OCHO

OCHO
Las nubes bajas sobrecargadas parpadeaban como lámparas rotas, tal era la intensidad de los combates cerca de Karavassa.
—¡Atención al barranco hacía el sur-este! —gritó Bergen por el micrófono del comunicador—. No dejéis que flanquean a las compañías blindadas por la derecha.
La artillería móvil, principalmente Basilisk, estaban disparando cerca de su posición, Bergen estaba en el chimera de mando, nubes de negro humo se arremolinaban alrededor del chimera con cada ensordecedora descarga. A través de sus prismáticos, el general de división observó las grandes columnas de fuego y aren, causadas por los proyectiles de los basilisk. Actualmente, estaban causando una terrible destrucción entre la infantería orka.
La 10.ª División Acorazada había llegado a las colinas rocosas, rodeando el antiguo puesto de avanzada Imperial unas horas después del amanecer. Era el undécimo día desde el desembarco planetario, y las fuerzas de Bergen llevaban dos días, de retraso sobre exigente plan del General Deviers. Las condiciones en el Golgotha eran muy frustrantes. Hora tras hora, sus fuerzas se había visto obligadas a interrumpir su viaje hacía el este, para facilitar las reparaciones. El maldito polvo estaba haciendo estragos en las máquinas imperiales. Y en los soldados, también era igual de molesto. Decenas estaban enfermos. Bergen había desarrollado una propio tos áspera y su saliva se teñía de rojo.
Cuando la 10.ª División había dejado de base Hadron hace seis días, el general de división se había inquietado por la incorporación en el último minuto del tecnoadepto Armadron. Para su conocimiento, nadie del 18.º Grupo del Ejército había pedido al Adeptus Mechanicus tal honor. Bergen se lo tomó como otro indicador de la agenda oculta, que estaba convencido de que tenia el Adeptus Mechanicus. Hasta ahora, en su limitadas conversaciones, con Armadron, nada de lo que se había dicho, le había convencido de lo contrario. El Tecnoadepto insistía en que su superior le había ordenado acompañar a la división de Bergen por pura preocupación por su éxito.
El culto de la máquina había maniobrado fuerzas imperiales hasta aquí, y tarde o temprano, Bergen pretendía averiguar por qué. Aun así, Bergen tenia motivos para alegrarse de la asistencia de Armadron. A pesar de su presencia inquietante, el tecnoadepto habían demostrado ser un activo particular. Era un miembro del brazo technicus del sacerdocio y, en estrecha colaboración con las dotaciones de apoyo, había hecho muchos esfuerzos para mantener las columnas de tanques. Sin sus esfuerzos incansables y experiencia, Bergen dudaba de su división podría aguantar este ritmos, muchos días más. Las prisas del viejo Deviers, estaban haciendo estrago sobre sus tanques.
A pesar de estar plagado de problemas, el viaje aquí era la parte más fácil. Ahora que tenían otros problemas con los orkos. Regimientos enteros cargaban hacía adelante para entrar en combate contra ellos, que se estaban vertiendo de las imponentes puertas de hierro del puesto avanzado, el maldito polvo estaba resultando ser muy problemático en la batalla, unos cuantos de los tanques del coronel Vinnemann estaban obligados a luchar desde posiciones estáticas, inmovilizados a principio del asalto, por tener los conductos obstruidos por el polvo. Sin las valientes dotaciones de los tanques de recuperación, no se habían arriesgado al fuego enemigo para retirar a los tanques, fuera del alcance de los orkos, los abrían destruido.
Escudriñando a través de sus magnoculars, Bergen vio como los refuerzos de los pieles verdes se empujaban entre si, en su afán de unirse a la refriega.
—Centre un par de piezas, sobre los orkos que salen por las puertas principales —comunico Bergen a su comandante de la artillería—. Dispare mientras están amontonados. ¡Pero no dañe la superestructura! Recuerde, tenemos que tomar el puesto de avanzado intacto.
Su división no había podido sorprender a los orcos, pero en realidad era lo esperado. Las torres de piedra arenisca gruesas de Karavassa tenían una vista imponente de los alrededores. No fueron las torres las que habían levantado la alarma en primer lugar, sin embargo. Sus columnas blindadas habían sido avistadas cuando aún estaban a unos treinta kilómetros de la base. Patrullas en motocicletas orkas patrullaban la zona, y con sus potentes faros iluminando el desierto. Algunas de estas patrullas habían rugió por entre altas dunas y sorprendieron a las columnas imperiales. Una súbita lluvia de proyectiles, había agitado la arena por todas pares y se lanzaron al ataque.
