JACK EL DESTRIPADOR

AL SERVICIO DE SU MAJESTAD

  1. Existe la sospecha de que los misteriosos asesinatos de Jack el Destripador pudieron ser fruto de una conspiración que buscaba enterrar las pruebas de un escándalo que afectaba a la familia real al más alto nivel.
  2. El príncipe Albert Victor, segundo en la línea de sucesión al trono, habría contraído matrimonio en secreto con una modesta empleada católica con la que tuvo una hija.
  3. Las víctimas de Jack el Destripador habrían sido un grupo de prostitutas que, conocedoras del escándalo, intentaron chantajear a la reina Victoria.
  4. Los crímenes habrían sido perpetrados por el médico de la reina, el doctor Gull, hábil cirujano al que un reciente infarto cerebral había alterado sus facultades mentales.
  5. La masonería británica, con un control absoluto sobre Scotland Yard, habría puesto los medios para mantener oculta la verdad.

Ningún asesino ha sido capaz de cautivar la imaginación del público con mayor intensidad que el individuo desconocido que perpetró la infame cacería humana que tuvo lugar en el barrio londinense de Whitechapel durante el Otoño de 1888. La identidad de este psicópata, verdadero prólogo a lo que serían los asesinos en serie del siglo XX, nunca ha sido descubierta, si bien algunos escritores creen que existen indicios suficientes para relacionar los asesinatos con el palacio de Buckingham y más concretamente con el príncipe Albert Victor, Eddy para los amigos, duque de Clarence y nieto de la reina Victoria.

Ésta es una teoría que tiene tantos defensores como detractores, siendo muchas veces unos y otros igualmente subjetivos en sus juicios, en los que en muchas ocasiones se mezclan sus filias o fobias hacia la institución monárquica. Lo cierto es que en el cúmulo de pruebas que dejó tras de sí el caso de Jack el Destripador existen suficientes indicios para establecer una conexión válida entre la casa real y los asesinatos. De hecho, existe el testimonio de un tal John Terrapin que afirmaba que él escuchó por casualidad al inspector Abberline de Scotland Yard, el investigador que estaba a cargo del asunto, referirse a la implicación en el caso de alguien que respondía a las iniciales P. A. V., que se corresponden con las de «Príncipe Albert Víctor».[77]

Sin embargo, la mejor fuente de información sobre esta teoría procede de un libro publicado en 1986 que lleva por título «Jack the Ripper: The final solution», escrito por Stephen Knight,[78] quien vertió luz sobre los pormenores de la posible conexión del duque. Según Knight, el príncipe Eddy tuvo oportunamente un acalorado romance con una joven llamada Annie Elizabeth Crook, empleada de una confitería y modelo ocasional de su amigo, el pintor Walter Sickert. Si ya de por sí el príncipe era sumamente propenso a la vida disipada, la amistad con Sickert, una suerte de Toulouse-Lautrec londinense que frecuentaba la compañía de bohemios, libertinos y prostitutas, fue sumamente propicia para la satisfacción de tales inclinaciones. Sickert fue el cicerone que abrió al joven príncipe las puertas del Londres más licencioso. Él fue quien le presentó a Annie Elizabeth Crook, de la que cayó perdidamente enamorado. Fue mudo testigo de su amor y en mil ocasiones se tuvo que morder la lengua para no prevenir a la que había sido su modelo y amiga sobre la verdadera identidad de su amante que, a la sazón, se hacía pasar por hermano del pintor.

Annie y el príncipe se habrían casado en secreto, y en Abril de 1885 tuvieron una niña a la que pusieron el nombre de Alice Margaret Crook. La boda real tan sólo contó con dos testigos: Sickert por parte del novio y Mary Kelly, la mejor amiga de la novia y compañera en la confitería. Enterada de la situación, la reina Victoria hizo un desesperado intento de acallar el escándalo mandando internar a Annie en un manicomio, donde murió olvidada en Febrero de 1920. Kelly, posiblemente advertida por el propio Sickert del peligro que corría, huyó a su Irlanda natal llevándose consigo a la pequeña Alice, el fruto del matrimonio de su amiga y el príncipe.

