Capítulo 2

Eneatipo 9: Ego-Indolencia

El eneatipo Nueve es la «madre» de todos los eneatipos, utilizando la expresión del infame Ocho, Sadam Hussein. Como vimos en el capítulo 1, el Punto Nueve representa el principio de perder contacto con nuestra naturaleza esencial y, debido a que esta separación de nuestra Naturaleza Verdadera es común a todos los egos, los otros tipos pueden verse como diferenciaciones de este arquetipo fundamental de la personalidad. Por decirlo de otro modo, este tipo de personalidad es el que está más puramente anclado en cuestiones que tienen que ver con el olvido de nuestro verdadero ser —el estar dormidos respecto a nuestra naturaleza profunda— y los otros tipos son variaciones o formas de adornar este principio básico en el núcleo de nuestro ego.

Resumiendo brevemente las características de este eneatipo, los Nueve evitan llevar su propia atención a ellos mismos. No dan la impresión de ser grandes personalidades, sino que más bien parecen mediocres y grises. Colocan a los demás por delante de ellos, y les cuesta mucho ocupar un lugar relevante para ellos mismos y de cara a la atención de los demás. Prefieren ceder la luz de los focos a los otros y considerarse menos importantes que ellos, tendiendo a confundirse con el fondo. En raras ocasiones son asertivos, prefieren que las cosas se mantengan armoniosas y agradables, y tienen dificultades en decir o hacer cualquier cosa que los demás puedan encontrar ofensiva, incómoda o discutible. Por ello, evitan las confrontaciones, raras veces expresan opiniones o sentimientos negativos y se centran en lo positivo. Son excelentes mediadores, capaces de ver los puntos de vista de todo el mundo, pero a menudo tienen dificultades para discernir y expresar su propia visión. Les cuesta entender lo que es esencial para ellos y prestarle atención. Esto puede abarcar desde descuidar su vida interior a ignorar sus sentimientos y pensamientos o no cuidar de lo que necesitan en su vida. Al estar orientados hacia el exterior, pueden ser muy activos o bien inclinarse a la pereza, pero en cualquier caso siempre dejan sus necesidades personales de lado. Tienden a perderse en los detalles de la vida, y tienen problemas para discriminar qué necesitan realmente atender. Como se inclinan a la inercia, tienen dificultades para ponerse en movimiento y, cuando están en movimiento, les resulta difícil cambiar de dirección y detenerse. Tienden al desorden y pueden ser un poco caóticos, pero de una forma agradable e inofensiva. Los sentimientos internos de no valer, de no ser importantes o de no ser adecuados constituyen la sensación básica de su deficiencia, y se tranquilizan a sí mismos con comodidades y diversiones que tapen estos dolorosos sentimientos. Energéticamente los Nueve son sólidos y estables, responsables y amables.

Del mismo modo que la orientación básica del tipo de personalidad asociada al Punto Nueve —olvidarse de ellos mismos— es lo más fundamental, lo mismo ocurre con la Idea Santa de este punto. La Idea Santa de cada punto, tal como comentamos en la Introducción, es la forma particular en qué percibimos la realidad cuando todos los velos subjetivos de la personalidad están ausentes. Cada Idea Santa es una forma de ver la naturaleza de la realidad desde un punto estratégico ligeramente diferente, siendo todas ellas visiones iluminadas e igualmente ciertas. Cada eneatipo es sensible a la Idea Santa asociada con él, lo que significa que esta idea es la más inestable para ellos. Cuando cada tipo pierde contacto con el Ser, también lo pierde con su Idea Santa. Como exploraremos al tratar cada tipo, la pérdida de su Idea Santa crea un punto ciego básico para cada tipo.

La perspectiva particular de la realidad —la Idea Santa— para la cual el eneatipo Nueve es especialmente sensible se llama Amor Santo. El Amor Santo es la percepción de que la realidad, cuando se ve sin el filtro del ego, es inherentemente amorosa y amable, capaz de deleitar y deleitable, placentera y agradable, maravillosa y llena de prodigios. El Amor Santo apunta al hecho de que el Ser es tanto la fuente del amor como el amor mismo, y que todo en la existencia es la manifestación y la encarnación de ese amor. El Amor Santo no se refiere al sentimiento de amor en sí, sino más bien a la percepción de que el Ser —o la Naturaleza Verdadera— es inherentemente positivo y nos afecta de forma favorable. Almaas llama a esta característica «positividad no conceptual», y tal como él dice, es difícil expresarlo en palabras, ya que es algo que está más allá de nuestras habituales ideas comparativas de lo positivo frente a lo negativo, o de lo bueno frente a lo malo. No implica que todo lo que ocurre sea positivo, sino que la naturaleza fundamental de toda la creación es beneficiosa y favorable. El hinduismo se refiere a esta característica de la realidad como ananda, o «bienaventuranza», y es la base del bhakti, o camino espiritual «devocional», que invoca y cultiva esta enaltecedora característica del Ser.

El Amor Santo, por tanto, no es una emoción ni tampoco un estado esencial. Puede ser difícil entenderlo, pero quedará más claro con la siguiente cita de Almaas, donde describe el Amor Santo en varios Aspectos Esenciales o estados de la conciencia:

El Amor Santo es una cualidad clara y única de la propia sustancia y conciencia de cada aspecto esencial. Se ve en los afectos y efectos positivos, enaltecedores y dichosos de cada aspecto. Es la dulzura y la suavidad del Amor. Es la ligereza y el regocijo juguetón de la Alegría. Es la exquisitez y la belleza de la Inteligencia. Es la pureza y la confianza de la Voluntad. Es la viveza, la excitación y el encanto del aspecto Rojo o de Fuerza. Es el misterio y la delicadeza del aspecto Negro o de Paz. Es la totalidad o la integridad de la Esencia Personal o Perla. Es la frescura y la originalidad del Espacio. Es la profundidad, el calor profundo y la satisfactoria realidad de la Verdad.[19]

El Amor Santo es la percepción de que nuestra naturaleza esencial, sin que importe las cualidades que sobresalen en cada momento, es innatamente bella y de que la experiencia de ella es siempre positiva. Del mismo modo, en el nivel personal, ya que nuestra naturaleza esencial forma el núcleo de lo que somos, el Amor Santo nos dice que somos por tanto fundamentalmente bellos y dignos de amor, y la imposibilidad de estar separados del Ser es lo que nos confiere esto. Dicho de otro modo, la Naturaleza Verdadera insufla nuestras almas y nuestros cuerpos con belleza y amor, y eso es lo que nos hace bellos y merecedores de todo amor. Cuando experimentamos al Ser directamente, sin el filtro de nuestra mente conceptual, el efecto que tiene sobre nosotros es una sensación de propósito, de valía, de utilidad, de satisfacción. Nuestras almas se relajan, nuestros corazones se abren y experimentamos una sensación de bienestar en todo momento. Respondemos a la característica inherente de la realidad que el Amor Santo describe: su positividad pura. Según dice Almaas:

