EL REGRESO DEL NAZISMO

DE ODESSA A LOS NEONAZIS

  1. En las postrimerías de la guerra, un selecto grupo de jerarcas nazis se encargó de diseñar una estrategia para perpetuar el «Reich de los 1000 años» más allá de la previsible catástrofe que se avecinaba.
  2. Durante la Guerra Fría, tanto la CIA como la KGB enrolaron a centenares de antiguos miembros de las SS con suficientes crímenes a sus espaldas como para haberlos llevado al cadalso.
  3. Mientras tanto, en España y América latina se establecían redes de ayuda a los antiguos nazis que contaban con importantes recursos económicos y el apoyo de los gobiernos locales.
  4. A partir de los años sesenta, esas mismas redes financian y organizan a grupos neonazis con el propósito de regresar a la escena política y, eventualmente, recuperar el poder.
  5. En la actualidad, la estrategia neonazi pasa precisamente por sacudirse de encima esa etiqueta recurriendo a planteamientos políticos populistas pero manteniendo intactos sus cimientos ideológicos.

Desde que, en los primeros compases de la Guerra Fría, la CIA y la KGB comenzaran a reclutar agentes procedentes de los servicios secretos de la Alemania nazi, hasta que la realidad de la presencia de elementos filonazis en Estados Unidos se hiciera tristemente evidente tras el atentado contra el edificio federal de Oklahoma City, hay un lapso de cincuenta años. Durante ese tiempo, el nazismo no sólo ha sobrevivido con relativa buena salud al clima de repudio universal que sufrió finalizada la Segunda Guerra Mundial, sino que ha vuelto a convertirse en una fuerza política y social a tener en cuenta durante el nuevo milenio. ¿Es algo accidental? Parece que no. A lo largo de este capítulo veremos cómo la supervivencia de la ideología nazi podría obedecer a planes cuidadosamente trazados durante el crepúsculo del III Reich.

El 20 de Julio de 1944 tuvo lugar uno de esos acontecimientos que podrían haber cambiado de un plumazo la Historia de la humanidad. Adolf Hitler sobrevivía a un atentado con bomba con apenas un tímpano perforado y un buen susto en el cuerpo. Sabiendo que la contienda estaba prácticamente perdida y habiendo establecido secretamente contactos con los aliados, un grupo de oficiales de alta graduación había trazado un plan[124] para derrocar a los nazis y firmar un armisticio con las potencias aliadas. Durante unas horas Alemania se encontró al borde del golpe de Estado. Fue en aquellos momentos de incertidumbre cuando hizo su aparición uno de esos personajes que permanecen discretamente entre bastidores durante la mayor parte de su vida pero que, cuando finalmente entran en escena, terminan dejando una huella imborrable en la Historia. El personaje en cuestión era el mayor Otto Erns Remmer, un oscuro oficial de inteligencia que por sus propios medios y casi en solitario se las arregló para detener el complot y alargar la guerra durante un año más.[125] Para demostrar al Führer el éxito de sus gestiones, algunos de los implicados fueron estrangulados con cuerdas de piano y colgados de ganchos de carnicero mientras eran filmados para que Hitler pudiera contemplar la película en su residencia.

El 20 de Julio supuso mucho más que la fecha de un golpe de Estado mal concebido y peor ejecutado por el conde Claus von Stauffenberg y su camarilla de generales prusianos. También sirvió para consagrar a Otto Remmer como «el más leal de los soldados», todo un símbolo contra los traidores a los que el régimen hacía culpables de la derrota de Alemania. En otro orden de cosas, el atentado sirvió, además, para dar cabida al mito de lo que se dio en llamar «la otra Alemania», aquella que se opuso al III Reich. En realidad, las cosas fueron algo distintas. Los conspiradores no tenían la menor intención de librar a Alemania de la tiranía sino que actuaban en defensa de sus intereses particulares, instigados desde Suiza por un joven enlace de los servicios de inteligencia aliados llamado Allen Dulles, que más tarde se convertiría en el primer director de la CIA. Él fue quien los convenció de que un gobierno no nazi podría negociar ventajosamente los términos de la rendición de Alemania. El mito de «la otra Alemania» era extraordinariamente conveniente, ya que sirvió de coartada para que los servicios secretos, tanto orientales como occidentales, reclutasen cantidades masivas de antiguos agentes nazis durante las primeras fases de la Guerra Fría.

Entre estos agentes «reciclados» se encontraba un personaje que resultará clave en el desarrollo de la historia del neofascismo, el coronel Otto Skorzeny.

