. Jon… y los demás… estaban en mayor peligro del que creían. Teníamos que advertirles antes de que fuese demasiado tarde.

—¿Te ha dicho ella algo? —pregunté.

—No, todavía no. Y aunque no tenemos ficha suya, nos parece que hay cierta conexión entre vosotras dos. De no ser así, ¿por qué ibas a tomarte tanto trabajo para ayudarla?

Yo me encogí de hombros. Era una pregunta que no podía contestar.

—No quería que le hicieran daño, nada más —dije, pero sabía que aquella no era causa suficiente. Había una conexión entre Rachel y yo. Sin embargo, no tenía una idea clara de cuál era.

—Vamos a tratar de ayudarte a recordar —me dijo Chris.

—Quiero ver a Rachel —insistí, poniéndome de pie otra vez.

Chris se levantó también.

—Bueno —dijo—, vamos a empezar tus entrevistas por la mañana, así que quiero que descanses bien esta noche.

—¿Dónde están Razz y Jake?

—Los están entrevistando ahora.

—Ellos no saben nada.

Ella sonrió.

—Sólo por si acaso. Ahora te llevaré a ver a Rachel.

Subimos las escaleras y recorrimos el pasillo. Al final había una puerta pesada de roble con el rótulo Solar. Al lado había un carrito vacío de la lavandería. Chris casi tropieza con él. Chasqueó la lengua.

—Estos carros tendrían que estar abajo —dijo—. Alguien va a caerse un día y romperse la cabeza.

Sacó su móvil del bolsillo y marcó un número. Dio órdenes para que se llevaran el carrito y después abrió la puerta y me hizo entrar.

La habitación, grande y soleada, tenía que ocupar casi toda la longitud de la gran casa. Había filas de camas bajo un techo muy ornamentado. Me detuve a la entrada, con el ceño fruncido.

—¿Qué es esto? Parece un hospital.

—Algunos de nuestros visitantes están muy enfermos cuando llegan. Los traemos aquí y los cuidamos hasta que recobran la salud.

—Entonces, ¿dónde están? —mi cabeza daba vueltas de nuevo—. ¿Y dónde está Rachel? Ella no estaba enferma.

—No, pero está muy débil —dijo Chris—. Muchos de los nuestros están…

—No estaba débil —insistí. Me invadía un súbito temor. Recordaba lo fuerte que era. La manera en que había subido la ladera hasta el túnel como si fuese una atleta—. ¿Qué habéis hecho con ella?

—Nada —Chris me guió más allá de las filas de camas—. Ven a verlo.

El cuarto de al lado también era soleado. Estaba orientado al oeste y el sol de la tarde lo calentaba como un horno. En el centro había una mesa adornada con un enorme jarrón de flores. Más sillas confortables en un semicírculo delante de un mirador y una pared con una estantería de libros encuadernados en piel. Una figura estaba de pie mirando hacia fuera, al desierto que antes había sido un jardín. La luz del sol convertía su pelo en una explosión de vilanos alrededor de su cabeza.

Cuando entramos, algunas cabezas se volvieron a mirarnos. Después alguien dijo:

—Rachel, ella está aquí.

La figura de la ventana se volvió en redondo. Yo dudé sólo un segundo y después corrí a sus brazos.

—Kari, cuánto lo siento —fue lo primero que dijo.

—Dime que nada de esto es verdad —dije yo.

Ella me sujetó por los brazos y me miró.

—Lo siento —repitió.

Me volví a mirar, pero Chris se había ido.

—Rachel —susurré para que ninguno de los otros pudiera oírme—. Tenemos que ayudarlos… a tus amigos de Starhost.

Pareció sobresaltada por un momento. Después preguntó:

—¿Los encontraste, entonces?

—Sí.

Me dejaron hablar con Rachel durante una hora antes de venir a buscarme. Fue tiempo suficiente para contarle todo lo que había sucedido.

Todavía no había señales de Razz y Jake.

—Yo quiero saber si están bien —insistí cuando Chris bajó conmigo las escaleras. Se echó a reír.

—Están perfectamente bien. ¿Crees que los estamos torturando?

—No me sorprendería.

Y entonces los vi. En el salón, tumbados en sillones delante del televisor, comiendo patatas fritas y hamburguesas.

Chris me abrió la puerta. Con excepción de los dos chicos, la habitación estaba vacía.

—No te quedes demasiado tiempo —dijo—. Ya sabes que queremos que descanses bien esta noche.

Estaba convencida de que no iba a tener sueño nunca más en la vida.

Antes de comenzar a hablar, subí el volumen de la televisión.

—Rachel dice que todas las habitaciones tienen micrófonos ocultos —susurré.

Nos sentamos cerca del aparato.

—Bueno —dije en voz baja—, ¿qué ha pasado?

—Nos han seguido haciendo preguntas —me dijo Jake—. Casi todas sobre el motivo que teníamos para venir aquí, que qué habíamos estado tramando, esas cosas.

—¿Qué les has dicho?

—Nada —sonrió.

—Ellos tenían conocimiento de que estábamos buscando a Rachel —les informé.

—Yo creo que nos vieron juntos y, de repente, nos perdieron otra vez —dijo Razz, y sonrió—. Conozco ese lugar como la palma de mi mano. Entonces, cuando me vieron a mí solo, me siguieron. Les dije que no sabía nada de vosotros. Sólo que erais dos chicos del campo que os habíais perdido, y que ya nos habíamos separado de nuevo.

—¿Y piensas que te creyeron? —pregunté.

El se limpió la boca con la mano y se encogió de hombros.

—No sé. Les dije que voy a menudo a las Escaleras, a cazar fantasmas. Creen que estoy chalado.

—¿A cazar fantasmas? —dije, riéndome.

—Sí. La gente cuchichea que allí hay brujas y todo

eso.

Después, les conté lo que me había pasado a mí. Pensaba que no iban a creerme, pero me creyeron.

—Ya me imaginaba yo que había algo misterioso en ese lugar —dijo Razz aturdido—. Ese tipo, Jon…, aparece allí de pronto, de no se sabe dónde. Y no se puede ver nada desde fuera. No comprendo cómo lo hacen.

Para Jake era como si sus sueños se hubieran hecho realidad. Cuando por fin recobró el aliento y pudo hablar, dijo:

—Tenemos que salir de aquí, Kari. Tenemos que advertirles.

Mi corazón dio un vuelco.

—Lo sé —le confirmé yo. Y entonces les conté el plan que había trazado cuando había hablado con Rachel.

Al principio lo tomaron a risa. Razz salpicó trocitos de hamburguesa por todas partes.

—Eso nunca funcionará —se burló—, has visto demasiadas películas fantásticas.

Me acerqué a él y susurré:

—Funcionará. Tiene que funcionar.

—Podemos enviarles uno de esos mensajes —dijo Razz de repente.

—No —contestó rápidamente Jake—. Lo sabrán si usamos sus ordenadores. Puedes apostar tu vida a que están viendo todo lo que hacemos. Por eso hay micrófonos en las habitaciones.

—Eso es lo que dice Rachel —les dije—. Tenemos que volver a Starhost y decírselo nosotros.