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Gente de poca fe

Dinin observó todos los movimientos de Vierna, atento a cada una de las etapas del ritual que realizaba su hermana en honor de la reina araña. Los drows se encontraban en una pequeña capilla que Jarlaxle había procurado para uso de Vierna en una de las casas menores de Menzoberranzan. Dinin seguía fiel al culto de Lloth, la deidad negra, y había aceptado de buen grado acompañar a Vierna en las oraciones, aunque, en realidad, el varón consideraba que era algo ridículo, y que su hermana cometía una estupidez en aferrarse a su pasado.

–No tendrías que tener tantas dudas -le comentó Vierna, sin volverse a mirar al hermano, para no equivocarse en el ritual. Pero, al oír el suspiro de disgusto del varón, se giró con los ojos encendidos por la furia.

–¿Por qué no? – preguntó Dinin, enfrentándose con valor a la ira de la mujer. Aun cuando ella no contara con el favor de Lloth, como Dinin creía a pie juntillas, Vierna era más grande y fuerte que él y disponía de algunos poderes mágicos. De todos modos, apretó los dientes, firmes en su decisión, y no se echó atrás, temeroso de que la creciente obsesión de Vierna acabara por arrastrarlos por el sendero de la destrucción.

Como respuesta, Vierna sacó un extraño látigo de los pliegues de la vestimenta sacerdotal. El mango era de adamantita negra pero las colas estaban hechas con cinco serpientes vivas. A Dinin se le desorbitaron los ojos; comprendía muy bien el significado del arma.

–Lloth no permite que nadie excepto las grandes sacerdotisas utilicen esto -le recordó Vierna, acariciando afectuosamente las cabezas.

–Pero si hemos perdido el favor… -comenzó a protestar Dinin, aunque sabía que era inútil a la vista de la demostración de Vierna. La hermana lo miró y soltó una carcajada cruel, mientras inclinaba la cabeza para besar a una de las serpientes-. Entonces, ¿qué sentido tiene ir detrás de Drizzt? – añadió Dinin-. Has recuperado el favor de Lloth. ¿Por qué arriesgarlo todo en la persecución de nuestro hermano traidor?

–¡Precisamente eso es lo que me ha permitido recuperar el favor de la diosa! – chilló la sacerdotisa. Avanzó un paso, y Dinin se apartó prudentemente. Recordaba los días de juventud en la casa Do'Urden, cuando Briza, la mayor y más cruel de sus hermanas, lo torturaba con uno de aquellos terribles látigos. Sin embargo, Vierna se calmó en el acto, y dirigió la mirada al altar cubierto de arañas (vivas y en efigie)-. La debilidad de la matrona Malicia trajo la desgracia a nuestra familia -añadió-. Malicia fracasó en la misión más importante que le encomendó Lloth.

–Matar a Drizzt -señaló Dinin.

–Sí -replicó Vierna, mirando al varón por encima del hombro-. Matar a Drizzt, al infame y traidor Drizzt. Le he prometido su corazón a Lloth, le he prometido reparar el error de la familia, para que nosotros, tú y yo, podamos recuperar el favor de nuestra diosa.

–¿Con qué fin? – se sintió obligado a preguntar Dinin, mientras contemplaba despreciativo la humilde capilla-. Nuestra casa ya no existe. El nombre de los Do'Urden no se puede mencionar en la ciudad. ¿Qué ganaríamos si recuperáramos el favor de Lloth? Serías una gran sacerdotisa, cosa que me llenaría de orgullo, pero no tendrías una casa que regir.

–¡Pero la tendré! – gritó Vierna, con una mirada furiosa-. Soy una noble que sobrevivió a la destrucción de su casa, igual que tú, hermano mío. Tenemos todos los derechos de acusación.

Dinin la miró boquiabierto. En el sentido más estricto, Vierna no se equivocaba. Los derechos de acusación eran un privilegio reservado a los hijos nobles de las casas destruidas, por el cual, si sobrevivían, podían nombrar a los atacantes y así conseguir que la justicia drow castigara a los culpables. De todos modos, como consecuencia de las continuas intrigas dentro de la caótica Menzoberranzan, tampoco se podía confiar mucho en el cumplimiento de la ley.

