IV
ME DESPERTÉ DE UN SALTO que casi me hace caer de la cama. Era más de medianoche. ¿Qué podía haberme despertado? Había soñado otra vez con aquellas figuras misteriosas. Salían de la oscuridad y venían hacia mí, pero esta vez yo caminaba hacia ellas sin temor.
En cuanto abrí los ojos, me di cuenta de que no había cerrado las contraventanas. Un rayo de luz de luna caía sobre mi cama y bajaba hasta el suelo.
Agucé el oído tratando de descubrir lo que me había sobresaltado. No se oía nada más que el rumor lejano e incesante de la Ciudad.
Entonces mi videófono dio de pronto un pitido impaciente. Salí de la cama. Jake. Por una vez parecía serio; estaba pálido, con el pelo revuelto. Todavía llevaba la misma ropa de antes.
—¿Qué pasa? —nunca le había visto tan preocupado.
Cuando me lo dijo, me dio un vuelco el corazón. Me quedé helada, como si alguien hubiese pasado una cuchilla de hielo por mi cabeza: agentes de la policía habían estado en su casa. Eran tres y había más en vehículos que esperaban fuera, mientras el helicóptero sobrevolaba el edificio.
—Querían saber si habíamos visto a una mujer vestida como una mendiga.
—¿Rachel? —pregunté casi sin aliento.
—Tiene que ser ella —Jake parecía más serio que nunca—. Han estado mucho tiempo. Afortunadamente, no le había explicado nada a mi madre y ella no sabía lo que yo había hecho en todo el día.
—¿Qué has dicho? —pregunté. El corazón me latía muy deprisa. Había visto en las noticias de la red historias sobre procedimientos policiales.
—Me he hecho el inocente, nada más. Les he dicho que no sabía ni palabra.
—¿Y te han creído?
Jake se encogió de hombros.
—Creo que sí. Al menos parecían satisfechos —se inclinó hacia delante—. Kari, ahora van camino de tu casa. Si Rachel está todavía ahí, sería mejor que la advirtieras… Sácala de ahí si puedes.
—Sí, todavía está aquí —mi cerebro daba vueltas. ¿Cuánto tiempo tardarían en llegar? La casa de Jake…, dos casas más, dos granjas-factoría… Después, nosotros. Un par de horas… media hora… no se podía calcular.
Pero había algo que no entendía.
—¿Para qué la buscan?
—No tengo ni idea —dijo Jake—. Pero la cosa parecía seria y tú estás perdiendo tiempo, Kari.
Damien salió de su habitación cuando yo pasaba deprisa por el descansillo. Todavía estaba dándole vueltas al asunto. ¿Dónde podía esconder a Rachel para que no la encontraran?
—¿Qué estás haciendo? —Damien se frotó los ojos medio dormido. Tenía el pelo rojo de punta, como si le hubiesen electrocutado.
—Nada —cuchicheé con miedo a que me oyeran papá y mamá.
—Sí, haces algo.
Sabía que no iba a dejarlo estar, así que le conté lo que había dicho Jake. El frunció el ceño.
—¿Para qué quieren a una vieja andrajosa?
—Ni idea —respondí—. Vuelve a la cama.
Damien se negó a moverse. Su zapper apareció de repente en la manga de su pijama.
—¿Qué ha hecho? —dijo.
—No sé, y tampoco me importa, la verdad. Damien, no tienen que encontrarla aquí —añadí apremiante—. Se la llevarán a la casa de locos.
La puerta de Rachel se abrió de pronto. Llevaba un viejo pijama que mamá le había prestado. El pelo parecía un revoltijo de pelusa alrededor de su cabeza. Abría mucho los ojos, preocupada. Una maraña de gatos dormidos se agolpaban sobre el edredón.
—¿Que sucede?
Yo la empujé dentro otra vez, arrastrando a Damien con nosotras. Cerré la puerta con cuidado y empecé a explicárselo.
—Tienes que irte, Rachel —dijo Damien, que había abierto las contraventanas y estaba mirando fuera, a la carretera, para ver si venía alguien—. Te meterán en la casa de locos.
—Cállate, Damien —susurré.