Cuando captas la realidad objetivamente… sólo puedes tener sentimientos positivos hacia ella. En esta experiencia, no existen las categorías positivas ni negativas en las que tu mente divide las cosas. No existe polaridad; esta polaridad no conceptual está más allá de todas las polaridades. La naturaleza de la realidad es de tal modo que cuanto más toca tu corazón, más feliz y lleno se siente éste, sin importar tus juicios mentales sobre el bien y el mal.[20]

Por tanto, cuanto más cerca estamos de nuestras profundidades, más equilibrio y armonía sentimos. La razón de esto es que el Ser, desde el punto de vista del Amor Santo, es fundamentalmente positivo y nos afecta de ese modo. Esto explica por qué cuando estamos en contacto con la verdad de nuestra experiencia y nos revelamos tal como somos, nos sentimos bien, incluso aunque aquello con lo que estemos en contacto o estemos expresando sea algo que no nos guste ver o descubrir acerca de nosotros. Nos adentramos en nosotros mismos, y por ello nuestras almas están más cerca y más impregnadas de las bondades de la Naturaleza Verdadera. Estar más profundamente en contacto con nosotros mismos hace que nos sintamos mejor que cuando no existe ese contacto. Sin esta característica del Amor Santo, no nos sentimos motivados a recorrer el camino espiritual. El contacto con el Ser nos afecta de una forma agradable, benéfica y constructiva, haciendo que las luchas y las dificultades para volverse más consciente valgan nuestro tiempo, energía y dedicación.

En el trabajo con nosotros mismos, llega un momento en que aprendemos que cuando nos encontramos en nuestra superficie, es decir, cuando nos identificamos con nuestro caparazón —nuestra personalidad— y actuamos desde él, sufrimos. Cuanto más dormidos estamos a la realidad que hay bajo nuestro caparazón, menos sentimos que la vida está llena de sentido, de satisfacción y de placer. O, según el lenguaje del eneagrama, cuanto mayor es nuestra fijación, menos participamos de la naturaleza amorosa de la realidad; pues hemos perdido nuestra conexión con el Amor Santo. Nuestro sufrimiento no es el resultado de estar solos o de estar en una relación equivocada, de no tener dinero o de tener demasiado, o de cualquier otra cosa por el estilo. No es debido a que nuestra superficie externa no sea tan hermosa como creemos que debería ser o a que nuestra personalidad no sea tan agradable como pensamos que podríamos ser. Sufrimos porque vivimos lejos de nuestras profundidades: así de simple. Cuanto más impregnadas del Ser están nuestras almas, mejor nos sentimos y mejor nos parece la vida, no importa lo que ocurra en nuestras circunstancias externas.

Esto nos conduce a otro matiz en nuestra comprensión del Amor Santo, que tiene que ver con la universalidad. La bondad inherente de la realidad no se sitúa en ninguna parte; está implícita en el tejido de toda existencia. No es un producto que existe en algún sitio, esperando que contactemos con él. No reside en ninguna persona en particular, ni depende de ninguna situación concreta. No es algo separado que está fuera de nosotros. Es la naturaleza de todo lo que existe, y no nos damos cuenta de esto mientras experimentamos la vida a través del velo de nuestra personalidad. Puede parecer que las bondades o beneficios de la realidad sean algo que viene y se va, algo que tenemos en un momento pero perdemos en el siguiente, que sólo podemos acceder a ello en determinadas situaciones y que, por tanto, tiene que ver con esas circunstancias. Por ejemplo, puede parecer que sólo sentimos las bondades de la vida cuando alguien nos ama y nos dedica atención, o cuando obtenemos un trabajo mejor o nos suben el sueldo. O bien, en las primeras etapas del viaje espiritual, podemos estar en contacto con nuestra naturaleza esencial y experimentarnos como maravillosos y dignos de amor solamente cuando estamos meditando o en la presencia de nuestro maestro, y en consecuencia la positividad de nuestra naturaleza parece algo efímero. Esto es sólo una etapa; al final llegamos a ver que la belleza y las maravillas del Ser no son algo que reside en otra persona, ni siquiera algo que se encuentra en alguna parte dentro de nosotros, sino que es la naturaleza de todo y por tanto es todo. Desde este punto de vista, vemos que de hecho no existe nada excepto el Ser: no es algo que necesitemos adquirir ni tampoco algo con lo que hasta cierto punto necesitemos conectar. El Viaje, entonces, cuando ya no existe la sensación del mismo como un movimiento de aquí para allá, y cuando reconocemos la bondad y el esplendor del Ser y habitamos en él se transforma en otra cosa.

Sin esta percepción, si bien podemos apreciar que existe benevolencia en el universo, no vemos que ésta es la naturaleza de todo, incluidos nosotros mismos. Cuando perdemos el contacto con el Amor Santo, perdemos el contacto con su extensión sin límites, y nos parece que la bondad de la realidad puede estar en un lugar pero no en otro. De este modo, lo positivo se vuelve condicionado y huidizo: sólo surge en determinadas situaciones y está aquí ahora, pero en el siguiente minuto ha desaparecido. Del mismo modo, una persona puede perecer digna de amor y otra no.

Este sentido de la restricción y la condicionalidad de la bondad de la vida hace posible la ilusión del eneatipo Nueve, que es la pérdida de la percepción del estar hecho de amor y por tanto ser inherentemente digno de amor. Un Nueve, ve a los demás como merecedores de amor y le parece que participan de la benevolencia de la vida. Mientras que él no se ve así. Esta es la distorsión perceptiva fundamental del eneatipo Nueve, sobre la cual se basan todas las características del eneatipo. Es una distorsión que puede ser difícil de ver como tal, puesto que es básica en todos los tipos de personalidades. Si consideramos, sin embargo, que la propia substancia de nuestros cuerpos y nuestra conciencia es la expresión y la encarnación del Ser, cuya característica central es Su positividad, ¿cómo podemos ser algo que no sea de forma innata digno de amor? ¿Cómo va a depender nuestro merecimiento de amor del aspecto de nuestro cuerpo, de quién nos ama o de lo que tenemos?

Junto con la pérdida del contacto con la Esencia, que como hemos visto tiene lugar en etapas graduales a lo largo de los tres o cuatro primeros años de vida, el eneatipo Nueve pierde la percepción del Amor Santo. Para un Nueve, el proceso de perder contacto con su naturaleza esencial deriva en la creencia —la percepción cognitiva fijada o fijación— de que no es inherentemente digno de amor, valioso, importante, poseedor de un propósito y de méritos. Por tanto, la perdida de contacto con la Esencia o el alejamiento de ésta es también una desconexión del experimentarse a sí mismo como un ser precioso y merecedor de todo lo positivo que la vida puede ofrecer. El Nueve se experimenta a sí mismo como alejado de la bondad de la vida y no como una parte integrante de su trama. La creencia fija básica es el pilar en el que se apoyan todas las estructuras mentales, los afectos emocionales y los patrones de comportamiento resultantes de este tipo.