LAS AMISTADES PELIGROSAS

Los ojos gris acero y la cicatriz que surcaba su rostro daban a Skorzeny el aspecto de lo que realmente era, un hombre de acción, audaz e inteligente, una de esas personas que, si las circunstancias le son favorables, están llamadas a levantar imperios con sus propias manos. Su carrera en el partido nazi fue meteórica y ya en 1938 era miembro tanto de las SS como de la Gestapo. Comenzada la guerra se alistó en las Waffen-SS. El punto culminante de su celebridad lo alcanzó con el rescate de Benito Mussolini durante una arriesgada operación de comandos.[126]

En las postrimerías de la guerra, Skorzeny formaba parte de un selecto grupo de jerarcas nazis encargados de diseñar una estrategia para perpetuar el «Reich de los 1000 años» más allá de la previsible catástrofe que se avecinaba. Pronto quedó claro que lo mejor que podían hacer a este respecto era explotar las diferencias y desconfianzas que existían entre los aliados, especialmente entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

En Febrero de 1945 tuvo lugar la cumbre de Yalta, donde los líderes aliados se reunieron para decidir cómo se repartiría el mundo tras el final de la contienda. Los estrategas nazis supieron aprovechar perfectamente aquella circunstancia para asegurar su propia supervivencia, mientras los soviéticos y norteamericanos se entregaban al saqueo de los despojos de la otrora orgullosa Alemania nazi, rescatando de entre las ruinas cuanto personal o material les pudiera ser de alguna utilidad.

Había llegado el momento de que el general Reinhard Gehlen, uno de los más estrechos colaboradores de Skorzeny, hiciera a los estadounidenses una oferta que, dadas las circunstancias, les sería muy difícil rechazar: los servicios de inteligencia del III Reich habían implantado una vasta red de espionaje que abarcaba prácticamente la totalidad de la Unión Soviética. A pesar de la derrota alemana, aquella red permanecía virtualmente intacta, en estado de letargo y a la espera de órdenes. Lo que Gehlen proponía a los norteamericanos era tan sencillo como poner esa poderosa herramienta en sus manos sin más condiciones ni contraprestaciones.[127] El viejo general manipulaba los resortes mentales de los oficiales norteamericanos con la maestría de un concertista de piano, alimentando sus miedos, excitando su incertidumbre y poniendo en sus manos una esperanza. Un observador externo que hubiera contemplado aquellas conversaciones jamás habría imaginado que Gehlen era un prisionero que estaba a un paso de ser juzgado por crímenes de guerra que lo podrían haber conducido al cadalso. Conduciendo estas negociaciones por la parte norteamericana se encontraba el ubicuo Allen Dulles, ocupado por aquel entonces en el ambicioso programa que recibía el nombre en clave de «Proyecto Paperclip». El propósito de esta operación era recorrer Alemania de punta a punta —cuarteles, laboratorios, fábricas, oficinas— y rescatar todo lo que pudiera ser útil a los norteamericanos, ya fueran planos, prototipos o personas. Decenas de ingenieros, científicos y oficiales de inteligencia que habían hecho méritos más que sobrados para sentarse en el banquillo de Nuremberg fueron exportados directamente a Estados Unidos, donde fueron instalados en casitas con jardín y pudieron disfrutar del «american way of life». El mundo había cambiado, el fin de la guerra hizo que variase drásticamente el juego de alianzas y las reglas ya no volverían a ser las mismas. Gehlen lo sabía, y estaba dispuesto a aprovecharse de ello.

Viendo el cariz que estaban tomando las cosas, los soviéticos no lo pensaron dos veces y decidieron no quedarse atrás, formando su propia red de espionaje integrada por veteranos de las SS —eso sí, convenientemente «desnazificados» y convencidos de las ventajas del comunismo—, a la que pusieron como nombre en clave Theo. Incluso en cierto momento llegaron a establecer conversaciones preliminares para tantear la posibilidad de hacerse con los servicios de Skorzeny. Sin embargo, éste prefirió enrolarse en el bando de su antiguo amigo Gehlen, aunque ello le supuso tener que permanecer oculto durante algún tiempo, ya que los gobiernos danés y checoslovaco habían emitido contra él sendas órdenes internacionales de busca y captura por crímenes de guerra.

CEREMONIA DE CONFUSIÓN

Mientras tanto, y tras una odisea digna de la mejor película de intriga, durante la cual se las arregló para poner en funcionamiento la red de ayuda a los antiguos SS (la mítica «ODESSA») a pesar de encontrarse en poder de los norteamericanos, Otto Skorzeny, ya en libertad y bajo la fachada de un honrado importador de equipamiento industrial, había tomado como cuartel general el conocido restaurante madrileño Horcher. Durante aquella época pasaron por allí todos los nazis que hacían escala en la capital de España antes de incorporarse a sus respectivos exilios sudamericanos.[128] El propietario del establecimiento, Otto Horcher, fue en su momento el restaurador favorito del mariscal Goring, trasladándose a Madrid en 1944, una época en la que según el corresponsal de The New York Times en España: «Los agentes secretos abundan en tal profusión en los grandes hoteles madrileños que es imposible no reparar en ellos». La extraña situación de Skorzeny —técnicamente un fugitivo, pero al que paradójicamente se daba toda clase de facilidades para desplazarse por Europa sin ser molestado— no dejaba de irritar a algunos sectores de la comunidad de inteligencia estadounidense, como el director del FBI J. Edgar Hoover, quien elevó al ejecutivo de su país una protesta formal debido al estatus de tácita inmunidad del que disfrutaba el antiguo nazi. No es de extrañar que Hoover estuviera molesto, pues durante estos desplazamientos Skorzeny movía los hilos de ODESSA y otras organizaciones de ayuda a los fugitivos nazis no tan conocidas, pero igualmente eficaces. La CIA daba su bendición a estas actividades en la medida en que las redes secretas que se formaron en España y América latina facilitaban a la agencia estadounidense toda clase de información sobre estos países, eso sin contar con el hecho de que algunos de sus miembros habían colaborado ya como agentes llevando a cabo misiones en Alemania Oriental.

