LA GRAN IMPOSTURA
LA OTRA INFAMIA DEL 11-S
- Los servicios de espionaje norteamericanos tenían desde Diciembre de 2000 numerosos indicios de que Osama Ben Laden preparaba un gran atentado en territorio estadounidense y estaban familiarizados con el plan de Al Qaeda de utilizar pilotos suicidas en acciones a gran escala.
- El autor francés Thierry Meyssan presenta en su libro «La gran impostura» una impresionante variedad de pruebas que indican que el Pentágono habría sido alcanzado por un misil en lugar del impacto de un avión.
- Los terroristas suicidas que se estrellaron contra las torres tenían colaboradores en tierra de los que no se ha contado nada hasta el momento.
- Hasta hoy no se ha aclarado la cuestión de si el vuelo 93 fue derribado o no por los cazas que iban en su persecución.
- EL FBI conocería la identidad del terrorista del ántrax, pero su vinculación con los programas secretos de armamento biológico lo dejarían fuera del alcance de la agencia.
No por repetido es menos cierto que los atentados del 11 de Septiembre de 2001 marcaron un antes y un después en el curso de los acontecimientos mundiales. Sin embargo, a pesar de que aquel día cientos de millones de ojos de todo el planeta estaban fijos en las Torres Gemelas y el Pentágono, más de un año después de los hechos aún quedan muchos puntos oscuros en la versión oficial que podrían hacer pensar que la verdad es considerablemente más compleja de lo que se nos contó en un primer momento.
El 11 de Septiembre de 2001, a las 8:45 de la mañana, hora local de Nueva York, la humanidad comprendió de la forma más dura posible que, en contra de la opinión de los pensadores de moda, la Historia no había terminado. Conceptos que horas antes parecían irrefutables, como la hegemonía e invulnerabilidad de Estados Unidos, quedaron en entredicho por la tremenda fuerza de los acontecimientos. Los norteamericanos ya habían padecido el azote del terrorismo en dos ocasiones: en 1993 con el primer atentado contra el World Trade Center y en 1995 con la voladura del edificio federal de Oklahoma City; pero esos dos acontecimientos, si bien habían impresionado vivamente a la opinión pública estadounidense, no la habían preparado para lo que estaba por venir. Lo impensable había sucedido. El Pentágono, símbolo del poderío militar norteamericano, y las Torres Gemelas, emblema de su pujanza económica, habían caído bajo el ataque de un agresor externo.
Cientos de millones de personas permanecieron durante horas frente a las pantallas de los televisores sin terminar de dar crédito a lo que estaban viendo. Cundía un estado de estupor general, de irrealidad kafkiana ante la magnitud de lo que ocurría. Era la clase de sentimiento que se tiene cuando uno es alcanzado por la fatalidad y no tiene más remedio que asumirlo aun cuando una parte de su mente se niega a creer el hecho.
Los ataques del 11 de Septiembre se saldaron con un total de 3025 víctimas mortales, más los 19 secuestradores aéreos que perpetraron los atentados. El número de víctimas mortales en el ataque al Pentágono fue de 184, según el Departamento de Defensa. Otras 40 personas murieron cerca de Shanksville (Pensilvania), cuando se estrelló un tercer avión tras un motín protagonizado por los secuestrados. El resto de las víctimas fallecieron en el World Trade Center de Nueva York, muchas de ellas miembros de los cuerpos de salvamento.
Casi inmediatamente comenzó a surgir una serie de interrogantes respecto de los atentados, su autoría y los tremendos errores de los servicios de seguridad implícitos en su éxito. Hasta hoy, más de un año después del fatídico día y con una guerra en Afganistán de por medio, la captura del presunto responsable de los atentados, el integrista musulmán Osama Ben Laden, se ha convertido en una misión imposible. A ello hay que sumar la turbia historia del ataque biológico que, a través del ántrax, sacudió al país y durante meses alentó la psicosis de terror en la población.
NEGLIGENCIA CRIMINAL
Uno de los aspectos de los atentados del 11-S que más llama la atención de propios y extraños es cómo fue posible que todo aquello se planease y se llevara a cabo ante las mismas narices del FBI, la CIA y la NSA (Agencia Nacional de Seguridad), agencias de inteligencia consideradas entre las mejores del planeta y que cuentan con los medios materiales más avanzados y los profesionales más capaces. Diversas informaciones difundidas por distintos medios de comunicación han puesto en evidencia que el funcionamiento de los servicios secretos norteamericanos resultó sospechosamente ineficaz, máxime cuando existían indicios sobrados para suponer que algo así podría suceder. El autor estadounidense Dennis Laurence Cuddy va mucho más lejos al afirmar en su libro «September 11 prior knowledge»[291] que la única explicación a esto es que las pistas fueran premeditadamente guardadas en un cajón para permitir que el 11-S tuviera el desenlace que todos conocemos.
Los servicios de espionaje norteamericanos tenían desde Diciembre de 2000 numerosos indicios de que Osama Ben Laden preparaba un gran atentado en territorio estadounidense y estaban familiarizados con el plan de Al Qaeda de utilizar pilotos suicidas en acciones a gran escala: «Al Qaeda podría estrellar un avión cargado de explosivos contra el Pentágono, la sede de la CIA o la Casa Blanca». Ésta es una frase textual sacada de un informe redactado por el Consejo de Inteligencia Nacional y distribuido a todas las agencias de seguridad.
