EL ESCÁNDALO «WATERGATE»
LA ÚLTIMA MENTIRA DE «DICK, EL ESTAFADOR»
- A pesar de ser uno de los hechos más destacables de la Historia contemporánea, el escándalo Watergate aún presenta multitud de puntos oscuros.
- El equipo de intrusos podría haber entrado en el edificio Watergate buscando las pruebas de un escándalo sexual a gran escala en el seno del Partido Demócrata.
- Entre los intrusos había un «topo» de la CIA que fue quien presuntamente avisó a las autoridades.
- La identidad de «Garganta profunda», el hombre que puso a la prensa al corriente de las irregularidades de la Administración Nixon, aún no ha sido descubierta.
- ¿Estuvo Richard Nixon relacionado con el asesinato del presidente Kennedy?
Ningún libro que trate sobre conspiraciones, encubrimientos y crímenes de Estado estaría completo sin, al menos, la presencia de Richard Nixon, «tricky Dick» (Dick el estafador), como era conocido por sus conciudadanos. El caso Watergate es, casi con seguridad, la conspiración más célebre de todos los tiempos. En la actualidad, el escándalo Watergate se ha convertido en el ejemplo prototípico que viene a la memoria de todos cuando se trata de hablar de juego sucio político, corrupción, extorsión, escuchas ilegales, conspiración, obstrucción a la justicia, destrucción de pruebas, fraude fiscal, uso ilegal de los servicios de inteligencia y de las fuerzas de seguridad, financiación ilegal de partidos y apropiación indebida de fondos públicos, materias todas ellas de las cuales también en España tenemos alguna experiencia.
Estas actividades ilegales, más propias del crimen organizado que del equipo de un presidente de Estados Unidos, se desarrollaron durante toda la Administración Nixon. Son muchos los historiadores y estudiosos que se han preguntado por la razón subyacente que, según las palabras del propio Nixon, hizo que todo se pudriera tan rápido. La respuesta posiblemente haya que buscarla en una peculiaridad psicológica de Nixon que hacía que se identificara tan íntimamente con su función como presidente de Estados Unidos, que interpretaba cualquier ataque hacia su persona como una amenaza contra la nación. De carácter esencialmente mesiánico, Nixon se creía un hombre del destino, un salvador enviado para rescatar al país sin importar los medios que utilizase para ello. Confundió la aversión que muchos ciudadanos sentían hacia él y su política con la deslealtad a la nación.
Cuando fue elegido presidente en 1968 Nixon prometió sacar a Estados Unidos de la guerra de Vietnam. Aquélla fue una promesa incumplida. De hecho, hay quien piensa que Nixon había prometido más de lo que estaba en sus manos cumplir. Poderosos sectores vinculados a la industria armamentística mantenían una presión constante en círculos políticos para que la guerra continuase. Así, los primeros años de la Administración Nixon lejos de acabar con la guerra supusieron una extensión del conflicto y un notable incremento del número de bajas. Esto provocó en muchos norteamericanos un sentimiento de amargura y profunda decepción hacia Nixon, que ya por aquel entonces comenzó a recibir el apodo de «tricky Dick». Gran parte de la nación, muy especialmente quienes le habían concedido su voto en virtud de su promesa de terminar la guerra, se sentía defraudada. Nixon comenzó a sentir una tremenda presión ambiental a la cual no eran ajenos elementos de su propio partido, que se hacían eco del descontento popular y clamaban por un giro en la política internacional del presidente. La naturaleza paranoica de éste lo llevó a asumir que existía una conspiración, no ya contra él, sino contra la presidencia de Estados Unidos.
En una entrevista con el periodista David Frost,[195] Nixon sostenía que Estados Unidos durante su presidencia se encontraba prácticamente en un estado de guerra civil. Esta sensación de acoso llevó a Nixon y a sus ayudantes a preparar una lista de enemigos, que incluiría a los presuntos conspiradores, que debían ser aplastados, no ya por el bien de Richard Nixon sino por el bien de Norteamérica.
Los detalles de este caso son de sobra conocidos por la mayoría del público. Todo comenzó con el allanamiento e intervención de las líneas telefónicas del cuartel general de la campaña electoral del Partido Demócrata. Tirando de este hilo, se acusa posteriormente al presidente Richard Nixon y a gran parte de sus colaboradores de haber llevado a cabo una serie de actos ilegales que llenaron de consternación a la opinión pública estadounidense. El escándalo culminó con la primera dimisión en la historia de un presidente norteamericano.