Las motocicletas orkas eran ruidosas, de gran tamaño, con grandes ruedas y tubos de escape muy ruidosos, pero sin duda eran rápidas. Sus jinetes se habían mostrado sorprendente cometidos para ser orcos, algunos se volvieron rápidamente por donde habían venido y rápidamente fueron a alertar al resto de la horda. Los tanques de Vinnemann habían logrado destruir la mayor parte de ellas, ya que les mostraban las espaldas, pero algunas habían escapado.
A medida que la división se iban acercando en al puesto ocupado, con el amanecer convirtiendo en cielo en un resplandor rojo infernal, Bergen había sacado la cabeza por la escotilla de la torreta del chimera de mando, para ver una enorme fuerza orka: una horda de infantería de pieles verdes, contó que deberían ser unos miles, apoyada por tanques, artillería, vehículos ligeros, y un buen número de esos artefactos ridículos y pesados que los orkos, amaban construir. Esos acorazados parecían cubos rojos de gran tamaño con piernas de pistón. Sus brazos se agitaban perversos de aquí para allá, su hojas zumbaban, y sus garras chocando, ansiosos por comenzar el derramamiento de sangre. Y Estaban cubiertos de armas: lanzallamas, lanzacohetes, akrililladores pesados y cualquier otra cosa que pudieran ser atornillada al casco de la maquina. Eran absolutamente letales para la infantería, pero no eran rivales para los tanques imperiales. Las unidades de Vinnemann ya habían destruido a una treintena de ellas a larga distancia, convirtiéndolas en chatarra ardiendo, que llovió sobre los orkos que estaban por sus alrededores.
—¡Infantería, mantened el avance! —ordenó Bergen—. El coronel Vinnemann, tiene a tres de sus compañías avanzando en apoyo de la infantería en el flanco izquierdo. Enviaría el resto directamente por el centro. Pero antes tendríamos que eliminar a sus maquinas, para dar a los soldados la oportunidad de luchar. Tenemos que abrir una brecha en la horda.
El chimera de mando de Bergen, el Orgullo de Caedus, había tomado posición en un punta de roca sólo a algunos kilómetros al suroeste de las murallas del puesto de avanzada. Incluso sentado en la escotilla de la torreta, era un lugar arriesgado, para establecerse.
Si hubiera sido el defensor en lugar del atacante, que habría ordenado a la artillería, batiera la zona, en que el comandante enemigo había elegido, para supervisar sus fuerzas. ¿Tales pensamientos solían pasársele por la cabeza a los líderes orkos? Bergen lo sabía, pero su necesidad de una buena vista del campo de batalla, pasó por encima de sus preocupaciones.
Una serie de explosiones ondulantes al noreste de su posición le hizo girarse. Una de sus Compañías de infantería mecanizadas, de diez quimeras, y en cada uno un escuadrón de endurecidos soldados de infantería, estaba tratando de seguir adelante en apoyo de los soldados de a pie. Pero una escuadra de tanques, máquinas imperiales de la última guerra, reconvertidas casi de un modo irreconocible. Con blindajes y armamento desconocidos, se habían liberado de su compromiso con una compañía de Leman Russ de Vinnemann, y aceleraban hacía las quimeras con los cañones disparando.
Bergen vio como dos de las quimeras, fueron golpeados de frente, uno de ellos recibió un impacto tan fuerte que se volcó sobre su espalda. Vio como se abría la compuerta trasera. Y la escuadra de soldados comenzaron a salir a tropezones, desesperados por estar lejos del chimera incendiado, antes de que su municiones y depósitos de combustible explotaran. La mayoría estaban heridos. Y cayeron sobres sus piernas temblorosas. Se apresuraron desesperadamente por levantarse de nuevo. Demasiado tarde. Con un gran auge de fuego y humo, la chimera, exploto levantándose en el aire. Sólo dos de los soldados lograron escapar de la explosión. Bergen soltó un maldición y volvió sus ojos.
Los soldados del otro chimera tuvieron más suerte. La cabina estaba en llamás, y su conductor ciertamente muerto, pero la escotilla en la parte posterior, se había abierto, y los soldados estaban dentro disparando con sus rifles láser, desde las troneras.
