Capítulo 8
Eneatipo 8: Ego-Venganza
Los Ocho tienden a ser seguros de sí mismos, dominantes, controladores y sensatos. Son los chicos malos del eneagrama, dispuestos a degradarse y ensuciarse, a embarullar las cosas. Prefieren mandar y dirigir el espectáculo, dar órdenes antes que recibirlas. A menudo son grandes y robustos —si no físicamente energéticamente— haciendo que su presencia se sienta y decididos a lograr su objetivo. Con la creencia fundamental de que la vida los ha tratado injustamente, tienen que pedir justicia y arreglar las cuentas exigiendo venganza; de ahí el nombre de este eneatipo, Ego-Venganza. Su método es el bíblico: «ojo por ojo»; haciendo a los demás lo que sienten que les han hecho a ellos. Tienden a provocar el enfrentamiento, siempre buscando algún desafío o lucha, algo a que oponerse.
Internamente, la debilidad y la necesidad parecen ser la causa de sus problemas, pero ellos apartan estos sentimientos, muchas veces incluso negando que puedan tenerlos inconscientemente. Tienen poca tolerancia con las emociones «blandas», como el miedo, la tristeza y, en especial, la debilidad, y con cualquier otro sentimiento que sugiera inferioridad, indecisión, necesidad o deficiencia. Valoran ser duros y fuertes, capaces de recibir los golpes que la vida da y de devolverlos. Disparan a la primera, diciendo lo que piensan abiertamente y sin contemplaciones, sin importarles el impacto o las consecuencias que pueda tener en los demás. Con frecuencia son mundanos y pasionales, a veces incluso crueles, y son codiciosos con la vida, pareciendo querer devorar tanto como les sea posible. Pueden ser duros e insensibles ante los sentimientos de los demás, pero en ocasiones muestran una apariencia sentimental, y en vez de presentarse como osos pardos, parecen inofensivos osos de peluche.
Estos rasgos de la personalidad provienen de la pérdida de una visión particular de la realidad —la Idea Santa— asociada con el punto Ocho, que es la Verdad Santa. Hemos comentado algunas cualidades y características de la realidad cuando se percibe objetivamente —sin el filtro de la personalidad al comentar otras Ideas Santas. Por ejemplo, la Perfección Santa revela la identidad última de la realidad, el Amor Santo manifiesta que la realidad esta hecha de amor y es una expresión del amor, el Origen Santo nos dice que surgimos del Ser o somos el Ser, la Fe Santa nos dice que el Ser es lo que nos apoya y nos mantiene a nosotros y a toda vida, la Ley Santa y la Voluntad Santa describen varios matices del funcionamiento del Ser. La Verdad Santa apunta directamente a la existencia del Ser y a su coemergencia con toda la realidad. Es la percepción de la realidad en todas sus múltiples decisiones, desde el mundo físico hasta la dimensión espiritual más profunda de lo Absoluto. Aquí vemos que todas estas dimensiones son reales; constituyen la verdad a cerca de cómo son las cosas; y vemos también que existen inseparablemente unas de otras. Esta percepción contrasta fuertemente con la de la personalidad, por la cual basamos nuestra sensación de la realidad en la suposición de que el mundo de la materia es todo lo que existe. Incluso si contemplamos la idea de que puedan existir dimensiones más profundas de la realidad, cuando las cosas se ponen difíciles, lo físico es fundamental para la mayoría de la humanidad. Como nuestros cuerpos físicos están separados de los otros objetos, la creencia de que somos entidades inherentemente separadas está implícita en la perspectiva materialista de la personalidad.
Desde el punto de vista iluminado del Punto Ocho, vemos que la forma material es la capa más externa de una realidad multidimensional. Esta realidad es una unidad indivisible, de tal manera que todas sus dimensiones constituyen su totalidad y son inseparables de ella. Ésta es una perspectiva no dual en la cual la realidad se experimenta como una sola cosa. El sentido de la unidad a menudo es difícil de entender, pues solemos pensar en uno como opuesto a dos. Aquí uno significa todos, o dicho de un modo un poco distinto, todo lo que existe en todas las dimensiones forma nuestra realidad única. La materia y el espíritu son una sola cosa; el mundo físico y el mundo divino son lo mismo. De modo que desde esta perspectiva no dualista y coemergente, si usamos nuestra analogía y comparamos la realidad con un océano, nuestra atención puede estar centrada en las olas o bien en el océano, pero sin embargo unas y otro son inseparables entre sí. Del mismo modo que podemos experimentar el océano viendo sus olas, la materia es una forma de experimentar el espíritu. Por tanto, la materia es como las olas, dando la impresión de que la superficie del océano lo es todo.
Así, los distintos niveles que van creciendo en profundidad, desde lo físico, pasando por la dimensión esencial y las Dimensiones Ilimitadas, hasta lo Absoluto, están presentes a la vez y son inseparables. Son diferentes profundidades de la misma cosa, cada una con una proximidad mayor a lo Absoluto, y podemos llamar a esta perspectiva ver la realidad en su verticalidad, aunque de hecho esta terminología espacial no es del todo precisa. Horizontalmente, en el nivel más superficial, ninguna de las formas del mundo material es independiente ni está separada de la unidad de la que forman parte.
Desde la perspectiva del Punto Ocho, la iluminación consiste en ver más allá del engaño de la dualidad, la sensación de que existe esto y aquello, el yo y lo otro, la materia y el Espíritu, el ego y la Esencia, y despertarse a la realidad de la unidad de las cosas. Ésta es la base de todas las enseñanzas coemergentes como el Dzogchen, la práctica budista tibetana que cultiva el hecho de morar en nuestro «estado no dual de prístina conciencia», utilizando su terminología.[68] Esto también está implícito en la filosofía del Advaita Vedanta, una rama del hinduismo, en la cual la realidad se «define como “uno sin un segundo” (a-dvitiya)» y la situación humana es tal que el alma individual está equivocada en lo que respecta a su carácter verdadero. Se considera a sí misma limitada. Pero este error se desvanece cuando se alcanza la comprensión. El alma individual (jiva) des cubre entonces que ella misma es el Ser (atman). La esclavitud por tanto no existe. De hecho, con relación a aquello que siempre es libre, los términos esclavo y libre son inadecuados. Sólo parecen tener sentido durante las etapas preliminares del aprendizaje espiritual, cuando el estudiante aún tiene que hacer el descubrimiento esencial. El término «liberación» es utilizado sólo por el gurú en un sentido preliminar, dirigiéndose a alguien que está en un estado de esclavitud que únicamente existe en su imaginación.[69]
Desde el interior de nuestra experiencia, la Verdad Santa es el reconocimiento de nuestra naturaleza básica como Ser y de Su inseparabilidad de nuestros cuerpos y nuestras almas. En otras palabras, tu cuerpo y tu naturaleza última constituyen una unidad que no puede dividirse en partes. Del mismo modo que normalmente percibes tu cuerpo como una masa sólida o, desde la dimensión subatómica, compuesto mayormente de espacio, las dos realidades coexisten y son percepciones diferentes del mismo fenómeno. Decir que una es más real o más verdadera no tiene ningún sentido. Igualmente, desde un punto de vista, somos animales con un cerebro enormemente desarrollado, y desde otro, somos ventanas al universo. Ambos son ciertos.