Paralelamente, la administración norteamericana fue restituyendo en sus puestos a funcionarios y militares anteriormente depurados del aparato nazi. Temiéndose lo peor, los soviéticos llegaron a proponer la reunificación y restauración de la soberanía alemana a cambio de que la nueva Constitución garantizase una estricta neutralidad.

Skorzeny y sus camaradas no podían estar más satisfechos. Gracias al desesperado plan trazado durante la agonía del III Reich los resortes del espionaje europeo de ambos bloques estaban en manos de los nazis. Anticomunistas fanáticos en el bando norteamericano, y rígidos oficiales prusianos que invocaban la tradicional amistad entre Alemania y Rusia en el bando soviético, se las arreglaron para sumir a Europa durante los siguientes cuarenta años en un caos de intrigas y recelos.

LLEGAN LOS NEONAZIS

El estadounidense Harold Keith Thompson era uno de los miembros más activos de «Die Spinne».[129] A pesar de su nacionalidad, su lealtad hacia la causa estaba más allá de toda duda, ya que durante la Segunda Guerra Mundial trabajó intensamente para el servicio de inteligencia alemán en misiones de sabotaje en suelo norteamericano («barcos que se hunden y cosas por el estilo», como a él le gustaba decir). Como cabeza visible del Partido Nacional Socialista norteamericano puede considerárselo como el primer neonazi de la Historia. Pero, a pesar de este dudoso honor, el personaje fundamental en el resurgimiento del nazismo en Estados Unidos no fue él, sino un buen amigo suyo llamado Francis Parker Yockey. Filósofo y poeta, con un coeficiente intelectual de 170 del que solía presumir sin rubor, Yockey trabó una rápida amistad con Thompson, y convencido de la validez de sus ideas se entregó por completo a la causa nazi.

Dotado de un indudable talento literario, Yockey plasmó en un libro sus pensamientos a través de una ciclópea obra de más de seiscientas páginas titulada «Imperium».[130] Fue precisamente su editor en Inglaterra, Oswald Mosley, el líder del movimiento nacionalsocialista en las islas Británicas, quien le propuso trabajar como enlace con otros movimientos afines del continente y de América. La actividad de Yockey culminó en 1949 con la fundación en Londres del Frente de Liberación Europeo, el primer partido neonazi de Europa.

A sus muchos talentos Yockey había añadido el de convertirse en un maestro del disfraz, con una capacidad camaleónica que, según se cuenta, lo hacía prácticamente irreconocible, lo que le permitió viajar por toda Europa y Estados Unidos eludiendo a los servicios de inteligencia que le seguían la pista. Finalmente regresó a Estados Unidos, donde su cultura, modales e inteligencia lo convirtieron en el principal portavoz de la causa nazi, siendo recibido en círculos muy influyentes y contando con la amistad de políticos de cierta importancia, como Dean Achenson, que en aquella época era secretario de Estado. Eran los tiempos del «maccarthismo» y en los círculos conservadores el discurso de Yockey era escuchado con interés y aprobación. Sin embargo, la esperpéntica paranoia anticomunista de la derecha norteamericana no podía sino terminar por aburrir a alguien de la capacidad intelectual de Yockey, que decidió volver a Europa para cumplir una misteriosa misión de la que sólo se sabe que lo llevó más allá de la cortina de hierro.

Entre tanto, Skorzeny había mudado la ubicación de su cuartel general, trasladándose a la Argentina, donde obtuvo el favor del presidente Juan Domingo Perón. Desde allí pudo dirigir el imperio económico nazi con total impunidad, supervisando el correcto cumplimiento del plan de supervivencia del movimiento. La Argentina se había convertido en tierra de promisión para los fugitivos nazis y gran parte de los fondos del Reichbank habían terminado en bancos de este país, depositados en cuentas secretas o a nombre de Eva Duarte y otros simpatizantes argentinos. La ambigüedad entre populista y autoritaria del Justicialismo —doctrina política de Perón— hacía que la vieja guardia nazi se sintiera como en casa. Un buen lugar para esperar la llegada de su momento.

