Promesas incumplidas
Cuando sus ojos se adaptaron al espectro de luz normal, Drizzt estudió la caverna. Las paredes y el techo eran naturales, curvas y de superficie áspera, con algunas estalactitas pequeñas, pero habían instalado dos puertas de madera, que a juicio de Drizzt tenían alguna relación con el acuerdo establecido entre Vierna y Entreri. Había un soldado junto a cada una de las puertas, y un tercero ocupaba una posición a medio camino de las puertas entre los dos centinelas.
Ahora había doce elfos oscuros en la habitación, incluidos Vierna y Jarlaxle; en cambio, la draraña había desaparecido. Entreri hablaba con Vierna; Drizzt la vio entregar al asesino el cinturón con las cimitarras del vigilante.
También observó que había algo parecido a un nicho, un hueco de poca profundidad en la pared trasera del área principal, con un reborde a la altura de la cintura; la parte superior estaba cubierta con una manta, y un soldado se erguía a su lado, con la espada y la daga desenvainadas.
¿Un tobogán?, se preguntó Drizzt.
Entreri había dicho que éste era el lugar donde él y los elfos oscuros se separarían, pero Drizzt dudaba que el asesino, acabado el duelo, tuviese la intención de regresar por donde habían venido, a través de Mithril Hall. Quizá sí que había un tobogán detrás de aquella manta, un camino hacia los túneles más profundos de la Antípoda Oscura.
Vierna dijo algo que Drizzt no escuchó, y Entreri se acercó a él con las armas. Un soldado se encargó de quitarle la cuerda de las muñecas, y el vigilante movió lentamente los brazos, los hombros doloridos después de permanecer tanto tiempo en una posición forzada y resentidos por el brutal castigo de la sacerdotisa.
Entreri dejó caer el cinturón a los pies de Drizzt y retrocedió un paso. Drizzt miró las armas con curiosidad, sin saber muy bien qué debía hacer.
–Recógelas -le ordenó Entreri.
–¿Para qué?
La pregunta fue como una bofetada para el asesino. Sólo por un instante apareció un relámpago de furia en su rostro, que inmediatamente volvió a recuperar la expresión impasible habitual de Entreri.
–Para que podamos saber la verdad -contestó el asesino.
–Yo ya sé la verdad -replicó Drizzt, muy tranquilo-. Deseas negarla, para poder mantener oculta, incluso de ti mismo, la inutilidad de tu mísera existencia.
–Recógelas -gruñó el asesino-, o te mataré ahora mismo.
Drizzt sabía que no cumpliría la amenaza. Entreri no lo mataría hasta tanto no se redimiera a sí mismo en un duelo limpio. Incluso si Entreri lo atacaba con alguna estocada mortal, Drizzt pensaba que Vierna intervendría. Él era demasiado importante para su hermana; los sacrificios a la reina araña no se aceptaban si no los hacían las sacerdotisas drows.
Por fin Drizzt se agachó y recogió las armas; se sintió más seguro cuando abrochó el cinto. Sabía que era imposible soñar con poder escapar, tuviera o no las cimitarras, pero tenía la experiencia suficiente para comprender que las oportunidades podían aparecer en el momento más inesperado.
Entreri desenvainó la espada y la daga recamada; después se agazapó, con una amplia sonrisa en la boca de labios delgados.
Drizzt mantuvo la misma posición, los hombros caídos, las cimitarras en las vainas.
La espada del asesino lanzó el primer aviso, tocando la punta de la nariz del elfo y obligándolo a mover la cabeza a un lado. El joven, indiferente, apretó el pequeño corte con el pulgar y el índice, para contener la hemorragia.
–Cobarde -dijo Entreri en son de burla, fingiendo otra estocada a fondo sin dejar de moverse. Drizzt siguió los movimientos del asesino para tenerlo siempre cara a cara, sin preocuparse de los insultos.
–Vamos, Drizzt Do'Urden -intervino Jarlaxle, cosa que llamó la atención de los contendientes-. Sabes que no tienes escapatoria, pero ¿no te complacería acabar con el humano que ha cometido tantas barbaridades contra tus amigos?