Incluso concebir tu personalidad como algo distinto de tu naturaleza esencial no tiene ningún sentido cuando la realidad se ve a través de la Verdad Santa. Tu personalidad es simplemente una forma más o menos fijada que tu alma adquiere, que es el resultado acumulativo de tu historia personal; es un patrón de creencias, emociones y comportamientos que defines como tú. Independientemente de lo rígida que sea tu conciencia, tu alma es sin embargo inseparable del Ser. Es como una ola que se concibiese algo estático e independiente del resto del océano, mientras que claramente no es así. Las experiencias elevadas y los momentos de contacto con el Ser son simplemente vislumbres de nuestro verdadero estado.
De modo que tanto si se percibe desde una perspectiva más universal como desde el interior de nuestra experiencia personal, la Verdad Santa es una comprensión experimental de la realidad de la que formamos parte como una unidad indivisible y multidimensional. La pérdida de esta comprensión origina la sensación de dualidad, de que una cosa puede separarse de otra. Esto a su vez da lugar a varias nociones dualistas: que estamos constituidos por Espíritu y materia, que son fundamentalmente independientes o de naturalezas diferentes; que el universo contiene dos fuerzas opuestas, el bien y el mal, y que lo manifiesto y lo no manifiesto son cosas diferentes.
Mientras que este sentido de la dualidad está implícito en todos los tipos de personalidad y es una de las piedras angulares de la realidad egoica, en el eneatipo Ocho es predominante, y en él se apoyan todas las características psicológicas de este tipo. La dualidad fundamental que se origina en el Ocho conjuntamente con su pérdida de contacto con el Ser en la primera infancia es la de sentirse alguien separado o desconectado del Ser. Es decir, la pérdida de contacto con el Ser le crea la sensación de que está desprovisto de Él, y por tanto de que así es en realidad. El Ser no existe para él. Como hemos visto, esto no puede ser cierto, ya que está constituido por el Ser y es inseparable de Él, pero la orientación de la personalidad del Ocho hacia la vida se apoya en esta ilusión.
Aunque no es la norma, algunos Ocho con una inclinación espiritual no sienten que hayan perdido nunca el contacto con el Ser, y para ellos son los otros y el mundo los que parecen desprovistos de Él. Sin embargo, su personalidad se cristaliza alrededor de esta percepción de la realidad, y aunque pueda mantener el contacto sus profundidades, desarrolla una personalidad con la cual se identifica y forma una armadura alrededor de su alma para proteger sus profundidades interiores. Al desarrollar una estructura de la personalidad viable, el Ocho ha creado una sensación del yo y de los demás en la cual en una lado tiene al Espíritu o a Dios y en el otro está desprovisto de Él.
La mayoría de los Ocho, sin embargo, sienten que han sido despojados del Ser a una edad muy temprana. Un sentimiento muy profundo del Ocho es que ha ocurrido algo terrible, aunque en su nivel preverbal o preconceptual no tiene ni siquiera la idea de pérdida de contacto con sus profundidades. Sólo existe la sensación de que ocurrió algo que no era correcto, que le han hecho algo malo y que su alma ha sido corrompida o contaminada de alguna manera. Hay una sensación vaga de haber perdido un estado primordial o natural, una sensación difusa de haber sido apartado del estado de gracia. Lo que es más real, la verdad más profunda y fundamental, se ha borrado de su conciencia. Su alma sabe que se ha perdido una sensación de unidad con lo más precioso que hay en él, y su ego se construye alrededor de esto.
A partir de la erradicación de su sensación interna de unidad con el Ser, que produce una sensación del yo y del otro —la dualidad—, surge la convicción de que alguien debe ser responsable de esta terrible situación. La culpa es la palabra que aparece más ampliamente en la psicología de un Ocho; descubrir quién es culpable y vengarse del mal es su preocupación principal. Por esta razón, este tipo se denomina Ego-Venganza, como se mencionó al comienzo de este capítulo, e Ichazo ha definido la venganza como la fijación del Ocho, como vemos en el Diagrama 2. En un plano más hondo, aunque hace falta mucho trabajo interior para hacer esto consciente, se considera a sí mismo culpable. Cree que de niño debería haber sido lo suficientemente fuerte como para resistir la fuerza de los condicionamientos y no haber perdido el contacto con el Ser. O, si no experimenta haber perdido el contacto, cree que debería haber sido capaz de hacer que los que constituyeron su primer entorno fueran conscientes del Ser, tanto en ellos mismos como en él. Una exigencia verdaderamente elevada para un bebé, pero que suena admisible e incluso razonable para un Ocho.
En cualquier caso, considera que es una mala persona por haber permitido que esto ocurriese. Esta sensación de ser una entidad separada que es responsable de haber perdido el contacto con el Ser es probablemente el origen de la doctrina cristiana del pecado original. Como Adán y Eva, ha sido arrojado del Paraíso por su maldad. Se culpa a sí mismo, pero esto es muy difícil de tolerar, de modo que en un movimiento psicológico decisivo, proyecta su culpa hacia fuera: la culpa es de los otros. En su mente, sus padres, y el resto de su entorno en la primera infancia, son responsables de su pérdida, y este error debe ser reparado. Debe vengarse y obtener una compensación. Culpando a su primer entorno y permaneciendo estancado en la ira respecto a su infancia evita odiarse a sí mismo, al tiempo que se protege del recuerdo de esa maravilla que una vez experimentó como él mismo. De este modo, se protege de la bondad de su Naturaleza Verdadera. Éste es su propio jihad[70] personal, con el que reinstaura una sensación de virtud.