LA ESVÁSTICA Y LA MEDIA LUNA

Se suele decir que la política hace extraños compañeros de cama. Es posible que esa frase cruzara por la mente de Otto Skorzeny al ser invitado a viajar a El Cairo como asesor del consejo de la revolución de los «Oficiales Libres», la fuerza política que acababa de derrocar a la monarquía egipcia por medio de un golpe de Estado. Acudió como experto en asuntos de inteligencia a solicitud del mismísimo coronel Gamal Abdel Nasser, que se convertiría en el primer presidente de la República de Egipto y compartía con Skorzeny un anhelo común: ver borrado del mapa el Estado de Israel.[131] Durante aquella época, Egipto se convirtió en una nueva meca de la diáspora nazi y una ubicación perfecta para la instalación de un segundo cuartel general. Prominentes nazis comenzaron a visitar El Cairo con cierta frecuencia, como el propio Francis Parker Yockey, que, ejerciendo su autoasumido papel de revolucionario en busca de una revolución, trabajó intensamente escribiendo propaganda antisionista para el Ministerio de Información egipcio.

En Abril de 1955 Nasser acudió a la primera Conferencia de Países No Alineados, celebrada en Indonesia, donde obtuvo del resto de los países miembros una condena del sionismo y una resolución de apoyo a la Organización para la Liberación de Palestina. Tras este éxito diplomático se encontraba la mano maestra de Skorzeny, que durante esa época trabajaba en paralelo para la CIA, poniendo trabas al poco conveniente acercamiento entre Egipto y la URSS.

Sin embargo, los exiliados del III Reich no iban a disfrutar indefinidamente de una situación idílica. Una más que justificada alarma cundió entre los criminales de guerra nazis el día que Adolf Eichmann, principal artífice de la «solución final» contra los judíos, fue ahorcado en Israel tras haber sido secuestrado en Buenos Aires a través de una expeditiva y audaz acción del Mossad (el servicio secreto israelí).

EL RESURGIR

Si extraña fue la aventura egipcia de Skorzeny y su séquito, no lo fue menos el siguiente capítulo de la peripecia de Francis Yockey, que lo llevó hasta La Habana de Fidel Castro para comprobar si era cierto aquello de que los extremos se tocan y había alguna posibilidad de colaboración entre el régimen cubano y la internacional nacionalsocialista. Fue sólo una intentona que no cuajó, por lo que al poco tiempo Yockey regresó a Estados Unidos, donde estuvo jugando al ratón y al gato con el FBI durante una temporada. Finalmente, fue detenido y falleció en prisión en 1960 en circunstancias poco claras.

Pero para entonces Yockey, que otrora fue considerado como uno de los mayores enemigos de Estados Unidos, ya era una reliquia de otros tiempos. En los Estados Unidos de los años sesenta la estrategia del nazismo se debatía entre la actitud solapada de los grupos de presión de la extrema derecha vinculada al Partido Republicano, como el Liberty Lobby, con su actitud de «nosotros sólo somos un grupo de patriotas», y la políticamente menos correcta, aunque mucho más sincera, parafernalia de desfiles, camisas marrones y esvásticas en el brazo en la que se había embarcado George Lincoln Rockwell, el pintoresco líder del Partido Nacional Socialista norteamericano. Sus coloridas y descaradas demostraciones, que frecuentemente tenían que ser escoltadas por la policía para evitar que la multitud los agrediese, consiguieron sin embargo conmocionar a la sociedad norteamericana que, con el recuerdo de las playas de Normandía aún fresco, miraba con recelo y perplejidad hacia su cuartel general, conocido como «La colina del odio».[132]

Mientras, en Europa estaba surgiendo un sólido movimiento unionista claramente emparentado con los ideales nazis. Algo tremendamente curioso, pues cuando la Unión Europea comenzó a ser un hecho la mayor parte de los grupos neonazis dio un giro de 180 grados en sus planteamientos y su paneuropeísmo quedó en el más absoluto de los olvidos. La figura más destacada de esta tendencia primitiva de la nueva extrema derecha fue el belga Jean-François Thiriart. Su programa político era claro: una Europa unida a cualquier precio. Thiriart mantuvo una intensa actividad política e intelectual que incluyó la edición de una revista, «La Nation Européenne», en la que escribía frecuentemente Juan Domingo Perón, que aportaba al ideario de la publicación sus teorías panamericanistas, muy en la línea de las del unionista europeo. Había llegado el momento de un cambio de guardia y los viejos nazis, pensando que ya habían aportado suficiente a la causa, dejaron de lado los ideales y, no sin antes traspasar el testigo de la ejecución del plan a manos más jóvenes, decidieron dedicarse a actividades algo más lucrativas. Así las cosas, no nos extraña encontrarnos a Otto Skorzeny en Portugal trabajando como traficante de armas para el régimen de Salazar, un negocio en el que los conocimientos adquiridos durante su etapa al frente de «ODESSA», así como sus contactos con los servicios de inteligencia norteamericanos y el hampa de medio mundo, le fueron de extraordinaria utilidad. Los puestos clave de su organización estaban ocupados por antiguos compañeros de armas. Por ejemplo, su enlace en Bolivia no era otro que el ex capitán de la Gestapo Klaus Barbie, el tristemente célebre «carnicero de Lyon». Los camaradas se habían pasado a los negocios.