Semanas antes de los ataques terroristas del 11 de Septiembre, Estados Unidos y la ONU no hicieron caso de las advertencias confidenciales de un emisario del régimen talibán respecto a que Osama Ben Laden estaba planeando un ataque a gran escala en territorio norteamericano.[292] La advertencia fue facilitada por un ayudante de Wakil Ahmed Muttawakil, ministro de Asuntos Exteriores de los talibanes, cuya aversión a la presencia de los hombres de Ben Laden en su país era conocida. Muttawakil, ahora bajo custodia norteamericana, demostró ser un diplomático con excepcional visión de futuro ya que pensaba por aquel entonces que la protección de los talibanes hacia Ben Laden y Al Qaeda llevaría a la destrucción de Afganistán por el ejército norteamericano. En su momento le comentó a su ayudante: «Los invitados van a destruir la casa», tras lo cual le ordenó que alertara a Estados Unidos y a la ONU sobre lo que iba a suceder. Por aquellas mismas fechas el FBI y la CIA tampoco tomaron en serio la advertencia de que estudiantes fundamentalistas islámicos se habían inscrito con algún propósito en escuelas de vuelo estadounidenses. El 10 de Julio de 2001 la oficina del FBI en Phoenix (Arizona) enviaba a la central de Washington un informe dando aviso de la presencia de los terroristas en Florida y pidiendo que todas las escuelas de aviación fueran investigadas buscando posibles miembros de Al Qaeda.
Pero si de buscar antecedentes se trata, éstos existen desde hace mucho. En 1995 la policía filipina informó al FBI que un detenido de Al Qaeda había confesado la existencia de un plan para llevar a cabo un atentado suicida en territorio estadounidense secuestrando un avión comercial y estrellándolo contra un objetivo de valor simbólico. Mucho más cerca de la fatídica fecha, el 5 de Julio de 2001, Richard Clarke, máximo responsable de la lucha antiterrorista en Estados Unidos, advierte sobre el peligro de atentados en una reunión con miembros del FBI y la Agencia Federal de Aviación (FAA): «Algo espectacular va a ocurrir aquí y va a ocurrir pronto». De hecho, estaba tan seguro de la inminencia de un gran atentado que Clarke ordenó a todos los miembros de su oficina que cancelaran viajes, permisos y vacaciones. Casi al mismo tiempo, la FAA informa a las compañías aéreas que «grupos terroristas preparan el secuestro de aviones».
CONOCIMIENTO PREVIO
Ya a principios de 2001 Richard Clarke había realizado una serie de propuestas para mejorar la seguridad del país en prevención de un eventual ataque terrorista, propuestas que no obtuvieron la aprobación del presidente Bush hasta Agosto, cuando ya era demasiado tarde.
Es relativamente cierto que nadie, al menos oficialmente, fue capaz de predecir la tragedia del 11-S; nadie podía saber de antemano cómo y cuándo se producirían los ataques. Pero eso es sólo la mitad de la verdad. Aquel verano, en Washington, había un nutrido grupo de asesores, expertos en seguridad, burócratas y legisladores que anunciaba a los cuatro vientos, sin que nadie pareciera escucharlos con demasiado interés, la inminencia de un ataque terrorista a gran escala contra intereses norteamericanos.[293] Semanas después, los mismos que hicieron oídos sordos a los avisos tuvieron que enfrentarse con el derrumbamiento de la eficacia del aparato de seguridad nacional para ocuparse de la amenaza terrorista.
El 15 de Agosto, agentes de la oficina del FBI en Minnesota proceden a la detención de un sospechoso, Zacarías Musaui, matriculado en una escuela de aviación local, que había sido denunciado por sus profesores a los que les pareció sumamente extraño su empeño de no querer aprender a despegar o aterrizar, sino sólo el manejo de un avión comercial en vuelo. En su informe de los hechos, un agente del FBI, que demostró tener bastante más visión que sus superiores, comenta que el detenido «es la clase de persona capaz de estrellar un avión contra el World Trade Center». Por ello, y sabiendo que el presunto terrorista estaba considerado como muy peligroso por las fuerzas de seguridad francesas, solicitaron que se procediera a una investigación al más alto nivel amparándose en la Foreign Intelligence Surveillance Act de 1978, algo que les fue expresamente prohibido por sus superiores de Washington.