Eddy fue enviado al extranjero y el matrimonio borrado de cualquier registro. El palacio de Buckingham ha negado desde siempre esta historia a pesar de que existe el acta de nacimiento de Alice Margaret Crook, fechada el 18 de Abril de 1885, en la que no figura dato alguno del padre de la niña. Todo habría acabado de esta forma si Mary Kelly hubiera permanecido en Irlanda guardando silencio sobre el secreto que custodiaba. Desgraciadamente no fue así.

MARY KELLY

Pocos años después, Kelly regresa al East End huyendo de las hambrunas que sacuden Irlanda. Pero las cosas han cambiado y ahora la única fuente de ingresos viable de la que puede disponer se encuentra bajo su pollera. Así, pasa a engrosar la legión de prostitutas que malvivían en los barrios bajos de la capital británica. La primera visita que hace en Londres es a Sickert, a quien entrega la niña para que se haga cargo de ella. Éste localiza a los abuelos de la pequeña, dejándola en su casa, si bien hace frecuentes visitas al domicilio de los Crook para interesarse por la pequeña hasta que, finalmente, termina por casarse con ella años después.

Toda la literatura relacionada con el otoño de terror de Whitechapel coincide en que, en la época de su asesinato, Mary Kelly convivía con un tal Joe Barnett en una mísera habitación del número 13 de Miller’s Court, un sucio patio que salía de Dorset Street. Los edificios del patio, una especie de pocilga, eran propiedad de un sujeto apellidado McCarthy y recibían el nombre de McCarthy’s Rents (Alquileres McCarthy) si bien hay varios autores que sostienen que este término se refería más a las chicas que vivían allí que a las habitaciones.[79]

No tarda en hacerse de un grupo de amigas que comparten ginebras, cervezas y confidencias en el pub Britannia o en el Ten Bells. Era previsible que en el transcurso de estas conversaciones, más tarde o más temprano, Mary terminase por contar a sus compañeras la historia de la boda secreta, el bebé real y la desdichada Annie Crook pudriéndose en un manicomio. No es de extrañar que sus no enteramente sobrias cabezas desarrollaran un plan para sacarle un partido económico a aquel secreto de Estado. No era simplemente un afán por escapar de la miseria que las rodeaba. Era una cuestión de supervivencia. La banda de Old Nichol, un grupo de proxenetas y rufianes de la peor catadura, que tenía atemorizadas a las prostitutas del barrio, se había vuelto cada vez más exigente y ya había apuñalado a un par de mujeres que no habían conseguido dinero suficiente como para pagar la «protección». De hecho, cuando comenzaron las macabras andanzas del Destripador, ésta y otras bandas similares constituyeron el grueso de los primeros sospechosos investigados por la policía.

EL CHANTAJE

Así pues, inconscientes del terrible peligro en el que se colocaban, o tal vez conscientes pero pensando que nada podía ser peor que el infierno de Whitechapel, pusieron en marcha su ingenuo plan de chantaje. Las integrantes del complot eran, aparte de la propia Kelly, Polly Nicholls, Elizabeth Stride y Annie Chapman. Las cuatro serían víctimas del Destripador. Fue Kelly la encargada de visitar a Sickert, convirtiéndolo en portavoz de sus pretensiones ante el palacio de Buckingham. Tanto debió de impresionar esta visita al pintor que la inmortalizó en un cuadro al que puso por título «El chantaje», y cuya protagonista guarda un notable parecido con Mary Kelly.[80]

Estamos pues ante una auténtica lucha entre David y Goliat. Por un lado tenemos a cuatro míseras prostitutas y por el otro al grueso de la oligarquía más poderosa de Europa, con la Corona británica y la masonería a la cabeza. Una batalla enormemente desigual cuyo resultado era previsible.

Enterada de la existencia del chantaje a través de la princesa Alexandra, la madre de Eddy, y amiga íntima de Walter Sickert —diversos autores han especulado en cuanto al grado de esta intimidad—, la reina Victoria, cabeza visible del imperio británico, resolvió que lo apropiado era poner el asunto en manos de lord Robert Salisbury, primer ministro de Inglaterra y uno de los masones de mayor rango del país. Salisbury era un conservador que desconfiaba de la democracia, algo que lo mantuvo incapacitado para hacer frente a los graves problemas sociales de la Inglaterra de su tiempo, así como de dar una solución al problema de Irlanda. Centró sus esfuerzos en la política exterior y en mantener el imperio colonial británico, ya que, durante buena parte del tiempo en que fue primer ministro, ocupó también la cartera de Asuntos Exteriores. Era un patriota de la vieja escuela, de los que pensaban que ningún sacrificio era excesivo si se trataba de mantener la estabilidad de la Corona. Por otro lado, su posición política era extremadamente delicada y un escándalo como la boda secreta del duque de Clarence indudablemente también lo arrastraría a él.