TOMA DE POSICIONES

La segunda parte de este proceso está marcada por el momento en que el nazismo europeo sale de las catacumbas y comienzan a celebrarse importantes manifestaciones públicas que ponen de manifiesto que el movimiento tiene mucha más vida de la que generalmente se imaginaba, como la «fiesta» que todos los años se celebra en la localidad belga de Dixmude: una suerte de romería hitleriana en la que miles de cabezas rapadas, luciendo sus mejores galas, cantan himnos y beben cerveza en un clima de etílica exaltación ideológica.[133]

La década de 1980 ve el nacimiento de una nueva camada de líderes, menos apegados al pasado y mucho más pragmáticos, que darán un nuevo giro a las aspiraciones y estrategias neonazis. Uno de ellos es Michael Kühnen, líder del Frente de Acción Nacional Socialista. Inteligente analista, Kühnen era perfectamente consciente de la pésima imagen del nazismo y, para vencerla, dotó a su movimiento de una intrigante nueva cualidad, considerar la figura histórica de Hitler como un traidor hacia el verdadero ideal nacionalsocialista.

Otro neonazi soterrado —claro ejemplo de la segunda fase del plan de supervivencia— que hizo su aparición en la escena europea por aquellas fechas fue el filósofo francés Alain de Benoist, quien coqueteó con la extrema derecha y la extrema izquierda a través de la sociedad GRECE (Grupo de Investigación y Estudios sobre la Civilización Europea). Esta sociedad aportó argumentos ideológicos que actualmente siguen utilizando los grupos neonazis de todo el mundo. Los planteamientos de estos nuevos ideólogos del fascismo en ocasiones lindaban con el surrealismo, en especial cuando comenzaron a reclamar como aliados para su causa a ETA, el IRA, los grupos independentistas del bloque del Este, los nacionalistas ucranianos, los mujahidines de Afganistán y los sandinistas nicaragüenses. Aún queda algo de esta paranoia doctrinal en los neonazis actuales, tal como pudimos comprobar cuando tras los atentados del 11 de Septiembre algún grupo de esta tendencia anunció su incondicional apoyo a la causa de Ben Laden.

Sin embargo, al margen de estos juegos intelectuales más o menos absurdos, lo que resulta evidente es que para que el nazismo resulte de nuevo una opción política viable existe un gran obstáculo histórico: el holocausto. Es por ello que el plan nazi incluye la aparición de una corriente de historiadores afectos a la causa, cuyo máximo exponente ha sido el doctor Erns Nolte, embarcados en un esfuerzo para restar importancia o incluso negar el exterminio de seis millones de judíos.

Lo cierto es que entre los líderes de nuevo cuño, los historiadores revisionistas y las extravagancias ideológicas, la estrategia neonazi terminó por dar resultados. Ya en 1989 el regreso del nazismo era una realidad ineludible, especialmente en Alemania, donde Kühnen se permitía manifestar en la revista Der Spiegel: «Nuestro sueño es una raza de camisas pardas europeos, soldados políticamente activos en el nacionalsocialismo que combatan por las calles».[134] Por aquellas fechas se preparaban los fastos para celebrar el centenario del nacimiento de Hitler, a los que acudirían neonazis de España, Francia, Dinamarca, Bélgica, Noruega y Alemania. La esvástica ondeaba de nuevo en Europa.

LA REUNIFICACIÓN

El 9 de Noviembre de 1989 toda Alemania, y muy especialmente Berlín, fue una fiesta, la catarsis total. El muro de la vergüenza había caído. Pero la fiesta no duró mucho. Los elevados niveles de frustración de amplios sectores sociales en la antigua República Democrática de Alemania, que percibían estar sometidos a una situación de marginación respecto de los ciudadanos de la República Federal, y el cierre de numerosas empresas que no resultaban competitivas en la nueva Alemania reunificada, constituía un campo abonado para nuevas ideas y valores políticos, en un entorno en el que tradicionalmente habían prevalecido principios no democráticos y donde las estructuras políticas se habían caracterizado por su corte autoritario, ya fuera durante el período nazi o tras la creación de la República Democrática. No resulta sorprendente que sea en los antiguos territorios de la Alemania comunista donde se registren mayores niveles de aceptación de las organizaciones extremistas de derecha y de las neonazis en particular.

Helmut Kohl había mentido por partida doble. A sus ciudadanos de la República Federal les había contado que la reunificación no tendría costos económicos y a los alemanes del Este les dijo que no verían aumentados sus impuestos ni recortados sus servicios sociales. Nada de esto se cumplió, pero a pesar de los inconvenientes a los líderes neonazis la reunificación les debió resultar insuficiente. Al menos eso se deduce de las palabras del radical austríaco Gottfried Küssel cuando solicitaba vehementemente la restitución de las fronteras alemanas del III Reich.

