Capítulo 5

Eneatipo 1: Ego-Resentimiento

Los Uno son los perfeccionistas del eneagrama. A menudo tienen un aspecto brillante y resplandeciente, con una cualidad de limpieza y claridad, a la vez que comunican la sensación de ser rectos y piadosos. Los Uno se experimentan a sí mismos como buenas personas, que intentan hacer lo correcto, lo justo y lo moral, aunque con frecuencia inconscientemente se ven como defectuosos o básicamente inadecuados. Al darle gran importancia a la moral, sus antenas están atentas a lo que perciben como imperfecciones o incorrecciones, lo cual desencadena su resentimiento e ira, pues en su mente esto no debería ser así. Tolerar algo que sienten como no correcto es casi imposible para ellos, y por tanto desean arreglarlo y corregirlo. En particular, el comportamiento de los demás suele ser el blanco de sus intentos de enmendar las cosas. Están aliados con su superego, y tienden a enjuiciar y a ser críticos, tanto con ellos mismos como con los demás.

Muchas veces los Uno se ven agobiados por su agudo sentido crítico y su intolerancia frente a la imperfección, pero se sienten incapaces de remediarlo. Para ellos, la solución es comportarse correctamente o que las cosas funcionen de forma óptima según su punto de vista. Pueden ser muy controladores, intentando que los demás hagan las cosas de forma «correcta», aunque en sus propias mentes simplemente están intentando hacer las cosas bien. También son autocontrolados, reprimidos y evitan tener comportamientos, pensamientos y sentimientos que consideran incorrectos, inmorales o pecaminosos. Esta autocontención limita su espontaneidad y su vitalidad, que a veces dejan escapar desahogándose en distintos tipos de conductas, ya sea sexualmente, abusando de sustancias o en accesos de ira.

La Idea Santa con la que el Uno ha perdido el contacto es la Perfección Santa. Cuando vemos la realidad desde esta perspectiva, percibimos en ella una corrección fundamental inherente. En el momento en que nos permitimos ver más allá de las anteojeras de la personalidad, nos damos cuenta de que en todo lo que existe se encuentran implícitas dimensiones de progresiva profundidad, de las cuales la física es la más externa y lo Absoluto, un estado por encima de cualquier manifestación, presencia e incluso conciencia, es la más esencial; esto significa básicamente reconocer la existencia de las dimensiones espirituales que existen en todo. O dicho de otro modo, ver que todo está hecho de la Naturaleza Verdadera y es por tanto inseparable de ella. Tras esta percepción de las múltiples dimensiones del universo, podemos ver en él su perfección desde el punto de vista de la Perfección Santa. Vemos que todo lo que existe posee una rectitud fundamental y que todo lo que ocurre es correcto y perfecto.

Esta Idea Santa es una de las cosas más difíciles de entender, porque incluso el sentido en el que se utiliza la palabra perfección está bastante en desacuerdo con la idea egoica de la realidad. Cuando decimos que algo es perfecto, lo que solemos hacer es medir esa cosa con nuestro criterio interno de lo que creemos que es ideal, y determinamos que se aproxima al modelo. Es difícil concebir un sentido de la perfección que no esté basado en comparar una cosa con otra y en juzgar cuál se acerca más a nuestra norma interna de excelencia y por tanto parece mejor. Esta sensación de perfección determinada por el juicio comparativo se basa en las normas subjetivas que han sido configuradas por nuestra cultura, valores familiares, preferencias personales e historia, y es la única perfección conocida en el dominio de la personalidad.

Sin el filtro del yo subjetivo, vemos que todo lo que tiene existencia puede calificarse como completo, entero y sin tacha, simplemente porque es. Esta sensación de perfección que experimentamos cuando la realidad se ve a través de la lente de la Perfección Santa quizá pueda transmitirse de forma más exacta mediante las expresiones tomadas de las tradiciones orientales: «mismidad» y «talidad». En el budismo Zen, esta visión de las cosas se llama kono-mama, que podría traducirse «talidad de esto», o sonomana, la «talidad de aquello»; en sánscrito el término es tathata, o «talidad»; en chino existe el chic-mo o shih-mo[41]. Percibir esta «talidad» de las cosas es percibir su naturaleza fundamental. Dicho de otro modo, si vemos las cosas tal como son, lo que vemos es la naturaleza interior así como su forma exterior. Cada manifestación del universo, ya sea un planeta, un árbol o una persona, se ve aquí como algo continuo e inseparable de la naturaleza fundamental común a todas las formas, y esta naturaleza fundamental se ve absolutamente correcta. La forma externa de una flor puede ser más elegante que la de aquella otra que está a su lado, pero eso no tienen nada que ver con la perfección inherente de cada flor siendo tal como es, pues ambas son manifestaciones del Ser. Desde este punto de vista, decir que una flor es más perfecta que otra no tiene sentido.

Es difícil entender cómo podemos decir que la realidad es perfecta cuando existe tanto sufrimiento en el planeta ocasionado por desastres naturales, enfermedades y por las flaquezas humanas. Quizás mediante una comparación, tomada de Almaas, resulte más fácil explicar la perspectiva desde la cual la realidad tiene este aspecto: sabemos por la física que los átomos son elementos básicos que constituyen toda la materia, y a su vez están constituidos por partículas subatómicas como electrones y fotones, y aún menores, como los quarks y los gluones. Todos los átomos son completos, enteros y perfectos a menos que sean alterados, que es lo que ocurre cuando se crea una explosión nuclear. En este nivel atómico, tanto si los átomos constituyen una esmeralda o un excremento, la realidad de cada átomo siegue siendo perfecta. La Perfección Santa sólo puede vislumbrarse cuando no estamos viviendo en la superficie de nuestra experiencia y de nuestras vidas. Creo que esta es una Idea Santa muy difícil de comprender porque la mayoría de la gente vive en este nivel superficial. Quizá la siguiente cita de Almaas permita entenderla con mayor claridad:

La manera en que normalmente vemos el mundo no es tal como realmente es, porque lo vemos desde el punto de vista de los juicios y las preferencias, de lo que nos gusta y nos desagrada, de nuestros temores y nuestras ideas acerca de cómo deberían ser las cosas. De modo que para ver las cosas como son realmente, es decir, para ver las cosas objetivamente, tenemos que dejar éstos a un lado, o sea, tenemos que soltar nuestras mentes. Ver las cosas objetivamente significa que no importa si pensamos que lo que estamos mirando es bueno o malo, significa verlo tal como es. Si un científico está realizando un experimento, no dice: «No me gusta esto, por lo tanto voy a ignorarlo». Puede que no le gusten los resultados porque no confirman su teoría, pero ciencia pura significa ver las cosas tal como son en realidad. Si dice que no va a prestar atención al experimento porque no le gusta, eso no es ciencia. Sin embargo, así es como la mayoría nos relacionamos con la realidad, tanto interna como externamente.[42]

