CINCO

CINCO

—¡Rechazadlos de nuevo! —bramó el coronel Stromm—. ¡No dejéis que sobrepasen las líneas exteriores!

Él coronel Stormm disparó su pistola inferno hacía la maza de orcos, a la carga, pero esta vez con los ojos entrecerrados, por la niebla y el sudor que le picado en los ojos, era difícil ver el nivel de daño que estaba causando. Con su mano libre, agarró a su ayudante, el teniente Kassel, por el cuello, acercándoselo hasta que pudo gritarle al oído.

—¿Dónde está Vonnel, con sus Kasrkins? ¿Por qué no está taponando las malditas brechas?

El aire bailaba por el fuego de proyectiles trazadores que los orkos, disparaban a corta distancia, con sus enormes pistolas y akribilladores. Los Cadianos contraatacaron con una intensidad letal. Las brillantes descargas salían de los parapetos de sacos de arena, cortando a través de las nubes de humo ondulantes, que causados por las minas antipersonales que detonaban bajo los pies de las primeras filas de pieles verde. Grandes cuerpos de orkos, ​​giraban en los aire, llenando el suelo con su sangre, y montones de trozos de carne destrozada. Otros orcos los pisoteados, indiferentemente, gritando y ululando rugientes gritos bestiales de batalla con una alegría desenfrenada.

Que competían con los otros ruidos de la batalla, y muy especialmente con el ensordecedor y tartamudeo de las cercanos bólters pesados, el teniente Kassel coloco la boca debajo del oído de su coronel y le respondió:

—¡Los Kasrkin del teniente Vonnel está teniendo grandes pérdidas en el flanco derecho, señor!

Maldita sea, pensó Stromm. Cinco días. Cinco días hemos durado aquí en la arena abierta y no hay una sola señal de que vayan a rescatarnos, las comunicaciones no funcionaba. Y parecencia que los bastardos pieles verde, era interminables. Decenas de hombres ya estaban muertos o moribundos. El perímetro se está reduciendo con cada carga por los orkos. Esta carga podría ser la definitiva para 98.ª. Su mente se volvió hacía su familia, a salvo a bordo de un trasporte de tropas de la armada. El Incandescente, que estaba anclado en la órbita alta con el resto de la flota. Tenía un hijo, que había nacido durante la campaña Palmeros. Stromm tenía la esperanza de ver crecer al muchacho, en verlo fortalecerse y desarrollar y, un día, convertirse en un oficial, como su padre. No, no como su padre, mejor que su padre. Un hijo siempre debía esforzarse por superar al hombre que lo engendró. Había tenido la esperanza, de vivir a pesar de las probabilidades. Cuando supo que el general Deviers, les llevaba Golgotha, supo que su esperanza de vida de repente, se había reducido drásticamente ante sus ojos.

La verdad era que nunca deberían haber vuelto a este mundo, pensó Stromm. Se debería haberlo bombardeado con virus, desde el espacio. Eso habría sido justicia poética en venganza para toda la gente que los asteroides de Thraka habían matado. Si no fuera por el maldito tanque de Yarrick…

Los orcos se estaban acercando. Seiscientos metros. Quinientos noventa. Quinientos ochenta. Las Minas de los Cadianos, apenas les frenaron. Sus cuerpos extraños y pesados, fueron lanzados a los aires, entre las columnas de humo y arena. Pero el enemigo era mucho más numerosos, que los hombres de Stromm. El enemigo tenía soldados de sobra. Aquellos que escaparon de la los fragmentos de fragmentación mortales y las ondas de presión que se creaban por cada explosión, no vacilaron ni por un segundo.

En el primer día de Stromm, el día que había abandono el transporte de tropas se había roto la nariz por primera vez en la arena roja, y él y sus oficiales habían decidido que lo mejor era quedarse, seguro de que el general Rennkamp enviaría unidades de reconocimiento para buscar a sus soldados desaparecidos. Pero el comunicador de largo alcance, no serbia para nada aquí, y la oscuridad cayó rápidamente en el desierto, así que Stromm no había perdido el tiempo, y había ordenado construir improvisadas líneas defensivas, aunque el progreso fue inicialmente lenta bajo la luz de las lámpara y de las improvisadas antorchas. Por supuesto que la abundancia de arena, se había aprovechado para un buen uso. Los sacos de arena, se habrían endurecido, solamente humedeciéndolos con un poco con agua, tal era el efecto del agua sobre el polvo Golgotha, aunque Stromm era reacio a prescindir incluso de una fracción de sus preciosas reservas, para otra cosa que no fuera para beber. La chatarra del casco metálico del módulo estrellado era abundante, también. Con estos recursos, el 98.º regimiento de infantería mecanizada, había construido las defensas exteriores e interiores, reforzándolas con nidos de armas pesadas utilizando las planchas de los mamparos de la nave.