Muestra de este sentimiento de sustracción territorial es que uno de los objetivos favoritos de los skinhead alemanes en la época inmediatamente posterior a la reunificación fueron los turistas e inmigrantes polacos, a los que se culpaba de la pérdida de Prusia. Esta campaña de terror contra ciudadanos polacos fue uno de los últimos éxitos de Michael Kühnen, que murió de sida el 25 de Abril de 1991, dejando una grave crisis de liderazgo en el neofascismo alemán.[135] El elegido en primera instancia para ser el nuevo Führer fue el austríaco Küssel, pero una inconveniente sentencia a diez años de prisión provocó la búsqueda de un nuevo candidato para llevar las riendas del plan maestro en Alemania. Sin embargo, la profusión de organizaciones —difíciles de coordinar y que a veces tenían serios problemas de rivalidad entre ellas— y las maquinaciones palaciegas impidieron que se nombrara a una auténtica nueva cabeza visible del nazismo. Muchos grupos, pero una sola línea de pensamiento. En las reuniones de los skinhead uno de los platos fuertes es la negación del holocausto, según ellos una burda mentira judía que la humanidad ha creído a pies juntillas: «El holocausto es una fabricación, las películas de las muertes, de las cámaras de gas, de las ejecuciones en masa, fueron filmadas en Hollywood, narradas por Trevor Roper y dirigidas por Hitchcock». Estas teorías se divulgan en auténticos cónclaves negacionistas, como el que tuvo lugar en Munich el 20 de Abril de 1990.

Uno de los capítulos más vergonzosos de la nueva etapa política alemana es la instrumentación electoral que el CDU ha hecho del resurgir nazi, intentando capitalizar algunos de estos sentimientos xenófobos: «Alemania no es un país para inmigrantes», decía una y otra vez el canciller Kohl en sus discursos, olvidando adrede que, aunque sin derecho al voto, la mano de obra extranjera aporta al país a través de impuestos y cotizaciones a la seguridad social considerablemente más de lo que recibe. En este sentido, un miembro del gabinete de Kohl, Wolfgarig Scäuble, no pudo sino admitir que la economía alemana estaba preparada para absorber un alto número de inmigrantes y que si se recurría a estos argumentos era por razones estrictamente políticas.

Sabiéndose árbitros del panorama político alemán, los ataques nazis han crecido en intensidad y audacia, llegando hasta el extremo de haber profanado la tumba de Konrad Adenauer, padre de la democracia alemana. Así, mientras el gobierno niega inexplicablemente la existencia de estos grupos organizados —todo es obra de individuos exaltados y «elementos incontrolados»—, éstos se comunican a través de Internet discreta e impunemente por medio de la conocida como Thule Network.

LA HORDA DEL ESTE

El 17 de Agosto de 1991, en un genuino acto de afirmación nacional prusiana, volvió a Potsdam el cuerpo del rey Federico el Grande. Dos días después tenía lugar un intento de golpe de Estado en la URSS que marcaría el principio del fin para el régimen soviético. El derrumbe del bloque del Este es crucial para Europa y sus consecuencias aún no podemos calibrarlas en su totalidad. El problema prusiano es una de las heridas abiertas en la conciencia nacional alemana. Hasta hoy, la «corrección de fronteras» sigue siendo un debate abierto entre los alemanes. Los analistas de la CIA llegaron a pensar en un momento dado que Alemania podría intentar, aprovechando la debilidad de los países del Este, anexarse sus antiguos territorios; eso sí, empleando la diplomacia antes que la fuerza.

Sin embargo, las oportunidades para ejercer la violencia no faltan. La guerra en la antigua Yugoslavia dio a los neonazis europeos la opción de «combatir por la causa». Una brigada internacional, formada por neonazis alemanes, franceses, británicos, austríacos, españoles, portugueses y norteamericanos había luchado en la guerra de Bosnia enrolados en el bando croata. Era como una especie de siniestra contrapartida a los «cascos azules». En los países del Este el nazismo no es cosa de broma. En Julio de 1994 las fuerzas de seguridad rusas desmantelaron un grupo de terroristas neonazis denominado «la legión de los hombres lobo». Aparte de armas y explosivos, en la sede se encontró un par de orejas humanas conservadas en alcohol. Éstas pertenecían a un miembro del grupo que había sido ejecutado por fallar en una misión y se conservaban como aviso para todos los demás.[136]

Aparte de estos grupos marginales, la figura más carismática del neonazismo oriental es Edward Limonov, líder del Frente Nacional Bolchevique de Rusia. Sí, bolchevique; los estrategas del nazismo siempre han tenido claro que los extremos se tocan. Limonov es la nueva cara del nacionalismo radical, a mitad de camino entre el rebelde sin causa y la estrella de rock. Él también intervino en la guerra de Bosnia dirigiendo un grupo de voluntarios rusos en el bando serbio. Otro personaje destacado del panorama extremista ruso es el autor de estas palabras: «Cuando llegue al poder, seré un dictador. (…) Lo haré sin tanques en las calles. Aquellos a los que detenga serán sacados de sus casas en silencio, por la noche. Puede que tenga que matar a cien mil personas, pero los otros trescientos millones podrán vivir en paz». Esta perla dialéctica es obra de Vladimir Zhirinovski, el líder ruso que más inquietud despierta en Occidente.

