LA GARDUÑA

EL SECRETO MEJOR GUARDADO DE LA INQUISICIÓN

  1. La Garduña fue una sociedad secreta española cuya existencia se prolongó durante varios siglos.
  2. Como si de un precedente del «Ku Klux Klan» se tratara, su primer propósito fue la persecución ilegal de judíos y musulmanes.
  3. Más tarde derivó en una sociedad de delincuentes que dio origen, entre otras, a la Camorra napolitana.
  4. Secuestradores y asesinos a sueldo, la Inquisición utilizó a menudo sus servicios para actuar contra personas sobre las que legalmente no tenía jurisdicción.
  5. La herencia de la Garduña aún se encuentra presente en el hampa española.

Durante algunos de los momentos más oscuros de la historia española su sola mención, siempre en voz baja, infundía el pánico en los corazones. La Santa Garduña fue una sociedad secreta de criminales cuyo poder desafiaba por igual a la Iglesia y a la Corona. Eran granujas, prostitutas y espadachines a sueldo. Durante más de doscientos años reinaron como los monarcas indiscutibles de los bajos fondos de la península Ibérica, y aún en nuestros días su legado no ha desaparecido del todo.

La Reconquista española es uno de esos períodos históricos en los que la confusión y la visceralidad a flor de piel hacen posibles cosas que en otros tiempos más ordenados hubieran sido impensables. En una época de intensa exaltación religiosa y nacionalista, los judíos y musulmanes que vivían en territorio cristiano se encontraban en un estado de virtual indefensión que los convirtió en víctimas favoritas de bandidos y malhechores que, en no pocas ocasiones, ponían la defensa de la fe como justificación de sus tropelías, lo que les granjeaba la aprobación tácita de la Iglesia. A fin de cuentas, los musulmanes eran el enemigo que aún controlaba amplios territorios del suelo patrio y los judíos, los miembros de una raza maldita responsable de la ignominiosa ejecución de Jesucristo. Por ello, no es de extrañar que los nobles y esforzados caballeros que formaban las huestes de la Reconquista recibieran el inesperado refuerzo de una auténtica legión de rufianes que veían en esta campaña una oportunidad para obtener un buen botín. La Santa Garduña nació como consecuencia de este orden de cosas.

Los orígenes reales de la Garduña como fuerza unificada no se remontan mucho más allá de la época de los Reyes Católicos,[30] quienes en el siglo XV emprendieron su cruzada contra los últimos reductos de influencia musulmana en la península Ibérica. A consecuencia del éxito de aquella campaña muchos islamitas fueron muertos o desterrados al norte de África, con la única excepción de varios reductos guerrilleros que permanecieron en las montañas durante algún tiempo. No fueron pocos los que decidieron abrazar el cristianismo para conservar sus viviendas y posesiones. Eran principalmente súbditos de sangre tan española como la de los cristianos y religión musulmana o judía, que no tenían ningún otro lugar adonde ir. Antes de la expulsión de judíos (1492) y moriscos (1609), estos grupos sufrieron todo tipo de arbitrariedades que incluía la expedición de órdenes de arresto o de desahucio basadas en cargos falsos, de las que se beneficiaron en no pocas ocasiones los miembros del clero y de la Garduña. Era una época en que la balanza de poder variaba, y si bien nobles y señores feudales estaban perdiendo grandes porciones de su poder, lo cierto es que aún no se había desarrollado adecuadamente una nueva oligarquía que ocupase su lugar, por lo que existía en determinados ámbitos un claro vacío de poder que permitió a la Garduña actuar en muchos lugares casi con total impunidad.

La Santa Inquisición centró su atención en casos de judíos y musulmanes convertidos a la fe católica —los conocidos despectivamente como «marranos»— pero que eran sospechosos de seguir practicando en secreto su religión original. Algunos eran ricos y otros incluso miembros de la Iglesia. Sin embargo, a pesar de lo que dice la leyenda negra, la Inquisición no era una institución todopoderosa y en muchos casos resultaba imposible proceder abiertamente contra determinados individuos, que habían conseguido comprar su inmunidad merced a su fortuna o influencia.

ALIADOS DE LA INQUISICIÓN

En estos casos particulares era donde entraba en juego la Garduña, cuya actividad de aquellos días podríamos compararla a la del Ku Klux Klan, esto es, una sociedad secreta esencialmente de carácter racista encargada de la persecución ilegal de los ciudadanos por razones xenófobas. Los miembros de esta sociedad secreta trataban a estos judíos y musulmanes influyentes de maneras nada católicas, recurriendo generalmente al asesinato de cualquiera que difundiera o practicara ideas heterodoxas. De este modo, este consorcio criminal se convirtió en un arma extraoficial del Santo Oficio.

