Capítulo 10
Eneatipo 7: Ego-Planificación

Los Siete son entusiastas, animados, optimistas, curiosos, interesados en todo, jóvenes de espíritu y vanguardistas; dan la impresión de estar siempre un paso más allá de ellos mismos. Aunque aparentemente son más despreocupados y positivos que los otros tipos, los Siete utilizan estas mismas cualidades como su mayor defensa. Necesitan el estímulo de nuevas ideas, experiencias, entretenimientos y otras ocupaciones, y se aburren y se sienten insatisfechos rápidamente cuando las cosas se vuelven repetitivas. Al carecer de la confianza interior en el desarrollo natural de las cosas, creen que tienen que deducir cómo funcionan éstas, trazar un plan que refleje a donde se dirigen e intentar que las cosas se adapten a ese plan. Como esta tendencia a proyectar y planificar es tan esencial para este tipo, se le ha llamado Ego-Planificación. Los Siete valoran ser capaces de captar una imagen general de la situación, y una vez se han forjado la idea, les importan poco los detalles. Les gusta sintetizar la información, deduciendo las relaciones existentes y cómo encaja todo. Inclinados hacia los esquemas generales sobre el funcionamiento de las cosas, con frecuencia se quedan tan atrapados en la representación que pierden de vista el territorio real. Una vez se dan cuenta de cual es el objetivo, tienen poca paciencia para hacer el trabajo real que hace falta para llegar hasta allí, En consecuencia, los Siete tienen la tendencia a ser diletantes y a abandonar cuando el camino se pone difícil y se precisa perseverancia. Además, como pueden imaginar la meta y confundir lo que visualizan con la realidad, se censuran por no estar ya allí.
Sobre todo, los Siete se esfuerzan por sentirse bien respecto a todo, y esto es parte de la razón por la que para ellos es difícil aterrizar completamente en su experiencia. Al ser eternamente idealistas, se centran en lo positivo, seguros de que se encuentra a la vuelta de la esquina. Tienden a ser tolerantes y de mentalidad abierta, y pueden llegar a volverse bastante rígidos en su exigencia de que los demás deberían ser así también.
Estos rasgos de la personalidad del Siete derivan de la pérdida de su visión privilegiada de la realidad, la Idea Santa. Hay tres nombres para la perspectiva iluminada asociada con el Punto Siete: el Trabajo Santo, el Plan Santo y la Sabiduría Santa. Como las Ideas Santas de los Puntos Dos y Tres, especialmente la Voluntad Santa y la Ley Santa, respectivamente, el énfasis está puesto aquí en el aspecto dinámico del Ser: la dimensión de ser responsable de toda manifestación. La Ley Santa se concentra en el hecho de este incesante desarrollo: la realidad de que el universo es un solo organismo completo que se mueve y cambia y que cada uno de sus cambios personales es parte de su evolución continua. La Voluntad Santa se centra en la fuerza y en la direccionalidad que hay detrás del dinamismo del universo. El foco de la Idea Santa del Punto Siete es la naturaleza de este dinamismo, el significado del tiempo en relación con él y la manera de vivir la vida y perseguir la realización personal estando en sintonía con las características de este movimiento del Ser. La Sabiduría Santa, nos dice Almaas, es la sabiduría de vivir sin ego, que sólo puede alcanzarse a través de experimentar directamente las percepciones de la realidad indicadas por el Trabajo Santo y el Plan Santo.
El Trabajo Santo es la percepción de que toda manifestación, desde las dimensiones más sutilmente espirituales hasta el mundo físico, es la obra del Ser, y por tanto el Trabajo Santo de Dios. Una manera menos antropomórfica y realista de expresar esto es que toda la creación es el fluir del Ser: su manifestación y su encarnación. Cuando exploramos la Verdad Santa, la Idea Santa del Punto Ocho, vemos que la percepción iluminada allí es que toda la realidad es el Ser puro, cuya característica esencial es la presencia. La materialidad y la realidad de esta presencia sólo puede percibirse estando totalmente presentes, habitando por completo nuestra conciencia y experimentándonos en el ahora. Cuando nuestra conciencia está velada por nuestros pensamientos sobre el pasado o sobre el futuro o cuando nos experimentamos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea a través de un filtro de estructuras mentales, no podemos apreciar la presencia que somos. Pero libres de estas construcciones, nuestras almas son tocadas y afectadas por la presencia de nuestra Naturaleza Verdadera, y vemos que una de sus características es su capacidad de estar en el ahora. La propia sustancia del Ser es la inmediatez. Cuando estamos totalmente presentes, también vemos que esta presencia no está estática sino que cambia, que este movimiento da lugar a nuestra noción del tiempo. El tiempo es la forma en la que medimos el cambio, y es un concepto que sólo tiene sentido si estamos un poco distanciados de morar totalmente en el momento presente. Cuando estamos totalmente aquí en el ahora, el tiempo parece detenerse. Tenemos la sensación de que nos salimos del tiempo. Nos experimentamos en el eterno ahora, en el cual tienen lugar los cambios y el movimiento. Muchos de nosotros hemos sentido esto en momentos cumbres, que pueden producirse a través del contacto con otra persona, por una crisis física como un accidente de coche o un incendio o en una experiencia espiritual profunda. Nuestra habitual orientación en el tiempo se interrumpe, y nos sentimos viviendo en un mundo en el cual ese concepto es irrelevante.
De modo que dentro del ahora, el Ser se desarrolla, y éste es el desarrollo de nuestro universo. Todos los cambios tienen lugar en el presente, y este cambio es el continuo surgir de formas que no obstante siguen siendo fundamentalmente el Ser. Como dice Almaas: «El universo completo es como una fuente, siempre desarrollándose, siempre manando en diferentes formas, pero siempre agua, es decir, siempre Ser o presencia»[88]. Un paso más allá en esta comprensión es que este flujo de presencia que es el universo es un constante surgir, un acto continuo de creación. La creación del universo, por tanto, no ocurrió en algún momento de un pasado distante, pues el tiempo no es importante a este nivel. La creación es un continuo; el universo está siendo constantemente creado en la inmediatez del ahora. Lo que existió hace un momento ya no existe. El mundo está originándose de nuevo interminablemente: «El agua que brota de una fuente en un momento no es la misma agua que brota de ella en el momento siguiente»[89]. Ésta es una percepción muy profunda, que puede no tener ningún sentido a primera vista, pero la menciono porque puede volverse relevante en algún momento del desarrollo personal. El movimiento y el cambio tienen lugar en este eterno ahora, en esta infinidad de presencia, y esto constituye el desarrollo del Ser. Morar en este flujo del Ser es morar en el «tiempo real», y esto nos lleva a la principal implicación de esta comprensión del Trabajo Santo, que es que el trabajo real constituye el esfuerzo de hacernos conscientes de nuestra Naturaleza Verdadera como Ser. Éste es el trabajo más santo con el que un ser humano se puede comprometer. Por esta razón Gurdjieff llamó al desarrolló espiritual «el Trabajo». Este trabajo de transformación real tiene lugar cuando vivimos en el tiempo real, que es otra forma de decir cuando estamos presentes, existiendo totalmente en el ahora. Gurdlieff tituló uno de sus libros La vida es real sólo cuando yo Soy, y como dice Almaas, la edad real de una persona se mide por cuánto tiempo ha pasado en el tiempo real, pues esto indica la madurez de su alma.