Desde la perspectiva de las fuerzas en las primeras etapas de la vida que modelan la psique de un Nueve, su psicodinámica, la falta de apoyo y de reflejo de su Naturaleza Verdadera en la infancia es interpretada por él como que básicamente no merece compañía ni atención. Esta deducción —aunque en su origen no sea conceptual— surge de nuestro conocimiento inherente de que el alma es inseparable de ese núcleo: Si el Ser, que es lo que somos fundamentalmente, no es apoyado ni valorado, interpretamos que no somos valiosos ni dignos de amor, ni merecemos que estén con nosotros, etc. A través de la ceguera del Nueve con relación al Amor Santo, la percepción —y por tanto la experiencia— de su infancia es la de no haber recibido mucho amor incondicional, cuidados y atenciones. Tanto si fue física o emocionalmente abandonado como si no, la impresión de no haber sido cuidado personalmente está en las almas de todos los Nueve, pues no se ha prestado atención a aquello que es lo más real: su naturaleza esencial. Algo que es casi completamente universal —la falta de sintonía con la Naturaleza Verdadera— es asumido como algo muy personal por los Nueve. Aunque casi nunca llega a expresarse en palabras, llegan a la conclusión de que: «Como mis padres no son sensibles a mis profundidades, que es lo que yo soy, no debo ser importante y por lo tanto está claro que debo ser básicamente insignificante».

Los Nueve abandonan sus profundidades interiores, apartando su conciencia del Ser, como hicieron los que les cuidaron al comienzo de su vida. Es importante advertir que el Ser no se va, simplemente se desliza hacia la inconsciencia. Como el Ser es quienes somos y lo que somos, no es posible apartarse del Ser sin apartarse de uno mismo, de manera que los Nueve empiezan poco a poco a volverse sordos para ellos mismos y a esperar que el mundo también lo haga. Curiosamente, el oído es una parte del cuerpo asociada con este tipo, y una característica de ellos es que no sólo no se escuchan a sí mismos sino que también, a menudo, se desconectan de las cosas y no se enteran de lo que se dice.

La «sordera» del Nueve es en esencia una pérdida de sensibilidad hacia el mundo de la Esencia, como ya hemos visto. Así que, al igual que creen que pueden ser, en diferentes grados, insignificantes y que merecen ser olvidados, también, con la pérdida de contacto con la Esencia se han olvidado de ellos mismos. Este olvido, que es el sello de este eneatipo, se manifiesta desde las profundidades hasta la superficie más externa de la personalidad: desde olvidar la Esencia hasta el simple olvido del funcionamiento cotidiano. El olvido de sí mismo define básicamente las relaciones del Nueve consigo mismo. Por esta razón, en el Eneagrama de las Acciones contra uno mismo, que se muestra en el Apéndice B, el olvido de sí mismo aparece en el Punto Nueve. Este eneagrama se refiere a la relación característica de cada eneatipo con lo que experimentamos como el yo —el alma— tal como se comenta en la introducción.

Al olvidar las profundidades, la actitud subyacente de «¿Para qué prestar atención a mí mismo? De todas formas no hay nada que valga la pena en mí», impregna todo el comportamiento, pensamientos y sentimientos de los Nueve. Acaban sintiendo que no son nada especial y que no hay en ellos nada que valga la pena resaltar. El interior es abandonado y olvidado, y parece que sólo merece la pena prestar atención a lo exterior. La expresión y la experiencia exterior parecen mucho más importantes que lo que pasa internamente, que en comparación parece insignificante e irrelevante. Se orientan más hacia el exterior que hacia el interior, sintonizando con las necesidades del entorno y de los otros y respondiendo a ellas en vez de responder a los dictados interiores. Las necesidades de los otros sofocan las propias, que en comparación se perciben como menos importantes y de una prioridad muy inferior. La importancia personal a su vez se basa en responder y servir a los demás más que a ellos mismos.

En este proceso, el mundo espiritual, que da sentido y significado a nuestra expresión y funcionamiento exterior, se pierde; de modo que la cáscara externa de la vida se convierte en una concha hueca e inanimada. Esta pérdida de contacto con la dimensión espiritual de nosotros mismos, nuestra naturaleza esencial, es desde luego la situación de aquéllos que se identifican con la personalidad, y esto significa al menos el 99 por ciento de la humanidad. Vivir una vida que sea algo más que una concha vacía está más allá de la concepción de la mayoría de la gente, de manera que vivir la cáscara de la vida y olvidar que hay algo más es un hecho cultural. De modo que, convertirse en un ser humano civilizado implica el proceso de convertirse en alguien como todo el mundo: la pérdida de contacto con nuestras profundidades. Este proceso de adaptación humana, que desde el punto de vista espiritual se considera quedarse dormido y olvidarse del ser, se ve ejemplificado en este eneatipo.

Cuando no sentimos el apoyo y el reflejo de nuestra Naturaleza Verdadera, no sólo nos apartamos de ella, imitando la manera en que otros se relacionan con nosotros, tal como hemos visto, sino que además añadimos las interpretaciones de por qué ocurre esto. Estas ideas no son conscientes o ni siquiera conceptuales en el momento en que se crean, pues se forman antes de que tengamos la capacidad de pensar, pero sin embargo impregnan y dan color a la totalidad de la relación con nosotros mismos. Las actitudes y creencias más cognitivas sobre nosotros y el mundo que habitamos, que se desarrollan más tarde, se basan en estas «interpretaciones» preconceptuales. Para los Nueve, la experiencia de que su naturaleza más profunda no reciba el apoyo del entorno no sólo se interpreta como que aquello que son en esencia no merece el contacto y no es inherentemente valioso y digno de amor, es decir, que es algo de lo que uno puede olvidarse, sino que además deriva en la sensación de que les falta algo fundamental. Este sentimiento tan doloroso de carencia lleva consigo la sensación de que algo se ha perdido, algo no se ha formado o desarrollado, de que existe algún defecto o hay algo embrionario que ha sido distorsionado o deformado. Para el Nueve, ésta es la sensación del sí mismo que rodea al agujero donde se ha perdido el contacto con la Naturaleza Verdadera, y constituye su sensación básica de deficiencia. Cada eneatipo tiene un estado deficiente característico sobre el que se construye la personalidad, pero todos son variaciones de la del Punto Nueve: la sensación interna básica de que falta algo o de que hay algo no adecuado en uno.

En todos los tipos, esta sensación de deficiencia es a menudo la base inconsciente de la imagen interna de nosotros mismos —nuestra autoimagen—, que a su vez determina la experiencia de nosotros mismos. Un Nueve se ve y experimenta a sí mismo como alguien que fundamentalmente carece de algunas partes, que no alcanza a tener todo lo que se necesita, que carece de algo esencial, que se encuentra atrofiado o deformado, como si algo básico no se hubiera desarrollado totalmente o en absoluto, o quizá ni siquiera existió nunca. Puede incluso tener la sensación de que su alma no nació o que murió. Obviamente, esta sensación de deficiencia profundamente dolorosa es un reflejo de la verdad de que realmente la falta algo elemental: el contacto con lo que en verdad es, más allá de su autoimagen basada en la insuficiencia.

