Tácticas
Richard A. Knaak
—¡No! ¡No! ¡No! —bramó Tempion—. ¡Otra vez está todo mal! ¡Hazlo así, Adrian! ¡Coloca a los hombres en posición para demostrarles lo que queremos!
Desde el lugar sombreado donde se encontraba sentado, lord Cornwell bebió un sorbo de agua de su cantimplora y observó cómo su lugarteniente, Tempion, trataba otra vez de hacer que los lugareños realizaran un sencillo ejercicio militar.
El mayor de los dos Caballeros de la Rosa comandaba un contingente solámnico de unos diez hombres, no una unidad oficial de combate, sino más bien «observadores» en esta tierra donde había recrudecido en los últimos meses una guerra solapada. Los Caballeros de Takhisis, una gran hermandad que había hecho suyas las reglas de la caballería y del honor de los solámnicos para ponerlas al servicio de la Oscuridad, habían invadido las tierras de los ogros. Lo habían hecho sin fanfarrias, haciendo marchar legiones de guerreros de oscuras armaduras hacia las tierras de montaña y destruyendo o esclavizando todos los poblados que encontraban a su paso. Los ogros, a su vez, les habían hecho frente y habían conseguido frenarlos un poco, pero cada día había nuevas incursiones de los Invasores y mayor número de cadáveres entre los habitantes nativos.
El anciano comandante entrecerraba los ojos mientras observaba a Tempion, un corpulento caballero de cara ancha y enrojecida, que trataba de mostrar a uno de los guerreros ogro cómo debía colocarse para enfrentarse a un atacante. A los solámnicos no debería haberles importado lo que sucedía allí, ya que los ogros habían sido siempre una amenaza para los humanos, pero el repentino auge de los Caballeros de Takhisis los había sorprendido, y cada día el poder del enemigo se hacía mayor. Llegaría un momento en que sería inevitable una guerra entre las dos caballerías, pero todavía no, al menos por ahora. Sin embargo, los solámnicos no podían sentarse a esperar. Tenían que averiguar todo lo que pudieran sobre las tácticas y los puntos débiles de los caballeros negros y por eso habían enviado a lord Cornwell a ese lugar abandonado por los dioses. Ésa era también la razón por la cual estaban tratando de enseñar a los ogros estrategias básicas de la lucha caballeresca.
Lord Cornwell se enjugó una leve humedad del menguante bigote. El comandante de pelo gris no aprobaba esta política. Pensaba que era mejor dejar a los ogros librados a su suerte, ganar o perecer por méritos propios. En el pasado había luchado contra ellos, había visto cómo su monstruosa furia convertía a los hombres en guiñapos ensangrentados. La verdad, odiaba a toda la estirpe, pero había recibido órdenes. Sus superiores habían considerado necesario tratar de equilibrar un poco las cosas. Ah, era muy probable que los ogros perdieran al final, pero para entonces no sólo habrían debilitado a los Caballeros de Takhisis, sino que Solamnia habría tenido tiempo más que suficiente para planear el siguiente movimiento.
Por supuesto que el hecho de que estas asquerosas criaturas no aprendieran nada que justificara el esfuerzo no tenía la menor importancia.
Levantándose con un suspiro, el veterano guerrero dejó a un lado la cantimplora. Observó con disgusto cómo los ogros volvían a desbaratar todo el esquema. Era sorprendente que hubieran obtenido algún triunfo antes de la llegada de los solámnicos. Sin embargo, lord Cornwell sabía por los informes recibidos que los caballeros negros habían sufrido pérdidas tan importantes en una zona como para desviar temporalmente su campaña hacia las feraces tierras del noreste. Eso había dado a Cornwell y a sus hombres tiempo para introducirse y encontrar una tribu de ogros dispuesta a establecer una alianza temporal.
—¿Estáis bien hoy, humano?
La voz no rechinaba como la de un ogro, sonaba algo más suave, incluso más cultivada. Cornwell todavía recordaba la primera vez que había oído la voz inusual del ogro, varias semanas atrás, cuando de las rocas y colinas que rodeaban a la reducida partida habían surgido más de sesenta fieros guerreros de aquella raza brutal. A pesar de la desproporción numérica, los caballeros se habían mostrado dispuestos a luchar, pero antes de que se hubiera dado el primer golpe, había aparecido el jefe de los ogros y había impedido el ataque. Aquella figura desarmada, poco corpulenta para un ogro pero, con todo, más alta que un humano, se había encaminado tranquilamente hacia el Caballero de la Rosa de mayor rango y había extendido sus manos en un saludo ritual.
—Soy Guyvir, jefe del poblado.
Tampoco la cara de Guyvir era la de un ogro puro. Es cierto que la estructura ósea presentaba ciertos rasgos del linaje de los ogros, lo mismo que la sonrisa dientuda, pero las facciones y las palabras suaves hacían pensar en otro antepasado, no humano pero bastante próximo. Se podría decir que, a grandes rasgos, el jefe era bien parecido con su escaso pelo facial y las grandes trenzas entrecanas que caían más abajo de los hombros. Sus almendrados ojos de color esmeralda hablaban a las claras de la otra raza que había contribuido a su mestizaje.
—Mi madre era una mujer elfo —le había explicado Guyvir nada más conocerse. Por supuesto que había sido una cautiva, ninguna mujer elfo o humana se entregaría voluntariamente a un ogro bestial. Sin embargo, el padre de Guyvir había llegado a apreciar a su cautiva y aunque no permitía que escapara, tampoco la maltrataba. La mujer había vivido, resignada a su suerte, con el niño que había descubierto que llevaba en su seno como único solaz.
A pesar de las dificultades, su madre había aguantado hasta que Guyvir vivió diez veranos. De ella había aprendido diversas habilidades de los ellos, desde la diplomacia hasta el uso del arco. Estos rasgos, sumados a los que le había transmitido su padre, habían elevado a Guyvir por encima de los otros miembros de la tribu hasta encumbrarlo a la posición de jefe. Lord Cornwell pensaba que Guyvir era la razón más probable de que los ogros de este poblado hubieran tenido cierto éxito contra los Caballeros de Takhisis.
—Estoy bien —contestó finalmente lord Cornwell a Guyvir, que esperaba pacientemente. Le molestaba tener que levantar la cabeza para mirar a la cara al medio ogro, porque a pesar de su linaje mixto, el jefe le sacaba una cabeza—, pero ¡maldita sea, tus guerreros están tardando demasiado en aprender estas maniobras!
—Hacemos todo lo que podemos, pero los ogros, como otras razas, estamos acostumbrados a hacer las cosas a nuestro modo.
Cornwell frunció el ceño.
—¡Es inaceptable! Si queréis enfrentaros debidamente a los Caballeros de Takhisis tenéis que convencer a vuestros guerreros de que esas tácticas primitivas no van a mantener a raya para siempre el avance de la oscuridad.