Aunque puede parecer que es demasiado duro con él mismo (si su culpa es consciente) y rencoroso con las primeras personas que lo cuidaron, esta postura en realidad le protege de algo que para él es mucho peor: experimentar su impotencia. Hacer esto significaría para él la capitulación, una rendición a las fuerzas de la realidad egoica, tanto dentro como fuera. Continuar considerando responsables a los demás e intentar arreglar las cuentas provoca una lucha interna permanente con la realidad, lo que le impide tener que aceptarla, y para un Ocho esto es una estrategia psicológica de supervivencia necesaria desde la primera infancia. Experimentar totalmente su impotencia y su indefensión significaría rendirse psíquicamente, y quizá podría no haber sobrevivido si lo hubiera hecho. Esto es sobre todo cierto en los casos de traumas o abusos durante la infancia. Su impotencia, su desamparo y vulnerabilidad ante las fuerzas del condicionamiento es lo que es él considera el núcleo de su debilidad, y ésta es su experiencia más evitada, como vemos en el Eneagrama de las Evitaciones, en el Diagrama 10, donde la debilidad aparece en el Punto Ocho.
Como hemos visto, considera que básicamente él es responsable de su caída dentro de la realidad egoica, y desde ese punto de vista, el resto de la vida puede verse como un intento de solucionar esta sensación básica de culpabilidad. Todo su autocastigo —que con mucho supera al que inflige en los demás— tiene su origen en esta manera en que su alma interpreta su pérdida de contacto con el Ser. Por esta razón, en el Eneagrama de las Acciones contra uno mismo, en el Diagrama 11, que describe la relación de cada tipo con su alma, el término que aparece en el Punto Ocho es el autocastigo. Si hubiera sido más poderoso y más fuerte, se dice, esto no habría ocurrido. Si se hubiera mostrado lo suficientemente enérgico y seguro de sí mismo, podría haber conseguido que mamá percibiese su profundidad y él hubiera mantenido el contacto con el Ser. Si se hubiera mantenido más firme, hubiera podido resistir a la fuerza de la realidad egoica. Si hubiera sido más duro, hubiera podido impedir todos los abusos grandes y pequeños que recibió; y muchos Ocho tuvieron infancias en las que se abusó de ellos ya sea psíquica o sexualmente, o se sintieron como si esto hubiera ocurrido. La percepción de su infancia es que fue humillado, explotado o castigado por razones que tuvieron poco que ver con él o con su comportamiento. Muchos de ellos tienen la sensación de que su madre les negó su amor o no les protegió de un padre dominante y brutal. En su alma quedó una sensación de profunda injusticia, y el mundo se presenta ante él en mayor o menor grado como malvado.
Según su mentalidad, lo que es un error en ellos es su debilidad y vulnerabilidad, su apertura y receptividad, pues estas cualidades son las responsables de que su impresionable alma humana perdiese el contacto con su verdad interior. La fuerza, por tanto, le parece la cualidad necesaria, y esto le lleva a desarrolla un estilo de personalidad que imita a este rasgo más que a ninguno. Imita la fuerza esencial —llamada Rojo en el lenguaje de Enfoque del Diamante— y éste es el aspecto idealizado de este tipo. Se vuelve duro, rudo, enérgico, inflexible e inamovible, para que no «le jodan» otra vez, utilizando el lenguaje que un Ocho emplearía para describir lo que le ha pasado. Construye una fortaleza alrededor de él, volviéndose inexpugnable e impenetrable. Desarrolla una piel dura, una capa protectora de cuero para conservar y proteger la sensibilidad de su alma.
A diferencia de la fuerza verdadera de la esencia, la falsa fuerza que caracteriza al tipo de personalidad Ocho es estática, rígida e inflexible. Siempre es fuerte y dura, y utiliza la misma cantidad de fuerza en todo lo que hace, como si necesitase una antorcha para tostar un trozo de pan, o una hoguera para dar un poco de calor. El Ocho está continuamente haciéndose el duro, como si la rigidez fuese lo mismo que la fuerza. De hecho, desde un punto de vista puramente físico, un músculo fuerte tiene tono, está relajado, es resistente y capaz de responder con poder cuando es necesario. La fuerza real es flexible y se adapta a la situación que encuentra. Esto lo vemos en los osos, los animales asociados a este punto, capaces de actuar con una enorme fuerza cuando buscan una presa o defienden a sus crías, y también pueden relajarse totalmente mientras lamen a sus pequeños de manera indefensa en los momentos en que la fuerza no es necesaria. Para nosotros los humanos, la fortaleza real no se mide por la cantidad de kilos que podemos levantar y por lo duramente que podemos reprender a alguien. Hace falta una fuerza más real —el poder de nuestras almas— para decir nuestra verdad, independientemente de cómo sea recibida, para abrir nuestros corazones del todo y decirle a alguien que lo amamos o para bajar nuestras defensas y admitir que hemos cometido un error o herido a otra persona.
La dureza que el Ocho desarrolla como compensación por su falta de contacto con la fuerza real es como una dura armadura que cubre su alma. Intenta proteger su corazón al rechazar todas las emociones que considera débiles: miedo, tristeza, vergüenza, remordimientos, carencia, indefensión, vulnerabilidad, anhelo, etc. Desgraciadamente, no se puede cerrar el corazón a una serie de emociones sin hacerlo también a todas las demás, de modo que también anula su capacidad de experimentar la alegría inocente, la ternura del amor, el cariño, el afecto y la compasión, por nombrar algunos de los otros sentimientos a los que también se cierra. Puede endurecer tanto su corazón, que sea incapaz de experimentar el dichoso estado de enamoramiento, e inconscientemente ha tomado la decisión de que semejante protección vale pagar este precio. Horney, respecto a los neuróticos que corresponden al eneatipo Ocho, que ella define como personas que se mueven contra los demás y denomina con nombres que varían entre tipo agresivo, vengativo o expansivo, dice:
La represión de los sentimientos tiernos, que empezó en la infancia y se describe como el proceso de endurecimiento, es necesaria debido a las acciones y actitudes de los demás y sirve para protegerle contra los otros. La necesidad de hacerse insensible al sufrimiento es en gran medida reforzada por la vulnerabilidad de su orgullo y llevada a la culminación por su orgullo de ser invulnerable. Su deseo de calor y afecto humano (tanto para dar como para recibir), que en un principio fue bloqueado por su entorno y después sacrificado por la necesidad de triunfo, finalmente queda congelado por el veredicto de su odio hacia sí mismo que lo califica como indigno de amor. Así, al volverse contra los demás no tiene nada valioso que perder… «Es impensable que vayan a quererme; me van a odiar de todas formas, por lo tanto al menos me temerán». Además, el sano interés en sí mismo, que por otra parte controlaría sus impulsos vengativos, se mantiene a un mínimo a través de su profunda desconsideración por su bienestar personal. E incluso el temor a los demás, aunque funciona hasta cierto límite, es reducido por el orgullo de ser invulnerable e inmune.[71]
Este mismo acto de intentar protegerse a sí mismo acaba desconectándolo de sí, y en esto se encuentra la ironía de la defensa del Ocho. Endureciéndose y rechazando sus emociones «blandas» pierde la propia sensibilidad que le permite el acceso y le hace transparente a la naturaleza interior de su alma, la Esencia. Lo que empezó como un intento de proteger su alma acaba clausurando la conexión con su verdad interior. Pierde el contacto con lo que confiere vitalidad y ánimo a su alma, y se queda con un sentimiento interior que se asemeja a la muerte.