Nuestra autoimagen no surge aislada, como vimos en el capítulo 1. Nuestro sentido del yo, que se forma en la infancia y está enraizado en el cuerpo, se basa no sólo en las sensaciones internas sino que además se desarrolla a través del contacto con el entorno en la superficie de nuestra piel. De modo que nuestra sensación de quienes somos siempre surge en relación con lo que no somos, es decir, lo que está más allá de los límites de nuestro cuerpo. Nuestra autoimagen, por tanto, existe en contraposición a una imagen-objeto, una imagen conceptual del «otro». Para el Nueve, el otro parece tener lo que él no tiene: los otros conservan todas sus partes intactas y son inherentemente dignos de amor y valiosos. En comparación con los demás, el Nueve se siente claramente inferior: no tan bueno, ni tan completo, ni tan valioso. Esta sensación puede haberse desarrollado por tener un progenitor que al Nueve le pareciera especial y con algún don, o simplemente alguien que ocupó demasiado espacio físico por ser enormemente emotivo, mentalmente inestable o muy expansivo. En relación con ese progenitor, él se quedaba en el fondo, actuando en último término. Como ya dijimos en la Introducción, es importante recordar que ésta no tiene por qué haber sido la característica principal de ese progenitor o ni siquiera una característica importante en él o ella; pero debido a la especial sensibilidad del Nueve, ésta sería la característica que él detectaría y a la que respondería.

Otra posibilidad común es haber tenido un hermano que pareciera más importante en la dinámica familiar, alguien que fuese más asertivo o tuviese cualidades especiales o problemas especiales. En ocasiones, se debe a haber crecido entre mucha gente: tener muchos hermanos o vivir en una casa con muchos parientes, de manera que el Nueve acaba sintiéndose perdido en todo aquel barullo. Puede haberle parecido que lo único importante era su papel o su función en la familia y, por tanto, cualquier cosa estrictamente personal le parecería irrelevante o desdeñable. De cualquier manera que se originase la sensación del yo, esta primera relación creó el molde para todas las experiencias posteriores del yo y de los otros. En pocas palabras, respecto a los demás, un Nueve se siente no sólo inferior sino también insignificante.

A partir de aquí, un Nueve desarrolla una sensación de invisibilidad y una profunda resignación respecto a no estar nunca en el centro del escenario ni ser amado o valorado en la justa medida —tanto por los demás como dentro de su propia conciencia—, lo que conduce a una constante abnegación. Da por sentado que no obtendrá amor y atención, y que por tanto que no los merece, pues ha perdido su sentido innato de la valía y mérito. Esta humillación resignada se manifiesta de muchas maneras: tiene grandes dificultades para dirigir la atención hacia sí mismo, para ocupar su propio espacio y el tiempo de los demás, para pedir que se le vea o se le oiga, aún más para que se le ame, y tiende a evitar cualquier cosa que pudiera hacerle destacar o llamar la atención. Se funde con el fondo, expresándose raramente si está en un grupo. Como la realidad tiene una forma peculiar de adaptarse a nuestras creencias sobre ella, incluso cuando se atreve a hablar, su convencimiento de que no se le escuchará a menudo es confirmado, y se ve ignorado. Es como si generase un campo a su alrededor que dijera: «No me prestéis atención, no soy importante». En consecuencia, a menudo no se le ve y no se le tiene en cuenta; esto refleja y refuerza su suposición básica sobre sí mismo. Curiosamente, muchos Nueves son físicamente imponentes, mesomórficos en cuanto al tipo corporal: grandes, redondos y robustos.

Cada eneatipo tiene una defensa para no experimentar su principal estado deficiente, pues es increíblemente doloroso y parece ser el problema fundamental: la verdad última e inalterable sobre uno mismo. Esta creencia de que algo básico falta o es erróneo en nosotros, como todas las convicciones que dan forma a nuestra personalidad, tampoco es sólo una idea intelectual, sino una experiencia sentida, y por ello parece ser verdad. Se siente tan cierta que parece ridículo incluso sugerir que es simplemente una suposición. Como parece ser la realidad, la energía de la personalidad se orienta a alejar la conciencia de este sentimiento doloroso de deficiencia, y todas las defensas que uno utiliza parecen necesarias y justificadas. Uno tiene la impresión de que si experimenta esto sólo conseguirá confirmarlo, ¿y cómo iba a cuestionarse algo que parece indiscutiblemente cierto? Todas las estrategias defensivas y los mecanismos de defensa de la personalidad están básicamente dirigidos en contra de esta experiencia deficiente del yo.

El Nueve se defiende de su sensación fundamental de ser deficiente e indigno de amor de una forma muy sencilla: simplemente la aparta de la conciencia. Aturdir o ensordecer la conciencia de lo interior y desplazar la conciencia desde dentro hacia fuera parecen ser las mejores maneras de mitigar el dolor interior. Este adormecimiento psíquico es el mecanismo de defensa del Punto Nueve, que se conoce como «narcotización». Desafortunadamente, no podemos elegir a qué aspectos de la experiencia interna queremos volvernos inconscientes y cuáles queremos conservar; de modo que el resultado es que la mayor parte, sino toda la vida interna del Nueve se desvanece en la inconsciencia. La narcotización del yo puede manifestarse de forma visible: los ojos de un Nueve puede parecer que carezcan de brillo, muertos o velados. En el comportamiento se manifiesta en preferir distracciones que aparten su conciencia de sí mismo. Conozco una Nueve que necesita tener todo el tiempo encendida la radio o el televisor, incluso cuando se queda dormida por la noche, y siempre que sale a dar un paseo va con un walkman. Evadirse con crucigramas, juegos como el Trivial Pursuit, debates televisivos, periódicos o novelas tontas son otras formas de distracción que podría usar un Nueve.

El resultado de esto es una experiencia interna característica de estar en un estado de confusión densamente brumoso, en cual nada está claramente definido ni diferenciado y todo parece lóbrego y difuso. Todo está saturado de una falta de vitalidad y dinamismo, así como de una sensación de entumecimiento, aburrimiento, falta de vida, letargo y pesadez. Naranjo describe a las mujeres Nueve como las «reinas de la ciénaga», lo cual describe muy acertadamente la sensación de este paisaje interior: lánguido y estancado. También conlleva la tonalidad emocional que es la pasión de este eneatipo: la indolencia, como podemos ver en el Eneagrama de las Pasiones del Diagrama 2. La característica de este terreno interior empantanado es la indolencia, una cualidad de la pereza y el estancamiento que ejerce para este tipo una especie de atracción gravitacional inexorable. Puede adoptar la forma de aplazamiento de la acción y de letargo, con dificultades para realizar el trabajo que se debe hacer, o bien de hacer cualquier cosa, excepto lo que realmente necesita hacerse.

Parte de este estado neblinoso del terreno interior del Nueve se debe a menudo a la incapacidad de saber en qué dirección moverse o qué acción es preciso emprender. Es como andar dando tumbos en la oscuridad, siguiendo de forma vacilante la dirección de menor resistencia, en vez de percibir claramente el curso adecuado que debe seguirse. Una sensación interior de caos y desorden, que puede reflejarse exteriormente en desbarajuste y desorganización, es la manifestación más superficial de este estado interno. Lo que a vistas de los demás puede parecer postergar la acción, puede ser una necesidad del Nueve de ordenar lo que percibe como el caos que le envuelve y de procurar más claridad a su entorno antes de poder emprender las tareas pendientes, en un intento de hacer frente a su caos interior. La guía y orientación que sólo podría proporcionarle el contacto con el Ser no es posible; el conocimiento interior del Nueve no puede llegar a la superficie de la conciencia, o si llega, es ignorado.