El Plan Santo es la percepción de que este desarrollo de la realidad no es arbitrario ni caótico, sino que sigue un detallado programa cósmico. El universo tiene una inteligencia fundamental, y por tanto sus movimientos reflejan eso. Las leyes naturales y el orden están trabajando, y todo lo que ocurre y llega a la existencia es el resultado del trabajo de esta inteligencia. La palabra «plan» no se utiliza aquí en el sentido de que las cosas sean planificadas, preordenadas o predeterminadas, sino en el sentido de que hay un diseño significativo y una pauta de cómo se desarrollan las cosas. Nuestro código o plan genético, por ejemplo, está en nuestro ADN, de modo que cuando se unen un espermatozoide y un óvulo humanos, se desarrolla un embrión que con el tiempo llegará a convertirse en un niño humano, en vez de en un árbol o una araña. De igual forma, es posible proyectar las etapas de desarrollo psicológico, perceptivo y físico de un humano debido al orden o plan inherente a nuestro desarrollo. Y es posible trazar mapas generales del desarrollo espiritual y prever que ciertos tipos de prácticas conducirán a ciertos resultados. Por ejemplo, si meditamos centrándonos en un punto o en la respiración, nuestra conciencia desarrollará más concentración. Si sentimos, con constancia, nuestro cuerpo, nos sentiremos más integrados y presentes.
Estamos reconociendo este orden natural cuando vemos que si nos comportamos de manera dañina o con odio hacia los demás, probablemente no les gustaremos y tenderán a evitarnos. O cuando advertimos que nuestro corazón se abre a otro, sentimos la presencia del amor y la compasión en nuestra conciencia, y nuestra relación con esa persona la sentimos como armoniosa. Obviamente, la manera en que ocurren las cosas y se desarrolla toda la realidad no es accidental. Sigue y revela una lógica y una inteligencia que no son lineales.
La manera en que nuestras almas y el resto de la realidad trabajan nunca puede predecirse o presuponerse totalmente debido a la naturaleza de esta inteligencia que opera dentro de ellas. La inteligencia del universo está viva y responde a sus circunstancias cambiantes. Como microcosmos del universo, todos los organismos comparten inherentemente esta inteligencia vital. Las especies se adaptan, por ejemplo, de maneras que no tienen necesariamente un sentido lineal, pero estas adaptaciones tienen una especie de lógica orgánica en ellas cuyo funcionamiento es ayudar a que las especies sobrevivan. Es posible que muchos de los misterios de nuestro mundo nunca sean totalmente entendidos por la ciencia. Las paradojas aparentes se revelan cuanto más profundamente entendemos la física de la materia, como por ejemplo, cuando vemos que la luz es tanto ondas como partículas. O, en el nivel de las acciones humanas, cuando ocurre algo, como una enfermedad fatal o una muerte, que inicialmente consideramos algo malo, y al cabo de los años podemos reconocer un hecho positivo que no habría sido posible sin que hubiese ocurrido esa cosa aparentemente negativa. Como lo Absoluto, a partir de lo cual surge toda la realidad, y que también se denomina Misterio, pues nunca puede ser totalmente entendido por la mente, también el funcionamiento de las cosas probablemente evadirá siempre las formulaciones precisas.
De modo que estamos viendo que hay un orden natural en la manera en que ocurren las cosas en el universo y que este orden no puede entenderse, predecirse o representarse de forma definitiva. También hemos visto cómo todo cambio es el desarrollo del Ser, el cual, debido a que el Ser es presencia, tiene lugar como una sucesión de momentos del presente, y que el mundo que habitamos y nosotros mismos formamos parte de una creación que surge constantemente en cada momento. Estas percepciones nos llevan a la Sabiduría Santa y a la pregunta de qué significa vivir sabiamente.
Hay muchas implicaciones contenidas en la comprensión del Trabajo Santo y del Plan Santo en lo que respecta a cómo podemos concebir y orientar nuestras vidas. La primera surge de la comprensión de que el Ser, cuya característica principal es la presencia, sólo puede experimentarse estando en sintonía con esa característica, es decir, estando presente. De modo que si tenemos que contactar con nuestra naturaleza esencial, con las profundidades de nuestro interior, sólo podemos hacerlo estando totalmente presentes en cada momento de nuestras vidas. La segunda es que la cantidad de tiempo que pasamos en el Ser —en el tiempo real— contribuye a la maduración de nuestras almas. Como el Ser es un surgir constante, todo conocimiento previo, incluso los recuerdos de experiencias esenciales del pasado, deben abandonarse para que esta maduración tenga lugar. Debido a que nuestras almas siguen un desarrollo orgánico, no podemos planear nuestra evolución ni predecir dónde vamos. El desarrollo de nuestra alma debe ser acogido tal como es, como un misterio dispuesto a revelarse constantemente. Este desarrollo será bloqueado si intentamos pensar nuestro papel en él, planeándolo y programándolo según la información que tenemos de las diversas dimensiones y estados del Ser. Si creemos que sabemos a donde nos dirigimos y cuánto tardaremos en llegar allí, el verdadero desarrollo no podrá tener lugar. Si intentamos que nuestro proceso se adapte a un programa detallado sobre el desarrollo interior, perderá su vitalidad y su inmediatez, y la inteligencia de nuestras almas no podrá conducirnos a nuestras profundidades. El Plan Santo de cada una de nuestras almas sólo puede revelarse y realizarse estando continuamente presente y abierto a sus revelaciones. Estos son, por tanto, algunos de los matices de la Sabiduría Santa.