Como ha embotado su alma, tiene poca empatía, sensibilidad o compasión por los demás, del mismo modo que tiene poca por él mismo. En el extremo, le importa poco lo que los demás sientan o lo que piensen sobre él, pues ha llegado a la conclusión, como hemos visto, de que es indigno de amor. Con esta falta de empatía, a menudo es inconsciente del sufrimiento y de los sentimientos dolorosos de los demás, y es desconsiderado, pues no advierte el efecto que sus modales bruscos, rudos o insensibles causan en los demás. Si lo advierte, en vez de sentir remordimientos, desprecia la vulnerabilidad que la otra persona le permite ver.
Estrechamente relacionado con esto, se encuentra su falta de tolerancia con la sutileza. Le gusta que las cosas sean directas, sin andarse con rodeos. No quiere mirar bajo la superficie de las cosas, del mismo modo que no quiere mirar bajo su propia superficie por miedo a experimentar la falta de vida que se ha producido como consecuencia del endurecimiento de su alma y la culpa que envuelve su vacío. Lo que puede contactar a través de sus sentidos físicos es real, y lo que no son sensiblerías y «gilipolleces» (una palabra importante y frecuente en el vocabulario de un Ocho). Obviamente, esto incluye el mundo emocional y el mundo real. Es muy escéptico de la experiencia religiosa y espiritual, y en gran medida cree que la religión organizada es simplemente una artimaña para aprovecharse de los crédulos.
Se acerca a la realidad con una mente fija y cerrada en vez de con apertura. La réplica de la fuerza que hace su personalidad lleva a su mente a volverse insensible, inconmovible, inflexible y profundamente obstinada. Lo que ve es prejuzgado por su opinión negativa de lo que puede ser, y esto para él es sólo ser realista. Contempla la realidad desde la perspectiva de alguien que puede ser estafado, explotado, humillado o sino amenazado, y por tanto, su prejuicio es buscar el daño posible, el lado más poderoso, más oscuro, más animal de las cosas. En su mundo interior, las personas son canallas y aprovechados mientras no se demuestre lo contrario. Sus ojos —la parte del cuerpo asociada a este tipo— no están abiertos a las cosas tal como son, sino que ven la vida a través del velo del prejuicio. El personaje Archi Bunker del programa televisivo de los años setenta All in the family es un ejemplo de esta intolerante cualidad de los Ocho. En su etiqueta de «realismo», vemos una distorsión de la Verdad Santa, así como en su convicción inquebrantable de que lo que ve a través de su agria mirada es indiscutible-mente acertado.
Así que mientras los Uno están predispuestos a dar a todo un giro positivo, los Ocho están predispuestos a dar a todo un giro más siniestro. Por ello, en el Eneagrama de las Mentiras, en el Diagrama 12, que describe los velos a través de los cuales cada tipo contempla la realidad, la frase prejuicio/falsa negación aparece en el Punto Ocho. Su principal negación es del lado optimista, alegre y esperanzado de las cosas, y es su principal mecanismo de defensa. Está impulsado por una profunda desconfianza hacia los demás y hacia la propia vida, convencido de que tiene que luchar para eliminar cualquier cosa buena del mundo. Es como si tuviera miedo de ser engañado al creer en algo positivo, y por ello es mejor verlo todo desde el lado oscuro que arriesgarse a ser defraudado nuevamente por la realidad. Como los Seis, cree en un mundo salvaje darwiniano, en el que sólo sobrevive el más capacitado, pero a diferencia de los Seis, él se identifica con los fuertes.
La negación más profunda de muchos Ocho es el origen de toda bondad: el mundo del Ser. En vez de sentir el insoportable dolor de haber sido desconectados de lo Divino, niegan que el Ser exista. Para ellos, Dios está muerto. No es que Dios haya existido y ahora ya no existe, sino que para empezar toda la idea Dios es una gilipollez. Se convierten en personas pragmáticas, que se relacionan belicosamente con la cáscara del mundo: lo que queda cuando se excluye al Ser.
Su negación de la multidimensionalidad de la existencia puede ser su negación más profunda, pero el mecanismo de negación funciona en mayor o menor grado de forma constante dentro de su personalidad. Esto evita que entre en su conciencia cualquier cosa que pueda ser dolorosa para él, por ejemplo, cualquier cosa que pueda poner en peligro su idea interna de ser fuerte y poderoso. De modo que todo lo que pueda hacerle sentirse equivocado, débil, sin capacidad o necesitado es simplemente rechazado. Esto abarca desde negar acontecimientos reales hasta pensamientos o emociones internas.
La negación también hace que siempre parezca que el problema está fuera de él. El enemigo es el otro, que va a por él, que quiere humillarlo, que le trata injustamente, etc. Siempre parece ser la víctima inocente que es escogida por razones que él no puede entender. Rechaza la responsabilidad por como es tratado cuando no le gusta la manera en que lo hacen, y acusa a la otra persona de tenérsela jurada. No ve que culpar a los demás por las dificultades que experimenta y creer que están contra él es su propia distorsión de la realidad, que influye en lo que se manifiesta en su vida. La ira y el rencor que frecuentemente, si no continuamente, siente es una reactividad inevitable por considerar a la realidad de esta manera.