El jefe movió el arco que colgaba de su hombro. Era de diseño elfo y permitía dar en un blanco del tamaño de un ratón al doble de la distancia que cualquier arma solámnica. Si todos los hombres de Guyvir hubieran manejado el arco con tanta destreza como él, lord Cornwell habría estado muy satisfecho. Sin embargo, sólo un número reducido de ogros había demostrado cierta habilidad con el arco, y la mayoría prefería las pesadas mazas o las largas lanzas.
Un entrechocar de metal, seguido casi de inmediato por una exclamación de frustración de Tempion, le recordaron a lord Cornwell que también las espadas estaban fuera del alcance de la mayoría de los ogros. Algunos podían esgrimirlas, pero no con la destreza suficiente para representar algo más que un engorro para un endurecido Caballero de Takhisis.
—Veré lo que puede hacerse —replicó Guyvir sonriendo al comandante—. Después de todo, os estamos muy agradecidos por vuestra ayuda, humano.
—Y, por supuesto, nosotros estamos encantados de brindarla. ¡Lo sabéis!
El medio ogro asintió.
—La amistad de los solámnicos significa mucho para este pueblo… pero ¿acudirán más caballeros de vuestra Orden a ayudarnos?
Lord Cornwell procuró aplacar su enfado. Éste había sido un punto de roce con Guyvir desde su primer encuentro. El medio ogro no había tardado en preguntar cuándo llegaría el resto de las fuerzas solámnicas.
La respuesta había dejado en su rostro una expresión taciturna.
—¿No vendrán más? —había preguntado con incredulidad—. ¿Os envían sólo a vosotros para combatir?
—Me temo que eso no es muy preciso. Nosotros no vamos a luchar, os ayudaremos a organizaros para la defensa. Nuestra misión consiste sólo en observar y prepararnos para el futuro. Es vuestra lucha, no la nuestra. Tengo mis órdenes.
La expresión de Guyvir se había ensombrecido y había mostrado sus dientes que, como Cornwell bien pudo apreciar, no había heredado precisamente de su madre.
—¿Y cuándo llegará ese futuro? ¿Cuando todos nosotros estemos muertos o convertidos en esclavos? He oído que los Caballeros de Solamnia son los campeones de los oprimidos, pero eso no incluye a los ogros, ¿verdad?
Lord Cornwell habla sentido que la sangre afluía a su cara.
—De todos modos, mi pequeña partida no os sería de gran ayuda en ese sentido, jefe Guyvir. Somos menos de doce hombres… Sin embargo, traigo conmigo hombres capaces de enseñaros lo que necesitan saber para enfrentarse y tal vez derrotar a los Caballeros de Takhisis.
Ahora se dispuso a repetir el mismo argumento, pero ante su sorpresa, esta vez el obstinado jefe se echó atrás sin una sola réplica. En lugar de eso, el medio ogro miró a sus guerreros y, en un tono más sosegado, dijo:
—Ellos saben que, sin ayuda, morirán, humano.
—No tienen por qué, jefe…
—Morirán. Es sólo cuestión de tiempo. Nosotros somos pocos, y ellos muy numerosos. La suerte nos ha sonreído, pero nosotros somos ogros y sus tácticas son humanas.
—Ambos llegamos a este acuerdo. No os lo impusimos.
La sonrisa de Guyvir no expresaba el menor contento.
—Accedería a cualquier cosa que nos diera una oportunidad de aplastar la cabeza a nuestros enemigos.
Cornwell reprimió un estremecimiento.
—¡Bueno, bueno! Hemos tenido algo de suerte hasta ahora, ¿no es cierto?
—Me gustaría tener más cabezas en las estacas que las de unos cuantos exploradores…
Lo de las cabezas era una práctica que los caballeros no aprobaban, pero que lord Cornwell había sido incapaz de impedir. Casi una docena de cráneos corrompidos, algunos todavía con su yelmo, estaban colocados en estacas en un extremo del poblado. Todos habían sido hechos prisioneros gracias a las tácticas solámnicas… y luego brutalmente sacrificados por la ira de los ogros. Hubiera habido más cabezas pero los caballeros habían convencido a Guyvir de limitar la práctica a un trofeo «simbólico» por cada victoria. No exactamente lo que hubieran preferido sus superiores, pero al menos Cornwell pudo comunicar resultados. Además, nadie esperaba de él que cambiara generaciones de brutalidad en cuestión de meses. Ogros son ogros…
Sin embargo, Guyvir tenía razón en una cosa: su pueblo estaba predestinado a fracasar, a morir tarde o temprano. Para entonces, haría tiempo que Cornwell y sus hombres se habrían marchado y estarían inculcando a otros sus destrezas y sus tácticas. No importaba qué técnicas se les enseñaran a los salvajes ogros pues a pesar de todo serían vencidos finalmente.
—Os ruego que enviéis otro mensaje a vuestros superiores, humano.
—¿Un mensaje? —El encanecido comandante aparentó sorpresa, pero sabía demasiado bien lo que Guyvir pretendía pedirle.
—Decidles que este jefe de los ogros desnuda su cuello ante ellos. Decidles que pondré mi arma a sus pies si acceden a venir y parlamentar.
El medio ogro había ofrecido la suprema humillación: rendiría su autoridad y su vida a los Caballeros de Solamnia si acudían con todas sus fuerzas para enfrentarse a los caballeros negros. Además, las palabras de Guyvir eran sinceras. A pesar de su ascendencia mixta, el jefe había demostrado su honorabilidad, su disposición a hacer lo que fuera necesario por la supervivencia de su pueblo. Siempre había estado en el frente de todas las escaramuzas, y se había puesto en peligro una y otra vez. Durante el entrenamiento, Guyvir había sido el primero en aprender cada uno de los pasos. Por añadidura, el medio ogro se había impuesto la tarea de actualizar los mapas antiguos, incompletos, que los caballeros habían traído consigo a estas tierras, proporcionando amplia información que Cornwell y sus hombres habrían tardado un año en reunir. Tempion, eterno desconfiado, había comprobado dentro de lo posible los detalles geográficos de Guyvir sin encontrar ninguna incorrección. Guyvir era sincero y valiente, para ser un ogro.
Era una pena que tanto valor se malograse.
—Como ya os he dicho, su respuesta seguirá siendo la misma.
Los ojos color esmeralda perdieron parte de su brillo.
—Eso es muy malo.
El comandante se dispuso a explayarse en otra larga explicación sobre las creencias y los intereses solámnicos cuando un guerrero ogro llegó a la carrera al poblado. Era uno de los exploradores de Guyvir. Lord Cornwell tenía que admitir que los ogros eran excelentes exploradores. Indudablemente, parte del mérito correspondía al jefe, que al parecer no sólo había heredado las dotes de los elfos para la comprensión y la memorización del paisaje, sino que además había conseguido infundir algo de esa capacidad a su pueblo.