El allanamiento fue cometido el 17 de Junio de 1972 por un equipo de cinco hombres que fue sorprendido in fraganti en las oficinas del Partido Demócrata en el edificio Watergate de Washington. Su arresto reveló un plan de escuchas ilegales y espionaje contra oponentes políticos patrocinado por la Casa Blanca, y en el que estaban implicados altos cargos del país, como el ex fiscal general John Mitchell, el consejero presidencial John Dean, el jefe de personal de la Casa Blanca H. R. Haldeman, el asesor para Asuntos Nacionales John Ehrlichman y, a la cabeza de todos ellos, el presidente Nixon.
En Mayo de 1973 el Comité de Actividades Presidenciales del Senado estadounidense escuchó una serie de asombrosas revelaciones que daban al escándalo una dimensión mayor de la que ya tenía. John Dean testificó que el Presidente estaba al corriente de la operación y que había autorizado el pago a los asaltantes para que guardaran silencio, algo que fue vehementemente negado por la Administración Nixon.
El 16 de Julio de 1973 Butterfield, otro asesor de la Casa Blanca, reveló que Nixon había ordenado la instalación en la Casa Blanca de un sistema para grabar automáticamente todas las conversaciones que se produjesen en determinadas dependencias del edificio, incluido el despacho oval. Estas cintas constituirían la mejor prueba de si el Presidente estaba mintiendo o no, por lo que el fiscal especial designado para investigar el caso, Archibald Cox, exigió a la Casa Blanca la entrega inmediata de ocho grabaciones. Tras una serie de peripecias y negativas, que incluyeron el despido del propio Archibald Cox, Nixon se avino por fin a entregarlas, pero los expertos determinaron que las cintas habían sido manipuladas y borradas en parte.
A partir de ese momento los escándalos se suceden con inusitada rapidez, y prácticamente a diario salen a la luz nuevas actuaciones ilegales del equipo de Nixon. Finalmente, y para evitar el casi seguro impeachment, Nixon dimite el 9 de Agosto de 1974. Un mes más tarde su sucesor, Gerald Ford, lo exoneraba de todos los delitos que pudiera haber cometido durante su mandato, quedando a salvo de cualquier acusación.
LOS «PLOMEROS»
Hasta aquí hemos comentado lo que puede encontrarse en cualquier enciclopedia, sin embargo, todavía hoy llama poderosamente la atención que, a pesar de haber sido uno de los grandes acontecimientos del siglo XX, un hecho que ha sido sometido al minucioso examen de políticos, periodistas e historiadores, aún queden múltiples puntos oscuros en cuanto a la comprensión global de este asunto y, muy especialmente, del hecho central que detonó la bomba que terminó con la carrera política de Richard Nixon. Por ejemplo, si bien quedó claro en su momento que Nixon estaba al corriente de los hechos, nunca se pudo esclarecer quién fue la persona que ordenó la entrada ilegal en el edificio Watergate y, sobre todo, qué es lo que se pretendía con esta acción.
Tal vez debido al empeño de las instituciones estadounidenses por dar vuelta la página en este asunto lo más rápidamente posible, aun a riesgo de cerrarlo en falso, han quedado resquicios suficientes para que aparezcan versiones revisionistas del escándalo Watergate que, por sorprendente que pueda parecer, pretenden ni más ni menos que rehabilitar el buen nombre del presidente más polémico de la Historia de Estados Unidos. En otro orden de cosas están quienes aún bucean en el fango del Watergate intentando encontrar el hilo que los conduzca al descubrimiento de nuevos secretos inconfesables que se cuecen en la trastienda del poder norteamericano.
Para comprender las implicaciones reales del escándalo deberíamos retrotraernos a su origen. Como ya hemos mencionado, en plena campaña presidencial norteamericana de 1972, el 17 de Junio cinco hombres irrumpieron en una oficina del edificio Watergate de Washington. El objetivo era obtener toda la información posible del cuartel general demócrata. Sin embargo, fueron detectados por la seguridad del edificio y sorprendidos por la policía, que arrestó a Eugenio Martínez, Virgilio González, Frank Sturgis, Bernard Barker y James McCord. El equipo operaba bajo la dirección de Everette Howard Hunt y George Gordon Liddy, que también fueron arrestados.