–¿Qué tienes que perder? – preguntó Entreri-. No puedo matarte; sólo me está permitido vencerte. Es el convenio con tu hermana. Pero puedes matarme. No creo que Vierna tenga ningún impedimento a que me mates, e incluso le divertiría ver morir a un humano.
Drizzt permaneció impasible. Decían que no tenía nada que perder. Al parecer no comprendían que Drizzt Do'Urden no peleaba cuando no había nada en juego; sólo cuando tenía algo que ganar, cuando la situación hacía necesaria la pelea.
–Desenvaina tus armas, te lo ruego -añadió Jarlaxle-. Tienes una gran reputación y me encantaría ver tu esgrima, comprobar si de verdad eres superior a Zaknafein.
Drizzt, que intentaba llevar el juego con calma y mantenerse fiel a sus principios, no pudo disimular una mueca ante la mención del padre muerto, considerado como el mejor maestro de armas de Menzoberranzan. A pesar de sí mismo, desenvainó las cimitarras, y el furioso resplandor azul de Centella reflejó la cólera que Drizzt Do'Urden no había podido reprimir del todo.
Entreri atacó de pronto con fiereza, y Drizzt reaccionó con los reflejos del guerrero; las cimitarras golpearon contra la espada y la daga, para rechazar todas las embestidas. Sin darse cuenta, llevado por los instintos, asumió la ofensiva y comenzó a girar sobre sí mismo; con cada vuelta, las armas atacaban al oponente a distintas alturas y en ángulos diferentes.
Entreri, desconcertado por esta técnica tan poco habitual, falló casi tantas paradas como las que acertó, pero la velocidad de los pies le permitió mantenerse fuera del alcance de las cimitarras.
–Siempre con una nueva sorpresa -admitió el asesino con voz grave, y en su rostro apareció una expresión de celos al escuchar las exclamaciones y los comentarios admirados de los drows presentes en la habitación.
Drizzt acabó los giros con una pirueta que lo dejó delante del asesino, con las armas listas para el ataque.
–Muy espectacular, pero poco efectivo -gritó Entreri y se lanzó a la carga con la espada a media altura y la daga bien alta. Drizzt se movió en diagonal; con una cimitarra desvió el golpe de la espada, y con la otra formó una barrera que la daga no pudo atravesar.
La mano de Entreri continuó en un giro completo -Drizzt observó que ahora sostenía la daga por la hoja- mientras daba puntazos con la espada a un lado y a otro para mantener al elfo ocupado, y en cuanto estuvo en posición lanzó el puñal.
Con un sonido similar al de un martillo contra el metal, Centella se interpuso en la trayectoria de la daga y la desvió hacia el otro extremo de la cueva.
–¡Bien hecho! – exclamó Jarlaxle, y también Entreri retrocedió un paso para demostrar su admiración con un cabeceo. Armado ahora sólo con la espada, el asesino se movió con más cautela, y lanzó un golpe controlado.
Se quedó boquiabierto cuando Drizzt no paró la estocada, cuando el elfo se abstuvo de evitar, no una finta, sino dos y el arma superó la defensa de la cimitarra. La espada se apartó bruscamente, sin llegar a tocar el objetivo vulnerable. Entreri repitió el ataque, fingió otra estocada a fondo, para después desviar la hoja y atacar alto y por el flanco.
Tenía a Drizzt a su merced, podría haberle destrozado el hombro o atravesarle el cuello con aquel ataque tan sencillo. Sin embargo, lo detuvo la sonrisa confiada de Drizzt. El asesino giró la espada y la descargó de plano sobre el hombro del vigilante, sin hacerle ningún daño importante.
¡Drizzt lo había dejado pasar dos veces, desvirtuando el duelo que tanto ansiaba Entreri con un simulacro de incapacidad!