Bergen conocía esos rifles láser no podían hacer nada contra las máquinas orkas.
Estaba a punto de comunicarse con Vinnemann, para que los apoyara cuando un trío de tanques Leman Russ paso al lado de los chimeras, en el momento justo. Giraron sus torretas hacía la derecha, al unísono, y dispararon a los tanques orkos en un rango medio. Una de las máquinas orkas fue alcanzado por un proyectil antiblindaje perforado el blindaje frontal del tanque enemigo, porque Bergen lo vio explotar espectacularmente, la torreta giro en el aire sobre un columna de fuego naranja deslumbrante.
Las otras dos máquinas orkas todavía estaban centrándose sobre la infantería mecanizada. Los soldados aun les estaban dispararon, pero fue inútilmente. Las descargas impactaban inofensivamente contra el grueso blindaje rojo. Un segundo más tarde, sin embargo, los tres Leman Russ volvieron a disparar, y los tanques orkos fueron golpeados duramente, Las dotaciones de orkos, intentaron salir, algunos de ellos aullando mientras las llamás lamían su carne verde curtida. Los soldados Cadianos se movieron en línea recta, vertiendo descargas contra las dotaciones de orkos, que continuaron ardiendo hasta que no quedo nada de ellos, Solo quedaron trozos negros de carne.
—¡Comandante Vinnemann! —comunico Bergen con urgencia—. Tenga en cuenta, que tenemos la artillería, centrada en los refuerzos orkos, que salen de la puerta principal adicional. ¿Cuál es su situación?
Mi estado, pensó el coronel Kochatkis Vinnemann. Es que estoy sufriendo por el dolor de espalda. Maldijo su estupidez. Como tanto la de él como la de sus hombres, que casi habían llegado al puesto de avanzada, completamente preocupados por la batalla que se avecinaba, se había olvidado de tomar la medicación vital que ayudaría a su sistema inmunológico. Habían pasado años desde la cirugía del implante, pero su cuerpo todavía firmemente se negaba a aceptar la columna vertebral augmética. Tenía que tomar grandes dosis regulares de inmunosupresores y analgésicos contra el dolor, para funcionar a pleno rendimiento. Pero no tenia tiempo para detenerse y tomarse las ahora, todavía estamos comprometidos con tanques hostiles. La novena compañía se ha reducido a la mitad de su fuerza de combate original.
Las Cuartas y Quintas compañías tienen múltiples pérdidas. Estaban tratando de maniobrar, para flanquear a los orkos.
—¡Comandante de la División! —dijo una voz por el comunicador—. ¡Comandante de División! ¿Me recibe?
Era el coronel Vinnemann.
—Le recibo Vinnemann —dijo Bergen—. Adelante.
—Tengo una visual en vehículos ligeros enemigos maniobrando por nuestra izquierda a ametrallando a nuestras líneas delanteras. No puedo enviar ninguna escuadra de tanques para destruirlos. Repito, no puedo enviar ninguna escuadra de tanques. Tenemos tanques hostiles al frente y por derecha, y estamos recibiendo un intenso fuego de la artillería situada en el interior de la base.
Bergen enfocó sus magnoculares hacía derecha hasta que encontró las máquinas en cuestión. Había diez de ellas: buggies de guerra orkos, erizados de akribilladores pesados, lanzacohetes y otras armas que le eran desconocidas. Se dirigían rugiendo en línea recta hacía la líneas de infantería Cadianas. Los hombres estaban expuestos, ocupados tratando de empujar a la horda de infantería orko. Pronto serían sacrificados bajo el fuego concentrado de los buggies…
—División de Reconocimiento Dos —comunico Bergen—. Entre en combate.
—Reconocimiento dos, órdenes recibidas fuerte y claro, señor.
—Los vehículos ligeros orkos avanzaban contra nuestra infantería a gran velocidad. Mira a sus dos. Los chicos necesitan un poco del apoyo, de sus sentinels, ¿no le parece?
El hombre en el otro extremo del comunicador era el capitán Munzer. Bergen podía imaginar la sonrisa, en el rostro marcado por la cicatriz cuando contesto.
—Mi sentinels se están moviendo para interceptarlos, señor. Vamos a pillar a esos bastardos por sorpresa. Disfrute del espectáculo.
