Washington D.C.: 24 de marzo de 1994

Está noche habrá tormentas —dijo la voz en la cabeza de McCann—: Violentas tormentas con muchos rayos.

El detective, como siempre, guardaba silencio. Nunca hablaba en sueños, sólo escuchaba y recordaba.

Lameth no le ofrecía explicación para las tormentas que se avecinaban, pero McCann aceptaba la información como hechos. El Matusalén que se comunicaba con él mediante su cerebro controlaba grandes fuerzas. Si aseguraba que aquella noche habría tormentas, sólo era cuestión de saber cuándo, no si era cierto.

Violentas tormentas, con muchos rayos. Las palabras resonaban en su cabeza mientras despertaba. Aturdido, levantó el brazo sobre su cabeza y observó el reloj que había sobre la mesilla. Eran casi las nueve de la noche, hora de levantarse.

El detective comprobó mentalmente las defensas psíquicas que había dispuesto por toda la suite, pero estaban intactas. Nadie había intentado penetrar en su escondite mientras descansaba. Tampoco había mensajes en el buzón de voz del hotel. Tenía casi dos horas para comer algo antes de su reunión con Madeleine y Flavia en el Lincoln Memorial.

Saliendo de la cama, se acercó descalzo hacia las pesadas cortinas que ocultaban la suite al mundo exterior. Las apartó y contempló las luces de la ciudad. El cielo estaba despejado y en lo alto brillaba una luna lustrosa. Las estrellas parpadeaban brillantes y no se veía una sola nube. Se encogió de hombros. Ni el periódico ni las noticias del tiempo en la televisión predecían lluvia, pero Lameth le había dicho que iba a haber tormentas. El vampiro no hacía promesas en balde.

Cuarenta y cinco minutos después, mientras McCann se preparaba para salir de la habitación, las nubes ya empezaban a encapotar el cielo. El detective no estaba seguro de cómo lograba Lameth alterar los patrones climáticos, pero no le importaba. Por alguna razón inexplicable, el Matusalén quería tormentas sobre Washington aquella noche. El trueno lejano era la prueba de que cuando Lameth quería algo lo conseguía.

Comprobó cuidadosamente su equipo. En la sobaquera estaba su ametralladora Ingram Mac 10. Era una potente arma automática que disparaba treinta balas del calibre .45 en una ráfaga continua. El impacto de esta descarga bastaba para aturdir y confundir a la mayoría de los vampiros. El alambre afilado que ocultaba en el cinturón le proporcionaba el toque final.

Cosido en el interior de su larga gabardina negra, casi invisible, había un tubo flexible de cuero de veinte centímetros. En su interior asomaban tres largos trozos de madera. Aunque podían parecer juguetes de niños, en realidad eran efectivas armas destructoras. Reforzadas por un clavo interior de acero, las estacas estaban peligrosamente afiladas. McCann las empleaba como dardos, arrojándoselas a sus enemigos como si fueran pequeñas lanzas. A pesar de su tamaño, aquellas armas podían matar a un hombre o paralizar a un vampiro atravesándole el corazón.

Satisfecho y listo para cualquier eventualidad, el detective apagó las luces y salió al pasillo del hotel. Comprobó su reloj: las diez en punto. Tenía que estar en el monumento a las once, y la estatua estaba muy cerca de su hotel. Tenía tiempo de sobra.

Se dirigió hacia el final del pasillo y llamó al ascensor. Mientras esperaba sonrió, pensando en la expresión de Madeleine Giovanni la noche anterior. La vampira era una curiosa combinación de asesina letal e ingenua provinciana. Desde luego, no cuadraba con el estereotipo de su clan.

La llegada del ascensor interrumpió los pensamientos de McCann sobre su protectora. Entró y pulsó el botón de la planta baja. Con un zumbido, las puertas se cerraron y la cabina comenzó a descender.

Entonces, sin previo aviso, el ascensor se detuvo entre las plantas tercera y cuarta. La luz del techo parpadeó y se apagó. McCann frunció el ceño. No estaba de humor para averías estúpidas. Esperó nervioso a que la cabina continuara, pero pasado un minuto llegó a la conclusión de que no iba a moverse. Maldiciendo, palpó el panel hasta que dio con el teléfono de emergencia. Se llevó el auricular al oído, pero la línea estaba cortada.

Cada vez más furioso, golpeó las puertas con los puños.

—¿Hay alguien ahí? —gritó—. ¿Qué está ocurriendo?

No hubo respuesta. Lanzó un suspiro desesperado. Los disturbios estaban provocando un desastre detrás de otro en la ciudad, y era plausible que los anarquistas del Sabbat hubieran volado alguna central eléctrica. Estaba atrapado en la cabina hasta que llegara ayuda, lo que podía tardar horas.

—Y una mierda —murmuró el detective. Cerró los ojos un momento y trató de recordar el interior de la cabina. Asintió. Si no se equivocaba, justo sobre él había una trampilla de emergencia.

