Capítulo 19
La luz volvió alrededor de las cinco. Desayunamos café y unos bollos recién hechos que Eleanor preparó en la mesa de la cocina. Yo bajé papel y lápiz.
—¿No les has puesto azúcar por encima? —pregunté al ver los bollos sin cobertura.
—Estás engordando —me contestó—. Mejor sin el glaseado.
—¡Eleanor! —protesté.
Durante un tiempo, había perdido peso; pero, a partir de cierto momento, las habilidades culinarias de Eleanor superaron sus demandas de mí, de manera que sí: me estaban saliendo michelines.
—Además, un hombre que no es capaz de hacer su trabajo no sirve para nada —dijo con burlona seriedad.
—Es culpa tuya —repuse—. Por tu forma de cocinar.
—Pues no comas tanto —me contestó revolviéndome el cabello. Olía a vainilla. Durante un tiempo no me había fijado, pero su olor a vainilla provenía de los pasteles que hacía, no de un perfume—. Bueno, ¿qué tenemos?
—Vamos a hacer una lista de los fenómenos. ¿Alguna idea?
—Bueno, la luz siempre se va cuando aparece. Puede que el fenómeno se alimente de la red.
Escribí: «Se va la electricidad. ¿Obtiene energía de la red eléctrica?».
—Y prefiere visitarnos en nuestros sueños —añadí, pensativo.
—Hacerse corpóreo requiere energía —repuso Eleanor.
—Energía que tú le proporcionabas con tus emociones reprimidas.
—Es cierto que reprimía algunas cosas, pero no estoy segura de que fueran mis emociones —bromeó.
Escribí: «Aparece en sueños».
—Sin embargo, a veces los sueños se convierten en realidad al despertar —añadió—. El ejemplo lo tenemos en los moretones de mis piernas o en la vez que intentó arrancarme el camisón.
—Y no te olvides de la doble de Lily que te golpeó.
Escribí: «Deja rastro real, tangible. Puede hacer daño físicamente».
—Y hay dos, un hombre y una mujer —añadí.
—¿Cómo lo sabes?
—Aquella cosa que salió del vestidor del dormitorio principal no era Lily. ¡Dios, mío, al menos espero que no lo fuera!
—No lo era —afirmó Eleanor.
—Pero era una mujer, y la cosa que te atacó era sin duda varón.
Eleanor se hallaba tras de mí, mirando mis notas en el papel.
Escribí: «Dos fantasmas: uno, hombre; el otro, mujer».
—No estoy segura de que sea alguno de los dos sexos —comentó al cabo de un momento—. No estoy segura de nada de eso, Theo.
—¿No estás segura de que sea un fantasma?
—De lo que no estoy segura es de saber qué es un fantasma —contestó después de pensarlo—. Lo único que sé es que, cualquier cosa que habite en esta casa, nos odia y utiliza las más poderosas de las emociones humanas contra nosotros. Utilizó mi aislamiento, mi insatisfacción y mis deseos sexuales reprimidos para provocar... lo que sucedió. Y ahora que gracias a ti —me abrazó por detrás— se ve privado de todo eso, saca su energía de donde puede.
—Quizá podamos acabar con él.
—¿Cómo?
—Cortando la luz unos días. Podemos largarnos a Monterrey, dejar que se extinga.
—Tengo un montón de cosas en la nevera.
—Podemos llevarlas a casa de los vecinos.
—Theo, eres el propietario de esto ¿y todavía no sabes que lo que tienes es una cámara frigorífica?
Pues no. No lo sabía.
—Puedo pedir a alguno de los restaurantes que nos alquile una de sus neveras. ¿Hay mucha cosa?
—No. No mucha —contestó Eleanor dejándose caer en mi regazo con una sonrisa—. Más de lo que cabría en un congelador doméstico, pero si alguno de los restaurantes nos hace sitio...
The Brambles tenía sitio. Ni siquiera nos cobraron. Cortesía profesional para cuando abriéramos.
Corté la luz a las dos y treinta y siete minutos de la tarde del jueves; pero, en vez de dirigirnos a Monterrey para una escapada de fin de semana, Eleanor tuvo otra idea: fuimos en busca de los conocedores de la historia local.
Empezamos con la Cambria Historical Society y su propietaria, la señorita Clagg, una mujer de solemne y recatada apariencia. A Cambria no le faltaban especialistas en historia, ya fueran profesionales o aficionados de toda la vida. Sin embargo, la mayoría de las historias se encuadraban en el género levítico, ya saben: «Fulano y zutano empezaron tal o cual asunto, y abrieron una ferretería y esto y lo otro, y se trasladaron a San Luis Obispo y se casaron, y compraron una franquicia de Starbucks y esto y lo otro». Cuando explicamos a la señorita Clagg lo que andábamos buscando, esta respondió:
—Ah, lo que ustedes buscan es material escandaloso. Aquí no documentamos ese tipo de cosas, ¿saben? Somos una organización cívica.
