Capítulo 28
Jack subió la bandeja con las tortillas. Rose llevaba una taza de té dulce con limón. El vapor gris salía en espirales hacia arriba en medio de la luz verde grisácea.
La lluvia golpeaba implacablemente la ventana solitaria de la habitación.
Sin hacer ningún sonido por temor a romper la intimidad del momento, depositó la taza y los platillos sobre la mesita de noche.
Rose sostuvo la bandeja mientras Jack acomodaba las dos almohadas y se recostaba contra el cabecero de hierro de la cama. Jack sostuvo la bandeja mientras Rose subía a la cama y se le montaba en los muslos.
Una piel con pocos vellos le pinchaba la vulva. Los ojos oscuros de él le apretaban el pecho.
Cuidadosamente, Jack le llevó un tenedor lleno de huevos a la boca. Con el mismo cuidado, Rose masticó y se los tragó.
La mirada de él, observándola masticar... observándola tragar, la conmovió en lo más profundo de su ser.
Su vagina, estirada debido a su posición, continuaba abierta, una boca hambrienta esperando a ser alimentada.
Incapaz de soportar la intensidad de su mirada, Rose le quitó el tenedor de entre los dedos.
—¿Alguna vez has comprado una postal francesa?
—Sí.
—No sabía que las mujeres y los hombres hacían lo que en ellas se hace —dijo Rose, escapando de su mirada al concentrarse en cortar el queso y los huevos. El vapor plateado y el picante olor a queso llegó hasta arriba-... hasta que fui a la Librería Aquiles.
—¿Te asqueó lo que viste?
—No. —Rose probó la temperatura de los huevos con la lengua. Asintió con la cabeza, dando su aprobación, y extendió el tenedor—. Tan sólo me sorprendió.
Él abrió la boca, la mirada desnuda, y aceptó la comida que ella le ofrecía.
Cuidadosamente, Rose maniobró para atravesar dos filas de dientes blancos.
—Intrigada.
Los labios de él se cerraron alrededor del tenedor.
Lentamente, Rose liberó el utensilio.
—Excitada.
Las pupilas de él se dilataron, la oscuridad del deseo se mezcló con la oscuridad del día.
—Pero no me sentí asqueada —reiteró ella.
Carne dura rodeó los dedos de Rose... y le quitó el tenedor.
Él bajó las pestañas. El metal tocó la porcelana y la hizo sonar. Y le ofreció el tenedor.
—Abre la boca, Rose.
—Está abierta, Jack.
No sabía que el cuerpo de una mujer pudiera estar tan abierto a un hombre.
Un aire casi doloroso le endureció la mirada. Él se inclinó hacia delante y el colchón sonó.
Tenía los labios calientes, la lengua estaba mucho más caliente.
La besó en la boca, abierta mientras su vagina dejaba gotear el deseo sobre los muslos de él y la lluvia golpeaba el vidrio.
—Mantén la boca abierta —vibró sobre su lengua.
El metal puntiagudo y punzante penetró en medio de sus labios.
De repente, se hizo consciente del dolor que podrían infligir las puntas de un tenedor.
Una sola puñalada podía perforarle la garganta.
Las suaves picaduras de su vello le perforaron los muslos.
—¿Cuál fue la postal que más te sorprendió? —preguntó él, con la mirada fija en los labios de ella.
Recordó el desnudo calor de su pene presionando contra la parte de atrás de su garganta. Ella probó nuevamente el chorro salado de su esperma.
Sabía que él también recordaba el paseo en coche hacia la tienda de muebles.
Jack había acabado en las manos de ella, contra su lengua.
—Creo que lo que más me sorprendió la primera vez que vi una de esas postales fue una mujer que le daba azotes en las nalgas a otra mujer —dijo Rose. Estuvo a punto de contarle que había sido James Whitcox quien había llevado esa postal a una de las reuniones del club, pero no lo hizo—. No sabía que los hombres se excitaban con el dolor de una mujer. La librería poseía montones de esas postales, con fotografías de ambos sexos. Luego me di cuenta de que no era el dolor de una mujer lo que excitaba al hombre, sino la idea de infligir dolor.
—El dolor es una forma de poder: puede llegar a ser excitante tanto para el que lo inflige como para el que lo recibe —dijo Jack, enigmáticamente. Alimentó a Rose una vez más. El tenedor entró en lo profundo de su garganta. Al igual que su sexo—. ¿Cuál fue la postal que más te intrigó?
El metal se deslizó por entre sus labios, apretándole la vagina con otra punzada de deseo.
Rose tragó. Y le quitó el utensilio plateado de las manos.
—Creo que fue la que tiene un hombre que está recibiendo placer de otros dos hombres. Un hombre está arrodillado frente a él, besándole el sexo. —La imagen de Jack, desnudo y con el sexo hinchado la excitó—. Otro hombre, sólo podía verle las manos y los antebrazos, estaba de pie detrás del primero y le acariciaba los pezones. El hombre a quien ambos complacían tenía los brazos estirados y miraba fijamente a la cámara, como diciendo: «Miren lo espléndido que puede ser un hombre».