De modo que mientras que un Ocho puede estar orgulloso de tener los pies en la tierra, de ser pragmático y de enfrentar la vida llanamente sin la falsedad de los sentimentalismos e idealismos, su realismo excluye toda bondad y sólo deja paso al mundo material como realidad fundamental. Aunque este comportamiento, en su exagerada franqueza y rotundidad al hablar, es una imitación de la Verdad Santa, su versión de la verdad es sólo parcial y prejuiciosa. En la siguiente descripción de Horney, vemos claramente el intento del Ocho de reproducir la perdida Verdad Santa:
Su sentimiento sobre él mismo es que es fuerte, honesto y realista, todo lo cual es cierto si miras a todas las cosas de esta manera. Según sus premisas, su apreciación de él mismo es estrictamente lógica, pues para él la rudeza es fuerza, la falta de consideración por los demás es honestidad, y la persecución insensible de sus objetivos es realismo. Su actitud en la valoración de su honestidad proviene en parte de un astuto desenmascaramiento de las hipocresías. Para él, el entusiasmo por una causa, los sentimientos filantrópicos y la simpatía son meros fingimientos, y no le resulta difícil descubrir lo que a menudo son los gestos de conciencia social o de virtud cristiana. Sus valores están construidos alrededor de la filosofía de la selva. La ley del más fuerte. La humanidad y la compasión no existen. Homo homini lupus.[72]
La frase latina recuerda el memorable papel interpretado por un actor Ocho, Jack Nicholson, en la película Wolf, donde un personaje simplón y servil se transforma en un agresivo y auténtico lobo. A propósito de esto, en vez de estar a merced de los demás, los Ocho se esfuerzan por dominar, controlar y ejercer el poder sobre los otros. Como dice el refrán: «No hay mejor defensa que un buen ataque». Él lucha agresivamente por ocupar el puesto superior —el más fuerte y el más poderoso— para que no pueda ser explotado ni subordinado. Debido a este miedo de ser dominado, necesita controlar las cosas. Quiere ser el jefe, mandar y dar las órdenes antes que recibirlas, ejerciendo su poder sobre los demás para no tener que someterse a la voluntad de otro. Tiene poca tolerancia para recibir órdenes y sólo las tolera si puede ser de alguna utilidad para sus objetivos. Nunca quiere estar en una posición en la que se sienta débil, inferior a otro o bajo el control de otro, y llegará a exagerados extremos para asegurarse de que esto no ocurra. Para este propósito, intimidará y tiranizará a los demás buscando que se sometan a él y respeten su autoridad.
Es duro con los otros, forzándoles y exigiéndoles. Pero del mismo modo que presiona duramente a los demás, también se presiona a sí mismo. Su punitivo superego lo controla y lo castiga, incitándolo para que sea más fuerte y más duro. El ideal que intenta alcanzar —su ideal del ego— es ser indomable, fuerte y poderoso, y cuando no se adapta a esto, su superego lo castiga con brutales ataques. Es exigente e implacable, y lo desprecia por ser débil y frágil cuando se siente herido o cansado. No se permite ningún límite, ni físico ni emocional ni de ningún tipo. Del mismo modo que desprecia a los demás abiertamente e intenta destruirlos con su invalidación sarcástica, su superego lo censura y critica con la misma crueldad. Y al igual que coacciona a los demás para que se sometan, su superego lo machaca para que se adapte al ideal de fuerza del ego.
Es impetuoso, agresivo, intimidador, ruidoso y bruto, como su animal, el oso. Algunos Ocho tienen una cualidad de oso de peluche, como se ha mencionado al comienzo de este capítulo, un encanto inocente que se filtra a través de la aspereza, y en él podemos vislumbrar la parte del alma del Ocho que quedó encerrada a temprana edad, aislada del resto de la personalidad. Esto se encuentra estupendamente retratado por Dennis Franz en el personaje de Andy Sipowitz de la serie televisiva NYPD Blue. También lo vemos en la actriz Roseanne Arnold. Un Ocho ocupa mucho espacio, exigiendo la atención y controlando la situación. Con frecuencia los Ocho son grandes físicamente, robustos y muchas veces gordos. Suelen tener un pecho ancho, que refleja su protección defensiva en la zona del corazón y sus dificultades para aflojarse y rendirse. Para él, aflojarse es ser débil y rendirse es capitular.
A menudo es abiertamente arrogante, despectivo y desdeñoso con los demás, presuponiendo y afirmando su propia superioridad. No lo retienen sus propios sentimientos, ni los de otros, ni las convenciones sociales de modestia, cortesía, educación u otros refinamientos. No parece sentirse frenado por la culpa o la conciencia como le ocurre a otros tipos, y llega a hacer cosas que los demás sólo pueden imaginar hacer. Debido a esto, hay tipos más inhibidos que con frecuencia lo admiran y desearían parecerse más a él. Sin embargo, no es tan libre como parece, como dice Horney:
El tipo agresivo parece una persona exquisitamente desinhibida. Puede proclamar sus deseos, dar órdenes, expresar su ira, defenderse. Pero en realidad no tiene menos inhibiciones que el tipo sumiso. No confiere mucho mérito a nuestra civilización el hecho de que sus inhibiciones particulares no suelen considerarse de entrada como tales. Ellos mienten en el aspecto emocional y dudan de su capacidad para la amistad, el amor, el cariño, la comprensión, y el disfrute desinteresado. Esto último sería para él una pérdida de tiempo.[73]
Es víctima de arranques de rabia y comportamiento violento, que para él son tan compulsivos como reprimidos para otros tipos. La ira brota en él con más facilidad que cualquier otra emoción. Tiene el impulso de pegar y responder atacando y, a menos que haya trabajado mucho en sí mismo, tiene poca libertad para no reaccionar de esta manera. La ira es una reacción que experimentamos frente a algo que nos restringe o nos limita, y cuando la dejamos salir nos sentimos fuertes, vitales y vivos. Como éstas son precisamente las cualidades que el Ocho anhela sentir, su emoción preferida es la ira. Cuando se siente herido, se enfada. Cuando tiene miedo, se enfada. Cuando se siente necesitado, se enfada. Generalmente estas explosiones de rabia se ven acompañadas de culpabilizaciones hacia aquellos que les «obligan» a sentir esas emociones «blandas».
Es una persona práctica y directa. Es obstinado y desconsiderado. Es el dirigente despiadado y tirano, el perverso jefe de una banda de criminales, el abogado defensor rencoroso al estilo F. Lee Bailey. Es el déspota corrupto: los Idi Amins, los Saddam Husseins, los Duvaliers y los Augustos Pinochets del mundo. Es la bestia política que no se anda con contemplaciones: Nikita Khrushchev golpeando con su zapato en la mesa de la Naciones Unidas, Lyndon Johnson dejando caer las bombas en Vietnam. Es Enrique VIII, separándose de la Iglesia católica y creando su propia religión para poder divorciarse y volver a casarse con la esperanza de tener un hijo varón, eliminando las abadías y acumulando su inmensa riqueza para sellar el cisma.