Sin embargo, nos dio algunas referencias donde nos contaron algunas historias.
—Durante la Ley Seca hubo un asesinato múltiple allí —nos contó Delilah Sykes.
La señorita Clagg nos había enviado a Delilah, que vivía en una casa un poco más allá de Bridge Street, que como ustedes recordarán es la calle que conduce al principal cementerio del pueblo. Se trataba de una casita encantadora con un solo dormitorio y una sala de estar del tamaño de una postal. Delilah nos sirvió un té en una tetera tapada con un cobertor muy cuco. Entonces me di cuenta de que las coleccionaba y que los estantes estaban llenos de teteras. Incluso encima del televisor había alguna.
—Si no recuerdo mal, fueron siete personas —añadió Delilah hablando de Monroe House—. En la cocina, abatidas a tiros.
—¡Dios mío! —exclamó Eleanor.
—Sí, el peor asesinato en la historia de Cambria —prosiguió Delilah soplando su té.
No pude evitar fijarme en que la dentadura postiza le silbaba.
Cuando mencionamos la historia de aquel asesinato a Chester Colt, que vivía entre los abetos, en una cabaña de madera bastante nueva, nos dijo:
—¡Bah! Tonterías, de la primera palabra a la última.
La cabaña de Chester estaba cubierta de fotos de excursiones de caza, de hijos y nietos, de viejos coches que había tenido, con su difunta esposa en África, Europa y Asia e incluso alguna de ella con un joven Chester a su lado en lugar de detrás de la cámara. En esos momentos estaba solo. Por todas partes se veían montones de ropa y de otras cosas que nos abstuvimos de investigar, y también reinaba cierto olor —no un hedor, realmente—, pero sí la clase de olor que una mujer hubiera sabido eliminar y un hombre de la generación de Chester, no.
—Nadie fue asesinado en Monroe House durante la Ley Seca —continuó diciendo. Era alto y delgado, y la piel le colgaba por todas partes—. Lo que hubo fue un tipo que se cayó por la escalera de atrás y se partió el cuello. Eso ocurrió a finales de los treinta o puede que en los cuarenta. No sé. Lo he olvidado. El caso es que, cuando le hicieron la autopsia, descubrieron que le habían disparado seis veces a lo largo de su vida, cada vez en un momento distinto. Cómo llegaron a esa conclusión es algo que no sé, pero lo cierto es que el tipo había sobrevivido a todos los disparos. Puede que la historia del asesinato arranque de ahí. Lo que sí hubo fue una violación.
Eleanor y yo intercambiamos una mirada.
—La verdad es que es una historia bastante buena, si es que les interesa escucharla.
¿Acaso pensaba Chester que habíamos ido a verle por otro motivo?
—Había una mujer muy guapa. La mujer más guapa del pueblo —empezó a relatar Chester mientras encendía su pipa—. Hasta yo la recuerdo, y eso que no era más que un crío. Se trataba de una de las hermanas Leicester. —Lo pronunció «Leister»—. Ustedes seguramente no habrán oído hablar de la familia Leicester. En su momento fue muy importante, pero se marchó de la ciudad después de lo ocurrido. En aquella época, una violación era un crimen de mujeres. En fin, lo cierto era que estaba muy solicitada porque era realmente guapa. No me acuerdo de cómo se llamaba. Pongamos que fuera Marie. El caso es que se acabó escogiendo un pretendiente antes que a otro, a decir de algunos porque tenía más dinero. Tampoco me acuerdo de su nombre; puede que Paulson o Rawlins. No sé. La cuestión es que el tipo llegó de Morro Bay, donde era capitán de un barco de pesca y alquiló una habitación en Monroe House mientras cerraba el trato.
Chester se detuvo, como si acabara de decir algo horrible, pero Eleanor le sonrió y lo animó a continuar.
—Bueno, pues el otro tipo, el que había perdido, tampoco sé su nombre así que podemos llamarlo Mike, siguió el coche de bodas de los recién casados manteniéndose a una distancia prudencial para no ser visto y comprobó que entraban en Monroe House. Entonces, decidió esperar.
»Entretanto, arriba, Paulson y Marie se retiraron a sus habitaciones. Entonces no era como ahora, que uno tiene el baño y el aseo en el mismo dormitorio, ¿no?
—En efecto.