El guerrero hincó la rodilla ante Guyvir. El corpulento recién llegado, un palmo más alto que el jefe, tenía la típica cara aplastada y grotesca de los ogros. Comparado con él, Guyvir era indudablemente más guapo, más parecido a los elfos.
El ogro se apartó un mechón rebelde de pelo oscuro y gruñó algo a su jefe en la lengua nativa. Los ojos de Cornwell se dirigieron a Tempion, que entendía el idioma mucho mejor que él. Su musculoso lugarteniente ya había interrumpido los ejercicios y se dirigía hacia ellos.
Guyvir vociferó algo a su vez, luego miró al Caballero de la Rosa.
—Perdonadme, lord Cornwell…
Sin mediar una sola palabra más, tanto el jefe como el guerrero salieron a buen paso en dirección a la casa de Guyvir, una simple estructura de madera y piedra redondeada en su parte superior, idéntica a todas las demás edificaciones del poblado. En lugar de puertas, había una gran piel de oso cubriendo la entrada, y otras más pequeñas en las rudimentarias ventanas. La casa del jefe estaba en primera línea de la gran zona de reunión situada en el centro mismo del poblado, donde los habitantes se reunían a diario para comer y beber. Incluso ahora había varias ogresas, más feas aún que sus hombres, preparando la comida de la tarde, alguna combinación de plantas locales con lagarto y conejo. Cornwell esperaba que supiera mejor que la de la noche anterior, de lo contrario tendría que empezar a enviar a sus hombres a cazar robando un tiempo precioso a su cometido.
El poblado de Guyvir tendría unos cien habitantes, es decir un asentamiento de carácter intermedio. Esto representaba entre treinta y cuarenta viviendas que formaban un círculo alrededor de la zona común. Rodeando el perímetro había un muro de la altura de un hombre, construido de piedras sueltas traídas de las colinas. No bastaba para detener a los Caballeros de Takhisis, pero al menos hacía que el ataque resultase más difícil. Un poblado anterior que los solámnicos habían explorado como un posible campo de entrenamiento, había sido arrasado cuando los caballeros negros invasores entraron a caballo en él sin encontrar ningún obstáculo, sin tener siquiera que trepar un muro o dar un rodeo para evitar a los centinelas.
—¿Qué fue eso, señor?
El anciano caballero se puso de pie, mirando a su lugarteniente. El rubio Tempion era también un Caballero de la Rosa y sucedería a Cornwell cuando éste se retirase. A Tempion no se le escapaban muchas cosas y había estudiado a fondo las normas de la guerra establecidas por los fundadores de la caballería. Además de su lengua y la de los ogros, hablaba el idioma de los elfos, de los enanos y de los bárbaros de las Llanuras. Es cierto que su bigote era fino y corto, pero todavía era joven, y Cornwell pasaba por alto sus escasos defectos. Algún día se valoraría la destreza de Tempion en el manejo de la espada.
—No lo sé, muchacho. ¡El explorador llegó corriendo hasta Guyvir, gruñó algo en esa lengua mezclada que hablan y ambos se dirigieron a buen paso a la choza del jefe!
—¿Lograsteis entender algo, señor? ¿Alguna palabra? ¿Una frase?
—Nada importante. —La verdad sea dicha, no había entendido nada, pero no tenía intención de demostrar ante Tempion lo deficiente que era su conocimiento del dialecto local—. Pero creo que sería conveniente que nos enteráramos de qué fue lo que interesó tanto a Guyvir.
El caballero de estatura más aventajada asintió. Deslizó la mano hasta la empuñadura de la espada.
—¿Queréis que vaya a ver?
—Iremos los dos… pero primero, ¿cómo va el entrenamiento?
—Tan bien como es dado esperar, señor. No son incompetentes, pero se resisten a cualquier cambio. Si añadimos a eso su propensión al robo…
—¿Más robos? ¿No habrá sido otro caballo? —El día anterior había desaparecido uno de los caballos solámnicos y se había descubierto que lo tenía uno de los exploradores del jefe. El ogro había afirmado que lo había encontrado en la llanura, pero ninguno de los caballeros le creyó realmente.
—No, no desde que recuperamos el otro… ¡e incluso juraría que el guerrero tenía pensado comérselo! —El animal en cuestión había sido el de Tempion, con lo cual éste había tomado el incidente como algo personal—. Esta vez echamos de menos dos dagas. Acabo de reparar en ello aunque seguramente sucedió hace algún tiempo. Con esto son tres en las cinco semanas pasadas. Una espada también, recordaréis, poco después de nuestra llegada.
—Pero Guyvir entregó al culpable de aquello, Tempion. Ofreció la propia vida del ogro si queríamos un castigo. Hablaré con el jefe sobre ello. Le diré que acciones como ésta en nada contribuyen a mejorar las relaciones con nosotros. De hecho, nos proporcionan la excusa perfecta para romperlas ahora mismo. ¡Vamos!
Marcharon hacia la choza del jefe, pero antes de que llegaran a la entrada, el mestizo salió sonriente a recibirlos con los brazos abiertos. Cornwell a duras penas pudo evitar que Tempion desenvainara su arma, tan extraña era la actitud del jefe.
—¡Amigos! ¡Humanos! ¡Lord Cornwell! ¡Noticias! ¡Noticias!
Sorprendido, el anciano caballero preguntó por fin:
—¿Buenas noticias?
—¡Las mejores! ¡Mi explorador habla de una partida de cuatro caballeros negros en nuestras inmediaciones! ¡Podemos capturar sus cabezas sin dificultad!
—¿Dónde están esos exploradores? —Tempion tenía todavía la mano en la empuñadura.
—Al norte. Hacia el oeste del valle sinuoso.
Cornwell recordaba vagamente el territorio de los mapas que les había proporcionado Guyvir. No obstante, el extremo oriental del valle quedaba fuera del mapa, porque Guyvir decía que sólo había estado una vez allí y de eso hacía muchos años. Era poco lo que podía contar a los humanos de la parte occidental, salvo que el valle se convertía, en un momento dado, en una zona sin relieve y finalmente en una llanura abierta. Cornwell había hablado de explorar el valle con la posibilidad de llegar a algunos de los poblados orientales, pero había pospuesto cualquier decisión final.
—¿A qué distancia hacia el oeste? —insistió el más joven de los dos caballeros. Tempion siempre quería detalles.
Un día, tal vez dos. Cabalgan hacia el sur, directamente hacia esta zona.
Los dos hombres vestidos con armadura se miraron. Los exploradores significaban la posibilidad de nuevas incursiones.
—Deberíamos investigar, señor.
—Sí… —Cornwell se tocó la barbilla—. Pero no quiero que sepan que estamos aquí. Si no observamos nada extraño los dejaremos que se vayan por esta vez.
—¿Dejar que se vayan? —Guyvir quedó francamente decepcionado—. ¡Son el enemigo! ¡Sus cabezas deben estar en la punta de una estaca!
—Dejaremos que se vayan para seguirlos y descubrir el tamaño del ejército al que preceden. Luego podremos decidir cuál es la mejor táctica a largo plazo. ¿De acuerdo, jefe Guyvir?