No tiene ningún sentido pensar en mejorar o añadir algo a los átomos, y del mismo modo, la naturaleza fundamental de la realidad no es enmendable y no puede ser mejor de lo que es. Cuando estamos en contacto con todas las dimensiones de la realidad —cuando estamos en contacto con la naturaleza básica de las cosas— es difícil decir que lo que ocurre, incluso aunque provoque dolor físico o emocional, debería ser diferente o es incorrecto. La mayor parte del sufrimiento humano es el resultado de que la gente experimenta y vive sus vidas sin estar en sincronía con su profundidad interior donde la Perfección Santa es obvia. Para los que se atrincheran firmemente en la realidad egoica, la superficie de sus vidas y su experiencia es una distorsión de la perfección fundamental de sus profundidades. A este nivel, la gente se comporta de maneras que son dañinas o desconsideradas con los demás, como poco, pero esto no significa que fundamentalmente sean imperfectos o erróneos. Incluso aunque la conciencia de una persona esté llena de odio y codicia, su alma está constituida por su profundidad y es inseparable de ella, por lo cual es inherentemente perfecta. Cuando la dimensión profunda es parte de la experiencia de la conciencia de una persona, no es posible que hiera o cause dolor intencionadamente a otra sin sentir sufrimiento al instante. Desde esta perspectiva, podemos ver que nadie es fundamentalmente malo, y que lo que llamamos mal se basa solamente en los juicios que hacemos en el nivel egoico.

Es importante entender que no estoy eximiendo los maltratos que la humanidad se inflige a sí misma, ni sugiriendo que los que tratan de forma dañina a los demás deban quedar impunes. Simplemente digo que tal comportamiento es sólo posible cuando vivimos nuestras vidas sin armonía y sin contacto con la totalidad de lo que somos, ya que tales acciones no reflejan nuestra naturaleza fundamental. También sugiero que nuestras interpretaciones y juicios sobre lo que tiene lugar tanto dentro como fuera de nosotros están teñidos por nuestras actitudes y creencias subjetivas, que a menudo impiden que podamos percibir una perspectiva más amplia de lo que sucede.

Cuando nuestra visión se hace suficientemente profunda, podemos ver la perfección incluso en cosas que parecen trágicas en la superficie, tales como un gran incendio forestal que limpia la tierra para un nuevo crecimiento; o un accidente que deja paralítico a alguien, como el de Christopher Reeve, que ha inspirado a millones de personas con su ánimo y voluntad de vivir. Incluso el terrible sufrimiento de los tibetanos en manos de los chinos puede haber servido para el propósito más profundo de llevar la sabiduría del budismo tibetano al resto del mundo. En vez de decidir que algo es malo, nuestra respuesta se transforma en la de la compasión con el sufrimiento que vemos, apoyando así la vida, en vez de rechazar lo que nos parece erróneo, lo cual no ayuda en absoluto.

En lo que tiene que ver con la experiencia de nosotros mismos, la Perfección Santa significa que lo que somos es inherente e implícitamente perfecto, que somos correctos tal cual somos, que no necesitamos que nos añadan ni nos quiten nada. Integrar esta comprensión puede cambiar totalmente nuestro enfoque del trabajo interior, pues desde esta visión vemos que no precisamos hacernos mejores, que no necesitamos ser diferentes y que no hay nada fundamentalmente erróneo en nosotros. Lo único que necesitamos realmente es conectar con nuestra perfección inherente y darnos cuenta de ella. Desde el punto de vista iluminado del Punto Uno, el trabajo sobre uno mismo es sólo para esto y acerca de esto. Cuando integramos la visión de la realidad desde la perspectiva de la Perfección Santa y nos hacemos conscientes de la perfección inherente de todo, nuestra experiencia interna, y como resultado, nuestras vidas, se armonizan con ese nivel de la realidad y lo expresan. Dicho de otro modo, si estamos en contacto con la Perfección Santa, nuestras vidas adquieren una cualidad de algo extraordinario y sublime, y sentimos que lo que nos ocurre es lo correcto, justo lo que es necesario y adecuado para nosotros mismos y para los demás. Esto representa un cambio real, mucho más radical e importante que la mejora personal. Más adelante, al final de este capítulo, comentaremos algo más sobre cómo esto tiene lugar en el caso de los Uno cuando exploran la virtud de este punto.

Para un eneatipo Uno, perder el contacto con su naturaleza esencial crea el sentimiento de perder el contacto con la perfección inherente de todo lo que existe y con su propia perfección intrínseca. Para la joven alma de un Uno, el contacto con la Esencia se experimentaba como la máxima perfección, una sensación de dicha, de paraíso terrenal, un estado donde el alma estaba totalmente relajada y satisfecha, en el cual no necesitaba hacer nada y podía descansar instalada en sus profundidades. Cuando pierde el contacto directo con esta sensación profunda de perfección, el resultado es un hondo sentimiento de angustia por no estar ya habitando esta perfección y de no poder estar en contacto con ella. Pierde la sensación de que él y la realidad son fundamentalmente correctos, enteros y completos; y esta ausencia se siente como si hubiera algo no correcto, como un error. Llega a sentir que es imperfecto, y puede parecerle que la propia sustancia de su alma tiene un defecto fundamental, una maldad esencial o alguna cosa errónea. De aquí surge la fijación mental o subyacente y la omnipresente creencia de que él y la realidad que percibe son esencialmente imperfectos, no suficientemente buenos.

Encontramos esta fijación representada por la palabra resentimiento en el Diagrama 2. Lo realmente malo es que ha perdido el contacto con su profundidad, pero esta pérdida le parece, o la interpreta, como si él fuese algo básicamente defectuoso. Es decir, un Uno percibe la experiencia sentida interiormente, derivada de la no percepción de la Esencia, como si en él hubiera un error. A partir de aquí, llega a desarrollar la convicción interna de que es corrupto y malo; la sensación de que tiene un defecto fatal y no está hecho de la sustancia adecuada. Esta es la distorsión cognitiva que subyace a todas las otras características de este eneatipo, y es lo que se ha expresado como no ser correcto en el Eneagrama de las Evitaciones, en el Diagrama 10 del Apéndice B: su dolorosa sensación nuclear de deficiencia, que le resulta tan intolerable experimentar totalmente.