Las fortificaciones resultantes eran muy rudimentarias, pero al menos ofrecían una mejor protección que los sacos de arena. Los nidos de armas pesadas, se cobraron grandes bajas en las hordas de orkos. Stromm estaba condenadamente contento de estas defensas. Torrentes de fuego salían de cada uno de los nidos de armas pesadas, impactando contra los cuerpos de los grotescos orkos, con amplios barridos de proyectiles. Algunos de chimeras del regimiento y camiones pesados habían sobrevivido al accidente y se habían atrincherado detrás de paredes de arena compactada y acero, agregando su considerable poder de fuego para la batalla desesperada. Los chimeras con sus bólters pesados, destrozaban al enemigo con sus proyectiles explosivos. Y con los multi-láser de las torretas, llenaban el aire con sus descargas cegadoras. Algunos de las chimeras, armados con cañones automáticos en la torreta, se jactaban de su armamento principal, sus largos cañones disparaban proyectiles de treinta milímetros. Los sobremusculados cuerpos de los orkos eran dispersados en trozos cuando eran impactados siempre que recibían el impacto de un proyectil de un cañón automático.

Las quimeras y los nidos de armas pesadas no estaban solos en la prestación de apoyo pesado. Desde las torretas armadas con cañones láser disipaban hacía las posiciones enemigas, desde lo alto del arrugado casco del módulo de aterrizaje. La cabina del módulo se había arrugado como un acordeón en el accidente y gran parte de la tripulación de vuelo había muerto en el acto, pero un puñado de cualificados ingenieros de la armada en su mayoría habían sobrevivido. Habían insistido en reparar las torretas del nódulo, solamente habían conseguido reparar tres de ellas, y habían insistido en ser sus dotaciones. Stromm había visto en sus rostros: miedo, y pánico.

Cuando había accedido a dejarles que fueran las dotaciones de las torretas, su alivio había sido demasiado evidente. Estaban aterrorizados por encontrarse a los orkos cara a cara. Maldijo su cobardía, pero no podía odiarlos por ello.

No habían sido criados en Cadia. Eran hombres de la armada. En su opinión, eso lo decía todo.

A pesar de estos pensamientos, estaba contento de tener esas torretas atendidas por los de la armada. Echaban descargas de fuego, sobre la parte superior de los orcos, matando a docenas a la vez, carbonizando sus cuerpos.

Dado el peso combinado de los Cadianos, parecía que decenas de orcos estaban cayendo con cada metro de terreno que avanzaban, pero todavía estaban avanzando. Stromm podía ver que no sería suficiente esta vez, ya había combatido tantas veces, en combate directo contra los orkos, que sabía que ha última instancia todo se reducía a números, y los números era algo que no estaba a su favor.

Cada día que Stromm y sus hombres se habían quedado atrincherados en el destrozado módulo, desesperadamente, tratando de utilizar las comunicaciones para pedir ayuda, sin que nadie en absoluto, les respondiera, más y más orcos comenzaron a aparecer. Habían sido atraídos, por el espectacular camino de fuego y humo negro del impacto, y por lo aparatoso de su descenso que había sido visible a cientos de kilómetros a la redonda.

Stromm lamentó haber atrincherado a sus fuerzas.

Debería haber cogido los chimeras y camiones, y haberse internado por el desiertos, pensó, alejándose de la zona de impacto. Incluso mientras pensaba en esto, sin embargo, lo rechazó la idea. La retrospección es una cosa buena, pero había tomado la mejor opción que podía con la poco información que tenia. Si se hubieran marchado habrían sido vulnerables. No había suficientes vehículos intactos después del impacto, para llevar a todo el mundo.