El medio ogro tardó un momento en contestar, y cuando lo hizo fue manteniendo bajos los ojos color esmeralda.
—Como vos digáis, humano.
Cornwell se frotó las manos.
—Entonces está decidido. ¡Bien! Ahora, Guyvir, os rogamos que vengáis con sir Tempion y conmigo…
Cierto, eran cuatro. Un oficial con una capa roja seguido en fila india por tres Caballeros de Takhisis sin rango.
Llevaban los siniestros yelmos negros, y el emblema de la calavera y el lirio de la muerte en sus petos. La pequeña partida avanzaba lenta y cautelosamenre; sin duda eran conscientes de estar en territorio enemigo.
Cornwell observaba desde una colina rocosa que dominaba la ruta de los caballeros negros. El comandante sólo había llevado consigo a su reducido grupo de caballeros, al jefe y a ocho de los mejores guerreros de Guyvir. Más que suficiente para ocuparse de los cuatro en caso de que se hiciera necesario, cosa que Cornwell esperaba que no sucediera. Deseaba que su patrulla regresara en paz; era lo mejor para poder comprobar la fuerza del ejército al que pertenecían sin despertar sospechas. En un principio había pensado en llevar sólo al jefe, pero el medio ogro había insistido en que fueran algunos de sus propios hombres, comprometiéndose a mantenerlos bajo control.
El viaje hasta la entrada del valle les había llevado más de un día, lo cual era más de lo que hubiera querido el anciano caballero. Consideró el trabajo que había realizado el ogro explorador, un arduo viaje de ida y vuelta, y tuvo que admitir para sus adentros que cuando menos era una buena paliza.
Cornwell miró el mejor mapa que tenían de la región.
—¿Dónde están vuestros guerreros, Guyvir? —preguntó.
—Allí y allí —respondió el jefe, señalando una loma y una colina por delante de la patrulla.
Tempion echó una mirada al medio ogro.
—Se les ha advertido que no ataquen bajo ninguna circunstancia, ¿verdad? Ésta es una patrulla de reconocimiento, no una de sus correrías. —El caballero más joven se había manifestado contrario a incluir ogros en la partida. Tempion consideraba que la operación exigía la experiencia de los solámnicos, no el comportamiento desaprensivo de los nativos—. Sólo queremos observar a esos hombres.
—He tratado de hacerles entender lo que se supone que deben hacer.
A Tempion no le satisfizo en absoluto este ambiguo comentario y empezó a decir algo, pero Cornwell le hizo una seña de que guardara silencio porque la partida estaba ahora en situación de poder oírlos. Los Caballeros de Takhisis seguían avanzando a paso constante. Por último, a escasos metros de donde los caballeros los observaban desde un lugar elevado, el oficial al mando levantó la mano y ordenó a sus hombres hacer un alto.
Los observadores vieron enseguida el motivo. El sendero se estrechaba por delante de ellos y se hacía precario, con muchos barrancos y cornisas, y era mejor que los exploradores condujeran a sus animales a un paso más lento.
Los cuatro invasores habían llegado casi al fondo de esa peligrosa parte de su recorrido cuando varias figuras enormes y furiosas surgieron de las rocas por encima de ellos. Cornwell ahogó un grito y Tempion lanzó una maldición. Ambos caballeros hicieron intención de ponerse de pie, pero algo los empujó desde atrás haciéndolos caer. El mayor de los dos caballeros levantó la vista y vio a Guyvir que se ponía de pie y gritaba algo airadamente en su idioma de ogro.
—¡Malditas bestias! —Tempion ayudó a su comandante a levantarse y ambos se dirigieron al jefe.
—¡Detenedlos! —rugió Cornwell.
El mestizo enseñó los dientes.
—¡Demasiado tarde, humano! ¡Demasiado tarde!
Al mirar hacia abajo vieron que los ogros ya estaban asaltando a los cuatro caballeros. Un hombre yacía muerto, con la cabeza y el yelmo destrozados. Otro trataba de protegerse de un ogro que lo atacaba con un garrote, sin ver a otro que, armado con una espada, venía por detrás. Un momento después, la gran hoja de la espada le atravesó el cuello desde atrás.
Los dos que quedaban trataban desesperadamente de montar en sus caballos. Un ogro aferró la capa del oficial, pero se le escapó. Guyvir gritó y el jinete miró brevemente hacia arriba antes de espolear a su caballo. El único que quedaba de sus camaradas trató de seguirlo, pero dos guerreros lo derribaron de su montura. El caído gritó, pero su grito quedó interrumpido cuando uno de sus atacantes le rompió el cuello.
Lord Cornwell tenía los ojos desorbitados. Las actividades de los Caballeros de Solamnia se habían mantenido en secreto hasta ahora. Si el caballero que había escapado había visto a alguno de ellos, si se difundía la voz de que la hermandad de Cornwell había estado entrenando a los ogros…
—¡Detenedlo! ¡No puede hablar a sus superiores de nuestra presencia!
Guyvir se libró de la mano de Tempion que lo sujetaba y preparó su arco con sorprendente velocidad. Apuntó hacia la figura que cada vez se hacía más pequeña, pero no disparó.
Tempion se inclinó hacia él.
—¡Disparad!
El jefe soltó la flecha que describió un hermoso arco y fue a clavarse en el hombro del soldado, justo en el lugar donde la articulación de la armadura dejaba la carne desprotegida. Si Guyvir hubiera intentado un tiro así, hubiera parecido imposible. No obstante, en lugar de derribar al jinete sólo le provocó un gesto de dolor e hizo que se tambaleara.
—¡Se escapa! —rugió el comandante.
—El tiro ya era bastante difícil, y mucho más con éste gritándome al oído.
—¿Debemos darle caza? —preguntó Tempion.
—Se puede intentar… —Comwell dudaba que sus hombres tuviesen una oportunidad. A pesar de su herida, el oficial cabalgaba como un demonio y ya desaparecía a la distancia.
Tempion ya tenía preparados a dos Caballeros de la Espada, Adrian y Bartik. Adrian susurró algo a Tempion antes de partir.
El lugarteniente de Cornwell giró hacia Guyvir con la espada desenvainada. Estaba furioso y dirigió la punta de su espada hacia la garganta del jefe.
—¡Dad la orden, señor, y me encargaré de este bellaco!
—¡Tempion! ¡Reportaos! ¡Bajad la espada!
—¡Se le dijo que sus guerreros no debían atacar a la patrulla!
—Tiene razón —reconoció el medio ogro sin pestañear—. Ustedes querían que los caballeros negros vivieran. He fallado. Pueden matarme.
—¡No habrá más muertos! —dijo Cornwell, terminante—. Pero ¡maldita sea, Guyvir, ahora podrá comunicar nuestra presencia a sus superiores!
Tempion, que seguía con la espada desenvainada, entendió a su comandante.