Cuando un eneatipo Siete pierde el contacto con su naturaleza esencial a través de las vicisitudes de su primer entorno sustentador, también pierde la posibilidad de percibir la realidad a través de esta Idea Santa. Como se hace evidente cuando madura un Siete, lo que se pierde es el contacto con la presencia del Ser y la confianza en las leyes naturales de Su desarrollo. En ausencia del contacto con el Ser, en el alma de un Siete queda una sensación profunda de desorientación. Tal como lo describe Almaas:
La pérdida de orientación que es la condición del ego se debe a la ausencia de un sustento adecuado en la infancia, lo que interrumpe la continuidad del Ser. Cuando somos niños, simplemente somos y este Ser nuestro se está desarrollando. Cuando el entorno sustentador no existe o es inadecuado, uno siente una pérdida del apoyo; y entonces este Ser continúa, pero desconectado de Su desarrollo. Cuando la continuidad de tu Ser como niño se interrumpe, si experimentas esta pérdida a través de la sensibilidad de esta Idea Santa tienes la sensación de estar perdido. Aquí, la pérdida de apoyo es equivalente a la pérdida del conocimiento del Trabajo Santo, de que la realidad se desarrolla de una manera que sustenta tu presencia y desarrollo.[90]
Un Siete siente que ha perdido su lugar en el amplio diseño del desarrollo del universo, y cuando madura, pierde aún más la confianza en la capacidad de su alma para desarrollarse de forma natural. Con esta carencia, le parece que la realidad no le apoya para que desarrolle y realice su potencial de forma natural. Su solución es conducir él mismo los asuntos e intentar descubrir cómo funcionan las cosas —cuál es el plan— y tratar que su proceso encaje en él. Por tanto, proyectar y planificar de cara al futuro es la imitación que hace su personalidad del Plan Santo, que utiliza como un sustituto de la implicación total en el presente. De ahí, como se ha mencionado antes, el nombre que Ichazo dio a este tipo Ego-Planificación. Esta orientación forma una fijación, su visión cognitiva fijada en él mismo y en la vida, como vemos en el Eneagrama de las Fijaciones, en el Diagrama 2.
Desde luego, sólo mucho después de la primera infancia empieza a manifestarse esta tendencia a planear y esta orientación futura, y a ello volveremos más tarde. Centrándonos en su primera infancia, a través del filtro de la sensibilidad de su idea Santa, la experiencia del Siete se convierte en la del paraíso perdido. Puede ser que nunca haya experimentado realmente la dicha en los primeros meses con su madre o que hubiera un período de contacto satisfactorio y sustentador, que por alguna razón fue interrumpido más tarde. Si hubo un período inicial de intimidad, circunstancias como la vuelta al trabajo de la madre, una enfermedad, el nacimiento de un nuevo hijo o un cambio repentino en la situación económica de la familia pueden haberlo interrumpido. Si no hubo tal período, es probable que su alma inconscientemente intuyera lo que podía haber existido y por tanto lo que faltaba. En cualquier caso, lo que queda en el alma de un Siete es la huella de la pérdida del pecho de la madre —ya sea real o metafórica— y por tanto, la pérdida de su fuente de nutrición, amor, calor y seguridad, como si hubiera perdido la propia savia de la vida.
Esta sensación de que la fuente de la vida se seca y desaparece crea en él un territorio interior desolado que se siente insoportable. Como en el caso de los Cinco, este estado nucleico de deficiencia se siente seco, árido y vacío, un territorio yermo desprovisto de vida. El vacío, la aridez y la ausencia de vida en cualquier forma que asuman, ya sea física, emocional o mental, se convierten en la primera cosa que evita, pues le recuerdan la pérdida inicial de su madre y, a través de ella, del Ser. Toda su personalidad se organiza para evitar este dolor seco. El dolor que se ve en el Punto Siete del Eneagrama de las Evitaciones, en el Diagrama 10, es esta sensación nucleica de esterilidad y desconexión del dinamismo de la vida, que constituye el dolor más profundo de un Siete y que su personalidad intenta no experimentar.
Para evitar este desierto interior, imagina un oasis, creándolo en su mente y trazando un plan para llegar hasta él, un oasis que sabe que está en alguna parte, donde imagina que le aguarda una exuberancia de calidez y emoción. La planificación y la realización de proyectos, sus principales preocupaciones, pueden considerarse desde este punto de vista como intentos, aunque sean inconscientes, de trazar un plan para conectarse de nuevo con el Ser, la fuente de la verdadera satisfacción. Su orientación, por tanto, es hacia un futuro que existe principalmente en su imaginación, una utopía en la cual todos sus deseos serán satisfechos. Concebir e imaginar lo que es posible es un sustituto a enfrentarse al presente y a estar en él. Su mentira, por tanto, su manera de hacer frente a la realidad, es la falsa imaginación, como se ve en el Eneagrama de las Mentiras, en el Diagrama 12. La realidad nunca se adapta a su plan o a su sensación imaginada de cómo es la realización, y por tanto siempre está decepcionado.
En su esfuerzo por evitar su dolor nucleico de sequedad y carencia, los Siete fomentan el sentirse bien con todo. A todo le dan una visión positiva, mirando el lado brillante de las cosas y evitando ver el lado oscuro. La mirada interna está dirigida de forma decisiva y tenaz a ver las cosas con optimismo, pues ver las cosas en su totalidad les amenaza con hacer surgir la desolación evitada y la sensación de estar inevitablemente desconectados del flujo de la vida. En algunos casos, esta tendencia a ser positivo fue apoyada en la primera infancia al recibir la aprobación cuando se mostraba feliz y positivo, mientras que cuando mostraba dolor o temor provocaba la desaprobación o incluso era abandonado por figuras paternas que tenían poca empatía hacia él.
Al mostrarse a los demás, esta orientación se manifiesta como un sonreír compulsivo, que a menudo es una forma de tapar el dolor y la hostilidad. Los Siete parecen alegres y festivos, animados y seguros, despreocupados y llenos de esperanza. Tienden a tener caras redondas y con aspecto saludable, con un destello brillante en sus ojos y un caminar airoso. Parecen llenos de energía y entusiastas, mirando hacia el futuro y deseosos de afrontarlo.
Para un Siete, mirar la vida desde una visión puramente positiva es un intento de apoyarse a sí mismo y lograr la sensación interna de seguridad que le falta. En este idealismo, vemos la estrategia del Siete para tratar con su miedo. Al igual que los eneatipos Cinco y Seis, es un eneatipo del miedo, aunque a primera vista puede parecer seguro de sí mismo y despreocupado. Sólo cuando empezamos a advertir que hay una necesidad defensiva y compulsiva de estar tan animado nos damos cuenta de que la confianza del Siete es una manera de enmascarar su miedo. Como en los otros tipos del miedo, el mundo es un lugar aterrador y amenazador, y no siente que exista un universo que lo ame y lo apoye. Como un niño que debe creer en Papá Noel o en el hada buena como una forma de evitar las ásperas y dolorosas realidades de la vida, se aferra a lo positivo en un intento de reestructurar la fuente de su miedo y así privarlo de su poder. Por eso el idealismo es su trampa, como vemos en el Diagrama 9.