Esta sensación de imperfección básica pudo surgir en una temprana infancia en la cual se le comunicase internamente, ya sea de forma directa o indirecta, el mensaje de que no era lo suficientemente bueno o que no era correcto. Esto puede haberse producido porque sus necesidades biológicas fuesen sutil o abiertamente juzgadas y rechazadas, conduciendo a una sensación de que eran erróneas, o por haber tenido un progenitor excesivamente crítico o emocionalmente inexpresivo que impusiera un listón tan alto que al joven Uno le resultase imposible alcanzar. Uno o ambos progenitores pueden haber tenido a su vez tendencias del tipo Uno, como un fuerte juicio moral o creencias religiosas estrictas. A veces, la situación de los primeros años de su vida puede haberle hecho sentirse considerado por los padres como alguien que debía cubrir unas necesidades imposibles de satisfacer, como reemplazar a un ser querido, por ejemplo, provocándole una sensación de no ser suficientemente bueno o de no tener lo necesario para cumplir la función.

Sea cual sea la causa, el Uno se quedó con la sensación de no ser lo que se necesitaba o se quería en su entorno, así como de ser incorrecto. Para poder retornar a su estado previo de dicha, necesita imaginar, formar y crear una idea de lo que es la perfección. Intenta averiguar qué es lo que quiere mamá, que será lo que devolverá la sensación de armonía y de nuevo permitirá a su alma relajarse y conectar otra vez con la perfección perdida. De modo que su impulso instintivo de restablecer la homeostasis se dirige a intentar ser bueno, lograr la perfección y hacer feliz a mamá. Al final, su energía se queda totalmente atrapada en esta lucha por la perfección, y con el tiempo esta búsqueda se vuelve en contra de su propia energía instintiva. En definitiva, la perfección que busca es la profundidad del mundo —el Ser con el cual ha perdido contacto, y el recuerdo de cuando existía unido a él— que conduce a esbozos distorsionados de ideales que utiliza como su criterio subjetivo. La realidad, ya sea interna o externa, se juzga de acuerdo con estas imágenes y creencias de cómo deben ser las cosas, y se calcula la distancia relativa a la «perfección».

Inevitablemente, la realidad siempre se queda corta respecto a sus normas, y él parece incapaz de percibir nada como perfecto, en especial respecto a sí mismo. Éste es el origen de su intensa autocrítica, por la cual constantemente se juzga y se censura por sus imperfecciones.

Esta evaluación de la proximidad al ideal no es en absoluto neutral, sino que va más allá, lo que convierte al eneatipo Uno en un perfeccionista: todo lo que no es perfecto se considera malo. Tolerar lo que él determina como malo significaría tolerar su distanciamiento del Ser, que en las profundidades de su alma es intolerable, y por eso lo malo resulta inaceptable. De este modo, se aleja y se defiende de experimentar la pérdida del Ser. Los juicios de un Uno sobre lo que es bueno y lo que es malo son relativos, y están determinados por sus propias tendencias. De modo que estar sexualmente liberado para una Uno feminista puede ser bueno, mientras que para un cristiano radical probablemente sería malo. Tanto si es conservador como liberal, sin embargo, el Uno tiende a la ortodoxia en cualquier punto de vista que mantenga. Para ellos es importante ser políticamente correctos —y en los círculos espirituales, también espiritualmente— y defender de forma tenaz lo que consideran la «línea» correcta.

Con estas determinaciones fijas de lo bueno y lo malo, es obvio lo que debe hacer: intentar mejorarse a sí mismo y a los demás para que sean buenos y por tanto aceptables. Esto se convierte en una tendencia interior y en una manera de relacionarse con la vida tanto interna como externamente, con la intención de mejorar las cosas. Impulsados por este profundo sentimiento de incorrección, los Uno intentan constantemente corregir las cosas, y se inquietan y se ponen ansiosos por como son, pues según ellos no es así como deberían ser. La búsqueda de la perfección, por tanto, es su trampa, como vemos en el Diagrama 9.

Esta orientación hacia la perfección se hace evidente en la extrema necesidad de los Uno de ser vistos como buenos y, en oposición, en la extrema dificultad que tienen cuando consideran que se les imputa un defecto o una imperfección. La reacción se traduce al instante internamente en crítica, que pueden rechazar defendiéndose, obviamente en un intento por volver a recuperar una apreciación interna de ser buenos. Cuando se enfrentan a un problema psicológico o a una capacidad no desarrollada, creen que ya deberían haber superado esa dificultad, se juzgan severamente, y después asumen que como no la han resuelto todavía, nunca lo harán. Se siente sin esperanza para ellos mismos, dando por sentado que hay algo erróneo en ellos, lo que confirma su sensación subyacente de incorrección. Cuando se relacionan con ellos mismos de esta manera, como si ya debieran haberse iluminado, está claro que queda poco espacio para el crecimiento y poca tolerancia para el desarrollo del mundo interior de un Uno. Por otro lado, a veces los Uno buscan la crítica de los demás como una manera de orientarse para saber lo que es correcto y por tanto lo que es preciso arreglar y cómo hacerlo.

Otra manifestación de esta necesidad de que las cosas sean buenas es una intolerancia hacia las emociones negativas. Para un Uno es muy difícil tolerar la queja, la tristeza y la hostilidad, tanto en ellos mismos como en los demás. Tienden a intentar que todo sea positivo y dan consejos como: «Anímate, piensa en todo lo que debes agradecer», «Cómo puedes sentirte infeliz, con la suerte que tienes», hasta el punto de decirle a los demás que en realidad no están tristes o enfermos. O bien, intentando arreglar las cosas, un Uno puede dar consejos como: «Haz esto y verás como todo irá bien». Permitir lo negativo es una amenaza de que surja su insoportable sensación de incorrección.

Se esfuerzan por intentar —y están orgullosos de esforzarse más que los demás— corregir y mejorar las cosas. Tienen una sensación de superioridad moral, impulsados por una brújula interior de lo que es bueno y lo que es malo. Predican, aconsejan, hacen cruzadas e intentan ayudar a los demás para que se conviertan en lo que ellos creen que deben ser, con la sensación de tener la misión de lograr la perfección aunque esto signifique atormentar a los que les rodean. Un ejemplo de esto se vio en la actitud de «la responsabilidad del hombre blanco» de llevar la civilización a las razas «menos desarrolladas», creyendo que el cristianismo y la cultura occidental salvarían las almas de los que consideraban paganos. Los Uno son gramáticos, moralistas y expertos en lo que es adecuado y en cómo hacer las cosas correctamente. Se me ocurren, como representantes de este eneatipo, Miss Perfecta, y también Martha Stewart, con sus explicaciones sobre cómo hacer las cosas perfectamente en nuestras casas; su revista Martha Stewart: Living dedica una sección a las «cosas buenas».