El férreo adiestramiento y disciplina de sus miembros, así como una extremada crueldad a la hora de llevar a cabo sus misiones, convirtió a la Garduña en un mito por derecho propio. En el seno de la sociedad se enseñaba a los neófitos que ésta había nacido poco después de la batalla de Covadonga,[31] una pretensión completamente ficticia e infundada. Igualmente, se les inculcaba que fue el disgusto de Dios Padre el que permitió a los musulmanes conquistar la mayor parte de la península ibérica a modo de castigo para los impíos cristianos de la época. Las únicas personas a quienes el Todopoderoso permitió sobrevivir fue un reducido grupo de elegidos, sobre quienes recaería la tarea de reconquistar el país y limpiarlo de infieles. Para ello, este escogido grupo tuvo que esforzarse durante setecientos años y esto sólo gracias a la intermediación de la Virgen de Córdoba, cuyos lamentos habían evitado la destrucción total del pueblo español, y permitido que la Garduña llevara a cabo su misión divina: hacer prevalecer la pureza de la sangre española. Grupos de patriotas tomaron las regiones montañosas organizándose en bandas y luchando como guerrilleros en aras de cumplir su sagrado destino.

Otro de los elementos fundamentales del folclore garduño era la historia de Apolinario, un ermitaño que según la leyenda habitaba en un remoto rincón de Sierra Morena dedicado únicamente al culto a la Virgen y a la recolección de las hierbas con las que se sustentaba. La Virgen, conmovida por su fervor y ascética virtud, lo escogió como su mensajero y le hizo una revelación con el encargo de difundirla y cumplir fielmente las instrucciones que le iba a dar. Para expiar sus muchos pecados los españoles tenían que ofrecer al Señor la victoria sobre los musulmanes. A partir de ese día el ermitaño tendría que predicar este mensaje para, así, impulsar la cruzada que salvaría a España.

Aunque abrumado por la responsabilidad que se había depositado en sus manos, el anacoreta aceptó el singular encargo. Reclutaría por caminos y pueblos un ejército de patriotas cristianos y si fuera necesario los conduciría él mismo al campo de batalla en nombre de la Sagrada Virgen. Como premio, los guerreros serían recompensados con todas las tierras y otras posesiones que consiguieran arrebatar a los musulmanes. La riqueza de los mahometanos en manos cristianas sería la prueba irrefutable que aclararía de una vez por todas cuál era la verdadera religión. La Virgen ungió al ermitaño, le dio su bendición y lo invistió con un botón que ella misma había obtenido de la túnica de su Hijo. Presuntamente, esta reliquia, aparte de su valor simbólico, estaba dotada de poderes milagrosos y cualquiera que la llevara consigo se salvaría de la muerte y de ser capturado por los musulmanes.

LICENCIA PARA MATAR

Así pues, los miembros de la denominada Santa Garduña situaban el nacimiento de su sociedad secreta en un mandato de la Virgen María en persona, dado a conocer a través de un hombre santo que recibió de tan alto poder el mandato de reconquistar la península Ibérica y de acabar con el mayor número de mahometanos. Alrededor de esta leyenda crecieron otras, así como una compleja liturgia que incluía la costumbre de encomendarse a la Virgen antes de un ataque o la consulta de la Biblia a modo de oráculo antes de tomar importantes decisiones, abriéndola al azar y buscando un significado alegórico para el pasaje revelado de esta manera.

Los inquisidores encontraron en aquella sociedad de fanáticos rufianes un valioso aliado, pero durante la época inmediatamente anterior al reinado de los Reyes Católicos el grupo había experimentado uno de sus períodos de mayor actividad, consolidando en gran medida su poder e influencia posteriores. Saquearon y quemaron, ejecutaron por su cuenta en la hoguera a quienes consideraban herejes, y reclamaron sus propiedades.[32] No se sabe con exactitud con cuántos miembros contaba la Garduña, pero no cabe duda de que desempeñaron un papel significativo en la campaña contra los musulmanes y que sus hazañas pasaron en no pocas ocasiones al ámbito de la leyenda.