–¿Acusación? – tartamudeó Dinin, con la boca de pronto reseca-. ¿Has olvidado cuál es la casa que destruyó la nuestra?

–En absoluto -ronroneó la hermana.

–¡Baenre! – gritó Dinin-. ¡La casa Baenre, la casa primera de Menzoberranzan! No puedes acusar a Baenre. Ninguna casa, sola o aliada, actuará contra ellos, y la matrona Baenre controla la Academia. ¿Cómo conseguirás la ejecución de la sentencia? ¿Y qué me dices de Bregan D'aerthe? – añadió Dinin-. La misma banda de mercenarios que nos acoge colaboró en la derrota de nuestra casa. – Dinin se interrumpió de improviso, al pensar en lo que acababa de decir, siempre sorprendido por la paradoja, la ironía cruel, de la sociedad drow.

–Eres un varón y no puedes comprender la belleza de Lloth -replicó Vierna-. Nuestra diosa se alimenta del caos, y considera esta situación con muy buenos ojos precisamente por sus numerosas ironías.

–La ciudad no irá a la guerra contra la casa Baenre -objetó Dinin, muy convencido.

–¡No será necesario! – afirmó Vierna, y una vez más el brillo de la locura apareció en sus ojos-. La matrona Baenre es vieja, hermano mío. Hace mucho tiempo que ha pasado su hora. Cuando Drizzt esté muerto, tal como exige la reina araña, me concederán una audiencia en la casa Baenre, durante la cual haré… haremos la acusación.

–Y a continuación nos convertiremos en alimentos de sus esclavos goblins -opinó Dinin.

–Las propias hijas de la matrona Baenre se encargarán de expulsarla para que la casa pueda recuperar el favor de la reina araña -prosiguió Vierna, sin hacer caso de las dudas del hermano-. Con este fin, ellas mismas me convertirán en su matrona. – Dominado por el más total asombro, Dinin no encontraba palabras para contestar a las insensateces de la hermana-. ¡Piénsalo, hermano mío! ¡Imagínate a ti mismo a mi lado mientras presido la casa primera de Menzoberranzan!

–¿Lloth te lo ha prometido?

–A través de Triel -contestó Vierna-. La hija mayor de la matrona Baenre, que es matrona de la Academia.

Dinin comenzaba a entender la maniobra. Si Triel, mucho más poderosa que Vierna, pensaba reemplazar a la madre anciana, desde luego reclamaría el trono de la casa Baenre para sí misma, o al menos dejaría que alguna otra de sus calificadas hermanas lo ocupara. Las dudas del varón resultaron obvias cuando se sentó en el borde de un banco, con los brazos cruzados, y movió la cabeza lentamente a uno y otro lado.

–No hay lugar para los incrédulos en mi séquito -le advirtió Vierna.

–¿Tu séquito?

–Bregan D'aerthe no es sino una herramienta de la que me valgo para complacer a la diosa -explicó Vierna sin vacilar.

–Estás loca -dijo Dinin sin poder contenerse. Para su alivio, Vierna no avanzó hacia él.

–Lamentarás tus palabras sacrílegas cuando el traidor Drizzt sea sacrificado a Lloth -prometió la sacerdotisa.

–Nunca conseguirás acercarte a nuestro hermano -replicó Dinin bruscamente, recordando muy bien lo acontecido en el último encuentro con Drizzt-. Y no te acompañaré a la superficie; no tengo intención de enfrentarme al demonio. Es muy poderoso, Vierna, mucho más de lo que te puedes imaginar.