Pero Rachel ya estaba metiendo sus cosas frenéticamente en una de las bolsas. Algunos libros, una caja, tres pares de calcetines. Un extraño objeto negro en forma de cuña que sacó de debajo de la almohada. Se puso la vieja sudadera y mis vaqueros encima del pijama. Luego, las botas viejas que llevaba cuando había llegado. Se acercó al armario y cogió el abrigo y la bufanda.
Yo la ayudé. El miedo me revolvía el estómago. También podía sentir su terror. De hecho, podía verlo. Un resplandor rojo oscuro rodeaba todo su cuerpo .mientras se movía velozmente de acá para allá.
Damien se acomodó en la cama, entre los gatos. Se habían despertado y paseaban ansiosamente arriba y abajo por el edredón, con las colas tiesas. Rachel se volvió para decir algo, pero Damien se le adelantó.
—¿Por qué quieren cogerte? —preguntó mordiendo la punta de su zapper.
Ella no contestó, pero dijo:
—No debería haber aceptado la oferta de vuestra madre, os he puesto a todos en peligro. Lo siento.
—No importa —se me escapó sin darme cuenta. Mi cerebro debió tener un fallo. Sí importaba que la policía viniese a hacernos preguntas y quizá a registrar la casa.
Rachel se retorcía las manos y miraba en torno suyo con ansiedad.
—Necesito esconderme —dijo como si de pronto fuera a abrirse un pasaje secreto en una de las paredes.
—¿Esconderte? —preguntó Damien—. Lo que tienes que hacer no es esconderte, es correr.
Ella le ignoró otra vez y me agarró del brazo.
—¿Se te ocurre algún sitio, Kari?
Moví la cabeza:
—No hay ningún sitio donde ellos no puedan encontrarte. Traerán sensores… y todo eso… —se me hacía un nudo en el estómago al pensarlo.
—La vieja estación —dijo ella de repente—. ¿Mirarían allí?
—Seguramente —dijo Damien. Hablaba muy tranquilo para estar esperando la visita de la policía. Dejó el zapper y se sentó sobre las manos, balanceando las piernas atrás y adelante—. Un criminal se escondió allí una vez y le cogieron. Yo los vi matarle con sus zappers.
—Pistolas —le corregí—. Los zappers son sólo juguetes.
—Pues pistolas, entonces —dijo Damien—. De todas maneras, se quedó tieso.
Era verdad. El hombre era un terrorista perseguido. Hacia ya mucho tiempo, cuando Damien era muy pequeño. Me sorprendía que se acordase. Yo no recuerdo nada de lo que sucedió antes de que tuviera seis años.
Rachel estaba paseando de un lado a otro.
—¿Dónde, entonces? —decía. De repente se volvió hacia nosotros y su cara se iluminó—: ¡El túnel!
Un pensamiento cruzó por mi mente. El túnel…, ¿cómo sabía ella eso? Pero sin darle más vueltas, contesté a su pregunta:
—Está tabicado, no hay ninguna entrada.
—Yo encontraré una —Rachel cogió una de sus bolsas.
—Damien, vuelve a la cama. Yo voy a ir con Rachel.
—Ni hablar —contestó él—, no vais a ir sin mí.
Era tan cabezota como papá y nada iba a hacerle cambiar de idea. No podíamos perder tiempo discutiendo con él.
—Está bien. Puedo encontrarlo sola —propuso Rachel.
Pero yo no podía permitir que fuera sola allí por la noche.
—No, iremos contigo.
—Por favor, Kari, es demasiado peligroso.
Pero también yo era terca. No podía dejar que tratara de buscar el túnel en la oscuridad. Podría estar dando vueltas eternamente sin encontrarlo. Damien y yo sabíamos exactamente dónde estaba.
Agarré de un brazo a Damien.
—Vete a vestirte, y si despiertas a mamá y a papá, te mato.
Corrí de puntillas a mi cuarto. Me puse el jersey y los vaqueros y un chubasquero, me calcé las botas y volví en un abrir y cerrar de ojos. Damien ya estaba allí, con su chándal encima del pijama, el zapper sujeto al cinturón y una gorra calada en la cabeza.
No nos atrevimos a encender las luces, así que bajamos las escaleras a oscuras. La luz de la luna entraba por la ventana emplomada y dibujaba un arco de colores en la pared.
Al llegar abajo, tropecé con Ro. Su aullido sonó en las escaleras y a lo largo del rellano. Nos encogimos, sin respirar siquiera. Puse los brazos alrededor de la cabeza y cerré los ojos. Esperé, pero nada sucedió.