Ninguno de ellos era desconocido para la inteligencia norteamericana. Martínez y González eran figuras importantes dentro del activismo anticastrista de Miami. Sturgis y Hunt habían sido vinculados por diversos autores a asuntos tan sórdidos como el asesinato del presidente Kennedy y el «accidente» de tránsito que acabó con las ambiciones presidenciales de su hermano Ted. Por otro lado, Hunt, Liddy y McCord habían sido miembros de la CIA. De la profesionalidad de los intrusos nos habla el hecho de que llevaban consigo un equipo de espionaje sumamente sofisticado para la época, que incluía cámaras en miniatura, ganzúas, dispositivos de gas lacrimógeno portátiles, toda clase de micrófonos ocultos y transmisores con los que se comunicaban con Hunt y Liddy, que se encontraban en una habitación de un hotel cercano.
¿POR QUÉ?
La teoría comúnmente aceptada señala que el equipo tenía como propósito la instalación, reparación o retirada de dispositivos de vigilancia electrónica en el cuartel general demócrata. Sin embargo, esto es sólo una hipótesis sobre la naturaleza de la misión que llevó a aquellos hombres al edificio Watergate esa noche. Los propios encausados se contradijeron en no pocas ocasiones respecto a la naturaleza de su misión. Liddy dijo que se encontraban allí para recuperar ciertos documentos comprometedores para Nixon, mientras que Hunt y los cubanos mantenían que se trataba de recoger datos generales sobre la campaña demócrata. En cualquier caso, existe una enorme desproporción entre el riesgo corrido y los posibles beneficios, una desproporción que ha llevado a las mentes más suspicaces a pensar que tras aquel asalto existía una razón todavía no descubierta.
Ante estos hechos, no cabe la menor sorpresa cuando descubrimos que el propio Nixon declaró en más de una ocasión que todo parecía fruto de un plan para incriminarlo y acabar con él.[196] La teoría de la trampa a Nixon, aunque completamente surrealista en su planteamiento, aún tiene defensores entre los sectores de la población más fieles al ex presidente que mejor ha representado el conservadurismo a ultranza de buena parte de la sociedad norteamericana. Por ejemplo, H. R. Haldeman,[197] uno de los más estrechos colaboradores de Nixon, ha manifestado en más de una ocasión que el oficial de policía que llevó a cabo las detenciones en el edificio Watergate, Carl Shoffler, había sido prevenido por los demócratas de que algo iba a suceder aquella noche en el edificio y pudo de esta manera tender una trampa a los intrusos, algo que, aunque fuera realidad, no explica en absoluto la presencia de «los plomeros» en el cuartel general demócrata.
No obstante, la teoría de la trampa podría no resultar tan disparatada si tenemos en cuenta algunos hechos curiosos referentes a la actuación del agente Shoffler. Para empezar, éste no tendría que haber estado de servicio aquella noche. Su turno había terminado varias horas antes, pese a lo cual firmó para realizar un nuevo turno de ocho horas. En principio esto no debería extrañar, pues muchos policías, por exigencias del servicio o por ganarse un dinero extra haciendo horas de más, realizan alguna vez un doble turno. Lo llamativo del asunto es que aquella noche era el cumpleaños de Shoffler, quien, en lugar de celebrarlo junto a su familia, decidió pasar varias horas en el interior de un coche estacionado en las proximidades del edificio Watergate esperando no se sabe muy bien qué. También existe el testimonio de Edmund Chung, un compañero de Shoffler, que afirma que éste actuó aquella noche como si tuviera un conocimiento previo de que algo importante iba a suceder. Por su parte, Shoffler contraatacó declarando que Chung, a quien acusó ante el Senado de trabajar para la CIA, había intentado sobornarlo con 50 000 dólares para que confesase que había sido avisado de la operación. Cuando los senadores le preguntaron sobre su extraño doble turno precisamente el día de su cumpleaños, Shoffler contestó simplemente que «le había dado por ahí».