La atmósfera indolente, que también podría describirse como pereza y dejadez, tiene muchos niveles y matices, como vemos. Puede expresarse en forma de descuidar lo que necesita atención o acción, o si existe la sensación de que es preciso hacer algo, como una falta de discriminación o una dificultad para decidir qué exactamente; una dificultad para valorar las prioridades y/o una pérdida de su propósito y del contacto consigo mismo al concentrarse en los detalles de la tarea, o bien la sustitución inadvertida de una cosa por otra. Un Nueve que se enfrenta a la fecha tope de terminación de un proyecto, por ejemplo, puede ponerse a limpiar la casa entera o bien a ordenar todos los archivos con la idea de que necesita hacer esto primero para poder concentrarse realmente en la tarea, y después quedarse tan absorbida por aquello que encuentra que puede llegar a olvidarse totalmente del proyecto y no llegar a tiempo. Su dificultad para establecer prioridades respecto a lo que necesita hacerse refleja su problema característico con la discriminación y la organización; tiene dificultades para discernir qué hay que hacer y en qué orden. Si está claro lo que hay que hacer, la indolencia puede mostrarse como una falta de energía que lleva a no hacerlo.

Exteriormente, en los Nueve, la indolencia suele manifestarse como un descuido de la apariencia, la dieta y el ejercicio físico (con la tendencia resultante hacia el sobrepeso), así como en otras formas de dejadez. Al no tener claridad sobre sus límites físicos y psíquicos, algunos Nueve se esfuerzan en exceso, sobre todo para satisfacer las necesidades de los demás, hasta el punto de quedar agotados. Otros no se esfuerzan lo más mínimo, pues prefieren la comodidad y la complacencia a tener que moverse. O también, el Nueve puede concentrarse, o incluso obsesionarse, con un determinado aspecto de su salud, como por ejemplo, los suplementos de la dieta, mientras que al mismo tiempo elige de forma negligente lo que come y se olvida de hacer ejercicio. Pueden dedicar mucha atención a un síntoma sin prestársela a la causa: preocuparse, por ejemplo, del dolor de un tobillo sin asociar el problema a un exceso de peso o a unos zapatos no adecuados.

En el fondo, sin embargo, el tema principal de la indolencia del Nueve no es la acción externa ni la negligencia física. Esto es algo que interesa enormemente entender, pues explica la razón de que algunos Nueve sean adictos al trabajo mientras que otros parecen hacer muy poco con su tiempo. Lo que es más relevante a nivel personal es aquello que más descuida el Nueve, y que consiste en definitiva en su pereza a la hora de atender y cultivar el contacto con lo que es más real dentro de sí: esta pereza consiste fundamentalmente en permanecer inconsciente a su naturaleza esencial.

Como ya se ha mencionado anteriormente, una característica del olvido del Nueve no sólo se manifiesta como su ceguera ante su profundidad —su Naturaleza Verdadera—, sino que también puede manifestarse como un olvido más superficial. Los Nueve tienden a ser despistados. No recuerdan las cosas, se les va de la cabeza lo que tienen que hacer y pierden el hilo de lo que están haciendo al distraerse fácilmente con cosas irrelevantes. Para el Nueve el olvido es básicamente un intento de abstraerse de su sensación interior de no merecer amor ni atención y de no ser valioso; de modo que, aunque puede parecer un problema, en definitiva es una defensa contra lo que se siente como algo intolerable de experimentar. El olvido exagera la sensación de desorientación, de pérdida dentro de su ciénaga interior y, en consecuencia, también aumenta la sensación de estar estancado o paralizado acerca de lo cual el Nueve se siente tan impotente.

Este estancamiento, que puede experimentarse como tener los pies dentro de cemento húmedo, o bien como estar dentro de arenas movedizas, está conectado con la inercia característica de los Nueve. En física, la inercia se define como «la tendencia de un cuerpo a resistirse a la aceleración; la tendencia de un cuerpo inmóvil a permanecer inmóvil o la tendencia de un cuerpo en movimiento a permanecer en movimiento en una línea recta a menos que sea alterado por una fuerza externa»[21]. La inercia no es únicamente dominio de los Nueve; es fundamental para el mantenimiento de la personalidad, sea cual sea el tipo. Es la forma de conservar nuestros patrones condicionados de pensamiento, sentimiento y comportamiento; la preservación de los surcos que se encuentran impresos en el alma por las experiencias de nuestro pasado distante. Estos patrones forman el tejido de la personalidad, y la inercia que los mantiene puede experimentarse como una pesadez cuando se toma contacto con ella a través de la experiencia, aplastándonos y embotando nuestros sentidos.

En los Nueve, esta inercia suele aparecer como una gran dificultad para iniciar la acción o para cambiar de dirección, una vez se está en movimiento. Al igual que el elefante, el animal asociado al Punto Nueve, estas personas son lentas para moverse y, cuando están en movimiento, les cuesta mucho detenerse. Dicho de otro modo, una vez se ha establecido un curso de acción o se ha adquirido una rutina, estos patrones no se alteran fácilmente y los Nueve se adhieren a ellos de forma obstinada. Pueden ser enormemente testarudos, manteniéndose en sus trece y negándose a cambiar de opinión o de comportamiento. Esto se manifiesta patéticamente en la manera en que los Nueve se aferran a su sensación profunda de ser inferiores y deficientes: a menudo, ninguna evidencia de lo contrario parece capaz de desplazar esta arraigada creencia.

Su superego apoya esta sensación de deficiencia. Como muchas cosas en el mundo interior del Nueve, se trata a menudo de algo amorfo y no de una voz crítica y juzgadora claramente diferenciada. En un principio puede notarse como un tono depresivo y despreciativo, como un intento asertivo, aunque pasivo, de permanecer invisible y no ocupar mucho espacio. El superego se hará evidente en la vergüenza que siente acerca de tener necesidades y dificultades, como si no debieran existir, y por manifestar cualquier ira o agresividad. Su superego exige, de una forma vaga y no demasiado explícita, que se responsabilice de mantener el entorno feliz y seguro, y le empuja a cuidar a los demás. En la infancia, podía sentirse impulsado a simpatizar con el nuevo alumno de la clase o con aquel enfermo al que los otros dejaban de lado. A menudo esto es una forma de reducir el dolor de otro para no recordar su propia sensación de no ser amado ni merecer amor. Su superego le obliga a no molestar a nadie, a mantenerse en una posición moderada, de manera que incluso como adolescente rebelde procuraba que todos se sintieran bien con él.

Las transiciones son difíciles y amenazantes, de manera que los Nueve tienden a evitar cualquier cambio en las relaciones, el trabajo, el rumbo de la vida, etc. La característica común a todos los tipos de personalidad de aferrarse a lo conocido encuentra aquí un claro ejemplo. Les gusta la estabilidad y conservar las cosas tal como están, se resisten a los cambios y a la innovación. El mantenimiento del «Sistema» —del orden sociopolítico imperante— es el dominio de los Nueve. En general, tienden a ser conservadores y ortodoxos, políticamente y en otros aspectos, atrincherados en las tradiciones, vinculados a las costumbres y reticentes a los cambios. No quiere decir esto que los Nueve no sean nunca revolucionarios, pero cuando lo son, son muy doctrinarios, respaldando y siendo fieles a su nuevo Sistema, convirtiéndose en la práctica en conservadores radicales.

