7

Silencio en la oscuridad

Incluso con las lámparas encendidas en todas las paredes y las rutas despejadas y bien señalizadas, Drizzt y Regis tardaron casi tres horas en cruzar el enorme complejo de Mithril Hall hasta las nuevas secciones. Cruzaron la maravillosa ciudad subterránea, con los numerosos niveles de viviendas que parecían escalones gigantes a ambos lados de la inmensa caverna. Las casas miraban a un área central de trabajo a nivel del suelo, donde se podía ver el bullicio de las actividades de esta raza tan industriosa. Éste era el eje de todo el complejo; aquí era donde vivían y trabajaban la mayoría de los súbditos de Bruenor. Los grandes hornos funcionaban día y noche. El repicar de los martillos contra el metal era continuo, y, aunque las minas sólo llevaban abiertas un par de meses, miles de productos acabados -desde armas de primerísima calidad a vasos de bello diseño- colmaban las carretillas colocadas junto a las paredes a la espera del comienzo de la temporada comercial.

Drizzt y Regis entraron por el extremo oriental del nivel más alto, cruzaron la caverna por un puente en voladizo, y bajaron por la escalera para salir por el nivel más bajo, en dirección a las minas más profundas de Mithril Hall en el oeste. Los corredores estaban iluminados con lámparas de aceite, aunque en ese nivel había muchas menos y más espaciadas, y de vez en cuando se cruzaban con cuadrillas de enanos dedicadas a extraer el preciso mithril plateado de las paredes de los túneles.

Entonces llegaron a los túneles exteriores, donde ya no había más lámparas ni enanos. Drizzt se quitó la mochila, con la intención de encender una antorcha, pero en aquel momento advirtió que los ojos del halfling mostraban el resplandor rojizo de la infravisión.

–Prefiero la luz de la antorcha -comentó Regis cuando el drow recogió la mochila sin encender una luz.

–Será mejor reservarlas -contestó Drizzt-. No sabemos cuánto tiempo tendremos que permanecer en los sectores nuevos.

Regis encogió los hombros; a Drizzt le causó gracia ver que el halfling ya empuñaba la pequeña pero muy efectiva maza, a pesar de que todavía no habían dejado atrás las zonas seguras del complejo.

Tras disfrutar de un corto descanso, reanudaron la marcha y recorrieron otros tres o cuatro kilómetros. Como era de esperar, Regis no tardó en quejarse de dolor de pies y sólo se calló cuando escucharon el eco de voces enanas.

Unas cuantas vueltas y revueltas del túnel los llevaron hasta una escalera estrecha y empinada que descendía hasta la sala de guardia de esta sección. Encontraron a cuatro enanos, muy entretenidos con una partida de dados (gruñían entusiasmados con cada tirada) sin preocuparse de vigilar la gran puerta de piedra con tranca de hierro que cerraba el paso a las secciones nuevas.

–Hola -saludó Drizzt, interrumpiendo la partida.

–Tenemos a unos cuantos allá abajo -le informó un fornido enano de barba castaña en cuanto advirtió la presencia del drow-. ¿El rey Bruenor os envía a buscarlos?

–Nos ha tocado -comentó Regis.

–Hemos venido para recordarles que no es necesario que se lleven todo el mithril de una vez -dijo Drizzt, despreocupado, con la intención de no alarmar a los guardias con la suposición de que podía haber problemas en su sector.

Dos de los enanos recogieron y prepararon las armas mientras los otros dos se dispusieron a quitar la tranca de la puerta.

–Una cosa -les avisó el enano-. A la hora de regresar, llamad a la puerta primero tres veces, después dos. ¡No abriremos si la contraseña no es la correcta!

–Primero tres, después dos -repitió Drizzt. Los guardias quitaron la tranca, y la puerta se abrió hacia adentro con un fuerte sonido de succión. Al otro lado sólo se veía la oscuridad del túnel-. Calma, amigo mío -dijo el drow, al ver el súbito resplandor en los ojos del halfling. Sólo hacía un par de semanas que habían estado allí, cuando la batalla contra los goblins, pero, aunque habían liquidado la amenaza, el lóbrego túnel no parecía menos impresionante.

–Venga, deprisa -les dijo el enano de barba castaña, al que no parecía gustarle mucho tener la puerta abierta.