El Uno, consagrado a lo que le parece correcto, no concibe que pueda haber más de una manera correcta de hacer las cosas, y por lo tanto en su mente queda poco lugar para el desacuerdo con su opinión. En su búsqueda de hacer las cosas perfectas tiene poca consideración y respeto por los límites y los deseos de los demás, pues lo que es correcto, en su opinión, invalida todas las preferencias personales. Para los Uno hacer el mundo perfecto es una causa justa y noble de la cual son los defensores. Son buenos policías que patrullan el mundo. Orgullosos de su propio autocontrol, a menudo también son muy controladores con los demás. Lo que tú haces les incumbe a ellos, y te hacen saber cuando te pasas de la raya.

Mientras que estos rasgos perfeccionistas pueden ser difíciles para los demás y con frecuencia dolorosos para ellos mismos, se sienten obligados a hacer lo que perciben como correcto; es una obligación basada en su amor y lealtad hacia la sensación de perdida de la perfección. Este esfuerzo continuo para perfeccionar a los demás y al mundo que los rodea llega a idealizarse, y es parte de lo que ellos creen que los hace buenos. Esto funciona de manera que aunque ellos sienten que son básicamente malos, como intentan ser mejores, tiene alguna posibilidad de ser redimidos. De hecho, dejar de intentar mejorar las cosas significa para los Uno perder el único vestigio de bondad que sienten queda en ellos y perder la única esperanza de encontrar su sensación perdida de la preciosa perfección. Abandonar este intento sería equivalente a sucumbir a su separación de la Naturaleza Verdadera y realmente quedarse sin ninguna posibilidad de salvación. Intentar cambiar las cosas llega a verse como algo noble, y por tanto se convierten en catequistas, fanáticos del «bien». El objeto de su atención se va desplazando desde su sensación interna de imperfección —que a menudo se encuentra enterrada en su inconsciente— a todas las faltas que ven en los demás y en el mundo. El esfuerzo de hacer que la realidad se adapte a sus ideales se convierte en una especie de cruzada, que a veces los enaltece y a veces es causa de resentimiento por sentirse obligados a participar en ella. Volveremos a este resentimiento que da su nombre a este eneatipo cuando discutamos la pasión.

Las Cruzadas de la Edad Media son un ejemplo a gran escala de lo que representa ser un Uno. Los cristianos europeos creían tener la obligación moral de salvar la Tierra Santa de los infieles y también creían que el esfuerzo los ennoblecería, incluso aunque fracasasen. Desde un punto de vista psicológico, todos los Uno se identifican con su superego, luchando en una campaña contra su infiel interior, que para él reside en el hirviente caldero de los impulsos instintivos que es el ello. Las imágenes internas de cómo deberían ser se oponen de forma rígida e inquietante a la oscuridad de los impulsos prohibidos del yo instintivo. Para un Uno, el yo instintivo se ve como un enemigo, como lo que es incorrecto en ellos mismos y en los demás. Esto se debe a que el yo instintivo está básicamente centrado en sí mismo e impulsado por el placer, sin importarle los demás excepto como fuentes de gratificación, sin interesarse por nada que no sea el placer físico, y a causa de que es codicioso, inmoral e incivilizado. Lo siente como algo animal, aunque los animales nunca son tan primarios y brutos como esta parte de los seres humanos.

Hay una pizca de verdad en esta creencia de que el yo instintivo es el problema. Hemos visto que la reacción frente a los abusos y las necesidades físicas no satisfechas en la primera infancia es lo que, poco a poco, corta la conexión del alma con el Ser, como explicamos en el capítulo 1. Llegamos a identificarnos con el cuerpo y sus impulsos instintivos, y el paraíso de unidad con el Ser se convierte en un sueño lejano. El eneatipo Uno se enfrenta a esta parte —la cual, es importante recordar, todos tenemos— identificándose con lo que considera sus partes «buenas»: las que son virtuosas, abnegadas, compasivas y benévolas. A través de su superego, intenta controlar y reformar las partes instintivas «malas» y así llega a identificarse con el lado bueno. En la rectitud de su lucha interior por el bien, no se da cuenta de que su rechazo de los aspectos primitivos no los transforma, sino que por el contrario les da más poder en el inconsciente, provocando que se escapen de una forma u otra en su comportamiento. Esto lo hemos visto a menudo en los fanáticos religiosos que predican la moral y condenan el pecado, y después son descubiertos en sórdidos escándalos sexuales o malversando enormes sumas de dinero de sus rebaños de devotos seguidores.

También ignoran el hecho de que gran parte de su agresividad, alimentada por el yo instintivo, rechazado y ocultado, la invierten en su campaña por hacer las cosas bien y correctamente. Debido a que esta agresividad no es aceptada en su forma cruda y por tanto es bloqueada, ya no se trata de un impulso instintivo puro sino de una distorsión de éste. La distorsión adquiere la forma de ira, la pasión de este eneatipo, como vemos en el Eneagrama de las Pasiones del Diagrama 2. En pocas palabras, está enfadado con el mal, y su enfado es un intento de cambiarlo y al mismo tiempo de distanciarse de él.

Ichazo, según Naranjo, define la ira como un «oponerse a la realidad»[43], y quizás esta sensación de estar en desacuerdo con lo que son las cosas describe más puramente esta pasión. Los Uno ven la realidad con ideas preconcebidas/falsas aseveraciones, frase que aparece en el Punto Uno del Eneagrama de las Mentiras, en el Diagrama 12. Utilizando como brújula su sentido de cómo deben ser las cosas, el Uno se enfrenta a sí mismo e intenta cambiar lo que encuentra dentro y fuera de él. Nunca nada es suficientemente correcto, y por esto nunca está satisfecho. Al sentirse responsable de arreglar lo que percibe como malo, acaba sintiéndose frustrado y resentido.

Esta hostilidad perpetua hacia la realidad, que es la pasión de la ira, es en el fondo un rencor contra sí mismo: está resentido, insatisfecho e indignado con su propia alma, como vemos en el Eneagrama de las Acciones contra uno mismo, en el Diagrama 11. Su ira tiene muchos matices. Abarca todo un espectro que va desde un resentimiento subyacente disfrazado ligeramente con un barniz de cortesía hasta violentos ataques de pura ira. Junto con su sensación de ser incorrecto, experimentar directamente su ira es una de las experiencias más evitadas en el Uno, y por eso la ira aparece en el Eneagrama de las Evitaciones, en el Diagrama 10. La mayoría de los Uno reprimen su ira a menos que estén convencidos de que es objetiva, y entonces se sienten justificados para darle rienda suelta. Algunos Uno parecen perpetuamente enfadados, malhumorados e irritados con todo y todos, mientras que otros tienen accesos de justa indignación que les parece totalmente fundamentada por la maldad, vileza o indignidad «obvias» del otro. Algunos son como ollas a presión, conteniendo dentro su rabia hasta que alcanza una masa crítica que hace saltar la válvula. Pueden parecer tranquilos o serenos la mayor parte del tiempo, pero en la intimidad de sus hogares, con aquellos con quienes se sienten cómodos, explotan en diatribas críticas o violentos ataques de ira que incluyen tirar platos, dar bruscos portazos e incluso la violencia física.