A menudo, les resulta difícil discernir cuáles son los valores que realmente apoyan, pues siguen la línea del mínimo esfuerzo para adaptarse a aquellos valores de su cultura o subcultura. Por eso, el conformismo mecánico/consideración aparece en el Punto Nueve del Eneagrama de las Mentiras, donde se muestran las formas características con que cada eneatipo renuncia a su propia verdad, y que puede consultarse en el Apéndice B. La mentira del Nueve se encuentra en ser considerado con los demás pero no consigo mismo, como ya se ha comentado, y en adaptarse de forma mecánica a las corrientes imperantes. Debido a esta tendencia, la manera de ser de los Nueve se asocia al comportamiento burocrático y robótico o a instituciones donde el movimiento se lleva a cabo con poca implicación de las personas. Para no llamar la atención, los Nueve se adaptan, aceptando el papel que se les asigna y siguiendo el programa al pie de la letra.

Se convierten en parte de una rueda y silencian cualquier chirrido desconectándose de la conciencia y ocupando su puesto sin rechistar. Insensibles a su mundo interior y atrapados en el funcionamiento del exterior sin cuestionarlo, la vida puede convertirse para un Nueve en algo institucionalizado, mecánico y robótico. Esta cualidad se refleja en el estereotipo del burócrata anónimo y sin cara, enfrascado en las normas y absorto en los papeles, empeñado en seguir el protocolo incluso cuando no tiene ningún sentido; sin que llegue a hacerse nada real o importante. El Servicio de Correos y el de Departamento de Hacienda de EE.UU. suelen considerarse lugares donde se encuentran personas de este tipo. A primera vista, esta tendencia robótica puede parecer que se contradice con la pereza y la desorganización mencionadas antes como características del Nueve. Pero en un examen más detallado, vemos que un Nueve puede tener un área de su vida en la que es exageradamente detallista y cumplidor al máximo, mientras que el resto de su vida puede encontrarse en un estado de abandono o simplemente ni existir. Cualquier cosa personal o individual puede descuidarse o despreciarse como irrelevante. Las versiones del comunismo encarnadas por la antigua Unión Soviética y por China (dos culturas asociadas con el Punto Nueve) son ejemplos de esta rutinaria forma de vivir, en la cual los valores del individuo se miden por cuán discretamente puede actuar dentro de la máquina general del estado y cómo sus deseos y opiniones personales son integrados en las necesidades de la colectividad.[22]

Mentalmente, la inercia de un Nueve se manifiesta siguiendo obstinadamente aquello que le es familiar y conocido, y en una tendencia a ser dogmático y terco en sus opiniones. Una vez instalado en el surco de una idea, su mente se vuelve cerrada y resistente a las influencias. Su pereza mental se revela en una forma de pensar y actuar rutinaria, considerando las cosas por su apariencia en vez de ser sensibles a lo sutil. También pierden la conciencia de la idea que hay detrás de la acción, del procedimiento o de una política, y simplemente funcionan de forma automática.

Anclados en sus costumbres, obstinados e inflexibles, los Nueve suelen ser percibidos por los demás como blandos, aburridos o poco dinámicos, pero su otra cara es que también se les ve como muy sólidos y firmes: fiables, implacables, persistentes y coherentes. Los Nueve, raramente volubles o explosivos, son más estables que los otros eneatipos, y da la impresión de que siempre puede contarse con ellos, y de hecho así es. Ya que su equilibrio y responsabilidad es el resultado de eliminarse a ellos mismos de las prioridades y de obtener su sentido del valor a través de la actividad externa, estas cualidades, en el mejor de los casos, aportan a un Nueve beneficios y ventajas.

Estrechamente conectada con la inercia de los Nueve, está el eludir la incomodidad. La comodidad es muy importante para ellos, e invierten gran cantidad de su tiempo y energía para sentirse emocional y físicamente cómodos. Su mecanismo de defensa de narcotización, comentado anteriormente, es un intento psicológico de estar cómodos. En su comportamiento tienden a acaparar cosas que hagan sus vidas superficialmente más agradables, devorando los catálogos de venta de artilugios que podrían hacer su vida más fácil y placentera. Camas de agua, piscinas de agua caliente, hoteles, controles remotos y jacuzzis son ejemplos del tipo de cosas que encantan a los Nueve, ya que reducen el esfuerzo físico y por tanto la incomodidad. Los aparatos y dispositivos que ofrecen comodidad forman parte de la búsqueda de distracciones característica de ellos, al igual que su típica afición por los entretenimientos, placeres, trivialidades y minucias. En definitiva, todos los entretenimientos y artilugios son maneras de distraerse de su doloroso sentido de deficiencia y de no merecer ser amados. Éste es el dolor que debe aliviarse y anestesiarse a base de diversiones y comodidades.

Como en general no hacen nada que perturbe la armonía e intentan que los demás se sientan tan confortables como a ellos les gustaría estar, suele ser muy agradable estar en su compañía, aunque al final pueden entrarte ganas de cuestionar algo o de emprender algo, y preguntarte: ¿aquí cuando pasa alguna cosa? Parecen pacíficos, tranquilos e inalterables. Son fiables, amistosos, cordiales y afables, y la mayor parte del tiempo suelen ser agradable estar con ellos. Mientras no descubras lo que está ocurriendo en realidad en su interior, te sentirás cuidado y tranquilo en su presencia. Un ejemplo de esto es Ed McMahon, que en el programa Tonight Show cumplía esta función en contraposición con el temperamento más vivaz de su colega Johnny Carson. Walter Cronkite fue durante décadas una presencia serena en los hogares americanos, informando en los telenoticias de la noche de la CBS de los turbulentos acontecimientos de los sesenta y los setenta. Hoy en día, tenemos a Rosie O’Donnell, la actriz y presentadora de televisión apodada «la reina de la simpatía» en los programas de la tarde. Aunque puede parecer que estos dos personajes se oponen a la imagen de los Nueve perezosos, es importante recordar que la indolencia de un Nueve es algo mucho más profundo que la cuestión de si llegan o no a realizar alguna tarea externa.

Lo más incómodo para los Nueve es el conflicto, y por ello lo evitan a toda costa, como vemos en el Eneagrama de las Evitaciones que se encuentra en el Apéndice B. Alterar el curso de las cosas podría ser incómodo, y por ello es algo que se rehuye al máximo. En vez de enfrentarse a los demás, apaciguan y calman. Tienen dificultades con la confrontación, especialmente cuando se trata de reclamar que no han sido vistos, considerados o escuchados, y a menudo tratarán de disuadirse a sí mismos de que se sienten ofendidos o simplemente se distraerán para no sentirse heridos en vez de arriesgarse a entrar en disputa con otros por plantear problemas. En cuanto a esto, puede recordarse el caso de Lady Bird Johnson, en contraste con su volátil marido, LBJ, un Ocho. Edith Bunker, el personaje televisivo de la serie All in the Family, desempeñaba el mismo papel apaciguador con su marido, el ofensivo e intolerante Archie, también un Ocho.

