V

ZEON Y SUS HOMBRES se quedaron fuera mucho tiempo.

En realidad yo no entendía por qué tenían que quedarse allí. Los sensores encontraron a Rachel en cuestión de unos minutos. Tendríamos que habernos imaginado que iba a pasar.

Damien y yo observamos tristemente cómo la traían Zeon y los demás. Todo nuestro pánico no había servido para nada. Ella no se defendió. Bajaba entre dos hombres, tranquila, derecha, como si la estuviesen escoltando para asistir a una reunión mas que llevándosela hacia el helicóptero de la policía. La ayudaron a entrar; el motor aceleró y el aparato se elevó en el aire. Los guiños de sus luces rojas estaban empañados por las lágrimas de rabia que llenaban mis ojos. Tenía ganas de golpear en la ventana y decirles que volvieran a traerla. Que sólo era una vieja inofensiva que había perdido la memoria. Que no era una inadaptada o una vagabunda o cualquiera de esas cosas horribles que yo había creído al principio.

Pero no habría servido para nada. Se la llevaban para interrogarla y no la veríamos nunca más.

Más tarde, los hombres con los sensores de calor bajaron del sendero del ferrocarril. Estuvieron charlando un rato con los policías que se habían quedado junto a la casa. Después, cada uno se fue yendo en sus vehículos, ya cerca del amanecer. Todo quedó en silencio.

—Bueno, esto ha sido todo —dijo papá—. Ahora, otra vez a la cama, chicos.

Yo empecé a gritar y a echar pestes contra él por haberla traicionado. Lo único que hizo fue encogerse de hombros y lanzarme una de sus miradas de hombre lobo.

—¿Querías que pusieran todo patas arriba? —preguntó—. Mucho mejor decirlo. Yo me disculpé en nombre de tu madre.

—Gracias —bufó mamá. Estaba tan trastornada y enfadada como yo.

Le miré airada y solté un resoplido.

—De todos modos… —dijo él acercándose a mí—, alguien la ha avisado de que venían, ¿no?

Yo le di la espalda y me encogí de hombros.

—No está sorda…, tiene que haberlos oído.

—¿Cómo sabía dónde estaba el túnel? —preguntó papá.

Me encogí de hombros otra vez.

—Ni idea.

De todas formas, mi padre no quería hablar más. Se fue a grandes zancadas hacia su despacho, gritando por encima del hombro como de costumbre. Cada vez que pienso en mi padre, nunca le veo sosegado. Sólo chillando por encima del hombro a uno de nosotros mientras se va hacia su cuarto.

—Se ha terminado —gritó—. No quiero oíros hablar de ella nunca más, ¿entendido? No sé cómo puedo trabajar con todo esto.

Esperé hasta que cerró la puerta de golpe para hacerle muecas.

Más tarde se lo conté todo a Jake, después de comprobar que había llegado a casa sano y salvo.

—¿Por qué no nos ha dicho que la policía andaba detrás de ella? —preguntó—. No íbamos a delatarla —todavía parecía sofocado por su loca carrera en bici a través del bosque.

—No sé —contesté—. Y probablemente nunca lo sabremos.

Después le pregunté si había notado algo extraño en los policías.

—No. Estaba demasiado asustado para notar algo, la verdad.

—Bueno, no eran policías corrientes, ¿no?

—No llevaban uniforme —dijo, encogiéndose de hombros.

—No, no es eso —dije—. No estaban interesados en nada más que en Rachel. A Zeon le traía sin cuidado que mamá hubiera incumplido la ley; sólo quería a Rachel, eso era todo.

—Sí, creo que tienes razón —dijo Jake, ceñudo.

—Y no tenía aspecto de policía… Estaba demasiado preocupado para que se tratara sólo de cazar a una vieja harapienta. Era como si fuese lo más importante del universo.

Jake estaba sorprendido.

—A mí sólo me han parecido tipos corrientes haciendo su trabajo.

Pero nada me iba a convencer de que estaba equivocada. Había algo en Zeon que yo no podía desentrañar. Y todavía me sentía mal por haberle fallado a Rachel.

—Nosotros no podíamos hacer nada más —trató de animarme Jake.

—No, supongo que no. ¿Dónde crees que la habrán llevado?

—No tengo ni idea. A la casa de locos, o al hogar de ancianos, supongo.

—Voy a volver al túnel —le dije—. Puede que haya dejado algo.