—No deberíamos estar aquí cuando regresen, señor.
—No…, pone en peligro la misión que nos encomendaron aquí.
Ya hacía tiempo que tenían intención de abandonar ti poblado de Guyvir, Habían confiado en quedarse el tiempo suficiente para enseñar a los ogros la mejor manera de hacer frente a los Caballeros de Takhisis. Pero ¿qué elección les quedaba ahora?
—Lord Cornwell… humano… puede que todavía haya otra oportunidad.
Los caballeros se quedaron mirando al jefe y finalmente Cornwell preguntó:
—¿Cómo es eso?
Los ojos color esmeralda se agrandaron esperanzados.
—Hay otra senda que yo había olvidado hasta este momento… podría llevamos dando un rodeo hasta el punto por el que debe pasar el caballero negro antes de reunirse con sus tropas.
Tempion sacudió la cabeza.
—¡Imposible!
—No, el caballero negro tendrá que cabalgar por terreno escarpado. ¡Nuestra senda será un atajo!
Esto interesó al comandante.
—¿Por dónde va ese camino?
—¡Por el este! ¡Atravesaremos la boca del valle y luego daremos un rodeo en dirección noroeste!
—No recuerdo haber visto ese camino en el mapa —intervino Tempion frunciendo el ceño.
—¡No he hecho este camino muchas veces en los últimos años, humano, pero existe! ¡Estamos perdiendo el tiempo en discusiones! Mis guerreros pueden tomar el otro camino para cerrarle el paso…
—Vuestros guerreros ya han hecho bastante por hoy —gruñó Tempion—. ¡Señor! ¡Esto es algo que nos compete a nosotros, sólo a nosotros! ¡Sin los ogros tendremos la oportunidad de capturar al oficial para interrogarlo! ¡Si llevamos a estos guerreros sedientos de sangre acabaremos sin nada!
—¡Al menos dejad que yo me redima! ¡Ustedes y sus hombres pueden ir solos, pero yo soy el único que puede indicarles el camino!
A juicio del comandante, no tenía elección. Podían prescindir de los guerreros de Guyvir, pero necesitaban al jefe para que les mostrara el camino.
—¡Está bien, pero démonos prisa! ¡Ya nos lleva demasiada ventaja!
Guyvir dio a sus guerreros unas breves órdenes en su idioma. Mientras sus hombres partían, se reunió con los caballeros, que ya habían montado a caballo. El medio ogro montó su propio caballo, un corcel castaño claro que, como lord Cornwell había pensado muchas veces, hubiera sido el orgullo de cualquier comandante solámnico.
Como algunas tribus bárbaras y nómadas, Guyvir cabalgaba casi a pelo, con solo una pequeña y delgada manta por debajo. De su cinturón colgaban algunas bolsas. Como armas, el medio ogro llevaba una daga y el arco con el que había fallado momentos antes a pesar de sus reflejos de elfo.
Con Guyvir a la cabeza, la partida emprendió la marcha. Lord Cornwell, mirando de soslayo a Tempion, observaba cómo éste registraba cada detalle del paisaje mientras cabalgaban, grabando el terreno en su memoria casi perfecta, comprobando cada posible imperfección del mapa de Guyvir. El comandante sabía que si su lugarteniente encontraba algún detalle sospechoso en la dirección que tomaban, era probable que Guyvir no viviera hasta la puesta del sol.
Cabalgaron y cabalgaron, demostrando la imponente montura del medio ogro que estaba a la altura de los caballos que montaban los solámnicos. El atajo de Guyvir parecía real, porque la partida cubría la distancia casi sin esfuerzo. La boca del valle se abría alta y ancha ante ellos, aunque se estrechaba al entrar. Por fortuna, unos minutos después Guyvir se dirigió hacia el norte, conduciendo a los caballeros por un paso estrecho pero practicable.
Por fin los condujo hacia una loma desde donde Cornwell pudo ver a su presa.
Medio tumbado sobre la rienda, el caballero negro se las arreglaba para cabalgar todavía. No podía estar ni a un kilómetro en dirección oeste. Cornwell miró hacia atrás y logró ver dos puntos —indudablemente Adrian y Bartik—, que venían muy por detrás del soldado. Esos dos no conseguirían dar caza al caballero, pero gracias al atajo de Guyvir, pronto lo haría la reducida partida que él comandaba.
Guyvir los condujo por una pequeña y sinuosa senda que los iba acercando cada vez más al fugitivo. Lord Cornwell sintió renacer las esperanzas.
Ya lo tenían. Tempion espoleó su cabalgadura para adelantar a Guyvir y se colocó junto a la figura negra. El oficial se enderezó y trató de sacar su espada, pero el solámnico le apartó la mano y le puso su propio acero contra el pecho.
—¡Rendíos!
El Caballero de Takhisis detuvo su caballo. Después de un momento de vacilación, se rió con una risa desgarrada.
—Rindo… el poco tiempo de vida que me… queda.
Sólo entonces vieron su terrible herida. Sangraba mucho, agravada por la feroz cabalgata. La flecha seguía clavada en su hombro, y era imposible arrancarla sin sufrimiento.
No obstante, Cornwell sabía que debían intentarlo. Lo imponían las reglas de la caballería.
—¡Reynard! —Un Caballero de la Corona bastante corpulento se enderezó. Ya hacía tiempo que Reynard había demostrado sus dotes pata curar heridas y se había convertido, a pesar de su juventud, en el sanador no oficial de la unidad del comandante—. ¡A ver si puedes hacer algo con esta herida!
Antes de que el joven caballero pudiera obedecer, el oficial sacudió la cabeza. No se había despojado del yelmo, pero pudieron advertir la ironía en su voz.
—¿Para qué molestarse cuando… cuando vais a cortarme el cuello a continuación? Dejadme morir honorablemente… si todavía… si todavía podéis recordar cómo…
Tempion puso la punta de su espada cerca de la celada del hombre.
—¡Cuidado con vuestras afrentas, caballero negro!
—¿De qué afrentas me habláis… después… después de lo que les hicisteis a sir Hector y a su guardia… malditos solámnicos…?
Las palabras del hombre no tenían sentido para Cornwell.
—¿Qué demonios queréis decir?
El prisionero indicó que quería quitarse el yelmo, Así lo hizo tras obtener el permiso de Cornwell, dejando ver una cabeza con pelo castaño y barba y unas finas facciones. Sus captores advirtieron que el dolor lo atormentaba. Su rostro estaba muy pálido.
—Por la espalda… además. ¡Ni siquiera pudieron sacar sus… sus armas! No sois mejores que esta bestia… esta bestia que os acompaña…
Guyvir sonrió.
—Tu cabeza lucirá bien en una estaca, humano.
—¡Ya basta! —dijo Cornwell con tono autoritario, y volviéndose hacia el caballero, prosiguió—: ¡Nosotros no hemos hecho nada de lo que sugerís! ¡Jamás haríamos…!