Drizzt encendió una antorcha y cruzó el portal, con Regis pegado a los talones. Los enanos cerraron la puerta sin perder un segundo, y los compañeros pudieron escuchar el estrépito de la tranca de hierro cuando la colocaron en los soportes. El drow le entregó la antorcha a Regis y desenvainó las cimitarras; el suave resplandor azul de Centella se sumó a la luz de la antorcha.

–Tenemos que acabar esta misión lo más rápido posible -manifestó el elfo-. Llama a Guenhwyvar y que ella nos guíe.

Regis dejó la maza y antorcha, y rebuscó en los bolsillos hasta encontrar la estatuilla de ónice. La dejó en el suelo, recogió los otros objetos, y entonces miró a Drizzt, que se había alejado unos pasos.

–Puedes llamar a la pantera -dijo el drow un tanto sorprendido, cuando miró a atrás y vio que Regis lo esperaba, algo curioso dada la estrecha relación entre el halfling y el animal.

Guenhwyvar era una entidad mágica, una criatura del plano astral, que obedecía a la llamada del poseedor de la estatuilla. Bruenor siempre se había mostrado un poco tímido en presencia de la pantera (a los enanos por lo general no les gustaba la magia excepto aquella que utilizaban en sus armas) pero Regis y Guenhwyvar eran muy buenos amigos. En una ocasión Guenhwyvar había salvado la vida del halfling llevándoselo en un viaje astral para sacarlo del interior de una torre que se derrumbaba. Ahora, en cambio, Regis permanecía junto a la estatuilla, con la antorcha y la maza en las manos, sin saber qué hacer. Drizzt retrocedió sobre sus pasos para reunirse con el compañero.

–¿Qué ocurre? – preguntó.

–Creo…, creo que será mejor que la llames tú -replicó el halfling-. Después de todo, la pantera es tuya y sin duda prefiere escuchar tu voz.

Guenhwyvar vendrá a tu llamada -le aseguró Drizzt, con una palmada en el hombro. Como no quería perder más tiempo, el drow pronunció suavemente el nombre del animal.

Al cabo de unos pocos segundos, una niebla gris, que parecía más oscura en la penumbra, rodeó la estatuilla y adoptó la forma de una pantera. Poco a poco se hizo más densa hasta que por fin se materializó el ágil y poderoso cuerpo de Guenhwyvar, que aplastó las orejas contra el cráneo en cuanto vio dónde estaba. Regis prudentemente dio un paso atrás mientras Drizzt sujetaba a Guenhwyvar por el morro y le sacudía la cabeza en un gesto cariñoso.

–Han desaparecido unos cuantos enanos -le explicó el drow a la pantera, y Regis comprendió que Guenhwyvar entendía las palabras-. Busca su olor, amiga mía. Llévame hasta ellos.

Guenhwyvar dedicó un buen rato a inspeccionar el área más próxima; luego se volvió para mirar a Regis y soltó un gruñido.

–Adelante -indicó el elfo, y la pantera desapareció inmediatamente en la oscuridad sin hacer ningún ruido.

Drizzt y Regis la siguieron sin esforzarse, el drow seguro de que la pantera nunca los dejaría atrás, y Regis mirando inquieto a un lado y al otro a cada paso. Un poco más tarde, pasaron por el lugar donde se encontraba el esqueleto del ettin gigante, el primero que había matado Bruenor, y Guenhwyvar se reunió con ellos en la caverna donde había tenido lugar la batalla contra los goblins.

No quedaban casi pruebas de la batalla, excepto las manchas de sangre y una pila de goblins muertos. Unos gusanos de tres metros de largo se movían por la pila mientras que con sus tentáculos arrancaban trozos de carne de los putrefactos cadáveres.

–No te apartes de mí -dijo Drizzt, y Regis no necesitó que se lo repitieran-. Son gusanos carroñeros -explicó el vigilante drow-, los buitres de la Antípoda Oscura. Es poco probable que nos molesten porque disponen de mucha comida, pero son enemigos peligrosos. La picadura de los tentáculos puede paralizar los miembros de una persona.

–¿Crees que los enanos se acercaron demasiado a los gusanos? – preguntó Regis, que se esforzaba por distinguir en la penumbra si había entre los muertos algún cuerpo que no fuese goblin.

–Los enanos conocen muy bien a los carroñeros -manifestó-. En realidad agradecen que las criaturas se encarguen de eliminar el hedor de los cadáveres en descomposición. Me resulta difícil pensar que siete enanos veteranos pudieran ser víctimas de estos gusanos.

Drizzt se dispuso a bajar por la plataforma inclinada, pero el halfling lo sujetó de la capa para impedírselo.