Hay otros elementos que nos hacen pensar que el arresto de los intrusos del edificio Watergate no fue ni tan afortunado ni tan casual como oficialmente se nos ha pretendido vender. Uno de los principales aparece recogido en un libro escrito por el periodista de investigación Jim Hougan con motivo del 20 aniversario del caso, y se refiere a la más que sospechosa actuación de James McCord, uno de los «plomeros». Antiguo agente de la CIA, McCord era el experto en electrónica del equipo, el encargado de burlar las alarmas e instalar los dispositivos de escucha. Pero analizando cuidadosamente los hechos, McCord se nos perfila como un personaje de mayor entidad en esta historia, como un «topo» dispuesto a sabotear la operación y la persona responsable de la delación que llevó a la detención de los intrusos.
El del 17 de Junio era el segundo intento de entrada en el edificio Watergate. El primero fue abortado por McCord, que había informado a sus compañeros de la existencia de una alarma que en aquel momento no estaba preparado para anular. Curiosamente, Jim Hougan comprobó que esa alarma jamás había existido, luego McCord mintió al resto del equipo. ¿Por qué? ¿Para abortar la acción y poder informar a sus superiores? Es posible que McCord nunca hubiera dejado de trabajar para la CIA, que presumimos lógicamente deseosa de tener un hombre en el equipo secreto de Nixon. Pero ¿qué razón podía tener la CIA para hacer saltar la operación y poner en riesgo a su propio agente? Para responder a esta pregunta es fundamental comprender lo que «los plomeros» buscaban en el edificio Watergate aquella noche.
UN ESCANDALO SEXUAL
Existen otras teorías que si bien reconocen lo evidente, apuntan hacia la posibilidad de que el máximo responsable no fuera Nixon, sino que todo hubiera sido provocado a raíz de una aventura no autorizada de alguno de sus colaboradores más directos. Los autores Len Colodny y Robert Gettlin[198] apuntan como padre de la incursión contra el cuartel general demócrata al consejero presidencial John Dean, cuya arriesgada maniobra no habría tenido otro objeto que hacerse con las pruebas materiales —fotos, conversaciones telefónicas, etc.— de un escándalo sexual a gran escala que habría supuesto un durísimo golpe para el Partido Demócrata. Al parecer, los dirigentes del Partido Demócrata eran clientes asiduos de una red de prostitución de alto standing y realizaban múltiples transacciones de este tipo desde la oficina del edificio Watergate. El contacto entre la red de prostitución y los políticos era un abogado metido a alcahuete llamado Phillip Bailley. La detención de Bailley llamó poderosamente la atención del consejero Dean, quien rápidamente recabó toda la información disponible sobre el asunto, descubriendo la existencia de una comprometedora agenda con nombres y direcciones tanto de las chicas como de sus clientes, la cual se encontraría guardada en un despacho del edificio Watergate. Deseoso de hacerse con este tesoro, y de paso ganar puntos ante Nixon, habría sido Dean el encargado de organizar la desastrosa expedición, echando mano de un grupo de sicarios de confianza que ya habían intervenido anteriormente en otras operaciones clandestinas del equipo presidencial.
Como ya sabemos, la operación fue una chapucería y Dean intentó denodadamente borrar cualquier rastro que pudiera relacionar a la Casa Blanca con lo sucedido, y especialmente con él. De haberse desarrollado así las cosas, Nixon se habría encontrado indefenso a la hora de contrarrestar un escándalo del que nada sabía. Tras este impulso inicial, el resto de irregularidades y delitos que acabaron precipitando su renuncia a la presidencia fueron cayendo uno tras otro como fichas de dominó.
Esta teoría nos sirve igualmente para apuntar una razón creíble a la traición de McCord. Es perfectamente posible que tras la red de prostitución del Partido Demócrata se encontrase la CIA, que, como pudimos comprobar en el capítulo dedicado al Proyecto MkUltra, ha sido desde siempre muy aficionada a la utilización de estos medios. El empleo de prostitutas para chantajear a personalidades públicas de diversos ámbitos es una herramienta utilizada por los servicios secretos de todos los países. Si «los plomeros» estaban a punto de comprometer una operación de este tipo es lógico que la CIA actuase en consecuencia, si bien es poco probable que fueran conscientes del terremoto político que iba a desencadenar ese hecho.