—¡Señor! —interrumpió Tempion—, ¿vais a escucharlo? ¡Puede que los Caballeros de Takhisis hayan tenido una sombra de honor en algún momento, pero esos días terminaron con la Guerra de Caos! Dar a entender siquiera que nosotros podríamos caer tan bajo como ellos…
—Estáis aquí ayudando a los ogros, ¿no es cierto? —señaló el prisionero con amarga satisfacción. Apartó un momento la vista y luego volvió a mirar a sus captores—. ¡Vosotros… los nobles caballeros de Paladine… no sólo ayudáis a los ogros, hacéis que los ogros luchen por vosotros! ¡Tendisteis una emboscada a mi… a mi partida con los mismos métodos sangrientos con que acabasteis con la de sir Hector! ¡He visto las pruebas!
—¿Qué pruebas, hombre?
—¡La daga… las huellas… pruebas más que suficientes de vuestra traicionera presencia! —El oficial volvió a desviar brevemente la mirada.
—¿Daga? —Un pensamiento inquietante fue tomando cuerpo en la mente de lord Cornwell—. ¿Cuánto hace que tuvo lugar ese… incidente?
—¡Vos lo sabéis! ¡Su sangre todavía está fresca… fresca en vuestras manos!
Hacía poco. Cornwell miró a Guyvir.
—Jefe…
En ese preciso momento, Adrian y Bartik alcanzaron por fin al resto de la partida. Sin embargo, sin apenas mediar un saludo, Adrian se puso de pie en los estribos y gritó:
—¡Señor! ¡Hemos sido avistados!
El herido Caballero de Takhisis aprovechó la distracción para liberar su espada, pero Guyvir lo vio y actuó con rapidez. Una daga se clavó en la garganta del barbado caballero y lo hizo caer hacia atrás sobre la montura.
—Guyvir —gritó el veterano comandante—. ¿Qué estáis haciendo?
—No os preocupéis por él, señor —apuntó Tempion—. ¡Hemos llegado demasiado tarde!
En la cima de una colina que dominaba su posición actual, tres figuras a caballo observaban a la reducida partida. Todos llevaban armadura negra.
—Había otros dos ahí arriba —dijo Adrian.
—Por lo menos cinco. ¡Otra patrulla! ¡Tendremos que tratar de detener también a éstos!
—No lo creo prudente, señor —dijo Tempion frunciendo el ceño.
Cornwell podría haber discutido, pero también él oyó el sonido de un cuerno al que respondió otro, y luego otro más.
—¡Por la espada de Paladine! —murmuró el veterano comandante—. ¡Su campamento debe de estar al otro lado de la colina! Pero… pero ¿qué están haciendo tan al sur? ¡Guyvir! ¡Vuestros exploradores! Ellos vigilan esta región, ¿no es cierto?
El medio ogro tenía una extraña expresión. Lord Cornwell esperó en vano una respuesta, hasta que sonó otro cuerno, éste más cerca y más alto.
—¡Vienen por la colina! —vociferó Tempion.
Era cierto. Más de una veintena de jinetes con negras armaduras surgió en la cima de la colina, uniéndose a los demás. Detrás de ellos venían por lo menos otros veinte, y más, y más hasta donde alcanzaba la vista.
—¿Cómo pueden haber venido tan rápido? —preguntó Bartik, tan sorprendido como el resto.
—Creo… —empezó Cornwell, sin poder creer lo que estaba sucediendo—. Creo que ya nos estaban esperando.
Tempion lo miró, comprendiendo poco a poco. Guyvir, mientras tanto, dirigió una intensa mirada a los humanos.
—Bueno. ¡Ahí vienen! ¿Luchamos o huimos?
El lugarteniente de Cornwell miró al mestizo.
—¡No podemos combatir contra todos esos!
—¡Entonces debemos huir! —dijo Guyvir—. ¡Recuerdo un camino, un paso dentro del valle que lleva también hacia el sur! —Dicho esto, el jefe hizo dar la vuelta a su poderoso corcel y se dirigió hacia el este sin esperar siquiera a ver si los humanos lo seguían.
Lord Cornwell tenía toda la idea de hacerlo.
—¡Ya lo habéis oído! ¡Cabalgad, y rápido!
—¿Señor? —Adrian tenía su espada a medio sacar.
—¡Éste no es el momento de morir en una batalla desigual! ¡Vamos!
Para entonces ya eran por lo menos cien los demonios negros que se dirigían hacia los solámnicos. El corcel de Cornwell partió veloz, pero con todo había una distancia entre él y Guyvir. Cornwell no pudo por menos de preguntarse hasta dónde mantendría esa marcha. Habían pasado demasiado tiempo en medio del calor diurno persiguiendo al oficial fugitivo y ahora tenían que cabalgar más rápido que unos jinetes frescos que mientras tanto se habían estado paseando… siguiendo, sin duda, el rastro de los caballos solámnicos.
Ahora sabía cuál había sido el destino al menos de una de las dagas y del caballo desaparecido. Algunos de los guerreros de Guyvir habían hecho una incursión contra los caballeros invasores sin comunicarlo a sus aliados solámnicos. Habían hecho uso de sus armas humanas, y habían dejado rastros que un caballero experimentado podía leer. A pesar de su profunda antipatía hacia los ogros, había pensado que al menos el medio ogro tenía más sentido. Lo que más le molestaba era el hecho de que Guyvir lo hubiera mantenido en secreto… pero ¿por qué motivo? Tempion apuró el paso para ponerse a su altura y llamó su atención.
—¡Da la impresión de que nos conduce realmente!
Cornwell asintió. Entraron en el valle y de inmediato las sombras los cubrieron, casi como si el sol se hubiera eclipsado. Cornwell miró hacia lo alto, hacia las imponentes paredes de piedra. La montura de Guyvir había reducido el paso, permitiendo que los caballeros lo alcanzaran. Cornwell no dijo nada y prefirió guardar sus energías para la lucha. Apareció un paso a la derecha. Cornwell tuvo la certidumbre de que ésa era la vía que el jefe pensaba usar para su huida. Guyvir se inclinó sobre su montura, urgiéndola para que fuera más rápido. El medio ogro se quedó mirando la abertura…
… y se internó más en el sinuoso valle.
Los caballeros lo siguieron antes incluso de darse cuenta. Tempion miró a su superior, pero Cornwell sacudió la cabeza. Obligando a su caballo a apurar el paso, se puso a distancia suficiente de Guyvir para que éste oyera sus gritos.
—¡El paso! ¡Volved atrás!
—¡No! —gritó Guyvir—. ¡Demasiado tarde! ¡Están muy cerca! ¡Debéis venir por aquí!
Cornwell miró hacia atrás y vio que aparentemente Guyvir tenía razón. Sus perseguidores habían acortado la distancia de una manera increíble. Calculó, con desánimo, que podían ser más de cien.