–Debajo de esta loza hay un ettin muerto -le recordó Regis-. Montones de carne.

Drizzt dirigió una mirada de curiosidad al halfling, sorprendido por su agilidad mental, mientras pensaba que Bruenor había hecho bien en mandarlo con él. Se movieron por el borde de la plataforma y descendieron por el extremo más apartado. Desde allí pudieron ver a un buen número de gusanos carroñeros que se hartaban de carne de ettin. El curso original de Drizzt lo habría acercado peligrosamente a las bestias.

Una vez más se movieron por los túneles desiertos con Guenhwyvar ocupando el puesto de vanguardia.

Poco después la antorcha comenzó a apagarse; cuando Drizzt cogió otra, Regis sacudió la cabeza para indicarle que debían ahorrarlas.

Continuaron la marcha, rodeados del más absoluto silencio; sólo el resplandor azul de Centella disipaba un poco la oscuridad. Para el drow era como revivir los viejos tiempos, recorriendo la Antípoda Oscura en compañía de la pantera, y todos los sentidos aguzados al máximo porque el peligro acechaba en cada curva del camino.

–¿El disco está tibio? – inquirió Jarlaxle al ver la expresión complacida de Vierna mientras pasaba los dedos por la superficie metálica. Iba montada en la draraña, su medio de transporte en este viaje; el hinchado rostro de Dinin permanecía inmóvil como el de un cadáver.

–Mi hermano no se encuentra muy lejos -respondió la sacerdotisa, los ojos cerrados para no perder la concentración.

El mercenario se apoyó contra la pared, con la mirada puesta en el largo túnel sembrado de goblins muertos. Por todas partes y en el más absoluto silencio, los miembros de su banda de asesinos se ocupaban de atender las órdenes recibidas.

–¿Podemos tener la certeza de que se trata de Drizzt? – se atrevió a preguntar Jarlaxle, con mucho respeto para no irritar a la quisquillosa sacerdotisa, máxime cuando Vierna cabalgaba en el ejemplo de lo que era capaz de hacer llevada por la ira.

–Él está allí -aseguró la sacerdotisa.

–¿Y estás segura de que nuestro amigo no lo matará antes de que nosotros lo encontremos? – insistió Jarlaxle.

–Podemos confiar en este aliado -contestó Vierna sin perder la calma, cosa que tranquilizó al nervioso mercenario-. Lloth me lo ha confirmado.

«Esto pone fin a cualquier discusión», pensó Jarlaxle, aunque no confiaba en ningún humano, y menos en aquel que había conocido por mediación de Vierna. Miró otra vez hacia el túnel donde se movía la banda de asesinos.

Jarlaxle confiaba sinceramente en sus soldados, la mejor fuerza de la Antípoda Oscura. Si de verdad Drizzt Do'Urden rondaba por los túneles, los drows de Bregan D'aerthe lo encontrarían.

–¿Debo despachar a la tropa Baenre? – le preguntó el mercenario a Vierna.

La sacerdotisa pensó durante unos segundos, y después sacudió la cabeza. La indecisión reveló a Jarlaxle que Vierna no estaba tan segura del paradero de su hermano como afirmaba.

–Mantenlos cerca un poco más -respondió Vierna-. Nos servirán para cubrir nuestra retirada después de que hallemos a mi hermano.

Jarlaxle no puso ninguna objeción. Si en verdad Drizzt se encontraba aquí, como creía Vierna, no sabían cuántos amigos podían acompañarlo. Con cincuenta soldados drows de refuerzo, el mercenario no tenía por qué preocuparse.

Sin embargo, pensó en la reacción de Triel Baenre si llegaba a enterarse de que sus tropas, aunque sólo fueran varones, habían sido utilizadas como carne de cañón.

–Estos túneles son interminables -gimió Regis después de otras dos horas de vueltas y más vueltas por los pasadizos ensanchados por los goblins.

Drizzt dispuso una pausa para cenar -incluso encendió una antorcha-, y los dos amigos se sentaron en una piedra plana, rodeada por estalactitas y montículos de piedra que parecían monstruos en una pequeña caverna natural.

El drow sabía cuánta razón tenía el comentario del halfling. Se encontraban a varios kilómetros de profundidad, y las cavernas eran innumerables, conectadas por cámaras grandes y pequeñas, y entrecruzadas por docenas de pasajes laterales. Regis había estado antes en las minas de los enanos, pero nunca había entrado en el siguiente reino subterráneo, la temible Antípoda Oscura, donde vivían los elfos oscuros, el lugar donde había nacido Drizzt Do'Urden.