Cerró los puños sobre su cabeza y saltó, atravesando el techo como un martillo. El acero gimió y la tapa de la trampilla saltó por los aires. Mientras caía, vio una pálida luz que se filtraba por la abertura. Eran las luces de emergencia del hueco del ascensor.

Saltó de nuevo y se aferró a los bordes de la trampilla, izándose hasta el techo de la cabina. Se puso en pie y comprobó que alcanzaba las puertas de la cuarta planta. Introdujo los dedos entre las dos hojas y comenzó a hacer fuerza. Las puertas se abrieron con una descarga de aire comprimido.

Frunció el ceño. Las luces del pasillo estaban encendidas, así que parecía que la avería sólo había afectado a los ascensores. Sabía que no era una coincidencia que la electricidad hubiera fallado precisamente estando él dentro. Saltó rápidamente para ponerse en pie. Se acercaba compañía, y con malas intenciones.

—¿Señor McCann? —preguntó suavemente una voz que sorprendió al detective. Giró la cabeza rápidamente y desenfundó la Ingram con la mano derecha. Un joven alto y delgado, con el pelo castaño rizado y enormes ojos marrones, se encontraba junto al botón de llamada del ascensor. Llevaba unos sencillos pantalones color avellana y una sudadera gris clara con las palabras "Notre Dame" en el pecho. En la cabeza llevaba un yarmulke, el solideo de los judíos religiosos.

—¿Quién coño eres? —preguntó McCann apuntando la ametralladora. Solo y desarmado, el joven irradiaba buena voluntad. No era una amenaza—. ¿Cómo sabes mi nombre?

—Soy Elisha Horwitz —dijo mientras observaba el pasillo—. Ahora no tenemos tiempo de hablar. El grupo que cortó la electricidad de los ascensores está a punto de llegar. Son vampiros con lanzallamas, y vienen a por usted. Será mejor que nos vayamos.

McCann asintió. Después de los sucesos de la noche anterior ya estaba curado de espantos.

—¿Has venido a rescatarme?

—No exactamente —dijo el joven sonriendo—. Sospecho que es usted perfectamente capaz de manejar cualquier peligro. Sentí que saldría en esta planta y creí que lo mejor era reunimos aquí. No soy más que un mensajero.

La puerta anti-incendios que conducía a las escaleras de emergencia en el otro extremo del pasillo se abrió de golpe. Aparecieron cuatro figuras, vestidas de cuero negro, con la cabeza afeitada y actitud amenazadora. Todos iban armados con lanzallamas, y al ver a McCann gritaron triunfantes.

—Mierda —dijo el detective mientras volvía a levantar la Ingram—. Luchando contra vampiros en el pasillo de un hotel caro. Parezco un personaje en una película de John Woo. Sígueme, chaval. Trata de mantenerte atrás si no quieres salir herido. Quiero oír ese mensaje tuyo.

Apretando el gatillo, McCann inundó el pasillo de balas. Los proyectiles impactaron en el primero de los vampiros, arrancándolo del suelo y lanzándolo contra sus compañeros, que cayeron enredados sobre la moqueta.

El detective se movía a velocidad inhumana, llegando hasta el grupo antes de que pudieran siquiera levantarse. Agarró al vampiro herido y lo aplastó contra la pared. El cuerpo se derrumbó inmóvil. Aunque el acero no podía destruir a los Vástagos, el monstruo tardaría semanas en regenerarse. Ya no sería un problema.

Al segundo y al tercero los anuló con sus "palillos" de madera. Con el corazón atravesado, los Cainitas quedaron congelados en el sitio. Sólo quedaba uno, pero había desaparecido.

Confundido, McCann miró a su alrededor. Nada. Al final descubrió una delgada línea de cenizas que delimitaba el contorno de un cuerpo sobre la moqueta; en medio había un lanzallamas. El detective abrió los ojos asombrado. Evidentemente, cuando el vampiro había sido derribado el cañón del arma había apuntado a su pecho y se había disparado accidentalmente. Las llamas producidas habían acabado con él. Era una respuesta improbable, pero concordaba con los hechos.

Se giró y observó a Elisha.

—¿Tienes algo que ver con esto? —le preguntó, señalando a las cenizas.

El joven miró a McCann con ojos grandes e inocentes.

—¿Yo? ¿Cómo? Parece que cayó sobre su propia arma y se destruyó solo. Ni siquiera lo he tocado.

—Claro —dijo McCann sarcástico, observando a los dos vampiros inmovilizados—. Salgamos de aquí. He notado que estos gamberros cazan en manadas, así que es probable que el hotel esté lleno de ellos.

Elisha asintió.

—Siento al menos a diez más en el edificio. Parecen ansiosos por dar con usted.

—Supongo que la Muerte Roja habrá aumentado la recompensa por mi cabeza —dijo el detective—, si es posible separada del cuerpo. Vamos. Si percibes a más vampiros, grita.

Las escaleras de emergencia estaban vacías. La iluminación era mala y había mucha humedad, pero no había rastro de enemigos. McCann y el joven descendieron a toda prisa hasta la primera planta.

