Capítulo XVII
“Hasta una rata es un temible enemigo si se ve acorralada. Pero el verdaderamente peligroso es aquel que busca la lucha, incluso cuando tiene la opción de escapar”.
Un Sobrado Gilipollas
Despierto con una mezcla de sensaciones. Por un lado, es la primera vez en bastante tiempo en la que lo hago sin haber tenido (o sin recordar) flashbacks o sueños raros. Por otra, sigo sin ver una mierda, aunque por lo menos se ha mitigado en gran medida el horroroso escozor de mis ojos. A mis oídos llegan todo tipo de sonidos: aspas de helicópteros, el estruendo de las armas automáticas y los gritos de alguien que intenta imponer el orden en medio del caos.
«No sé por qué, pero creo que esto va a ser movido».
Me llevo las manos a los ojos. Tengo unas vendas alrededor de los mismos. Una voz femenina me grita desde mi derecha:
—¡Ni se le ocurra! Ha sufrido lesiones oculares de escasa entidad, pero tendrá que llevarlo cubierto como mínimo dos semanas.
«Qué optimista. ¿Crees que seguirás vivo dentro de dos semanas?»
No doy un duro por seguir vivo dentro de dos horas.
—Vamos, vamos señorita —dice desde la izquierda una voz que esta vez me resulta familiar—. Quizás quiera oír un segundo diagnóstico.
—Mire, capitán. —La voz de la enfermera o la doctora, o lo que sea, parece bastante enfadada—. Usted ocúpese de lo suyo y deje en paz a los heridos.
Una mano grande, fría y encallecida se coloca sobre mi cara.
—¡Abre los ojos para ver la gloria del señor! —dice el tipo que sospecho es Gabriel, en lo que a todas luces debe parecer la parodia de un tele predicador.
«Bueno y también a Gloria Estefan si se pasa por aquí».
—¡Ni se le ocurra! —grita la voz femenina.
—Señorita, ¿no tiene nada mejor que hacer?
El inconfundible sonido de una pistola al ser amartillada me llega con total claridad desde la izquierda.
«Si yo fuese ella, me largaría».
—¡Está usted loco!
—Digamos —responde la voz burlona desde mi izquierda— que me rijo por otro concepto de cordura.
—¡Hablaré con sus superiores!
El hombre se carcajea ruidosamente.
—¡Buena suerte! —Se las apaña para responderle entre risas.
La voz femenina se aleja protestando airadamente. Las manos de Gabriel se posan ahora sobre mis orejas.
—Sana, sana, culito de rana.
Cuando el sujeto retira sus manos, me deja la sensación de que me hubiesen retirado unos tapones de los oídos.
«Para que digan que la seguridad social es mala».
—Sí, todavía se me dan bien estas cosas —comenta el arcángel—. Antes, cuando la fe de los hombres era fuerte…
—¿Qué has hecho con Marta? —le interrumpo—. ¿A qué diablos estás jugando?
«Ten cuidado. No te conviene cabrearlo».
—¿Cuál de las dos preguntas te interesa más?
Las manos del arcángel me arrancan los vendajes que envolvían mis ojos y me encuentro frente a la cara de un completo desconocido. Va vestido con un uniforme de capitán del ejército, tiene una cara llena de lo que supongo son picaduras de viruela, un bigote canoso y unos clarísimos ojos azules. Estoy dentro de una tienda de lona de grandes dimensiones, abarrotada de literas de lona, la mayor parte de las cuales se encuentran ocupadas.
—Las dos —respondo.
—Es curioso. —Gabriel parece meditar durante un par de segundos—. ¿Sabes? Después de miles de años, puedo decir que no me gusta la raza humana.
Por su expresión, supongo que espera que diga algo, pero me limito a guardar silencio y él continúa con su extraño monólogo:
—Si te sirve de consuelo —prosigue—, me gustáis más que los perros. A lo largo de los años, por lo menos habéis desarrollado cosas como los videojuegos y las telenovelas, que me entretienen un poco. Los chuchos siguen limitándose a comer, cagar, chuparse el cipote y oler ojetes.
Estoy a punto de preguntarle qué es lo que tiene de malo oler ojetes, pero el cabrón paranoico me previene:
«¡Ni se te ocurra!»
—Aparte, también está el hecho —prosigue— de que sois los únicos de los que conseguimos alimentarnos. El resto de seres de este puerco mundo son incapaces de entender un concepto tan importante como la religión.
Bueno, ya está bien. Mis preguntas no eran tan complejas y empiezo a estar hasta los cojones de esta mierda religiosa.
«¡No!»
—Mire, me parece estupendo que odie a los chuchos. De hecho, yo tampoco los soporto, pero si puede ahorrarme el rollo teológico y pasar directamente al grano.
El sujeto me mira sin disimular su irritación.
—Haces mal en mantener esa actitud. De no ser por la religión, no hubieras tenido ninguna oportunidad de escapar del autocar.
«Se refiere al gordinflón de dentadura mellada».
—¿Cómo puedes saber eso?
—¿Crees acaso que las casualidades existen en este patético mundo?
No sé qué responder a eso, así que opto por guardar silencio.
—Él te escogió. —Da un especial énfasis al pronunciar la palabra “él” como si yo supiera a quién carajo se refiere—. No me preguntes por qué, ni lo sé, ni me interesa. Ellos lo saben. —Utiliza el mismo énfasis al pronunciar “ellos”—. Cosas de las antiguas profecías, de pobres cabrones que perdieron la jodida chaveta. Ya se sabe que el vivir miles de años es un tanto corrosivo para la salud mental… y más en un mundo tan aburrido como este.