Evidentemente se necesita mucha racionalidad y justificación para dar a todo una visión positiva, y los Siete son los maestros en explicar las cosas de maneras que todo parezca perfecto. Experimentar algo como imperfecto es peligroso, pues les amenaza con hacer surgir su enterrado dolor interno, y por ello cualquier cosa que pueda parecer dolorosa o aterradora es apartada por medio del razonamiento. Su mente, por tanto, se vuelve una herramienta defensiva. Se aparta de su corazón herido y vive en un mundo animado principalmente por sus ideas e imágenes de él. Estar totalmente anclado en su cuerpo y experimentar la gama completa de emociones, no sólo las positivas, es una propuesta aterradora, y por tanto él crea y habita un mundo interior feliz, excitante y prometedor que es en gran parte una construcción mental. De la realidad extrae pequeños fragmentos para que apoyen su mundo interior de fantasía, y el resto es desechada. En vez de morar totalmente en su alma, se relaciona con ella a través de su mente, y por tanto ésta se convierte en una abstracción, simbólica en vez de real. Por esta razón, la autosimbolización aparece en el Punto Siete del Eneagrama de las Acciones contra el yo, en el Diagrama 11. Su imagen mental de sí mismo reemplaza su experiencia del alma.
La ira y la agresividad, al igual que el vacío, el dolor y el miedo, no son emociones aceptables para que un Siete las sienta o las exprese. Estas emociones negativas amenazan con superar a las positivas: si siente rabia, sus sentimientos de amor y conexión podrían desaparecer, y también podría apartar a demás. Esto a su vez amenaza con traer a la conciencia la distancia que sintió de la madre y que actualmente siente del Ser, y por tanto es algo aterrador que debe evitarse. Para disolver el riesgo potencial que los sentimientos negativos representan para él, los explica y trata de disuadirse de ellos. Lo negativo recibe un vuelco positivo. Del mismo modo utiliza su encanto para disolver la agresividad de los otros, halagándolos y seduciéndolos para que se sientan de nuevo bien con él. También le resulta difícil tolerar que otra persona experimente sentimientos como la desesperación, la depresión, el dolor y la tristeza. A esto también tiene que darle un giro positivo, y se propone convencer al otro de que no hay mal que por bien no venga. De modo que en sus relaciones, intenta que todas las cosas se mantengan alegres y agradables, tendiendo a evitar un contacto profundo. Pero sus sentimientos negativos no desaparecen. Constantemente debe distraerse de ellos. Su rabia es canalizada por su superego, que se convierte en alguien justo y bueno que da consejos y ayuda, criticando de forma constructiva, para su propio bien y el de los demás, de manera muy semejante al Uno. De este modo, la agresividad de un Siete se convierte en algo positivo en su mente, pues al conducirla a través de su superego protege y apoya su sensación de actuar bien y por tanto de estar bien.
Una de las dinámicas internas esenciales del Siete es que su superego le exige que adopte y encarne ya el ideal personal de su ego, sea cual sea. El ideal de su ego coincidirá con el objetivo de su plan interno dominante, que por ejemplo, puede definir el camino hacia la salud psicológica de acuerdo con una escuela determinada de pensamiento o puede proyectar un camino espiritual particular cuyo objetivo sea un estado de conciencia determinado. El ideal de su ego podría ser el éxito imaginado de un tipo determinado de industria en la que trabaje o un estilo de vida hacia el que aspira. Si puede imaginar el objetivo, su superego espera que ya esté allí, y le censura con sus juicios por no haberlo alcanzado ya.
Esto a su vez conduce a la desesperanza y a sentir que no tiene ningún sentido trabajar hacia el objetivo, y por eso se escapa buscando el placer. Como un perpetuo adolescente, tiene poca paciencia para los procesos que requieren tiempo y esfuerzo, deseando estar allí ayer, y por lo tanto tiene dificultades con los compromisos a largo plazo y los trabajos poco interesantes que se encuentran en las trincheras de la vida. Es un eterno joven, un puer aeternus, como denominan los junguianos a esta orientación, viviendo en sueños gloriosos de lo que traerá el mañana y negándose a crecer. Detrás de esta tendencia está el miedo a decepcionar, especialmente a sí mismo.
Los mecanismos que emplea para mantenerse lejos y protegido del miedo y el dolor son diversos. En un principio, Naranjo habló sólo de la sublimación como mecanismo de defensa del Siete, pero en sus escritos recientes también incluye la racionalización y la idealización. La intelectualización, que él no incluye, también es otro mecanismo de defensa que a mí me parece incluso más fundamental que los otros. Podemos ver por qué este mecanismo es tan importante para los eneatipos Siete en la siguiente definición de intelectualización:
La conexión psicológica del impulso instintivo con las actividades intelectuales, especialmente para ejercer control sobre la ansiedad y reducir la tensión. Este mecanismo se produce típicamente en la adolescencia y un ejemplo de él son las discusiones abstractas y las especulaciones sobre temas filosóficos y religiosos que tienden a evitar sensaciones corporales concretas o ideas o sentimientos conflictivos.[91]
La racionalización, que he mencionado antes, se define como «un proceso por el cual un individuo emplea explicaciones conscientes subjetivamente “razonables” para justificar ciertas acciones o actitudes, mientras que inconscientemente esconde otras motivaciones no aceptables»[92].
La sublimación es una defensa por la cual la energía del impulso instintivo se canaliza y se transforma en formas socialmente aceptables. La sexualidad pura se transforma en expresión artística, por ejemplo, y la agresividad se transforma en respuestas agudas e ingeniosas. Como dice Naranjo, la sublimación es el proceso por el cual un Siete «se vuelve ciego a su necesidad y a su instinto, permaneciendo sólo consciente de su motivación altruista y generosa»[93]. Continúa diciendo que esto también explica la proclividad del Siete a la fantasía y a la planificación, pues sus verdaderos objetivos impulsivos se pierden en esta transformación.
La idealización ciertamente ocupa un lugar en el modus operandi de un Siete, aunque no tanto, como sugiere Naranjo, como una función del narcisismo por la cual el yo o lo otros se mantienen dentro de una exagerada estimación. Tal como yo lo veo, el narcisismo no es esencial para este eneatipo en concreto, y tampoco lo es la idealización en el sentido estricto en que se utiliza clínicamente. Cualquier eneatipo puede tener una tendencia narcisista, del mismo modo que cualquier tipo puede tener una inclinación predominantemente esquizoide o de trastorno límite de la personalidad, no importa lo sano que parezca su ego. Los que tienen tendencias esquizoides suelen ser tímidos y reservados, y tienden a aislarse del contacto íntimo mediante límites distanciadores. Los que tienen tendencias de trastorno límite de la personalidad se siente amorfos e indiferenciados, tienen dificultades en establecer límites y suelen derrumbarse bajo presión. Mientras que los primeros pueden parecer del estilo Cinco y los últimos del Nueve, cualquier persona de cualquier eneatipo puede tener estas orientaciones estructurales. La idealización en los Siete aparece más globalmente, como una predisposición a ver las cosas con una luz positiva y a ser idealistas y optimistas sobre el mundo y la vida en general.