Aunque pueda no parecerlo, dados los ejemplos anteriores, la justicia es una palabra importante para los Ocho. Al igual que los Uno están alertas a cualquier imperfección, los Ocho lo están a las injusticias. La búsqueda de la justicia, por tanto, es una trampa del Ocho, como vemos en el Eneagrama de las Trampas, en el Diagrama 9. Para él, el mundo es un lugar injusto —en especial en lo que le toca a él mismo— y desea ajustar las cuentas. Es el gran defensor de los desvalidos, convirtiéndose a menudo en el portavoz de otros más débiles y menos poderosos que él frente a alguna fuerza monolítica. Por ello también es el político activista y revolucionario: los Fideles Castros y los Lech Walesas del mundo.
Su forma de justicia es sin ninguna duda de estilo bíblico: ojo por ojo, diente por diente. Quiere desquitarse. Quiere infligir en los demás lo que le han infligido a él. Disfruta planeando y fantaseando cómo se vengará. Su forma de justicia es un ajuste de cuentas personal en el que los otros sufren de la misma manera que él siente que ha sufrido. Es Sean Penn, que declaró que sus puñetazos a unos fotógrafos, sus agresiones contra los que le abroncaron y su condena por malos tratos respondían a una muestra de «falta de discreción en los testigos presentes» y calificó su comportamiento como «totalmente justificado», según publicó el Newsweek.[74]
Obviamente, la rectitud no entra en su concepto de justicia. Aunque ve el mundo como injusto, arbitrario y partidista, no tiene interés en cambiar esto. No le interesa crear un mundo mejor ni un lugar menos corrupto. Sólo quiere recuperar lo suyo, y una vez lo ha hecho, someter a los perdedores a la humillación.
La Mafia es un ejemplo de esta tendencia tipo Ocho. Originariamente creada en Sicilia durante la Edad Media como ejércitos privados para defenderse de diferentes invasores, en los siglos dieciocho y diecinueve se volvió contra los propietarios de las tierras que la habían contratado y se convirtió en la ley de facto sobre la tierra. En América, los mafiosos inmigrantes empezaron defendiendo a las familias italianas que eran explotadas por jefes y terratenientes, y acabaron convirtiéndose en familias criminales altamente organizadas. El desagravio, la represalia, un estricto código de lealtad y la renuncia a colaborar con ninguna autoridad legal se convirtieron en su modus operandi. El retrato de Marlon Brando en la película El Padrino ilustra de manera excelente un personaje Ocho interpretado por un actor Ocho en una subcultura Ocho.
Otro aspecto de su búsqueda de justicia o venganza (dependiendo de cómo quiera mirarse) es su sentido particular del derecho. La siguiente cita de Horney describe bien esto:
La expresión más importante de su carácter vengativo hacia los demás se ve en el tipo de reclamaciones que hace y en la forma en que las manifiesta. Puede no ser claramente exigente o no ser del todo consciente de haber reclamado algo, pero de hecho se siente con el derecho de que sus necesidades neuróticas sean implícitamente respetadas y de que se le permita expresar su desprecio por las necesidades de los demás. Se cree con derecho, por ejemplo, de expresar claramente sus observaciones y críticas desfavorables y también se siente con el derecho de no ser nunca criticado. Tiene el derecho de decidir cuán a menudo o cuán poco a menudo debe ver a un amigo y qué hacer con el tiempo que pasen juntos. Inversamente, también tiene el derecho de que los demás no le expresen sus expectativas ni objeciones en cuanto a sus decisiones.[75]
Como se ve, la principal orientación de un Ocho es hacia el exterior. Por esta razón, hay relativamente pocos Ocho en el trabajo espiritual si se comparan con otros tipos. Sin embargo, hay unos cuantos maestros espirituales Ocho que han dejado huellas indelebles. Uno de ellos es Madame Helena Blavatsky, cofundadora de la Sociedad Teosófica, una secta espiritualista de comienzos del siglo XX. Declaraba, a pesar de haber tenido dos matrimonios y un hijo, que aún era virgen, como juró en diferentes ocasiones, y a veces fue acogida como una verdadera maestra y en otras como un auténtico fraude. Otros de ellos fue G. I. Gurdjieff, mencionado en la introducción, cuyo estilo de enseñanza consistía en empujar a sus alumnos más allá de lo que ellos consideraban sus limites y que fue famoso por las grandísimas comilonas regadas por enormes cantidades de Armagnac. Un maestro espiritual Ocho más reciente es Swami Muktananda, fallecido líder del Siddha Yoga, una forma de hinduismo. Antes que perdonar y poner la otra mejilla, él creía que la violencia podía sacarse de la gente a base de golpes; y aunque se suponía que su orden era célibe, de vez en cuando salían a la superficie escándalos sexuales.
A la vista de los apetitos obvios de estos personajes espirituales puestos como ejemplo, es el momento de hablar de la pasión de este tipo, la lujuria, como vemos en el Eneagrama de las Pasiones, en el Diagrama 2. La lujuria, como pasión de los Ocho, no se limita al terreno sexual, aunque sin duda lo incluye. La lujuria es una actitud, una orientación emocional hacia toda la vida. Es una voracidad apasionada, un deseo amplificado hasta el grado de una avidez compulsiva. Es animal, brutal y cruel; directa y sin rodeos. Mae West, Sharon Stone y Bette Midler, mujeres fatales del cine del pasado y del presente, han mostrado en la pantalla de forma desenfada y explícita esta cualidad de mujer perversa en el terreno sexual.
La lujuria tiñe todo el sentir de un Ocho. Se refleja en su efusión, sus impulsos instintivos, sus alardes, su relación apasionada con la vida y más notablemente en sus apetitos hacia todo lo que pueda procurarle placer. Es un ímpetu vehemente hacia la gratificación sensorial y sensual y el placer físico, asociado desde luego a una venganza. Uno recuerda aquí las apasionadas y sinceras canciones de Janis Joplin y su relación con la vida y el amor, y como su apariencia dura ocultaba sus carencias. Nada de aperitivos ni de preliminares, el Ocho quiere que le traigan el entrecot de inmediato y devorarlo enseguida. Nada es suficiente para un Ocho; no sólo exige la gratificación de sus deseos sino la exuberancia. Quiere quedar cubierto, devorado, enterrado y envuelto completamente por los objetos de su deseo. Un ejemplo de esto es la magnífica película muda de Von Stroheim, Avaricia, en la cual el personaje interpretado por ZaSu Pitts vierte un saco de monedas de oro sobre su cama y se acuesta encima revolcándose literalmente en el oro.