UN PODER EN LA SOMBRA

Y a su vez, su lealtad hacia la masonería, a la que le debía toda su carrera política, lo empujaba a dar al problema una solución lo más rápida y definitiva posible. No debemos olvidar que en Gran Bretaña la masonería y la monarquía son dos instituciones que tienen fortísimos lazos de unión. Tanto es así, que tradicionalmente el puesto de Gran Maestre de Inglaterra está reservado para el Príncipe de Gales. La historia de Gran Bretaña, especialmente la de los últimos 250 años, ha estado notablemente influida por la hermandad, que se ha erigido en una suerte de «poder en la sombra» dentro de la vida pública británica. En nuestros días, la masonería, que en aquel país tiene unos 350 000 miembros activos, está en el punto de mira del gobierno laborista. Resuelto a quebrar el tradicional secretismo de la asociación, el primer ministro, Tony Blair, ha conminado a los policías y jueces masones a que revelen su afiliación. De no acceder voluntariamente, dicho gesto podría serles exigido por ley.[81]

La historia de este «Registro de masones» viene a raíz de la denuncia interpuesta por los abogados de los «seis de Birminghan». A mediados de los ochenta, seis ciudadanos de Birminghan fueron confundidos con miembros del Ejército Republicano Irlandés y condenados a duras penas de prisión. Los acusados siempre sostuvieron no sólo su inocencia sino haber sido sometidos a malos tratos y torturas en las dependencias policiales. En 1995, después de una revisión del juicio, resultaron exonerados de cualquier responsabilidad. Pero la investigación prosiguió y en Marzo de 1997 se supo que desde el principio Scotland Yard conocía la inocencia de los acusados. Sin embargo, nadie hizo nada al respecto para descubrir el error de los primeros funcionarios que realizaron las detenciones, miembros de la masonería inglesa. Sus hermanos de la orden, fiscales, jueces y abogados pertenecientes todos ellos a la misma logia, decidieron falsear las pruebas presentadas por la defensa y condenar a los acusados aun a sabiendas de su inocencia. El caso de los «seis de Birminghan» puso de manifiesto un secreto a voces desde los tiempos de Jack el Destripador: que la militancia en la masonería es una buena credencial para ascender en Scotland Yard, institución cuya cúpula, tradicionalmente, cuenta con un número de masones excepcionalmente alto.

Blair no ha sido el primer inquilino de Downing Street en preocuparse por el exceso de poder que acumula la masonería en Gran Bretaña. De hecho, ésta era una inquietud que ya manifestó el antecesor de lord Salisbury en el cargo, Benjamín Disraeli, que era consciente de la peligrosa simbiosis entre la Corona inglesa y la masonería. Es por ello que Salisbury se enfrentaba con el problema de Eddy ante algo que le concernía doblemente, como primer ministro y como masón.

Para resolver el asunto había que escoger a alguien de extrema confianza que fuera un prominente hermano comprometido en grado máximo con la orden. El encargo recaería sobre sir William Gull, el médico de la familia real, que ya había mostrado su discreción y lealtad en más de una ocasión, bien fuera curando al incorregible Eddy de alguna enfermedad venérea, bien practicando algún aborto cuya noticia jamás debía salir de los muros del palacio. También había mostrado ser probo servidor de la orden al declarar como perito a favor de Florence Bravo, hija de un prominente masón y acusada de haber envenenado a su marido. Al parecer, Florence era culpable, pero el testimonio de Gull fue decisivo para que, finalmente, resultara absuelta.[82]