Entreri quería gritar a voz en cuello sus protestas, avisar a todos los demás elfos oscuros del juego privado de Drizzt. Pero el asesino decidió que esta batalla era un asunto exclusivamente personal, algo que sólo se podía resolver entre él y Drizzt, y no con la intervención de Jarlaxle o Vierna.
–Te tenía -lo provocó Entreri en el áspero lenguaje de los enanos, con la esperanza de que sólo Drizzt, entre todos los drows, lo entendiera.
–Entonces tendrías que haberlo acabado -contestó Drizzt con calma en la lengua común. Aunque hablaba el idioma de los enanos a la perfección, no quería darle a Entreri el placer de pasar este duelo al terreno personal; mantendría el carácter público del combate y lo ridiculizaría con sus acciones.
–Tendrías que esforzarte un poco más -lo criticó Entreri, volviendo a la lengua común-. Por el bien de tu amigo halfling, si no quieres luchar por el tuyo. Si me matas, Regis quedará en libertad, pero si salgo de aquí con vida… -El asesino dejó la amenaza pendiente, pero no pareció tener mucho efecto cuando Drizzt se rió ante sus narices.
–Regis está muerto -manifestó el vigilante-. O lo estará, con independencia del resultado de nuestro combate.
–No… -comenzó a decir Entreri.
–Sí -lo interrumpió Drizzt-. No soy tan tonto como para caer en una de tus múltiples mentiras. Te has dejado cegar por la ira. No has previsto todas las posibilidades. – Entreri atacó otra vez, sin lanzar ningún golpe espectacular que pudiera descubrir la farsa a los elfos oscuros-. Está muerto -afirmó Drizzt, en un tono que también era de pregunta.
–¿Tú qué crees? – replicó Entreri, con un gruñido que convirtió la respuesta en algo demasiado obvio.
Drizzt comprendió el cambio de táctica, adivinó que Entreri pretendía enfurecerlo, que combatiera impulsado por la ira. Permaneció impasible y respondió con algunos ataques rutinarios que el asesino no tuvo ninguna dificultad en controlar, y que, de haberlo deseado, podría haber replicado con efectos devastadores.
Vierna y Jarlaxle comenzaron a hablar en susurros, y Drizzt, preocupado de que pudieran hartarse de la farsa, atacó con más empeño, aunque siempre con golpes mesurados e ineficaces. Entreri hizo un gesto de asentimiento casi imperceptible para indicar que comenzaba a comprender. El juego, con sus silenciosas y sutiles comunicaciones, era cada vez más personal, y Drizzt, al igual que Entreri, no deseaba la intervención de Vierna.
–Disfrutarás con tu victoria -prometió Entreri; la frase, poco habitual, era una guía.
–No me serviría de nada -contestó Drizzt. Ésta era la respuesta que el asesino esperaba escuchar. Entreri quería ganar el duelo, ahora más que nunca porque a Drizzt no parecía importarle. El elfo sabía que su rival no era ningún tonto, y, si bien él y Drizzt se equiparaban en fuerza, las motivaciones eran muy distintas. Entreri lucharía hasta el final sólo para demostrar algo, pero Drizzt consideraba que él no tenía nada que demostrar, al menos al asesino.
Los fallos de Drizzt en este duelo eran auténticos. El elfo estaba dispuesto a perder, sólo para no darle a Entreri la satisfacción de una victoria honrada.
Y, como sus acciones se encargaron de demostrar, el asesino no estaba del todo sorprendido por este cambio en los acontecimientos.
–Tu última oportunidad -lo provocó Entreri-. Aquí es donde tú y yo nos separaremos. Yo me marcharé por la puerta más lejana, y el drow bajará a su mundo oscuro.
La mirada de Drizzt se desvió sólo por un segundo hacia el nicho, para revelar a Entreri que no había pasado por alto el énfasis en la palabra «bajará», que había captado la referencia al tobogán oculto por la manta.
Entreri se agachó bruscamente, después de haberse acercado lo suficiente para recuperar la daga. Fue una maniobra atrevida, y una vez más reveló sus intenciones a su oponente; porque, a la vista del poco interés de Drizzt por el combate, el asesino no necesitaba correr el riesgo de recuperar el arma perdida.
