TREINTA

TREINTA

Se enfrentaron a mitad de camino con la horda orka con una violencia que hizo añicos el hierro y el hueso.

Los orkos cayeron en la locura casi de inmediato. No había donde esconderse. Era un terreno llano y abierto. A medida que se iban acercando los cadianos los abatían a cientos desde larga distancia, sus piezas de artillería Basilisk, hicieron notar sus consecuencia a unos cinco kilómetros de distancia, pero los orkos eran demasiado numerosos. Eran una rugiente tormenta furiosa, de revanadoras, armas de fuego, colmillos y músculos, y habían pasado muchos días sin combatir. Por fin, la guerra había vuelto al Golgotha. Los pieles verdes rugieron desde tanta distancia, y rápidamente fueron acortando las distancias, y el derramamiento de sangre comenzó en serio.

Los Leman Russ exterminadores y conquistadores, los vehículos blindados chimera, se colocaron en formación para apoyar a la infantería de Cadia, abriendo brechas temporales que permitió a la infantería a emplear sus rifles láser brevemente antes de que el enemigo se lanzó hacía delante de nuevo, pisoteando los cuerpos de los muertos. Los sentinels protegían los flancos de la formación principal, evitando de que las rápidas y ligeras motocicletas y los buggies orkos rodearan la formación principal. Sus cañones automáticos destruían a los ligeros vehículos orkos. Los flancos de pronto se convirtieron en un campo de batalla plagado restos de maquinas humeantes a ambos lados.

En el centro, el aire ardía y palpitaba, lleno de ardientes descargas, y proyectiles sólidos que zumbaban en todas las direcciones. Ríos de fuego producidos por los lanzallamas, convirtieron por igual a hombres y orcos en restos de carne negra.

El bombardeo de ambos lados, por la artillería, creaba grandes cráteres en el suelo, como si en cualquier momento el suelo se los tragaría a todos en un mar de magma naranja.

Wulfe fuera de la torreta del Último Ritos II, se había dejado tragar por el ensordecedor caos, en que se había convertido el mundo.

Hombres de menos valía, ya abrían perdido la cabeza, pues nada podía igualar el salvajismo, y la brutalidad alegre, de los orcos. Cadianos, sin embargo, no eran hombres normales. Nacían y se criaban para la guerra. Ese era su deber, y Wulfe no tenía miedo. Sus años de formación y experiencia se hicieron cargo desde el principio, para pasar a un primer plano de su conciencia. Sus sentidos eran más nítidos, y sus movimientos más rápido y seguros, y su cicatriz le dolía, como un recordatorio de todo el odio que había dentro de él.

Muriera o no hoy, tenía la intención de cobrarse un enorme precio, por todos los amigos que habían muerto en manos de orkos.

Oyó a van Droi, por el comunicador.

—Adelante, Gunheads. ¡Mostradles a esos cabrones lo que significa la ira del Emperador!

¡FOOM!

El sonido de los cañones de batalla de los Leman Russ ahogo todos los demás ruidos, Judías disparó un proyectil tras otro a discreción, no era necesario apuntar dado el tamaño de la horda orka.

El general Bergen había ordenado a todos los Leman Russ del regimiento, avanzar a la carrera hacía adelante a través de las líneas orkas, disparando con sus armas, con el objetivo de eliminar a los blindados enemigos y piezas de artillería alineados en el oeste del asentamiento. A partir de ahí, podrían dar la vuelta y atacar la retaguardia orka.

No iba a ser fácil. Ya que estaban atrayendo grandes cantidades de fuego. Y moverse a través de la horda de orkos, les pondría en mayor riesgo, pero la artillería orka, tenía que ser destruida, o la infantería seria destruida. Simplemente no había otra manera.

Bergen apretó el gatillo del cañón automático de la torreta, y ametrallo a los orcos desde el orgullo de Caedus, y envío a una decena de orkos al suelo sin vida. A su alrededor, los hombres del 71.º de Infantería luchaban como perros rabiosos. Desde su chimera les estaba inspirando con su apoyo con el cañón automático. Estaba orgullo de luchar a su lado. Estaba haciendo todo lo posible para apoyarlos, al igual que su comandante, el Coronel Graves, pero si los tanques de Immrich no podían destruir pronto la artillería orka, todo se perdería. La sagrada misión del general Deviers terminaría aquí.

