Capítulo 12
La boda resultó encantadora. En todo este tiempo no he mencionado a la novia, que también era encantadora si uno pasaba por alto el resquicio que tenía entre los dientes de delante y que le daba un aire a Terry Thomas. Me refiero al difunto actor inglés Terry Thomas. Adelaid —aunque la llamaban Addie— no tenia el mismo bigote que Terry desde luego, ni tampoco su aspecto cómico. Era guapa, de verdad.
Su vestido era de seda blanca y encajes, con un corpiño que le llegaba hasta el cuello y le dejaba casi toda la espalda al aire. Desgraciadamente, Addie estaba muy nerviosa y le había salido un especie de sarpullido en la espalda que ni siquiera abundante cantidades de maquillaje pudieron disimular. También le salió bajo los brazos, que el vestido le dejaba al descubierto cuando ella tenia que sostener el ramo.
Por razones como esta, Lily y yo nos casamos en un juzgado.
En esos momentos, Eleanor había adoptado una actitud más civilizada hacia mí. Al fin y al cabo, yo no había intentado sabotear nada. Mi único propósito había sido hacer subir sus acciones en la bolsa de su entorno familiar, y lo había logrado. Seguía siendo la menos atractiva de las Glacy, y eso incluía a los dos varones de la familia, Billy, el padre, y Dougie, el hermano. Si embargo, se había convertido en una mujer plenamente heterosexual, y eso, en Fresno, significaba mucho.
Por desgracia, Cissy había reaccionado a su accidental salida del armario cortándose el pelo de un modo radical y poniéndose piercings que habrían pasado inadvertidos sin el adorno, me refiero a los agujeros. Según parecía, no había dormido bien y le habían salido bolsas bajo los ojos. Se había puesto pantalones bajo el vestido de dama de honor (Ella me lo dijo), pero el maldito vestido era demasiado largo y nadie vio nada.
El sacerdote, Bob Ratchett (no me enteré de su nombre hasta esa mañana), dirigió una buena ceremonia, mucho menos ostentosa de lo que me había temido. Las flores descendieron de las alturas abrazando a los novios en un semicírculo de capullos. Los ángeles cantaron (seis de las mejores voces del coro de la iglesia, según me contaron) para el momento de la foto (unos veinte minutos, para ser más exactos) tras lo cual todos nos retiramos al Elks Lodge, que estaba un poco más abajo, en la misma calle, y donde a Dios no le importó si nos servían licores o no.
En total había unos doscientos invitados. Eleanor y yo nos perdimos casi inmediatamente en la marea de sudorosa humanidad.
—Nada de comentarios sarcásticos, Parker —me dijo utilizando mi nombre preferido de nuevo. Todos los demás se habían quedado con el diminutivo «Theo» que Ella se había ocupado de divulgar; de modo que, hasta que consiguiera salir de allí por piernas, iba a ser «Theo» para todo el mundo.
—No tengo comentarios sarcásticos que hacer —dije a Eleanor, que, debo añadir, tenía bastante buen aspecto. Sus hermanas le habían dado algunos consejos sobre cómo maquillarse, y hasta puede que incluso se los hubieran aplicado ellas mismas, que consiguieron resaltarle los labios, ojos y pómulos. El vestido había sido cortado para que pareciera que tenía pecho y cintura, y su piel, que era una de sus mejores características, aún se veía mejor bajo una ligera capa de polvos. También olía agradablemente, aunque no a vainilla, mi olor favorito.
Della me echó el lazo la primera. Se abrió paso por entre el gentío igual que un destructor a toda máquina a través de las olas hasta donde yo estaba haciendo cola para pedir una libación.
—Eleanor, no te importa si te tomo prestado a Theo, ¿verdad? Será solo un momento. Te lo devolveré en un abrir y cerrar de ojos, y en buen estado. Te lo prometo.
Eleanor ocupó mi lugar en la cola porque también ella necesitaba beber algo. Entretanto, Della me condujo a una estancia privada y cerró la puerta tras ella. Por muy guapa que Eleanor estuviera, y que conste que ya se lo había repetido varias veces, no había manera de que pudiera competir con Della, que bien podía ser la mujer más atractiva que hubiera tenido a mi lado. Se tomó su tiempo, mirándome de arriba abajo como si fuera el toro premiado que acabara de comprar para que hiciera de semental, antes de decir:
—Solo quería decir...
—Tú dirás.
—¡Solo quería decir que estoy boquiabierta!
—¿Sí?
—Nunca pensé que Eleanor... Entiéndeme bien, me refiero a que todos queremos a Eleanor. Pero es demasiado empollona y no le importan un pito ni la ropa ni el maquillaje ni ninguna de las cosas que contribuyen a que una mujer sea... más mujer. Además, Dios no la ha dotado...