Y también estaban los heridos en que pensar. Además no tenía ni idea de sus coordenadas exactas, ni sabia en que dirección dirigirse, los más seguro que se hubieran perdido en el desierto. ¿Dónde diablos estaba el resto de Exolon?

Su pistola inferno se quedo sin energía. Por puro reflejo, quito la célula de energía vacía, dejando que se cayera al suelo, y cogió una célula de energía nueva de un bolsillo de su cinturón, y la introdujo en la ranura de la pistola inferno. Y reanudado sus disparos. Su primer disparo dejó un negro agujero ahumado en la cara fea de un enorme orko.

El hecho de que pudiera ver los daños que estaban causando sus disparos no era una buena señal.

—¡Señor! —dijo Kassel con urgencia—. ¡Tiene que pensar en ordenar la retirada a las defensas internas! Estamos perdiendo secciones clave del perímetro exterior.

Stromm asintió y, comenzó a retroceder lentamente, en dirección hacía el casco destrozado del módulo, aún disparando contra los enemigos.

—De la orden —le dijo a Kassel—. Quiero que todos, retrocedan a posiciones secundarias de una vez.

Eligió cuidadosamente a sus objetivos, disparando siempre a los más grandes y más verdes de los orlos. Sabia distinguir por su larga experiencia, cuáles eran los más duros y los más despiadados. No eran muy difíciles de distinguir, ya que sus pieles estaban cubiertas por cicatrices de batallas anteriores, y por los signos de burdas operaciones de cirugía.

Eran asesinos veteranos, implacables salvajes, locos por derramás sangre, y eran los que incitaban a los demás a la carga.

Por el Trono, pero son los bastardos más feos que he visto, pensó Stromm. ¿Qué tipo de universo tolera tales horrores?

Era fácil ver por qué la humanidad buscaba el exterminio absoluto de los orkos. Eran monstruos de pesadillas, eran orkos, y nunca dejen de luchar, nunca dejaban de matar, hasta que morían o no había nada más que matar. Parecía que la guerra para ellos era una diversión, para deleitarse con matanzas sin motivo. ¿O era la matanza, motivo suficiente para ellos? Incluso ahora, Stromm podía verlos, riéndose locamente, como si todo el asunto de la agonía y de la muerte en combate fuera un gran juego. No, la tolerancia mutua nunca podría ser una opción. Desde el momento en que las dos especies se encontraron, la galaxia les había condenado a enfrentarse eternamente.

Los orcos corrían cada vez más cerca y Stromm pudo ver los rostros horribles, con más detalle. Podía ver los destellos de locura salvaje en los rojos ojos y cada rostro era una máscara bestial. Sus narices eran pequeñas y planas, y a menudo se las traspasan con los huesos de animales sin suerte o anillas o barras de metal. Sus bocas eran enormes y amplias, y al abrirse, goteaban gruesos hilos de saliva tenidos con sangre. En algunos casos, sus mandíbulas eran lo suficientemente grandes, como para cerrarse por encima de la cabeza de un hombre adulto, y cada mandíbula estaba abarrotada de sobresalientes dientes como cuchillos, con dos destacados largos colmillos curvos, que empujaba hacía arriba desde la mandíbula inferior.

Pocas cosas le habían provocado a Stromm, un sentimiento de repugnancia y asco más fuertes. La raza orka parecía estar echa a la medida para infundir miedo en el corazón de los humano, tocando una antigua vena de primario terror compartido por todos. Era como si los rasgos menos dignos de su propia especie se habían torcido y magnificado mil veces.

Mientras Stromm retrocedía a las posiciones secundarias, vio a sus hombres salir de las trincheras de sacos de arena, y correr al sprint en su dirección. Para muchos fue demasiado tarde. Gritó de frustración al ver como, las armar orkas hacían una verdadera masacre con sus hombres a corta distancia, sus impactos hacían los mismos destrozos que un bólter. Y vio las ráfagas de proyectiles de metal volar en todas las direcciones. Los orcos apenas se molestaban en apuntar, simplemente disparaban a derecha e izquierda al azar, sin importarles la precisión o la munición desperdiciada. Solo importaba el volumen de disparos, para que el efecto fuera mortal. Cuando los cadianos corrieron hacía las defensas internas, muchos cayeron gritando, con grandes agujeros perforadores la espalda, Creando grandes heridas del tamaño de sandías al salir el proyectil de sus pechos y estómagos. Otros, más afortunados sufrieron menos, fueron golpeados en la parte posterior de la cabeza. Incluso los buenos y sólidos cascos Mark VIII de Cadia, no podían protegerlos. Sus cráneos prácticamente explotaron por el impacto de los pesados proyectiles orkos, y sin cabeza sus cuerpos tropezaron y cayeron, dejando chorros de sangre roja en la arena.