–¡Silencio! – La palabra llevaba una carga mágica, y Dinin no pudo pronunciar ni una palabra más-. ¿Poderoso? – añadió Vierna con un tono de mofa-. ¿Qué sabes tú del poder, varón impotente? – Una sonrisa cruel apareció fugazmente en su rostro, y Dinin se movió inquieto en el banco-. Ven conmigo, incrédulo Dinin -lo invitó la sacerdotisa. Se dirigió hacia una puerta lateral de la capilla, pero Dinin permaneció en su sitio-. ¡Ven! – ordenó esta vez Vierna, y Dinin vio cómo las piernas se movían, lo sacaban de la casa, y después de Menzoberranzan, siguiendo fielmente cada paso de la hermana loca.

En cuanto los dos Do'Urden desaparecieron de la vista, Jarlaxle bajó la cortinilla delante de la bola de cristal, disipando la imagen de la pequeña capilla. Pensó que debía hablar con Dinin cuanto antes, advertir al obstinado guerrero de las consecuencias. El mercenario apreciaba a Dinin y sabía que el drow iba de cabeza al desastre.

–Le has ofrecido un buen cebo -le comentó Jarlaxle a la sacerdotisa que se encontraba a su lado, con un guiño pícaro del ojo izquierdo. – El parche lo llevaba hoy en el derecho. La mujer, más baja que el varón pero con un aire imponente, soltó un gruñido, sin disimular el desprecio-. Mi querida Triel -añadió, zalamero.

–Contén la lengua -contestó Triel Baenre-, o te la arrancaré y te la daré para que puedas tenerla en las manos.

Jarlaxle encogió los hombros y optó prudentemente por llevar de nuevo la conversación al tema que los había reunido.

–Vierna cree en tu propuesta -dijo el mercenario.

–Está desesperada -replicó Triel.

–Hubiese ido detrás de Drizzt con la sola promesa de que la acogerías en tu familia -señaló Jarlaxle-, pero engatusarla con la ilusión de reemplazar a la matrona Baenre…

–Cuanto mayor la recompensa, mayor también el interés de Vierna -repuso Triel, tranquilamente-. Es importante para mi madre que Drizzt Do'Urden sea sacrificado a Lloth. Dejemos que la estúpida sacerdotisa piense que lleva las de ganar.

–De acuerdo -asintió Jarlaxle-. ¿La casa Baenre ha preparado la escolta?

–Una treintena de soldados marcharán junto a los guerreros de Bregan D'aerthe -contestó Triel-. Sólo son varones -añadió despectiva- y prescindibles. – La hija primera de la casa Baenre inclinó la cabeza a un costado mientras miraba al mercenario-. ¿Acompañarás a Vierna personalmente con tus hombres? – preguntó-. ¿Para coordinar los dos grupos?

–Formo parte de la operación -respondió Jarlaxle con voz firme, uniendo las manos delgadas con una palmada.

–Para mi disgusto -apuntó la hija de Baenre. Pronunció una palabra y desapareció en medio de un estallido.

–Tu madre me quiere, querida Triel -dijo Jarlaxle al vacío, como si la matrona de la Academia todavía estuviese presente-. No me perdería esto por nada del mundo -prosiguió el mercenario, pensando en voz alta. A su juicio, la caza de Drizzt era algo muy bueno. Quizá perdería algunos soldados, pero eran reemplazables. Si capturaban a Drizzt, Lloth se sentiría complacida, matrona Baenre habría conseguido sus propósitos, y él ya encontraría la manera de recibir una recompensa por los esfuerzos. Después de todo, Drizzt Do'Urden, como traidor renegado, tenía puesto precio a su cabeza.

Jarlaxle rió complacido ante la perfección del plan. Si Drizzt conseguía eludirlos de alguna manera, Vierna cargaría con toda la responsabilidad, y el mercenario quedaría libre de cualquier culpa.

Había otra posibilidad que Jarlaxle, buen conocedor de la manera de actuar de los drows, no había podido menos que prever; si, por alguna remota casualidad, llegaba a suceder, le permitiría obtener grandes beneficios, gracias a las buenas relaciones con Vierna. Triel le había prometido a la sacerdotisa una recompensa increíble, siguiendo las instrucciones dadas por Lloth a ella y a su madre. ¿Qué pasaría si Vierna cumplía su parte del acuerdo?, se preguntó el mercenario. ¿Qué nueva superchería tenía reservada la artera Lloth para la casa Baenre?