No obstante, una vez finalizada la Reconquista, la Garduña se convirtió en un lastre engorroso para las autoridades. En primer lugar, se trataba de un grupo especialmente celoso en lo tocante a la cuantía de sus botines. Además, personajes de cierto renombre que fueron considerados herejes por la Garduña sufrieron la persecución indiscriminada del grupo a pesar de contar con influencias y amistades. Ello motivó más de una situación embarazosa que dejaba en entredicho la autoridad real de determinados personajes de la nobleza, ya que cuando la Garduña elegía un objetivo llevaba a cabo su cometido con notable minuciosidad, sin atender a ruegos ni razones. Esto colmó la paciencia de la Corte, decidiéndose llevar a cabo una acción armada que incluía el envío de tropas contra las bandas de la Garduña, que desaparecieron de la escena pública sin apenas ofrecer resistencia.

Aunque el poder seglar estaba en aquellos momentos contra ellos, la Inquisición todavía los protegía de forma encubierta. El paso a la clandestinidad supuso un antes y un después para el grupo. La ciudad de Sevilla, en la que el grupo había alcanzado una notable implantación, se convirtió en la sede principal del movimiento, y la Garduña se dio a sí misma una constitución confidencial y unos estatutos fundacionales con los que tomó su forma definitiva de sociedad secreta. Con este fin se reunió un consejo formado por los trece rufianes más poderosos de la ciudad, que dieron a la Garduña la estructura final que tendría durante los siguientes tres siglos.

Tal como correspondía a su nuevo carácter, la Garduña adoptó una forma de organización iniciática dividida en nueve grados a los que se accedía en función de los méritos que realizaban los militantes, no sin antes completar una ceremonia de iniciación exclusiva para cada rango.[33] El escalafón más bajo de la jerarquía estaba formado por los nuevos reclutas, que pasaban a engrosar las filas de los llamados «soplones», a quienes se encargaban las tareas más pesadas y eran poco más que los sirvientes del resto de la organización. Pertenecían a este rango los espías (de donde procede el actual significado de esta palabra como confidentes), los exploradores y los porteros de la orden.

Parte fundamental del entrenamiento de los soplones recién iniciados en los misterios del grupo era el aprendizaje de cómo imitar los sonidos de animales, que eran empleados como santo y seña del grupo, aparte de servirles como medio secreto de comunicación y de alarma en caso de peligro. Durante la noche se utilizaban para este fin el sonido de grillos, búhos, ranas y gatos, mientras que de día se utilizaban diversas modalidades de ladrido de perro.

Otro de los grados inferiores de la Garduña estaba constituido por las llamadas «coberteras», prostitutas que el grupo empleaba en multitud de tareas de apoyo e información. Eran ellas quienes enredaban a los viajeros en los caminos y los entretenían con su conversación y sus encantos mientras el resto de la banda se preparaba para el ataque a la desprevenida víctima. En otras ocasiones se hacían pasar por mujeres honradas, como vendedoras ambulantes o sirvientas, que con los más variados pretextos podían entrar en las casas de sus víctimas para espiarlos o estudiar la mejor manera de introducirse en el hogar o tenderles una emboscada. Para casos especiales que requerían un carácter más refinado, la Garduña no empleaba a las toscas coberteras sino a las llamadas «sirenas», jóvenes de aspecto cándido que se hacían pasar por amas de leche. Las sirenas tenían una gran influencia en el grupo ya que eran frecuentemente las amantes de los jefes de la Garduña.

Los «fuelles», hombres de cierta edad, de apariencia respetable y frecuentadores de la Iglesia, eran los encargados de la gestión del botín, de granjearse la amistad de las futuras víctimas y de negociar con la Inquisición y otros empleadores. Por su capacidad para introducirse en círculos sociales que estaban completamente vedados a otros miembros del grupo, también eran los encargados del chantaje o la extorsión a familias acomodadas.

Los «floreadores» constituían la fuerza de choque del grupo para aquellos trabajos en los que la fuerza física resultaba fundamental. A menudo se trataba de antiguos convictos o penados y eran el grupo más numeroso dentro de la Garduña. Ejecutaban en la práctica los robos y asaltos que habían sido planeados y preparados por otros. En cambio, los «punteadores» eran espadachines refinados que, como los fuelles, podían moverse con soltura en todas las extracciones sociales y desempeñaban en el grupo la función de asesinos y duelistas a sueldo. Entre ellos la Garduña reclutaba a la mayoría de sus oficiales, llamados «guapos», los cuales lideraban las diferentes bandas que, aunque con una enorme autonomía de acción, estaban supeditadas en última instancia a la autoridad central del grupo.