La ira puede manifestarse como una actitud general de buscar faltas, realizar críticas, ser quisquilloso con los detalles o exigente, transmitiendo el mensaje de que las cosas no están a la altura necesaria; o también, el Uno puede indicarte todos tus defectos y ofrecerte la supuesta ayuda con su «crítica constructiva», dándote la mejor de las razones —tu propio bien—, y sin embargo resultando profundamente hiriente. Pueden estar corrigiendo constantemente tu lenguaje, o haciéndote notar de forma dolorosamente clara qué regla tácita estás transgrediendo. Tienden a ser sermoneadores y a asumir el papel de profesor o de ejemplo. Pueden ofrecerte consejos sin que se los pidas —lo que también sienten que es por tu propio bien—, y así te comunican el hecho evidente, bajo su punto de vista, de que ellos saben lo que es correcto y tú claramente no lo sabes y estás errando en algún aspecto. Los Unos puede no reconocer que sus críticas y sus consejos se dan de forma abusiva y beligerante, pero el dolor y la ira que desencadenan en aquellos que los reciben no dejan lugar a dudas de la agresividad subyacente y a menudo inconsciente del Uno.

Para un Uno, es fácil reconocer y aceptar su ira si la considera justificada, es decir, si siente que es correcta y adecuada, o si su ira puede invertirse en alguna causa en la cual Dios o el bien puedan parecer de su lado. Le resulta relativamente fácil reconocer su rabia cuando lo incorrecto parece residir claramente fuera de él, como le ocurre a un Uno que ha hecho poco trabajo interior e introspección. Internamente, las partes «malas» de sí mismo son rechazadas, y por eso siempre le parecen fuera del yo bueno que cree ser; su agresividad es dirigida entonces tan despiadadamente contra estas partes malas como hacia la maldad que ve en los demás. Cuanto más consciente se vuelve un Uno, sin embargo, más verá que su subyacente actitud crítica y airada es en sí el problema. La evaluación y la crítica compulsivas y el rencor hacia sí mismo se convierten en una enorme fuente de angustia para el Uno. Su yo crítico interno y su incansable autoculpabilización, que se hacen obvios cuando desplaza su atención del exterior hacia lo que está pasando dentro de él, llegarán a experimentarse como brutales e hirientes, y quizá él se de cuenta de que tampoco le hacen ningún servicio al bien.

Del mismo modo que el impulso agresivo del yo instintivo llega a distorsionarse en diferentes formas de ira, el impulso de la libido también surge deformado: la sexualidad es un tema altamente conflictivo para el Uno. Se la ve como algo escabroso, o incluso directamente malo e inmoral, pues implica mucha energía instintiva desenfrenada y poco control. Si puede justificarse que el sexo cumpla algún propósito superior al puro placer mutuo, como hacerlo para procrear por el bien de la patria o de la religión, entonces es tolerable, siempre que no se disfrute demasiado.

El placer físico es subversivo y sospechoso para la mayoría de los Uno, y sobre todo para los de las generaciones precedentes a las actuales. Los Uno contemporáneos tienden a ser más liberales sexualmente, sin embargo aún tienen dificultades y a menudo sentimientos de culpa respecto a permitirse totalmente el placer. Divertirse, ser despreocupado y —¡Dios no lo quiera!— hedonista suena como ser amoral para muchos Uno, y por lo tanto es territorio prohibido. Permitirse plenamente sentirse saturado de placer les parece un pecado. Bajo este juicio está el miedo —de que su superego los juzgue duramente, de la enorme culpa y de perder el control— y por tanto no se lo permiten. Es como si permitirse el placer significase abrir la caja de Pandora y convertirse en esclavos de sus instintos animales y volverse perpetuamente desenfrenados. En la inhibición y restricción sexual del Uno, hay una autonegación, o una condena y castigo hacia sí mismo, así como una actitud de arrepentimiento. Como consecuencia, la sexualidad del Uno permanece en gran parte no integrada, en estado bruto, sin refinar, juvenil y a veces bastante torpe. En muchas ocasiones conservan el sentimiento de un colegial o colegiala haciendo algo muy impúdico y obsceno con lo que no se siente familiarizados pero que al mismo tiempo les atrae.

Los impulsos sexuales despreciados y suprimidos a veces se abren paso en los Uno a través de los episodios de descontrolada expresión que se mencionaron antes. De forma extrema, es lo que sucede en los feroces ataques de rabia comentados, y en los escándalos que salen a la superficie de tanto en tanto cuando algún miembro destacado del Congreso de Estados Unidos o del Parlamento Británico, por ejemplo, resulta ser aficionado a frecuentar prostitutas y travestis para satisfacer sus gustos sexuales pervertidos; o cuando se descubre que un cura ha mantenido relaciones con sus feligresas, en especial las casadas, o que ha estado acosando a los niños del coro; cuando el defensor fanático del programa de los doce pasos desaparece durante días a una hora determinada para coger borracheras de las que luego no recuerda nada; o cuando el activista pacifista resulta tener una larga historia de abusos hacia su mujer. En los casos menos extremos, los impulsos suprimidos del Uno, pueden aparecer en sueños libertinos, en fantasías de obscenas orgías, en leer románticas novelas eróticas o en mirar películas pornográficas, a la vez que manifiesta que deplora la inmoralidad.

Los Uno tienen lo que clínicamente se denomina carácter obsesivo. Son metódicos, organizados, tranquilos, productivos y trabajadores. Tienden a ser compulsivamente aseados y ordenados, deseando que todo esté limpio y en su sitio. Esto puede llegar a extremos verdaderamente obsesivos, en los que la persona se ve impulsada por una exagerada necesidad de orden, y se vuelve absoluta y mezquinamente inflexible, como el personaje de Melvin Edall es la película As Good As It Gets. Algunos Uno están tan obsesionados con hacer las cosas de una manera tan perfecta y meticulosa, que nunca llegan a acabar algo, mientras que otros hacen las cosas de forma precipitada debido a la ansiedad respecto a su capacidad de hacer el trabajo bien y por las ganas de descargarse de una vez de la responsabilidad. Esta misma inseguridad puede surgir respecto a tomar decisiones: temiendo realizar la elección incorrecta, a menudo prefieren retrasar el momento de decidir. Todas estas características son, desde el punto de vista clínico, del tipo obsesivo-compulsivo, y son manifestaciones del superego profundo y de los conflictos del ello, que comentamos antes. Vistas así, las tendencias obsesivas de un Uno son intentos de limpiarse y de ser puro, así como medios de expiar su profunda culpa interior por sus «imperfecciones».