Desde luego, Vierna Do'Urden cometía una insensatez al creer en las falsas promesas de Triel, pero Jarlaxle sabía muy bien que muchas de las drows más poderosas de Menzoberranzan, incluida la matrona Baenre, se habían comportado, en algún momento de sus vidas, con la misma locura.

Horas más tarde, Vierna atravesó el portal opaco de las habitaciones privadas de Jarlaxle; su expresión enloquecida revelaba claramente la ansiedad ante los hechos futuros.

Jarlaxle escuchó una conmoción en el pasillo exterior, pero Vierna se limitó a sonreír. El mercenario se echó hacia atrás en el sillón y, uniendo las manos, hizo tamborilear las yemas de los dedos mientras intentaba descubrir qué sorpresa le tenía preparada esta vez la sacerdotisa Do'Urden.

–Necesitaremos un soldado más para completar el grupo -declaró Vierna.

–No hay inconvenientes -contestó Jarlaxle, que comenzaba a comprender la situación-. Pero ¿por qué? ¿Dinin no nos acompañará?

–Sí que vendrá -afirmó Vierna-. Aunque mi hermano tendrá otro desempeño en la cacería. – El mercenario no dijo nada y se limitó a esperar-. Dinin no creía en el destino de Lloth -explicó la sacerdotisa, sentándose sin el menor empacho en el borde de la mesa de Jarlaxle-. No quería acompañarme en esta misión crítica. ¡Se oponía a una orden de la reina araña! – De repente furiosa, abandonó el asiento y caminó hacia la puerta opaca.

Jarlaxle no hizo ningún movimiento, excepto flexionar los dedos de la mano que utilizaba para lanzar las dagas, mientras Vierna continuaba con su discurso. La sacerdotisa se paseó arriba y abajo por el pequeño cuarto, implorando a Lloth, al tiempo que maldecía a aquellos que no se hincaban de rodillas ante la diosa, y sobre todo a sus hermanos, Drizzt y Dinin. Entonces, súbitamente, recobró la calma y mostró una sonrisa malvada-. Lloth exige fidelidad -dijo en tono acusador.

–Desde luego -repuso el mercenario, imperturbable.

–Es tarea de una sacerdotisa aplicar la justicia.

–Así es.

Los ojos de Vierna relampaguearon, y Jarlaxle se preparó, preocupado ante la posibilidad de ser atacado por alguna razón desconocida. Pero la sacerdotisa fue hasta la puerta y llamó a su hermano en voz alta.

Jarlaxle distinguió la silueta velada al otro lado del portal, y vio cómo la sustancia opaca se alabeaba y estiraba cuando Dinin comenzó a pasar.

Una pata de araña enorme entró en la habitación, después otra, y otra. Entonces apareció el torso transformado, el cuerpo desnudo e hinchado de Dinin convertido de la cintura para abajo en una gigantesca araña negra. Su bien parecido rostro era ahora una cosa muerta, abotagada y carente de toda expresión, los ojos sin brillo.

El mercenario hizo un gran esfuerzo para conservar la calma. Se quitó el sombrero y pasó una mano por la calva, perlada de sudor.

La criatura desfigurada acabó de entrar en la habitación y se detuvo obediente detrás de Vierna, que sonreía complacida al ver el desagrado del mercenario.

–La misión es importantísima -afirmó Vierna-. Lloth no tolerará ningún desacuerdo.

Si Jarlaxle había tenido alguna duda de la participación de Lloth en la misión de Vierna, ahora se había esfumado.

Vierna había aplicado al díscolo Dinin el peor de los castigos de la sociedad drow, algo que sólo una gran sacerdotisa que gozara de la más alta consideración de la diosa podía aplicar. Había reemplazado el esbelto cuerpo de Dinin por la forma grotesca y repulsiva de una araña, había sustituido la feroz independencia de Dinin por una conducta malvada sometida totalmente a su voluntad.

Lo había convertido en una draraña.