Hasta el último hombre, pensó Stromm, apretando los dientes, disparando hacía atrás hasta que se gastó otra célula de energía. Moriremos aquí, pero vamos a luchar contra estos bastardos hasta el último hombre. ¡Maldito seas Deviers! Espero que no obtengas la gloria que esperabas con esta misión.

—¡Artillería! —alguien gritó por el microcomunicador—. ¡Artillería Orka desde el norte! ¡Al suelo!

Stromm oyó un silbido estremecedor en el aire.

—¡Maldita sea, esto va a impactar cerca…!

Tanto él como Kassel se arrojaron al suelo. Grandes nubes de polvo y arena brotaron en el aire entre el Cadianos y los orcos, y el aire se estremeció con un auge ensordecedor. Stromm se encontró con que todavía respiraba. Y no había victimas mortales. Fue un tiro de prueba, pero el siguiente caería entre sus hombres, si no hacía nada.

—¡Ah sido uno de los gordos, señor! —le gritó Kassel cuando se puso en pie.

—¡No me digas, Hans! —ladró Stromm—. Dile a los enanos de la armada de las torretas, que quiero que centren su fuego en la artillería orka. Son los únicos que tienen una línea de visión clara. ¡Hazlo, ya!

Kassel activo el microcomunicador, y dicto las órdenes del coronel con voz clara, y fidedigna y esperó a la confirmación. No necesita haberse molestado, ya que las dotaciones de las torretas, ya habían dejado de disparar contra la carga orka, y ya estaban disparando a varias grandes maquinas orkos, que parecían cañones autopropulsados que habían emergido de una nube de polvo a unos mil quinientos metros de distancia.

Los cañones parecían cortos para ser artillería, posiblemente habían sacrificado, precisión, para tener carga explosiva superior. Su construcción parecía tan chapucera que parecían más propensos, a inmolarse a si mismos, como para aplastar a sus enemigos. Pero como siempre las maquinas de guerra de los orkos, rendían más de lo que parecía por su apariencia. Una llamarada salió de la boca del cañón, y la tierra temblé, al lanzar otra andanada mortal, esta vez su objetivo eran las torretas que habían comenzado a concentrar su fuego, directamente contra ellos.

Uno de los proyectiles de artillería pesada pasó muy lejos de su objetivo, explotando en la arena al otro lado de los restos del módulo. Pero dos impactaron en el casco, la fuerza de la explosión fue tal que la onda de presión de las dos explosiones pulverizaron las torretas y los hombres en su interior.

Stromm se quedó boquiabierto durante una fracción de segundo ante la terrible destrucción y, a continuación, se protegió la cabeza por la lluvia de escombros ardientes que caían del cielo. Por la gracia del emperador, ni él ni Kassel fueron alcanzados por los escombros, pero un soldado joven que estaba a su derecha cayó sin gritar, su cabeza había sido decapitada por un trozo de metal del casco.

—¡Trata de contactar con alguien de la armada, igual alguna de las torretas puede funcionar! —gritó Stromm a Kassel, ya sabiendo en su corazón que era inútil—. ¡No tenemos nada que perder. Si no se podemos eliminar a esos cañones no vamos a durar ni un minuto más!

—Nada —dijo Kassel. Cuando trató por tercera vez, ponerse en contacto con los soldados de la armada, con el mismo resultado—. ¡Se han ido, señor!

—¡Por el amor de Trono! La siguiente andanada va a caer sobre nosotros. ¿Y No podemos hacer nada? ¿Qué pasa con nuestros equipos de morteros? ¡No necesitan tenerlo a la vista!

Kassel inmediatamente trató de comunicarse con los equipos de morteros por el microcomunicador, pero no hubo respuesta, sólo estática y con la certeza de que más hombres habían muerto.