Dos días más tarde, los servicios secretos estadounidenses presentaban ante Bush un informe titulado «Ben Laden decidido a atacar en Estados Unidos», en el que el secuestro de aviones comerciales se volvía a contemplar como algo muy probable a corto plazo. Es comprensible que tales hechos hayan despertado no pocas suspicacias y que el politólogo británico y activista de los derechos humanos, Nafez Mosaddeq Ahmed, escribiera: «Existen pruebas de que la comunidad de inteligencia norteamericana tenía un extenso conocimiento previo de los ataques del 11 de Septiembre en Nueva York y Washington. Un gran número de pruebas sugiere que los ataques pueden, de hecho, haber estado en sintonía con los intereses de ciertos elementos de la Administración Bush…».[294]
El sábado, 6 de Abril de 2002, José Vidal Beneyto, catedrático de la Universidad de la Sorbona y consejero principal del presidente de la Unesco, se mostraba igualmente suspicaz en las páginas del diario El País: «Seis meses y medio después de los monstruosos atentados de Nueva York y Washington, cuando todavía no disponemos de una explicación oficial y definitiva sobre ellos, y cuando siguen sin esclarecerse muchos aspectos relativos a sus autores y estrategia, las contradicciones entre las declaraciones de los primeros momentos y los datos e informaciones que se han ido difundiendo después, han creado un malestar difuso, pero cada vez más amplio, que la persistencia del silencio y del secreto impuestos por el gobierno norteamericano fortalece y agrava. Tanto más cuanto que todo esto sucede en un clima de gran desconfianza informativa, consecuencia de numerosas disfunciones de los medios y, en particular, del recurso sistemático al ocultamiento y a la manipulación por parte del poder político, sobre todo con ocasión de los conflictos bélicos. Recordemos las acciones violentas en Irán atribuidas a extremistas que sirvieron para acabar con Mosadegh; las agresiones antinorteamericanas en Guatemala que justificaron el golpe de Estado que derrocó al presidente Arbenz; los diversos intentos de desembarco en Cuba y entre ellos el de la bahía de Cochinos; al igual que los incidentes de Tonkin que justificaron la intervención en Vietnam. Operaciones todas ellas atribuidas a grupos comunistas y/o revolucionarios y que luego hemos sabido que fueron preparadas y ejecutadas por los servicios secretos norteamericanos, que además se sirvieron de ellas para intoxicar a la opinión pública mundial».[295]
UNA GUERRA PREPARADA
También fue muy sospechoso el hecho de que el plan de guerra para actuar contra Al Qaeda estuviera listo desde un mes antes de los atentados. Este plan contenía, punto por punto, la estrategia seguida después en la guerra de Afganistán: uso de la Alianza del Norte como fuerza de choque, creación de una coalición internacional que consolidase la ocupación y acoso a las finanzas terroristas, con embargos masivos de cuentas y corte de fuentes de abastecimiento a través del narcotráfico y otras.
La confirmación de que todas estas suspicacias respecto al posible conocimiento previo de los atentados no eran simple paranoia llegó el 11 de Abril de 2002, cuando el subdirector de la CIA, James Pavitt, dio una conferencia en la Universidad de Duke. La transcripción de aquella intervención puede ser libremente consultada en la propia página web de la CIA, y en ella Pavitt declara abiertamente que la CIA tenía conocimiento de los ataques del 11 de Septiembre antes de que éstos se produjeran.[296] Pavitt no hacía sino confirmar lo que ya se sabía. No sólo hubo abundantes advertencias de antemano, procedentes de los servicios de inteligencia extranjeros y las agencias de investigación internas de Estados Unidos como el FBI, sino que el gobierno norteamericano se encontraba en posesión de considerable información actualizada procedente de la vigilancia electrónica y física de Osama Ben Laden y sus socios en Al Qaeda.[297]
Por otro lado, y contrariamente a las afirmaciones hechas desde las instituciones respecto a que nadie esperaba un desastre de semejantes características, se ha sabido que «casualmente» en la mañana del 11 de Septiembre de 2001, John Fulton, uno de los mayores expertos mundiales en prevención de riesgos y amenazas, y su equipo de la CIA estaban llevando a cabo un ejercicio de simulación cuyo asunto era un avión comercial que se estrellaba contra un rascacielos.[298] Tal cúmulo de irregularidades llevó a la formación de un comité de investigación en el Senado estadounidense, que llegó a la conclusión de que los supervisores del FBI en Washington cometieron errores que directamente impidieron a los agentes de campo conseguir información vital que hubiera podido impedir los ataques del 11 de Septiembre. El informe del Senado se enfoca en los errores en el caso de Zacarías Musaui, la única persona acusada directamente de los atentados,[299] y no ha tenido en cuenta el hecho, denunciado por la cadena CNN, de que el casero de dos de los secuestradores era un confidente del FBI infiltrado para espiar las actividades de radicales islámicos en territorio estadounidense y delante de cuyas narices se prepararon los atentados sin que fuera capaz de informar a sus superiores de nada sospechoso.
Pero quizá la indicación más autorizada de la existencia de graves irregularidades en cuanto a un posible conocimiento previo de los atentados fue la que en su momento diera el propio presidente Bush: «Estaba sentado fuera de la clase, esperando el momento de entrar, y vi un avión que chocaba contra la torre —la televisión estaba, claro está, encendida—. Y como yo mismo he sido piloto, me dije, vaya, qué mal piloto. Me dije: debe tratarse de un horrible accidente. Pero (entonces) me llevaron (a la clase) y no tuve tiempo de pensar en eso. Estaba, pues, sentado en el aula y Andy Card, mi secretario general, al que pude ver sentado allí, entró y me dijo: “Un segundo aparato se ha estrellado contra la torre, Norteamérica está siendo atacada”».[300] Bush miente cuando dice que vio el primer avión estrellarse contra el World Trade Center. Aunque, si no miente, la cosa es aún peor. Las televisiones no emitieron imágenes del impacto del primer avión hasta trece horas después del siniestro. La única manera de que Bush pudiera haber dicho la verdad es que viera dichas imágenes a través de uno de los monitores de la sala de comunicaciones de emergencia que se montó en el colegio con motivo de su visita y, si fue así, seguramente alguien cercano a la Casa Blanca se había ocupado de colocar una cámara frente al World Trade Center en previsión de lo que iba a ocurrir. Un dato más para tener presente. Después de ser avisado de que el país estaba sufriendo una agresión, Bush continuó leyéndoles a los colegiales durante casi otra media hora, una reacción extraña para el presidente de una nación supuestamente bajo el ataque de un enemigo desconocido.