—¿Qué iba a dejar?

—No sé. Sólo quiero ir y mirar.

—Bien —sonrió Jake—, espérame —la pantalla quedó vacía.

Cuando bajé, no vi a mi padre. De hecho, no creía que quisiera verle nunca más.

Salí y esperé a que llegase Jake. Hacía una mañana clara y soleada que no iba bien con mi humor.

A la entrada del túnel el silencio era inquietante. No nos llegaba siquiera el zumbido de la Ciudad a aquella hora temprana. Lo único que se oía era el rumor del viento entre las hierbas o la súbita ráfaga de una bandada de pájaros que volaba sobre nosotros. Pasaron unos cuantos coches que subían o bajaban por la carretera, se detenían para mirar el chalé y luego seguían su camino. Los conductores no se fijaban en nosotros.

Trepamos por la ladera y comenzamos a seguir la línea del ferrocarril. Jake abría la marcha y apartaba las ramas que dificultaban nuestro camino.

—¡Guau! —dijo con una voz ahogada que no parecía la suya—. Eh, Kari…, ven y mira esto.

Era un agujero. Lo bastante grande para poder pasar por él. Los bordes dentados estaban quemados, marcados. Como si los ladrillos de plástico hubieran sido volados por una bomba.

Metí la cabeza dentro y miré en la penumbra. Había montones de cosas acumuladas en el suelo. Escombros…, botellas viejas, latas, trapos, papeles…, bloques, algunos destrozados en fragmentos. Las reliquias de una época pasada, como había imaginado.

Arrugué la nariz. Había un olor… olores. Falta de ventilación, putrefacción, el ácido olor de la tierra húmeda. Y algo más, algo quemado. Quizá eran los humos de esos trenes fantasmas que yo solía imaginar que oía.

—¡Pufff! —susurré—. Apesta —mi voz resonó: apesta… apesta… apesta… apesta… apesta…, y rebotó otra vez hacia mí.

Jake inspeccionaba los alrededores con el ceño fruncido.

—¿Cómo pudo hacerlo?

Su mente estaba trabajando lentamente. Todos esos ficheros científicos a los que accedía, todos esos trabajos que hacía. Pero aquello le tenía realmente intrigado.

—No pudo —dije yo—. Tiene que haber estado aquí antes.

—Voy a echar un vistazo. ¿Vienes?

—Claro —asentí, haciéndome la valiente.

Tan pronto como estuve dentro, me invadió una siniestra sensación. Todos mis fantasmas entraron en tropel. Imaginaba que oía voces, traqueteo de máquinas; veía claridad al otro extremo, justo por donde la luz del sol debía de entrar años atrás. Y enormes figuras se movían como lo habían hecho en mi sueño. Lo había imaginado con tanta frecuencia que casi resultaba familiar. Como si yo hubiese estado allí en una vida anterior.

Jake examinaba los bordes del agujero.

—Algún tipo de explosivo, con toda seguridad —olió uno de los bloques y murmuró entre dientes—: Quizá ella encontró algo. Algo que llevaba aquí años, quiero decir.

—La gente no va dejando explosivos por ahí, ni antes ni ahora—dije yo desdeñosa. Había conseguido dominar mis miedos y estaba de pie a su lado, con la basura hasta los tobillos—. De todas maneras, no funcionaría después de tantos años.

Jake se quitó la gorra y se pasó la mano por el pelo.

—Entonces, no sé —dijo.

De repente descubrí algo… El abrigo de Rachel. La policía debió creer que era un montón de harapos.

Corrí a cogerlo. En un bolsillo encontré un pedazo de papel con algo escrito. Me lo guardé para estudiarlo más tarde.

Registré el otro bolsillo. Entre unos pañuelos medio rotos toqué algo frío. Inmediatamente supe lo que era. La esclava de Rachel.

—¡Oh, vaya! —exclamó Jake cuando la saqué—. Mira que dejarla aquí. ¿Tú crees que lo hizo a propósito?

—No sé —la metí en mi bolsillo—. Vamos —tenía unas ganas enormes de salir al aire—, este lugar me pone la carne de gallina.

Cuando nos giramos para irnos, descubrí algo más entre la porquería del suelo. Lo recogí.

—Mira, Jake.

Era una muñeca. De plástico, blanda y flexible, con una cara sucia de bebé. El pelo rubio rizado estaba verde de moho, y el trajecito rosa, asqueroso de humedad y mugre. Me produjo una extraña sensación cogerla y tocarla… Fui otra vez una niña pequeña… de sólo tres, quizá cuatro años.