El liderazgo supremo de varias de estas pequeñas bandas o de una banda de cierta entidad recaía en los conocidos como «maestros». Oficiaban las ceremonias de iniciación del resto de los miembros de la sociedad y preservaban fielmente las leyes, costumbres y tradiciones. Los «capataces» eran jefes regionales que cumplían al pie de la letra las órdenes del jefe de todos los jefes, conocido como el «Hermano Mayor» o gran maestre. La palabra del Hermano Mayor era ley, siendo un personaje temido y respetado tanto dentro como fuera del grupo. Por encima de las menudencias de la vida del hampa no era extraño que el Hermano Mayor fuera un importante personaje de la Corte o de la sociedad sevillana que llevaba una doble vida.

Como cualquier otra sociedad secreta que se precie, la Garduña también disponía de contraseñas, signos de reconocimiento y claves para solicitar el auxilio de otros miembros en caso de necesidad. Cuando un miembro del grupo se encontraba en compañía de desconocidos y quería saber si alguno de ellos pertenecía a su misma hermandad no tenía más que pasarse el pulgar derecho por el lado izquierdo de la nariz. Si otro miembro se encontraba presente se aproximaba a él discretamente y le susurraba al oído una contraseña, en respuesta a la cual debía darse una nueva palabra clave. En ese momento, y para asegurarse aún más, se procedía a un complejo intercambio de signos y apretones de manos, similar al adoptado más tarde por los masones con el mismo propósito. Recién entonces los dos desconocidos podían ponerse a conversar en la jerga del grupo, un dialecto especialmente diseñado para que nadie que escuchase la conversación pudiera extraer ninguna información sobre su contenido. Otras formas de comunicación permitían a los miembros del grupo, aun estando en prisión, mantenerse en contacto con el exterior y entre ellos.

Esa jerga, con sucesivos añadidos y variaciones, pasó casi en su totalidad al argot de los delincuentes españoles y muchas de sus palabras aún se utilizan a diario en las cárceles, sin que quienes las emplean sospechen siquiera su remoto origen. Otro símbolo de reconocimiento eran tres puntos tatuados en la palma de la mano. Este símbolo ha pasado a la Camorra italiana y, al mismo tiempo, es patrimonio de otras sociedades secretas, como la masonería.[34]

UN ENTRAMADO MAFIOSO

A pesar de sus orígenes racistas, los miembros de la Garduña no deben ser considerados exclusivamente fanáticos de la limpieza de sangre cristiana, movidos simplemente por el odio y la xenofobia. Ante todo, la Garduña era una sociedad de delincuentes. Ellos fueron quienes controlaron durante el Siglo de Oro las conocidas «cortes de los milagros» que aglutinaban a mendigos, prostitutas y rufianes de todo pelaje, y que tan buen juego literario dieron en el marco de la novela picaresca. La Garduña mantenía un entramado mafioso para financiarse que incluía actividades ilegales de todo tipo, como el secuestro, el lucrativo negocio de la venta de falsos testimonios en los juicios, la trata de blancas y la falsificación de documentos. Uno de los «servicios» más solicitados del nutrido catálogo de la Garduña consistía en la captura, previo pago, de algún enemigo o rival molesto para el cliente. El desdichado era raudamente embarcado en un buque a punto de zarpar para ser vendido más tarde como esclavo en alguna lejana plantación de ultramar. El negocio era redondo ya que se cobraba de quien había encargado el secuestro y se obtenía una suma adicional por el esclavo.

Curiosamente, muchas de estas actividades sólo eran posibles merced a su complicidad con la Iglesia y las autoridades locales, que hacían la vista gorda en algunas ocasiones y en otras, cuando la víctima se consideraba un enemigo de la fe, participaban de manera más o menos activa en las operaciones.

No obstante, a pesar de lo sórdido de sus actividades, la Garduña se regía por normas sumamente rígidas. La palabra dada era escrupulosamente respetada en el seno de la sociedad, lo cual constituía uno de los pilares más sólidos de su prestigio. Se podían contratar sus servicios con la tranquilidad de que jamás se recibiría un chantaje a cambio de su silencio, y si la Garduña se comprometía a que un hombre fuera asesinado en un lugar, forma y momento específicos, el asesinato ocurría exactamente como había sido pactado. Estos trabajos se pagaban en dos cuotas: la mitad de la cuota convenida era pagada por adelantado y el resto una vez realizado el trabajo. También existían reglas que regulaban con todo detalle la forma en que este dinero era repartido y utilizado. Estaba estipulado como norma que un tercio debía ir directamente a los fondos generales de la Santa Garduña, una cantidad similar se dedicaba a gastos corrientes y el resto del dinero era repartido por partes iguales entre aquellos que realizaron el trabajo.