Para ejecutar la macabra tarea de poner fuera de circulación a las chantajistas, lord Salisbury habría otorgado plenos poderes al doctor Gull, que haría amplio uso de ellos, en especial ante el también masón sir Charles Warren, jefe de Scotland Yard, cuya colaboración fue solicitada para hacer efectivo el encubrimiento de los hechos.[83] Warren debió de acceder a regañadientes, ya que su carrera profesional se encontraba por aquellas fechas en un punto extraordinariamente delicado. Hacía poco que había dimitido James Monro, el subjefe de la policía metropolitana.[84] De hecho, la fecha oficial de su retiro fue el 31 de Agosto de 1888, el mismo día del asesinato de Pol y Nicholls. Ese mismo día, The Pall Mall Gazette publicó un artículo en el que el jefe Warren era blanco de una feroz crítica en la que se lo acusaba de ser el causante del deterioro de la policía londinense. Warren estaba en la picota desde que el 13 de Noviembre de 1887 interviniese para disolver una manifestación de desocupados en Trafalgar Square solicitando la intervención del ejército, saldándose el enfrentamiento consiguiente con una víctima mortal.[85]

Como cómplice de sus correrías, el doctor Gull escogió al cochero John Netley, uno de los hombres de confianza de palacio que ya había servido como conductor durante las excursiones del príncipe Eddy en la época en que conoció a Annie Crook. Algunos autores han especulado con la posibilidad de que hubiera otros cómplices implicados, pero es poco probable.

Una vez puesta en marcha la conjura para silenciar a las chantajistas, llama poderosamente la atención la excepcional saña con que fueron ejecutados los crímenes, muy alejada de lo que parece exigir la fría eficacia de una operación secreta destinada a quitar de en medio a unos testigos inoportunos. Los asesinatos de Jack el Destripador no son propios de un profesional que lleva a cabo una labor de limpieza, sino de un psicópata que disfruta de alguna forma con lo que hace. Los cadáveres fueron sometidos a mutilaciones realizadas con precisión quirúrgica, y guardan cierto paralelismo con rituales y tradiciones masónicas. ¿Pretendemos con esto plantear un escenario en el que los masones británicos se embarcan en una serie de sacrificios rituales? En absoluto. Casi con toda seguridad los macabros añadidos tras la muerte de las víctimas se debieron a la inspiración e iniciativa personal del asesino. En 1887 Sir William Gull sufrió un infarto cerebral que, al parecer, alteró profundamente sus facultades mentales. Es posible que su trastorno lo llevara a extremar la crueldad en el cumplimiento de su misión.

La teoría de Knight tuvo un éxito inmediato entre el gran público. Tanto es así que incluso ha sido llevada en dos ocasiones al cine. En la primera de ellas, «Asesinato por decreto», era ni más ni menos el mismísimo Sherlock Holmes el encargado de desentrañar la conspiración. Más cercana a nosotros está «From Hell», narrada desde el punto de vista del inspector Abberline que tiene que bregar con fuerzas que lo superan y, finalmente, se convierte sin quererlo en una pieza más del complot. En ambas películas se refleja el papel preponderante que Knight da en toda esta trama a la masonería. De hecho, cuando murió, el autor se encontraba preparando un libro monográfico sobre este tema.

MALOS TIEMPOS PARA LA MONARQUÍA

Analizando la situación de la época, la trama de Knight, lejos de ser descabellada, se nos empieza a dibujar como estremecedoramente posible.

La última parte del siglo XIX estuvo marcada por una conflictividad social sin precedentes en aquel país. Las clases populares albergaban un profundo resentimiento hacia la aristocracia en general y hacia la familia real en particular. Las desigualdades sociales eran grandes, y el escandalosamente lujoso estilo de vida de la oligarquía contrastaba amargamente con la descarnada miseria que se sufría en barrios como Whitechapel. Tres peniques bastaban para hacerse con los servicios de cualquiera de las miles de prostitutas que poblaban la zona, eso si uno tenía el coraje de tener relaciones con una de estas mujeres, víctimas de las enfermedades venéreas, la malnutrición y el alcoholismo.[86]

Prueba de estas convulsiones fueron los no menos de siete atentados que sufrió en esta época la reina Victoria. El escándalo de un príncipe heredero contrayendo matrimonio con una plebeya, católica para colmo, excedía con mucho el nivel de lo que podía soportar la institución monárquica en una época tan delicada como la que nos ocupa.

