Un miedo alentador
Ahora tengo todo esto junto a Bruenor, en los salones sagrados de su juventud. Prosperamos. Tenemos paz. Sólo llevo mis armas en los viajes de cinco días entre Mithril Hall y Luna Plateada.
¿Me equivoqué?
No lamento mi decisión de abandonar la vil ciudad de Menzoberranzan, pero ahora, en la (interminable) paz y tranquilidad, comienzo a creer que mis deseos en aquel momento crítico se fundaban en el inevitable anhelo de la inexperiencia. No había conocido nunca la existencia plácida que tanto ansiaba.
No puedo negar que mi vida es mucho mejor, mil veces mejor, que cualquier cosa que llegué a conocer en la Antípoda Oscura. Y, sin embargo, no puedo recordar la última vez que sentí la ansiedad, el miedo inspirador de la batalla inminente, el cosquilleo que sólo se produce cuando un enemigo está cerca o se debe responder a un desafío.
Oh, recuerdo el momento específico -sólo un año atrás, cuando Wulfgar, Guenhwyvar y yo recorrimos los túneles inferiores de Mithril Hall-pero aquella sensación, aquel cosquilleo de temor, ha desaparecido hace tiempo de mi memoria.
¿Somos entonces criaturas de acción? ¿Decimos que deseamos vivir tranquilamente cuando, de hecho, es el desafío y la aventura lo que de verdad nos da vida?
Debo admitir, al menos en mi caso, que no lo sé.
Hay un punto que no puedo discutir, una verdad que inevitablemente me ayuda a contestar estas preguntas, y que me coloca en una posición afortunada. Porque ahora, junto a Bruenor y su gente, junto a Wulfgar, Catti-brie y Guenhwyvar, mi querida Guenhwyvar, soy dueño de mi propio destino.
Estoy más seguro de lo que lo estuve nunca en mis sesenta años de vida. Las perspectivas de futuro no pueden ser mejores, para una paz y seguridad duraderas. Y, no obstante, me siento mortal. Por primera vez, miro lo que ha pasado en lugar de mirar a lo que vendrá. No hay otra manera de explicarlo. Siento que me muero, que las historias que tanto deseaba compartir con los amigos no tardarán en ser rancias, sin nada con que reemplazarlas.
Pero, debo recordármelo otra vez, la elección es sólo mía.
Drizzt Do'Urden