Fritz Perls, el fundador de la terapia Gestalt y consumado Ocho, empieza su libro Gestalt Therapy Verbatim de la siguiente manera: «Nos ha llevado mucho tiempo echar abajo toda la basura freudiana…»[76]. Aunque Perls probablemente desaprobaría que utilizase las ideas freudianas en un capítulo dedicado a su eneatipo, la lujuria del Ocho sin embargo es la expresión del impulso biológico puro y sin refinar, tal como la definió Freud. El concepto de Trieb de Freud es que los seres humanos están dotados de forma innata de dos tipos de impulsos de naturaleza biológica o instintiva. Aunque su teoría de los impulsos evolucionó y fue modificada con el paso de los años, en esencia dice que los humanos tenemos un instinto de la libido, que nos arrastra hacia la unión y la posesión de lo que amamos y deseamos, y un impulso agresivo, que nos arrastra a dominar y vencer a los demás. El grado de orientación hacia la destrucción del impulso agresivo ha sido objeto de debate entre los pensadores psicoanalíticos, así como la interrelación exacta entre los dos impulsos. Independientemente de esto, en la lujuria de un Ocho vemos fundida la libido con la agresividad, con las implicaciones de resolución, poder y destrucción de este último impulso. Parte del placer de la lujuria se encuentra en arrebatárselo a alguien o a la vida en general. Como dice Naranjo: «Debemos tener en cuenta que la lujuria es más que el hedonismo. En la lujuria no sólo hay placer, sino también placer en reafirmar la satisfacción de los impulsos, placer por lo prohibido y, particularmente, placer de luchar por el placer»[77].
En la lujuria de un Ocho hay apropiación y presión, como si estuviera robando el disfrute, la satisfacción, la vitalidad y la energía de la vida que le falta internamente. Su avidez es insaciable, como si tuviera que llenar un abismo interminable y sin fondo. Al mantener esta permanente visión sesgada de la realidad, parece como si estuviera adueñándose de las cosas de las que otros pretenden privarle, como si aún estuviera intentando agarrarse al pecho que su madre le arrebató, forzándolo a darle la leche.
Naranjo señala que en contraste con los otros eneatipos que se defienden contra el reconocimiento y la expresión de sus pasiones, los Ocho parecen francos respecto a su lujuria, pero «aunque el eneatipo lujurioso está apasionadamente a favor de su lujuria y de la lujuria en general como forma de vida, el propio apasionamiento con el que adopta esta postura denuncia una actitud defensiva, como si necesitara demostrarse a sí mismo y al mundo que lo que todos llaman malo, en realidad no lo es»[78]. En vez de la maldad percibida en sus objetos del deseo, en mi opinión se defiende de su creencia fundamental de que él es malo, carente de espíritu y de la bondad de la vida, y por ello sin derecho a recibirla y disfrutarla.
Mirando la pasión de la lujuria del Ocho desde un punto de vista diferente, podemos entender más la función que cumple en la economía de su alma. Vimos antes que en el proceso de perder el contacto con sus profundidades interiores, un Ocho pierde el reconocimiento de que la materia y el espíritu son una misma cosa, y vuelve su atención hacia el exterior, lejos de su realidad interior, negando el mundo del Espíritu. Como resultado, también vimos que su estado deficiente característico es una sensación interior de un vacío que se asemeja a la muerte. Desde esta perspectiva, podemos ver que la pasión de la lujuria es un intento de adquirir y devorar lo máximo posible del mundo físico para disminuir la sensación de muerte interior que siente. Sus esfuerzos por endurecer su alma le han dejado en un estado de insipidez y embotamiento, que requiere más y más experiencias y sensaciones para que algo pueda tocarle. Con su negación de la dimensión espiritual de la realidad, es un alma vacía que intenta llenarse con un mundo vacío. Esto es inevitable cuando tomamos lo físico por lo absoluto: nos convertimos en cáscaras vacías y el mundo también es para nosotros una cáscara vacía.
Tras explorar las principales características de la estructura de la personalidad Ocho, podemos ver ahora otras maneras en las que su tipo imita la cualidad esencial del Rojo. Como estado, el Rojo infunde al alma una sensación de fuerza, como mencionamos antes, pero también tiene muchas otras características. Nos da una sensación de vida, de vitalidad y energía, una relación apasionada con la vida y la sensación de capacidad para enfrentar los desafíos internos y externos. Nos da la sensación de «puedo». Se siente como algo chispeante y excitante, dinámico y energético. Llena nuestros corazones con el coraje para hacernos valer y para adentrarnos en nuevos territorios dentro y fuera de nosotros.
El fervor, el impulso y el placer con el que el Ocho se relacionan con la vida y con el mundo imita y encarna hasta cierto punto (mientras no sean compulsivos) la viveza y la vitalidad que caracteriza al Rojo. Su falta de respeto por los límites —respecto a lo que es él y lo que son los demás— refleja la cualidad del Rojo que tiene que ver con la expansión del alma, desplazándose más allá de los límites del alma como concepto del yo. Su desfachatez y su imperiosidad reflejan la relación directa con la vida que el Rojo confiere al alma. Su rebelión y su intolerancia a someterse ante nadie reflejan la función del Rojo de apoyar nuestra verdadera autonomía de las imágenes parentales que llevamos dentro de nuestra psique y de separar nuestra sensación del yo de las relaciones objetales y de otras construcciones derivadas de nuestro pasado.
Para que un Ocho esté en contacto con las cualidades reales del Rojo que su estilo de personalidad imita, necesita enfrentar su proceso con la virtud asociada al Punto Ocho, la inocencia. La encontramos en el Eneagrama de las virtudes, en el Diagrama 1. Ichazo define la inocencia del siguiente modo: «El ser inocente responde con frescura en cada momento, sin recuerdos, juicios o expectativas. En la inocencia uno experimenta la realidad y la conexión con su flujo». En un nivel más profundo, lo que esto implica es acercarse a cada momento sin ninguna capa del pasado. Significa experimentar el momento sin los recuerdos que crean prejuicios en nuestra percepción. Si nuestras historias no influyen en nuestra percepción, nuestras almas son frescas e inocentes. Lo que experimentamos en el presente afecta y toca directamente nuestras almas, libre de nuestras asociaciones e ideas preconcebidas sobre ello.