El general estaba en su apogeo por el comunicador y todo el mundo le estaba escuchando, exigiendo que se mantuvieran firmes y que rompieran la carga orka. Bergen normalmente podría haberle maldecido o no hacerle caso, pero no esta vez. Esta vez, el anciano tenía razón, estaba en el ojo de la tormenta, disparando personalmente el multi-láser de la torreta de su propio chimera. Nadie, había insistido, en colocarse en su lugar. Las probabilidades eran demasiado bajas. Y Bergen pensaba que era hora de que el viejo bastardo se ensuciara las manos.

De izquierda a derecha, el campo de batalla era un mar de cuerpos verdes monstruosos con planchas de hierro negro.

Bípedos acorazados de colores chillones se movían entre ellos, eran casi cómico con sus movimientos torpes. Sin embargo no había nada cómico, en los akribilladores pesados, y lanzallamas adosados a su chasis. Los Cadianos eran abatidos en grandes cantidades, con sus cuerpos envueltos en llamás o desmembrados por la lluvia de proyectiles.

La 8.ª División Mecanizada y la 12.ª División de Infantería pesada estaban presionando al enemigo por el noroeste, pero los habían sobrepasado y en estos momentos estaban luchado en tres frentes.

La 10.ª División Blindada estaba cargando contra el centro de la horda. En términos de estrategia, era casi elegante, pero no había habido tiempo para mucho más.

Van Droi oyó al capitán Immrich a través del comunicador, por el canal de mando de la 10.ª División era una orden prioritario.

—Van Droi será la punta de la lanza. Siga recto pasando por encima de la infantería orka, Aplástelos con su orugas tractoras. Una vez que los haya sobrepasaros, quiero que destruyas la maldita artillería orka. Y después céntrense en sus tanques. Y todos los blancos oportunidad que se pongan en su camino. Podemos marcar la diferencia. Hazlo por Vinnemann.

Por Vinnemann pensó van Droi resueltamente. Por el Trono.

El Destrozaenemigos rebotó y se sacudió cuando, pasa por encima de una decena de enemigos, aplastando a los enormes cuerpos con su cadenas tractoras. Los orkos llevados por el pánico, se volvieron unos contra los otros para salir de su camino, provocando el pánico entre las filas orkas, pero eran demasiado lentos. Más cayeron con cada metro que ganaba. Dejando en su estela, un pantano de sangre verde.

Algo impacto en la torreta, haciendo que en el interior del tanque resonara como una campana.

El cargador, Waller, exclamó:

—Nos han dado.

—Informe de daños —gritó van Droi.

—No hay perforación del blindaje —informó Dietz.

Habían tenido suerte. Mirando a través de las ranuras de visión, Van Droi vio un rastro espiral de humo en el aire entre el tanque y un dreadnought de aspecto oxidado, que se estaba abriendo camino hacía ellos, apartando a la infantería orka de su trayectoria. Un cohete había alcanzado la torreta del Destrozaenemigos detonando con el poder suficiente para darle a la tripulación de un terrible dolor de cabeza, pero poco más.

Sin necesidad de decir nada. El artillero Dietz volvió a la torreta y la fue moviendo hasta fijar al dreadnought.

—Blanco fijado —gritó.

El Destrozaenemigos se sacudió y la torreta se llenó de humo apestoso. El dreadnought parecía congelarse en el tiempo por un instante, cuando un agujero negro del tamaño de un melón había aparecido en su armadura. Entonces explotó hacía el exterior en una explosión de fuego blanco, lloviendo metralla entre los orkos más cercanos.

—Sigue empujando hacia adelante —dijo van Droi a su conductor—. Si no detenemos treparan por el casco.

Los orkos golpeaban con sus armas los costados blindados del tanque, con sus cuchillos. Otro cohete apareció en el aire y golpeó el blindaje. Van Droi vio a otro dreadnought, éste era casi dos veces mayor que la anterior.