Como para ellos es tan importante mantener la paz, son buenos mediadores y pacificadores, hábiles para encontrar maneras de suavizar las cosas, lo que puede llevar a solventar los conflictos. Además de la motivación de mantener la armonía, son buenos mediadores porque pueden ver las cosas desde muchos ángulos y son capaces de entender los puntos de vista de todos. Dwight D. Eisenhower, comandante supremo de los ejércitos aliados durante la Segunda Guerra Mundial y presidente de los EE.UU. durante dos mandatos, es un ejemplo de esta cualidad de los Nueve, como puede verse en el siguiente fragmento de su biografía:

El rápido avance de Eisenhower, después de una larga carrera en el ejército pasada en una relativa oscuridad, se debió no sólo a su conocimiento de la estrategia militar y a su talento para la organización, sino también a su capacidad para persuadir, mediar y agradar. Hombres de diferentes orígenes y nacionalidades, impresionados por su cordialidad, humildad y persistente optimismo, le ofrecieron su afecto y confianza.[23]

Se dice que los Nueve tienen la percepción más objetiva de todos los tipos, capaces de dejar de lado cualquier prejuicio personal y ver claramente lo que está sucediendo. De nuevo es una sospechosa virtud, ya que está basada en su tendencia al autoolvido. Para ellos, lo difícil es saber dónde están y qué sienten, ya que su tendencia es ser sensible al exterior y no al interior. Manteniendo sus percepciones vagas y confusas —especialmente las que resultan críticas hacia los demás— garantizan que no ofenderán a nadie, pues suponen que si fuesen agudos y claros sí lo harían. Incluso aunque estén en contacto con lo que sienten y piensan, raramente exponen sus sentimientos y pensamientos ante el riesgo que representa. Psicodinámicamente, esta evitación del conflicto puede tener sus raíces en no querer molestar o enfrentarse a un progenitor desatento por temor a perder el poco amor y atención que parecen recibir. La relajada y tranquila cultura polinesia es una muestra de este aspecto del eneatipo Nueve de buscar la comodidad y evitar el conflicto.

Como se ha comentado en la Introducción, la estructura de la personalidad y los patrones de comportamiento imitan una determinada cualidad del Ser, o un estado de conciencia, que se denomina su Aspecto idealizado. Esta imitación puede considerarse como un intento del alma de manifestarse en una encarnación de la Idea Santa perdida. Como el alma ha perdido el contacto con sus raíces esenciales, esta encarnación es por fuerza una falsificación. A través de esta simulación, el alma intenta alcanzar de nuevo la Idea Santa, que en el caso del eneatipo Nueve, es la percepción de que el universo es inherente amoroso y que, al ser una manifestación suya, él es inherentemente digno de amor. La cualidad del Ser que emula el eneatipo Nueve dentro del Enfoque del Diamante se llama Vivo Amanecer. Se llama así porque eso es lo que uno siente cuando está en contacto con esta presencia particular: la luz cálida y vivificante del sol. Nos sentimos sostenidos por una dulce y agradable presencia que es totalmente amorosa, benefactora y bien dispuesta hacia nosotros. Sentimos que podemos relajarnos y soltarnos, y que seremos sostenidos y apoyados por un universo que está infundido de bondad y que es inherentemente amable y favorecedor de la vida. Ésta es la presencia amable y amorosa que impregna y mantiene toda la creación, a la cual en algunas tradiciones se llama Amor Cósmico o Divino, y que en las tradiciones teístas es lo que significa el concepto de Dios.

La simulación del Vivo Amanecer puede vislumbrarse en todos los rasgos de la personalidad del eneatipo Nueve. En general, la forma cognitiva, emocional y de comportamiento de este tipo es un intento de ser una persona amorosa, que nutre y apoya; amable y dulce de una forma que resulte discreta y modesta. Las características habituales de este tipo, la estabilidad y la solidez, la imparcialidad y la simpatía, el énfasis en la comodidad y la armonía son simulaciones en el nivel de la personalidad de esta dimensión de la realidad. Como el Vivo Amanecer es la experiencia de Ser como la tierra sobre la que uno se apoya, la actitud del Nueve en la vida de permanecer discretamente en las sombras es una parte importante de esta emulación.

La personalidad no sólo intenta imitar el Aspecto idealizado, sino que esta cualidad del Ser también es idealizada en el sentido de que parece la solución de las dificultades y deficiencias de uno. Cada eneatipo, en consecuencia, puede verse como un intento de tener el Aspecto idealizado y también como un intento de convertirse en ese Aspecto. Se buscará ese estado particular de la conciencia, bien directamente o bien a través de manifestaciones que parecen encarnarlo, ya sea en la forma de otra persona o en la forma de un objeto. Por tanto, los Nueve no sólo intentan «parecer» o adoptar la forma de una reproducción del Vivo Amanecer, sino que también creen que si fueran amados y apoyados, y si fueran tratados como una parte implícita del todo (sea lo que sea lo que ellos creen que es eso), sus problemas se resolverían. Puede parecerles que el amor y el apoyo, así como la sensación de inclusión que buscan, se encuentra en las relaciones sociales o íntimas, en tener una vida cómoda y fácil, o en los placeres y diversiones. La verdadera solución, sin embargo, no se encontrará en estas cosas, sino en atravesar la identificación con el mundo de la personalidad y volver a conectar con el mundo del Ser. Para un Nueve, esto requerirá cultivar la virtud asociada a este punto, la acción, que encontramos en el Diagrama 1 dentro del eneagrama situado en la zona del núcleo de la figura. Como se mencionó en la Introducción, la virtud no sólo se manifiesta cuanto más nos liberamos de la identificación con la personalidad, sino también es lo que se necesita para que ocurra la desidentificación. Ichazo define la virtud de la acción de esta manera:

Es el movimiento esencial sin interferencias de la mente, que surge naturalmente de la necesidad del cuerpo de funcionar en armonía con su entorno. La acción es la actitud normal de un ser en sintonía con su energía y con la energía del planeta.[24]

La acción verdadera, por tanto, basada en una auténtica armonía y en una sensibilidad tanto al exterior como al interior, necesita que un Nueve haga un cambio radical en su enfoque. Ante todo, implica hacerse consciente de lo que está ocurriendo en el interior. Significa cambiar el foco y la orientación de sus acciones e interacciones desplazándolo al origen del que surge el funcionamiento: la conciencia o el alma. Cuanto más conscientes nos hacemos del estado de nuestra alma, que es nuestra experiencia interior, y cuanto más investigamos en lo que la conforma, más transparente se hace la cáscara de la personalidad. Al final se vuelve tan fina que podemos experimentar los mundos del Ser a través de ella. Esto es pasar del sueño a la conciencia, y recordar las profundidades del interior que el Nueve ha olvidado. Esto constituye la verdadera acción, la acción que resulta esencial, en los dos sentidos de la palabra.