La atmósfera asfixiante y el saber que sobre su cabeza había miles de toneladas de piedra llevaron inevitablemente los pensamientos de Drizzt hacia su vida pasada, a los años que había vivido en Menzoberranzan, o caminando con Guenhwyvar por los interminables túneles del mundo subterráneo de Toril.

–Nos perderemos, como les pasó a los enanos -afirmó Regis, mordisqueando una galleta. Cogía trozos muy pequeños y los masticaba mil veces para saborear cada preciosa migaja.

La sonrisa de Drizzt no pareció consolarlo, pero el vigilante tenía la plena seguridad de que él y, sobre todo, Guenhwyvar sabían exactamente dónde estaban, porque había seguido una ruta circular, tomando como centro la caverna donde habían librado la batalla contra los goblins. Señaló detrás de Regis, y el halfling se volvió en el asiento de piedra.

–Si regresamos por aquel túnel y tomamos el primer pasaje a la derecha, en cuestión de minutos nos encontraríamos de regreso en la caverna donde Bruenor derrotó a los goblins -explicó Drizzt-. Desde aquí no estamos muy lejos del lugar donde nos topamos con Cobble.

–Es que en la oscuridad parece estar mucho más lejos, eso es todo -murmuró Regis.

Drizzt no insistió, satisfecho de tener a Regis con él, aunque el halfling no se mostraba muy animado. El drow no había tenido muchas ocasiones de ver a Regis en el transcurso de las varias semanas pasadas desde su regreso a Mithril Hall; en realidad, nadie lo había visto mucho excepto los cocineros y los encargados de atender los comedores.

–¿Por qué has vuelto? – le preguntó Drizzt de pronto, y Regis se ahogó con un trozo de galleta al escuchar la pregunta. El halfling lo miró incrédulo-. Nos alegra tenerte de nuevo entre nosotros -añadió el elfo, para aclarar la intención del interrogatorio-. Y desde luego todos esperamos que esta vez te quedes una larga temporada. Pero, ¿por qué, amigo mío?

–La boda… -tartamudeó Regis.

–Una buena razón, pero difícilmente la única -replicó Drizzt con una sonrisa irónica-. La última vez que te vimos, eras el jefe de una cofradía y todo Calimport estaba a tu disposición. – Regis desvió la mirada, pasó los dedos por los rizos castaños, jugó con los varios anillos, y deslizó la mano para tironear de su único pendiente-. Aquélla era la vida que siempre había deseado el Regis que yo conozco -señaló el drow.

–Entonces quizá nunca has comprendido a Regis -repuso el halfling.

–Quizás -admitió Drizzt-, pero hay algo más. Sé que eres capaz de hacer lo imposible para evitar una pelea. Sin embargo, cuando ocurrió la batalla contra los goblins, permaneciste a mi lado.

–¿Dónde podía estar más seguro que junto a Drizzt Do'Urden?

–En los niveles superiores, en los comedores -dijo el drow sin vacilar. La sonrisa de Drizzt era una demostración de amistad; el brillo de los ojos lila no mostraba ninguna animosidad contra el halfling, a pesar de las mentiras de Regis-. Puedes estar seguro de que, cualesquiera que sean tus razones para haber vuelto, todos nos alegramos de que estés aquí -añadió Drizzt, sinceramente-. El primero, Bruenor. Pero, si tienes algún problema, si corres peligro, harías bien en decirlo para que podamos pelear todos juntos. Somos tus amigos y estaremos a tu lado, sin protestar, para enfrentarnos a lo que sea. La experiencia me ha enseñado que es una ventaja conocer al enemigo.

–Perdí la cofradía -admitió Regis-, dos semanas después de que os marcharais de Calimport. – La noticia no sorprendió al drow-. Artemis Entreri -añadió Regis, que volvió su rostro de querubín hacia Drizzt, la mirada atenta a cualquier reacción de éste.

–¿Entreri se hizo con la cofradía? – preguntó el drow.

–No le costó mucho -afirmó Regis-. Su red de infiltrados incluía a mis colegas más íntimos.

–Es algo que tendrías que haber esperado por parte del asesino -dijo Drizzt, y soltó una risita, cosa que al parecer provocó la sorpresa del halfling.

–¿Te resulta gracioso?

–La cofradía está mejor en manos de Entreri -contestó el drow, para mayor asombro de Regis-. Es el más apto para el juego de traiciones en la miserable Calimport.