El fondo general no se empleaba jamás: constituía la reserva de poder económico del grupo, su «seguro de vida». Harina de otro costal era el capítulo denominado «gastos corrientes», en el que se incluían cantidades destinadas al soborno de funcionarios públicos y otros personajes influyentes. Durante un período considerable las arcas de la sociedad se encontraban en un estado financiero envidiable, pudiendo mantener en nómina a un buen número de funcionarios e incluso a algún personaje de la Corte. Jueces, alcaides de prisión y funcionarios de justicia debían, a cambio de recibir estos pagos regulares, facilitar la fuga de cualquier miembro de la sociedad que pudiera haber caído en manos de la ley.

EL FIN DE LA GARDUÑA

Dada la dimensión de este imperio criminal en la sombra no es extraño que hasta 1822 no cuajara ningún esfuerzo serio para acabar con la sociedad. La persecución de la Garduña suscitó bastante interés en la opinión pública de la época y puso al descubierto no pocos escándalos. Sin embargo, las fuerzas del orden se encontraron ante la dificultad de que la organización había tenido especial cuidado en no conservar ningún documento en el que quedasen registradas sus transacciones comerciales, su constitución o sus leyes, por lo que era sumamente difícil obtener pruebas incriminatorias suficientes para desmantelarla y hacerse una idea del carácter y la amplitud de sus actividades.

No obstante, en 1822 un hecho fortuito ocurrido en el domicilio de Francisco Cortina, que a la sazón era el Hermano Mayor de la Garduña, permitió el hallazgo de un libro repleto de anotaciones que se convertiría en la principal prueba acusatoria contra el grupo.[35] Se trataba de un relato escrito en el que se guardaban para la posteridad los hechos y tradiciones de la sociedad delictiva. El manuscrito demostraba que había ramas activas en Toledo, Barcelona, Córdoba y otras ciudades y pueblos españoles. Igualmente, las páginas no dejaban ninguna duda de la íntima conexión que existió entre ellos y la Inquisición hasta el siglo XVII. A este respecto, las cifras estimadas que generó esta asociación eclesiástico-criminal son sumamente interesantes. Se calculó que durante los 147 años que presuntamente duró la alianza entre la sociedad secreta y el Santo Oficio, entre 1520 y 1667, casi dos mil propiedades de condenados fueron confiadas, tras ser confiscadas por el Santo Oficio, a miembros de la Garduña. Las ganancias que generó esta serie de transacciones irregulares se cifraron en su momento en 200 000 francos de oro (una cifra muy considerable para la época). Análisis detallados de la documentación mostraron que las actividades criminales de la Garduña se dividían por partes más o menos iguales entre los asesinatos, el rapto de mujeres y el robo, el perjurio y otras actividades consideradas «menores» por el grupo.

El 25 de Noviembre de 1822 Francisco Cortina, el último Hermano Mayor de la Garduña, fue ejecutado públicamente en Sevilla junto a dieciséis de sus principales colaboradores. Oficialmente, éste es el fin de la historia. Sin embargo, se sospecha que aquello no fue ni mucho menos el epílogo de la siniestra historia de la Santa Garduña, algo completamente lógico si tenemos en cuenta la honda raigambre de esta sociedad secreta. Se tienen noticias de ramas sudamericanas que actuaron y se extendieron por el Nuevo Mundo durante los dos primeros tercios del siglo XIX. Por otro lado, debemos considerar que sociedades delictivas tan exitosas como la Camorra napolitana o la Mafia siciliana, nacidas ambas en territorios antaño dominados por la Corona de Aragón, le deben mucho de su organización a su precursora española, que exportó sus métodos a aquellas tierras en la época en que Nápoles se encontraba bajo la soberanía de España.