LA GRAN IMPOSTURA
A partir de los atentados del 11-S cualquier postura u opinión «políticamente incorrecta» respecto a lo sucedido quedó virtualmente proscrita de los grandes medios de comunicación. No es por ello de extrañar que Internet se convirtiese en el gran foro de debate en el que a diario surgían argumentos y teorías más o menos descabellados en función de las filias o las fobias de cada cual. La teoría de la conspiración, en la mente de un gran número de ciudadanos pero imposible de verse reflejada en los medios de comunicación, ni siquiera para ser rebatida, asentó sus reales en la red. Así que no es casualidad que «La gran impostura»,[301] el único libro que hasta ahora ha planteado una alternativa sólida a la versión oficial de los hechos, sea obra de Thierry Meyssan, presidente de la red digital Voltaire. Meyssan aporta un abrumador cúmulo de datos que apuntan a que en realidad sabemos muy poco de lo que se cocinó en la trastienda de los ataques terroristas, sugiriendo la posibilidad de que los instigadores procedieran de sectores muy alejados del integrismo islámico. El libro levantó un enorme clamor de indignación en Francia, siendo atacado prácticamente por la totalidad de la prensa escrita y audiovisual del país. Curiosamente, la respuesta del público ante tal cúmulo de críticas no pudo ser más favorable, convirtiéndose en un éxito editorial sin precedentes en aquel país con más de 150 000 ejemplares vendidos en un mes. ¿Cómo se explica este extraño fenómeno? Con su obcecada defensa de la versión políticamente correcta de los hechos, los críticos de Meyssan no hicieron sino poner de manifiesto la ingente cantidad de puntos oscuros que existían en una historia aparentemente cerrada. La reacción lógica del público fue acudir al lugar donde, al menos, se le ofrecía respuestas.
Se esté de acuerdo o no con el autor, Meyssan expone en su obra un rosario de datos perfectamente contrastados que, cuanto menos, resultan ciertamente inquietantes. Gracias a él sabemos, por ejemplo, de los sólidos lazos comerciales que unen a las familias Bush y Ben Laden.
El libro de Meyssan centra su argumento en las extrañas circunstancias que rodean al atentado del Pentágono. El mero hecho de que un avión de pasajeros consiguiera impactar contra este complejo es ya de por sí extraordinario si tenemos en cuenta que está protegido por cinco baterías misilísticas[*] y dos escuadrones de cazas, el 113th Fighter Wing de la Fuerza Aérea y el 321th Fighter Attack de la Marina.
EL AVIÓN PERDIDO
Tampoco el atentado en sí está exento de anomalías. A pesar de que el Pentágono tiene una superficie de decenas de miles de metros cuadrados y una altura de tan sólo veinticuatro metros, el piloto suicida decidió estrellarse contra la pequeña fachada en lugar del magnífico blanco que ofrecía el techo en donde, además, los daños hubieran sido considerablemente mayores, suponiendo casi con seguridad la destrucción total de al menos una de las alas del edificio. El piloto no sólo escoge un blanco diminuto, sino que con una habilidad que deja pequeña a la de sus camaradas de las Torres Gemelas le acierta de lleno sin rozar siquiera el suelo, como atestigua el inmaculado césped que se encontraron los bomberos al llegar al lugar de los hechos y que aparece reflejado en las fotografías de aquellos dramáticos momentos.
Pero en esas fotografías, mucho más sorprendente que lo que se puede ver es precisamente lo que no aparece en ellas. La primera y más importante tarea después de producirse un atentado de estas características sería examinar los restos del avión y determinar el punto de impacto, la trayectoria, ángulo y velocidad del aparato en el momento del choque. Sólo que en este caso hay un problema. ¡No existía ningún resto reconocible de aquel Boeing 757! Ni fuselaje, ni sección de la cola, ni una rueda, un instrumento de la cabina, las alas, una maleta o asiento. Ni un solo cuerpo pudo ser encontrado. No existe un solo documento gráfico que muestre el menor trozo reconocible del avión siniestrado, algo realmente extraño ya que si hacemos memoria de nuestros recuerdos televisivos de todo tipo de desastres aéreos, incluido el de las Torres Gemelas, siempre ha quedado en el escenario de los hechos alguna pieza enorme, como los motores —sólidos bloques de acero prácticamente indestructibles— o la cola. En este caso no es así y los expertos estadounidenses se esfuerzan en hacernos creer que por primera vez en la historia de los accidentes aéreos el aparato se desintegró a causa del violento impacto.
Por otro lado, los testimonios de testigos presenciales del choque nos hablan de un pequeño aparato con capacidad para apenas una decena de pasajeros, y los controladores aéreos de servicio durante el desastre afirman que la capacidad de maniobra del aparato que se estrelló contra el Pentágono nada tiene que ver con la de un avión comercial. ¿Existe alguna hipótesis capaz de explicar satisfactoriamente todas estas anomalías? Existe, pero sus implicaciones son mucho más terribles que el atentado en sí. Un misil de tipo AGM de carga vacía y punta de uranio habría podido ser el causante de los daños producidos en el Pentágono, pues sus características coinciden plenamente con lo que dijeron ver los testigos y con las capacidades observadas por los controladores aéreos. Asimismo, un misil de este tipo podría haber emitido un «código amigo» que desactivara las defensas del Pentágono y le permitiera alcanzar la fachada sin ser interceptado.