Cuando me atreví a mirar hacia arriba, oí abrirse una puerta. Se me encogió el corazón. Mamá. Se pondría furiosa si veía lo que estábamos haciendo.
—No pasa nada, es Rachel —me susurró Damien—. Ha vuelto a subir, porque se había olvidado algo.
Yo juré por lo bajo. ¿Es que no sabía que cada minuto contaba si quería escaparse? Ya habíamos perdido bastante tiempo. Entonces apareció arriba, en el rellano de la escalera, y nos alcanzó, disculpándose.
—Lo siento, ahora estoy lista.
La cogí de la mano. Sentí sus dedos tensos entre los míos.
—Déjame ayudarte —tendí la mano hacia su bolsa. Parecía bastante pesada. Quizá tenía dentro las joyas de la corona, después de todo.
—No, no hace falta —dijo apresuradamente—. Puedo llevarla.
Pasamos con cuidado por la puerta del despacho de papá. Dentro, sus ronquidos retumbaban. Era bastante frecuente que se quedara dormido delante de las pantallas. Generalmente, mamá iba a despertarle para que subiera a la cama, pero esa noche lo había dejado allí. Probablemente como castigo a la pelea que habían tenido. Por la mañana se despertaría tieso como un madero y de un humor de perros.
Me deslicé dentro de la cocina y saqué una linterna del cajón. De vuelta al vestíbulo, desactivé el código de noche e inmovilicé las alarmas y las luces. La puerta se abrió con un ruido estremecedor. La noche y la oscuridad inundaron el interior de la casa.
Esperamos por si se había despertado alguien, conteniendo la respiración tanto tiempo que yo juraría que al salir todos teníamos la cara azulada.
—Vamos —tiré de Rachel para que pasara. Damien se quedó atrás.
—Tengo miedo —gimió—. No me gusta la oscuridad.
Rachel le cogió de la mano.
—Vamos —dijo suavemente—. La oscuridad puede ser tu amiga si se lo permites.
Cerramos la puerta en silencio y echamos a andar por el camino de entrada.
Vi que Rachel miraba al cielo. Las nubes pasaban cubriendo la luna y las estrellas. Se había levantado viento, que movía las ramas de los árboles con pequeñas sacudidas. Largas sombras vagaban por el jardín cuando me paré a abrir la puerta de la verja. Miré hacia la casa por encima de mi hombro. Total oscuridad. Di un suspiro de alivio. No habíamos despertado a nadie excepto al pobre gato.
Estábamos a punto de lanzarnos a la carretera cuando Rachel dio un respingo.
—¡Viene alguien!
—¡Son ellos! —Damien empezó a llorar.
—Cállate —apagué la linterna, paralizada de miedo.
Por la carretera, una luz venía hacia nosotros. No muy deprisa, pero se aproximaba sin detenerse, parpadeando como una estrella que se moviera con rapidez.
Tiré de la manga de Damien. El corazón se me salía del pecho.
—¡Vamos…, corre!
Entonces una voz silbó hacia nosotros.
—¡Eh, esperadme!
Jake. Respiré aliviada y oí a Rachel hacer lo mismo.
—¡Jake! —gritó Damien como si mi amigo fuera el salvador anhelado—. Vamos a ir al túnel viejo.
—Cállate, Damien —cuchicheé—. ¿Quieres que todo el mundo se entere?
Rachel iba ahora delante. Corriendo por el otro lado de la cuneta y de la cerca, tropezando o gateando por el terraplén. El abrigo se agitaba a su alrededor como las alas de un pájaro nocturno. Daba la impresión de que podía ver en la oscuridad.
Jake tiró su bicicleta en el seto, y todos trepamos detrás de ella.
—¿Cómo va a entrar? —jadeó Jake mientras la seguíamos.
—Ni idea —dije yo casi sin aliento.
Rachel estaba arriba de pie, con el pelo revuelto por el viento. La miré y me impresionó. Sobre el fondo de estrellas, su silueta tenía un aspecto realmente extraño. Como una valiente e invencible reina del pasado, cuando sólo hacía unas horas había sido una inadaptada sin bogar y sin esperanza que había invadido nuestra casa. Apenas podía creer que hubiera cambiado tanto.