Con esta tendencia a utilizar su intelecto como su principal defensa, el Siete vive principalmente desde su mente en vez de desde sus emociones o de su experiencia directa. Su mente está incesantemente activa, como un ejemplo de lo que los budistas llaman «la mente del mono» —la mente en constante actividad, saltando de una rama a otra, podríamos decir—, muy por encima de la tierra. El mono, muy acertadamente, es el animal asociado con el Punto Siete.
Para él la cognición reemplaza a la acción en gran medida, y constantemente está generando ideas y planes. Estas ideas y planes superan con mucho cualquier manifestación concreta. Por cada cosa que realiza realmente, hay infinidad de otros planes y otras opciones que continúan en su mente. Temeroso de la realidad, encuentra su mundo intelectual mucho más seguro. Si algo no funciona, hay siempre otros planes de contingencia, y siempre es mejor pensarlos y hablar de ellos que correr el riesgo de que algo no funcione aceptablemente.
Hemos visto como la planificación y la elaboración de proyectos son el resultado de la pérdida de una sensación del desarrollo natural del universo del cual él forma parte, una pérdida de la percepción del Trabajo Santo y de que, en respuesta a su desorientación respecto a lo que debe hacer como resultado de esta pérdida, cree que puede y debe planificar y dirigir su vida y su desarrollo. Para la mayoría nosotros, esto también puede aplicarse. Hay que dar un gran salto para llegar a contemplar, sin intentar dirigirlas, nuestras vidas, armonizándonos con el desarrollo natural del Trabajo Santo, y por tanto, puede ser difícil darse cuenta de la falacia de la orientación de un Siete. Quizá se entenderá mejor si consideramos la manera en que suele funcionar un Siete en lo que respecta a su desarrollo personal.
En primer lugar intenta entender el plan del modelo psicológico o espiritual con el que está trabajando, y se hace una idea del lugar hacia donde se dirige de acuerdo con este plan. Después se imagina qué problemas necesita enfrentar y qué estados de conciencia necesita provocar y cuándo y en qué orden, e intenta que esto se produzca dentro de su conciencia. Obviamente no será posible ninguna transformación real pues tal «desarrollo» surge de una construcción mental y no está en sintonía con la manera en que se desarrolla el alma, que sigue una pauta interna única e inherente a ella. Esta pauta no puede preverse ni forzarse para que se adapte a nuestras ideas de cómo debe ser o de cuándo deben tener lugar los cambios. La verdadera transformación es sólo posible a través de la sintonía con las leyes del Ser y no con las de nuestra personalidad.
El mundo del intelecto se vuelve tan real para los Siete que dentro de él las batallas se pierden y se ganan, aunque sólo sea en su imaginación. Les encanta teorizar y generalizar; les fascinan las palabras, los símbolos y las analogías; y hablan sobre las cosas en vez de experimentarlas totalmente. A menudo acaban confundiendo el mapa con el territorio, y los aspectos interesantes del los símbolos del mapa con frecuencia llegan a reemplazar lo que representan. Por ejemplo, al estudiar el eneagrama, un Siete puede enfrascarse tanto en la teoría y en las posibles interconexiones que se olvida de la experiencia real vivida de cada tipo. O también, un Siete puede convertirse en un comentarista espiritual, criticando el trabajo de otros y midiéndolo con su mapa mental de estados de conciencia y de desarrollo espiritual, y al hacer esto, pierde de vista el modo en que las cosas se desarrollan realmente en la experiencia, buscando al mismo tiempo una salida para su agresividad y su hostilidad.
Su dominio es el debate intelectual en el cual la propia charla se convierte en la actividad, por ejemplo, en los discursos talmúdicos sobre las muchas posibles interpretaciones y matices de las palabras y las frases bíblicas. Para él las palabras son tan reales como la acción, y muy frecuentemente la reemplazan. En relación con esto, muchas veces se describe a los Siete como parlanchines, bocazas, personas que dicen mucho y hacen poco.
A diferencia de los Uno, que podrían asemejarse con los gramáticos, los Sietes son los estudiosos perpetuos, ansiosos de acumular aún más información. Les encanta establecer similitudes entre los conceptos, sintetizar datos y generar un gran esquema sistematizado de cosas. Aquí puede recordarse el trabajo de Joseph Campbell, o el de Carl Jung, el gran psicólogo que se centró en el mundo arquetípico y en los símbolos que lo representan.
Por su gran habilidad para entretejer la realidad y convertirla en la historia a la que desea que se adapte, es un gran narrador, con frecuencia muy entretenido y divertido. Le encanta hablar y le encanta ser el centro de atención, dando vida a sus cuentos con la ayuda de la energía del grupo. El cómico Robin Williams es un excelente ejemplo de esta capacidad de hablar sobre cualquier cosa y convertirla en algo enormemente entretenido y chistoso. Por otro lado, los Siete también pueden ser embaucadores, siendo capaces de encantarte y persuadirte para convencerte de que algo bastante común y mundano es tu pasaporte para la felicidad. Por esta razón, y también por su tendencia a convertirse al instante en expertos en cosas de las que saben poco, el nombre original que Ichazo dio a este tipo fue el de Ego-Charlatán.
Los Siete son proclives a asistir a un taller y volver dispuestos a dar un curso completo sobre el tema, o a tomar un pedazo de información y ampliarlo hasta convertirlo en todo un discurso. Algunos Siete son diletantes, como se ha mencionado antes, saben muy poco sobre las cosas y raramente se quedan con algo el tiempo suficiente como para dominarlo del todo. Para este tipo de Siete, parte de la dificultad estriba en cuando las cosas dejan de ser excitantes y tienen que abordar el trabajo tedioso que se necesita para la maestría en cualquier materia, se aburren y pierden el interés. La otra razón por la que tienden a permanecer en la superficie de las cosas es que profundizar más es una amenaza de que se pongan en evidencia sus límites personales y sus dificultades, y esto a su vez amenaza su sensación de no ser aptos. Otros Siete sí que se implican profundamente en una cosa, como dominar un instrumento musical o convertirse en un experto programador informático, pero además tienen muchos otros intereses. No quieren quedarse anclados a esta única cosa ni ser definidos por ella, pues con su falta de fe en cómo funcionan las cosas, algo podría ir mal y ellos estarían atrapados.
En el camino espiritual, esta tendencia a deslizarse sobre la superficie y tener en mente una alternativa cuando las cosas se ponen duras es especialmente problemática, y muchos Siete abandonan justo cuando el sufrimiento y la sensación de deficiencia empieza a salir a la superficie. Hasta este punto, tienden a ir hacia la iluminación por el camino más rápido y suelen sentirse especialmente atraídos por los caminos que enfatizan la trascendencia más que la transformación y que prometen una realización rápida con poco trabajo: recibir la iluminación a través de la transmisión directa de un gurú, recitar afirmaciones, visualizar cómo quieres que sea tu vida, cursillos de fin de semana que prometen la iluminación, y cosas semejantes.