Existen, además, otras complicaciones respecto a la versión oficial del ataque al Pentágono. La pregunta más obvia que cabe hacerse es cómo y por qué aquel ataque pudo ocurrir tanto tiempo después de los dos ataques al World Trade Center. El vuelo 77 de American Airlines, que según los informes fue el que se estrelló contra el Pentágono, partió del aeropuerto internacional Dulles de Washington a las 8:10, varios minutos después de que los dos vuelos que se estrellaron contra las Torres Gemelas dejaran el aeropuerto Logan de Boston. Esos dos vuelos impactaron contra las torres a las 8:45 y a las 9:05. Curiosamente, el vuelo 77 no chocó contra el Pentágono hasta las 9:40, a pesar de que la distancia que tenía que recorrer hasta llegar a su blanco era mucho menor, unos pocos kilómetros. ¿Por qué llegó tan tarde? Según la versión oficial, el avión voló hasta Kentucky antes de dar media vuelta y volver hasta casi el mismo lugar del que había partido. Pero ¿por qué haría eso? ¿No se supone que estamos ante un ataque magistralmente coordinado y planeado? ¿Por qué los secuestradores esperaron hasta que el primer ataque ya se hubiera completado antes de arrebatar el control del avión, virar en redondo y hacer un viaje de 800 kilómetros hasta su blanco? ¿Y cómo sabrían que, con las dos torres del World Trade Center en llamas, el sistema de defensa aérea de la nación más poderosa del planeta no estaría en estado de máxima alerta, con escuadrillas de cazas sobrevolando Washington, Nueva York y la mayoría de los blancos posibles? ¿Cómo podrían saber que nadie los molestaría en su viaje de 800 kilómetros hasta el corazón de Washington DC?
Lo supieran o no previamente, el caso es que así fue. En su edición del 15 de Septiembre de 2001, el rotativo The Boston Globe revelaba que ningún caza fue autorizado a despegar a pesar de que el mando aéreo de combate estaba al corriente de los secuestros desde al menos diez minutos antes del impacto del primer avión contra las Torres Gemelas. Los cazas permanecieron en tierra hasta después de que el Pentágono fuera alcanzado. Como escribió en su momento un comentarista de The New York Times: «Se hace difícil creer que aquel tercer avión no fue detectado, pero es mucho más duro pensar que fue detectado y rastreado durante más de media hora y no se tomó ninguna medida al respecto porque los oficiales al mando no supieron qué hacer».[302]
CONTROL REMOTO
Más de uno pensará que todas las especulaciones son tolerables en lo que respecta al Pentágono. Sin casi testigos, sin documentos gráficos del momento del impacto, es admisible que dadas las pruebas posteriores existieran algunas irregularidades difíciles de explicar. Sin embargo, en el atentado a las Torres Gemelas, seguido en directo por cientos de millones de personas en todo el planeta, no hay lugar para suspicacias, anomalías, ni conspiraciones… ¿O tal vez sí?
El semanario portugués en lengua inglesa The Portugal News presentó en su momento una interesante versión de los ataques del 11 de Septiembre que, inexplicablemente, no fue suficientemente atractiva para llamar la atención de la prensa internacional. El informe, realizado con todo rigor por expertos independientes, advierte al público norteamericano que la versión oficial es susceptible de investigación. Un grupo de pilotos civiles y militares estadounidenses dirigidos por el coronel Donn de Grand fue invitado a unas jornadas de reflexión sobre el tema, y tras setenta y dos horas de deliberaciones concluyó que los secuestradores de los cuatro aviones de pasajeros envueltos en la tragedia del 11 de Septiembre no tenían el mando de sus respectivos aviones y que su misión se limitó a mantener a las tripulaciones lejos de las cabinas. En un detallado comunicado de prensa declararon: «El denominado “ataque terrorista” fue de hecho una operación militar extraordinariamente ejecutada llevada a cabo contra Estados Unidos, requiriendo habilidades sumamente desarrolladas en los terrenos operativo, de comunicaciones y de mando. Todo estaba planificado y cronometrado al segundo, incluida la clase de avión seleccionada para usarse como proyectiles teledirigidos y en la llegada coordinada de esos proyectiles a sus blancos preseleccionados». El informe cuestiona seriamente que los secuestradores, al parecer entrenados en una avioneta Cessna, pudieran localizar un blanco a más de 320 kilómetros. También se duda de su habilidad para dominar las complejidades del instrumental de vuelo en los apenas 45 minutos que tuvieron el mando del avión. El coronel De Grand añadió que era imposible para un grupo de novatos tomar el mando de cuatro aviones y orquestar una operación de tales características, algo que requeriría una precisión militar sólo al alcance de contados especialistas de los cuerpos especiales. Un miembro del equipo de pilotos, con más de cien misiones de combate a sus espaldas durante la guerra de Vietnam, dijo: «Esos pájaros, o tenían en el asiento izquierdo a un piloto de caza con miles de horas de vuelo o estaban operados por control remoto».[303]
Los Boeing 757 y 767 están provistos de instrumental que les otorga la capacidad de volar de forma totalmente autónoma. Son los únicos dos Boeing capaces de llevar a cabo un vuelo completamente automático. Pueden ser programados para despegar, volar hasta un destino elegido y aterrizar sin la necesidad de que haya un piloto al mando. Son aviones inteligentes y están dotados de software que limita el uso de los controles para evitar que un error humano produzca lesiones a los pasajeros. Aunque son físicamente capaces de maniobras de alta aceleración, el software de sus sistemas de vuelo previene la eventualidad de que se pueda realizar una maniobra de este tipo desde la cabina del piloto. El límite de aceleración y giro en estos aparatos es de 1,5 G’s. Esto es así para que un error de pilotaje no pueda terminar rompiendo el cuello de un pasajero. Cualquier cosa que se haga, no puede eliminar esta característica. Según quedó registrado en los radares, el «avión» que se estrelló contra el Pentágono alcanzó sus límites físicos reales. Personal militar ha calculado que este aparato realizó un giro de entre 5 y 7 G’s en su aproximación al objetivo, hazaña que repitió el segundo avión que impactó contra el World Trade Center.