—Tienes que saber —dijo el detective mientras bajaban—, que me has dado la excusa estándar de los magos a lo largo de los siglos para cualquier suceso inexplicable: ni siquiera lo he tocado. Deberías probar algo diferente. El mensaje que traes, ¿De quién es?

—De mi maestro —dijo Elisha—. Rabbi Moses Ben Maimón.

El rostro del detective, normalmente impasible, se iluminó con un inesperado alivio.

—Rambam. Hacía mucho que no oía de él. ¿Sigue jugando al ajedrez?

—Por supuesto —respondió Elisha—, aunque no deja de quejarse de que no tiene competencia. El único que representa un reto es un hombre llamado Reuben que le visita...

Elisha se detuvo a mitad de la frase, ya que dos vampiros anarquistas bajaban a toda velocidad tras ellos, sus gritos resonando en el hueco de la escalera. Las criaturas habían logrado camuflar sus pensamientos hasta que se encontraron muy cerca. McCann maldijo. Había dejado que la conversación le distrajera, cuando debía haber estado alerta. Comenzó a canalizar su poder hacia sus puños: acabaría con la pareja con las manos desnudas.

No tuvo que molestarse. Cuando ya estaban muy cerca el primer vampiro, armado con un cuchillo de caza, tropezó en el peldaño con el tacón de sus botas de cuero de motorista. Con un rugido de furia el Cainita salió disparado por los aires, volando sobre la cabeza de McCann como un cohete desviado. La caída se detuvo cuando su cabeza chocó contra el pasamanos de acero que bordeaba toda la escalera. El detective parpadeó atónito cuando vio el cuchillo saltar por los aires, dar un giro y caer directamente sobre la nuca de la criatura. El anarquista sufrió espasmos durante algunos segundos hasta que se detuvo. No estaba destruido, pero no se movería durante un buen rato.

Su compañero tuvo un destino similar. Volteaba una pesada cadena metálica en un círculo mortal sobre su cabeza, acercándose cuidadosamente. Sus pasos eran lentos y seguros, pero a pesar de sus precauciones fue sorprendido cuando el suelo bajo sus pies cedió repentinamente. Con un grito de rabia, la criatura desapareció por el hueco abierto. La caída hasta el sótano era muy larga. Sus aullidos de furia terminaron abruptamente con el enfermizo crujido de los huesos pulverizándose contra el hormigón.

—Decididamente, búscate otra excusa —dijo McCann con una expresión incrédula mientras pasaban junto al vampiro empalado—. Manipulas las coincidencias con demasiada facilidad como para que los demás crean que son casuales.

—Soy nuevo en el negocio —admitió Elisha mientras abandonaban la escalera y salían al vestíbulo del hotel. Los ojos del joven brillaban de emoción. No parecía haber anarquistas en la planta principal, ya que todos estaban buscando a McCann arriba—. La creación de accidentes creíbles requiere práctica.

—A mí me parece que sólo tienes que trabajar el estilo —dijo McCann—, no los resultados. Te encargaste de esos vampiros sin perder un paso.

—Rambam me ha entrenado sin descanso para enfrentarme a lo inesperado —dijo Elisha—. Reaccioné sin pensar.

—Hablando de tu maestro —dijo McCann mientras atravesaban la puerta principal del hotel y salían a la calle—, ¿qué me comentabas sobre que Maimónides jugaba al ajedrez con un hombre llamado Reuben? ¿Reuben qué?

—No conozco su apellido —respondió—. Es rubio, ojos azules brillantes y siempre viste de blanco. Parece joven, pero sospecho que es mucho más viejo de lo que aparenta—. Sonrió—. Todos los que visitan a mi maestro son mayores de lo que parecen. No sé nada sobre él, pero es un excelente jugador. Vence a mi maestro tantas veces como pierde.

—Muy interesante —dijo McCann. Otra pieza del rompecabezas que parecía no tener solución.

Se dirigieron juntos por la Avenida Virginia hacia el Potomac. Una calle paralela al río llevaba directamente hasta el Lincoln Memorial.

Había comenzado a llover, y los destellos iluminaban el cielo a lo lejos. Al detective no le preocupaba. Después del reciente encuentro con los anarquistas prefería evitar los automóviles. Iba a llegar tarde a la reunión, pero no podía haber hecho nada al respecto.

—Muy bien. Estamos solos —dijo el detective—. ¿Cuál es ese mensaje tan importante, que has tenido que venir desde Israel para dármelo en persona?

—Mi maestro quiere verle inmediatamente —respondió Elisha, ruborizado—. Se supone que debe regresar conmigo tan pronto como sea posible. Necesita contarle la verdad sobre la Muerte Roja.

McCann sacudió la cabeza, incrédulo.

—No estoy seguro de comprender la importancia de esa reunión. ¿Desde cuándo se involucra un mago del poder de Maimónides en los asuntos de los Vástagos?

—¿No lo ve? —dijo nervioso Elisha—. Ése es exactamente el problema. A Rambam no le preocupan los Vástagos. Los planes de la Muerte Roja no afectan únicamente a los Condenados. ¡Si no es derrotado, ese monstruo podría destruir el mundo entero!