La actitud de Eddy, con sus continuos deslices, no ayudaba mucho al desarrollo de las cosas. Un análisis de los datos biográficos de los que disponemos nos señala que ni la inteligencia ni la fortaleza de espíritu fueron atributos que adornaran al que fue segundo en el orden de sucesión al trono británico. Su bisexualidad y tendencia al travestismo eran conocidas por sus futuros súbditos y motivo de toda clase de chanzas y bromas en los pubs de la capital. La divulgación de su aventura con la empleada y de la existencia de una hija secreta habría sido un regalo para los republicanos, dispuestos a asestarle el golpe definitivo a la institución monárquica.

De todos los actores principales del que sería el drama de Jack el Destripador, llama la atención especialmente uno que, sin participar directamente en los hechos, tuvo un gran peso en su desarrollo, tanto que incluso él mismo ha sido sospechoso en más de una ocasión de ser el asesino de Whitechapel. Nos referimos a Walter Sickert, baquiano del príncipe Eddy en sus escapadas por los bajos fondos de Londres, cómplice y encubridor de sus devaneos, intermediario del intento de chantaje a la casa real y mudo testigo de los atroces acontecimientos que vinieron a continuación.

Tal es la implicación de Sickert en todo este asunto que la escritora estadounidense Patricia Cornwell está convencida de que Sickert fue en realidad Jack el Destripador. Tras gastarse cerca de 4 millones de dólares en investigar el asunto, a la novelista no le cabe la menor duda: «Estoy segura ciento por ciento de que fue Walter Richard Sickert quien cometió aquellos crímenes. Él fue el asesino de Whitechapel».[87]

EL TORTURADO WALTER SICKERT

Tan segura está Cornwell de lo que dice, que esta popular novelista de misterio no ha dudado en invertir parte de su inmensa fortuna, valorada en casi 200 millones de dólares, en buscar pistas sobre las que cimentar su teoría. Compró nada menos que 31 lienzos de Sickert, uno de los más cotizados impresionistas ingleses, llegando a desgarrar uno de ellos en su frenética búsqueda de pruebas. Asimismo, consiguió varias cartas de puño y letra del artista, e incluso ha comprado la que fue su mesa de despacho. Por si fuera poco, en 2001 envió a Londres a un equipo de forenses estadounidenses con la misión de examinar algunas de las cartas presuntamente escritas por Jack el Destripador. ¿Qué es lo que ha llevado a la escritora a estar tan convencida de la culpabilidad de Sickert? Básicamente sus cuadros. En 1908, veinte años después de los crímenes de Jack el Destripador, Sickert pintó una serie de cuadros inspirados, según él, en el asesinato de una prostituta en Candem. En uno de ellos, por ejemplo, se ve a una mujer con un collar de perlas en una postura que, en opinión de Patricia Cornwell, es idéntica a la que guardaba Mary Kelly cuando fue hallada muerta por la policía. Y en otro cuadro, Sickert pintó la cara de una mujer mutilada, con unas heridas muy similares a las que Jack el Destripador le ocasionó a otra víctima, Catherine Eddowes.

Durante los últimos años de su vida se obsesionó con la idea del crimen, convirtiéndose en uno de los temas recurrentes de sus obras. Siempre llevaba consigo un pañuelo rojo de mujer que, de alguna forma, asociaba con los temas más sórdidos de sus obras. Según cuenta su propio hijo Joseph, había algo que lo torturaba: «Era un hombre extraño. A veces comenzaba a llorar sin que hubiera razón aparente para ello, terriblemente conmovido por algo que debió de suceder hace mucho tiempo».

Efectivamente, Sickert era un hombre culpable, pero no de los asesinatos de Jack el Destripador, sino de su encubrimiento y, en cierto modo, de haber sido la causa de ellos.[88]

¿UN ASESINO MASON?