–Yo pensaba que… -comenzó a decir Regis-. Me refiero a que no piensas…

–¿Matar a Entreri? – acabó Drizzt por él con otra risita-. Mi pleito con el asesino está acabado -añadió cuando el asentimiento ansioso de Regis confirmó sus palabras.

–Quizás Entreri no piense de la misma manera -manifestó Regis muy serio.

El drow se encogió de hombros, y observó que su actitud despreocupada parecía inquietar al halfling.

–Mientras Entreri permanezca en las tierras del sur, no es asunto mío. – Drizzt sabía que Regis no esperaba que Entreri permaneciera en el sur. Quizás ésta era la razón por la que Regis no había querido quedarse en los niveles superiores durante la batalla contra los goblins, pensó el elfo. Tal vez Regis había tenido miedo de que Entreri pudiera entrar en Mithril Hall. Si el asesino encontraba a los dos compañeros juntos, era probable que primero atacara al elfo.

–Lo heriste en vuestro duelo -prosiguió Regis-, y no es de las personas dispuestas a perdonar. – Drizzt adoptó de pronto una expresión grave al escuchar las palabras de su amigo, y Regis se echó hacia atrás como si quisiera alejarse del fuego en los ojos lila del drow.

–¿Crees que te ha seguido hasta aquí? – preguntó el elfo.

–Arreglé las cosas para hacer ver que estaba muerto -respondió Regis, sacudiendo la cabeza-. Además, Entreri sabe dónde está Mithril Hall. No necesitaba seguirme para venir a buscarte. Pero no lo hará. Por lo que he oído, ha perdido un ojo y el uso de un brazo. No creo que esté en condiciones de luchar contra ti en igualdad de condiciones.

–Fue el corazón el que lo privó de su capacidad combativa -comentó Drizzt, casi para sí mismo. A pesar de su actitud despreocupada, el drow no podía olvidar fácilmente la larga rivalidad con el asesino. Entreri mantenía que un guerrero auténtico era un ser sin corazón, una máquina de muerte. Drizzt creía exactamente lo contrario. Para el drow, criado entre tantos guerreros que compartían los mismos ideales que el asesino, la pasión por la justicia reafirmaba la capacidad para el combate. Zaknafein, el padre de Drizzt, no tenía rivales en Menzoberranzan porque sus espadas luchaban en pro de la justicia, porque luchaba con la fe sincera de que sus batallas tenían una justificación moral.

–Puedes estar seguro de que siempre te odiará -señaló Regis muy serio, arrancando a Drizzt del ensimismamiento.

El drow advirtió el brillo en los ojos del halfling y lo interpretó como una señal del profundo odio de Regis hacia Entreri. ¿Acaso su amigo esperaba que él regresara a Calimport y acabara su guerra particular contra el asesino?, se preguntó. ¿Es que Regis confiaba en que Drizzt le devolvería el mando de la cofradía?

–Me odia porque mi forma de vida demuestra que la suya es una mentira -manifestó Drizzt con un tono un tanto frío. El drow no regresaría a Calimport, no se enfrentaría otra vez con Entreri por nada en el mundo. Hacerlo significaba ponerse en el mismo nivel moral del asesino, algo que el drow, que había vuelto la espalda a su propia gente sin escrúpulos, temía más que a cualquier otra cosa.

Regis desvió la mirada, al parecer porque había comprendido los verdaderos sentimientos del drow. En su rostro se reflejaba claramente la desilusión, y Drizzt no pudo menos que pensar que Regis había esperado recuperar su preciosa cofradía con la intervención de sus cimitarras. El elfo no tenía mucha fe en la afirmación de Regis respecto a que Entreri no vendría al norte. Si el asesino, o al menos sus agentes, no estaban en la región, entonces ¿por qué Regis había preferido acompañarlo a la batalla contra los goblins?

–Ven -dijo Drizzt, antes de dejarse dominar por la ira-. Tenemos que recorrer muchos kilómetros antes de que sea la hora de dormir. Dentro de poco tendremos que enviar a Guenhwyvar de regreso al plano astral, y nos costará más encontrar a los enanos sin la ayuda de la pantera.

Regis guardó el resto de las provisiones en la mochila, apagó la antorcha, y siguió al drow. De vez en cuando, Drizzt lo espiaba por encima del hombro, en parte sorprendido -y también desilusionado- por el brillo de furia en los puntos rojos que eran los ojos del halfling.