—Qué lástima —dije—. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí?

Jake me miraba intrigado.

—Tu madre me dijo que odiabas las muñecas.

Yo seguía mirándola, tocando sus suaves brazos y piernas.

—¿Te dijo eso? Puede ser, porque nunca me las compró.

Levanté el brazo para tirarla, pero algo me detuvo y la guardé en la chaqueta.

—Venga, vámonos de aquí —dije con resolución.

—Bueno —comentó Jake mientras volvíamos a casa—, entonces no sabremos nunca quién era o de dónde venía.

—No —confirmé con tristeza.

Pero los pensamientos daban vueltas en mi cabeza. Te veré de nuevo… Las palabras de Rachel resonaban una y otra vez… Te veré de nuevo.

Y lo extraño es que en el fondo tenía la certeza de que un día sucedería.

Cuando entramos en casa, encontré un mensaje de Vinny.

¿Cuándo puedo verte? Me muero de ganas de salir de los suburbios… Hace tanto calor y el aire es tan pesado esta semana…

Yo contesté:

Decidiremos algo pronto.

Podría haberla llamado por el videófono, pero no me sentía con ganas en aquel momento. No podía pensar más que en Rachel.

Jake se había tumbado en mi cama y estaba mirando al techo. Había comentado que los dibujos parecían contar alguna historia, y yo creía que estaba tratando de desentrañar cuál era.

Saqué la vieja y sucia muñeca y la metí en un cajón. Por alguna extraña razón no me decidía a tirarla.

Cogí las cosas que había encontrado en los bolsillos de Rachel. El papel arrugado…, la pulsera. Estiré el papel. Lo que vi, me dejó pasmada. Era una partitura.

Jake la estaba examinando.

—¡Vamos a ver cómo suena! —me propuso.

Fui al ordenador y la grabé. En décimas de segundo pudimos escucharla… La misma melodía que había oído al piano la noche en que hablamos en el jardín. Había sido Rachel quien tocaba, no mamá.

La toqué después varias veces, con la flauta. También sonaba bien: una melodía sosegada, dulce, que infundía una sensación de paz y contento.

—¿La reconoces? —preguntó Jake.

—No.

—Así son todas las respuestas que estamos obteniendo.

Fruncí el ceño.

—¿Qué quieres decir?

—No —continuó él—. No, siempre no. ¿Sabemos quién es Rachel o de dónde vino? No. ¿Sabemos por qué los esbirros de Zeon andaban tras ella? No. ¿Sabemos adónde la han llevado…?

—Vale, vale —le interrumpí—, tienes razón, como siempre.

Fui a mi cajón y saqué la muñeca. La dejé encima de la cama. Me resultaba inquietante verla junto a la esclava de Rachel, como si las dos cosas fueran parte de un extraño rompecabezas. Tal vez si conseguía juntarlas, entendería lo que había sucedido y mi vida cambiaría para siempre.

—¡Eh! —Jake se sentó rápidamente y cogió la pulsera. Se puso a examinarla con detenimiento—. Esto sí que es raro.

-¿Qué?

La levantó hacia la luz.

—Mira… Tiene grabada una dirección de la red.

Y allí estaba, grabada en la sólida pieza central de la cadena. No entendía por qué no me había dado cuenta antes de lo que era:

Ra @ starhost.dck/Cty.uk.

Jake se sentó delante de mi ordenador y tecleó enseguida la dirección.

—¿Qué vas a hacer?

—Enviar un mensaje. ¿Qué creías?

Me quedé de pie junto a él mirando fijamente a la pantalla. Rachel no estaría allí. Probablemente la habrían llevado a alguna celda horrible de la policía o a un hogar de ancianos. Pero podría haber alguien… alguien que la conociera. Podría ser la dirección de los amigos de la Ciudad de los que me había hablado.

Mi corazón latía con fuerza. Quizá íbamos a resolver una parte del rompecabezas.

Pero la pantalla respondió «no disponible».

—Lo siento —Jake se encogió de hombros—, se necesita password. Lo intentaremos más tarde y veremos qué pasa.

Así lo hicimos. Probamos un montón de veces, pero la contestación era la misma. Me senté en la cama, deprimida otra vez. Tenía la pulsera en la palma de la mano y sentía su frío contra mi piel.