—Bueno, pues en aquellos días no era así —nos dijo Chester con una sonrisa para demostrarnos lo mucho que habían cambiado las cosas—. Entonces, los cuartos de baño eran comunes y solían estar al final del pasillo. Yo estuve en Monroe House hace unos años, pero ya no me acuerdo. Volviendo al asunto: Marie pidió a Paulson que saliera al porche a fumar un cigarrillo mientras ella se preparaba para el lecho nupcial. Paulson bajó, encendió un cigarro y salió a dar un corto paseo. En algún momento del recorrido, Mike le salió por detrás y lo golpeó con un objeto contundente. La cosa tiene su guasa, pero con una dama presente, es mejor dejarlo estar. Lo cierto es que lo dejó sin sentido.
»A partir de este punto, solo contamos con el testimonio de Marie. Según ella, como era recatada, había apagado la luz y se había metido en la cama para esperar a su marido. Mike se metió en la habitación y, puesto que Marie no dijo nada; él, tampoco. Simplemente se limitó a desnudarse y a hacerla suya. Posteriormente, ella argumentaría que estaba a oscuras y que no sabía que no se trataba de su marido, razón por la que no opuso resistencia. No hubo prendas medio rotas ni nada de eso.
»Más tarde, ya de madrugada pero antes de que amaneciera, Paulson, Rawhns o como diablos se llamara, apareció y avisó al sheriff. Entre los dos irrumpieron en la habitación de Monroe House y encontraron a Marie y Mike profundamente dormidos después de haber pasado toda la noche entregados el uno en brazos del otro.
La historia resultaba tan absurda que Eleanor y yo nos echamos a reír.
—No. No se rían, porque el asunto tuvo un triste final —dijo Chester—. Aunque pueda parecer gracioso a primera vista, Mike fue detenido por violación aunque nunca dejó de insistir en que Marie lo había invitado a entrar porque echaba de menos a su ausente marido. Mike sostuvo siempre que Marie le dijo que opinaba que Paulson era un cobarde por no haberla hecho mujer, y que por eso lo invitó para que lo hiciera en su lugar, cosa que él hizo. Mike nunca llegó a ser juzgado.
»Por su parte, Paulson se convirtió en el hazmerreír de la comarca y no pudo soportar la situación. O bien él había sido un imbécil o su esposa, una puta. Así pues, ella fue una puta de la que se divorció de inmediato,
»La familia de Marie también le dio la espalda. Eran los propietarios del principal comercio del pueblo, y aquella era una época en que la gente expresaba sus opiniones con la cartera. ¡Qué demonios!, la gente estaba convencida de que Marie se había comportado como una vulgar puta. Así pues, Marie se quedó sola, sin un céntimo y con una fama que soportar. Ya se imaginarán cómo acabó. En San Luis Obispo había un conocido burdel y, aunque Marie era una católica cumplidora, unos meses más tarde vendía su cuerpo para no morir de hambre. Y puesto que era famosa, la mayoría de los hombres de la comarca, entre ellos todos sus antiguos pretendientes, pasaron por allí y pagaron los cinco dólares que les daba derecho a tener aquello que, de otra manera, no habrían podido conseguir en su vida.
El silencio se apoderó de la habitación salvo del rumor de la chimenea. Chester golpeó la pipa en el hogar de ladrillo y la vació de cenizas.
—¡Qué historia tan horrible! —exclamó Eleanor.
Chester soltó una risotada.
—Lo es.
—¿Y qué fue de ella? —pregunté yo.
—Se marchitó —repuso Chester—. La belleza es lo primero que se marchita, ¿no? Murió de algo menos de diez años después, no sé si de drogas o bebida. ¿Quién sabe? Bueno, ¿qué les parece? —nos dijo señalándonos con la pipa—. ¿A que es una buena historia de fantasmas?
Más tarde, Eleanor y yo comparamos nuestras notas en el White Water Inn de Moonstone Beach.
—¡Menuda historia la de Marie! —dije riendo.
—No tiene gracia —me contestó Eleanor—. En aquella época, las mujeres no tenían mucho donde elegir, y a la pobre Marie le robaron cualquier posibilidad de hacerlo.
—¿Tú crees que es ella el fantasma que habita en Monroe House?
—No.
—Bueno, pues entonces están los gángsteres abatidos en la cocina.
—Ese episodio se habría hecho famoso, igual que la matanza de Chicago el día de San Valentín —comentó.
—Bueno —repuse yo con cincuenta kilos de cálida mujer entre mis brazos—, pues no hay más candidatos en la lista.
—No. Pero sí quedan más «historiadores» que interrogar.