Segunda parte

Percepciones

No hay en la lengua drow una palabra para «amor». El vocablo más próximo que recuerdo es ssinssrigg, pero es más acertado para referirse al deseo físico o la codicia egoísta. Desde luego, el concepto de amor existe en el corazón de algunos drows, pero el amor verdadero, el deseo desinteresado que a menudo requiere un sacrificio personal, no tiene lugar en un mundo de rivalidades tan amargas y peligrosas.

Los únicos sacrificios en la cultura drow son los ofrecidos a Lloth, y sin duda no son desinteresados, porque quien hace la ofrenda espera recibir a cambio algo más importante.

De todos modos, el concepto de amor no me era desconocido cuando abandoné la Antípoda Oscura. Quise a Zaknafein, también a Belwar y a Clak. Por cierto, fue la capacidad, la necesidad y de amar que en última instancia me alejó de Menzoberranzan.

¿Hay en todo el mundo un concepto más fugaz, más esquivo? Son numerosas las personas de todas las razas que sencillamente no parecen comprender qué es el amor, y estropean su maravillosa simplicidad con ideas preconcebidas y expectativas poco re alistas. Resulta irónico que yo, que salí de la oscuridad de una Menzoberranzan carente de amor, pueda comprender mejor el concepto que muchos de los que viven con él, o al menos con la posibilidad real de experimentarlo, durante toda la vida.

Hay algunas cosas que un drow renegado no dará por sentadas.

Mis pocos viajes a Luna Plateada en estas últimas semanas han motivado algunas bromas bienintencionadas por parte de mis amigos. «¡Sin duda el elfo piensa en otra boda!», ha repetido Bruenor varias veces, refiriéndose a mi relación con Alustriel, la dama de Luna Plateada. Acepto las bromas a la vista del cariño sincero y las esperanzas que las inspiran, y no he desilusionado a mis queridos amigos explicándoles que se equivocan.

Aprecio a Alustriel y la bondad que me ha demostrado. Aprecio el hecho de que ella, gobernante en un mundo a veces en exceso despiadado, haya asumido el riesgo de permitir a un elfo oscuro pasear libremente por las maravillosas avenidas de su ciudad. Que Alustriel me tenga por amigo me ha permitido saber qué deseo en realidad, sin atenerme a las limitaciones esperadas.

Pero ¿la quiero?

No más de lo que ella me quiere a mí.

Sin embargo, admito que me encanta la idea de que podría amar a Alustriel y que ella podría amarme, y que, si existiera la atracción, el color de mi piel y la reputación de mi gente no detendrían a la noble dama de Luna Plateada.

Ahora también he aprendido que el amor es la cosa más importante de mi existencia, que mi amistad con Bruenor, Wulfgar y Regis es una piedra fundamental para la felicidad que pueda aspirar.

Mi vínculo con Catti-brie es incluso más profundo.

Ya he dicho que el amor sincero es un concepto altruista, y mi altruismo ha sufrido una dura prueba esta primavera.

Ahora temo por el futuro, por Catti-brie y Wulfgar y las barreras que deberán superar juntos. No tengo ninguna duda de que Wulfgar la ama, pero carga su amor con una posesividad rayana en la falta de respeto.

Él tendría que comprender el espíritu encarnado en Catti-brie, tendría que ver claramente aquello que alimenta el fuego de sus maravillosos ojos azules. Es precisamente el espíritu lo que ama Wulfgar, y sin embargo acabará por apagarlo al insistir en su creencia de que la esposa es una posesión del marido.

Mi amigo bárbaro ha cambiado mucho desde sus años de juventud en la tundra. Pero todavía le queda mucho por aprender si quiere conservar el corazón de la hija de Bruenor, el amor de Catti-brie.

¿Hay en el mundo un concepto más fugaz, más esquivo?

Drizzt Do'Urden