–¿Puedo rebautizar a tu pantera? – preguntó Entreri, moviendo la cintura para mostrar la bolsa sujeta al cinturón, donde asomaba la estatuilla negra. El asesino atacó rápido y con fuerza en una maniobra de cuatro movimientos, cualquiera de los cuales habría podido dar en el blanco de haberlo querido-. Vamos -añadió Entreri, en voz alta-, ¡sabes pelear mucho mejor! ¡Te he visto combatir en estos mismos túneles muchas veces como para creer que se te puede derrotar con tanta facilidad!
Al principio, Drizzt se sorprendió al ver que Entreri parecía dispuesto a que los demás escucharan la conversación privada, pero sin duda Vierna y los otros ya se habían dado cuenta que Drizzt no peleaba con el alma. De todos modos, le resultó un comentario curioso hasta que comprendió el mensaje oculto en las palabras del asesino. Entreri se había referido a sus combates en estos túneles, pero en esa ocasión no se habían batido entre ellos. Inusualmente, Drizzt Do'Urden y Artemis Entreri habían luchado codo a codo para sobrevivir del ataque de un enemigo común.
¿Volvería a ocurrir lo mismo, aquí y ahora? ¿Tan grande era el deseo de Entreri por mantener un combate honrado contra Drizzt que le ofrecía ayuda para derrotar a Vierna y su banda? Si era así, y vendan, entonces cualquier nueva batalla entre Entreri y Drizzt sin duda daría algo que ganar a Drizzt, algo por lo que esforzarse en el combate. Si juntos podían ganar, o huir, el próximo duelo sería por la libertad de Drizzt.
–¡Tempus!
El grito arrancó a los duelistas de sus pensamientos, y los obligó a reaccionar ante la distracción.
Se movieron con una armonía perfecta. Drizzt blandió la cimitarra mientras el asesino apartaba las defensas y, retrocediendo un paso, mostraba la cadera donde colgaba la bolsa. Centella cortó la bolsa de un solo tajo, y la estatuilla de la pantera mágica cayó al suelo.
La puerta, la misma puerta por la que habían entrado en la cueva, saltó hecha astillas al recibir el impacto de Aegis-fang, y el centinela cayó derribado.
La primera reacción de Drizzt fue la de ir hacia la puerta, en un intento por unirse a los amigos, pero renunció a la vista del gran número de elfos oscuros que la protegían. La otra puerta tampoco ofrecía esperanzas, porque se abrió en cuanto comenzó el tumulto, y apareció la draraña con más soldados.
La caverna se iluminó con una luz mágica, y un coro de gemidos sonó en todos los rincones. Una flecha de estela plateada cruzó el portal y atravesó al centinela, que en aquel momento intentaba ponerse de pie. Lo lanzó contra la pared más apartada, donde permaneció erguido, con la flecha incrustada en la roca.
–¡Guenhwyvar!
Drizzt no podía esperar a ver si la pantera aparecía, no podía entretenerse ni un segundo. Corrió hacia el nicho mientras el único guardia levantaba las armas para defenderse.
Vierna gritó: Drizzt sintió el tirón de la capa al recibir el impacto de una daga y comprendió que colgaba a un centímetro del muslo. Continuó con la carrera, y en el último momento inclinó un hombro como si tuviera la intención de esquivar al soldado.
El guardia siguió la finta, pero Drizzt se levantó antes que el adversario, con las cimitarras cruzadas a la altura del cuello.
Horrorizado, el guardia descubrió que no estaba a tiempo de rechazar el fulminante ataque con la espada o la daga, y que no podía detener el impulso de su cuerpo para apartarse del peligro.
Las afiladas hojas se cruzaron sobre su garganta.
Drizzt hizo una mueca, apoyó las ensangrentadas cimitarras contra el pecho y se lanzó de cabeza a través de la manta, confiando en que ocultara un hueco y que se tratara de un tobogán, no de una caída vertical.