Esta preocupación por la limpieza revela un intento de erradicar una sensación interna de no estar limpio, del mismo modo que la preocupación por el orden habla de una forma de defenderse del caos interno resultante de las energías instintivas no integradas. Este intento de mantener encerrado en el inconsciente cualquier estado o emoción que provoque ansiedad, mediante la exageración de su opuesto, ilustra el mecanismo de defensa de este eneatipo, que se llama formación de reacción. En la formación de reacción, cualquier emoción o pensamiento que parezca peligroso sentir o expresar es apartado de la conciencia y reemplazado por una emoción opuesta y aceptable. Si sentir odio es tabú, por ejemplo, podemos defendernos de la amenaza interna de sentirlo experimentando en vez de ello el amor. Por otro lado, si nos da miedo el amor, podemos sustituirlo por rechazo, indiferencia u odio. La formación de reacción subyace al mecanismo básico de los Uno, por el cual la sensación de ser malo es evitada mediante la identificación con el superego, de manera que puedan verse a sí mismos como buenos y a los demás como malos. También se encuentra tras el continuo rechazo de las tentaciones del instinto con sus ataques morales. Como dijo Charles Brenner acerca de la formación de reacción:

Una consecuencia de nuestro conocimiento del funcionamiento del mecanismo defensivo es que siempre que observamos una actitud de este tipo que sea no realista o excesiva, nos preguntamos si no puede haber sido una exageración como defensa contra su opuesto. Por lo tanto, deberíamos esperar que un devoto pacifista o alguien que se oponga a la investigación con animales, por ejemplo, tengan fantasías inconscientes de crueldad y odio que a su ego le parecen especialmente peligrosas.[44]

En definitiva, los Uno se defienden de una profunda sensación interna de incorrección imitando la pureza y la bondad.

Mantener a raya los anhelos prohibidos y las percepciones de los defectos prohibidos requiere de los Uno una gran disciplina interna y autocontrol. Los intentos de controlar a los demás y al entorno son un ejemplo de su vigilancia, represión y contención de ellos mismos. El resultado es una rigidez característica y una falta de espontaneidad. Esto puede hacer que parezcan afectados en sus movimientos, modales y manera de hablar, pues se refrenan y se controlan deliberadamente. Su pensamiento puede reflejar esta tendencia, haciendo que se mantengan adheridos a las ideas conocidas y aceptadas sin aventurarse hacia nada más creativo. Sus ideas tienden a volverse rígidas y fijas, con poco lugar para la innovación o la experimentación. Lo que no coincide claramente con su concepto de lo que es correcto, es amenazador, y por lo tanto, jugar con ideas que no han sido aún clasificadas como correctas o incorrectas, buenas o malas, tiende a provocarles ansiedad. Cuando surge una idea o una intuición nueva, se convierte en una nueva norma, lo que refleja su tendencia a establecer leyes sobre la verdad. Actúan como raseros para seguir las reglas y las normas de forma dogmática, sin tener en cuenta las características peculiares de una situación determinada. Para ellos, hay una cierta seguridad en seguir metódicamente las normas preestablecidas, y cuando se cuestionan los principios subyacentes, surge la correspondiente inseguridad.

Energética y emocionalmente, el autocontrol de los Uno conduce a un tipo particular de rigidez y contracción. Mientras que algunos Uno no experimentan ni expresan emociones negativas como el dolor o el miedo, incluso en aquellos que lo hacen, hay una característica falta de comodidad, relajación, flexibilidad, vulnerabilidad y suavidad, una sensación de que siempre están en guardia. Tienden a apretar las mandíbulas y los labios, lo que se relaciona con refrenar sus deseos y contener la expresión de su ira, que junto con la tendencia a dar consejos y a sermonear, delata que la boca es la parte del cuerpo asociada a este tipo. En su extremo, suelen parecer chupados de cara, severos, austeros, escrupulosos, formales, sin sentido del humor, prosaicos y estirados. El presidente Jimmy Carter, durante su presidencia, fue un ejemplo de estas características del Uno; y Hillary Rodhan Clinton a veces también ha causado esta impresión. Otros ejemplo, algo menos rígidos pero que probablemente pertenecieron o pertenecen al eneatipo Unos son: Jimmy Stewart y Katherine Hepburn y, más recientemente, Anthony Adwards, Barbra Streisand, Nicole Kidman y Cybill Shepherd. La interpretación Church Lady de Dana Carvey es una gran caricatura de un Uno.

Los Uno tienden a ser inflexibles e imposibles de convencer cuando creen que tienen razón. Con ellos, las discusiones y desacuerdos tienen pocas posibilidades, una vez se forman una idea sobre alguna cosa, y si deciden algo lo mantienen tenazmente. Quizá, por esta razón el animal asociado con este tipo es el perro, que se aferrará a un hueso sin que sea posible arrancárselo de la boca. Los perros son absolutamente leales, como los Uno, a lo que ellos consideran correcto.

Los Uno, por tanto, dan la imagen de ser personas buenas, honrados y amables, con una hostilidad y frustración latentes. Son compulsivamente honestos, los George Washingtons que no pueden decir una mentira, incluso aunque la verdad pueda herir. Son responsables, fiables y trabajadores, como corresponde a su rectitud. Son serios y con cara de buenas personas, hasta el extremo de la llaneza que se representa en la pareja de granjeros de la famosa pintura American Gothic. Son personas impulsadas por las buenas intenciones —aunque tú no desees su caridad— y por altos preceptos morales, hasta el punto de convertirse en puritanos.

El puritanismo es en sí un fenómeno de tipo Uno. Los Puritanos Americanos del siglo XVII se escindieron de la Iglesia Anglicana, que era demasiado liberal para ellos, y llevaron su fervor religioso al Nuevo Mundo. Según sus creencias, Dios es un soberano absoluto, el hombre es totalmente depravado y dependiente de la redención de que Dios. Creyéndose los elegidos de Dios y con la misión de defender Su Voluntad en la naciente agrupación de estados, dictaron la política colonial hasta que su influencia declinó en el siglo XVIII. Estos Peregrinos, los Padres Fundadores de los Estados Unidos, son el origen de la actual tendencia al eneatipo Uno de la cultura americana: nuestro fuerte sentido de la moralidad, de hacer lo que está bien, lo que es correcto y justo, así como nuestra tendencia a actuar como los defensores de la moral en el mundo. El actual interés y control excesivos de la conducta sexual del presidente, lo que es inconcebible y absurdo para los europeos, por ejemplo, quienes no tienen una historia semejante de pretensiones morales, refleja esta tensión de tipo Uno en la cultura. El idealismo y el énfasis en ser buenos, típicos de los americanos, coexisten de forma conflictiva con otras corrientes dominantes de la cultura, como nuestra búsqueda del éxito y del triunfo característica del Tres, con su egoísta amoralidad, como se mencionó en el capítulo anterior.