La acción, en el sentido que se utiliza aquí, es lo opuesto a la pasión de la indolencia. De modo que en vez de embarcarse en actividades no esenciales —hacer cosas que son distracciones o innecesarias— o no hacer nada, la acción real es la capacidad de discriminar lo que realmente se precisa hacer y hacerlo. Cuanto más libre de la identificación con la personalidad sea un Nueve, más capaz será de hacer lo que es realmente importante. Esto puede significar simplemente prestar atención a sus necesidades físicas o emocionales, o en un nivel más profundo, hacer lo que haga falta para llevar el inconsciente —que incluye el mundo esencial— a la conciencia.

El elefante, el animal asociado con este punto, como se mencionó anteriormente, es interesante a la hora de apreciar la conexión con la virtud de la acción. En la iconografía del budismo, el Bodhisattva Samantabhadra (en sánscrito) o Fugen (en japonés), que representa la práctica espiritual como compasión, está sentado sobre el trono de un elefante. Esto significa que la verdadera bondad hacia uno mismo se encuentra en la estabilidad, la solidez, la paciencia y el poder interior —como un elefante— para trabajar sobre uno mismo de una forma comprometida y decidida. Para un Nueve, este cambio de enfoque radical —desde el exterior hacia el interior— es un paso enorme y es la clave de su desarrollo. Dar este paso requiere cuestionarse algunas de sus creencias básicas sobre sí mismo, sobre todo respecto a la idea de que él no merece consideración ni atención. Para un Nueve, descuidarse de sí mismo y seguir el flujo imperante de los deseos, preferencias y acciones de la gente es una reacción automática. A través del trabajo personal, esta tendencia de ausentarse de sí y olvidarse de uno mismo surgirá de formas aún más sutiles, y será necesario que se advierta repetidas veces y uno se pregunte qué está haciendo.

Hacer este cambio interno —que en realidad es emprender una acción para invertir la inercia de la personalidad de mantener la conciencia apartada de la vida interior— requerirá enfrentarse a su tendencia a distraerse. Pueden producirse crisis interminables en su vida o exigencias incesantes en el trabajo que parecerán reclamarlo, de manera que tenga que hacer juegos malabares con un montón de asuntos y no pueda prestar atención a sí mismo. Hará falta que esté dispuesto a dejar caer todos esos asuntos que mantiene como platos en equilibrio dando vueltas sobre su cabeza, para que pueda darse a sí mismo prioridad en su conciencia. Deberá darse cuenta de que culpar a los otros y a la vida en general por sus dificultades e intentar obtener satisfacción de las cosas externas es una distracción. Tendrá que enfrentarse a su tendencia a buscar la gratificación y a buscar las respuestas fuera de sí, una tendencia que se representa como el «buscador» en el Eneagrama de las Trampas, que encontramos en el Apéndice B. Las trampas son las formas características en que cada tipo aparta su atención de lo que realmente hay. Tendrá que mirar qué es lo que ocurre dentro, en vez de mantenerse centrado en lo que ocurre fuera, por muy seductores que le parezcan todos esos juegos malabares.

El vigilante superego quiere evitar que se produzca este cambio de la atención; por lo tanto, el Nueve deberá defenderse de sus ataques para poder conservar este espacio de atención hacia el interior. Su superego quiere protegerlo a toda costa de que entre en conflicto con los demás, lo que parece un resultado inevitable si la persona presta atención a sus propios deseos, sentimientos e impulsos interiores. Le reprenderá y le dirá que sea bueno y no cause problemas, que siga el flujo externo imperante, le prevendrá de que no se dé demasiada importancia y le avisará que ocupar demasiado espacio puede ser peligroso. Para defenderse de estos ataques, su deseo de saber qué hay más allá de su cáscara de indolencia tendrá que hacerse más fuerte que su deseo de comodidad. Éste es un proceso recíproco, pues cuanto más entre en contacto con su ser esencial, más fuerza obtendrá para proteger su alma. Descubrirá que el verdadero confort se encuentra en el Ser y no en el olvido indolente de sí mismo.

Al vencer su tendencia habitual a ignorarse y descuidarse, y al defenderse de su superego, el Nueve se encontrará rápidamente con su profunda sensación de inutilidad, de no valer ni merecer amor. A mayor profundidad encontrará una sensación de que le falta algo fundamental y de que es inadecuado; el estado de deficiencia del núcleo de la personalidad. Tendrá que desentrañar, examinar e inquirir por qué cree esto sobre sí mismo y por qué esta creencia se ha convertido en la base de su sentido del ser. A medida que se permita sentir esta dolorosísima sensación de incapacidad e inferioridad, los recuerdos conceptuales y preconceptuales que dieron lugar y apoyaron estos sentimientos surgirán a la superficie y necesitarán ser digeridos. Las relaciones objetales resultantes —su sensación interior de sí mismo y de los demás— tendrán que verse en el funcionamiento externo, y estas estructuras internas deberán llevarse a la conciencia.

De forma simultánea, asumir una acción real significará conectar con su cuerpo y habitarlo totalmente. En vez de pasar por alto o quitar valor a sus sensaciones internas, tendrá que volverse sensible a ellas y prestarles atención. Al tomar un contacto profundo con su cuerpo a través de la experiencia, se presentarán todos los años en que estuvo descuidado y probablemente experimentará mucho dolor. Cuanto más habite su cuerpo y centre su atención en él, más estará en contacto y al mismo tiempo apoyando la sensación interna de valía y de merecimiento inherentes. Además, cuanta más atención preste a su cuerpo, más notará y escuchará sus emociones, y más clara y penetrante se volverá su mente. Cada vez se sentirá más vivo y más como una parte de la vida. Al final, si continúa centrando su conciencia en su interior, lo que sienta procederá totalmente de su alma.

Cuanto más presente se vuelve, más consciente se hace de su falta de contacto con su naturaleza esencial, que puede sentir como un gran agujero dentro de su alma. En cuanto se permita sentir este agujero y experimentar curiosidad acerca de él, en vez de escaparse mediante el sueño o las distracciones, descubrirá que aquello que había sentido como un vacío deficiente cambia. A la que se abra progresivamente a ello y explore como se siente realmente, la negatividad y los sentimientos de carencia se transformarán. El vacío se convertirá en espaciosidad, y con el tiempo todas las cualidades del Ser surgirán poco a poco en su conciencia a medida que prosiga en este descenso. Durante mucho tiempo, le parecerá que el Ser viene y va, hasta que se alcance una especie de masa crítica en su alma, y su identidad cambiará de la personalidad al Ser. Sentirá a éste como el fundamento de su experiencia, y se dará cuenta de que era él mismo y no el Ser quien que iba y venía, adquiriendo y perdiendo la conciencia de lo que siempre estuvo allí.

Al final, la cáscara de su personalidad se hará más y más transparente al Ser, y cuando esto ocurra, descubrirá que está experimentando, encarnando y manifestando la cualidad del Ser que había intentado imitar, con el Vivo Amanecer. Su experiencia interna cambiará poco a poco desde su sentido de deficiencia, falta de amor, inutilidad e insignificancia a un sentimiento de estar apoyado y cuidado por un universo benefactor, lleno de amor y bondades, y de ser inseparable de él. Cuando esto ocurra, al fin sabrá totalmente que en verdad él es la manifestación y la encarnación del amor Divino.