«GARGANTA PROFUNDA»
Así pues, tenemos a John Dean, un asesor del Presidente cuyo exceso de entusiasmo conduce a «los plomeros» a la más desgraciada de sus aventuras, y a McCord, el topo de la CIA que traiciona a sus compañeros para no comprometer una operación secreta de la agencia. Para completar el panorama sólo nos queda conocer a «Garganta profunda», el mítico confidente que reveló a la prensa los incontables trapos sucios que se escondían en la Casa Blanca. Se trata de uno de los mayores misterios de la historia reciente de Estados Unidos. Treinta años después del escándalo todavía no ha sido identificada la fuente anónima de las pistas que condujeron a la caída del presidente Nixon. Carl Bernstein y Bob Woodward, los reporteros del Washington Post que mantuvieron contacto con este personaje y llevaron sobre sus espaldas todo el peso periodístico del asunto Watergate, han expresado su propósito de no revelar su identidad hasta que muera o les conceda expresamente permiso para ello.
A través de diversas entrevistas concedidas por ambos reporteros se ha podido deducir que «Garganta profunda», que debe su apodo a una popular película porno de los años setenta, es un hombre bien posicionado en los ambientes políticos de Washington, amante de los habanos, del whisky escocés, de las citas clandestinas, preferiblemente a las dos de la madrugada en estacionamientos subterráneos, y dotado de una magnífica vista capaz de detectar el cambio de posición de una maceta en el balcón de Woodward como señal para acordar un encuentro. Sin embargo, quienes conocen a Bernstein y Woodward afirman que ni siquiera estos indicios son fiables ciento por ciento. Determinados autores han apuntado la idea de que «Garganta profunda» pudiera ser pura fantasía o, incluso, un conglomerado de diversos individuos y circunstancias. Ésta es una de las teorías más comúnmente aceptadas a pesar de que Bernstein y Woodward insisten en la existencia del personaje. Esta hipótesis fue impulsada en su momento por algunos comentarios del representante editorial de Woodward, David Obst, quien escribió en sus memorias que «Garganta profunda» nació «pues sin ella en Todos los hombres del presidente no hubiera habido ni libro ni película». Recientemente, el voluntarioso John Dean ha emprendido una especie de vendetta personal con la próxima publicación de Desenmascarando a Garganta Profunda, un libro en el que se embarca en la identificación del enigmático personaje: «Es el resultado de cerca de treinta años de investigación intermitente y lo he reducido a unos poquitos», destacó Dean en el programa «Face the Nation», de la cadena de televisión CBS.
Uno de los candidatos más populares para gran número de autores es el general Alexander Haig, máxime después de conocerse que Woodward, antes de ser reportero, sirvió como oficial de la Marina estadounidense en el Pentágono, donde desempeñaba funciones que lo obligaban a presentar informes periódicos ante Haig.[199] Woodward siempre negó este conocimiento previo, que parece suficientemente documentado por varios autores que suponen que su negativa no tiene otro propósito que el de proteger su fuente. El objetivo de Haig no habría sido otro que mantener la atención pública fija en Nixon para que de esta manera pasaran inadvertidas sus propias y graves irregularidades al frente de una red de espionaje que mantenía una vigilancia constante sobre notables personalidades de la vida pública estadounidense.
CONCLUSIÓN
Watergate y el asesinato de John Fitzgerald Kennedy constituyen los dos puntos más oscuros de la Historia contemporánea estadounidense. De hecho, parece que ambos acontecimientos guardan una íntima y nada casual relación. Dos de los detenidos en Watergate, Sturgis y Hunt, presentan un asombroso parecido con dos presuntos «vagabundos» que fueron rápidamente evacuados por la policía del escenario del asesinato de Kennedy, y de los que nunca más se supo. Por otro lado, ambos sujetos han sido documentadamente relacionados con los primeros intentos de la CIA de culpar al régimen de Castro de la muerte del Presidente. De hecho, uno de los que más tenían que ganar con la muerte de Kennedy era el propio Nixon, a quien la desaparición del carismático presidente dejó expedito el camino a la Casa Blanca. Incluso existen algo más que rumores que señalan que los fragmentos desaparecidos de las cintas de Watergate hacían referencia precisamente a este sórdido asunto.[200]