Ahora no tenían otra opción que seguir al medio ogro. El paso se estrechaba cada vez más y en un punto la partida solámnica tuvo que formar en fila india mientras seguía corriendo a toda velocidad. Por fortuna, los Caballeros de Takhisis tuvieron que hacer lo mismo y esto les dio a Cornwell y a sus hombres unos minutos preciosos mientras el ejército mucho más numeroso trataba de abrirse camino.
Guyvir cabalgaba a través del valle con más familiaridad de la que había dicho tener. Por dos veces evitó unos pasos laterales que lord Cornwell hubiera intentado seguir. Por desgracia, sus perseguidores venían casi pisándoles los talones.
—¡Me sentiré más tranquilo cuando este valle se ensanche otra vez! —dijo Tempion. El comandante también sentía claustrofobia, pero no exteriorizó sus temores. Entonces, ante su sorpresa y horror, la estrecha ruta terminó abruptamente. Llegaron a una pared rocosa, sin tan siquiera una estrecha cornisa que permitiera el tránsito de un jinete y su caballo. ¡No había salida!
—¿Dónde está la salida? —preguntó lord Cornwell al comandante, con tono imperativo.
Tempion fue el primero en darse cuenta.
—¡Una trampa! ¡El ogro nos ha tendido una trampa!
Cromwell miró a Guyvir.
—¿Es eso cierto?
El rostro del medio ogro era como una máscara, pero sus palabras confirmaron la acusación.
—Sí, yo sabía que el camino terminaba aquí.
—¡Las dagas robadas! ¡También el caballo! ¡Lo sabíais todo! Lo planeasteis todo, ¿verdad?
Tempion profirió un juramento.
—¡Por el escudo de Paladine! ¡Nuestros enemigos nos harán pagar por esto! —Su ira iba en aumento—. ¡Pero éste lo pagará primero!
—¡Dejadlo, Tempion! ¡Es una orden! —Aun cuando podía oír los atronadores cascos de los caballos, lord Cornwell necesitaba respuestas a otras preguntas que lo preocupaban—. ¡Vuestro explorador! ¡No volvió para comunicar su aparición! Volvió para deciros que habían tragado el anzuelo, ¿verdad? ¡Sabíais que vendrían a por nosotros pensando que éramos unos sucios asesinos! Vos habíais provocado los problemas entre nuestras dos fuerzas, ¿no es cierto?
—Sólo porque era necesario.
—Habéis guardado este secreto durante algún tiempo, esperando la oportunidad propicia, ¿es así?
—Sois inteligente, humano, y tenéis razón —el medio ogro ladeó la cabeza— pero ¿no vais a hacer la pregunta más interesante?
—¿Y cuál es?
—¿Por qué me he dejado atrapar aquí junto con los humanos?
—Porque sois un tonto —le lanzó Tempion con desdén. A caballo embistió a Guyvir. El medio ogro se hizo a un lado
—Y la espada de Tempion sólo rozó su ropa.
—No… —musitó Cornwell mirando de repente hacia arriba y pensando en sus anteriores observaciones cuando habían entrado por primera vez en el valle elevado—. No, los tontos somos nosotros, muchacho.
Entonces avistaron a sus primeros perseguidores, una fila de vengativos guerreros negros que iba creciendo minuto a minuto. Cornwell ordenó a sus hombres que formaran una fila y se prepararan para dar la bienvenida al enemigo.
—Cien por lo menos —dijo Tempion con voz áspera—. Dad la orden de cargar, señor. Moriremos con honor. Les mostraremos a los diablos negros la diferencia entre su diosa y Paladine.
El encanecido comandante levantó lentamente su arma. Esperaba no tener necesidad de bajarla, pero se preparó por si llegaba el caso. De repente el valle empezó a derrumbarse.
Ésa fue, al menos, la primera impresión de Cornwell, pero luego se dio cuenta de que de las propias cimas de las montañas caían toneladas de rocas sueltas arrojadas por figuras… figuras acechantes y que decididamente tenían facciones de ogro.
Cogidos desprevenidos, los Caballeros de Takhisis eran víctimas fáciles. Las primeras piedras golpearon delante de la primera línea e hicieron que hombres y caballos frenaran haciendo estragos en las filas que venían detrás. Cuando la avalancha creció y se extendió, el pánico hizo presa de unos hombres entrenados para la guerra que veían que las propias piedras y la tierra los atacaban. Los jinetes chocaban unos contra otros mientras algunos trataban de huir. Mientras muchos eran aplastados, unos cuantos esforzados trataban de seguir adelante.
—Que Paladine nos proteja… —musitó Bartik.
Cornwell no sabía cuánto tiempo llevaban los ogros preparando esto. Tal vez desde su primer encuentro con los caballeros negros. Es posible que Guyvir tuviera la zona preparada simplemente porque sabía que algún día llegarían los invasores. Hiciera el tiempo que hiciese, su gente había tenido tiempo de hacer bien su trabajo. A juzgar por los enormes bloques que caían sobre los caballeros negros, los ogros habían liberado gran parte de las paredes superiores. Seguramente se habían puesto en marcha tras la partida de los caballeros, uniéndose sin duda a los ocho guerreros que Guyvir había «despedido» después del ataque inicial a la patrulla, y luego se limitaron a esperar a que su jefe condujera a los humanos hacia la trampa.
Todo lo demás ya estaba preparado.
Los caballeros enemigos eran atacados también por la retaguardia, y las últimas líneas eran exterminadas por una avalancha tan grande como la que aguantaban los de la vanguardia.
Unos cuantos jinetes lograron abrirse camino entre los cascotes. Al verlos, Cornwell dio a Tempion permiso para presentarles batalla. El otro Caballero de la Rosa esgrimió su espada, y con un grito condujo a los hombres hacia adelante.
Las espadas lanzaban chispas, pero los pocos caballeros negros supervivientes tenían menguada su voluntad y rápidamente fueron superados por los Caballeros de Solamnia. Tempion atravesó con su espada a un oficial vestido con capa. Bartik hizo lo propio con un joven guerrero que tendría aproximadamente su edad. Adrian recibió una herida superficial cerca del cuello, pero uno de sus camaradas dio cuenta del atacante. Todo era vergonzosamente fácil considerando la forma en que habían sido derrotados los caballeros negros.
Lord Cornwell mantuvo su posición, observando el ataque de los ogros y sin perder de vista al jefe de éstos, que había desmontado y estaba junto a él. Ante la sorpresa del encanecido comandante, aparecieron unos cuantos arcos entre los ogros de arriba, y los arqueros nativos resultaron mucho más aptos para manejarlos de lo que cabría esperar por las observaciones de las últimas semanas. También en eso advirtió la mano de Guyvir. La lluvia de flechas hizo estragos en las filas de los Caballeros de Takhisis, ya que los arcos de los ogros habían sido construidos para la fuerza de estas criaturas y disparaban gruesas saetas capaces de atravesar las armaduras.