Llama poderosamente la atención de profanos y profesionales de la aviación la impecable precisión de ambos impactos, máxime cuando estos aparatos, ya de por sí poco maniobrables, estaban lanzados a toda velocidad contra sus objetivos. Un despiste de apenas unas décimas de segundo y los kamikazes habrían errado el blanco. Sin embargo, existe una manera de realizar esta maniobra de una forma limpia sin requerir de los pilotos suicidas una capacidad sobrehumana: la utilización de radiobalizas. Se trata de unos aparatos que emiten una señal de radio que es seguida de forma automática por el avión. Radioaficionados de la zona y supervivientes de la masacre atestiguan haber detectado aquella mañana diversas anomalías en la recepción de radio y televisión que bien podrían haberse debido a la presencia de uno o dos de estos dispositivos electrónicos, algo que añade nuevos interrogantes ya que supone por fuerza la existencia de un comando de cómplices en tierra para los piratas aéreos.
La existencia de conexiones en tierra y dentro de las propias Torres Gemelas con quienes planearon y ejecutaron los atentados quedó de manifiesto cuando se supo que especialistas informáticos alemanes estaban intentando encontrar qué se ocultaba detrás de una oleada inexplicada de transacciones financieras hechas momentos antes de que los dos aviones secuestrados se estrellaran en el World Trade Center. Al parecer hubo un pronunciado ascenso de las transacciones con tarjetas de crédito a través de algunos sistemas informáticos del World Trade Center minutos antes de que el primero de los aviones golpeara sobre su objetivo. Rápidamente se pensó en una posible intervención criminal que conociera anticipadamente los aciagos sucesos que iban a tener lugar aquel día. Habría sido demasiada coincidencia que más de 100 millones de dólares se movieran a través de las computadoras poco antes del desastre.
La firma alemana Convar, líder mundial en la recuperación de datos, intenta contestar a esas preguntas mientras ayuda a las compañías de tarjetas de crédito, telecomunicaciones y contables de Nueva York a recuperar sus expedientes de computadoras que han sido dañadas por el fuego, el agua o el polvo. Están utilizando una tecnología pionera de exploración láser para encontrar datos sobre discos duros dañados encontrados entre los escombros del World Trade Center y otros edificios próximos. Hasta ahora han recuperado la información de un número importante de computadoras que apoyan las sospechas de que algunas de las transacciones del 11 de Septiembre eran ilegales: «La sospecha es que información anticipada sobre el ataque fue utilizada para realizar transacciones financieras ilegales en la creencia de que en medio de todo el caos los criminales tendrían, por lo menos, una buena ventaja», dice Peter Henschel, director de Convar. «Por supuesto, es también posible que hubiera razones perfectamente legítimas para la subida inusual del volumen de negocios. Podría resultar que los norteamericanos se vieran súbitamente atacados de una borrachera consumista esa mañana del martes. Pero hay muchas transacciones que no encajan con esta explicación. No solamente el volumen sino el tamaño de las transacciones era, de lejos, más alto que el habitual un día como aquél. Hay fundadas sospechas de que fueron planeadas para aprovecharse del caos».
En el mismo orden de cosas, han aparecido recientemente informes señalando que socios muy cercanos a la Administración Bush, miembros del Ejército y funcionarios de inteligencia, repentina e inexplicablemente, vendieron todas su acciones de líneas aéreas tan sólo unos días antes de los ataques terroristas. El FBI está investigando estos informes y las identidades de los titulares de aquellas acciones.
EL VUELO 93
El vuelo 93 de la compañía United Airlines despegó a las 8:01 del aeropuerto de Newark con destino a San Francisco. Poco después de las 9:30 se escuchó por altavoz a uno de los terroristas: «Tenemos una bomba a bordo». Uno de los pasajeros, Thomas Burnett, telefoneó a su esposa, quien le informó de los ataques suicidas contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Minutos después, todos los pasajeros saben lo sucedido y deciden organizar un motín. Otro de los pasajeros, Jeremy Glick, habla también con su esposa y le dice que han preparado un plan para volver a poner a los dos pilotos al mando de la nave. Los secuestradores tenían una caja en la que decían que había una bomba. Desde otro teléfono, Todd Beamer entra en contacto con una operadora telefónica. Lisa Jefferson, que escuchó cómo se unían varias voces y empezaban a rezar. Luego oyó la siguiente frase: «¿Están listos? ¡Vamos!».