El comportamiento tipo Uno está asociado con el victorianismo, que tomó el nombre de la reina Victoria, aunque en realidad fue el príncipe Alberto el responsable de la mojigatería y la austeridad asociadas con la época. Impuso un estricto decoro en la corte inglesa e inculcó la decencia y la severa formalidad en las costumbres culturales británicas. La cultura inglesa parece una mezcla de las tendencias del Uno y del Cuatro; su énfasis en los convencionalismos sociales y en el decoro, y sus inclinaciones estéticas provienen del último, mientras que la actual reina, Isabel, y quizás Isabel I también, parecen eneatipos Uno.

Más recientemente, vemos este fenómeno de tendencias tipo Uno en el movimiento antiabortista, cuya defensa de la vida paradójicamente no impide a los extremistas asesinar a médicos que realizan abortos o poner bombas en centros de planificación familiar. Un ejemplo más extendido serían los abogados de la reforma social que tienen muy poca consideración por las personas reales. Podemos encontrar esto en cualquier grupo que crea tener la razón y a Dios de su lado y se oponga a cualquier otro grupo que considere como malo o incorrecto. Quizá Bertolt Brecht resumió la filosofía del tipo Uno al escribir: «Los que deseábamos un mundo basado en la amabilidad tal vez no seamos realmente amables».

Hemos visto que los rasgos de la personalidad de cada tipo imitan e intentan reproducir un estado espiritual particular, como si el alma tratase de reconectar con la Idea Santa adoptando la forma de la copia de un estado que parece encarnar la idea perdida. En el caso del eneatipo Uno, este estado —el Aspecto idealizado— se llama Brillantez en la terminología del Enfoque del Diamante. La Brillantez es la inteligencia del Ser. Es una presencia particular que se parece a un relámpago o al centelleo del sol en el océano. Se asocia con el brillo, la cualidad de iluminar, el resplandor, la claridad, la agudeza. Es el Ser penetrando con su inteligencia, y discerniendo, entendiendo y sintetizando lo que encuentra. Normalmente creemos que la inteligencia y la brillantez son cualidades puramente mentales, pero aquí vemos que la verdadera inteligencia es mucho más que eso. Es la inteligencia de nuestras almas cuando somos de verdad, cuando estamos presentes totalmente. Estar totalmente presente significa que estamos integrados con el cuerpo y abiertos emocionalmente a aquello con lo que nuestra conciencia entra en contacto, y cuando nuestra inteligencia penetra lo que encontramos experimentamos esta brillante presencia.

El estado de Brillantez también tienen las cualidades de pureza, atemporalidad y refinamiento. Como el puro resplandor de un destello de discernimiento, la Brillantez ilumina el alma con la comprensión de manera limpia, clara y precisa. Una de sus características básicas es su capacidad sintética, por la cual todos los elementos de una situación forman una unidad con la mente, todos los hilos de un asunto se combinan en un solo entendimiento. La brillantez es la fuente de la capacidad humana para sintetizar, es lo que experimentamos cuando todos los elementos de una situación se agrupan y forman un todo dentro de nosotros. También es la fuente de la verdadera sabiduría. La pureza de la Brillantez abre el corazón de un Uno. El deseo de su corazón es ver de forma pura y completa y experimentarse a sí mismo puro y completo. La Brillantez conlleva la promesa de conectarle con su sensación perdida de perfección. Es el Aspecto Esencial o el estado de conciencia que se siente como la encarnación de la Perfección Santa.

La imitación de la Brillantez adquiere la forma de tener que poseer las respuestas correctas y de necesitar tener razón, o de ser un sabelotodo que piensa de una manera disociada del contacto experimental. Este conocimiento es intelectual, sólo de la mente, y tiene poco que ver con la situación que se tiene delante. Cuando somos falsamente brillantes, estamos convencidos de que nuestro punto de vista es el correcto, de que así como vemos las cosas así son éstas. Tomamos la actitud de afirmar nuestra identidad como alguien que tiene el conocimiento correcto. Estas ideas preconcebidas sólo pueden basarse en la opinión o en el pasado, y este «alguien» que creemos ser inevitablemente es una construcción mental, y por tanto no algo inmediato.

Visto desde este ángulo, el eneatipo Uno se parece a una copia de la Brillantez. La dominante preocupación acerca de tener la razón y de ser bueno, que presupone una sola respuesta o una sola manera correcta de ser que hay que descubrir y cumplir, así como la característica aceptar la vida con unas normas preconcebidas, es un ejemplo de esto. Estos rasgos centrales de los Uno son distorsiones del conocimiento directo que surge cuando contactamos con el momento presente de una forma directa y a través de la experiencia, con una frescura desprovista de ideas preconcebidas. El impulso del Uno de ser puro es una imitación de la pureza inherente en la experiencia de Brillantez. Su tendencia a imponer sus valores y normas a los demás es una imitación de la calidad de nuestra verdadera inteligencia, que no conoce límites y puede penetrar cualquier cosa que deseemos entender. Esta severidad, ya sea en las maneras o en la crítica, imita la agudeza y la precisión de la Brillantez. Curiosamente, muchos Uno, como Hillary Rodhamm Clinton, tienen una apariencia brillante, impecable y limpia, que refleja la luminosidad de esta cualidad esencial que intentan encarnar.

Para transformar su conciencia, el eneatipo Uno necesita acercarse a su proceso interno así como a su vida externa con una actitud de serenidad, la virtud de este punto, como vemos en el Eneagrama de las Virtudes, en el Diagrama 1. ¿Qué significa serenidad en este contexto? Principalmente significa no mantener esta tendencia característica de la personalidad a reaccionar contra lo que experimentamos. Cuando nos identificamos con nuestra personalidad, en vez de simplemente permitir la experiencia y estar con ella, intentamos hacer algo con ella, sobre ella o para ella. No podemos sólo dejarla ser y estar abiertos para tocarla directamente con nuestra conciencia, para que pueda surgir la comprensión. Esta es la oposición a la realidad que, como hemos visto, es la definición que hace Ichazo de la ira, la pasión de este eneatipo. Cuando nos oponemos a nuestra experiencia, estamos reforzando el «yo» que reacciona. Dicho de otro modo, estamos fortaleciendo nuestra personalidad y nuestra identificación con ella.