La batalla empezó a decaer, pero con unas cuantas docenas de guerreros, el medio ogro había anulado a una fuerza varias veces superior. Eran contados los Caballeros de Takhisis que seguían vivos. Muchos de éstos exhalaron su último suspiro ante sus ojos, ya que las víctimas no podían esconderse para evitar el asalto y la carnicería. Otra avalancha más pequeña redujo a un solo hombre un último grupo de unos doce jinetes desesperados, entre ellos un oficial de alta graduación que llevaba un gorro rojo.
Y después… todo había terminado. Los ogros fueron monstruosamente minuciosos, y Cornwell se dio cuenta de repente de que no sólo no había escapado ninguno de los Caballeros de Takhisis, sino que además a ninguno se le permitía sobrevivir. Se volvió hacia Guyvir para protestar, pero los ojos del mestizo le advirtieron de que guardara silencio.
Lo único por lo que Cornwell daba gracias tenía que ver con sus propios hombres: ninguno había sucumbido. Adrian, Bartik y otros dos tenían algunas heridas, pero ninguna que pusiera en peligro sus vidas. Tempion estaba intacto, pero su expresión indicaba que los fantasmas de este encuentro lo acompañarían durante mucho tiempo. Todos los aturdidos caballeros solámnicos habían desmontado a excepción de lord Comwell; era lo mejor para dejar que sus exhaustas monturas descansaran un poco.
A Cornwell le ardían los ojos.
—¡Nos habéis usado como cebo! —dijo finalmente el comandante—. ¡Como cebo!
Guyvir quedó sorprendido por su vehemencia.
—¡Vos habéis insistido en la importancia de las tácticas, humano! ¡Deberíais estar complacido! ¡Mirad lo que ha pasado! ¡Mirad qué gran victoria hemos obtenido!
Cornwell miró… y vio la carnicería. También vio a los ogros que deambulaban entre los muertos, adueñándose de cuantas armas y objetos pudieran resultarles útiles. Incluso vio a uno levantar el cuerpo del que al parecer era el comandante del enemigo y, sin pensarlo dos veces, seccionarle la cabeza.
Otro trofeo para las estacas…
—¡Esto no se llevó a cabo con honor solámnico! ¡Esto nunca se habría hecho usando las tácticas solámnicas!
El jefe asintió sabiamente.
—Es cierto… por eso he empleado tácticas de nuestro pueblo. —Guyvir sonrió fríamente, mostrando sus dientes de ogro—. Vuestras espadas siempre son bienvenidas de nuestro lado, humano, pero creo que vuestras formas de luchar no funcionan tan bien.
De repente, el comandante observó que varios de los ogros habían empezado a reunirse en tomo a su grupo. Tempion y los demás también repararon en ello, y el lugarteniente de Cornwell escudriñó con disgusto a los guerreros.
El mayor de los Caballeros de la Rosa mantuvo su estudiada calma.
—¿Rechazáis nuestra ayuda?
—¡No la rechazamos, amigo humano! Hemos aprendido lo que hemos podido. Ya no tenemos necesidad de vuestras enseñanzas. Os damos las gracias por todo.
Se dio cuenta de que los ogros habían aprendido demasiado bien ciertas cosas. Habían hecho que las dos caballerías hicieran el tonto.
—¿Y qué va a pasar ahora con nosotros?
La sonrisa se hizo más fría, los dientes más amenazadores. Cornwell nunca había reparado en lo afilados que eran los dientes de ogro.
—Ya no os necesitamos.
Con un grito, Tempion esgrimió su espada contra el jefe.
Sin embargo, con una velocidad heredada de su madre la mujer elfo, el mestizo se hizo a un lado con facilidad, haciendo que el avezado caballero vacilara. El guerrero más próximo a Tempion levantó su maza y la descargó sobre el hombro del caballero. El fornido caballero cayó de rodillas con el hombro y el brazo rotos.
Guyvir gritó algo en la lengua nativa al guerrero que había herido gravemente a Tempion. Ante la sorpresa de Cornwell, los ogros retrocedieron unos pasos.
El jefe volvió su atención hacia los humanos.
—Mi gente es… muy protectora conmigo. Os presento mis excusas, lord Cornwell. Si vuestro sanador puede hacer algo por vuestro hombre, que lo haga.
Cornwell dio órdenes para que así se hiciera.
—¿Qué sentido tiene? Tenéis pensado matarnos, ¿no es cierto?
—No…, tengo pensado que os vayáis.
El humano enarcó las cejas.
—¿Que nos vayamos?
Que volváis a casa, a las murallas civilizadas de Solamnia. Lo mejor sería que lo hicieseis ahora mismo.
Su tono perturbó al caballero aún más que su fría sonrisa. Comprendiendo que discutir sólo podía provocar un desastre, lord Cornwell indicó a sus hombres que montaran, observando atentamente mientras Reynard ayudaba a Tempion a subirse a su caballo. Tempion apretaba los dientes, pero hizo un gesto afirmativo a su superior, confirmando que estaba en condiciones de cabalgar con ellos.
Por algún medio, los ogros habían conseguido abrir un sendero entre los cadáveres y las piedras, un sendero difícil pero practicable para los caballos. Sin más palabras, Cornwell volvió su montura de espaldas al jefe y encabezó la salida del valle de sus maltrechos soldados. Lo único que quería era alejarse de ese lugar, de esa humillación.
—¡Humano… lord Cornwell!
Se volvió a mirar a Guyvir.
—No os sintáis tan mal. Nos enseñasteis bien. Incluso nos enseñasteis muchas cosas que necesitábamos.
—¡Se me escapa qué pueda ser, señor!
Parecía que su sonrisa tenía infinitos dientes.
—Hay muchas similitudes entre vuestros guerreros y los caballeros negros. Sus acciones, sus tácticas… sus percepciones. Os prometo que no olvidaremos esas similitudes y lo que hemos aprendido de vosotros y las difundiremos entre los de nuestra especie. Os sentiréis orgulloso de lo bien que hemos aprendido a combatir a los invasores.
«Y a cualquier otro después de eso», pensó Cornwell. Tal vez… tal vez sus superiores no habían tenido demasiada visión de futuro cuando pusieron en marcha su programa de entrenamiento de los ogros para hacer frente a los caballeros negros. Era posible que los Caballeros de Solamnia hubieran contribuido a la creación de un enemigo más temible…
Se dio la vuelta, perturbado por sus pensamientos. Los ogros no se pusieron en su camino mientras abandonaban la zona, con los caballos tratando de elegir la mejor salida por entre las piedras y los cadáveres. Lord Cornwell podía sentir que Guyvir los observaba y no pudo reprimir un escalofrío. Pidiendo perdón a todos los poderes que todavía velaban por los mortales de Ansalon, se encontró deseando que ésta fuera una guerra sangrienta para ambos bandos… y que cierto jefe mestizo se contara entre los muertos.
De no ser así, en unos cuantos años los Caballeros de Takhisis tal vez fueran el menor de los problemas de Solamnia…