A los Siete les encanta ser pozos de conocimiento y fuentes de información, y en esto vemos la imitación que hace la personalidad de la Sabiduría Santa. Muchos Siete tienen una sensación de superioridad intelectual y les encanta hacer gala de cuánto saben. De modo que además de ser perpetuos estudiantes, también les gusta educar y enseñar a los demás, exhibiendo su riqueza de información. En este aspecto pueden ser maternales y paternales, generosos y magnánimos dando consejos y apoyo, pero debajo de esta apariencia de calor y cariñosa benevolencia hay una sensación de búsqueda de atención y un sentimiento de sequedad y distancia emocional.
Como comentario colateral, la curiosa mezcla que se da en el Siete de sequedad y frialdad emocional, de crítica y frugalidad, junto con la permisividad, la magnanimidad, el firme individualismo y una actitud de «vive y deja vivir» está representada en la cultura holandesa. Amsterdam, la capital del Holanda, con su aire pacífico y la legalidad de las drogas y la prostitución constituye la Meca de los hedonistas y los que quieren evadirse, mientras que la aplicación de estos placeres está en realidad gobernada por estrictas normas.
A los Siete les encanta influir y ser muy persuasivos respecto a su punto de vista. Al fin y al cabo se han persuadido a ellos mismos de que la vida no es tan aterradora y de que ellos en realidad no sufren. Si pueden también influir en otros y convencerlos de su conocimiento y maestría, esto apoyará sus intentos de estar bien y atajar el miedo. El aspecto más manipulador e interesado de su capacidad persuasiva está claro en la siguiente cita de Naranjo:
Por supuesto, un charlatán es alguien que es capaz de persuadir a los demás de la utilidad de lo que vende. Sin embargo, más allá de la actividad intelectual de la explicación, que puede llegar a ser un vicio narcisista en el eneatipo 7, la persuasión se apoya en la creencia de su propia sabiduría, superioridad, respetabilidad y bondad de intenciones…
Las cualidades de ser un persuasor y una fuente de conocimiento suelen encontrar expresión en el eneatipo 7 en el hecho de convertirse a veces en consejeros en un ámbito profesional. A los charlatanes les gusta influir en los demás mediante el consejo. En la charlatanería podemos ver no sólo una satisfacción narcisista y la expresión de ser útiles, sino también un interés de manipular a través de las palabras: «poniendo trampas» a la gente y haciendo que lleven a cabo los proyectos del persuasor.[94]
Por otra parte, por muy persuasivos que lleguen a ser para convencer a los demás de su conocimiento y habilidades, como confían principalmente en el conocimiento mental más que en el conocimiento vivido, nunca se sienten totalmente seguros. Por definición, los intentos del Siete por emular la Sabiduría Santa no pueden funcionar, y por eso, de un modo muy hondo, la falta de confianza y el temor a ser desenmascarados como fraudes persigue a muchos Siete.
Del mismo modo, bajo el optimismo y la idealización de sí mismo, de los demás y de la vida en general se oculta un gran miedo de un desastre o ruina que parece acechar tras el horizonte. Muchos Siete tienen expectativas catastróficas, creyendo en alguna fatalidad inminente que ellos tienen que ayudar a impedir —como el «efecto dos mil»— cuyas mentes hiperactivas extrapolan como enormes cataclismos generales. Esta tendencia surge en tanto que un Siete tiene miedo de la vida y por tanto vive dentro de un mundo interior idealizado que se realizará en algún momento futuro. El temor de su doloroso y aterrador interior se proyecta en el mundo externo, lo que a su vez apoya su resolución de mantener su utopía interior. Lo más doloroso y aterrador para él es su convicción mayormente inconsciente —su creencia mental fijada— de que está irremediablemente separado del flujo de la vida, y para ese lugar profundo de su psique, la catástrofe parece estar a la vuelta de la esquina.
Debido a que el mundo interior de un Siete es principalmente mental, hay muy poca vida en él. Su sensación de vitalidad necesita una realimentación constante, por eso se estimula a sí mismo permanentemente con nuevas ideas, nuevas impresiones sensoriales y nuevas experiencias. Esto nos lleva a la pasión de este tipo: la gula, como vemos en el Eneagrama de las Pasiones, en el Diagrama 2. La gula tiene una cualidad oral y de codicia. En su uso común, gula significa excederse comiendo, pero en el caso del Siete, el exceso no se limita a lo que come. Su apetito voraz puede ser de ideas, de historias, de libros, de drogas, de comida, de bebida o de cualquier cosa que lo estimule. También podría ser de atención, pues para algunos es una forma particular de estímulo. Si está comprometido en el trabajo espiritual, podría manifestarse como una glotonería por las experiencias buenas y los estados elevados, por saborear de más maneras diferentes la Naturaleza Verdadera.
No desea devorar mucho de una sola cosa, especialmente si es una cosa ordinaria y accesible. Lo que quiere es probar todo tipo de cosas diferentes, y cuanto más inusuales, novedosas, raras y extraordinarias, mejor. Es como entrar en una tienda de helados y querer probar cada uno de los distintos sabores. Desea la excitación, la novedad de algo diferente. Como las hiperactivas «mentes de mono», los Sietes van corriendo por la vida instigados por su búsqueda de nuevos y diferentes estímulos y llevados por un montón de expectativas que alimentan sus sueños y planes idealistas y exageradamente optimistas. Energéticamente, los Siete están con frecuencia «electrizados» —llenos de excitación y adrenalina por la vida o, más exactamente, por su idea acerca de ella— y como corresponde, las glándulas suprarrenales son la parte del cuerpo asociada a ellos. Son cohetes lanzados hacia el futuro; un futuro que parece llevar la promesa de cosas más y más interesantes.
La glotonería en realidad es un apego a consumir. Es una necesidad de estar constantemente tomando algo, masticando algo o probando algo, más que digerir algo totalmente. La falta de estímulos provoca la ansiedad en un Siete, una ansiedad que anuncia que su hambre interior amenaza con salir a la conciencia. Detrás del hambre está el dolor y la angustia de la seca aridez interior, la sensación de un deficiencia vacía en el núcleo de la personalidad. Por eso ansía experiencias buenas, excitantes, trascendentes y dichosas. En el fondo, su gula es un intento inconsciente de recuperar el paraíso perdido del interior: la conexión con la madre y, más allá de la personificación de ésta, con el Propio Ser.