Fuera quien fuese el asesino, lo cierto es que poseía un conocimiento poco común de la tradición y el folclore masónicos. En un muro cercano al escenario de uno de los crímenes el asesino escribió una enigmática frase que el jefe de policía Warren ordenó que fuera inmediatamente borrada sin dar tiempo siquiera a que el fotógrafo tomase una instantánea de la pared. La frase en cuestión era: «Los Juwes son aquellos a los que nadie echará la culpa de nada».[89] La razón aducida por Sir Charles para destruir esta prueba fue que la palabra «Juwes» era fonéticamente parecida a «jews» (judíos), así que sólo intentaba evitar un posible estallido de violencia antisemita. Sin embargo, como masón, él sabía que ese término también podía referirse a los tres Jubes: Jubela, Jubelo y Jubelum, los asesinos que torturaron y asesinaron al arquitecto del templo de Salomón, Hiram Abiff, el primer mártir de los mitos masónicos, que prefirió morir antes que revelar sus secretos. El calificativo «Jubes», aunque ya prácticamente ha desaparecido del folclore masónico, era muy popular entre los masones británicos de principios del siglo XIX, y en la fecha de los asesinatos no debía de ser desconocido para muchos masones. Hiram fue un célebre orfebre, arquitecto y escultor de Tiro, hijo de padre tirio y de madre perteneciente a la tribu de Neftalí, que vivió alrededor de 1032 aC. Sobresalió en el arte de fundir los metales y de emplearlos en toda clase de obras, y fue enviado a Jerusalén por el rey Hiram I a fin de que tomara parte en las obras del templo de Salomón. Esculpió los querubines y otros adornos del templo, fundió las dos columnas de bronce que había a la entrada del mismo, y que se llamaban Hackin y Boaz; hizo asimismo la gran concha de bronce sostenida por doce toros del mismo metal, llamada Mar de bronce, y en la que se conservaba el agua para el uso del templo. Según las tradiciones masónicas, Hiram fue asesinado por tres de sus principales obreros, envidiosos de su mérito y del favor que gozaba cerca de Salomón. En la recepción al grado de maestro se simboliza todavía en las logias la muerte del arquitecto del templo de Jerusalén.

De igual manera, la forma en que fueron ejecutados los asesinatos —cortando los cuellos de izquierda a derecha, de forma similar a como se ejecuta cierto signo de reconocimiento masónico—, y muy especialmente el de la cuarta víctima, Catherine Eddowes, cuyo tracto digestivo fue colocado sobre su hombro izquierdo a semejanza de las atroces heridas que presuntamente sufrió el mítico Abiff, demuestra a las claras que el ejecutor no era del todo ajeno a esta tradición. Para colmo, el cadáver de Eddowes fue abandonado en Mitre Square, uno de los lugares de Londres con mayor significado masónico y en el que se encontraban algunos conocidos lugares de reunión de los masones londinenses, como la Mitre Tavern, de la que era parroquiano habitual el doctor Gull.

DESDE EL INFIERNO

Fue tras este asesinato cuando el Destripador envió la única de las cartas que se admite generalmente como auténtica, ya que iba acompañada de la mitad de un riñón humano, casi con seguridad perteneciente a Catherine Eddowes. La carta iba dirigida al señor Lusk, jefe del comité de vigilancia de Whitechapel y su texto era el siguiente: «Desde el infierno. Le envío la mitad del riñón que me llevé de una mujer. Es un regalo para usted. El otro trozo lo he freído y me lo he comido. Estaba muy bueno. Puede que le envíe el cuchillo ensangrentado con el que lo saqué si espera un poco más. Firmado: Atrápeme si puede, señor Lusk».

Llegados a este punto cabe preguntarse por la razón del especial ensañamiento con el cadáver de Eddowes, la única que no pertenecía al grupo original de chantajistas. Eddowes fue confundida con Kelly. La razón de tal error es sumamente interesante. Esa misma noche, Catherine Eddowes había estado detenida en la comisaría de Bishopgate por escándalo público. Lo curioso de este hecho es que dio a los agentes un nombre falso: Mary Ann Kelly.[90] No hay que ser muy suspicaz para suponer que alguien de la comisaría avisó al asesino o asesinos de que la última de las mujeres que estaban buscando, Mary Kelly, se encontraba detenida. De ahí también el que se rubricara este asesinato con una inscripción. A fin de cuentas iba a ser el último y, por tanto, merecía ponerle un punto final adecuado. Suponemos que la decepción debió de ser mayúscula al descubrir que se habían equivocado de presa. Tal vez por eso hubo una espera de 39 días hasta el siguiente intento, siendo el 39 un número considerado como «perfecto» en las tradiciones masónicas.