Levantando las cejas, le ofreció a Jack el tenedor. Con sinceridad, añadió:
—Yo creo que tú eres un hombre espléndido, Jack.
Él se llevó el tenedor a lo profundo de su boca. Selló los labios alrededor del cubierto.
—¿Cuál fue la postal que más te excitó?
Rose le ofreció a Jack el último bocado.
—Una que representaba a dos hombres y una mujer.
- Ménage à trois —dijo él, sosteniendo la mirada.
—Sí-dijo Rose, experimentando nuevamente la curiosa mezcla de necesidad y anhelo que revoloteaba con fuerza dentro de su vientre cuando miró la postal—. ¿Alguna vez has hecho eso?
Pero Jack no contestó. A cambio, tomó el tenedor de los dedos de ella y puso el plato sobre la mesa de noche.
La porcelana hizo un ruido sordo, el metal sonó.
Unas manos cálidas se aferraron a sus caderas y la arrastraron hacia delante y unos muslos con vellos le rasparon la vulva.
Ella no era una muñeca, pensó por un momento. Pero Jack jamás la había tratado como si lo fuera.
Por primera vez en muchos años, Rose se sintió como una mujer.
Los muslos de ella abrazaban las caderas de él. El sexo de él se anidaba entre el sexo de labios de ella.
Un rizo de los vellos de su pecho, le pinchó el pezón.
—¿Qué te imaginaste cuando miraste la tercera postal?
—Pensé en lo afortunada que debía de ser una mujer que tuviera el amor de dos hombres. —Rose arrastró los dedos por el cabello de él: era espeso y fino como el de un bebé.
El blanco que rodeaba las pupilas brilló en la oscuridad.
—Tienes tres bocas, Rose.
Pero su esposo sólo había estado interesado en una.
—Aquí —susurró él.
Le lamió los labios y el interior de la boca.
—Aquí.
Un dedo afilado se hundió en su vagina abierta y le pinchó el corazón.
—Aquí.
Las puntas de los dedos le acariciaron la hendidura en la parte media de sus nalgas.
La mirada de Jack era oscura y descarnada.
—¿Cuál de las tres te imaginaste que los hombres te llenaban?
—Mi vagina y entre mis nalgas. Si fueras uno de esos dos hombres de la postal, ¿qué boca querrías llenar?
—Las tres —respondió él, sin demora.
—Has llenado las tres.
—No al mismo tiempo.
—Si tuvieras tres penes, Jack, te recibiría felizmente en cada uno de mis orificios. —El deseo que sentía por él era casi doloroso.
—Sí tengo tres penes.
Cerrando los ojos, ella se inclinó y apoyó la frente contra la de él.
—Mi lengua. —Aire húmedo le surcaba la barbilla—. Mi pene. —Carne dura y pulsante se flexionó entre sus labios de la parte baja—. Mis dedos.
Hundió dos centímetros tentadores en el orificio oscuro entre sus nalgas.
Jack la invitó a recrear su fantasía. Pero él, de lejos superaba los insustanciales viajes del deseo.
—¿Dónde me llenarás primero? —preguntó ella, con la respiración acelerada, mientras llovía sin parar.
—Tu vagina.
Jack la levantó de las nalgas. Rose guió su pene.
Recibió su sexo en lo profundo de su sexo hasta que éste le besó el vientre y su perineo acogió los testículos de Jack.
—Tu ano.
Un dedo afilado abrió una brecha entre sus nalgas.
Rose se aferró al cuello de Jack, sosteniendo la mirada en los ojos de él.
Dentro de los ojos de Jack, ella vio la frágil barrera que separaba su pene y su dedo.
Estirando. Inflamando.
Una extraña expresión, que no era ni dolor ni placer le cubrió el rostro.
—Tus labios.
Le llenó los pulmones con su aliento y la boca con su lengua. Al mismo tiempo, le introdujo un segundo dedo.
El oxígeno de él se le atragantaba en la garganta.
—¿Te gusta que te llenen con los tres penes? —dijo, lamiéndole los labios.
Con cada respiración, el pelo de su pecho le pinchaba los pezones y el vello púbico le hacía cosquillas en el clítoris.
El dolor y el placer que representaba Jack le contrajeron el vientre.
—Sí.
—¿Fue así como te imaginaste que te sentirías?
Las lágrimas que salían de su vagina le quemaron los ojos a Jack.
—Así es como me imaginé exactamente que sería.
Él exploró dentro de ella, tocando un lugar en lo profundo de su cuerpo en el que un hombre no debía tocar a una mujer.
—¿Te sientes amada?
La lluvia fría golpeaba la ventana. Una sombra gris rondaba el aire.
—Nunca me había sentido tan amada, Jack —dijo Rose, sinceramente. Y el corazón de él le latía por todo el cuerpo—, como me siento ahora.
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