—¡Señor, tenemos que alejarnos de aquí. Los artilleros pieles verdes, no tardaran mucho tiempo en recargar. Podríamos conseguir que uno de las quimeras, se abra camino a través de los orkos!

—¡Si esta sugiriendo que huya, tendré que ejecutarle por cobardía! ¿Me ha entendido? Debería conocerme mejor a estas alturas. Nunca he huido de un campo de batalla en mi vida.

—¡Yo… Lo siento, señor!

—¡Sus disculpas son aceptadas! Simplemente sega disparando. Haremos una competición entre nosotros, para ver quien abate más orkos. Haga correr la voz. Ordene al 98.ª que luche hasta el último hombre, por el honor de Cadia.

—El 98.º combatirá hasta el último hombre, señor —dijo Kassel, sacando pecho. Y la determinación sustituyo en miedo en sus ojos. Si tenían que morir, sería como solo los hombres de Cadia sabían morir, fuertes y implacables hasta el último. El Emperador les daría la bienvenida personalmente a sus almas a su trono dorado. Su lugar en la mesa de los héroes estaba asegurada.

Las defensas exteriores eran un hervidero de xenos, todos dándose empujones de la oportunidad de deleitarse con masacrar a los hombres de Stromm. Se empujaban los unos a los otros para una mejor posición, desesperado por reclamar más muertes a sus semejantes. Estaban tan frenéticos por la locura de la batalla, que peleas salvajes entre ellos comenzaron a apartarse entre sus filas. Stromm vio una de las bestias, muy grande y fuertemente blindado, y su vez a una monstruosidad marginalmente menor en su derecha, comenzó a luchar con él, tratando de herirle con una gran hacha. El orko menor resistió hasta que la mayor, utilizo un enorme cuchillo lleno de oxido, que empuñaba, clavándoselo en el vientre, y desplazo el cuchillo hasta el esternón. La sangre se derramo, seguido por los intestinos, que se deslizaron hacía la arena roja. Luego, con el hacha en la mano recién conquistada, el más grande bramó un gritó de guerra y continuó su avance, deseoso de entrar en los primeros combates.

Se necesitaron seis hombres disparando con los rifles láser a corta distancia en automático para parar a ese bastarte.

¡Por Terra!, pensó Stromm. ¡Están locos! La muerte no significa nada para ellos. Si tuviéramos a un hombre como Yarrick o no, necesitaríamos a mil Yarricks, un millón, incluso. ¿Cómo podía la humanidad tener la esperanza de contener esta marea salvaje de orkos?

En el microcomunicador de Stromm, la frenética charla de sus oficiales supervivientes del pelotón estaba degenerando en una cacofonía de gritos de pánico. La brecha estaba cada vez más lejos de cerrarse. Una vez que la lucha entrara en el cuerpo a cuerpo, todo habría terminado para los Cadianos. Nada podría salvarlos a continuación.

—¡Estamos perdiendo las defensas internas. Los nidos de los bólters pesados están siendo invadidos!

—¿Qué hacemos? ¿Retirarnos a los restos del módulo?

—¡Necesito el apoyo de armas pesadas en nuestro flanco derecho, por la disformidad maldita sea! ¡Consígueme un bólter pesado! ¡Cualquier cosa!

Stromm oyó las palabras como si estuvieran a una gran distancia. Una sensación extraña e inesperada de calma había descendido sobre él. A su alrededor, el aire se revolvía con el ruido y el calor, pero, en su mente, todo estaba sumamente claro. El final de su compromiso con el emperador, estaba cerca. Una vez más, dejó que sus pensamientos volvieran hacía su familia allá arriba, y recito una oración en silencio al emperador:

—Que mi esposa me recuerde con orgullo, y que le cuente a nuestro hijo mis logros, para que un día pueda superarlos. Al Lado del Emperador, encomiendo las almas de mis hombres, y pido a San Josmane, para que nos guie nuestras almas.

—Hans —dijo—, la bandera del regimiento.

—Esta aquí, señor.

—Entonces despliégala, soldado, y dámela.

Stromm enfundó su pistola inferno y aceptó la pesada bandera que su ayudante le ofreció.

Agarrando la empuñadura con ambas manos, dio un paso hacía adelante, llamando a sus hombres, agitando majestuosamente la bandera en el aire polvoriento.