YA ESTÁN AQUÍ

La muerte, quemadas vivas, de tres muchachas turcas en la ciudad alemana de Solingen fue, aparte del triste epílogo a décadas de discriminación sobre la comunidad turca, una llamada de atención sobre la realidad del fenómeno neonazi. La crisis económica y cultural ha permitido a las organizaciones de extrema derecha desarrollar una infraestructura a través de la cual canalizar los elevados niveles de frustración de ciertos grupos ciudadanos. La crítica al extranjero, atribuyéndole la culpabilidad de que los nacionales no tengan acceso a un puesto de trabajo en su propio país, demostró ser un argumento fértil sobre el cual elaborar propuestas de alcance ambicioso que planteaban un cambio radical en las estructuras políticas democráticas. De esta manera, la xenofobia y su exteriorización se convirtieron en indicadores que permitían conocer los niveles de asimilación de los valores promovidos por las organizaciones de extrema derecha. Alemania es el país en el que en mayor medida habían sido asimilados tales mensajes a tenor del elevado número de agresiones racistas que allí se han producido.

En Estados Unidos también existe preocupación. Los neonazis norteamericanos ya no son sujetos pintorescos como George Lincoln Rockwell. En el lago Hayden (Idaho), el reverendo Richard Butler dirige una comuna neonazi denominada Naciones Arias, en la que conviven familias a cuyos hijos se les inculca desde niños el odio racial bajo la apariencia de una guerra santa en la que la raza blanca es depositaría de la pureza de los valores cristianos.[137] En otro orden de cosas, la bomba contra el edificio federal de Oklahoma no sólo mató a 169 personas e hirió a más de quinientas, sino que además dinamitó la inocencia del «sueño americano». La vinculación de los responsables del atentado con el floreciente movimiento de milicias que se vive en Estados Unidos y sus contactos con miembros europeos de organizaciones similares enseñaron a los norteamericanos que los neonazis ya no eran personajes para tomarse a la ligera.

En la actualidad, los neonazis están coordinados internacionalmente, y así, el norteamericano Liberty Lobby apoya a políticos «afines» de otros países, como Vladimir Zhirinovski en Rusia, la filipina Imelda Marcos o Jean-Marie Le Pen en Francia. Mismos perros con distintos collares que, para huir de las connotaciones del término «supremacistas blancos», se han autotitulado con el eufemismo «separatistas blancos». La situación llega a ser particularmente perversa cuando en un país como Estados Unidos, formado por las masas emigrantes de todo el planeta, los extranjeros comienzan a ser sistemáticamente atacados por grupos racistas con la bendición de parte de la población.

Resulta alarmante que en Alemania el neonazismo ya no sea meramente un fenómeno sociológico, sino que haya obtenido éxitos electorales, como el del extremista Franz Schönhuber en 1993 en el Land de Hesse. Claro que tales cosas no son de extrañar si tenemos en cuenta que una reciente encuesta arrojó como resultado que el 41 por ciento de los alemanes no estaba satisfecho con el sistema democrático.

Y AHORA, ¿QUÉ?

En la mayor parte de las democracias liberales existen actualmente grupos neonazis. Sus actividades se centran en la discriminación racial, ataques contra minorías étnicas y la negación del holocausto, a pesar de ser consideradas como actividades ilegales en muchos países.

Sin ir más lejos, en Alemania, donde incluso la exhibición de símbolos nazis es ilegal, hemos podido observar cómo el Tribunal Constitucional se ha visto obligado a prohibir varios grupos neonazis entre 1952 y 1992. El Deutsche Reichspartei de Otto Remmer tuvo cinco diputados en el Bundestag entre 1949 y 1953. El Nationaldemokratische Partei Deutschlands (Partido Nacional Democrático de Alemania) obtuvo éxitos electorales entre 1966 y 1972; el momento de máxima popularidad de este partido fue en 1994, cuando su líder, Günter Deckert, recurrió con éxito una condena por negar el holocausto. La situación política alemana era particularmente ambigua. Ese mismo año, un encuentro entre Franz Schönhuber, dirigente del Republikaner Partei (Partido Republicano) y Gerhard Frey, líder del Deutsche Volksunion (Unión del Pueblo Alemán), fue el motivo de la expulsión de Schönhuber de su partido. Otros grupos similares son sospechosos de estar involucrados en ataques contra inmigrantes turcos y otros residentes extranjeros.