Aunque todos los tipos de personalidad tienen en común esta reactividad, para los Uno es más nuclear, así como el principal obstáculo en su trabajo interior. Para ellos es muy difícil relacionarse con las experiencias interiores o con las percepciones sobre ellos mismos sin evaluarlas inmediatamente, es decir, intentando averiguar si son buenas o malas, de acuerdo con juicios y evaluaciones basados en el pasado. Esta es una reacción refleja para los Uno, un movimiento interno compulsivo y central en ellos, y les resulta difícil responder a su experiencia de otra manera. Si un Uno decide que lo que experimenta es malo, intenta cambiarlo para que sea bueno. Si decide que una percepción de sí mismo es mala, se pone a la defensiva contra ella. En ningún caso puede dejar la experiencia tal cual, aceptándola como es, sin una actitud hacia ella. Aunque la atención sigue centrada principalmente en lo que no es correcto sobre su experiencia, a veces decide que lo que encuentra es bueno, al menos momentáneamente. En tal caso, intenta retener la experiencia, y este aferramiento le hace separarse de ella. Cualquier reacción a la experiencia, ya sea moverse hacia ella, alejarse de ella o intentar cambiarla, crea una contracción en el alma y bloquea nuestra capacidad de aprender de ella. Nuestra Brillantez no puede funcionar y no podemos entendernos profundamente, lo cual es necesario para que nuestra conciencia crezca y cambie.

La ira nos ciega a la verdad. Cuando nos posee, nos estamos defendiendo contra aquello hacia lo que reaccionamos. Intentamos apartarlo o forzarlo a cambiar, y nos quedamos atrapados en nuestra realidad subjetiva. Estamos apoyando aquello que creemos ser, y damos la razón y defendemos a nuestras identificaciones. En vez de intentar entender qué botón se ha activado dentro de nuestra psique, nos ponemos en contra del objeto de nuestra cólera.

Si somos serios en el descubrimiento de la verdad de quién somos, es necesaria una actitud de serenidad hacia nuestra experiencia. Serenidad significa recibir el momento con apertura de corazón y de mente —aceptar cualquier cosa que surja dentro o fuera— y no reaccionar contra ello. En vez de juzgar o evaluar nuestra experiencia de la manera habitual, simplemente nos abrimos, permitiéndonos ser tocados por lo que hay. Esto implica permitirnos no saber, lo que a su vez significa defendernos contra la exigencia de certeza de nuestro ego. También significa abandonar nuestras creencias de lo que debería y lo que no debería estar ocurriendo, y sobre lo que es bueno o malo. Significa no protegernos de lo que consideramos malo, desagradable o incómodo. Significa dejar que nuestra conciencia acoja totalmente nuestra experiencia para que podamos conocer de manera directa con qué estamos contactando. Al hacer esto, nos abrimos a la verdad del momento, y así nuestra conciencia puede ser afectada por ella. En vez de intentar mantener una sensación positiva del yo, nos vemos como realmente somos. Sin nuestros juicios, encontramos simplemente lo que es, sin que quede oculto por los velos de nuestro pasado.

De modo que para un Uno, la actitud serena hacia sí mismo inicia etapas específicas de la transformación interior. Estas etapas comienzan con la percepción de su identificación con el superego, viendo de forma destacada el patrón de juicios y normas, las arbitrariedades, y el sufrimiento, dolor y tormento que causan. Necesita entender por qué es tan fuerte su necesidad de normas, lo que significará darse cuenta de que es una defensa contra la sensación de experimentarse a sí mismo como malo y contra las capas más profundas de su personalidad, y que funciona como la esperanza de recuperar la dicha perdida de la perfección. También es necesario entender y asimilar la psicodinámica: la influencia de su historia en la creación de este patrón. También debe percibirse y entenderse su actitud defensiva habitual hacia lo que experimenta como crítica y hacia lo que experimenta como inadecuado en él. Finalmente, esto conducirá a relajar la necesidad de evaluar su experiencia y ponerse en contra de ella. Poco a poco, al volverse más abierto y no reactivo, es decir, más sereno, empezaran a mostrarse las partes que desaprobaba y contra las que se defendía. Surgirán los estados emocionales que había considerado negativos y aprenderá cada vez más a tolerarlos y a sentirlos totalmente, al tiempo que empezarán a transformarse. Cuanto más abrace y acepte estos aspectos de sí mismo, más se relajará su alma, y su actividad del ego se calmará con la sensación de que no hay nada que hacer ni nada que arreglar en su interior.

La definición de Ichazo de la virtud de la serenidad podría ser de utilidad: «Es la calma emocional, expresada por un cuerpo que se siente cómodo con él mismo y receptivo a la energía del “Kath” (el centro del vientre). La serenidad no es una actitud mental sino la expresión natural de la totalidad en un ser humano seguro de sus capacidades y totalmente autónomo». De modo que en vez de intentar ser perfecto, experimenta su integridad, y de este modo está sereno. El contacto con el centro del vientre se produce al integrar la capa instintiva. Esta capa, origen de muchos de sus impulsos y sentimientos, saldrá a la superficie y necesitará ser asimilada a través de la conciencia y de la comprensión. Al hacer esto, esos impulsos profundos de los que se había defendido con tanto esfuerzo se volverán cada vez más puros y menos compulsivos.

Bajo estas relaciones objetales y estas partes del alma que recuerdan a los animales, se encuentra lugares vacíos que inicialmente el Uno interpreta como malos o no suficientemente buenos. En tanto que no reaccione a esto agujeros, su conciencia podrá investigarlos y penetrar en ellos. Surge entonces una espaciosidad para la cual las etiquetas «bueno» o «malo» no tienen ninguna relevancia. Más allá de las estructuras eclipsadoras que nublan su conciencia, la vibración y la vitalidad del Ser se transparentará poco a poco. Integrar estos aspectos le permitirá sentir que tanto él como su vida son cada vez más ricos, reales, tridimensionales, plenos, espontáneos, imprevisibles y maravillosos.

Este proceso no es lineal ni rápido, y aunque el viaje de cada individuo Uno a través de este territorio tendrá sus variaciones particulares, éstas son las líneas generales básicas. En cada etapa serán precisas la receptividad y la apertura hacia la experiencia interior, que son las actitudes de la serenidad. Al mismo tiempo, la serenidad se convertirá cada vez más en un estado interior a medida que progrese el trabajo interno del Uno. La raíz latina de la palabra sereno significa: «claro, despejado, tranquilo». En esto se convierte el Uno a medida que deja de reaccionar a su experiencia. El que está detrás de las nubes de la personalidad —de los velos de su yo histórico— se ve cada vez con más claridad y él puede apreciar la realidad de forma cada vez más objetiva, tal como es. En el proceso, su conciencia se calma, y él cada vez se irrita con menos facilidad. Su corazón se abre, su mente se relaja y su percepción se vuelve más transparente, verdaderamente brillante. Al percibir las cosas con amor y deleite en vez de con juicios, puede instalarse en el momento y simplemente ser. De forma cada vez más constante, habita en una profunda quietud interior y está en paz consigo mismo y con el mundo. Al fin puede conocer su perfección.