—Maldita sea, hacía la derecha —gritó a su artillero— y destruye a ese hijo de puta.

—Sólo puedo cargarme a uno por disparo, señor —replicó Dietz, pero ya tenía al dreadnought en su punto de mira un segundo más tarde. Y disparo.

El cerrojo se deslizó hacía atrás, vertiendo un casquillo de proyectil de latón vacío. El dreadnought recibió un impacto en su pierna derecha, arrancándosela y cayó hacía delante, sus extremidades se movían frenéticamente en un intento por levantarse, cortando a trozos a los orkos que tuvieron la mala suerte de estar cerca.

—¡Gran disparo! —dijo van Droi. Mientras echaba un vistazo al campo de batalla para ver como le iba al resto de su compañía. Era difícil ver algo. Estaba oscurecido por las nubes de humo que se elevaban en todas partes y la horda seguía presionándoles por los laterales, las cuchillas resonaban sin cesar en el casco.

Destrozaenemigos a todos los Gunheads —dijo van Droi por el comunicador—. Informen de situación.

Tres de sus comandantes de tanques respondieron. Uno no.

—Van Droi a Holtz, responda —insistió Van Droi, no recibió ninguna respuesta—. Viejo Rompehuesos, responda.

Van Droi sabía Wulfe estaría escuchando. Todos sabían lo que significaría el silencio: otro tanque destruido.

No, no tenía sentido en pensar así. Un hombre podía volverse loco, esperaba que Wulfe no se volviera loco.

Holtz que el emperador te guie pensó corporal, van Droi, el resto de nosotros no tardaremos en seguir sus pasos, pero haré todo el daño que pueda a estos bastardos antes de partir. Te lo prometo.

—Nails —gritó por el intercomunicador—. Necesitamos más velocidad, maldita sea. Aprieta el acelerador hasta el fondo.

Conteniendo a los orkos en el sur, los soldados del 302.º infantería de rifles luchaban valientemente sin el coronel Meyers. Les habían informado que su oficial al mando le habían disparado por cobardía. Los restos de su regimiento unos cuatrocientos sesenta y hombres se propusieron demostrar que no eran unos cobardes como su oficial. Lograron con creces, aunque había pocas oportunidades para cualquier persona que estuviera cerca, para poderlo ver, por el torbellino de polvo que cubría toda la batalla.

Su recién nombrado comandante, el Mayor Gehrer, les dirigía desde el frente, agitando la bandera del regimiento en una mano y blandiendo una espada sierra ensangrentada en la otra, El 303.º arremetió duramente contra la infantería orko y momentáneamente logró hacerlos retroceder. No duró mucho tiempo.

Sin el adecuado apoyo de los blindados, los soldados Cadia eran simplemente carne de cañón, y muy pronto, los orkos volvieron a cargar y esta vez no los pudieron rechazar y los masacraron con sus pesadas revanadoras.

Gehrer fue el último en caer, protegido hasta el final por un círculo cada vez menor de sus hombres. A pesar de que los orkos le habían cortado una pierna, luchó para mantener la bandera en posición vertical, para impedir que su tela sagrada no tocara el suelo.

Segundos después, los pies de los pieles verdes le estaban pisoteando en el polvo.

—¡Refuercen el flanco sur! —gritó el general Deviers—. ¿Dónde diablos está el 303? ¿Qué pasa con nuestra artillería? Gruber. Diles que aumenten su cadencia de fuego. Eso es la peor barrera de artillería que he visto en mi vida. Nuestros hombres están siendo sacrificados por ahí.

Se sentó en lo alto de la torreta de su chimera, con la escotilla cerrada sobre su cabeza, disparando una rápida ráfaga con el multi-láser, contra cualquier cosa y que entró en rango. Había pasado demasiado tiempo, décadas, de hecho, que no hacía esto. La visión de los horribles pieles verdes, que eran destrozados por su propia mano trajo una satisfacción asesina que se había olvidado que fuera posible. Se deleitaba en ella.