El neonazismo ha progresado. Y eso es algo que no pasa inadvertido a los analistas políticos: «De momento, la cuña se abre espacio en el corazón de Europa. El Partido Popular (democristiano) del canciller Schüssel en Austria no tiene inconveniente en gobernar en coalición con el llamado Partido Liberal (ultraderechista) de Jörg Haider. En Italia, el populismo con pocos escrúpulos de la berlusconiana Forza Italia no le ha hecho ascos a coaligarse con la Alianza Nacional del postfascista Fini y la Liga Norte del demagogo xenófobo Bossi. En Dinamarca, una coalición gubernamental derechista cuenta con el apoyo parlamentario del Partido del Pueblo Danés (extrema derecha), del que se aceptan presiones legislativas».[138] La violencia contra inmigrantes y ciudadanos de razas no blancas se ha incrementado por toda Europa occidental en los últimos años. El crecimiento electoral de los partidos de extrema derecha ha sido citado como prueba; en Austria, con Jörg Haider, presidente del Partido Liberal austríaco (FPO) y gobernador de Carintia, que ha ensalzado la trayectoria de Hitler y exige la limitación de la inmigración; en Bélgica, el Bloque Flamenco, un partido de extrema derecha, ha obtenido algunos escaños; en Francia se ha aplicado la ley que pena la negación del holocausto contra Jean-Marie Le Pen, líder del Frente Nacional, que en 1997 obtuvo varias alcaldías en el sudeste francés y en las elecciones presidenciales de 2002 obtuvo un éxito sin precedentes para la extrema derecha al pasar a la segunda vuelta; en Noruega, el Partido del Progreso, liderado por Carl Hagen, logró 11 escaños. Su programa exige acabar con la inmigración de población no cristiana. En Holanda, el asesinato del líder radical Pim Fortuyn ha impulsado inesperadamente a su partido.

En otros países, la ausencia de representación parlamentaria no implica necesariamente la inexistencia de grupos neonazis. En el Reino Unido —donde negar el holocausto no es ilegal—, el National Front y el British National Party, ambos fundados por el neonazi confeso John Tyndall, no han logrado representantes en ningún comicio, pero el panfleto «¿Murieron realmente seis millones?» de Richard Verrall,[139] que niega el holocausto, ha vendido cientos de miles de ejemplares.

Como ya hemos visto, el colapso de los regímenes comunistas ha propiciado la aparición de grupos de extrema derecha. En Rusia, el Partido Liberal, cuyo máximo representante es Vladimir Zhirinovski, propugna el mantenimiento de las antiguas fronteras de la Unión Soviética bajo un régimen nacionalista ruso. En los parlamentos de la República Checa, Hungría, Rumania y Eslovaquia están representados partidos ultranacionalistas. La «limpieza étnica» llevada a cabo en Bosnia-Herzegovina durante la guerra de Yugoslavia estuvo dirigida por políticos nacionalistas.

Más cerca de nosotros, el Círculo Europeo de Amigos de Europa (CEDADE) tiene ramificaciones en España, Portugal, la Argentina, Ecuador y otros países. Es una de las organizaciones más importantes de cuantas unen a los neonazis europeos. España constituye un caso atípico dentro del contexto europeo. Las ocasionales acciones de pequeños grupos que actúan de forma esporádica constituyen un indicador de que efectivamente las actitudes intolerantes promovidas directamente por grupos skinhead de carácter neonazi han impactado en ciertos grupos juveniles, pero no han sido capaces de ofrecer propuestas políticas atractivas.

En Estados Unidos el fenómeno de la extrema derecha se encuentra muy condicionado por la situación interna, articulándose en torno a unos principios en los que se combinan valores políticos ultraconservadores, racistas y cristianos, promovidos estos últimos por organizaciones de tipo carismático. Estos elementos mezclados en diverso grado configuran la extrema derecha norteamericana. La creciente crisis del sector agrario norteamericano, así como el deterioro de los valores tradicionales vinculados al campo y considerados parte de la identidad norteamericana, ha impulsado a amplios sectores sociales a mostrar actitudes hostiles hacia la modernidad y a engrosar las filas de organizaciones que se oponen frontalmente a la autoridad estatal, las llamadas milicias, que en casos como la Milicia de Montana o la Milicia de Michigan se han convertido en pequeños ejércitos perfectamente pertrechados y adiestrados. En ese contexto, los grupos neonazis han alcanzado cierta relevancia, pero siempre en relación muy estrecha con los principios considerados como típicamente norteamericanos y con una dimensión religiosa ajena en gran medida a la tradición neonazi o a la moderna extrema derecha europea. Hay grupos similares en Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica, donde el apartheid fue establecido por políticos que habían estado encarcelados a causa de su postura favorable a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

CONCLUSIÓN

A la vista de los datos aquí presentados no resulta alarmista vaticinar un resurgir del nazismo durante este siglo. Las mentes que idearon este largo período en la sombra tuvieron éxito en su empeño de mantener sus ideales en hibernación hasta la llegada de tiempos mejores. Queda por saber si su éxito será total y una nueva generación de jóvenes tendrá que pagar con su sangre el derecho a la libertad.