Eran poco más de las 10 de la mañana. Los pasajeros lograron irrumpir en la cabina usando un carrito de comida a modo de ariete. Luego todo es una cacofonía de voces ininteligibles que sugieren un forcejeo por el control del avión que, minutos más tarde, a las 10:03, se estrella cerca de Shanksville, Pensilvania. La versión oficial sostiene que el avión cayó a causa de este forcejeo, pero a este respecto quedan aún muchos puntos oscuros, empezando por la tajante negativa de las autoridades estadounidenses a revelar el contenido del material extraído de la grabadora de la cabina, encontrada en perfecto estado entre los restos del avión. Son varias las hipótesis que se barajan como posibles en este caso, aparte de la oficial: que el avión fue derribado por la Fuerza Aérea estadounidense, que los secuestradores tuvieron realmente una bomba que hicieron detonar o que el aparato se encontraba controlado remotamente y que, al triunfar el motín de los pasajeros, fue estrellado rápidamente para impedir que se hiciera pública esta circunstancia.
El FBI ha declarado secreta la investigación: se desconoce el inventario de los restos encontrados en el lugar del siniestro, los resultados de las autopsias, los datos de la caja negra, etc. Son muchos los expertos que se inclinan por que el aparato fue abatido por algún tipo de explosión, interior o exterior, dada la amplia dispersión de los restos del avión, que sugiere que podría haberse desintegrado antes de la caída. Existe el testimonio de un controlador aéreo que afirma que un F-16 había «perseguido sin descanso» al avión secuestrado. Tras esta confidencia, todos los controladores aéreos fueron colocados bajo la jurisdicción del acta de secretos oficiales prohibiéndoseles terminantemente revelar lo que habían visto en sus pantallas aquel día. El mismo mutismo les fue impuesto a sus compañeros de Boston, a los que se prohibió revelar cualquier detalle de lo sucedido en las cabinas de los otros aviones secuestrados.[304] El vicepresidente Dick Cheney reconoció tiempo después que el presidente Bush había autorizado el derribo del aparato secuestrado si bien esto no fue necesario, pues cayó antes de que sus perseguidores se encontraran a la distancia de tiro.
Numerosos testigos afirman haber visto un segundo aparato que volaba rozando las copas de los árboles poco después de que cayera el aparato secuestrado. El FBI ha declarado oficialmente que se trataba de un reactor privado al que las autoridades pidieron que descendiera para examinar el lugar del siniestro. Sin embargo, nadie ha sido capaz de identificar a la tripulación de este misterioso aparato que, por otra parte, estaba infringiendo claramente el cierre del espacio aéreo estadounidense decretado más de media hora antes.
EL ENEMIGO EN CASA
La ya de por sí complicada situación que plantearon los atentados recibió una nueva vuelta de tuerca cuando el 18 de Septiembre se recibieron las primeras cartas conteniendo esporas de ántrax, una enfermedad mortífera muy utilizada en el desarrollo del armamento biológico. En total, y descartando la ingente cantidad de fraudes que se dieron posteriormente, se recuperaron cuatro cartas dirigidas a los senadores demócratas Tom Daschle y Patrick Leahy, al periódico The Post y al presentador de noticias Tom Brokaw de la cadena NBC.
Ninguna de las víctimas contra las que iban dirigidos estos atentados resultó afectada por la enfermedad. Sin embargo, las esporas habían sido manipuladas para aumentar su virulencia, de forma que entre las múltiples personas que manipularon las cartas (empleados de correos, secretarias, conserjes…) se dio un total de trece infectados y cinco víctimas mortales. Se cree que existió una quinta carta que acabó con la vida de un fotógrafo de prensa en Florida, pero jamás pudo ser recuperada por las autoridades.
Rápidamente la Administración Bush utilizó la situación para avivar la ya intensa psicosis de terror que vivía por aquellos días la población estadounidense buscando el respaldo incondicional para sus planes bélicos contra Afganistán. Primero se culpó a Ben Laden de esta nueva ofensiva de terrorismo biológico. Cuando quedó suficientemente claro que el saudita poco o nada tenía que ver con aquello, el clamor de los ayudantes del Presidente se dirigió hacia el archienemigo por antonomasia de la familia Bush: Saddam Hussein. Finalmente se impuso el sentido común y expertos del FBI y la inspección postal comenzaron a decir lo que sólo unos pocos se habían atrevido a exponer antes de ser tachados poco menos que de traidores en el clima de patriotismo exacerbado de aquellos días. Aquel «modus operandi» era típico de los grupos más violentos y peligrosos de la extrema derecha norteamericana y ya había sido empleado en el pasado contra clínicas en las que se practica el aborto, uno de los objetivos predilectos de estos grupos. No hay que olvidar que en Estados Unidos el movimiento Pro-vida tiene un brazo armado sumamente activo y peligroso que, paradójicamente, ya ha acabado con la vida de varios médicos y ha convertido las clínicas en las que se practica el aborto en aquel país en verdaderas fortalezas con medidas de seguridad superiores a las de los bancos.