—Ella quería que encontrásemos esto, estoy segura —le dije a Jake—. No puede haberla olvidado —le conté cómo jugaba con ella todo el tiempo, como para asegurarse de que no la había perdido—. Es una dirección de la Ciudad y ella me dijo que iría a la Ciudad.

Jake se mordió los labios.

—Puedo tratar de descubrir exactamente dónde es.

Jake era un as en usar los ficheros de la red que no tenía derecho a usar. De repente, me sentí mejor.

—Vamos, hazlo entonces —le apremié.

Primero accedió a una base de datos de millones de direcciones. No hubo suerte. Lo intentó con otro directorio, pero tampoco estaba allí.

Una hora más tarde apareció algo. Yo casi había renunciado y estaba sentada a la ventana mirando la fila de turistas que habían decidido dejar el coche en el arcén y dar un paseo por la carretera.

—¡Los astilleros! —la voz de Jake rompió mis pensamientos.

Me volví rápidamente.

—¡Los astilleros! —mi corazón saltaba. Los astilleros eran, sin duda, un área prohibida. Abandonada y peligrosa. Refugio de criminales, traficantes de drogas, gángsters, terroristas e inadaptados. No tenía ni idea de por qué la dirección de los amigos de Rachel en la Ciudad estaba allí. Nadie con un mínimo sentido de conservación se acercaría a aquella zona.

Jake dio un suspiro y se apoyó en la silla.

—Me temo que esto es todo lo que podemos conseguir. Starhost no nos resuelve nada.

—Es un comienzo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó con suspicacia.

—Voy a tratar de encontrarlo.

—Yo lo he intentado durante más de una hora.

—No, tonto. Voy a ir a la Ciudad.

Jake me miró horrorizado.

—Estás de broma.

—Lo digo en serio. Ella quiere que lo haga y lo voy a hacer, Jake.

En realidad no sabía siquiera por qué lo estaba diciendo. Sólo sabía que tenía que ayudarla. Si encontraba a sus amigos y les decía lo que había sucedido, podrían responder por ella…, reclamarla a la policía. Era algo que yo tenía que hacer.

Jake me sujetó por los brazos.

—Tú estás loca, Kari —movió la cabeza—. Puede ser una vieja dirección, suprimida hace años. Puede que haya encontrado la esclava en alguna parte… No puedes ir allí, Kari, no seas loca.

—Voy a ir de todas maneras.

Jake seguía moviendo la cabeza, contrariado.

—Creo que no te entenderé ni en un millón de años.

Yo le dirigí una sonrisa triste.

—Deséame suerte.

—No seas boba; voy a ir contigo.

—No… ¿Y tu madre?

—Si vas sola, estás muerta, Kari. Necesitarás ayuda y yo voy a ayudarte…

Sonreí. Entonces se me ocurrió una idea.

—Podríamos decir que vamos a visitar a Vinny.

—Cualquier cosa con tal de que no empiecen a mandar equipos de salvamento.

—Ella nos encubrirá, seguro —dije.

—Bueno, entonces llámala.

Tecleé el número y enseguida apareció. Nunca la había visto cara a cara, pero en la pantalla era muy guapa. El invierno anterior yo había contestado a un mensaje de la red que pedía una amiga en el campo, y desde entonces nos relacionábamos.

—¡Kari! —sonreía abiertamente. Llevaba el pelo teñido de púrpura y trenzado alrededor de la cabeza, con cuentas color naranja al final de cada trenza. Además, se había perforado la nariz—. He recibido tu mensaje. ¿Es éste el «pronto» de que hablabas? No pierdes el tiempo, ¿eh?

—Eh… no —y le expliqué lo de la visita a la ciudad.

—¡La Ciudad! ¡Guau…! ¿Tú sola?

—No, con Jake. Nos apetece un poco de emoción. Es tan aburrido estar aquí —no me atrevía a contarle la verdad.

—Bueno —hizo una mueca—, está bien, si quieres, puedes decir que vienes a mi casa. Mi padre está en el extranjero, así que no hay nadie aquí que pueda descubrirte.

—Gracias, Vinny. Supongo que mamá contactará contigo sólo para estar segura de que todo va bien.

—Sin problemas, ya sabré qué decirle.

Cuando desconecté, el corazón se me salía del pecho… Miedo…, nerviosismo…, todo.

íbamos a ir a la Ciudad… la Ciudad… la Ciudad.