Para apoyar estas afirmaciones, adquiere cierta importancia lo dicho por el inspector Abberline en el café Royal poco después del cuarto asesinato. Su interlocutor le comentó que él creía que ahora la matanza se detendría. Abberline contestó: «Así debiera haber sido, pero esos necios sanguinarios eligieron a la mujer equivocada. La que realmente querían, Kelly, todavía sigue viva. Pensaron que la asesinada era ella porque estuvo viviendo con un hombre llamado Kelly».[91] John Terrapin escuchó esta conversación desde otra mesa y la apuntó en su diario. No es probable que inventara esta historia, salvo que falsease las fechas, y para eso tendría que haber sabido que su diario iba a pasar a la posteridad y es imposible que asociara el nombre «Kelly» a las andanzas de Jack el Destripador antes de que se convirtiera en la quinta víctima.

Cuando finalmente dieron con ella, el cuerpo de Mary Kelly fue el que sufrió las peores mutilaciones. El suceso tuvo lugar en el número 13 de Miller’s Court y se cree que el asesino trabajó de forma ininterrumpida durante varias horas, dado el desmedido alcance de las amputaciones y cortes que sufrió. El caso de Mary Kelly es el que más claramente muestra que el culpable de los asesinatos era una persona con un grave trastorno psicológico que encaja a la perfección con el perfil de un psicópata. Realizó numerosas mutilaciones faciales al cuerpo, algo que este tipo de individuos suelen hacer al principio de sus macabras sesiones a fin de deshumanizar a la víctima y hacer más fácil su tarea. En este caso también existen connotaciones rituales, aunque mucho más caóticas y difíciles de identificar con las tradiciones masónicas, como el hecho de que dejase sus entrañas en la mesita de noche y el hígado entre sus pies. Un detalle curioso es que el corazón de Mary Kelly jamás fue encontrado. En el folclore masón sí existen referencias a la incineración del corazón y la dispersión de sus cenizas al viento. ¿Pudo haber sucedido esto con el corazón de Mary Kelly? Es posible. Un hecho que sorprendió a los investigadores de Scotland Yard fue que la tetera que había sobre la chimenea se había fundido, lo que indicaba que el fuego había sido alimentado hasta alcanzar una temperatura sumamente elevada. Pues bien, se da la circunstancia de que el corazón humano es un órgano especialmente difícil de quemar,[92] lo cual explicaría tanto la desaparición del órgano como la insólita temperatura que alcanzó el fuego aquella noche, encajando ambos hechos a la perfección con nuestra teoría del psicópata masón. Los expertos en ciencias del comportamiento del FBI consideran que cuando un asesino en serie llega a tal grado de ritualización de sus actos es que ha llegado a la culminación de su patología, desarrollando una especie de psicodrama mágico repleto de símbolos y significantes que sólo tienen sentido para él. No es cierto, como opinan muchos expertos, que los asesinos en serie sean incapaces de detenerse. En algunos casos, tras una acción especialmente violenta como pudo ser la mutilación de Kelly, parecen llegar a un anticlímax que les hace dar por terminada su «misión». Porque en el caso de Jack el Destripador, las motivaciones que lo condujeron a estos actos son lo más misterioso. No abusó sexualmente de ninguna de sus víctimas. Las mutilaciones se llevaron a cabo de una forma metódica y pausada, lo que descarta la rabia como motivación. Tampoco era un sádico, pues las víctimas fueron asesinadas invariablemente de forma rápida y eficaz, sin sufrimiento innecesario. De hecho, la propia Mary Kelly, a pesar del espantoso aspecto que mostraba su cadáver, es muy probable que estuviera dormida en el momento de la muerte.

CONCLUSIÓN

Más de cien años después, la historia de Jack el Destripador aún continúa estremeciendo a las generaciones actuales. Más que la crueldad de los crímenes, es el profundo misterio que los rodea lo que ha mantenido vivo el mito. Los asesinatos de Jack el Destripador fueron fruto de un lugar y una época muy determinados, constituyen un melodrama que nos evoca niebla, coches de caballos, sombreros de copa y luz de gas. La conspiración era el único ingrediente que le faltaba a esta historia, una conspiración probable que, sin embargo, no despeja la mayor incógnita de cuantas plantea esta historia. ¿Qué oscuras ideas se escondían en la cabeza de Jack el Destripador?