—¡Reagrupaos hacía mí, Cadianos! —gritó por encima del estruendo de la batalla—. ¡Reuníos a mí, soldados! ¡Si vamos a caer, aquí y ahora, tenemos que hacerlo juntos!

La bandera era un icono llamativo dorado y rojo. Con el símbolo de los pilares de la puerta de Cadia dominando su centro y, a cada lado de la misma, la imagen de un cráneo con un solo tallo de trigo entre sus dientes. El trigo tallo simboliza la gloriosa victoria del regimiento en Ruzarch.

Los campos durante la batalla, contra el infame Vogen casi medio siglo antes. Si el regimiento hubiera sobrevivido la expedición de Golgotha, del general Deviers, otro símbolo de honor se habría añadido: una nube partida por un rayo.

Los hombres que estaban lo suficientemente cerca como para oír su voz, se volvieron al ver a su coronel, de pie, Con la bandera mientras la agitaba por encima de su cabeza. Tenía el aspecto de una imagen para un cartel de reclutamiento, y sus espíritus ardieron con orgullo. Stromm podía verlo mientras les miraba a los ojos. Vio los fuegos de la determinación surgiendo en sus ojos, la voluntad de morir luchando.

—¡Honor y gloria! —gritó un sargento a su derecha.

—¡Honor y gloria! —bramaron sus soldados.

Algo cambió en el aire, como si lo recorriera un descarga eléctrica. Incluso los heridos, parecieron recuperarse de sus heridas, aunque sus cuerpos aún sangraban. Se volvieron al ver a su coronel y su bandera, apoyaron su rifle láser en su acorazados hombros, y dispararon a los orcos con renovada ferocidad, decididos a enviar la mayor cantidad de bestias babeantes, cuantas más mejor, antes de que los superan para siempre.

—¡Un poco más, un poco más, los ojos del emperador están sobre nosotros, hacedle sentir orgulloso! —les gritó Stromm a sus hombres.

Los orkos estaban solamente a unos cientos de metros, hasta que los orkos no estuvieran en medio de ellos. De momento podrían derribarlos, hasta que la lucha se convirtiera en una mano a mano. En el cuerpo a cuerpo, la fisiología de los pieles verdes, les permitiría masacrar a los cadianos, como si fueran papel mojado. Sólo las poderosos tropas de asalto Kasrkin, con los cuales Stromm había comenzado con una sola compañía, solo le quedaban menos de tres pelotones completos, tendrían un oportunidad en el combate cuerpo a cuerpo.

—¡Bayonetas! —ordenó Stromm. Kassel repitió la orden por el microcomunicador. Bien podría haber dicho: «¡Preparaos para morir a manos de los orcos!». Esencialmente era la misma cosa.

La orden fue recibida por oficiales y sargentos lo largo de la línea, que ordenaron a sus soldados, que colocaran las bayonetas, la distancia que los separaba de los orkos se redujo a cuarenta metros, y luego a treinta. Las descargas resonaron en el aire en un último intento, desesperado por crear una diferencia antes del combate cuerpo a cuerpo. Muchos orcos fueron abatidos, por las descargas a tan corta distancia.

Stormm sintió aliviado de que la artillería orka, aun no hubiera disparado, en cuestión de segundos serian, incapaz de disparar contra los Cadianos, sin exterminar a su propia infantería estando tan cerca. Lo que había pasado, era que las dotaciones de artillería orkas, al ver tan cerca la carnicería, habían abandonado sus posiciones, y habían comenzado a correr, desesperados por estar más cerca del centro de la masacre, y manchar sus manos con la sangre de los moribundos.

Veinte metros de Stromm, un enorme orko con un colmillo roto, corría directamente hacía adelante directamente hacía el coronel, atraído por la brillante bandera que ondeaba encima de su cabeza. A medida que se acercaba, elevó su enorme akribillador, con una sola mano y disparó una ráfaga que le dio al coronel en el hombro derecho. Su armadura pectoral, a duras penas fue suficiente para desviar el tiro, pero el impacto lo derribo. Aterrizando en la arena roja con un gruñido. La fuerza del impacto de la bala le había roto el hombro, y la bandera se había caído de sus manos.