Segundos más tarde, Bergen vio a las máquinas bípedas de Munzer, salir por detrás de una colina rocosa por la derecha de los buggies. Cada uno de los sentinels del modelo Cadia lucía un cañón automático, ideales para destruir a sus objetivos. Los vehículos orkos fueron destrozados por una la lluvia mortal. Los tanques de combustible se encendieron y explotaron, y las dotaciones de orkos, fueron expulsado de los vehículos. Ardiendo.
No podía oírlos, pero Bergen pudo ver la infantería animando a los pilotos de los sentinels. Los vítores se detuvieron en seco cuando cinco de los sentinels se desvaneció de repente en una gran bola de fuego. Unas columnas negras de humo habían surgido de Karavassa para unirse a la refriega. Más artillería orka. El supervivientes sentinels de inmediato se volvió e identificaron a sus atacantes, pero la distancia era demasiado grande para dispararles.
Por el comunicador Bergen oyó al Capitán Munzer ordenar a sus sentinels que se dispersaran, para no proporcionarles un objetivo tan fácil de nuevo.
Vinnemann no tardo en ponerse en contacto con Bergen, por el comunicador.
—Señor, hay que hacer algo con la maldita artillería… voy a pedirle una vez más, señor, qué concentre el fuego de los Basilisk detrás de esas paredes. ¡O sea artillería tarde o temprano nos hará pedazos!
—Negativo, coronel —Bergen respondió con pesar—. El objetivo debe ser tomado intacto. Contamos con fuego de artillería enemigo justo fuera de las puertas principales. Necesito a una de sus compañías, para que se dirijan hacía allí. Ya sé que no te gustan las ordenes, coronel. Pero la situación es condenadamente complicada es lo que hay. Pero hay que hacer lo que se pueda.
—¡Por el Ojo del terror! —maldeció Vinnemann—. Entendido, División. Estamos en ello. Vinnemann, fuera.
Pulsó un botón del en el auricular, el cambio al canal del tanque de mando.
—Escuchen —les dijo a su tripulación—. Nuestras tropas están haciendo daño por ahí. No sólo los tanquistas, pero muchos de los soldados de Marrenburg, están en apuros. Así que parece que el Ángel tienen que entrar en la lucha, después de todo.
Este anuncio fue recibido con aplausos resonantes de su tripulación. Hasta cierto punto.
El Tanque de Vinnemann, El Ángel del Apocalipsis, era víctima de su propio diseño magnífico. Era un tanque Shadowsword súper pesado, antiguo y mortal, pero su cañón Volcanno, originalmente había sido diseñado para enfrentarse a Titanes traidores y similares. Pero su uso estaba demasiado especializado para merecer ser alineado en batallas más convencionales, incluyendo ésta.
Hoy, sin embargo, iba a llegar a demostrar lo que podía hacer. La sola idea de ponerlo en acción, era suficiente para superar el dolor de la espalda de Vinnemann.
—Bekker —dijo, dirigiéndose a su conductor—, muévase por detrás de esa colina a la derecha. El resto de ustedes, prepárense para el disparo. Estamos a punto de hacer las cosas más interesantes por aquí.
Con una gran tos traqueteo por los tubos de escape, El Ángel del Apocalipsis retumbó en marcha.
Bergen oyó el enorme rugido del Shadowsword de Vinnemann, dirigirse hacía un lugar poco profundo, para encontrar un buen ángulo de disparo. Las piezas de artillería orkas habían dirigido su atención hacía las líneas de avance de la infantería. El destino de la infantería de Cadia era critica, contra una andanada de la artillería orka. Decenas de ellos morían con cada disparo letal, y los pieles verdes, usarían la brecha creada por la artillería, para penetrar entre las filas de cadianos, para masacrarlos cuerpo a cuerpo. En otras partes, los tanques de Vinnemann mantenían sus propios combates, contra las técnicamente inferiores, pero mucho más numerosas máquinas orkas. Humeantes cráteres cubrían el suelo, dando cobertura a pequeños grupos de hombres aterrorizados que habían perdido los nervios. A través de sus prismáticos, Bergen vio a uno de esos grupo apiñados, los ojos cerrados, las manos apretadas sobre sus oídos. Era difícil ver a través de todo el humo y el fuego, pero eran claramente, soldados recién reclutados.