Un cazabombardero orko, paso por encima del Leman Russ de Wulfe, volando a poca altura, con intención de vaciar su cargamento de bombas en las líneas imperiales.

—¿No tenemos nada que pueda acabar con su apoyo aéreo? ¿Cómo se supone, que nos ayudara destruir a su artillería si seguimos siendo bombardeados desde el aire? —dijo Wulfe por el comunicador.

Justo cuando terminó su condena, algo pequeño y rápido, impacto en la sección de cola del aparato. Hubo una explosión de llamas rojas y rápidamente el cazabombardero, comenzó su ultimo descenso hacía el suelo, hacía la horda orka. En unos segundos impacto en el suelo, y un gran hongo de polvo y fuego estallo en mitad de la horda orka. Wulfe juzgó que cientos de orcos habían sido mutilados o muertos, por la explosión.

—¡Por Terra! —gritó. No podía ver al equipo de armas pesadas que había disparado el misil, pero él los saludó de todos modos por el comunicador.

Ya tenía suficientes preocupaciones sin los malditos pilotos pieles verdes tratando de hacer estallar su tanque.

Al tratar de aplastar a todo lo que se cruzara en su camino a través de las más gruesas lineas orkos, los tanques de Cadia se habían visto obligados a reducir la velocidad. Y al ser más lentos los convertía en blancos fáciles para los tanques orkos, que balbuceaba y retumbaban en la parte trasera la horda. Eran enormes, montones de chatarra ​​con demasiado blindaje atornillado en todos sus ángulos. Se arrastraron hacía adelante con cadenas tractoras oxidadas, moviendo sus torretas casi en cámara lenta, tratando de apuntar a sus enemigos imperiales más rápidos. Cada pocos segundos, disparaban una salva.

Algunos de ellos ya se habían autodestruido debido a fallos de encendido, mientras que otros habían matado a decenas de su propio infantería, pero Wulfe sabia que, tarde o temprano, tendrían suerte con un disparo.

El Capitán Immrich debió de pensar lo mismo, porque, además de los Leman Russ de la sexta Compañía, ordenó a las primera y segunda compañías que se centraran en los tanques orkos, mientras los demás trataban de destruir a las artillería orka y a las defensas estáticas. Tan pronto como las primera y segunda compañías recibieron sus nuevas ordenes, rompieron, y rugieron directamente hacía los tanques orkos, giraron sus torretas, el poder destructivo de los proyectiles perforantes de sus cañones de batalla, atravesaban los cascos y las torretas con independencia del espesor del blindaje o de su densidad. Eran una vista temible. Pronto, la mayor parte de los tanques orkos fueron reducidos a montones de metal ardiente.

Con la excepción de Lenck, que había recibido la orden de apoyar a la infantería mecanización de Marrenburg, Wulfe y los restantes Gunheads atravesaron las líneas orkas, y sólo unos segundos después. Las piezas de artillería orkas estaban a sólo unos pocos cientos de metros de distancia: hileras de enormes tripulados por flacos gretchins luchando por introducir los pesados proyectiles a las recamaras de los obuses.

Desde la izquierda, hubo un destello y una explosión. Wulfe vio que Van Droi había abierto fuego con el arma principal del Destrozaenemigos. El Cañón de batalla del Último Ritos II, tosió medio segundo más tarde. Y dos de los obuses orkos fueron destruidos en grandes bolas de fuego naranja.

—Judías —gritó Wulfe por el intercomunicador—, destruye a esos bastardos. No te detengas hasta que todos estén destruidos.

—A sus ordenes, sargento —respondió el artillero.

El coronel von Holden del 259.º Regimiento de Infantería Mecanizada defendía su tramo de la línea con una mezcla de chimeras, semiorugas y soldados a pie. Los artilleros de vehículos apoyaban a la infantería, destruyendo a cualquier vehículo orko que se dirigiera en su dirección. Esto lo hicieron con gran éxito, y con los cañones automáticos convirtieron las motocicletas y buggies orkos en chatarra metálicas, esparciendo residuos y cadáveres en todas las direcciones.