El teniente Kassel se había movido con determinación, y recogió la bandera, antes de que cayera al suelo, y la volvió a izar en alto, desesperado por que no se deshonra el regimiento al permitir que su bandera santificada tocara el suelo. Apuntalo a la base del mango en la arena, y la sostuvo con una mano y se agachó hacía su coronel, gritando su nombre.

—¿Está vivo, señor? ¡Háblame, coronel! ¡Por favor!

Gimiendo de dolor y agarrándose del hombro destrozado, Stromm rodó, y, con la ayuda ansiosa de Kassel, se puso en pie. Miró a su alrededor para ver a los hombres que formaban una línea de defensa en torno a él, luchando desesperadamente con las bayonetas, y con herramientas afiladas, con todo lo que tenían a la mano. Contra las hachas y enormes cuchillas de los orkos.

—¡Por Cadia! —rugió Stromm, dejando Kassel con la bandera y desenfundando su pistola inferno de nuevo, esta vez con la mano izquierda.

—¡Por Cadia! —rugieron sus hombres de nuevo.

Lucharon con todo lo que tenían, pero el aire de repente se lleno de nuevo con el ensordecedor auge de la artillería pesada. Stromm se tensó, temiendo que los equipos de artillería orkos habían decidido acabar con ellos después de todo, sin importar que se llevarían con ellos a su propia infantería. Y se resigno que su fin, fuera por una carga explosiva, en cualquier momento…

Pero nunca llegó. No hubo ningún silbido ensordecedor.

—¡Tanques! —gritó uno de sus jefes de pelotón por el microcomunicador—. ¡En el nombre de la Santa Terra!

—¿Por donde vienen los tanques orkos? —preguntó alguien.

—¡No! —replicó el primero—. ¡No son malditos orcos, son tanques imperiales! ¡Son tanques Leman Russ! ¡Están atacando desde el oeste!

Stromm escuchó una segunda explosión y esta vez, para su asombro, una turba de orcos, que presionaban por el flanco izquierdo se desvanecieron, consumidos por una explosión.

—¡La artillería orka! —grito otro jefe de pelotón—. ¡Los cañones orkos están siendo destruidos!

Otra explosión aguda sonó desde el oeste, anunciando la muerte de más enemigo. La horda de orkos fue diezmada otra vez, desapareciendo en nubes de arena y humo. Trozos de orkos caían del cielo sobre sus cabezas. Los que no murieron en el acto por los proyectiles de alto poder explosivo fueron horriblemente mutilados por la metralla. Los supervivientes gritaron y rugieron, mientras tanto el fuego de los tanques continuó, diezmando sus filas.

Incluso los orcos de las primeras filas de la carga, al oír los sonidos de las explosiones, interrumpieron su avance. Por un segundo, se volvieron sus cabezas hacía la fuente, parecían confundidos y los soldados de Stromm aprovecharon su ventaja momentánea, y ampliaron la distancia que les separaba de los orkos, con los rifles láser y las pocas armas pesadas que les quedaban. Los pelotones Kasrkin aprovecharon esta oportunidad para presionar por la derecha, acercándose al Coronel Stromm, para protegerlo y reaccionar más rápido a sus órdenes.

A través de las brechas de los orkos, que se habían abierto, Stromm podía ver la causa de la inesperada salvación de su compañía, de su empresa. En el flanco occidental, una gran nube de polvo se levanta, agitándose desde el suelo del desierto. A su cabeza, diez tanques Cadianos cargaban en su dirección en formación de de asalto. Detrás de ellos, apenas visible en su estela polvorienta, venia una comboy de de camiones Heracles, llenos hasta los borde de hombres y cajas de suministro. Parecía una compañía acorazada entera. Por un momento, Stromm pensó que estaba soñando.

—¡Coronel! —gritó con entusiasmo Kassel—. Hay un mensaje urgente que viene a través de… de un teniente van Droi, señor.

—¿Van Droi? —dijo Stromm. No reconoció el nombre. La mayor parte de las compañías blindadas de Exolon estaba con la 10.ª División. Y Stromm estaba asignado a la 8.º—. Bueno, no te lo guardes para ti, Hans. ¿Cuál es el mensaje?

Kassel sonrió.

—Para empezar, señor, Van Droi dice que los Gunheads están aquí.