—Estupendo. —Supongo que no es muy prudente por mi parte el que no me moleste lo más mínimo en disimular lo ridícula que me suena toda esta mierda—. Así que soy el puto elegido y dime, ¿qué se supone que tengo que hacer?, ¿entrar en Matrix?, ¿ahora es cuando me tengo que escoger entre un tripi rojo o uno azul?
«Mala idea. Muy mala».
El tipo se carcajea.
—¿A ti te gustó esa puta película?
Supongo que yo no estoy muy bien de la cabeza. Pero Gabriel, por muy arcángel que pretenda ser, es un auténtico maníaco.
«Responde a su pregunta».
—La primera no está mal —le digo—, pero la continuación…
—Sí —admite él—, eso dicen todos.
Un soldado, cubierto de polvo y con un marcadísimo acento gallego, entra por la puerta de lona del hospital de campaña. Saluda militarmente antes de dirigirse hacia al que supone es su superior.
—Mi capitán, tenemos que evacuar.
Gabriel le mira como si no supiese de qué le está hablando, antes de preguntarle:
—¿A ti te gustó Matriz?
—¿Señor? —El soldado lo mira con una clara expresión de: “se le ha ido la olla”—. ¿Quiere decir Matrix?
—Te lo preguntaré de otro modo. Si ese marica disfrazado con ropa de diseño se encontrara aquí y ahora, en medio de una evacuación de emergencia, porque los F-18 van a bombardear esto con todo lo que tienen en menos de un cuarto de hora, y el agente Smith le dijera que su putita y la cabeza cercenada, pero aún animada del calvorota ese negro, están en el maletero de un coche. —Por sorprendente que parezca, Gabriel suelta toda esa parrafada del tirón y sin apenas detenerse para tomar aire—. ¿Se subiría al último helicóptero o se quedaría a buscarla?
Para mi sorpresa, el soldado le responde:
—Sin duda se quedaría, señor.
—¿Por qué los tiene como piedras?
—Bueno, por eso y porque ella es el amor de su vida y, joder, siempre podría pillarla y salir volando.
—Ya… pero, ¿y si ese marica vestido de negro no pudiera volar ni tuviera súper poder alguno?
—Supongo que también.
—Gracias soldado. Puede retirarse.
El muchacho saluda marcialmente y se da la vuelta para salir de la tienda.
—¿Eso significa?
No sé para qué me molesto en preguntar. La cosa está más que clara. Gabriel es un jodido y aburrido sádico cabrón.
—Significa —me responde a la vez que pone la pistola con la que había intimidado a la enfermera en mi mano— que el último helicóptero sale dentro de diez minutos. En doce, esto será un hervidero de muertos vivientes, posiblemente guiados por esa panda de tarados que te andan buscando, y entre quince y diecisiete, de este campamento solo quedará un cráter lunar.
—Eres un hijo de puta.
—Error —me responde—, no soy un hijo de puta, soy el hijo de puta. Me importa una mierda el que vivas o mueras. Pero siento auténtica curiosidad por saber si tomarás el helicóptero o intentarás salvar a una mujer a la que no conoces y de la que apenas sabes nada.
Consigo contener el irrefrenable impulso de dispararle.
«No lo hagas. Solo matarías al portador del cuerpo; Gabriel no es un ser físico y sospecho que necesitarás las balas».
Salgo de la tienda. Esto parece una película bélica de serie B. Gente corriendo por todas partes, en dirección a las rampas de cuatro enormes helicópteros Chinook de dos rotores. No veo ningún coche.
«Así que vas a quedarte y buscarla. Debe follar realmente bien».
Y tiene unas bonitas tetas.
«¿Encoñado o enamorado?»
Quizás lo averiguaremos si salimos de esta. Giro hacia la derecha y veo a Nicolai y a Anestesia que llegan a la carrera en medio del guirigay.
—No encuentro a Chanqui —dice Nicolai.
—Esto va a irse a la mierda en unos minutos.
—No me marcharé sin Chanqui.
—Está en el maletero de un coche con Marta.
—¿Y dónde está ese coche? —pregunta el vampiro.
—Ni idea. Será mejor que subáis a los helicópteros, yo me quedo.
—Ya te lo he dicho —responde Nicolai—, no me marcharé sin Chanqui.
Anestesia palidece como un folio de papel, pero se limita a responder:
—Después de todo, tres pares de ojos, ven más que dos.
Por la voz, reconozco al sargento que nos registró y detuvo a la entrada.
—¿A dónde carajo creen que van? ¡Suban al puto helicóptero!
Hago memoria. ¿Cómo era el puto coche?
«Un Seat León de color plateado».
—¿Recuerda la entrada de un tipo raro a bordo de un Seat León de color grisáceo y abollado?
—¡Joder! —Estoy seguro de que el tipo va a soltar algún tipo de exabrupto, pero se detiene de golpe al recordar algo—. ¡Ya lo creo que lo recuerdo! El conductor parecía herido, estaba cubierto de sangre casi hasta los ojos, pero hablaba como si tal cosa. Una movida de lo más extraña, ya que supusimos que vendría en busca de ayuda médica. Pero el muy cabrón siguió carretera adelante.
Todos miramos en la dirección que señala su dedo. Mientras, el suboficial se lleva el fusil de asalto a la cara y abre fuego contra la oleada de cuerpos que ya empieza a acercarse peligrosamente a la zona.
—¡Esperen, los helicópteros están a punto de despegar!
—No se preocupe —le respondo mientras empezamos a correr en la dirección señalada.
«Claro. Después de todo, eres la puta esperanza blanca y ellos tus dos compinches».