Sus armas eran mucho menos eficaces, sin embargo, contra los camiones fuertemente armados y blindados de los orkos estaban siento utilizados como blindados de primera línea y tanques ligeros. Algunas de estas máquinas estaban terriblemente personalizadas, y con plataformas de tiro muy estables.

Cada vez que los camiones dispararon, parecía que estaban peligrosamente llegó cerca de vuelco, y a los orcos no les importaba. Pero el efecto sobre la Cadianos eran devastadores. Los disparos que no alcanzaban a los chimeras, impactaban entre la infantería, matando a decenas de ellos, o simplesmente dejándolos gravemente heridos. Los proyectiles con que les azotaban ha veces lograban traspasar los blindajes y mataban a los tripulantes de los chimeras.

Von Holden lo vio todo. Cuando el chimera a tan solo a diez metros de él fue destruido, y le ordenó a su conductor que se retirara inmediatamente.

—Pero vamos a aplastar a los hombres, que se parapetan detrás de nosotros —protestó su chofer.

—Hazlo, ya —le espetó von Holden—. O tendré que dispararte por insubordinación.

Con una oración pidiendo el perdón del emperador, el reacio conductor dio marcha atrás con el chimera y comenzó acelerar lejos de los camiones orkos que se acercaban, y los hombres que no murieron al instante cayeron gritando por el emperador.

—¡Más rápido! —gritó von Holden, haciendo caso omiso por el comunicador del mayor Rennkamp, para que le explicara su retirada improvisada.

Uno de los camiones orkos disparo con un lanzacohetes, y el chimera de von Holden recibió el impacto, el proyectil de alto poder explosivo, había destrozado su lateral derecho.

Von Holden pudo salir del chimera sin ninguna lesión grave.

—Estoy bien —dijo con voz entrecortada a un soldado que se le acercaba—. Por el Trono, estoy bien.

No vio el cuchillo que llevaba en la mano, hasta que el soldado se abalanzo sobre el y le corto el cuello. Segundos después, Janz von Holden estaba muerto.

Sin Katz, Bergen estaba teniendo dificultades para supervisar, por comunicador con los comandantes de regimiento. Había tomado un asistente temporal con el nombre de Simms, un joven del equipo de comunicaciones del capitán Immrich. A fin de cuentas, Simms no estaba haciendo un mal trabajo.

Sobre el ruido del fuego del bólter pesado resonando dentro del blindaje del chimera, Bergen oyó la voz del capitán Immrich en la oreja derecha. Simms le había se lo había conectado directamente al microcomunicador. Al menos el chico aprendía rápido.

—Hemos aniquilado prácticamente a los tanques, señor —dijo Immrich—. Parecían peligrosos, pero eran en su mayoría trastos viejos. La mitad de ellos se autodestruyeron. Sólo quedan unos pocos en estos momentos. Las compañías de la uno a la cuatro están destruyendo las defensas estáticas. Esas cosas parecen que estaban a punto de caerse solas con la próxima brisa, de todos modo. Las otras estructuras defensivas, se derrumban fácilmente con proyectiles de alto poder explosivo. Las otras compañías ya han limpiado la zona de la artillería orka. Sin embargo, las compañías seis y siete han tenido grandes pérdidas en su camino a través de la horda. Los orkos están utilizando granadas y minas magnéticas. Tiene que advertir a las restantes unidades blindadas, que no se acerquen a los orkos, tanto como lo hicimos nosotros. Estoy ordenando mi exterminadores, que ataquen a la retaguardia orka. Con los tanque a un lado y la infantería por el otro, empezaremos a castigarlos duramente.

Bergen estaba a punto de responder cuando un sonido aterrador, a medio camino entre un gritó y un rugido, se oyó a través del ruido de la batalla.

El Capitán Immrich también los había oído. Entonces, al parecer, vio de donde provenía.

—¡Mierda! —dijo por el comunicador—. Eso es grande.

—Por el Trono Dorado, pensó Bergen. No dejes que eso sea lo que creo que es.

—¿Qué se puede ver, capitán? —Exigió—. ¿Qué demonios es eso?