—¡Deprisa! —nos dijo, y el viento llevó su voz a todas partes.
Se oía a cierta distancia el inquietante zumbido de las aspas de un helicóptero. Sonaba como ese tren fantasma que yo imaginaba a menudo avanzando hacia mí desde el pasado.
—Están en la granja —jadeó Jake—. Los he oído acercarse cuando he pasado con la bici. Tenía miedo de que me vieran.
Cuando llegamos junto a Rachel, me di cuenta de que aquella imagen de reina guerrera había sido sólo una ilusión mía. Tenía la cara roja y jadeaba igual que nosotros. Su pelo estaba enmarañado, y el abrigo, más destrozado que nunca en las partes en que se había enganchado con las zarzas y los espinos.
—¿Estás bien? —le puse una mano en el hombro. Ella consiguió sonreír.
—Casi bien —susurró.
Los otros ya habían llegado. Jake levantó a Damien por encima del borde pedregoso y lo dejó al otro lado.
Todos nos quedamos mirando el sendero que se curvaba hacia la entrada del túnel.
—Vamos —nos apremió Rachel, y empezó a avanzar por el sendero, mientras empujaba la bolsa con sus muslos al caminar.
Nosotros corrimos detrás.
Algo saltó delante de mí y desapareció corriendo, una sombra oscura con una cola blanca que siguió moviéndose hasta fundirse con la penumbra.
—¿Qué era eso? —gimió Damien detrás de mí.
—Sólo un conejo —jadeó Rachel.
—¿Un conejo? —Jake iba tirando de Damien—. Yo creía que estaban extinguidos.
—Bueno, pues ése no —y me reí tontamente. Me sentía estúpida por haberme asustado de un conejo. Aunque no hubiese visto ninguno antes.
La entrada del túnel era completamente invisible para quien no supiera que estaba allí. Un lugar perfecto para esconderse. Tan sólo parecía un alto desnivel cubierto de enredaderas. Caían desde el borde superior como una cascada verde.
Detrás de nosotros el runruneo de los helicópteros estaba más cerca que nunca. Damien miró hacia arriba.
—¡Ya los veo! —chilló—. ¡Mirad!
A distancia, las luces de las linternas seguían buscando. Habían abandonado la granja y se dirigían a nuestra casa. Todos salimos disparados hacia delante. Damien tropezó y le ayudamos a levantarse. Y el ruido del helicóptero se acercaba más y más.
A la entrada nos paramos de golpe. Jake se adelantó de un salto y empezó a arrancar enredaderas y a tirarlas a sus pies. Detrás de la jungla verde sólo aparecía la pared de simples bloques de plástico que cubría la entrada.
Rachel le puso la mano en el brazo.
—No, Jake. Así se verá claramente que alguien ha pasado por aquí.
Nos miró. La luna salió de detrás de una nube y la vi reflejada en sus ojos. Jadeaba, sudaba y tenía el pelo pegado a la cara.
—Tenéis que iros —nos explicó—. Todos. Si no os dais prisa, no llegaréis antes que la policía.
—Pero no podemos dejarte ahora —jadeé.
—Sí podéis. ¡Iros!
—Tú no puedes… —empecé.
—Pero si no íbamos a ayudarte, no necesitábamos haber venido —dijo Damien.
—Ya me habéis ayudado. Yo no habría tenido valor para venir hasta aquí sola. Iros, por favor.
—Pero… —me resistía a dejarla allí, sola, en la oscuridad, una extraña mujer vieja capaz de correr como el viento.
—Por favor —rogó—. Kari…, no quiero que te suceda nada —me agarró por los brazos con fuerza. Con tanta fuerza que sentí sus uñas clavadas en mi piel—. Te veré de nuevo, Kari —me soltó y me dio un ligero empujón—: ¡Vete! ¡Ahora!
Corrí para unirme a los otros. Al llegar a lo alto de
la pendiente me volví a mirarla. ¿Por qué estaba allí de pie, observándome, cuando habría tenido que buscar una manera de entrar en el túnel? Tuve el impulso repentino de volver y ayudarla a romper furiosamente los ladrillos. Sentía punzadas en los dedos como si de verdad lo estuviese haciendo.
Pero Jake me estaba llamando con prisa.