Vemos que este Aspecto idealizado se manifiesta más pronunciadamente en esta búsqueda de la dicha perdida de su infancia. El estado de conciencia que intenta emular es el del Amarillo o Aspecto de la Alegría de la Esencia en el lenguaje del Enfoque del Diamante. El Amarillo es el estado de alegría del alma que surge del contacto con lo que amamos. Puede manifestarse como una exaltación efervescente o como profundo y sereno deleite. La enseñanza del Amarillo es descubrirnos lo que realmente queremos, lo que nos hará realmente felices. Cuanto más investiguemos en qué es lo que nos da alegría escuchando atentamente con nuestros corazones, veremos que la alegría surge cuando más auténticos somos y cuando más enfrentamos nuestra verdad, porque esto nos lleva cada vez más cerca de nuestras profundidades. También vemos que la alegría surge cuando percibimos el desarrollo del Ser —el Trabajo Santo— en todas las formas que asume en nuestro universo. La comprensión del Amarillo nos revela que amamos a las personas y a las cosas que amamos porque manifiestan y nos recuerdan el amor más profundo de nuestros corazones, nuestra Naturaleza Verdadera. La alegría es la celebración del Ser, la celebración de participar en Su desarrollo. La Alegría surge cuanto más abiertos, espontáneos e inquebrantables por el miedo sean nuestros corazones. La búsqueda de estímulos y experiencias del Siete es en realidad un intento de encontrar la felicidad que sólo puede venir cuando estamos unidos con el verdadero Amado de nuestros corazones, la Naturaleza Verdadera.
Muchas enseñanzas espirituales nos dicen que el deseo es la raíz de todo sufrimiento. El Amarillo refina esta comprensión y nos enseña que si deseamos cosas desde el amor hacia ellas, sentimos la alegría en nuestros corazones y perdemos realmente cualquier apego hacia ellas. Nuestro deseo entonces, si es totalmente sentido y permitido, se transforma en amor desinteresado. Experimentamos esto cuando amamos profundamente a otra persona y perdemos toda referencia personal en nuestro deseo de lo mejor para esa persona. Si nuestro deseo surge de la deficiencia y de querer llenar nuestro vacío, sólo sentimos desesperación. Por eso sería más acertado decir que sí el sufrimiento es la razón de nuestro deseo, sólo encontraremos más deseo.
El estilo de personalidad del Siete es una imitación del Amarillo. Vemos esto en el énfasis que hace por ser desinhibido y espontáneo, en su necesidad compulsiva de estar contento y evitar el dolor y más especialmente en su gula, que en realidad es una copia del anhelo espiritual de unirse con el Amado. El optimismo casi maníaco del Siete es el intento del alma de conectar con la exuberancia de la verdadera alegría, el Amarillo.
A diferencia de los Ocho, cuya lujuria se dirige hacia lo más primario y «sucio», los Siete quieren divertirse, escaparse, pasar un buen rato, evitar la realidad y su miedo, dolor y sensación de deficiencia. Así que en vez de descender, como hacen los Ocho, los Siete quieren elevarse. El problema de elevarse —ya sea con drogas, alcohol o simplemente adrenalina— es que tarde o temprano tienes que bajar, una perspectiva poco feliz para un Siete. Este dilema está bellamente expresado en el siguiente fragmento citado del original libro de Ram Dass que apareció a comienzos de los setenta, Estar Aquí Ahora, en donde describe su decepción de que todas las comprensiones que tuvo bajo la influencia del LSD no pudieron evitar que volviera a su estado ordinario de conciencia:
En estos pocos años habíamos superado el sentimiento de que con una experiencia te ibas a iluminar para siempre. Vimos que no iba a ser tan fácil… Y durante cinco años tuve que enfrentarme al tema de «bajar»… Porque después del sexto año, me di cuenta de que no importaba lo ingeniosos que fuesen mis diseños experimentales ni lo alto que pudiera elevarme, siempre bajaba… Y era una experiencia terriblemente frustrante, como si entrases en el reino de los cielos y vieses como era todo y experimentases estos nuevos estados de conciencia, y luego te expulsasen otra vez, y después de 200 o 300 veces de esto, empezabas a sentir que se instalaba una extraña depresión: ¡una depresión muy sutil en la que todo lo que sabía aún no era suficiente![95]
El dilema de Ram Dass personifica el movimiento hippie de los años sesenta y setenta, que tiene todos los signos de un fenómeno tipo Siete. Trascendiendo la personalidad con la ayuda química de muchas drogas psiquedélicas, muchos miembros de aquella generación fruto del boom de la natalidad tenían los ojos abiertos a sus profundidades. Lo que vieron fue lo que muchas de las tradiciones espirituales habían estado enseñando durante miles de años: que nuestra naturaleza básica es el amor y que somos parte de la Unidad. El problema fue que muchas de las verdades a las que los hippies tuvieron acceso cuando estaban arriba no fueron integradas al bajar. No era suficiente dar flores a los soldados ni compartir la comida, la casa y el cuerpo. Las defensas de la personalidad eran esquivadas más que traspasadas, y por ello el resultado inevitable fue que los aspectos sombríos de la personalidad no digeridos, como la codicia, el egoísmo, el materialismo, etc., surgían de forma inconsciente.
Los Beatles cantaban que «todo lo que necesitas es amor», que deberías «dar una oportunidad a la paz», que «el amor que recibes equivale al amor que das», y dirigidos por John Lennon, que probablemente era un Siete, expresaron perfectamente el punto de vista de esa generación. La paz y el amor se convirtieron en el lema del movimiento, pero cualquier comportamiento que no encajase con este axioma era rechazado. El énfasis se ponía en la libertad personal y en la rebelión contra las normas y restricciones culturales, pero la presión de ser sólo pacíficos, amorosos y generosos no dejaba espacio para poner límites, en la sexualidad o en cualquier otro tema, y se implantó una especie tiranía de la bondad y el «hippismo». Intentar vivir de forma iluminada no podía sustituir la verdadera transformación de una alma. Para mantenerse arriba, se necesitaron mayor cantidad de drogas y drogas más duras, la adicción a la heroína se hizo feroz, y algunos de los músicos más dotados de la época, que representaban las voces de una generación, murieron prematuramente por sobredosis. Mientras que algunos hippies dejaron sus ropas teñidas con batik y sus collares de cuentas, se pusieron zapatos y joyas, y abandonaron los valores hippies, otros siguieron seriamente con el trabajo espiritual y alcanzaron las profundidades interiores, a las que las drogas habían abierto la puerta.
«Don’t worry, be happy» resulta más fácil de decir que de hacer. La lección de la época bien podría ser, en definitiva, que la Sabiduría Santa no puede falsificarse. Para un Siete, vivir una vida que esté en concordancia con el Ser requiere seguir un camino largo y arduo en el que la fuerza impulsora deje de ser su gula y sea sustituida por la virtud de la sobriedad. Encontramos esto en el Eneagrama de las Virtudes, en el Diagrama 1. Ichazo dice de la sobriedad: «da al cuerpo su sensación de la proporción. Un ser en el estado de sobriedad está firmemente enraizado en el momento, sin tomar más ni menos de lo que necesita, gastando con precisión sólo la energía necesaria».