Sin embargo, las esporas que se recogieron en aquellas cartas presentaban características muy especiales, que las alejaban por completo de las cepas caseras empleadas por las milicias y las organizaciones terroristas cristianas. Se trataba de un preparado altamente refinado, de una pureza y finura que sólo se da en las cepas de grado militar que se elaboran en el más estricto secreto en instalaciones del Ejército estadounidense, como la que se encuentra en Fort Detrick, Maryland. Aquel polvo sólo podía proceder de un laboratorio militar y haber sido elaborado por alguien con amplios conocimientos biotecnológicos. Los detractores de esta teoría tuvieron que acallar su indignación cuando los análisis revelaron que el ántrax en cuestión procedía de la cepa Ames, aislada por primera vez en 1950 en Ames, lowa, y empleada desde entonces como base de buena parte del arsenal biológico estadounidense.
Este supuesto fue confirmado por un experto en lingüística forense del FBI que elaboró un informe en el que afirmaba que los ataques con ántrax se llevaron a cabo desde el propio Estados Unidos por parte de un científico de alto rango de la comunidad militar. El profesor Don Foster afirma que las pruebas apuntan hacia alguien con un alto nivel dentro del Ejército y conexiones con los servicios de inteligencia.
El profesor Foster dijo ante las cámaras de la BBC que había reducido la lista de sospechosos a dos personas que habían trabajado para la CIA, el Instituto de Investigación Médica de Enfermedades Infecciosas del Ejército (USAMRIID) y otras ramas del Ejército con carácter secreto. Curiosamente, el profesor Foster dice que es probable que el asesino sea un individuo muy patriótico que quiso con sus acciones demostrar que Estados Unidos estaba mal preparado para un acto de terrorismo biológico.[305]
Según un informe de la directora del programa de armas químicas y biológicas de la Federación de Científicos Norteamericanos, la doctora Barbara Hatch Rosenberg, apenas cuatro laboratorios militares tenían capacidad para elaborar aquella variedad de ántrax. Con todos estos datos, el FBI elaboró un perfil del culpable: un individuo norteamericano de cuarenta y tantos años de edad, que trabajó en algún momento en armamento biológico, con un doctorado, residente en Washington, vacunado contra el ántrax, con acceso a información secreta. Este sujeto posiblemente trabajó en el USAMRIID, donde debió conocer a Bill Patrick, uno de los principales expertos norteamericanos en armas biológicas. Era muy probable que tuviera alguna disputa con el gobierno y un lugar privado donde preparar los ataques.
Este perfil condujo al registro de la casa del doctor Steven J. Hatfill, cuyo perfil encajaba con el del sospechoso. Sin embargo, el registro resultó completamente infructuoso. En Agosto de 2002 hubo un segundo registro y se supo que Hatfill formaba parte del equipo de inspectores de armamento que la ONU pensaba enviar a Irak.
Pondremos un pequeño ejemplo de la clase de obstáculos a los que se están teniendo que enfrentar en este caso los investigadores del FBI. En el capítulo dedicado al «Proyecto MkUltra» (véase cap. «Asesinos del pensamiento») hablábamos de la muerte en el otoño de 1953 de un científico gubernamental, Frank Olson, que se arrojó por la ventana de un hotel de Nueva York, convirtiéndose en uno de los casos más notorios en la historia negra de la CIA. Recién en 1975 la familia Olson supo que la CIA había inoculado una alta dosis de LSD en su bebida días antes de su muerte. El presidente Ford se disculpó públicamente por este experimento y prometió que el gobierno revelaría todo sobre el caso. Sin embargo, recientemente se ha sabido que la Administración Ford continuó ocultando informaciones sobre Olson, particularmente su papel en alguna de las investigaciones más polémicas de la CIA durante la Guerra Fría, y en el desarrollo de aplicaciones militares para la cepa «Ames» del ántrax. Según ha revelado el rotativo San José Mercury News, la decisión de retener esa información fue tomada por dos ayudantes de la Casa Blanca, Dick Cheney y Donald Rumsfeld, hoy vicepresidente y secretario de Defensa respectivamente.[306]
Así pues, el FBI se encontró de repente ante un impenetrable muro que detuvo su investigación en seco. Los investigadores de la agenda no tuvieron acceso a determinados despachos e instalaciones con altos niveles de seguridad y clasificados como de alto secreto, ni podían pedir a empleados de la CIA u oficiales del Pentágono que contasen todo lo que supieran sobre aquellos hechos. El resultado fue un casi cómico callejón sin salida de desconfianza mutua y papeleo burocrático.[307] Pero la pregunta básica, que aún no ha sido respondida, ha llenado de desconfianza y temor el ánimo de no pocos estadounidenses porque, si el FBI no puede investigar a los responsables del armamento biológico norteamericano, ¿quién puede?
CONCLUSIÓN
La casi completa seguridad de que, al menos los atentados de las Torres Gemelas, fueron planeados y ejecutados por Ben Laden y su organización no disipa la sombra de la duda respecto a la actuación de la administración norteamericana en estos hechos. La implicación de oscuros intereses políticos y económicos, el velo de silencio que rodea la investigación y las anomalías inexplicadas que presentan los atentados, constituyen el entramado de una polémica que con toda seguridad dará mucho que hablar en los años venideros y proporcionará no pocas sorpresas.