Capitulo 41
Jack no pudo quedarse fuera; tenía que entrar para ver lo que pasaba con sus propios ojos. Sentado en la galería, con el rostro inexpresivo, escuchaba a los jueces del Tribunal de la Reina.
—El martes, seis de junio, el señor Whitcox citó por la presente al Tribunal de la Reina con la ardua tarea de convocar a la señora Rose Clarring ante este tribunal para determinar si su esposo, el señor Jonathon Clarring, la mantenía bajo custodia ilegal. Una orden de hábeas corpus es una poderosa herramienta de libertad. No debe ser usada a la ligera ni tampoco debe usarse para interponerla entre la relación que disfrutan un hombre y su esposa. El matrimonio es una unión sagrada. Un hombre jura proteger a su esposa y la santidad de su unión. Nosotros, el tribunal, le otorgamos la suprema autoridad de llevarlo a cabo.
Hizo una pausa y miró a los presentes.
—El señor Whitcox ha afirmado que el señor Clarring detuvo ilegalmente a su esposa. A este cargo, decimos que no. El juez Colerigde, en representación Cochrane, determina inequívocamente que: «No puede dudarse del dominio general que la ley de Inglaterra le otorga al esposo sobre la esposa» (1). «La detención forzosa de un sujeto a manos de otro es a prima facie ilegal, pero si esta detención es de un esposo, y una esposa, la detención es legal».
Se detuvo unos segundos para respirar. Luego, prosiguió:
—El juez Colerigde permite que el señor Cochrane «confine a la señora Cochrane en su propio hogar, y restrinja su libertad, por tiempo indefinido, sin usar la crueldad ni imponiéndole alguna adversidad o castigo innecesario». Éste es un precedente claro. En el caso que nos ocupa, si el señor Clarring hubiera usado alguna fuerza indebida o crueldad contra su esposa, podría ser legítimamente acusado por agresión. Pero el señor Clarring actuó enteramente dentro de la ley al apoderarse de la señora Clarring.
»La señora Clarring es miembro de un notable club que recientemente se ha destacado en los diarios. Este grupo de hombres y mujeres la han animado a cometer actos contrarios a las leyes del matrimonio y a abandonar la santidad del hogar de su esposo. Apartaron a la señora Clarring de él. Prima facie él tiene derecho a recuperar la posesión de la señora y de alejarla de aquellos que interferirían en su custodia. Si hubiera habido crueldad, la señora Clarring tendría derecho a denunciarlo, pero el señor Clarring le ha proporcionado todas las comodidades a su esposa: ha empleado una enfermera para que la atienda. Un médico ha dado testimonio de su buen estado de salud. Así pues, no expediremos una orden de hábeas corpus que tan sólo serviría para desestabilizar la mente de la señora y hacerle creer que el tribunal puede hacer lo que el tribunal jamás hará: quitarle la custodia de ella a su esposo, sobre ningún fundamento en absoluto, excepto el hecho de que a ella no le gusta vivir con él. La señora Clarring está en el lugar que la ley le índica que debe estar y donde permanecerá por el tiempo que su esposo crea conveniente.
Un agudo ¡orden! rebotó en la sala cuando el juez concluyó la lectura.
La seda negra brilló tenuemente bajo la luz de gas parpadeante: James Whitcox se puso en pie.
Jack permanecía sentado.
Los tres jueces se pusieron en pie, la seda de sus togas brillaba como sangre.
James Whitcox se dio la vuelta —la peluca gris enmarcaba unas mejillas bien definidas— y miró fijamente a Jack.
No había señales de victoria o derrota en de su mirada.
Él era un abogado del Consejo de la Reina, comunicó en silencio, pero no era un miembro del Parlamento.
Dándose la vuelta, Jack salió del juzgado.
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