—¿De atributos femeninos?
—La pobre es más plana que una tabla de planchar —declaró Della tristemente, y me resultó curioso que las dos hermanas se hubieran referido a sus respectivos pechos con tan pocas horas de diferencia—. ¡Pero eso, tú ya lo sabes! —añadió Della.
Todo el mundo lo sabía, anoté para mis adentros.
—Y nunca, en mis más desatados sueños —prosiguió—, sabes que la queremos aunque a veces no lo parezca, la creí capaz de conquistar a un hombre tan...
—¿Varonil? —sugerí.
—No. No es eso —repuso Della—. Me refería a alguien tan... normal. Eso es, tan normal como tú.
—¿Normal?
—No quiero decir que no seas un tío guapo, porque lo eres.
—Gracias.
—Yo te encuentro muy atractivo.
—Bueno es saberlo.
—Lo que quiero decir es que, para ella tú eres algo que está a su alcance en lo que a pareja se refiere.
—¿Lo estoy?
—Absolutamente. Por eso sé que se trata de amor y no de alguna especie de pasión fugaz como la que sienten la mayoría de los hombres cuando te miran. No te imaginas la cantidad de hombres que se me quieren calzar solo por mi figura. He de tener mucho cuidado.
Hacía rato que se me había pasado el disgusto cuando me habían insultado al llamarme «normal», y en ese momento sentía verdadera curiosidad por el punto de vista de Della.
—Decías que has de tener mucho cuidado —dije, animándola a continuar.
—Sí. Ven mi cuerpo, pero nada más. No me ven a mí. Sin embargo, en tu caso, tú ves a Eleanor tal como es porque, francamente, no tiene un cuerpo que valga la pena mirar. Aunque siempre he dicho que de cara no está mal. ¿Verdad que no está mal de cara?
—No. No está mal —respondí secamente.
—Me refiero a que no tiene que soportar hoyuelos y esas cosas. Tiene una cara limpia, igual que muchas modelos.
Lo cierto era que no lo había pensado, pero sí: Eleanor tenía un rostro franco, despejado en el sentido terrenal de la palabra.
—A la gente siempre le ha costado apreciar a Eleanor por lo que es; sin embargo, para mí está claro que vosotros dos estáis enamorados. No sé si me entiendes, pero creo que nadie puede echar las miradas lascivas y las sonrisitas que os echáis vosotros y no estar enamorados, ¿no?
No contesté, pero Della debió leer la respuesta en mi cara que, desde mi punto de vista, tenía que parecer perpleja.
—Por lo tanto, quería darte las gracias —me dijo Della rodeándome con los brazos y abrazándome como si fuera un íntimo de la familia y sin que tener su pecho aplastado contra el mío fuera digno de mención por la misma razón.
Me di cuenta de que era sincera y que no estaba intentando ligarme —detalle que no dejó de decepcionarme ligeramente—, y me conmovió el hecho de que realmente quería a su hermana y se alegraba por ella.
Cuando se apartó, vi que se le había estropeado el maquillaje y que tendría que ir y arreglarlo o rellenarlo o hacer lo que suelen hacer las mujeres con los polvos y las cremas. Salió de la estancia y me quedé a solas un momento antes de que Carla entrara. ¡Caray, qué difícil era distinguir una hermana de otra!
Bueno, había un modo.
—¿Hay más en tu casa como tú? —me preguntó, coqueta.
—Rompieron el molde al hacerme —contesté.
—¡Qué pena! —dijo—. Los hombres mayores, especialmente los distinguidos y cojos, siempre me han gustado.
Se refería a mi bastón y a mi cojera, a mi pierna más corta o a mi pierna más larga, si lo prefieren. Me encogí de hombros tristemente.
—En fin —añadió Carla—, supongo que Eleanor te necesita más que yo. De todas maneras, tienes que ser una fiera de amante.
¿Negarlo? ¡Ni hablar!
—Mira, en realidad no he venido para ligar contigo —prosiguió Carla—. La verdad es que ni siquiera debería coquetear porque eres la pareja de mi hermana lesbiana... Bueno, la pareja de mi otra hermana lesbiana y quiero que ella sea feliz.
—Es una gran chica.
—¿Lo crees? —Carla no parecía del todo convencida—. No sé, siempre ha sido un poco rara, pero eso ya lo sabes.
Aquella me parecía la oportunidad idónea para enterarme de lo que quisiera sobre Eleanor, mi amiga Eleanor.
—Bueno, no estoy seguro. ¿A qué te refieres?
—No sé, pero fue la primera Glacy que compró un vibrador, y eso que es la tercera de los hermanos.
—¿De verdad?
—Decía que era para el hombro, que tenía mal una vértebra o algo así.