Otra de las envolturas en las que sobrevivió el espíritu de la Garduña fue a través del bandolerismo organizado que dominó los caminos y carreteras de la Andalucía del siglo XIX. En los puestos y posadas más aislados que se erigían al borde de estas rutas era común la figura de los «aseguradores», quienes, a cambio de cierta suma de dinero, garantizaban la integridad física y patrimonial de los viajeros contra la eventual acción de los bandoleros, que actuaban en connivencia con estos extorsionadores encubiertos, centrando sus ataques en aquellos que se habían negado a pagar la cuota. En el Madrid de 1823 era sabido que aquellos viajeros que deseaban desplazarse a Cádiz sin sufrir percances de ningún tipo no tenían otro remedio que sacar su pasaje en las diligencias de Pedro Ruiz. El precio del pasaje era tres veces más caro pero a cambio se obtenía la completa seguridad de que el viaje no sería interrumpido por ningún incidente inesperado. En Mérida, el patrón de la fonda de las Tres Cruces vendía el santo y seña para librarse de los bandidos a cambio de una módica suma de dinero. Don Manuel de Cuendias, prologuista de la Historia de la Inquisición de Féreal,[36] cuenta en esta misma obra cómo en cierta ocasión pagó a un hombre para que le diera la contraseña Vade retro, mediante la cual pudo librarse de una situación comprometida al ser asaltado súbitamente por cuatro individuos de aspecto más que patibulario que, como si la frase en cuestión hubiera sido un hechizo mágico, se convirtieron de inmediato en un apacible grupo de paseantes.

Dar una definición apropiada del fenómeno del bandolerismo es difícil, puesto que en ocasiones resulta complicado separar la simple y llana delincuencia de un importante factor de rebeldía social. Para enrevesar aún más la cuestión, la literatura primero y más tarde el cine, e incluso la televisión, han ayudado a formar en la conciencia colectiva una imagen romántica del bandolero como individuo portador de determinados valores como el honor, la justicia, la virtud y la independencia. Basta recordar al legendario merodeador del bosque de Sherwood, Robert de Locksley (Robín Hood), al justiciero griego Magnosalessandros o al catalán Serrallonga (Joan Sala), al andaluz José María el Tempranillo o al televisivo Curro Jiménez. Más allá de romanticismos, lo cierto es que durante buena parte del siglo XIX la delincuencia rural armada se convirtió en uno de los grandes problemas de Estado en España.

La palabra bandido o bandolero tiene la misma raíz que «bando» o «bandera», y en su origen designaba a aquellos que actuaban a favor de un bando o bandería. Estas banderías, emparentadas con la Garduña especialmente a nivel metodológico y organizativo, también actuaban como sociedades secretas, con sus grados, ritos de iniciación, contraseñas y demás elementos definitorios.

A pesar de que fuera en Andalucía donde el fenómeno alcanzó sus más altas cotas de popularidad, lo cierto es que la acepción etimológica del término remite a una zona muy concreta de la península Ibérica: Cataluña. Allí, la palabra bandoler era utilizada para designar a los mercenarios al servicio de los grandes señores feudales de esta región, y que participaron activamente en las llamadas «luchas de banderías» que se desarrollaron entre los siglos XIV y XV. Los dos bandos principales de estas contiendas eran denominados cadells y nyerros,[37] representando los primeros a la nobleza feudal y los segundos a la pequeña nobleza, que contó en ocasiones con la simpatía de los campesinos acomodados, la incipiente burguesía y los pequeños propietarios. Para complicar aún más la cosa, la situación de inestabilidad de los campos catalanes, en especial en la zona de Vic, se veía agravada por el conflicto existente entre los campesinos remenças, que derivó en la época de Juan II de Aragón en un conflicto bélico entre la Corona y las autoridades municipales de Barcelona[38] entre los años 1462 y 1472.

No sería ésta la única ocasión en que existieron movimientos de «bandidos» con raíces políticas en España. Tras la guerra de la Independencia, muchos grupos de guerrilleros quedaron sin desmovilizar, prefiriendo continuar su vida montaraz a regresar a la vida civil. Por otro lado, y dentro de un sentido etimológicamente estricto de la palabra «bandido», liberales y carlistas actuaron en partidas de bandidos —esto es, defensores de un determinado bando— más o menos incontroladas. En cualquier caso, en estos últimos reductos poco queda del carácter pseudo-masónico y gremial que caracterizó a la Garduña. Tendríamos que buscar ya a sus herederos muy lejos de España, concretamente en las agrupaciones criminales organizadas de Italia y entre la conocida como «hermandad de la costa», constituida por los piratas que asolaron el Caribe y cuyos usos, costumbres y tradiciones se encontraban muy influidos por los instituidos primitivamente por la Garduña.[39]

CONCLUSIÓN

A pesar de ser una gran desconocida, la Garduña es una de las mayores influencias de la historia negra española. Su huella se aprecia en sitios tan dispares como la novela picaresca o el argot de los delincuentes actuales. Su herencia permanece viva en organizaciones delictivas como la Camorra napolitana, cuyos códigos y rituales son virtualmente los mismos que los de los garduños del siglo XVI.