Existen diversos matices de la palabra sobriedad. Significa antes que nada estar sobrio. Significa templanza, moderación, dominio de uno mismo, seriedad, formalidad y sensatez en el razonamiento y el juicio.
Significa estar tranquilo y calmado, sin impaciencia y sin prisa, enfrentar la realidad y no ser fantasioso, además de no ser ostentoso. Si la virtud indica una actitud que cada tipo desarrolla en el transcurso del desarrollo espiritual, así como algo que necesita cultivar para que tenga lugar su proceso interno de desarrollo, ¿qué significa entonces para un Siete acercarse a su proceso interno con una actitud de sobriedad?
Antes que nada, como vemos en la descripción de Ichazo, la sobriedad precisa que se esté completamente en el presente. Para un Siete, al igual que para todos los eneatipos, estar plenamente en el momento significa estar plenamente en el cuerpo. Para que un Siete pueda hacer eso, debe hacer frente a su orientación mental y a su orientación hacia el futuro y trabajar con ello. Es preciso que vea y confronte en qué grado vive en su mente y cuánta de su actividad mental dedica a planificar cosas o a planear su camino hacia lo que ve como su objetivo de acuerdo con su programa. Será necesario que se dé cuenta de su confusión del símbolo con lo que representa y del concepto con la realidad a la que se refiere, y necesita entender que deberá atravesar realmente su terreno interior de forma experimental en vez de simplemente saber sobre ello. Para entender esto, necesitará ver que toda su información no le ha aportado más que un mapa completo de sí mismo y quizás de la conciencia en general, pero no le ha procurado ninguna transformación personal real. Para la mayoría de los Siete, esto no ocurrirá hasta que no hayan agotado las numerosas posibilidades de iluminación instantánea y se hayan enfrentado con sobriedad al hecho de que una infinidad de experiencias extraordinarias no ha dejado ningún impacto permanente en ellos.
A riesgo de simplificar excesivamente, un Siete tendrá que avanzar por el siguiente territorio interior a medida que se comprometa seriamente en el trabajo de transformación espiritual, aunque no necesariamente en este orden. Al considerar la posibilidad de abandonar su mentalidad futurista y orientada hacia un objetivo probablemente surgirá su miedo a experimentar directamente lo que está pasando en su interior en el momento. Tendrá que enfrentarse a su miedo al vacío y a la aridez, y estar dispuesto a ver y experimentar su verdad tal como es y no como desea que sea. Hacer esto requiere la comprensión de que el Trabajo es una cuestión de ver la verdad sobre uno mismo, y no de tener experiencias maravillosas. Hay una historia sufí en la cual un mono agarra una deliciosa cereza que está dentro de una botella pero no puede sacar la mano a menos que suelte la cereza. (De hecho, de esta manera se atrapa a los monos). Del mismo modo, nuestro mono, el Siete, no puede estar libre sin soltar sus apegos a algo apetitoso que está fuera de él. Un Siete, por tanto, necesita la comprensión conceptual de que la excitación y el aburrimiento, el estímulo y la vacuidad, lo negativo y lo positivo, deben ser aceptados de la misma manera.
Tendrá que hacer frente a su razonable, racional y sin embargo profundamente crítico y avergonzador superego para tolerar el experimentar cosas en su interior que no encajan en su imagen de estar bien. Y su interés por la verdad debe ser mayor que su deseo de una experiencia positiva de sí mismo. Probablemente tendrá que procesar y reconciliarse con gran cantidad de material de su infancia que alimentó su creencia de que necesita estar contento todo el tiempo, y necesitará ver el origen de su temor de ser abandonado y no querido si muestra o expresa su dolor y su miedo. Una sobriedad basada en la realidad respecto a su proceso le mostrará que aunque esto puede haber sido así en el pasado, no es preciso que se mantenga en el presente. El verdadero problema es que actualmente él, más que ninguna otra persona, se abandona y se rechaza a sí mismo cuando no se siente positivo.
Verá que su aversión hacia cualquier contenido interior doloroso o aterrador no tiene nada que ver con la permisividad, con la actitud abierta que intenta manifestar. Su inclinación determinada hacia lo positivo se revela como algo que le aprisiona tanto como la mano del mono atrapada en la botella, ya que no es libre para experimentar nada más. Con el tiempo verá que está orientación está creándole un sufrimiento y un dolor interior aún mayor que el que podría encontrar. Por tanto, enfrentarse a su realidad interior con sobriedad significará experimentar tanto lo positivo como lo negativo totalmente, pero sin aumentarlos ni exagerarlos.
También significa ser paciente con él mismo, y no esperar que ya debería estar en donde puede imaginarse que llega. Hemos visto que su superego le exige que si puede ver su objetivo, ya debe haberlo alcanzado, y debe defenderse frente a esta clase de autoataque para encontrar el espacio de darse cuenta de que la calidad de su viaje interior es en realidad el propio objetivo. Dicho de otro modo, la manera en que se relacione con él mismo y con su contenido interior en cada momento es la transformación en sí. Cuanto más abierto a toda su experiencia se vuelva, y cuanto más tiempo y espacio se permita para que su desarrollo se manifieste a su propio ritmo —sin ser empujado, apresurado, definido o anticipado—, encontrará que experimenta más satisfacción verdadera. Se dará cuenta de que la felicidad y la alegría verdaderas surgen de experimentar su verdad sin preferencias.
Al profundizar en su contacto experimental con él mismo, tendrá que estar dispuesto a abandonar sus modelos e imágenes de cómo debería ser su proceso interior y su desarrollo. Esto hará aparecer su falta de confianza en la capacidad inherente de su alma para desarrollarse de forma natural, sin que la mente la dirija. Se revelará su convicción de que está fuera del Plan Santo, y quedarán al descubierto su sensación interna de desolación y su falta de impulso espontáneo. Éste es quizá su dolor más profundo y lo que más teme experimentar.
La sensación de estar desconectado del Ser y por tanto de Su dinamismo y perpetuo desarrollo le ha dejado un sentimiento de vacío y de privación del movimiento natural interior, y este gran agujero de su conciencia deberá ser sentido gradualmente. Cuanto más se permita explorar y moverse a través de este agujero que representa la falta de contacto con el Ser, más experimentará los extraordinarios matices y sabores del Ser cuando Éste se revele a Sí Mismo dentro de él. Al integrar estas cualidades del Ser dentro de su sensación de quien es, descubrirá que el oasis que tanto anhelaba su alma estuvo dentro de él todo el tiempo. En su momento, encontrará que la alegría que ha estado buscando es en realidad el resplandor de la verdad que se revela dentro de su alma.