—¿El hombro?
—Se metía en el baño con el aparato y se pasaba horas dándose masajes.
—¿En serio?
—Pero Della y yo sabíamos lo que hacía en realidad. Ahora que lo pienso, creo que incluso Cissy llegó a intuirlo.
—Ah —repuse intentando aparentar la normalidad propia de alguien a quien le están contando los detalles de las preferencias masturbatorias de una amiga.
—Y también leía esos libros... —En fin, todos sabíamos que Eleanor era muy leída—. Su favorito era Delta de Venus, de Anaïs Nin. Todos creíamos queera una especie de novela; pero, un día, Della nos leyó unos de loscapítulos y todas acabamos leyéndolo. ¡Es un libro de sexo!
—¿Ah, sí?
—Y tampoco salía con nadie. No tuvo ni un novio, ni uno durante todo el instituto.
—¿Realmente era tan poco agraciada?
Carla sopesó la pregunta.
—Nunca me pareció que fuera fea. Solo distinta. Era alérgica a los perfumes, ¿sabes?, de modo que a veces se ponía un poco de vainilla, que huele bien. Y también era alérgica a la mayoría de los cosméticos de la época. Ahora son todos hipoalergénicos. No obstante, Eleanor se las ha tenido que apañar sola toda su vida. Hay una razón, y sospecho que sabes cuál es.
Sí, sospechaba cuál era.
—¿Te refieres al crucero de amor de tu madre?
Carla se echó a reír.
—Sí, un «crucero de amor», ¡esa es buena!
Estaba claro que le costaba decirlo. Así pues, como yo carecía de sus escrúpulos y no temía invadir la vida privada de los demás, pregunté:
—¿Quién es en realidad el padre de Eleanor?
—Era el sacerdote de la iglesia donde íbamos en aquella época —repuso Carla—. Ahora se ha trasladado, a Nebraska, creo, lo cual equivale a una especie de penitencia. Mi padre solía beber y armar unas broncas tremendas. Trataba a todos fatal y a nuestra madre peor. Ella necesitaba otra cosa, y ese sacerdote se la dio. Eso fue todo.
Un obsequio oportuno es un obsequio bien recibido. Así pues, Eleanor fue bautizada con ese nombre en honor a su madre, un gesto de entrega o puede que una manera de ratificar un orgullo que no existía en realidad. Eleanor: Ella.
—Eleanor lo sabía —prosiguió Carla—, porque ellos decidieron no ocultarlo. Tuvieron a Cissy para demostrar que su matrimonio era fuerte, y desde entonces lo ha sido. Sin embargo, Eleanor ha estado colgada toda su vida. Nunca ha sido guapa como las otras chicas Glacy, ni tampoco popular. ¡Diantre, nunca ha sido una Glacy como nosotras!
La pobre Carla no veía el otro lado de la cuestión, pero existía un «otro lado» que alguien de fuera como yo podía ver claramente: Eleanor era mucho más inteligente y profunda de lo que jamás llegarían a ser las tres hermanas juntas.
—Siempre ha tenido problemas a la hora de relacionarse —dijo Carla finalmente—. Los tenía con los chicos que le pedían para salir, con las amigas en el instituto, incluso con nosotras. Pero ahora te tiene a ti, Theo. Ha encontrado un hombre que la amará por lo que ella es y no por lo grandes que tiene las tetas o lo estupenda que está en bañador.
No dije nada porque me sentía como un ladrón en casa ajena.
—¿Me harías un favor? —pedí a Carla.
—Claro.
—¿Te importaría enviarme al cura? No, no te imagines cosas: Es solo que me gustaría hablar con él y no de matrimonio.
El hombre apareció diez minutos después. Le pedí que tomara asiento y le expliqué lo de mi albergue. Se lo conté todo, le hablé de Lily, de Eleanor y también de la cuestión del sexo que parecía subyacer en todo el asunto.
—Pero son sueños, ¿no es eso? Me está hablando solo de sueños, ¿no?
—Hasta el momento, sí. Salvo los ruidos. Y creo que estos pueden tener una explicación lógica.
—Un exorcismo es cosa de la Iglesia católica —me dijo el sacerdote Bob.
—Eso tengo entendido.
—Supongo que podríamos bendecir el lugar, pedir al Espíritu Santo que expulsase a los demonios, aunque eso sería más propio de las iglesias fundamentalistas.
—Lo único que pido, por el momento, es que venga usted y pase una noche en el albergue, conmigo.
—¿Que pase la noche en una casa encantada?
Estaba claro que aquello no le parecía la mejor idea del mundo al sacerdote Bob.
—Yo estaría con usted —añadí.
—¿Y Eleanor?
—No. Eleanor, no. Creo que es posible que ella sea la fuente del problema.