¿Dónde estaría su maldito sargento? se pregunto Bergen, si el comisario del regimiento, advertía que estaban acurrucados allí, paralizados por el miedo y el pánico, no vivirían para convertirse en soldados veteranos. Las Ejecuciones por cobardía eran brutales. No había apelaciones. A Bergen no le gustaban las ejecuciones, pero era el modo de hacer de la Guardia: hacer tu deber y morir bien, o huir de tus deberes y morir sin honor.
Se compadeció de ellos. Es fácil perder la cabeza, cuando todo a tu alrededor se iba al infierno.
Se puso en contacto con el coronel Graves.
—Graves parece que algunos de los novatos han perdido su sargento. Están acurrucados en un cráter a tus diez. Envía a alguien, para obligarles a luchar. Si los orcos los encuentran primero, van a ser asesinados.
La respuesta del coronel Graves fue un breve:
—Recibido.
Segundos más tarde, Bergen vio como un sargento del escuadrón de su izquierda, se dirigía hacía los novatos apiñados. Pero algo desviado su atención, por un estruendo agudo que se elevó desde la derecha. Había oído antes, aunque lamentablemente en raras ocasiones. Escuchar ahora le causo una emoción que le recorrió todo el cuerpo. De inmediato se enfocó sus magnoculares hacía el Shadowsword de Vinnemann y vio un resplandor blanco que formo en la boca de su enorme cañón. Sabiendo lo que estaba por venir, volvió los ojos hacía las piezas de artillería autopropulsados orkas, que habían salido por las puestas de la base. El exceso de musculatura de las dotaciones de artillería, que estaban introduciendo proyectiles del tamaño de barriles de aceite en la recámara de cada arma, preparándose para pulverizar las líneas Cadia que avanzan una vez más.
Hubo una estruendo todopoderoso, como un trueno, tan cerca que Bergen sintió resonar profundamente sus huesos. Todo en el área fuera de las puertas principales del puesto avanzado estuvieron envueltos en una luz blanca cegadora. Bergen creyó la fila de máquinas de guerra pieles verdes, pero sólo pudo verlas durante una fracción de segundo. Mirar directamente a la luz era doloroso, y cerró los ojos.
Una imagen posterior brillante del rayo letal del cañón volcanno se mantuvo detrás de sus párpados. Cuando abrió los ojos de nuevo, vio que un buen número de las máquinas enemigas había dejado de existir.
Burbujeantes piscinas de metal líquido era lo único rastro dejado. Las Otras, a las que no había golpeado directamente, ya no volverían a disparar contra sus hombres. Sus tripulaciones habían sido asadas, hasta convertirlas en ceniza. El calor que provoco el impacto del Volcanno al impactar a los cañones vecinos era simplemente demasiado fuerte para sobrevivir.
La infantería Cadia había visto, todo lo que había sucedido. Y una gran alegría sonó desde el campo de batalla cuando sus espíritus se levantaron, y se lanzaron hacía delante, inspirados por el increíble despliegue de poder que habían presencia desde su propio lado. Bergen podía sentirlo en el aire, el momento especial que cada comandante esperaba ansiosamente. Fue el principio del fin.
Se puso en contacto con Vinnemann.
—El infierno en un solo disparo, les dará que pensar a esos salvajes asquerosos.
Vinnemann respondió a través de respiraciones jadeantes:
—Gracias, señor. Genial de poder disparar el viejo Volcanno después de tanto tiempo. Hemos gastado mucho combustible. Necesitaremos que nos envíe a un camión para recargar combustible.
—¿Estás bien, Vinnemann? Suenas…
—No se preocupes por mí, señor —respondió Vinnemann—. Es lo de siempre. Ya me encargare de ello, cuando pueda.
Bergen estaba escaneando el campo de combate, viendo a su fuerzas cobrándoles un alto precio a los orkos.
—No tendrá que esperar mucho tiempo. Nuestros muchachos están realmente presionando hacía adelante ahora. Parece que están inspirados, por Terra. Están atravesando las líneas orkas como una bayoneta la mantequilla.
Y no era mentira. La fuerza y el instinto para la batalla brutal de los orkos simplemente no fueron suficientes para mantener a raya a las fuerzas imperiales bien coordinados por más tiempo.
Dentro de una hora, las paredes de Karavassa fueron traspasadas.