—¡Vamos, Kari! —había bajado la pendiente y me esperaba en el fondo.
Me volví para gritarle:
—¡Vale, ya voy! —y cuando me di la vuelta para echar una última mirada, Rachel ya no estaba.
Mi hermano y yo entramos en casa, y Jake se fue en dirección a los bosques.
Sólo unos minutos después de haber subido las escaleras y habernos metido en la cama, apareció la policía.
Los agentes hacían tanto ruido que ninguno de ellos notó que Damien y yo habíamos salido de nuestros cuartos y estábamos en cuclillas en el descansillo, escuchando.
—Está aquí —apenas pude dar crédito a mis oídos cuando mi padre dijo eso en respuesta a su interrogatorio—. En el cuarto de invitados. Le hemos dado una cama para pasar la noche.
—¡Qué asqueroso traidor! —me susurró Damien al oído. Yo le di un codazo y le dije que se callara.
Al jefe, que como supe más tarde se llamaba Zeon, no pareció importarle que mi madre hubiese incumplido la ley recogiendo a Rachel. Lo único que quería era verla y hablar con ella.
Desde el salón llegó la voz de mamá.
—No…, yo la traeré. Se asustará si entran de golpe.
Nosotros volvimos a las habitaciones y nos metimos en la cama. Oí pasar a mamá hacia el cuarto de Rachel, abrir la puerta y dar un respingo al ver la cama vacía. Cuando volvía hacia las escaleras, abrió mi puerta.
—Kari…, ¿estás despierta?
—Sí.
—La policía está aquí, están buscando a Rachel.
—Ya lo sé. Los he oído. ¿Por qué es Rachel tan importante?
Mamá se acercó a la cama. Yo me acurruqué debajo del edredón, esperando que no se diera cuenta de que llevaba puesta ropa de calle.
—No lo sé —respondió—. Sólo han dicho que alguien ha comunicado haber visto a una vagabunda merodeando por esta zona.
—Oh… —estaba claro que algunas personas no tenían nada mejor que hacer.
—No está en su cuarto.
—¿No? —traté de que sonara inocente, pero no sé si la engañé. Me miró astutamente, y estaba a punto de decir algo cuando sonaron pasos en la escalera.
Una voz de hombre preguntó desde el descansillo:
—¿Por qué tardan tanto?
Mamá se apresuró a salir.
—Lo siento —la oí decir—. Parece que se ha ido.
Entonces estalló en toda la casa un bullir de pies, gritos, voces airadas y puertas que se golpean.
—Diles que se dispersen —gritó alguien—, no puede haber ido lejos.
—Lo siento —papá no paraba de disculparse—. Ella ha estado aquí, de verdad.
Entonces yo me levanté, me quité la ropa y me puse el pijama rápidamente. Salí al descansillo frotándome los ojos y haciendo como que me acababa de despertar.
—¿Qué pasa?
El jefe Zeon estaba en las escaleras gritando no sé qué en su móvil. Me miró con fijeza, como si fuera un bicho raro.
—Es mi hija Kari —dijo mi madre con rapidez desde el pasillo—. No sabe nada.
Yo miré a Zeon y enseguida me di cuenta de un montón de cosas acerca de él. Estaba rebosando ansiedad, una neblina color naranja con rayas negras. Tenía problemas. Ojos hundidos, oblicuos… Ojos perspicaces que me decían que era capaz de descubrir mentiras tan deprisa como parpadeaba.
Conseguí olvidar la aceleración de mi pulso y dije «hola» con toda tranquilidad, como si se tratase de una visita social.
Pidió a mamá que trajese a Damien y nos interrogaron a todos. Mi hermano estuvo genial…, no soltó prenda.
Juramos que no habíamos visto ni oído marcharse a Rachel. Yo estaba segura de que Zeon no nos creía. Pero aparte de usar la tortura, no había nada que él pudiera hacer para cambiar nuestra versión.
Fui a la puerta con papá para verle salir. Había mucha gente fuera. En la carretera había más actividad que en un día de pleno verano. Llegó una furgoneta negra y salieron dos hombres con sensores de calor. Se me cayó el corazón a los pies. Sólo era cuestión de tiempo que la encontraran. Pero seguía sin entender por qué toda aquella policía para una mujer vieja e inofensiva. ¿Qué podía haber hecho?