Esto desde luego precisa de una apertura total hacia lo que estamos experimentando, lo que a su vez implica que no nos protegemos ni nos defendemos de alguna amenaza imaginada. Para un Ocho, esto significa abandonar su relación objetal primaria: la creencia y la sensación de que es alguien que será atacado o desafiado y que el otro —los demás y el mundo en general— van a por él. Al disolverse esta construcción mental, lo que desaparece es la creencia de que las circunstancias están en contra suya y que debe luchar contra el mundo y vengarse de él para sobrevivir. Al final, cesa esta sensación de que es una entidad separada para la cual la realidad física es fundamental y que debe esforzarse por mantener juntos el cuerpo y el alma. Entonces, en vez de afirmar su inocencia frente a la sensación interna de culpa, experimenta la verdadera pureza del alma.
¿Cómo llega un Ocho a este punto? Lo primero que se precisa es la voluntad de abandonar las armas, al menos momentáneamente, y poner atención a su mundo interior. Esto significa reorientar su foco de atención, apartándolo de todas las injusticias y obstáculos que experimenta en medio de su camino, para poder sentir dentro de él. En lo que respecta al proceso personal, necesita conectar con su cuerpo y experimentarlo directamente. Para un tipo activo y orientado hacia lo físico, esto puede sonar redundante: ¡por supuesto que un Ocho está en contacto con su cuerpo! En realidad, esto no es cierto; los Ocho tienen las mismas dificultades que otros tipos, sino más, para contactar directamente con su experiencia visceral. El cuerpo es utilizado —y a menudo explotado— por los Ocho, pero raramente está totalmente habitado por sus conciencias. Su orientación parcial es evidente en su tendencia hacia la aversión a la experiencia corporal directa y en la confianza en su opinión acerca de la misma como sustituto. Contactar directamente con su experiencia en vez de enredarse en su habitual línea histórica, sin que importe lo justificada o cósmica que sea, es el comienzo del desarrollo de la inocencia en un Ocho.
Respecto a la satisfacción, un Ocho necesita reconocer que sus amargas quejas y su furia respecto a como le tratan los demás y la vida es reactividad emocional y que, por tanto, están originadas por su personalidad, y que quizás objetivamente no tenga razón. Aunque puede haber pasado por situaciones duras o abusivas en el pasado o pueda estar experimentando dificultades en su vida presente, necesita empezar a preguntarse sobre su actitud respecto a ello. Necesita darse cuenta de que el problema no es lo que los otros le están haciendo sino que la verdadera dificultad la crea su respuesta a lo que ocurre en su vida. Dicho de otro modo, resolver la situación externa o vengarse no ocasionará en él un cambio fundamental; en cambio, desplazar su atención hacia la causa real de sus problemas —su visión del mundo y la orientación resultante de su proceso— sí lo hará.
Estar presente en su experiencia a menudo es visto por un Ocho como resignación (si no como capitulación), y no es algo que le resulte fácil. Es preciso que abandone su postura defensiva y esté dispuesto a que su alma sea tocada directamente. Aunque sus defensas están orientadas a mantener lejos lo que considera potencialmente peligroso para él, verá que permitir que entre lo positivo tampoco le resulta fácil. Tiene un enorme miedo de ser engañado, si se permite contactar con algo que experimenta como bueno, de que cuando crea que hay bondad y amor para él enseguida le será arrebatado y se le castigará por haberlo deseado, como experimentó en su infancia. Si permanece aquí, verá que lo que teme realmente es experimentar el depósito de dolor interno por su pasado lejano que le condujo a crear la curtida rigidez que mantiene insensible a su alma.
Experimentar este dolor significa también comprender que fue incapaz de hacer nada respecto a esto cuando era niño, lo cual es un verdadero desafío para un Ocho. Él preferiría enfadarse y culpar a sus padres, protestar porque ellos debían haber sido diferentes y deberían haberlo tratado de otra manera, por lo ignorantes y locos que eran, etc. Después de esto, se culparía y se censuraría a sí mismo por no haber sido suficientemente duro para evitar ser herido por las enormes carencias en las respuestas a sus necesidades o incluso por los abusos de que fue objeto. Aceptar que sus padres lo hicieron lo mejor que pudieron dada su falta de sabiduría y que él era un niño pequeño necesitado, maleable y susceptible al entorno que lo sostenía es más difícil para un Ocho que creer que es culpable y malo por haberse convertido en un alma condicionada. Esto es así porque rendirse a la verdad de lo que ocurrió le enfrenta con la impotencia, desamparo, dependencia, necesidad y vulnerabilidad de su infancia: justo las cosas que cree que son erróneas en él.
Al entender y digerir a través de la experiencia su postura defensiva y las razones que la provocaron y al permitirse abrirse y ser vulnerable a lo que le sucede en el momento, entrará en contacto con el vacío mortal que ha encerrado su defensa. Verá cómo este doloroso estado es el resultado de intentar proteger la propia sensibilidad de su alma, y que mientras que esto fue una estrategia de supervivencia viable para su infancia, ahora perpetúa su sufrimiento. Experimentará que la protección de sí mismo está basada en la idea de que es alguien separado que necesita ser protegido de algo que está fuera de él, una creencia enraizada en la identificación con su cuerpo. Al ver esto, experimentará de qué forma esto lo desconecta de la unidad del Ser, manteniendo su convencimiento de estar separado.
Entrar en contacto directo con su experiencia y permitir que su proceso interno se desarrolle por sí solo le conecta con el flujo del Ser y destruye su creencia de estar separado. Abrirse al dinamismo de este proceso, en vez de luchar contra él, disuelve sus conceptos básicos del yo y le permite entrar en contacto con la verdad real de quién y qué es: una manifestación inseparable e individual de la unidad que es el Ser. Al abandonar sus estructuras defensivas y vengativas, en vez de confirmar sus peores temores, verá que la propia sustancia de su alma es la calidad de la vida y un dinamismo individualizador. Sabrá que su apertura y vulnerabilidad son sus grandes fuerzas, y que la mejor defensa y venganza definitiva es la disolución de su sensación de separación del yo: si eres abierto y transparente, incluso aunque tu cuerpo sea herido, tu alma sigue siendo una ventana inmaculada a lo Divino que nada puede dañar.